La espía que me amó IV
Finaliza la misión de la agente Santander.
Me zambullí en la piscina. El contraste del agua fresca contra el calor de mi piel me provocó que se me pusiera carne de gallina. Recorrí varios metros bajo el agua aprovechando el impulso obtenido. Emergí del agua y nadé a braza hasta el bordillo opuesto. Apoyada sobre él, me retire el pelo mojado de la cara y la observé.
Recostada en una tumbona, su cuerpo moreno recibía los rayos de sol de la inmejorable mañana. Se notaban perlas de sudor por su piel. Sus ojos estaban cerrados y tenía una sonrisa en la boca.
Salí de la piscina y me acerqué a ella. Notaba la agradable sensación del agua de mi piel evaporarse al ser calentada por el sol. Caminé descalza hasta situarme junto a ella.
No me hagas sombra, anda – me dijo sin abrir los ojos y sin perder la sonrisa.
No quiero que te quemes – respondí.
Pues dame crema – me pidió.
Cogí el bote que tenía junto a la tumbona y eché un chorro entre sus pechos desnudos y en el abdomen. Coloqué mi mano en su vientre y extendí la crema con un movimiento suave y cariñoso. Cubrí cada centímetro de piel antes de dirigir mi mano a su canalillo. Sus tetas, libres y sin ataduras, se veían irresistibles. Ligeramente caídas a los lados por su tamaño comencé a masajearlas untándolas con la crema protectora. Sus pezones recibieron gustosos las caricias y se activaron apuntando al cielo. Eran grandes y apetitosos y coronaban unas areolas medianas y marrones.
Sin abrir los ojos ni perder la sonrisa de la cara suspiraba con satisfacción debido a mi masaje. Me senté a horcajadas sobre ella, la braga de mi bikini todavía mojada humedeció la tela de la suya. Me incliné y mis grandes tetas colgaron provocando que las gotas de agua se deslizaran hasta los pezones y cayeran desde ellos como si fueran las gotas de una estalactita. Finalmente me atreví a besarla, su boca recibiendo la mía con pasión, nuestras lenguas juntándose y jugando mientras mis tetas se aplastaban contra las suyas.
Perdí la noción del tiempo mientras la besaba, mientras sentía sus pezones rozándose contra los míos. Pese a las sirenas que se escuchaban de fondo todo era paz y tranquilidad. Acabamos tumbadas sobre el césped, las bragas de bikini desaparecidas y nuestras piernas entrelazadas. Su coño era perfecto, un triángulo de pelo claro recortado señalaba una rajita apetitosa que comenzaba a abrirse. Acerqué el mío y sentí cómo nuestros labios se pegaban, nuestros centros de placer rozándose mientras escuchaba un rasgueo de guitarra que estaba segura que debía reconocerlo pero era incapaz de ubicarlo.
Nuestras tetas botaban y se movían en todas las direcciones mientras hacíamos la tijera. No podía dejar de mirarla, era preciosa. Su cuerpo moreno frotándose contra el mío. Ella mantenía los ojos cerrados y esa sonrisa tranquila en su rostro. Mi sensación de placer era cada vez más intensa. Me encanta sentir el coño de otra mujer rozarse con el mío pero el suyo era especial, se complementaba como ninguno.
Estaba a punto de llegar al orgasmo, cada vez nos frotábamos más fuerte mientras me entraban unas ganas tremendas de hacer una barbacoa. No tenía hambre, quería seguir follando con ella, que no se acabara nunca, que sus tetas nunca dejaran de botar por mi culpa mientras miraba sus ojos cerrados y esa sonrisa infinita. Pero me apetecía una barbacoa.
Me desperté mientras Georgie Dann cantaba su famoso estribillo. Me costó reaccionar y tardé en ubicarme. Había estado soñando con ella, hacía mucho desde la última vez. Abrí los ojos con esfuerzo. Me encontraba en un cuarto cerrado y sentía el cuerpo entumecido. Los recuerdos volvieron a mi mente, me habían capturado cuando trataba de acceder a la base secreta de Allegri.
- Sevilla, puedes cortar ya la música de Georgie Dann – dije en voz baja.
- ¡Santander! ¡Por fin has despertado! ¿Estás bien? – preguntó preocupado mi compañero.
- Creo que sí, un poco aturdida. Por cierto, ¿no podías poner otra cosa para despertarme? – reclamé.
