La espía que me amó

Comienza la misión. Una agente es enviada a obtener información para una investigación en curso.

Observé al camarero mientras me preparaba el combinado. En esos momentos estaba agitando la coctelera donde acababa de echar el zumo de naranja recién exprimido junto a una generosa cantidad de vodka y el hielo que se estaba triturando con cada movimiento. Tras agitar bien la mezcla vertió el contenido en una copa de balón. Cogió con las pinzas una rodaja de naranja y la frotó por el borde de la copa. Finalmente echó un par de hielos hasta que el líquido llenó por completo el recipiente. Le deslicé un billete sobre la barra mientras le daba un sorbo a la bebida.

El preparado era excelente, el sabor fresco de la naranja me llenaba la boca mientras mi garganta detectaba el alcohol en cada trago. Me giré en el taburete con la copa en la mano y entre sorbos observé a la gente

El bar del hotel estaba bastante concurrido. Pese a ser un local amplio la mayoría de mesas y asientos estaban ocupados. La conferencia había terminado hacía poco y muchos de los asistentes habían decidido relajarse tomando una copa y charlando con compañeros o con la esperanza de hacer nuevos contactos.

Repasé las caras de todos con disimulo mientras de fondo sonaba una agradable melodía tocada al piano. En un hotel tan lujoso como aquel la música era en directo. El intérprete ajeno a que apenas nadie le prestara atención llenaba el ambiente con el sonido de su instrumento consiguiendo amortiguar el ruido de las conversaciones cada vez más abundantes.

Estaba dando otro pequeño sorbo a mi bebida cuando mi atención fue captada por la mujer que acababa de entrar al bar. Me ajusté las gafas mientras susurraba: «objetivo localizado».

- Confirmado – respondió una voz directamente en mi oído.

La mujer saludó a algunas de las personas que estaban de pie charlando y tras un breve intercambio de frases se dirigió a la barra cerca de donde yo estaba sentada.

  • Si está indecisa le recomiendo el destorni – le dije señalando mi copa, que ya estaba por la mitad, al ver que llevaba un rato leyendo la carta de cócteles.

  • ¿Oh? ¿Está bueno? – preguntó un poco por inercia al no esperarse que alguien la hablara.

  • De los mejores que he probado. No es nada tan elaborado como la mayoría de los que hay en la carta pero a veces lo simple es sorprendente.

  • Creo que entonces lo probaré – me contestó cerrando la carta. – Si le soy sincera la mitad de los cócteles de la carta no sé ni lo que son.

  • Decidido. Otro como el mío para la doctora Muñoz – pedí reclamando la atención del camarero con un gesto de la mano.

  • ¿Nos conocemos? – preguntó sorprendida al ver que yo sabía quién era.

  • No, bueno, yo sé quién es usted. Desde que leí su artículo El disco duro de la mente no me he perdido nada de lo que ha escrito. Sus teorías me parecen fascinantes – contesté.

  • ¿En serio? Debe ser la única aparte de mí que leyó aquella publicación – contestó con una risita mezcla de vergüenza por el recuerdo y orgullosa de ser reconocida. – ¿Y usted es?

  • Doctora Santander, Miranda Santander – respondí mientras nos estrechábamos la mano.

El camarero terminó de preparar el combinado y lo colocó delante de nosotras. Saqué un billete del bolso y lo apoyé en la barra.

  • Oh, por favor, no hace falta – protestó al ver que iba a pagarle la bebida.

  • Insisto – contesté. – No todos los días se conoce a alguien que te ha inspirado tanto.

  • Jaja, me halaga, me halaga. Pero la próxima corre de mi cuenta – me dijo dándole el primer sorbo a la bebida. – ¡Tenía razón! Está buenísimo.

La doctora miró hacia el grupo que había saludado al entrar al local y tras un momento de indecisión cogió un taburete y se sentó en la barra junto a mí.

  • ¿No le van a echar de menos sus colegas? – pregunté.

  • Bah, hasta hace cuatro días ninguno de esos que ahora me saluda tan efusivamente respetaba mis teorías. De hecho dudo que muchos hayan leído mis publicaciones.

  • ¿Qué ha cambiado? – me interesé dando otro sorbo a la bebida.

  • Lo habitual. Todo el mundo se apunta al carro del éxito – contestó.

  • ¿Algún nuevo descubrimiento? – aventuré.

