La espada de la rosa (1)

Las monjas decían que Dios tenía un destino reservado para mi. Hoy sé que ese destino es mi padre.

Yo siempre había sido un niño inconformista. Todas las familias que me habían acogido me parecían un mal hogar para mi, y ninguna me parecía bien para aceptarla como mi verdadero hogar. Vale que este tipo de pensamientos no se nos pasan por la cabeza cuando tenemos cinco años, pero el caso es que siempre me las apañaba para que me acabaran devolviendo al orfanato. En el fondo todas aquellas parejas deseosas por tener el hijo que Dios no les daba por el método tradicional me daban pena. Es una lastima, pero simplemente, un niño problemático como yo no estaba hecho para vivir en el típico hogar feliz. Tenía muy claro que cuando fuera lo suficientemente mayor como para librarme de la tutela del orfanato me iría a conocer mundo y nadie me lo iba a impedir. Por eso hacía uso de mis mejores trucos para escapar de las garras de padres y madres que me quisieron adoptar.

Las monjitas decían que a pesar de mi dulce cara angelical la única explicación posible a mi comportamiento debía de ser que el demonio ya se había apropiado de mi alma. Las pobres hermanas me dedicaban más de una oración cada noche. Me metían los típicos rollos de que Dios me tenía deparado un destino que sólo yo podía cumplir y blablabla.

Cumplí los catorce años y no veía el momento en irme de aquella sagrada cárcel para niños. Todos los muchachos y muchachas con las que había crecido habían sido adoptados, y cuando esto sucedía ya nunca volvía a saber de ellos. A su vez, estos eran sucedidos por otros niños pequeños que iban llegando y como tal, me acabé por convertir en el mayor del orfanato. Seguramente ésta, junto al hecho de que vivía en un orfanato de monjas, fueron las razones de que yo no supiese nada de la vida: y me refiero por supuesto al sexo.

Sin embargo, cuando la población española parecía haberse dado por vencida en su intento de darme una familia apareció él. Las monjas me dijeron que era muy afortunado de que él quisiera adoptarme. Que era muy buen hombre y que tenía dinero suficiente como para no reparar en gastos por mi bien y mi futuro. Ahí ya me mataron: esa era la típica definición del hombre viejo y solterón rico que no sabe que hacer con su vida y se busca como hobbie arruinar la mía durante los pocos meses que le quedan de vida a ese vejestorio. Directamente me negué en rotundo a irme con él. Les dije a las monjas que ya era un hombre y que no necesitaba que nadie me acogiese, que en cuatro días me daría por imposible y que ese hombre me iba a devolver al orfanato. Las amenacé con fugarme de una vez y no volver nunca más al orfanato ni a ninguna otra casa y que me moriría como un mendigo por las calles de alguna mala ciudad. Pero ellas eran monjas, y como tales, siguieron en sus trece. Así que me mandaron preparar mis cosas que al día siguiente vendría aquel viejo a buscarme.

Aún no me había hecho a la idea cuando ya estaba en la puerta del orfanato con la insistente hermana Sor Te-voy-a-amargar-la-vida cuando vi aparecer su coche. Un imponente Ferrari negro que se paraba ante mí. Flipé. Cual fue mi sorpresa cuando del coche asomó un hombre de unos treinta y tantos años de aspecto juvenil pero serio y con una voz autoritaria pero suave dijo:

-Buenos días hermana. Tú debes de ser Iván, ¿no es cierto?.

Empezamos mal. ¿Que se creía este tío? ¿Que por venir con un Ferrari y su imponente voz iba a conseguir impresionarme?. Pues no me dio la gana. Con toda mi cara abrí la puerta de atrás y tiré mis cosas y después me tiré yo sin dirigirle la más mínima mirada. Antes de irnos la monja pidió disculpas al desgraciado de mi nuevo padre y le dijo que no se preocupase porque yo en el fondo era un buen chico. Pero desde luego, si dentro de mi había un buen chico, él no lo iba a conocer.