- ¿Crees que empezado poniendo La Barbacoa? Llevo un rato poniéndote sirenas y alarmas, hasta la música de tu agente secreto favorito. Georgie Dann ya ha sido por desesperación – se justificó Sevilla.
- ¿Cuánto tiempo llevo desmayada? ¿Sabes qué ha pasado? Creo que me han aturdido con un táser o algo así.
- Habrán pasado tres cuartos de hora – me informó. – Por suerte he podido ver y escuchar todo. Tras atacarte te metieron en la cabaña de madera. Había un ascensor camuflado que te ha llevado hasta la base. Te han encerrado directamente en esta sala pero por lo que han comentado Allegri está en mitad de un experimento y no podían informarle.
- Entendido – contesté.
Probé mi cuerpo al levantarme de la cama donde había estado tumbada. Me notaba dolorida pero podía caminar. Parecía que me encontraba en una especie de celda. Aparte del colchón donde me había despertado había un inodoro y un pequeño lavabo. La habitación era pequeña y no tenía ventanas. Me dirigí a la puerta y traté de abrirla. Como me imaginaba estaba cerrada.
Apoyé la oreja contra la puerta y traté de escuchar si había movimiento al otro lado. No se oía nada por lo que decidí arriesgarme. Metí la mano por el escote de la camiseta de tirantes y la puse entre las tetas apretando la tela del sujetador que une las dos copas. Saqué el rectángulo de metal que se hallaba ahí escondido y lo pegué sobre la cerradura de la puerta. Me alejé hasta la otra punta del habitáculo esperando a que el dispositivo se activara. Se puso al rojo vivo y en unos segundos había fundido la zona inferior al pomo. Con cuidado abrí la puerta y comprobé que efectivamente no había nadie en la zona.
Recorrí los pasillos de la base atenta a ruidos que revelaran la presencia de alguien pero estaba todo silencioso. No parecía demasiado grande, junto a la habitación en la que me había despertado encontré otro par de salas parecidas y otras que parecían almacenes. Únicamente inspeccioné aquellas que estaban abiertas ya que no me atrevía a abrir puertas y encontrarme a alguien al otro lado. Subí unas escaleras y accedí a una habitación que tenía unas grandes cristaleras.
Esta habitación era como una gran balconada que permitía observar la sala que estaba debajo. En ella había una mujer en una silla, conectada a varios aparatos y con una pantalla de televisión enfrente. A un lado había otras dos personas, Allegri y la doctora Muñoz.
- Parece que los hemos encontrado – dije en voz baja. – ¿Sevilla, puedes identificar a la mujer de la silla?
- Estoy ampliando la imagen. Dame un momento – respondió mi compañero.
La habitación en la que me encontraba tenía un panel de control. Pulsé el botón que tenía marcado un símbolo de altavoz y comencé a escuchar la conversación que tenían en el laboratorio inferior.
Estaba segura de que esta vez funcionaría – dijo la doctora Muñoz.
Natalia, apenas he acudido a mi fiesta por estar durante el experimento, y he dejado a dos mujeres preciosas porque me aseguraste que hoy iba a funcionar – se quejó Allegri.
¡Por favor! – gritó la mujer que estaba en la silla. – ¡Despierta de una vez, Leo! ¡Esta mujer es una farsante!
- Ya lo tengo, Santander. Se trata de Virginia Santamaría. Hay una denuncia por desaparición desde hace dos semanas – me informó mi compañero.
- ¡No lo es! – exclamó Allegri. – Hoy he vuelto a comprobar que sus métodos de implantar ideas funcionan. Estaba con dos mujeres que no se conocían y que claramente peleaban por mí y solo con pensar en un trío mientras las tocaba con el anillo que ha fabricado Natalia han empezado a tener sexo entre ellas.
- ¿En serio se cree esa estupidez? – preguntó asombrado mi compañero. – Que es evidente que habéis follado para acercaros a él.
Leo por favor – suplicó Virginia. – ¿No eres consciente de lo influyente que eres? Esas mujeres habrán estado dispuestas a hacer cualquier cosa con tal de estar contigo.
Tú no lo has visto – contradijo Allegri. – Ha sido inmediato. Tocarlas y empezar a besarse. Sin decir nada. Sin pedirlo. ¿De verdad crees que dos mujeres van a enrollarse entre ellas así sin más solo por mi carisma?
