La esposa de mi jefe

Quería corresponder a su infidelidad poniéndole los cuernos y me escogió a mí. Aprendió cosas nuevas que disfrutó muchísimo.

LA ESPOSA DE MI JEFE. GUIÓN PARA UNA PELÍCULA XXX.

Por curiosidad, por ociosidad, y por morbosidad, busque relatos eróticos y después de leer varios, indignado, tomé la decisión de escribir uno, pero durante la escritura, decidí ampliarlo para convertirlo en un guión para una película XXX.

Mi indignación se debió a lo siguiente:

Las faltas de ortografía y la sintaxis, denotaban haber sido escritos por personas de muy escasa preparación, y sus exageraciones y mentiras agredieron mi inteligencia, o para ser más claro me hicieron encabronar.

Para empezar, asentaban que cualquier pene de menos de 19 cm. es punto menos que diminuto. Aun sin tener experiencia en ese sentido, ya que soy heterosexual, lo considero falso.

Y los sabores, por favor, como es posible que después de tener sexo anal y pasar al sexo oral, la combinación de heces fecales con semen, la describan como algo sabroso. Si el semen solo, considero difícil sea agradable, debido a su consistencia, y a no haber sido creado para saborearlo.

Pero basta de reclamos y entremos en materia.

Vivo en Ciudad de México, soy un hombre común, de 57 años, profesionista. Muy cachondo. Feo pero cariñoso y sin falsa modestia con buen sentido del humor y con amplia experiencia en relaciones hetero.

Soy casado, pero debido a mi temperamento, sigo teniendo aventuras extramaritales.

Pues bien, todo empezó debido a que años antes yo había sido jefe de Raúl, el esposo, y cuando me invitó a trabajar para él, traté de protegerlo hasta de si mismo, ya que es alcohólico, además de infiel y pendejo natural. No respeta ni a su esposa, ni a sus tres jijas, ni siquiera a su casa.

Lo anterior se tradujo en que mis opiniones eran bien recibidas, así que Ana, su esposa, acudía a mí, a pedir consejos para sus problemas maritales.

Un buen día en que Raúl andaba de viaje por negocios, me llamó Ana y me pidió –como otras tantas veces- la invitara a salir en la noche para comentarme sus problemas y pedir mi opinión.

Pasé por ella, quien al subirse a mi auto, me pidió que ésta vez la invitara a beber una copa, en vez del café acostumbrado.

Antes de proseguir con los acontecimientos, debo referirme al físico de Ana, es delgada, pelo negro, pechos pequeños, 32 años, no fea, pero tampoco bonita, si acaso, atractiva. Ama de casa y madre en tres ocasiones.

Aclaro que a mi me gustan las mujeres llenitas, tetas y culo grandes, tipo Rubens, pues, pero sin llegar a Botero. Para que haya de donde agarrarse.

Aunque ella no fuera de mi tipo, de Ana me atraían tres cosas: el color canela claro de su piel, la boca carnosa y sensual que movía de una manera particular como para besarla y mordisquearla 2 horas seguidas y su culito paradito.

Y desde luego el morbo de ser una casada insatisfecha y mal atendida.

Por lo anterior y como de pendejo no tengo nada, decidí aprovechar las pendejadas de su marido, y para hacerlo, la llevé al bar La Roca, donde se podía bailar música romántica, para con el pretexto del baile, arrimarle mis credenciales y calentarla.

Era el lugar preferido para mis conquistas, música suave en vivo, tragos bien servidos a precios razonables, poca luz y la concurrencia de puras parejas que iban a lo mismo que yo, tratar de pegar su chicle como dicen los intelectuales.

Pues bien, nos sentamos, pedimos tequilas, dobles, por indicación directa de ella al mesero y principiamos a beber y yo a oír las últimas pendejadas de su Raúl. Ella se sepultó alegremente 2 copas coñaqueras de la fuerte bebida, mientras me narraba sus desgracias:

Sigue siéndome infiel y ahora lo constaté, porque escuché una conversación entre él y una empleada que tiene en Tijuana. Lo que más me molestó fue que era la misma que me había obligado a alojar en MI casa. Me siento traicionada y usada.

Y con su problema de bebida, hace 14 meses que no me toca.

Ándale, pensé, el cabrón de Raulito compró boleto para cornudo. Y ella está bebiendo como naufraga para darse valor a ponerle los cuernos.

¿Porque meterme con la esposa de mi jefe, arriesgando mi empleo?, se preguntarán con razón.