Durante el viaje a su casa no dijo nada. No mostró intentos de comenzar una tonta conversación ni hizo muestra de sentir el más mínimo interés hacia lo que yo sentía en ese momento. Vi como entrábamos en una enorme metrópoli y me llevaba hasta el garaje de un enorme rascacielos. Una vez dentro me hizo entrar en un ascensor y me subió hasta uno de los pilos más altos para hacerme pasar a un enorme apartamento. ¿¿¿¿Es que acaso todo lo que este hombre tenía era enorme???? En fin, si lo que este tipo prepotente realmente me quería impresionar lo estaba consiguiendo, porque desde luego no me imaginaba un apartamento como aquel. Era tres o cuatro veces más grande que el resto de las casas a las que alguna vez me habían llevado. Lo primero que vi fue un salón muy grande y espacioso con una pantalla de plasma y muy bien decorado en un estilo moderno. Sin embargo no había ningún tipo de foto ni nada que me informase sobre la vida o personalidad de este tipo. Sólo saqué algo en claro: era limpio y ordenado. O esa impresión daba su casa. Me dijo que lo siguiese por un pasillo a la izquierda y fuimos pasando por varias estancias y habitaciones. Conté dos baños, cuatro habitaciones, y un estudio hasta llegar al fondo del pasillo. Unos grandes ventanales con dos plantas altas delante iluminaban las puertas que daban a una pequeña salita y dos habitaciones. Una era la suya y la otra la mía. Flipé una vez más. Una habitación bastante grande con una cama que estoy casi seguro que es de matrimonio, una mesa con ordenador, televisión, vídeo, dvd, estanterías vacías hasta el techo y el suelo recubierto de mopa. Esto ya me sacó de mis casillas. ¡¡¡¡¡Este tipo me estaba comprando!!!!

Como ves todas las estanterías y las paredes están vacías, así las podrás decorar a tu gusto y ya irás llenando la habitación con tus cosas.- me dijo él muy serio- El armario también está vacío así que puedes dejar tu ropa ahí. Si necesitas más ropa dímelo e iremos a comprarla. Yo duermo en la habitación de al lado. Cada tres días María, mi asistenta, viene a limpiar y recoger un poco, pero aún así has de saber que no me gusta que la casa esté desordenada, así que por favor, se cuidadoso.

Dicho el discursito el sargento se fue de la habitación dejándome tan pasmado como al principio. Me pregunté en que debería de trabajar este tal… ¿como me dijeron las monjas que se llamaba? Marcial…Marcelo… ¿Marco? ¡Marcus! ¡Eso es! ¡Joder! Si es que encima tiene nombre de emperador romano… Ya te vale al tío soberbio éste.

Deshice las maletas y metí mis pocas pertenencias en un armario que me quedaba grande. No me daba la gana de salir de la habitación para encontrarme con él y cuando me fijé en que tenía una cadena de música en una estantería sobre la cama decidí poner la radio, ya que mi condición de niño de orfanato no me daba para tener CDS. Aún así puse la radio bajita porque no conocía a mi nuevo padre y no sabía que más cosas le podrían molestar a parte del desorden. Me recosté sobre la cama y sin darme cuenta me quede dormido. Cuando desperté estaba empezando a hacerse de noche y un reloj en mi mesilla de noche marcaba cerca de las ocho. No se oían ruidos en la casa y en ese momento me pregunté si Marcus viviría sólo o si tenía algún tipo de novia. Lo cierto es que pensar en la vida amorosa de mi "padre temporal" me resultó extraño. ¡Y a mi que me importaba! Salí de la habitación sin hacer ruido y no vi nada. ¿Me habría dejado sólo en aquella casa el primer día de convivencia? Caminé sigilosamente por el largo pasillo y de repente una voz detrás de mi me indicó dónde estaba Marcus (al que decidí no llamar jamás padre).

¡Hola! ¿Ya te despertaste? ¿Te apetece comer algo?- Me preguntó serio como siempre.

