La espía que me amó II

Tras analizar la información obtenida me encargan mi siguiente misión.

Cuando llegué al despacho de la agente Toledo, la jefa de la sección, mi compañero Hugo Sevilla ya estaba dentro.

  • ¿Un café, Santander? – me ofreció mi compañero.

  • Sí, por favor – contesté mientras me sentaba frente a la mesa.

Hugo metió una cápsula en la máquina que tenía la jefa en uno de los laterales del despacho y en cuanto empezó a llenarse la taza el aroma a café inundó la habitación. Mi compañero esperó a que terminara el proceso y me trajo el café, solo y sin azúcar, y se sentó en la otra silla que estaba frente al escritorio.

  • Ya hemos terminado de revisar la información que obtuvisteis de la doctora Muñoz – comenzó diciendo Toledo a modo de saludo. Nuestra jefa era una mujer directa que no perdía el tiempo con rodeos. Demasiadas investigaciones a su cargo y la mayoría con peligros inmediatos para el país. No podía permitirse el lujo de hablar del partido de anoche si eso le robaba cinco minutos útiles de gestión.

  • Espero que fuera lo que necesitábamos – dijo Hugo.

  • Sí, buen trabajo. En los documentos de la tarjeta hemos encontrado suficiente información para confirmar nuestras sospechas.

Toledo activó la pantalla plana que tenía en la esquina del despacho y comenzó a visualizar imágenes en ella mientras nos ponía al día.

  • Esta es la doctora Muñoz a quienes ustedes ya conocen – comenzó nuestra jefa.

  • Íntimamente – apuntilló Sevilla.

  • Una desconocida hasta hace poco con teorías sobre la mente que no eran tomadas en serio por nadie que se precie en el campo. Sus investigaciones y publicaciones eran más bien algo de un capítulo de Expediente X que de un congreso científico. Y sin embargo de repente es invitada como ponente en todos los eventos con los más destacados investigadores.

  • Ella mismo admitió que nadie la tomaba en serio hasta ahora.

  • En efecto, ¿y qué ha cambiado para ello? – continuó Toledo. – Habíamos detectado que alguien influyente estaba moviendo los hilos para garantizarle puestos en los congresos de renombre.

  • Su misterioso patrocinador – dije.

  • Que ya no es tan misterioso. Hemos confirmado nuestras sospechas. Se trata de Leo Allegri.

Leo Allegri, empresario, millonario, influyente, carismático, el hombre de moda. Apareció de la nada hace poco, consiguió los permisos para fundar una televisiòn a nivel nacional, la Leona, y de repente se coló en los hogares de todos los españoles. Nadie se explica su éxito, de hecho ni siquiera se conocen las empresas que mantienen su poderío económico. Pero ahí está, de repente una de las caras más conocidas del país, noticia tanto por sus fiestas con mujeres de infarto como por sus donaciones para los más necesitados. Capaz de mentir descaradamente o defender las teorías más absurdas y aun así la gente le cree sin dudar.

Es una anomalía y eso en el CNI no gusta. Si alguien alcanza tanta notoriedad en el país es investigado. Y es la primera vez que no encontramos nada. No sabemos cómo consigue sus propósitos pero parece que siempre el mundo se adapta para lograr sus objetivos. Las primeras alarmas de que algo no cuadraba fueron con la fundación de su cadena. Es un mercado regulado y colapsado. Una nueva cadena implica reordenar frecuencias y ocupar huecos reservados. Y de repente llega Leo, un hombre apenas conocido, y consigue todos los permisos sin despeinarse. Y sin corromper a nadie, lo cuál hizo que el caso pasara directamente a la categoría de imposible.

  • ¿Y qué papel tiene la doctora Muñoz en todo esto? – pregunté.

  • Parece ser que el señor Leo tiene un interés especial en las teorías de la doctora – explicó Toledo.

  • ¿Las teorías de control de pensamiento? No puede estar hablando en serio – dijo Sevilla.

  • No es control de pensamiento como tal – corrigió nuestra jefa. – Las teorías de la doctora Muñoz proponen que la mente es como un ordenador al que se puede introducir nueva información desde fuera. En este caso implantar ideas sin que la persona sea capaz de diferenciarlas de las suyas propias.

  • Pero eso... eso es ciencia ficción – protestó mi compañero. – No me extraña que nadie la tomara en serio.