Muy sencillo, porque ya estaba pensando con la cabeza del sur, no con el cerebro.

Con estos pensamientos, mi amigo el cabezón despertó y parecía que quería salir de su guarida, para ver donde, con un poco de suerte, podría divertirse de lo lindo. Yo, con buen tino, solo abrí el hocico para decir:

¿Bailamos?

Yo no se bailar.

Todos sabemos hacerlo. Tú solamente déjate llevar y sentirás lo sabroso es.

Al llegar a la pequeña pista, solo abrí los brazos para que ella marcara la distancia al bailar.

Sin titubear me jaló hasta juntar nuestros cuerpos.

Bailamos una pieza completa sin que yo la apretara, aunque mi amigo, ya listo para la acción, varias veces le hizo notar su tamaño y su dureza.

Su pelo olía a frutas y el resto de ella a un perfume fino de aroma floral.

Al empezar la segunda pieza, apoyé mi cara en la suya y acerqué mi hocico a su oreja izquierda para decirle muy suave y cachondo:

¡Que rico hueles y que sabroso bailas!

Con el calor de mi aliento en su orejita, se estremeció y gimió suavemente.

Así que, sintiéndome ya autorizado, le empecé a meter la lengua en la oreja, a la par que bajaba mi mano izquierda hasta el principio de sus nalgas paraditas y la jalé hacia mi amigo para que éste le presentara sus credenciales en toda so longitud.

¡Que maravilla! Sentí sus muslos pegados a los míos y mi inteligente amigo se acomodó perfectamente en el vértice de sus piernas. Gimió audiblemente al sentirlo, así que le mordisquee el lóbulo de la oreja.

Ya entrado en gastos, la besé en la comisura de la boca, para certificar que lo aceptaba, como fue así, me aferré de su sabrosa boca, separando sus labios con mi lengua.

Se me prendió como becerro de año mientras nuestras lenguas se acariciaban y nuestras pelvis se frotaban sin disimulo, como queriendo sacarle brilla a nuestra ropa.

Tuve que separarme un poco, porque con mi calentura amenazaba con almidonar los calzones y desperdiciar un valioso disparo. A mi edad hay que saber administrarse.

Cuando en el beso para mordí suavemente su carnoso labio inferior, me susurró con urgencia:

Llévame a un motel. Necesito que me hagas sentir mujer, haciéndome el amor con fuerza y cariño.

Vamonos.

La llevé a un motel viejo que había sido muy bien remodelado, ubicado en una calle cercana al bar, que ofrecía suites a buen precio, en donde hasta calendario me regalaban por ser cliente asiduo y distinguido.

Al guardar el auto y correr la cortina, Ana se bajó apresuradamente y entró a la habitación, mientras yo sacaba de la cajuela lo que yo llamaba" mí caja de Pandora", que era una maleta de lona para deportistas, con TODAS las cosas necesarias para ayudarme a hacer feliz a cualquier mujer, y un poco más.

Al entrar al cuarto vi que estaba sentada en el sofá, los ojos cerrados y ya sin zapatos, con las desnudas piernas cómodamente apoyadas sobre la pequeña mesa de centro.

Hurgué dentro de la maleta, sacando una botella de buen Tequila y dos pequeños vasos de plástico.

Serví dos generosas porciones del elixir, recomendándole al entregarle el suyo:

Vete con calma, no te emborraches para que disfrutemos a plenitud todo lo que haremos para gozar el uno del otro.

Me senté junto a ella y brindamos, la tome del pelo jalando su cabeza suavemente hacia atrás, besando su cuello y acariciando sus pantorrillas recién depiladas.

Ella empezó a respirar fuerte por la excitación e hizo el intento de bajar el cierre de su vestido. La frené diciéndole;

Bañémonos juntos. Quiero estar limpio para ti.

No puedo, me da pena, mejor báñate tu primero y yo descanso un poco.

De acuerdo, pero no te desvistas, por favor, no me quites el placer de hacerlo yo.

Recuerda que para hacer el amor, lo único que no se vale es tener prisa.

Me desvestí en el baño, acompañado con mi maleta, me di un rápido regaderazo, me perfumé con loción y tomé una pastilla de eucalipto para refrescar mi aliento, ya que fumo mucho.

Salí envuelto castamente con la toalla en la cintura, aunque ésta se levantaba cual carpa de circo, porque mi amigo estaba más que listo para el combate.

Le di la mano para que se pusiera en pié y muy lentamente acaricie sobre la ropa todo su cuerpo.

