La Espada de Aviondore (2)
Alguien me escribió ayer que este mundo no es de ficción sino de magia. Creo que esta elfo lo creyó cuando conoció a la hermosa humana.
La Espada de Aviondore (II)
original en Inglés por Colleen Thomas
La plataforma estaba construida en la base de un antiguo árbol de roble. Estaba tan escrupulosamente trabajada que sólo un elfo podría verlo desde el suelo. Estaba abierta a los elementos, pero la pared de ramas por encima había sido tan cuidadosamente esculpida que la lluvia nunca la tocaba. En todas las cosas los elfos procuraban trabajar y vivir con la naturaleza e incluso sus casas se mezclaban con el gran bosque antes que alterarlo.
La chica aún yacía en la cruda litera que usaron para llevarla hasta allí. Tlarin se dobló y tocó su cuello, el pulso era débil y la respiración inestable. La alta elfo lamentó esperar tanto para atenderla, pero las obligaciones de su posición como Exploradora de Marcha la obligaban a menudo a hacer cosas que no le agradaban. La mejor sanadora de su pequeño grupo estaba con la guardia en el paso. Tlarin no podía desperdiciarla con la humana cuando los suyos podrían necesitar de sus habilidades en cualquier momento.
El entrenado ojo de Tlarin le dijo que la joven se desangraba por al menos una herida si no muchas. Tlarin le quitó la capa y calentó algo de agua sobre el fuego en la chimenea. La herida de la cabeza parecía menor, pero nunca se podía saber con ese tipo de heridas. El pequeño pozo de sangre bajo la espalda de la humana hablaba de una herida mucho más seria en su costado. Esta era la herida que Tlarin debía atender primero, pero la armadura de la joven le era extraña y no estaba segura de cómo quitarla. La armadura era de cuero rojo sangre y parecía haber sido hecha para su cuerpo. Las áreas vulnerables, como los pechos, hombros, costados, y la espalda, estaban cubiertas por placas de metal. Tlarin no pudo descubrir cómo quitar la armadura y empezaba a pensar que tendría que enviar por alguien para cortarla cuando se dio cuenta de que la fila central de placas al costado izquierda era en realidad una fila de hebillas hermosamente labradas. Tlarin deshizo rápidamente la fila de hebillas y deshizo la pesada costura.
Con algo de esfuerzo toda la prenda salió por encima de la cabeza de la joven y Tlarin la puso a un lado. Bajo la armadura, la joven sólo llevaba una camisa sucia y llena de sangre. Tlarin la cortó con su cuchillo sin pensarlo, pues el tiempo era corto. Sólo le interesaba la herida, pero no pudo evitar notar cómo saltaban libres de la camisa los grandes pechos de la mujer. Eran hermosos y suaves, cubiertos de pecas y terminaban en unos pezones rosa pálido. T´larin se encontró mirándolos fijamente y sacudió la cabeza para aclararla antes de examinar la herida. Incluso entonces sus ojos se desviaban una y otra vez a las suaves cimas.
El costado de la joven estaba muy hinchado y se apreciaba una cortada entre dos costillas. Tlarin había tratado muchas heridas y reconoció ésta como la de una lanza. Incluso si no hubiera peleado con los orcos en el paso habría deducido que era una de sus lanzas. La herida daba señales de haber sido causada por una lanza con picos y sólo los orcos usaban esas crueles armas. T´larin bañó cuidadosamente la herida, removiendo lentamente las costras de sangre y polvo hasta que la herida empezó a sangrar libremente de nuevo. La dejó sangrar un minuto para terminar de limpiarla. Los orcos eran famosos por recubrir sus filos con toda suerte de suciedad para que causaran infecciones. Una vez satisfecha con que la herida estuviera realmente limpia, Tlarin la vendó con una pieza limpia de tela blanca que sacó de su bolsa.