  • ¿Le recuerdo las cosas que nosotros conocemos y que para el resto del país son ciencia ficción? Quizás tenga que volver a visitar la base secreta de los sótanos del Palacio Real.

  • No gracias, con una vez ya tuve pesadillas durante un mes - contestó Hugo con un escalofrío.

  • Pero tiene sentido – intervine. – Allegri parece que tiene un don para conseguir lo que necesita. ¿Y si de verdad es capaz de manipular las ideas de la gente?

  • Explicaría muchas cosas – admitió mi compañero. – Pero si ya emplea los métodos de la doctora Muñoz, ¿a qué se refería ella con que le iba a presentar sus avances?

  • Según la información que obtuvisteis, hasta ahora la doctora Muñoz solo ha tenido éxito cuando Allegri aplica las teorías de la doctora de forma personal. Algo así como incrementar la eficacia de su propio carisma – explicó Toledo. – Pero el siguiente paso, lo que parece que la doctora está a punto de conseguir, es amplificar esa manipulación. Hacerla a distancia, a millones de personas a la vez.

  • ¿A millones? ¡La televisión! – entendí.

  • Eso parece, Santander. Si todo esto es cierto, Allegri podrá conseguir que todos los espectadores de su cadena piensen y hagan exactamente lo que él quiera. Imagínate a este millonario convenciendo a todos los españoles de sus teorías absurdas como que la gravedad no existe y es una conspiración de las aerolíneas – puso Toledo como ejemplo. – O consiguiendo que le voten para ser presidente – añadió.

  • ¿Estamos seguros de que todo esto es cierto? – preguntó Sevilla.

  • Todavía no tenemos pruebas concluyentes. Cabe la posibilidad de que todo sean desvaríos de la doctora Muñoz. Que el éxito de Allegri se deba exclusivamente a su habilidad y que las teorías sean un placebo que le da confianza – admitió Toledo. – Pero está claro que Leo cree lo suficiente en ella como para conseguirle un puesto como ponente en uno de los eventos más prestigiosos de psicología donde jamás hubiera sido admitida ni respetada.

  • ¿Cuál es la misión, entonces? – pregunté.

  • Santander, asistirás a una de las fiestas de Allegri. Allí tendrás que hacer lo posible para descubrir dónde está construyendo esta supuesta máquina de manipulación. Una vez que sepamos la ubicación, te infiltrarás y averiguaremos cuánto de verdad hay en las teorías de la doctora Muñoz. Si resultan ciertas, tienes licencia para sabotear el proyecto – me contestó la jefa.

  • Entendido – confirmé.

  • La fiesta es esta noche – informó Toledo. – Te he enviado los detalles a tu correo. Buena suerte, Santander.

  • Gracias, iré a prepararme – dije levantándome.

  • Yo iré documentándome todo lo que pueda sobre Allegri y sus fiestas – dijo Sevilla.

Salimos del despacho y mi compañero y yo nos dirigimos en direcciones opuestas. Hugo hacia su sala de vigilancia desde donde me monitorizará durante la misión y yo hacia el taller del agente Bilbao para ver qué me tenía preparado.

El taller era una constante de movimiento y caos. Nunca sabías cuándo las pruebas de algún nuevo aparato iban a provocar alguna detonación. El veterano ingeniero siempre se justificaba con que él avisaba con tiempo aunque misteriosamente las advertencias siempre llegaban después de que sucedía la explosión.

  • ¡Ah, Santander! Ven, ven, justo estaba terminando con tu equipo – me dijo haciendo gestos con la mano cuando me vio.

  • ¿Qué tienes para mí? – pregunté con curiosidad.

  • Te va a encantar, mira – contestó abriendo una cajita y mostrando el anillo de su interior.

  • Me siento halagada, Bilbao, ¿pero qué va a decir tu marido? – le dije riéndome.

  • ¡Ay, qué pava eres! – dijo riéndose también. – Fíjate bien en la piedra del anillo, ¿ves? Además de que seguro queda estupenda en tu dedo, apretándola durante unos instantes...

  • ¿Desaparece? – pregunté al dejar de ver la piedra mientras me hacía la demostración.

  • No, se deshace. En partículas tan finas que es muy difícil detectarlas pero, como si de purpurina se tratara, allá donde caigan quedarán pegadas sin remedio. Lo mejor viene ahora, estas partículas tienen una pequeña carga que permite ser rastreadas.