Sentí como temblaba entre el miedo y la excitación. Le bajé el cierre y fui deslizando hacia abajo el vestido, muy despacio, besando y lamiendo la piel que iba quedando al descubierto. Traía un brassiere blanco y anodino, igual que sus pantaletas.

Que ropa interior tan poco sexy, será lo primero que te regale para que lo uses la próxima vez.

¿Te gustan los ligueros? Odio las pantimedias por asexuales.

Todavía no había ni visto mi arma y ya estaba yo tratando de asegurar el siguiente acostón.

Al quedar solo con la ropa interior, se atrevió a meter la mano bajo la toalla y tomó firmemente a mí

querido y eficiente amigo. Abrió mucho los ojos y dijo con deleite:

Eres grande.

Se hace lo que se puede –le contesté con cinismo.

Debo aclarar que no sé, ni me interesa, ni el largo, ni el diámetro de mi instrumento, aunque anteriores compañeritas de juegos han quedado encantadas con él y me lo han expresado. Modestia aparte.

Ya desinhibida iba a bajar la cabeza para besarla o lamerla, no supe, pero la detuve diciéndole:

Vete a bañar. Permíteme llevar la batuta para darnos más placer. Con la aclaración de que solo haremos lo que tú estés dispuesta a aprender.

Y digo aprender, porque estoy seguro que solo has cogido con tu marido. Y el muy pendejo, no lo ha hecho mas que bajo las cobijas, en la posición del misionero y sin excitarte antes de treparse sobre ti. Y viniéndose rápidamente, sin preocuparse de tu placer.

¿Cómo lo sabes?

Es típico del macho mexicano, que cree que la esposa está solo para servirlo.

Ves éstas canas, pues no son de ganas, cada una tiene su historia, que me han dado experiencia para satisfacer plenamente a cualquier mujer. Que mamón sonó, pensé.

La cubrí con la toalla, respetando su pudor. Tomé de mi maleta un frasco y una caja de pañuelos desechables y esperé su regreso acostadote, paladeando lentamente mi tequila y fumando uno de mis interminables cigarros.

15 minutos después, salió oliendo a jabón chiquito, púdicamente cubierta con la toalla. La tomé de la mano y la conduje a la cama, acostándola boca abajo.

Te voy a dar un masaje relajante con un aceite de mi invención,. Está hecho con aceite de almendras dulces, esencia de rosas y un toque de aceite de eucalipto, para darle sabor al lamerlo.

Cierra los ojos y disfruta.

Con toda calma descubrí su espalda, empecé un suave masaje en su cuello y sus hombros, bajando por su espalda y sus costados, mientras ella ronroneaba como gata,

Eres un estuche de monerías ¿Dónde aprendiste a dar masajes?

Me enseñó una amiga que me resultó lesbiana.

Te voy a pedir un favor, como nadie te puede oír y por primera vez no hay niños que te puedan escuchar, déjame OÍR lo que sientes. No te reprimas.

Y por fin llegó el momento de ver sus nalguitas. De un tirón retiré la toalla y como travesura deje escapar un hilo del aceite en el nacimiento de la rajadura de sus nalgas y la gravedad hizo el resto. Después de amasar con deleite los dos firmes montículos, los separé suavemente dejando a la vista su lindo y deseado culito.

Con mi dedo medio acaricié en círculos el lampiño agujerito, impregnándolo de aceite, para después introducir solo la punta del mi dedo y masajear las paredes de la, por mi, tan deseada entrada. Al sentir mi dedo adentro pegó un respingo y me dijo airadamente:

Por ahí no, es sucio,

Cállate, cierra los ojos y concéntrate en lo que sientes. Solo es la puntita, nada más,

Al propósito ¿Sabes cuales son las tres mentiras del mexicano?

No.

Pues deberlas. Son: 1) Nos tomamos ésta y nos vamos 2) Nos vemos mañana a las 8.00 AM Y 3) La puntita nada más.

Soltó una carcajada, cerró los ojos y aceptó mi sugerencia, así que continúe con mi masaje a la entrada de su culito. Emitió un suspiro audible, señal de que lo disfrutaba. Al notarlo, le pregunté:

¿Lo has hecho por atrás?

Por supuesto que no, eso solo lo hacen las putas y las golfas.

Llamó mi atención el uso de la palabra altisonante, interpretándolo como una especie de disposición a quitarse sus tabúes, pero para confirmarlo seguí con mis preguntas:

¿Qué otras cosas solo hacen las putas y las golfas? ¿Las esposas no deben coger en varias posiciones?

