La espera

No sé qué hacer, estoy desesperado. No le llegan mis correos, aunque a mí sí los suyos, y no puedo ponerme en contacto con ella por otro medio.

No sé qué más puedo hacer, ya lo he intentado todo. Después de un fin de semana en el que no respondió ninguno de mis correos (y fueron muchos) ayer recibí uno suyo reprochándome que no le haya escrito desde el viernes; su final parece una despedida, y me consume la impotencia, porque sé que no ha leído mi respuesta.

Anoche le envié decenas de correos a todas las direcciones que conozco (incluso a la de la cuenta que yo le proporcioné) y estuve hasta muy tarde pendiente de su contestación. No la hubo, y tampoco esta mañana encontré nada suyo en mi buzón.

No encuentro una explicación razonable a lo que sucede. He apartado de mi mente varias veces el pensamiento insidioso de que está jugando conmigo, porque ella no es así. En algunas ocasiones, incluso me dejo llevar por mi paranoia e imagino cosas improbables, como que alguien consiguió entrar en su cuenta, y borra sistemáticamente todo lo que le envío, y hasta le escribí que debe cambiar todas las contraseñas.

Tengo abiertos Yahoo y Live Messenger, reviso mi correo cada 10 minutos, y espero. No puedo hacer más que eso. Y mientras, recuerdo nuestro encuentro:

Durante el trayecto en taxi desde el aeropuerto, por fin, se rompió el silencio entre ambos. Nos cohibía la presencia del conductor, aunque hablábamos en español, y probablemente no entendía nuestro idioma. Nos limitamos a hacer planes: qué me vas a llevar a conocer, dónde comeremos

Estaba como en trance, actuaba mecánicamente, y cuando quise darme cuenta, el empleado que acarreó mis maletas desde la recepción del hotel, acababa de cerrar la puerta tras de sí.

Se despojó de su anorak, y entonces pude contemplar su breve cintura, sus caderas resaltadas por el pantalón ajustado, y el abultamiento de sus senos en el jersey de cuello alto. Se me secó la boca al contemplarla.

Nos besamos de nuevo, esta vez sin la urgencia de nuestro encuentro. Sus labios llenos acariciaron los míos, y sus manos se posaron detrás de mi cuello. Las mías percibieron el calor de su cuerpo joven a través de su ropa. Sentía un ansia terrible de hacerle el amor, y plasmar en la realidad lo que nuestras palabras habían expresado tantas veces, pero me contuve. No quería apresurarme, la sentía frágil y, aunque mi corazón me decía que experimentaba lo mismo que yo, no quería por nada que pensara que era eso lo único que me había llevado a su lado.

Abrí la maleta para tomar mis útiles de aseo, y le dije que hacía muchas horas que había salido de mi casa, que me sentía sucio, y mi barba rascaba ligeramente. Ella sonrió y se sentó en el borde de la cama, con los muslos juntos y las manos enlazadas sobre el regazo.

Me afeité rápidamente con la maquinilla eléctrica, y después abrí los grifos.

Sonreía cuando los hilos de agua tibia comenzaron a correr sobre mi cuerpo, con el pensamiento de que si se tratara de un mal relato erótico, ahora ella entraría desnuda en el baño. Pero no era un relato, sino la realidad.

Cuando volví a la habitación cubierto con el albornoz cortesía del hotel, estaba acariciando mis camisas en el cajón del armario donde había colocado toda mi ropa mientras esperaba. El gesto me llenó de ternura, pero más aún su expresión como de niña sorprendida en falta, cuando se volvió al ser consciente de mi presencia.

Tomé mi ropa para vestirme en el baño, pero cuando terminé, me quedé parado con las prendas en la mano. De nuevo, como en el aeropuerto, estaba inmóvil, mirándome con los brazos caídos, pero no es eso lo que me produjo otra vez un nudo en la garganta, sino su rostro. Los ojos decían "te amo", tan claramente como si lo expresara con palabras, estaba ligeramente ruborizada, y creí ver en su rostro una mezcla de sentimientos: deseo, temor, y ese amor que decía, que llenaba de júbilo mi corazón.

No pensé, me dejé llevar. Deposité la ropa sobre la descalzadora, y desanudé el cinturón del albornoz, dejándolo caer al suelo. Me mostré ante ella como soy, sin reparo ni pudor alguno, como si no se tratara de la primera vez que ella contemplaba mi cuerpo desnudo.

Se acercó lentamente. Su mirada me recorrió por entero, y por un momento pensé que se había detenido en mis genitales, pero no era así: sus dedos recorrieron lentamente las pequeñas cicatrices en mi muslo, con roces leves como una pluma.

Cuando alzó la vista, sus ojos estaban empañados. Yo no sabía qué hacer, no me atrevía a tocarla. Sus labios se acercaron muy despacio a mi rostro, y los sentí rozar las marcas en mi mejilla derecha.

Luego se apartó de mí lentamente, y comenzó a desnudarse. No podía moverme, me sentía como hechizado. Mis ojos quedaron prendidos de sus senos como duraznos maduros, que tantas veces habían sido objeto de mis bromas escritas. Y cuando al fin se mostró ante mí completamente desnuda, de nuevo inmóvil, eran mi mirada la que recorría la totalidad de ese cuerpo que había recreado en mis sueños, pero que entonces era real, y se estaba ofreciendo a mí como una maravillosa promesa.

La tomé entre mis brazos. Más que deseo físico, sentía un ansia inexplicable de fundirme en su interior, y deseaba que el tiempo se detuviera, y que ese momento mágico durara toda la eternidad.

Nuestros labios se unieron, y con ellos toda nuestra piel. Sentí sus manos acariciando mi espalda, y enjugué con mis labios dos lágrimas que habían brotado de sus ojos.

No sé cómo sucedió. De repente, estábamos tendidos en la cama, y mi boca estaba conociendo el sabor de su cuerpo, muchas veces inventado en mis sueños. Y percibí el improbable aroma de su piel que ella me había anticipado, que era real, y el sabor de sus pezones como pequeñas frambuesas maduras en el centro de sus senos, que eran como melocotones en sazón.

El contacto de su vientre en mi boca quemaba, pero al mismo tiempo era como un bálsamo refrescante en mis labios y mi lengua. También el de su sexo, que me mostraba sin rubor, y en el que libé el néctar de su deseo.

Y luego, también sin que pueda recordar cómo ocurrió, me encontré sobre ella, y su cuerpo me abrazaba por partida doble: con sus manos aferradas a mi espalda, y con su vagina, que estrechaba amorosamente mi erección.

Más tarde hubo una explosión de sentimientos, cuando su orgasmo y el mío se unieron en un solo crescendo de sensaciones, porque no era solo sexo, sino que trascendía de la simple satisfacción de los instintos, y por fin conocí por primera vez en mi vida el verdadero significado de la frase "hacer el amor".

Después, tendidos de costado frente a frente, mis labios besaron sus párpados, mientras la yema de su dedo índice recorría mi pecho.

Nuestros ojos se encontraron, y sentí que todo el dolor de mi vida había quedado atrás, que era un hombre nuevo, y que en adelante el único objetivo de mi existencia sería la felicidad de mi pequeña Anushka. Mi amor.

Dedicado a la persona que sabe qué parte de este relato es producto de mi fantasía, y por tanto, qué otra podría ser cierta.