  • Genial, ¿así que solo tengo que romper la piedra sobre mi objetivo y podré controlar todos sus movimientos?

  • Eso es. Y lo mejor de todo es que el anillo sigue siendo bonito sin piedra.

  • Estás en todo, Bilbao.

  • Tengo otra cosa nueva más para ti – me dijo el ingeniero dirigiéndose a un gran archivador y abriendo uno de los cajones.

  • Perdona que te lo diga, pero eso ya está inventado. Es un sujetador y tengo unos cuantos – comenté al ver la prenda que sacaba del cajón.

  • Oh, pero seguro que los tuyos no tienen este añadido – contestó acercándose a un maniquí y colocándole el sujetador.

  • Vaya, qué habilidoso poniéndolo. No me esperaba esto de ti, Bilbao.

  • He practicado mucho diseñándolo. Quién me iba a decir que me convertiría en un experto abrochando sujetadores.

  • ¿Y qué tiene de especial? – pregunté. – Parece bastante normal.

  • Aparentemente es normal, cualquiera que lo vea pensará que no es más que un sujetador, pero mira aquí en la unión entre las copas.

  • No noto nada raro. ¿No es la costura que une los dos aros? – dije tocando la parte que me indicaba el agente Bilbao.

  • No exactamente – me contestó enseñándome cómo apretar para que un pequeño cuadrado metálico saliera por un pliegue de la tela.

  • ¡Oh! ¿Qué es eso? – pregunté sorprendida.

Por toda respuesta, el veterano inventor colocó el rectángulo metálico sobre una cerradura de una puerta cercana y de repente empezó a fundirse permitiendo que se abriera.

  • Con esta maravilla podrás abrir cualquier puerta que necesites. De un solo uso, eso sí, pero fundirá el metal destrozando las cerraduras.

  • ¡Increíble! Aunque espero que no pueda activarse por accidente mientras lo llevo entre las tetas – comenté preocupada.

  • Tranquila, la tela del sujetador lo protege y solo se activa al estar toda su superficie sobre metal.

  • Eso espero – dije sin estar del todo convencida.

  • Además, me han dicho que es bastante cómodo y que realza los pechos.

  • Jaja, ¿quién ha sido la conejilla de indias?

  • La agente Salamanca ha sido la afortunada.

  • Qué suerte tienen algunas – dije divertida. – Dame uno de mi talla entonces, que este es demasiado pequeño.

  • Claro, Santander. ¿Cuál necesitas? Eso sí, solo lo tengo en blanco – me informó mientras volvía al gran archivador.

  • Bueno, más sencillo de combinar. Dame la 100D – le pedí.

El agente Bilbao abrió un par de cajones hasta encontrar el correspondiente a mi talla. Ahí mismo en el taller me quité la camiseta de tirantes que llevaba y desabroché mi sujetador. Me lo quité sin reparo delante del veterano ingeniero quien observó mis tetas con curiosidad pero sin ningún interés sexual. Cogí la prenda que me ofrecía y tras abrocharla por delante la giré y me subí los tirantes. Finalmente acomodé cada teta en su copa y tiré un poco de los tirantes para terminar de ajustarlos. La verdad es que se adaptaba bastante bien a mis formas. Los he tenido mejores, obviamente, pero podía haber sido mucho peor. Me pregunté cuántos sujetadores se probaría la agente Salamanca para ayudar a diseñarlo.

  • Parece que me vale – le dije tras acabar de ajustarme la prenda y verificar que las tetas me quedaban bien sujetas y no me molestaban al moverme.

  • Perfecto. Te queda bien – comentó el ingeniero. – Eso era todo. No tengo ningún juguetito más para ti.

  • Gracias, Bilbao – le dije mientras me volvía a poner mi camiseta y recogía mi sujetador. – Iré a terminar de prepararme para la misión.

  • Buena suerte, Santander.


Anochecía cuando llegué a la mansión Allegri. Procuré no llegar justo al inicio de la fiesta para pasar más desapercibida entre la multitud y tampoco tan tarde que todos los corrillos estuvieran ya formados.

El edificio era impresionante, un palacete a las afueras con su enorme jardín y altos salones. No hubiera desentonado en una serie de época.

A la entrada revisaron mi invitación y comprobaron que estaba en la lista de invitados. Así que sin mayor complicación pude entrar al gran evento del día por el que muchas famosas darían cualquier cosa por asistir.