No quiero nada.- le dije secamente. Pero en ese momento mis tripas me traicionaron y su rugido le indicó a Marcus que mentía.

Ya veo… anda ven a la cocina que te preparo algo.- Y con esa invitación pude ver su primera sonrisa. Su cara se iluminó y por un momento dejó de ser el tío serio y tristón. Y entonces me percaté: ¿Cómo sabía él que había estado durmiendo?

Le seguí hasta la cocina (que como el resto de la casa era un lujo) y me preparó un bocata de jamón el cual devore con avaricia. Mientras comía él se me quedaba mirando como intentando leer mi vida a través de mi. Yo lo sentía y nuestras miradas se cruzaron varias veces, y cada una de esas veces noté que me sonrojaba. ¡No quería que aquel hombre me conociese en absoluto!

Estaba trabajando en el estudio pero creo que va siendo hora de descansar un rato. Estaré en la sala.- Me dijo como si pensara que iba a ir buscarlo.

Salió de la cocina dejándome a mi y a mi bocata y cuando acabé y limpié lo que había ensuciado no supe que hacer. No sólo estaba limpiando, que es lo que Marcus esperaba de mí, sino que ¡además sentí la necesidad de ir al salón para ver que hacía!. Me lo prohibí a mi mismo y me dirigí a mi cuarto, pero al ir a entrar miré hacia la salita que había al lado y me decidí a entrar en ella. Estaba llena de cosas que quizás me revelasen algo sobre la vida de Marcus. Había una tele pequeña y millones de libros. Los libros le pegaban bastante a un hombre tan serio y relajado como él. Había películas de vídeo y varios Cds, la mayoría de ellos sin ninguna inscripción. Cuando intenté ponerlos en la cadena de música no me los leía, así que supuse que quizás fueran Cds de

Ordenador. Sin embargo, no quise cotillear más. No quería que me descubriera y llegara a pensar que me interesaba su vida lo más mínimo. Por que no me interesaba. Lo que si hice fue coger un libro entre los muchos que había. Nunca he sido muy dado a la lectura pero no tenía nada que hacer. Agarré uno que me llamó la atención por su título "La espada de la rosa" y me lo llevé a mi habitación. Estuve leyendo completamente enganchado durante un par de horas. Con el bocata que me había metido no me volvió a entrar hambre, pero si que me entraron ganas de mear. Me dirigí al baño y descargué. En ese momento, completamente rodeado de cosas lujosas me miré a mi. Vi mi ropa interior, vi mi ropa exterior y vi que no pegaba nada en aquel apartamento. Pero entonces se me ocurrió uno de mis malévolos planes. Marcus me había dicho que cuando quisiera ropa la pidiese, ¿No? Pues lo iba a hacer y él mismo iba a comprobar lo niño caprichoso y maleducado que puedo llegara ser. Reí para mis adentros y cuando salí del baño no pude evitar dirigirme hacia el salón para ver si Marcus seguía ahí. Y ahí estaba. Tumbado en un cómodo sofá cubierto con una manta hasta la cintura mientras dormía apaciblemente. Vi como su pecho subía y bajaba bajo esa camiseta informal que no pegaba con sus pintas de empresario. Era un pecho fuerte. Al mirar su rostro pensé que parecía mas mayor de lo que era y que tenía pintas de haber llevado una dura vida. ¡Que le jodan! Yo no soy quien para hacerle feliz. Me retiré a mi habitación. Al menos ahí empezaba a sentirme cómodo. Cogí el libro y seguí leyendo. Trataba sobre un héroe en un mundo de magia y misterio donde las fuerzas del bien y el mal están en continua lucha, y aunque el héroe es muy bueno da la impresión de que todo el mundo está en su contra y va sólo por el mundo intentando cumplir una misión, cuando lo único que quiere es encontrar algo de afecto en otra persona. El libro era realmente bueno y decidí que ese iba a ser mi libro favorito desde ahí hasta siempre. Habían dado ya las doce de la noche cuando Marcus llamó a la puerta de mi habitación, y al no contestar nadie entró. Pareció alegrarse de que estuviera leyendo, así que se acercó y se sentó junto a mi cama.