La herida de la cabeza era realmente muy superficial, pero como sucedía a menudo había sangrado mucho. T´larin imaginó un golpe de cuchillo o espada que falló por poco. Ágilmente la vendó, poniendo además una mezcla de hierbas de una de las bolsas para ayudar a curar y evitar cicatriz.
Las mallas rojo oscuro que llevaba la joven estaban mojadas hasta la cadera. Tlarin peleó un poco para quitar las botas y luego bajó las mallas. Si los senos de la joven habían atraído su atención más tiempo del debido, la visión de su espesa mata roja púbica hizo que Tlarin realmente no pudiera pasar saliva. Los elfos no tenían vello corporal y el impacto del vello rojo dorado la fascinó. Realmente, Tlarin se descubrió inclinándose para tocar el sexo de la joven antes de dominarse.
"¿Qué me pasa?" pensó. Alejando de su mente la visión se concentró en la herida de la cadera. Era otra vez una cortada con las señales de una lanza orco. Mientras la limpiaba Tlarin notó que estaba dándole a la joven una envidiosa admiración. Conocía guerreros que no habían sido capaces de pelear con heridas como estas. Tal vez había más en los humanos de lo que suponía.
Una vez limpia y vendada la cadera, Tlarin se sentó y enjugó su frente. Había algo muy mal, pero no estaba segura de qué. La respiración de la joven era incluso más pesada ahora y cuando Tlarin se acercó pudo sentir que su aliento era fétido. Ese olor era el aroma de la muerte y una muerte lenta por envenenamiento. Tlarin no había encontrado signos de veneno en ninguna de las heridas que había curado. Examinó una vez más a la joven esta vez más de cerca. Debió haber pasado algo por alto y el tiempo era cada vez menor. Tlarin encontró lo que buscaba en la pantorrilla de la joven. Una pequeña decoloración, no mucho más grande que un punto. La herida no había sangrado por lo que no la vio en primera instancia. Con el cuchillo extrajo la punta del dardo.
Estos dardos eran un arma cruel, delgados y afilados con puntas frágiles que a menudo se quebraban dejando tan sólo un pequeño fragmento en la herida. Tras una batalla siempre habían golpes, cortes y algunas heridas menores. Había visto elfos que venían de una batalla sin nada mal visiblemente, el rostro mismo de la salud al ir a acostarse para amanecer fríos y sin vida la mañana siguiente. El veneno era sutil, causando primero parálisis muscular. La víctima estaba a menudo consciente y sabía que necesitaba ayuda, pero era incapaz de hacérselo saber a los demás. Lentamente fallaban corazón y pulmones mientras un dolor como fuego líquido corría por sus venas. Muchos que habían sido salvados en el último instante nunca se recuperaban plenamente de la tortura. Nadie sabía exactamente qué usaban los chamanes orco para crear el veneno, pero los elfos habían descubierto que el líquido que se lograba al exprimir una hoja de Talthas era el mejor antídoto.
Estaba cansada y los árboles de Talthas más cerca se encontraban a kilómetros en Silverwood. Sabía que el resto de su compañía le aconsejaría que cortara la garganta de la joven y le evitara la lenta muerte agónica que daba el veneno. Incluso ahora Tlarin estaba segura de que la joven estaba paralizada y sólo el estar inconsciente le evitaba el intenso dolor. Consternada tomó su cuchillo y se preparó para librar a la joven de su miseria, pero algo detuvo su mano. Tlarin sostenía el cuchillo y observaba el rostro de la mujer cuando los ojos de ésta se abrieron por completo. Aquellos ojos verdes mostraban miedo y dolor de una forma tan elocuente que tocó el alma misma de la elfo.
Tlarin sintió que las lágrimas se agolpaban en sus ojos. No había llorado por eras y sin embargo algo en la condición de esta joven la tocaba de un modo que nunca había sentido. Sabía que haría todo para salvar la vida de la joven y aún así estaba indefensa. Nunca podría esperar llegar a tiempo a Silverwood y volver para salvarla. Incluso si usaba sus mejores corredores, la preciosa hoja llegaría demasiado tarde. Enjugó la frente de la joven y murmuró, "Va a estar bien, duérmete".