Efectivamente había calculado el momento justo para llegar, ya había suficiente gente como para no destacar pero la llegada de invitados seguía siendo constante. La fiesta se celebraba en los jardines. Se habían instalado unas carpas donde una docena de camareros preparaban bebidas y sonaba música. Los invitados charlaban en corrillos por el jardín o bailaban en las carpas. El evento podía pasar por un festival de verano más aunque sin un concierto de Love of Lesbian. Pero conociendo a Allegri todo era posible.

Paseando entre los invitados también había camareros llevando picoteo sobre las bandejas.

- Así que esto es una auténtica fiesta de la alta sociedad – dijo la voz de mi compañero en mi oído. – ¡Mira! Si hasta tienen Ferrero Rochers. Esa camarera lleva una pirámide sobre la bandeja.

  • Sevilla, menos atención a la comida y más al entorno. A ver si localizamos a Allegri – dije en voz baja aunque sin poder resistirme a coger uno de los bombones.

Me desplacé de grupo en grupo manteniendo conversaciones intrascendentes mientras trataba de localizar a nuestro objetivo. Debido a la amplitud de los jardines y al número de invitados era una tarea complicada pero tenía la sensación de que el anfitrión se hacía de rogar.

Mientras me unía a unos grupos y otros me encontré a todo tipo de gente. Desde ejecutivos y líderes de empresas hasta personas cuyo mérito para ser conocidas es haberse liado con alguien y haberlo contado en un programa de la Leona. Tan diferente como las personas eran las indumentarias de los asistentes. La invitación no decía nada del código de etiqueta por lo que podía encontrarse desde vestidos y trajes dignos de una boda hasta camisetas y bermudas o minifaldas que deberían llamarse cinturones. Seguramente sea fácil adivinar a qué grupo corresponde cada modelito. Yo por mi parte me había puesto una falda de tubo negra hasta medio muslo y una blusa blanca ceñida. Además iba bien maquillada con la ralla del ojo pintada y color en los labios. Es lo que más tardo en preparar de una misión como esta.

  • Vaya, vaya. No esperaba verte aquí, Miranda – dijo de pronto una voz a mi espalda que me provocó un escalofrío.

  • Hola, Joanna – saludé torciendo el gesto tras girarme hacia ella.

- ¿Qué está haciendo ella aquí? – preguntó la voz de mi oído.

  • Si crees que comiendo bombones vas a conseguir llamar la atención de Allegri lo llevas claro, Miranda – dijo Joanna con su típico aire de superioridad señalando el envoltorio que llevaba en la mano.

  • ¿Quién dice que esté aquí por Allegri? – contesté.

  • Tienes razón, conociendo tu capacidad seguramente estés rastreando a alguno de esos verduleros que aparecen en los programas de la tarde – replicó. – Me da igual el motivo por el que estés aquí. Solo espero que no montes una escenita de las tuyas y espantes a Allegri – me dijo acercando sus labios a mi oído y alejándose a otra punta del jardín contoneando las caderas mientras volaba el bajo de la falda de su vestido veraniego.

Cómo odiaba a esa mujer, Joanna Nero. Del servicio de inteligencia italiano. Teóricamente deberíamos ser neutrales, sin interferir en nuestras respectivas misiones, e incluso ayudarnos de ser posible y sin embargo no podía pensar en ella más que como en una enemiga. Todo desde una misión hace tres años en la que me dejó vendida para salvar su pellejo. Nos habíamos infiltrado las dos en una organización mafiosa y ante las sospechas del jefe que pensaba que había un topo Joanna inició rumores de que se trataba de mí. Tuve que huir precipitadamente antes de acabar en el fondo de un lago. La siguiente vez que coincidimos accidentalmente boicoteé su misión. Cómo iba a saber que iba de incógnito cuando la saludé a gritos en mitad de un restaurante. Desde entonces saltan chispas cada vez que nos vemos.

Mientras intentaba centrarme de nuevo en la misión y dejar de pensar en Joanna escuché de pronto jaleo en la zona de la piscina. Me acerqué y vi que una de las invitadas se estaba quitando la ropa mientras la gente de alrededor se reía o gritaba el típico «a que no hay huevos». La chica estaba ya con las tetas al aire y sin pensárselo dos veces se bajó las bragas ante la mirada de todo el grupo de gente y corriendo se lanzó al agua. La atrevida nadó hasta el borde opuesto donde un hombre trajeado con aspecto de ser de seguridad le estaba haciendo señas.