- No me lo puedo creer. Este tío prefiere creerse cualquier cosa antes que algo razonable. ¿Cómo puede pensar que su influencia no es suficiente? – comentó sorprendido Sevilla. Es cierto que había comenzado todo muy rápido con Joanna besándome pero en ningún momento me sentí manipulada. Aunque Toledo dijo que según las teorías no se podía diferenciar la idea implantada de la propia. ¿Era posible que no fuera idea nuestra el follarnos?
Leo, ¿has visto alguna vez a Natalia usar el anillo? – insistió Virginia. – Si tan efectivo es que lo use conmigo y consiga lo que quiere.
Calla, Virginia – la interrumpió la doctora Muñoz. – Lo único que intentas es crear conflicto entre nosotros. Además, si usara el anillo contigo ya no podría probar la técnica a distancia. Te necesitamos sin alterar.
Estás loca, Natalia. Por mucho que me apuntes con el trasto ese no vas a conseguir que mágicamente te ame.
No es magia, es ciencia – corrigió la doctora Muñoz.
Mientras discutían entró una mujer al laboratorio. Se acercó a Allegri y le contó algo en voz baja que no detectaron los micrófonos de la habitación.
- Parece que alguien estaba rondando por este laboratorio – le dijo Allegri a la doctora Muñoz. – Puede que tengamos a otra para las pruebas.
- Mira, esa es la que te dio la descarga – me informó Sevilla.
Allegri acompañó a la mujer de seguridad dejando solas a Virginia y a la doctora Muñoz. Decidí que no iba a tener mejor oportunidad que esa y salí de la habitación de vigilancia. Bajé las escaleras y entré por una de las puertas que antes no me había atrevido a abrir. Me encontraba en uno de los laterales del laboratorio, por el mismo sitio por el que antes había accedido la mujer de seguridad.
El millonario y la mujer no tardarían en descubrir que me había escapado por lo que no tenía mucho tiempo antes de que comenzaran a buscarme. Aproveché que la doctora Muñoz estaba de espaldas trabajando en su equipo para acercarme sigilosamente a Virginia. Me llevé el dedo a la boca indicándole que no hiciera ruido cuando me vio que iba hacia ella.
Tranquila, vengo a sacarte de aquí – le dije en voz baja mientras le quitaba los aparatos que tenía conectados e intentaba soltar lo que la retenía.
Gracias – susurró.
Las ataduras no eran demasiado fuertes, lo suficiente para sujetarla a la silla sin que pudiera soltarse ella sola. Le desanudé las dos manos y estaba terminando con las piernas cuando escuché un grito.
¡Eh! ¿Quién eres tú? – exclamó la doctora Muñoz al verme.
Hola Natalia, ¿ya me has olvidado? – le contesté incorporándome.
¿Miranda? No puede ser, ¿qué haces aquí?
Te echaba de menos – le dije mientras me acercaba a ella.
No, no. Esto no puede estar pasando – empezó a hablar frenéticamente. – ¿Eres policía? ¡¿Me usaste?!
Lo siento, necesitaba información. ¿Qué demonios es todo esto? – pregunté señalando a Virginia atada y el equipo.
No, no. Siempre lo mismo. Todas me usáis y me abandonáis. Ninguna me aprecia por lo que soy.
Calma, Natalia – dije en tono conciliador. – Tienes aquí a una persona inocente secuestrada y aparentemente has estado experimentando con ella. Colabora, es lo mejor que puedes hacer.
¡Ja! ¿Inocente? – exclamó indignada. – Esta zorra me dejó por otra. Me destrozó. Pero por fin conseguiré lo que quiero. Llevo años investigando cómo conseguir que la gente piense lo que yo quiera y gracias a Allegri estoy muy cerca. Conseguiré que vuelvas a amarme, Virginia. Y entonces podré hacer contigo lo que quiera.
¡Eso jamás va a pasar! – gritó su antigua novia.
Mientras discutíamos me había acercado poco a poco a la doctora Muñoz sin que se diera cuenta. Sin embargo, alterada y llena de odio de pronto se abalanzó contra mí. Intentó pegarme un puñetazo pero se lo detuve con facilidad. Después probó con un rodillazo pero estaba claro que Natalia no era alguien que se peleara normalmente. Mis reflejos entrenados se impusieron y con un giro de mi cuerpo hice que la doctora cayera con estrépito al suelo. La levanté mientras le apretaba un brazo contra la espalda para que no se moviera.