¿Acaso las esposas no deben gozar como las golfas?

Guardó silencio, ya que no supo que contestarme y para rematar le dije:

Pues te has perdido de la mitad de la diversión y me refiero a disfrutar con el culito.

Seguí con mi masaje a lo largo de sus piernas, evitando tocar sus vellos púbicos, porque para mí, aún no era tiempo.

Al llegar a sus pies y masajearlos, recuperó el habla diciéndome:

¡Que rico y que erótico! No sabía que hasta los pies son eróticos. Y lo que te falta, mamacita, pensé.

He olvidado mencionar que tenía un poco de grasita en la cintura, cosa que me gusta, no me pregunten por qué.

Además a pesar de ser delgada era más caderona de lo que se veía vestida.

Estos dos atributos, incrementaron mi deseo de gozar su culito virgen.

Le pedí se volteara boca arriba, lo hizo sin vergüenza, excitada ya y deseosa de más sensaciones.

Como mencioné sus senos eran pequeños, pero la falta de volumen quedaba compensada con sus pezones.

Dos flores preciosas, de tamaño medio, que parecían chupones para adulto.

Los tenía erectos pero aún así no eran como la mayoría de los que yo había saboreado, que al endurecerse se contraen y se arrugan. Su erección solo endurecía el botoncito central y la aureola quedaba tersa, increíblemente suave, de un tono café.

Su vello púbico no estaba arreglado, es decir no tenía forma ya que algunos de los pelos eran notablemente más largos que otros.

Era como esperaba que fuera, porque ¿que esposa se toma la molestia de arreglarse el pubis, si el pendejo del marido, no le da importancia, o ni lo ve?

Perfecto, pensé, se lo arreglaré más adelante, y me servirá como receso.

Para seguir con el masaje, levante sus brazos arriba de su cabeza, viendo con agrado que sus axilas estaban recién rasuradas. Le apliqué aceite en ambas y hundí mi cabeza en una de ellas, lamiéndola y besándola.

Al principio sintió cosquillas y quiso bajar los brazos, pero no se lo permití.

Con mis lamidas en ésa zona tan sensible y tan olvidada por las caricias, empezó a gemir fuertemente, a la par que abría las piernas y movía las caderas hacia los lados.

Dediqué un buen rato a succionar sus pezones, mordisqueando suavemente sus botoncitos erectos, mientras Ana apretaba mi cabeza contra ellos gruñendo de placer.

Seguí besando hacia el premio mayor, pero al llegar al ombligo y hurgarlo con mi lengua, bruscamente me separé acostándome, encendí un cigarro y le di un besito a mi tequila.

Ella agarró a mi ya durísimo amigo, y acariciándolo me dijo:

Que belleza, que tamaño y que bonitos colores, la cabeza rosa y el tronco blanco (Raúl es color de llanta). Ya métemela. Necesito sentirte dentro de mí,

No, hasta que me regales un orgasmo. No hay prisa y así disfrutaremos más.

No la dejé muy convencida, pero seguí fumando y disfrutando mi trago. Ella puso su pierna sobre mí y pegó su almejita a mi costado, frotándose contra él y gimiendo con fuerza.

¿Sabes que los hombres tenemos tan sensibles las tetillas como ustedes los pezones?

Con éste oportuno y sabio comentario, se dedicó a chupar mis tetillas. Y yo hasta bizco hacía por el placer. Apagué el cigarro y seguí con mis lamidas, desde donde me había quedado hacia abajo, su centro del placer. Lamí ligeramente su clítoris y le pregunté:

¿Te gustaría un 69?

Tomaré tu silencio como un SI. Pero ten cuidado con los dientes.

Para enseñarle a chuparla, le di de lengüetazos a uno de sus dedos, lo introduje en mi boca succionándolo como si quisiera sacarle el tuétano y pasé la lengua por el extremo, haciendo énfasis en la parte posterior de la cabeza.

Me coloque en la posición adecuada y me prendí de su clítoris, notando con placer que había entendido perfectamente mi enseñanza. O que ya sabía.

Me estaba dando una mamada de antología, así que empecé a mordisquear muy levemente su clítoris.

Comenzó a estremecerse y a emitir jadeos de placer y exclamaciones a cual más de soez, a la par que levantaba las caderas para apretarlas contra mi hocico.

Y ¡Oh maravilla! Gritó fuertemente y entre sacudidas, empezó un largísimo orgasmo. No dejé de mamar hasta que terminó.