  • Digamos que últimamente he recibido el apoyo necesario para investigar mis hipótesis y el trabajo parece que dará sus frutos – respondió misteriosamente.

- Excelente – dijo la voz de mi oído. – Parece que estábamos en lo cierto.

  • Brindo por ello – dije con una sonrisa levantando mi copa ya casi vacía. – ¿Presentará en la conferencia sus logros?

  • No. Tengo otra charla preparada para la conferencia. Mi patrocinador prefiere que le muestre mis avances en un evento privado – contestó mientras por gestos pedía otra ronda al camarero. – ¿Y qué hay de usted, doctora Santander, participa también como ponente?

  • Por favor, llámeme Miranda – pedí.

  • Por supuesto. pero solo si a mí me llama Natalia.

  • Claro, Natalia. Pues no, solo vengo como asistente. No tengo ningún estudio que presentar – contesté.

  • ¿Cuál es tu especialidad, Miranda? – me preguntó.

  • Psicología. Dirijo un pequeño centro. Tratamos pacientes, tenemos residentes y me permite investigar – respondí.

  • ¿Y me estás analizando ahora, Miranda? - preguntó bromeando.

  • Solo lo hago con la paciente tumbada... en el diván – contesté con picardía.

  • Eso puede arreglarse – me respondió siguiéndome el juego mientras cogía una de las copas que nos acercaba el camarero. – Háblame de ese centro tuyo que diriges – me pidió.

Continué contándole la historia que tenía preparada. Detalles de la clínica, a qué me dedicaba en ella y algunos de mis proyectos. Mientras hablábamos y bebíamos, la segunda copa había dado paso a una tercera, yo flirteaba ligeramente y notaba cómo su mirada se desviaba más a menudo hacia mi escote. Me había puesto para esa ocasión un vestido con escote triangular. Dejaba a la vista los laterales de mis pechos y estaba segura de que a esas horas de la noche se me había descolocado lo suficiente para que pudiera apreciar fácilmente el volumen de mis atributos.

Traté de que me hablara más acerca de sus investigaciones pero Natalia era bastante cuidadosa. Aunque algunos detalles de las cosas que contaba confirmaban nuestras sospechas aun no conseguíamos descubrir lo que necesitábamos averiguar.

  • ¿Te animas a otra? – pregunté al ver que estábamos a punto de acabar nuestras bebidas.

  • Me encantaría pero mañana me arrepentiré si me despierto con resaca, tengo otra conferencia – se justificó.

  • No me digas que ya te han hecho efecto, Natalia – le dije burlándome un poco de ella.

  • Eso parece – contestó poniéndose la mano en la frente. – No estoy acostumbrada a tomar tantas copas.

  • Entonces será mejor dejarlo por hoy. ¿Sabrás llegar hasta la habitación o necesitarás que te acompañen? – pregunté cogiendo su mano y acariciándola con un pulgar.

  • Jaja, no voy tan mal – me contestó entre risas sin retirar su mano de entre las mías. – Aunque por si acaso no me vendría mal que alguien me acompañara.

Asentí y tras apurar las copas nos levantamos de la barra y nos dirigimos a los ascensores.

- ¿Así de fácil? Voy a necesitar que me des clases – dijo asombrada la voz de mi oído.

Subimos a la tercera planta. Su habitación estaba al final del pasillo. Cuando llegamos ya llevaba la tarjeta preparada en la mano y abrió la puerta directamente. Pasé con ella y dejé el bolso sobre una silla mientras ella metía la tarjeta en el hueco de al lado de la puerta para dar electricidad a la estancia. Era una habitación mediana, con una cama grande ocupando buena parte de ella. En uno de los lados había un armario empotrado y en el opuesto una gran ventana cubierta por una cortina. Junto a ella un pequeño escritorio y una silla. El baño se encontraba nada mas entrar junto a la puerta.

Mientras analizaba la habitación unos brazos me rodearon por detrás. Noté cómo los antebrazos rozaban la parte inferior de mis pechos. Miré hacia abajo al sentir que disminuía la presión del abrazo. Observé cómo los brazos me soltaban y en su lugar sus manos se apoyaban suavemente sobre mis tetas.

- Parece que la doctora no pierde el tiempo – comentó la voz de mi oído.

  • Llevaba toda la noche deseando hacer esto – se justificó Natalia mientras acercaba su cara para besarme en el cuello.