Virginia había aprovechado para soltarse por completo de la silla y se había levantado. No podía estar pendiente de la doctora por si volvían Allegri y la mujer de seguridad por lo que decidimos sentarla y atarla con las ligaduras que hasta hace unos instantes habían retenido a su antigua amante. Íbamos a irnos cuando Virginia se dirigió al equipo de la doctora, encendiéndolo.
¿Qué haces? – pregunté. – No perdamos tiempo y marchémonos.
No sabes cuánto tiempo llevo atada a esa silla mientras Natalia usaba este aparato – me contestó. – Sé que no funciona pero es muy molesto. Quiero que pruebe su propia medicina.
¡No lo hagas! – pidió la doctora Muñoz. – En manos inexpertas puede ser peligroso.
Las teorías de manipulación mental e implantación de ideas son una tontería y no deben tomarse en serio – dijo Virginia usando un micrófono asociado al aparato. – Ya no amas a Virginia Santamaría y te vas a olvidar de ella para siempre.
La pantalla de televisión se encendió y se mostraron una serie de patrones de colores mientras las palabras de Virginia se repetían una y otra vez. Al principio tal cual las había pronunciado y después en algo que solo podía describirse como ruido estático. La doctora Muñoz se había quedado absorta mirando la pantalla.
Nos marchábamos del laboratorio cuando empecé a escuchar ruidos por los pasillos de la base.
- Parece que la caballería ha llegado – dijo la voz de mi oído.
- ¿Has llamado a alguien? – pregunté.
- En el momento en el que te aturdieron hablé con Toledo y cuando vimos que había una persona secuestrada dio luz verde a que entraran los equipos de la agente Mérida y el agente Zamora.
- Gracias, Sevilla – dije con sinceridad.
- Eh, para eso estoy siempre mirando – contestó sin darle importancia.
¿Hablas con alguien? – preguntó Virginia.
Con mi compañero. Han llegado los refuerzos – expliqué.
Gracias por salvarme – me dijo acercándose y dándome un beso en los labios.
- Vaya, vaya, completas la misión y te llevas a la chica. Parece una película – dijo con sorna mi compañero.
- Un día más en la oficina – contesté a los dos a la vez.
Los equipos de Mérida y Zamora no tuvieron ninguna complicación en tomar el control de la base. La única seguridad que había era la mujer que me había electrocutado y el hombre que me había dado el alto. Aparentemente Allegri quería que fuera tan secreto que utilizó el mínimo personal posible.
El millonario había declarado ignorancia cuando fue interrogado. Toledo nos explicó que echó todas las culpas a la doctora Muñoz y que él pensaba que Virginia era una voluntaria. Sorprendentemente la doctora había renunciado a sus teorías y firmó una declaración en la que aseguraba que su único objetivo era aprovecharse de la credulidad de Allegri y sacarle todo el dinero o influencia posible y que se vio obligada a realizar los experimentos por insistencia del millonario. Sevilla está convencido de que únicamente lo dice para salvarse el pellejo pero a veces no puedo evitar pensar si Virginia consiguió implantarle una idea al ponerla en esa silla.
El escándalo del secuestro acabó saliendo a la luz y aunque es uno más en la trayectoria de Allegri, por primera vez no se muestra tan seguro de sí mismo y no es probable que recupere a la opinión pública que hasta ahora le había reído todas las gracias. Él millonario insiste en que la culpa es nuestra porque le quitamos el anillo, es una prueba en la investigación, y porque manipulamos a la doctora utilizando su propio invento. Allegri está convencido de que funciona y que sin esa ayuda no es nada. El agente Bilbao ha estado investigando la máquina pero no ha llegado a ninguna conclusión. Admite que las imágenes y sonidos pueden provocar efectos sugestivos en el cerebro según los científicos a los que ha consultado pero no puede determinar si es posible implantar ideas concretas. Por si acaso, la máquina ha sido trasladada a uno de los laboratorios de máxima seguridad del CNI donde seguiremos revisándolo.
Por nuestra parte, Sevilla y yo recibimos una mención especial por el buen trabajo y unos días de permiso. A la satisfacción del trabajo bien realizado se unía el placer secreto de imaginar a Joanna estallando en cólera cuando Allegri no se presentó a la reunión y se enteró de que le habíamos detenido. Me suponía que no le sentaría especialmente bien el haberme tenido que follar para nada.
¿En qué piensas? – preguntó una voz a mi lado.
En nada en especial – contesté. – Tan solo disfrutando de las vistas.
¿Me das crema? No suelo hacer topless y no quiero que se me quemen.
Claro, Virginia.
FIN