Sorprendentemente en lugar de amonestarla u obligarla a vestirse y echarla de la fiesta el hombre le dio una pequeña moneda dorada. La chica comenzó a gritar sosteniendo la moneda entre los dedos como si hubiera ganado la lotería.

  • Lo que hacen algunas por ganarse el acceso a Leo – escuché comentar a una de las personas que tenía cerca.

  • ¿Acceso? – pregunté interesada.

  • ¿Es la primera fiesta a la que acudes? Leo luego tiene una reunión con aquellas personas que consiguen una moneda dorada – me contestó.

  • ¿Y qué hay que hacer para ello? ¿Tirarse desnuda a la piscina?

  • No se sabe, algo original que le llame la atención. O destacar en algo. O simplemente estar en el lugar adecuado en el momento oportuno. Pero todo el mundo aunque no lo admita tiene esperanzas de conseguir una moneda. Si no te interesa especialmente la reunión siempre puedes sacar algo vendiéndosela a alguien que la quiera – explicó satisfecha de demostrar su conocimiento.

Mientras tanto unas cuantas personas más se habían empezado a quitar la ropa para lanzarse desnudas a la piscina. De pronto una colección de tetas y pollas de todas las formas y tamaños se balanceaban libremente al correr entre los invitados para llegar al agua. Sin embargo ninguno de ellos se ganó otra moneda. Aparentemente no valía con repetir lo que ya hubiera hecho alguien.

  • Sevilla, ¿alguna información acerca de esto de las monedas? – pregunté en voz baja.

- Nada, Santander – me respondió la voz de mi oído. – Parece ser que no se cuenta todo lo que ocurre en las fiestas. Se habla de los desmadres e incluso de que Allegri se reúne con invitados. Pero en ningún sitio encuentro información sobre las monedas o qué se ha hecho otras veces para ganarlas.

  • De acuerdo, sigue buscando por si acaso – pedí a mi compañero.

Pasé la siguiente hora esquivando a Joanna y esperando a ver si aparecía Allegri. Cada vez parecía más necesario obtener una de esas monedas para tener acceso a él pero no se me ocurría ninguna forma de ganarlas. En lo que iba de noche aparte de la chica que se había bañado desnuda solo un joven que había hecho un truco de magia espectacular se había merecido una de las monedas. El chico había empezado sencillo, con una mesa y una caja pero sin saber cómo el truco empezó a crecer en complejidad incluyendo desapariciones y el lanzamiento de un cohete de fuegos artificiales.

Finalmente mi objetivo hizo acto de presencia casi a medianoche. Le vi en un pequeño escenario que había junto a la piscina. No fui la única que se dio cuenta y las conversaciones fueron apagándose mientras mirábamos hacia él.

  • ¡Hola a todos! Gracias por venir, amigos – dijo Allegri desde la altura, su voz amplificada por micrófonos. – Lamento no haber podido estar más con vosotros pero parece que el trabajo no descansa. Eso sí, ¡veo que lo estáis pasando bien! – dijo haciendo un gesto amplio con la mano abarcando los jardines pero en particular hacia la piscina donde seguía el grupo de personas bañándose desnudos y algunos claramente haciendo algo más que solo nadar. La gente le respondió con un grito de aprobación como si estuviera en un concierto.

- Es increíble cómo maneja a la multitud – dijo la voz de mi oído.

  • Para amenizaros, vamos a poner un poco de música en directo – continuó Allegri. – Luego podremos charlar un rato.

- Parece que las reuniones comenzarán después del concierto – dijo mi compañero.

  • Sí,  se nos acaba el tiempo. Habrá que acercarse a él mientras dura el concierto o conseguir una moneda – contesté.

- Lo de acercarse a él va a estar jodido – comentó Sevilla. – Parece que la música en directo la va a poner él.

  • Joder, no me digas que también canta – maldije al ver que Allegri daba instrucciones a la orquesta y comenzaba él a recitar los primeros versos de La del Pirata Cojo.

- La canción le viene al dedillo, hace de todo – contestó irónicamente la voz de mi oído.

  • Pues solo nos queda la opción de la moneda – me resigné.