En cuanto lo hizo me levanté rápidamente, porque estaba a punto de venirme. Le di un húmedo beso en la boca, aclarándole:

Para que pruebes lo rico que sabes.

Ahora tú me vas a coger a mí.

Me puse un condón. No fuera siendo que Raulito tuviera un hijo blanco, güero, inteligente y simpático.

Me acosté boca arriba ordenándole:

Cabálgame.

Era una buena alumna. Se arrodilló con las piernas a mis costados y tomando con cariño a mi buen amigo, lo colocó en posición y muy lentamente fue introduciéndoselo entre gemidos, gruñidos y exclamaciones.

¡Que buena verga! Las que dicen que el tamaño no importa, están pendejas.

Se acostó sobre mí, sin dejar de moverse hacia arriba y abajo. Se prendió de mi boca y mientras acariciaba mis güevos, me decía:

Cógeme papacito, ya vente. Méteme toda tu vergota y muévete como si supieras coger sabroso.

Me encantó que usara su sentido del humor. Coger no tiene que ser solemne, hay que hacerlo divertido, amén de cachondo y satisfactorio para ambos contendientes.

Pero el astuto de mí, por fin la tenía como quería, con su culito expuesto y vulnerable.

La abrace con el brazo izquierdo, mientras con el derecho tomé el vibrador lubricado que había escondido tras la lámpara del buró.

Le separé sus hermosas nalguitas y lo coloqué en la entrada de su culito.

Muy despacio se lo fui introduciendo, muy poco a poco, haciendo movimientos circulares para distenderlo.

Cuando ya lo tenía todo adentro, lo puse a vibrar y poco después me regaló su segundo orgasmo entre exclamaciones de asombro y placer.

Debo aclarar que era el vibrador clásico, no muy grueso y con la punta afilada pero redondeada.

Se quedó sobre mí, derrengada. Trabajosamente salí de debajo de ella.

Tomé el tarro de lubricante y generosamente me lo apliqué generosamente hasta la raíz en el de hacer gente.

Me coloqué parado a la orilla del pié de la cama e inclinándome, la jalé de las caderas levantándola hasta ponerla en veinte uñas, diciéndole:

Ahora me toca venirme yo, relájate y déjalo entrar.

¡Me va a doler mucho, la tienes muy gruesa!

Tu chiquito no es tan chiquito,, ponme atención, ya verás o más bien sentirás, que mi amigo no es tan grueso. Solo se trata de que le pierdas el respeto.

Tú controlarás la entrada. Te separas las nalgas, te meto la puntita nada más y no me

me muevo, tú te lo metes. Cuando te duela, no te muevas hasta que pase la molestia.

Si cuando te haya entrado la mitad, no te gusta, lo saco y tan amigos como siempre

¿De acuerdo?

Así si baila la niña con el señor, como decían los antiguos. Sabia reflexión, pensé.

Y empezamos.

Al meterle la cabeza, soltó un largo aullido, pero aguantó. Se quedó inmóvil dos largísimos minutos, y ¡Oh maravilla! Siguió con las obscenidades:

¡Que verga! Y que rico es coger por el culo.

Tan tímidas ni me gustan, pensé.

Tuve que contener la risa. Ahí estaba, el ama de casa, recatada esposa y madre de tres, tan correcta, hablando como callejera y disfrutando como loca lo que antes consideraba una cochinada.

Por mi parte, hasta puse los ojos en blanco, sentí como si lo estuviera metiendo en una funda, cálida, húmeda y palpitante.

Milímetro a milímetro, se lo fue metiendo ella solita, cuando choqué contra sus nalgas, supe que lo tenía toda adentro, confirmado por sus exclamaciones de placer.

Entonces le indiqué, entre gruñido y gruñido, que cuando le dijera que me iba a venir, acariciara con cariño mis gemelos.

Comencé el tradicional mete y saca, pero se lo sacaba todo, para volver a sepultárselo hasta la raíz.

Me vine sintiendo que escupía hasta los dientes.

Quedamos unidos durante un rato, yo acostado sobre ella, recuperando el aliento.

Cuando prendí mi obligado cigarro para tomarnos un descanso, Ana me dijo:

Me voy a bañar.

¿Qué te parece que ahora que ya nos conocemos, nos bañemos juntos?

Me parece perfecto. Tú me enjabonas y yo a ti.

Salimos encuerados, ya sin toalla, aunque yo traía una sobre el hombro.

Te voy arreglar el pubis. Te lo voy a dejar precioso, en forma de corazón.