¿Aún despierto?

Sí, es que soy el típico chico que se acuesta a las tantas de la madrugada y se levanta pasada la hora de comer.- Mi intento por parecer malcriado no pareció sorprenderle cuando me contestó.

¿En serio? ¡Vaya! Pensaba que en el orfanato las monjas os hacían levantaros a las siete y media de la mañana. – Me había pillado.

Eh…. Ya… es que… por eso soy un problema para las monjas y esa es la razón por la que te pidieron que me viniese contigo. Soy muy difícil de tratar y llevaban tiempo intentando librarse de mi. – Seguí con mi actitud de chico duro y rebelde.

Jajaja, que curioso. Si fui yo quien les pidió a las monjitas que te vinieras conmigo. Te elegí yo, no fueron ellas. Es más, me dieron muy buenas referencias de ti.- Ahí si que me quede de piedra. La verdad es que había pensado que habían sido las monjas las que le pidieron que me eligiera a mi para que por fin tuviera un padre, ¡y resulta que me eligió él!.

¿ Y se puede saber que te he hecho yo para que me eligieses?

¿Tú? Nada. Es por tu edad. No quería adoptar a un chiquillo porque no tendría tiempo para criarlo y soy muy patoso. Pero tú ya eres mayorcito y ahora aprendes por tu cuenta. Pero quiero que sepas que…. Bueno… estaré ahí para responderte a todas las dudas que quieras y ayudarte en tus cosas. ¿Pero que…?.- preguntó alarmado.- ¡La espada de la rosa! Es mi libro favorito.- ¡NO ME JODAAAAAAAAS!.- ¿Te gusta leer? ¿Te gusta el libro?.- Marcus estaba realmente entusiasmado y sonreía como un niño ilusionado. Y entonces me salió la vena infantil y fue la primera vez que hice daño a una persona de esa manera.

¡No! No me gusta leer ni me gusta este libro. Es un coñazo de libro que cogí por coger y es una estupidez de historia. El protagonista es un amargado que está solo y morirá solo. Es un memos y esa es la razón por la que todo su mundo está en su contra y jamás encontrará a alguien tan tonto como para que le comprenda. Tu estúpida literatura es una mierda y tu casa es una mierda, y como veo estas solo y amargado igual que el protagonista. Tú no eres mi padre ni nunca llegarás a ser nada para mi y espero salir pronto de esta casa porque me da asco.

Estampé el libro contra la pared y me metí debajo de la almohada esperando a que se fuese. Él se había quedado mirándome completamente serio. Oí que se levantaba y que dejaba algo encima de la mesa. Y antes de irse escuché que decía:

Yo… siento que no estés a gusto. No era esa mi intención.- Y tras esas palabras cerró la puerta.

Me sentí fatal porque pude notar como toda esa ilusión que le llenaba los ojos al verme leer su libro favorito se rompía en mil pedazos. Miré hacia la mesa y vi que había recogido "la espada de la rosa" y lo había dejado ahí encima. Me levante y me llevé el libro a la cama. Apagué la luz y me dormí con el libro en las manos. Antes de empezar a soñar sentí pena por el protagonista de la historia, y sin saberlo, sentí pena por Marcus. Pero no había remedio. Me había propuesto que Marcus me odiara y lo iba a conseguir. Nadie me iba a atar a ningún sitio. Nadie.

Fin del primer capítulo. Continuará.

Siento que este relato haya sido tan largo y quizás muy poco emocionante pero he pretendido hacer una historia llena de sentimientos que irán evolucionando al igual que los personajes. Espero que os guste. Podéis escribirme a mi dirección. Me haría mucha ilusión que alguien me hiciese algún comentario. ¡Es el primer relato que escribo! Kyoru3@hotmail.com