Coloqué mis manos sobre las suyas apretándoselas contra mis pechos. Las tenía agarradas desde abajo, levantándolas ligeramente pero los pulgares acariciaban la piel expuesta a través del escote. Mientras me besaba en el cuello le moví una de sus manos haciendo que soltara mi teta y la situé directamente dentro del escote donde sin pensárselo dos veces la metió por mi canalillo disfrutando de la suavidad de mis volúmenes.

Con la mano libre bajó la fina cremallera de mi vestido. Me di la vuelta y con mi mejor sonrisa seductora moví los hombros de forma que la tela del vestido que ahora me quedaba suelta se deslizó por mi cuerpo hasta caer en el suelo. Los profundos ojos marrones de Natalia no perdían detalle de mi cuerpo semidesnudo mientras la caída del vestido lo iba dejando a la vista. Me quedé tan solo con un sujetador rojo con encajes y unas braguitas a juego con transparencias que no le dejaban lugar a dudas que estaba completamente depilada.

Di un paso al frente dejando mi vestido en el suelo y me acerqué para besar a la doctora en la boca. Sus labios me recibieron con ganas y noté la humedad al hacer contacto con los míos. Apresé su labio inferior entre los míos besándonos apasionadamente. Mientras nuestras lenguas se juntaban y se introducían en la boca de la otra mi mano acariciaba el pelo de Natalia. Tenía una media melena morena y rizada y mis dedos se perdían entre sus mechones alborotados.

Mi mano bajó por su espalda hasta posarlas en su culo. Agarré sus nalgas a través del pantalón y la apreté hacia mí notando cómo nuestras tetas hacían contacto. Ella hizo lo mismo y dejó de jugar con mi pelo para agarrarme del culo. En mi caso pudo tocar directamente la piel pues mis bragas apenas me cubrían la mitad de las nalgas.

Seguimos besándonos mientras nos acercábamos a la cama. Comencé a desabotonarle la blusa para estar en igualdad de condiciones ya que ella seguía completamente vestida mientras yo estaba en ropa interior. Al ir abriendo la prenda sus pechos empezaron a quedar a la vista. Su tamaño era mediano y se mantenían en su sitio mediante un sujetador blanco sin adornos. Con mi mano derecha le agarré una teta y la apreté ligeramente para comprobar su firmeza. A través de la tela pude notar cómo el pezón estaba endurecido.

- ¿Comprobando si esconde algo la doctora? – preguntó la voz de mi oído.

Mientras Natalia se bajaba los pantalones me quité las gafas y las dejé sobre la mesilla con los cristales hacia la pared.

- ¡Eh, Santander! – exclamó la voz de mi oído. – ¿Qué haces? Ya sabes que las normas indican que hay que monitorizar constantemente.

Obviamente no pude contestarle pero por mucho que estuviéramos investigando a la doctora Muñoz no iba a violar tanto su intimidad como para que apareciera su imagen desnuda en los monitores del CNI. Normalmente trabajamos en pareja, un agente de campo y otro de apoyo desde la central. Para esa misión mi compañero era el agente Sevilla quien desde la central observaba y escuchaba todo lo que yo hacía. Mientras agarraba de las manos a Natalia que ya se había quedado en ropa interior y la atraía hacia mí pensé que Hugo tendría que conformarse solo con el audio durante un rato.

Volvimos a besarnos mientras nos acariciábamos mutuamente la piel expuesta. Sus manos prestaban especial atención a mis tetas y finalmente no pudo resistirse más y sentí cómo la presión desaparecía cuando soltó el cierre del sujetador. Me quité los tirantes y dejé que fuera ella la que agarrando las copas de la prenda liberara finalmente mis pechos. Natalia lanzó hacia atrás mi sujetador mientras contemplaba mis tetas que ahora caían ligeramente libres de su encierro.

  • Me encantan – me dijo la doctora mientras me las acariciaba. – Qué grandes las tienes.

- ¿Por fin ha conseguido verte las tetas? – preguntó Hugo en mi oído imaginándose a lo que se refería Natalia.

  • Sí – dije, contestando a los dos a la vez. – Disfruta de ellas.

Natalia me levantó la teta derecha y se la llevó a la boca. Mis pezones ya estaban ligeramente endurecidos pero con su lengua terminó de excitarlos por completo. La doctora lamía el pezón con movimientos circulares y le daba mordisquitos de vez en cuando. Natalia intercambiaba de teta en teta dejándome las dos completamente humedecidas y con los pezones en punta.