Mientras Allegri cantaba recorrí los jardines buscando mi oportunidad. La gran mayoría se había acercado hacia la zona de la piscina para escuchar al anfitrión pero todavía quedaban bastantes disfrutando de la fiesta por el resto de carpas. Cuando comenzaba la cuarta canción, una horrenda versión de La Barbacoa, localicé a quien estaba buscando.

- Lo que es gusto musical como que no tiene, ¿verdad? – suspiró mi compañero.

  • Ni vergüenza. Lo peor es que la gente le sigue el rollo. Nunca creí que se pudiera destrozar esa canción – contesté mientras me acercaba a mi objetivo.

En una de las explanadas del jardín junto a las carpas, el joven que había hecho el truco de magia estaba guardando su equipamiento en un enorme baúl.

  • Impresionante la función de antes, Merlín – le dije a modo de saludo.

  • Vaya, alguien que conoce a los clásicos, la mayoría esta noche no ha sabido asociarme a otro que no sea Harry Potter – me contestó mientras organizaba el contenido para que entrara todo.

  • ¿Retirándote ya? – pregunté al ver que cerraba el baúl.

  • Todavía no, pero ya he cumplido el objetivo por el que he venido.

  • ¿Conseguir la moneda?

  • ¡Ah! ¿Te has dado cuenta de que me la han dado? – me miró con interés. – Tienes buen ojo, porque han sido bastante discretos. Habrá que tener cuidado no sea que descubras mis trucos.

  • Jaja, tranquilo. Me ha quedado la curiosidad de cómo lo habrás hecho pero soy incapaz de pensar la forma – le confesé. Aunque le iba a pedir a Sevilla que analizara bien las imágenes para que me explicara cómo lo había hecho.

  • Pero respondiendo a tu pregunta, no. La moneda en sí no me interesa. Gracias al espectáculo y a haberla ganado ya he conseguido bastantes propuestas esta noche para actuar en eventos privados de gente importante. Con esto mi carrera va a dar un salto espectacular.

  • Entonces, ¿la tienes en venta? – pregunté sin rodeos.

  • La verdad es que pensaba llevármela a casa de recuerdo – contestó el mago. – Pero estoy dispuesto a entregarla a otro mago, o maga. ¿Sabes algún truco?

  • Pues… – pensé un momento. – Bueno, soy capaz de levantar cosas sin tocarlas y aumentar su tamaño. Y luego hacer que vuelvan a su tamaño original – dije con una sonrisa pícara.

- Por favor, Santander. A veces me sorprende lo basta que puedes ser. ¿No había una baraja con la que hacer un truco? – preguntó la voz de mi oído.

  • Jajaja, un poco básico el truco – contestó el chico. – Pero no todo el mundo sabe hacerlo bien. Me parece una buena forma de terminar la noche, si de verdad tienes esos poderes, Morgana.

Acompañé al chico detrás de la carpa donde no pasaba mucha gente y me desabotoné la blusa. Observé al joven cómo miraba la piel de mis atributos que iba quedando expuesta. Metí la mano dentro de las copas del sujetador blanco que me había dado el agente Bilbao y me saqué las dos tetas sin quitarme la prenda.

  • Vale, tu truco empieza a tener efecto – confesó el chico. – Vaya material que tenías escondido. ¿Es auténtico o resultado de algún hechizo?

  • Puedes comprobarlo si quieres. Aquí no hay truco – le di permiso guiñando un ojo.

El joven mago alargó el brazo y me agarró una de las tetas con cuidado. La apretó ligeramente comprobando que realmente eran naturales. Mis pezones estaban un poco endurecidos por la brisa que había en el jardín y el contacto suave del chico. Tras comprobar una teta pasó a la otra y también me la apretó ligeramente y acarició la parte inferior levantándola un poco. Finalmente me palpó el pezón antes de darse por satisfecho.

Una vez que terminó de comprobar mis pechos me arrodillé delante de él y le desabroché el pantalón. Se los bajé tirando de la cintura y vi cómo su miembro erecto se marcaba contra el calzoncillo. Tiré de ellos hacia abajo y su polla saltó como un resorte quedando completamente horizontal.

  • Parece que el truco ha funcionado. Esto está crecido y todavía no he tocado nada – le dije mirándole el duro miembro.

  • Ahora te queda lo complicado, devolverlo a su tamaño original – me respondió.

- ¿En serio, Santander? ¿Con la doctora te quitaste las gafas y con el tipo este no? Que sabes que tengo la obligación de mirar todo lo que recibo en el monitor – se quejó mi compañero que estaría viendo en primer plano la polla del joven mago.