La mujer pareció entender las palabras y sus ojos se cerraron despacio. Tlarin se sentó y secó una lágrima de su mejilla. Algo se sacudió en su memoria, algo importante, pero con el inesperado dolor le tomó un buen tiempo obligarse a examinarlo. Cuando lo hizo, se puso en pie de un salto y descendió la escalera con un gran afán. Corrió hacia el bosque, dejando a los pocos elfos que quedaban en el campamento preguntándose por su repentina salida.
Las ramas golpeaban contra su rostro al correr, pero no tenía tiempo de esquivarlas. En algún lugar en este camino salvaje había un retoño, un retoño de Talthas. La caminata que duró horas esa mañana la hizo en menos de dos, moviéndose con la desesperación del miedo. En su afán debió haberlo pasado pues de repente se encontró con el pequeño claro con la cascada. Giró y se obligó a moverse despacio mirando a todo lado. En la oscuridad la pasó una segunda vez antes de volver tras sus huellas. El pequeño retoño aún era muy joven y sólo tenía dos hojas. T´larin las tomó, susurrando una oración a Lalean, el espíritu del bosque.
Para cuando Tlarin logró volver la primera luz grisácea del amanecer se asomaba en el cielo. Corrió hasta el costado de la joven, temiendo haber llegado demasiado tarde. Una vez más se sorprendió al hallarla aún respirando. Un elfo estaría muerto para entonces y aún así la joven aún se aferraba a la vida. Tal vez el veneno era más tóxico para los de su clase. O tal vez había juzgado mal a esta raza por prejuicio. Se sintió un poco avergonzada de sí misma pero no tenía tiempo de examinar esos pensamientos.
Tomó las dos hojas y lentamente las exprimió hasta que algunas gotas de líquido cayeron en los labios plenos de la joven. Cuando su lengua rosa lamió suavemente el fluido de sus labios, Tlarin sintió una punzada en el estómago. Todas las labores del día parecieron reunirse al mismo tiempo y se sintió agotada. Dejó las dos hojas en un pequeño recipiente y puso a hervir agua sobre la chimenea. Bañó la pequeña herida con el agua que olía dulcemente y luego la vendó. Haciendo todo lo que pudo por la mujer, puso encima de la forma silenciosa una sábana y se derrumbó sobre su cama.
Los sueños de Tlarin fueron caóticos, llenos de imágenes de orcos, la batalla en el paso y más inquietantemente los labios de la humana, sus senos y su sexo. En su sueño la joven venía y se sentaba en su regazo, aquellos labios suaves descendían para encontrarse con los suyos.
Una suave brisa que susurraba entre los árboles la despertó. Los sonidos del campo eran agradables y cómodos, el tintineo de los utensilios de comida, el suave plañir de lira del bardo, conversaciones y carcajadas acalladas. Fue sólo cuando se incorporó y vio la forma callada de la mujer que los eventos de los días anteriores inundaron su mente. La joven estaba tan callada que Tlarin no pudo siquiera detectar el movimiento de su respiración. ¿Había sido en vano su largo paseo en la noche? Caminó en la punta de sus pies y se sentó junto a la figura doblada. Al principio temió lo peor, pero de cerca el movimiento ascendente y descendente de su pecho fue obvio. Su rostro estaba pálido pero sereno y su respiración era tranquila.
Tlarin se inclinó más para ver si podía sentir el aliento de la joven. Sus labios casi tocaban los de la humana cuando el sueño inundo de nuevo su mente. Se sobresaltó por el recuerdo y el movimiento repentino hizo que la joven se moviera y sus ojos se abrieran. Tlarin esperaba que estuviera asustada o incómoda por la cercanía, pero cerró los ojos y separó los labios suaves como si esperara un beso. Su aliento no tenía ya muestras de veneno, olía dulce y suave como las hojas de Talthas. La mujer no se movió más y Tlarin se levantó en silencio y fue a reunirse con su tropa.