Cuando terminó de jugar con mis tetas me arrodillé y le bajé las bragas. A la altura de mis ojos quedo expuesto el vello recortado de su pubis. Su coño ligeramente abierto se notaba que estaba mojado de la excitación. Acerqué la cara y pasé la lengua por sus labios mientras ella me agarraba ligeramente la cabeza.

Mi lengua comenzó a recorrer sin parar todos sus pliegues y la introduje un poco en su interior degustando sus fluidos ligeramente amargos. Natalia gemía cada vez más alto debido a mis atenciones mientras impedía con las manos que separase mi cabeza de su centro de placer.

Continué comiéndole el coño un rato más hasta que noté que la doctora me soltaba la cabeza. Había retirado los brazos para quitarse el sujetador y aproveché para llevarla a la cama. Me fijé en sus tetas medianas y más firmes que las mías, tenían una areola no demasiado grande de color marrón fuerte y unos pezones llamativos y completamente duros.

Mientras ella se tumbaba en la cama aproveché para quitarme las bragas. Las tenía ligeramente pegadas porque yo también me había comenzado a mojar. Ya completamente desnuda me subí a la cama y me coloqué sobre Natalia. La besé en la boca con pasión mientras mis dedos le frotaban el clítoris y continuaban el trabajo que había iniciado mi boca. En esa posición mis tetas colgaban ligeramente y las puntas de mis pezones acariciaban la piel de la doctora.

Pronto mis dedos llevaron al orgasmo a Natalia. Comenzó a gemir de forma más fuerte y noté cómo se arqueaba y su coño se humedecía todavía más.

- Diría que a la doctora le gustan tus atenciones – comentó con mofa la voz de mi oído.

Besé una vez más a Natalia mientras recuperaba el ritmo de la respiración y me quité de encima de ella. La doctora se incorporó y me besó un hombro. Después fue bajando y me besó una teta y después la otra, siguió descendiendo besando mi vientre plano y mi pubis depilado hasta llegar finalmente a mi coño. Sentí sus labios besar mis otros labios y la humedad de su lengua cuando empezó a recorrerlos.

Tumbada boca arriba en la cama con las piernas abiertas podía contemplar en primer plano mis tetas y entre ellas al fondo la cabeza de Natalia disfrutando de mi coño. Estaba segura de que a mi compañero le hubiera encantado recibir esa imagen en su monitor. La doctora era buena con la lengua y la movía con precisión dándome placer mientras con los dedos atendía mi clítoris. No pude evitar empezar a gemir como respuesta a sus acciones y eso la animó a aumentar el ritmo de lo que me estaba haciendo.

- Parece que la doctora sabe lo que se hace – opinó Hugo al escucharme gemir.

Le pedí a Natalia que se girara y se puso encima de mí. Noté sus tetas apretándose contra mi vientre. Sin perder un instante volvió a comenzar a lamerme el coño y yo hice lo mismo con el suyo que asomaba entre los muslos.

Pese a tener las bocas ocupadas las dos seguimos gimiendo mientras sentíamos el placer que recorría nuestros cuerpos. Al rato, Natalia consiguió provocarme un orgasmo y no pude evitar pegar un grito al liberar toda la tensión acumulada.

- ¿Te has corrido, Santander? Eso ha sonado diferente – comentó Hugo en mi oído con un tono mezcla de diversión y curiosidad.

Tras recuperarme continué lamiendo y frotando a la doctora. Se notaba que estaba muy cachonda y su coño prácticamente chorreaba de la excitación. No tardó mucho en correrse por segunda vez.

Exhaustas nos tumbamos en la cama. Nos besamos un par de veces en la boca y su mano jugaba con una de mis tetas mientras se calmaba nuestra acelerada respiración tras el ejercicio. Hablamos un poco en lo que recuperábamos el aliento pero nada trascendente.

  • Creo que necesito una ducha – dijo Natalia. – Estoy empapada.

  • Es lo que tiene el ejercicio – contesté guiñándole el ojo.

Esperó un momento a ver si yo decía algo más pero como simplemente me quedé tumbada dejándome acariciar se levantó y se metió al baño. Escuché desde la cama hasta que abrió el grifo y el agua comenzó a caer. En ese momento me activé y poniéndome de nuevo las gafas salté de la cama y fui hasta la silla donde había dejado mi bolso. Junto a ella estaba mi sujetador que Natalia había lanzado al quitármelo.