Acerqué mis labios a la polla del chico y recorrí con la lengua todo su tronco desde un lateral. Noté cómo daba un pequeño respingo al sentir el contacto en esa zona tan sensible. Tras pasar la lengua por el otro lateral y dejársela completamente húmeda abrí ligeramente la boca y me introduje un poco el comienzo apretándola con los labios.

Rozándola con los labios seguí metiéndomela en la boca hasta un poco más de la mitad y luego comencé un movimiento rítmico deslizando su piel mientras con la lengua acariciaba el glande que se mantenía siempre dentro de mi boca. El joven tenía la polla bastante dura, se le notaba excitado por la situación de estar recibiendo una mamada de una desconocida al aire libre mientras tenía las tetas expuestas. Su tamaño era mediano, cómoda de chupar y ligeramente ancha.

Seguí comiéndosela sin utilizar las manos. Arrodillada alternaba entre mirarle a los ojos y mirar la polla mientras se la lamía. El joven mago suspiraba al recibir mis atenciones. Despacio pero sin pausa recorría todo su miembro. La tenía ya completamente mojada y cada vez se deslizaba en mi boca con mayor facilidad. Dejando que su pene reposara sobre mi cara saqué la lengua para lamerle el punto entre los testículos y la base del pene. Después recorrí toda su parte inferior hasta dejar que volviera a caer y meterla de nuevo en la boca.

Continué chupándosela un par de minutos más hasta que me di cuenta que ya no iba a aguantar más. Me la saqué a tiempo de la boca justo cuando un pequeño gruñido el chico se corría y un chorro de semen impactaba contra mi cara. Me mantuve quieta mientras el joven mago descargaba y lanzaba un par de eyaculaciones más directamente hacia mi rostro. Noté el líquido pegajoso resbalar por mi nariz y frente y por fortuna las gafas habían protegido mis ojos y el maquillaje. Solo esperaba que no me hubiera salpicado el pelo.

Cuando terminó de correrse volví a metérmela en la boca para limpiar los restos que le habían quedado en el glande. Se notaba que poco a poco iba perdiendo consistencia.

  • Uf, qué bueno. De las mejores mamadas – admitió el chico. – Perdona, cómo te he puesto la cara, no he podido controlarme – se disculpó.

- ¡En primer plano, Santander, en primer plano! He visto la mamada en primer plano y cómo se corría contra la pantalla. Por favor, límpiate los cristales de las gafas que me está dando grima mirar el monitor con toda la leche ahí escurriendo. No quiero ni pensar cómo tienes la cara – protestó escandalizado mi compañero.

  • Creo que el truco ha salido bien, entonces – le contesté colocándome de nuevo las tetas dentro del sujetador y abrochándome la blusa.

  • De maravilla, sí. Toma, te la has ganado – me dijo metiéndome la moneda dorada en el canalillo y dejándola entre las tetas. – Gracias por hacer que una noche inolvidable lo sea aun más.

Con eso el chico recogió su baúl y se marchó dejándome con la cara llena de su corrida y una moneda entre las tetas. Cogí la moneda y la guardé en el pequeño bolso que llevaba. Saqué un pañuelo de papel y un espejito y me contemplé la cara. Tal y como la notaba me la había llenado de semen, por fortuna no parecía que hubiera nada en el pelo.

- Por favor, Santander, si tienes la cara llena de corrida – dijo asombrado Sevilla al ver el reflejo.

  • Las cosas que hago por este país – contesté mientras con el pañuelo de papel me limpiaba.

Al final tuve que gastar tres pañuelos hasta quedar completamente convencida de que me había quitado todos los restos de semen de la cara y de los cristales de las gafas. Tras ello me dirigí hacia uno de los baños que habían instalado en el jardín con la seguridad de que el al menos no sería evidente que se habían corrido sobre mí.

  • Termino de limpiarme del todo la cara y ya va siendo hora de que me acerque a Allegri – dije en voz baja.

- Tienes tiempo, me parece que le han pedido un bis – contestó mi compañero.

  • Mejor, porque me noto pegajosa. Creo que no voy a poder quitarme la sensación de tener la cara llena de leche.

- Siempre te puedes lanzar desnuda a la piscina – comentó Sevilla.

No me tientes que si no fuera por el maquillaje me lo planteaba – le contesté en broma.