Estás loco. ¿Que le digo a Raúl si me lo llega a ver?

Te encabronas y con desprecio le dices que tú te lo hiciste para ver si con eso, se le para contigo. Hasta va a agachar las orejas, el muy cabrón.

Extendí la toalla sobre la cama, la acosté sobre ella y saqué de mi caja de Pandora, crema de rasurar, un rastrillo desechable y unas tijeras de peluquero.

Empecé mi labor recortando con las tijeras la mata de tupidos pelos en forma de colita de oso de peluche y seguí con el rastrillo, para darle forma de corazón. Como era mi quinta obra de arte, me quedaron de pelos, los pelos.

En la operación rocé intencionalmente varias veces su clítoris, por lo cual ya estaba excitada otra vez. Y yo también, mis gemelos ya habían recargado.

Saqué un cepillo de dientes eléctrico desechable, lo liberé de su envoltura y mojando las suaves cerdas con mi aceite mágico, procedí a aplicarlo suavemente sobre su clítoris.

Comenzó a moverse como caracol en sal y con sus quejidos y pujidos me hizo saber que lo disfrutaba mucho.

Estuvimos así un rato, hasta que sentí que estaba al borde de otro orgasmo.

Me levanté y la jalé hasta una silla. Coloqué una almohada sobre ella me puse un condón y le ordené:

Súbete como si fuera un caballito de la feria.

Ésta posición me gusta porque en ella todo te queda cerca, además de que la penetración es muy profunda. Y pocas o ninguna señora la practican.

Entre suspiros se lo acomodó y de golpe se sentó sobre él hasta la raíz y cual experimentada amazona, empezó una carrera a todo galope, mientras yo succionaba sus lindos pezones, bien agarrado de sus sabrosas nalgas.

Solté un relincho y se rió. Un buen rato después, entre pujidos y suspiros me avisó:

¡Me voy a venir otra vez!

La besé mordiéndola, metiéndole la lengua hasta la garganta y un dedo en su culito. Nos vaciamos juntos y por poco me tira de la silla a la par que gritaba como posesa.

Me rindo. Ya no puedo más, estoy agotada y me duele el culo.

Ahora te quito el dolor.

Ni que fueras mago.

Acuéstate boca abajo y sepárate las nalgas,

Saqué de mi bien provista maleta un spray de Xilocaína, si, lo que usan los dientólogos para insensibilizar las encías, le rocié generosamente el hoyito y recogí todos mis accesorios, acomodándolos en mi maravillosa Caja de Pandora.

Me acosté a descansar y a fumarme el cigarro de de despedida,

Ana se acostó a mi lado y empezamos un interesante diálogo:

Pues si que eres mago, pérfido. Ya no siento mi culo.

¿A dónde aprendiste tanto? ¿Con quien?

¿Qué pasó con el respetillo? ¿Cómo que pérfido?

Aprendí en el camino de la vida, le aclaré con toda cursilería.

¿Qué fue lo que más disfrutaste?

Además de tu verga, tu sentido del humor. Pero todo me gustó.

Nunca había tenido tres orgasmos seguidos. Y nunca pensé que pudieran ser tan intensos.

Recuerda que el orgasmo es de quien lo trabaja.

¿Nos vemos mañana? Raúl regresa hasta dentro de tres días.

No mamacita, no puedo volver a llegar tarde a mi casa hasta dentro de una semana.

Además el tacaño de tu marido no me paga suficiente, como para irme de juerga cada semana.

Yo invito.

Ni que fuera padrote. Yo estoy acostumbrado a que una dama, nunca, nunca, debe pagar.

¿Así que te gustó mi Sara?

¿Cual Sara?

La que no tiene patas, pero se para.

Te voy a vestir, pero no olvides comprar ropa interior cachonda, además de un liguero y medias negras de tejido de red.

Te lo prometo. Pero ¿No que era lo primero que me ibas a regalar?

Que se chingue Raulito con el gasto. Se lo merece por pendejo y por cabrón.

Mejor te regalo otra cosa.

Gracias por tus orgasmos y tu capacidad de sentir y dar placer. ¿Te das cuenta de que la forma de tu cuerpo es secundaria? Debes de enorgullecerte de ser tan cachonda.

Para que te quede claro, me he cogido a varias mujeres con cuerpos casi perfectos y ninguna de ellas me dio tanto placer como tú lo acabas de hacer.

Vámonos.

Entonces ¿Cuándo lo repetimos?

Yo te aviso.

MADURO CACHONDO

Junio 14’006