La esposa de mi jefe (4)

Para terminar mi relación con ella, le propuse un trío MMH, pero...

LA ESPOSA DE MI JEFE (4 de 5)

La movería hasta que pasaran a la recámara principal, para ahí si, hacer acercamientos y no perder ningún detalle.

Empezó la plática intrascendente, pero con su "chispa" Amira la hizo agradable.

Aparte de buenota y sexy, resultó simpática.

Me di cuenta que yo era solamente un accesorio, ellas ya estaban solamente pendientes la una de la otra.

Amira se acercaba a la oreja de Ana a susurrarle quien sabe que cosas.

Y Ana se sonrojaba, moviendo nerviosamente las piernas.

Como al descuido, Amira puso su mano izquierda en el muslo de Ana, quien contrastaba mucho con ella por su recatado atuendo. Pantalones de mezclilla y una blusa abotonada hasta el cuello.

Yo no perdía detalle, así que note como empezó a pasarle las uñas por el muslo, sin mover la mano, solamente estirando y flexionando los dedos.

Ay guapa ¿No tienes calor tan abotonada?

Sin esperar respuesta, le desabrochó los tres primeros botones, dejando ver la orilla del brassiere. Ana se quedó inmóvil, sin poder quitar los ojos de los pezones de Amira.

Ella lo notó y de sopetón le soltó:

¿Te gustan?

Ana farfulló algo, azorada, ante lo cual Amira le tomó una mano y la puso sobre su pecho izquierdo.

Ana, creo que inconcientemente, la empezó a mover sobre la tela. La otra contestó besándola suavemente en la comisura de la boca y Ana cerró los ojos estremeciéndose.

Y en lo que fui a la cocina por más servilletas, las encontré besándose el hocico con desesperación.

Amira ya tenía su mano derecha dentro de la blusa de Ana y alcancé a ver que con el dedo índice y el pulgar, apretaba dulcemente el pezón erecto de Ana, quien ya estaba respirando fuerte.

La soltó y alegremente se quitó el top.

Ana y su servilleta nos quedamos con la boca abierta. ¡Que bonito par de tetas!, grandes, pesadas, con aureolas de muy buen tamaño, con sus dos botoncitos bien erectos.

Ven mi reina, enséñame los tuyos ¿Te gustan los míos? Acaríciamelos.

Lentamente le desabrochó la blusa, para pasar las manos a su espalda y desabrochar el brassiere.

Con gracia lo aventó hacia atrás y le dijo bajito:

¡Que florecitas tan bonitas!

Y ya las dos los tenemos erectos, listos para ser chupados. Ven.

Se puso de pié y jaló a Ana para que hiciera lo mismo.

Frente a ella la tomó de las nalgas hasta pegar pezones con pezones y se empezó a mover al ritmo de la música de salsa del CD que yo había elegido, frotando sus grandes pechos contra los pequeños de Ana.

¡Que imagen tan erótica! Las dos desnudas de la cintura hacia arriba, con movimientos laterales espasmódicos, para frotarse los pezones, en un baile que parecía ser parte de algún rito de la isla de Lesbos.

Corrí hacia la cámara para centrar la imagen, ya que había estado enfocada al sofá.

Al terminar la pieza, Amira se recostó boca arriba en el sofá, jalando a Ana para que quedara sobre ella, siguiendo unidas por los pezones.

Alcance a oír a Ana decirle con voz ronca y entre suspiro y suspiro:

Yo no se que hacerte.

No te preocupes, mi reina, solo siente y déjate llevar.

No harás nada que no quieras.

Más adelante te diré lo que me gustaría que hicieras para que las dos gocemos al máximo.

Te prometo los mejores orgasmos que tendrás en tu vida. Y cuantos quieras.

Le acariciaba las nalgas sobre los pantalones y volteando hacia mí, me pidió con gracia:

Galán, cierra la bocota, sírvenos más vino y saca otro de tus magníficos churros, por favor.

Por poco me rompo el hocico en mis prisas por complacerla.

Coloqué la cámara nuevamente en el tripié. Le entregué lo pedido y al hacerlo no pude evitar acariciar una de sus tetas.

Después, galán, no hay prisa, ya llegará tu turno de participar.

Me senté frente a ellas para compartir el churro, con otra copa de vino.

Ana solo despegaba el hocico de uno de los pezones para darle una pitada al churro, mientras Amira trataba de destrabar el cinturón para bajarle los de mezclilla.

Yo, de plano les aplaudí, porque además del show, la falda de Amira ya estaba en el piso.

¡Que piernas tan sabrosas!, pero solo conseguí que Ana suspendiera sus succiones, acercando su húmeda boquita a una de las orejas de su nueva profesora, susurrándole algo que por mucho que traté, no alcancé a escuchar.

Con mi innata sagacidad deduje que, como lo había supuesto, Ana quería que las dejara solas.

Solo esperé a terminar el churro, para decirles con elegancia:

Bueno mamacitas, las dejo solas para que tú Ana, pierdas tus últimos pendejos prejuicios.

Las alcanzaré cuando ya estén en la cama de la recámara principal.

¿De acuerdo?

CONTINUARÁ