La cena era usualmente suave y la conversación activa. Usualmente se cantaba y se contaban chistes, pero esta noche era silenciosa y aplacada. No habían habido más escaramuzas, pero sus hombres reportaban que una tropa de orcos había acampado al otro lado del paso. Los guardias orco mantenían vigilancia desde el resguardo de los árboles, al igual que lo hacían sus hombres desde su lado. Cuando terminó la cena la charla se desvió hacia los orcos.
"Tenemos que saber cuántos son, pues por lo que sabemos podría haber un ejército allí", dijo Erstic.
"Es ilógico. Habríamos escuchado a un ejército, u olido sus fogatas. Sabes cómo son los orcos, destruyen y queman todo lo que no pueden violar".
"Estos orcos son diferentes", observó Ral.
"¿En qué?"
"Bueno, son más grandes, más fuertes y la luz no parece molestarles mucho. Parecen tener mayor control de sus naturalezas destructivas, así mismo. Tlarin, ¿recuerdas aquellos reportes que llegaban a tu padre antes de que nos fueramos?"
"Sí", dijo pensativamente. "Algo sobre una tribu de hombres malévolos al sur que vivían con los orcos de las Montañas Prohibidas".
"No sólo vivían con ellos, se cruzaban con ellos. Tu padre desacreditó los rumores por ser absurdos, pero me pregunto ahora si tal vez estos orcos no son el resultado".
"Es posible; ¿alguien vio alguna marca tribal?"
"Yo", dijo un delgado elfo llamado Welspar. "Nunca las había visto antes. No sé mucho de las tierras del norte, pero aquellos que matamos ayer no eran de ninguno de los clanes de las montañas Ergos".
"Supongo que podría cruzar a nado el río en la noche y espiar algo", dijo Ral.
"No, un sólo elfo a través del río serían demasiados. No me arriesgaré a perder a nadie", dijo Tlarin.
"Tenemos que saber", dijo el viejo elfo.
"Esperaremos a que la joven se recupere, tal vez nos pueda decir más".
Ante la proposición hubo un asentimiento general. Tlarin no había pensado en obtener información cuando fue a rescatarla, pero si sus hombres pensaban que había sido por astucia mucho mejor. De lejos prefería que pensaran eso a que preguntarán por sus motivos cuando ni siquiera ella estaba segura de cuáles eran.
La conversación pasó a otros asuntos y para cuando alguien pidió una canción al bardo, ella asentía con la cabeza. Diciéndoles buenas noches dejó el fuego y trepó para chequear a la joven. Aún dormía, pero se había quitado la sábana con los pies. Ver su cuerpo desnudo le produjo una peculiar sensación de incomodidad y cubrió a la mujer una vez más antes de acostarse.
Tlarin despertó de repente en las primeras horas del amanecer. Sabía por instinto que era observada y en la semi oscuridad intentó encontrar al observador. La joven estaba apoyada sobre un codo mirándola.
"Bueno, por fin despertaste", dijo Tlarin al sentarse. La joven lo intentó pero se relajó.
"Creo que sí, o de pronto estoy muerta y esto es el cielo", dijo la muchacha. Su voz era suave y tenía un acento fuerte.
"Te aseguro que no estás muerta", dijo Tlarin sonriendo.
"¿Qué lugar es este? ¿Y quién eres tú? ¿Y cómo llegué hasta aquí?"
"Cálmate, primero lo primero, ¿cómo te sientes?"