Saqué del bolso un pequeño aparato alargado. Me acerqué a la puerta del baño y lo ajusté entre el marco y el picaporte. Si Natalia intentaba salir la puerta no se abriría, dando la impresión de que se había quedado atrancada. Así me daba tiempo a esconder lo que estuviera haciendo y ayudarla a salir quitando el aparato. Uno de los útiles inventos del agente Bilbao, nuestro ingeniero.

Con la puerta asegurada me dirigí al armario empotrado. Dentro, entre la ropa que había colgado la doctora, estaba la típica caja fuerte de los hoteles.

  • Sevilla, ¿me confirmas modelo? – dije en voz baja.

- Estoy en ello – contestó la voz de mi oído. – Vale, identificada. Típica de hotel, fácilmente desmagnetizable.  Con el multiemisor te servirá.

Volví al bolso y cogí mi reloj de muñeca. Con un click saqué la esfera de las correas y con un giro de la decoración lo puse en el modo adecuado. Pegué la esfera del reloj al lateral de la caja fuerte y en treinta segundos la puerta se abrió sola. Dentro había una tarjeta de memoria y unos apuntes en una carpeta de cartón.

Cogí el contenido de la caja fuerte y lo llevé al escritorio. La tarjeta de memoria la conecté mediante un adaptador a mi móvil e inicié la copia automática que enviaba los datos a la central. Ahora mismo no tenía tiempo de revisarlo así que ya lo haríamos en la oficina.

Mientras se hacía la copia revisé los documentos. Parecían las notas de la conferencia que la doctora había dicho que iba a dar a su patrocinador. Como he comprobado ya muchas veces, la mayoría aunque trabajen con el ordenador no pueden evitar usar el papel para las correcciones finales de las exposiciones o para llevarlas a la propia presentación.

Las leí en diagonal por las prisas pero todo apuntaba que lo que estaba diseñando Natalia era lo que sospechábamos.

  • ¿Estás viendo esto? – pregunté. Aunque yo lo viera por encima quedaría grabado y podríamos pausar la imagen en cada página. Mucho más rápido que fotografiar una a una.

- Esto... Santander, tus tetas tapan la mitad del documento.

  • ¿Y se te ha olvidado avisarme? – pregunté con sorna.

No me había dado cuenta porque mi cabeza está acostumbrada a ellas y las ignora pero al estar desnuda e inclinada sobre el escritorio mis tetas estaban colgando y tapaban la mitad de la imagen que podían registrar las gafas al mirar hacia abajo.

- Ahora sí – me dijo Hugo cuando me aparté un poco y mis tetas ya no estaban en medio.

Comencé a pasar de nuevo las páginas una a una. Con suerte en la tarjeta de memoria estaría esta misma presentación e información adicional pero en caso de que no hubiera nada, no sería la primera vez que en lugar de información sensible hay fotos de mascotas, estos documentos nos iban a aportar datos de la investigación de la doctora y algún que otro nombre.

- Bien, listo – dijo Hugo una vez que terminamos de escanear las hojas. – Guarda todo y sal de ahí. El contenido de la tarjeta ya se ha transmitido y tiene buena pinta. No creo que haya mucho más que encontrar en la habitación.

Desenchufé la tarjeta de memoria y volví a dejar todo en la caja fuerte.

  • Vale, pero antes necesito una ducha. Estoy completamente sudada y... pegajosa – contesté.

- Santander, no te arriesgues – pidió mi compañero.

  • ¿Dónde estaría la emoción si no?

- Al menos no desactives la imagen. Ya sabes cuál es el reglamento.

  • ¿Has visto a alguien ducharse con gafas? – pregunté irónicamente.

Antes de quitármelas miré un instante hacia el espejo de la habitación. Mi imagen sonriente me contemplaba completamente desnuda. Mis pezones aun endurecidos destacaban en mitad de mis grandes tetas. En mi pubis y piernas se notaba reflejos del flujo que ya comenzaba a secarse. Me quité las gafas y las dejé sobre la mesilla sabiendo que Hugo podría parar el instante donde se me veía el cuerpo desnudo. «Bueno, que disfrute si quiere. Lleva toda la noche escuchándome cómo follo y me da que ahora le toca otra sesión».

Quité el aparato que impedía abrir la puerta y lo guardé en el bolso. Entré al baño donde Natalia estaba enjabonándose bajo la ducha.

  • ¿Necesitas ayuda? – pregunté mientras me metía con ella.