"Me duele el costado y la cabeza. Recuerdo un dolor terrible pero tod parece estar funcionando", dijo al estirarse. La sábana resbaló de su hombro y sus pechos quedaron expuestos. Si le molestaba no se notaba. Tlarin tuvo que concentrarse para dejar de mirarlos. Los elfos eran delgados e incluso cuando estaban embarazadas las elfo promedio no tenían unos senos tan grandes como los de la mujer. En la escasa luz se veían suaves y sedosos y a la vez adorables. Incapaz de entender su fascinación Tlarin obligó su mente a volver al problema.
"Fuiste envenenada, ese es el dolor que recuerdas. Tengo muchas preguntas y necesito que las respondas ¿crees poder hacerlo?"
"Yo pregunté primero", dijo en esa voz extrañamente sensual.
"Es cierto", dijo Tlarin tal vez un poco duro. Se sentía muy extraña. "¿Qué te gustaría saber?"
"Muchas cosas", dijo y sonrió. "Primero, ¿dónde estoy y cómo llegué aquí?"
"Estás en el límite occidental de Silverwood, el bosque plateado. En cuanto a cómo llegaste acá, te cargaron".
"Recuerdo a los orcos y el río. Estaban por todos lados. Yo estaba a punto de cortarme la garganta cuando escuché un zumbido, como de abejas. Luego todos estaban muertos. Vi un ángel salir de los árboles al otro lado del río y correr hacia mí. ¿Eras tú?"
"Sí".
"Gracias por salvar mi vida", dijo. Esa voz maravillosa era más suave y llena de emoción. Tlarin, que había sido criada en la corte elfo y había escuchado tocar a los más grandes bardos de la época nunca había oído nada que sonara tan maravilloso. Podía sentir sus latidos y que su cabeza volaba.
"De nada", logró decir.
"Nunca antes había visto un elfo. Siempre soñaba con eso cuando era niña. Las historias de los adultos hablaban de lo hermosos que eran. Nunca pensé que llegaría a ver una, mucho menos que le debería mi vida".
Tlarin no sabía qué decir ante eso. Cuando el silencio se volvió extraño aclaró su garganta y preguntó "¿Cómo fue que llegaste hasta allí?"
La joven sonrió, "entonces es un juego, muy bien, respondiste a mi pregunta y yo responderé las tuyas. Pertenezco a un regimiento mercenario, las hermanas de sangre. Fuimos contratadas por el Rey Rolos para combatir con sus tropas".
"¿el Rey Rolos?"
"Es rey de Baslandia que se encuentra al noroeste de las montañas Ergos. Mi turno. Recuerdo a alguien atendiendo mis heridas. Su tacto era suave y delicado y sus palabras como música. ¿También eras tú?"
"Atendí tus heridas, pero no creo que mi voz sea muy musical. Tal vez fue por el delirio".
"Tu turno", dijo la mujer con una sonrisa.
"Mira, no tengo tiempo para jugar, realmente necesito saber qué sucede", dijo Tlarin. Se sintió altanera y se sonrojó y las sensaciones se hacían más fuertes.
"Creo que estás al mando aquí, pareces un líder y te debo mi vida, así que responderé todas las preguntas que pueda, pero debes prometerme que responderás luego las mías".
"Te lo prometo. Ahora cuéntame qué sucedió. No pudimos ver nada de la batalla pero escuchamos el ruido".
"Marchamos al sur desde Igros hace diez días, una fuerza de diez mil pies con mil jinetes y un puñado de arqueros. Tres días después nos enfrentamos a una inmensa fuerza de orcos y otras criaturas malévolas en el llano de Shureth. Los vencimos con facilidad y empezamos a perseguirlos, confiados de nuestra próxima victoria. Demasiado confiados. Dos días después fuimos empujados a través del alto paso de las montañas del Fin del Mundo y encontramos a los orcos esperándonos en el llano abajo. Eran demasiado numerosos, como moscas sobre un cadáver. Apenas los habíamos visto cuando sonaron cuernos y los orcos empezaron a brotar de las montañas. En muy poco tiempo estuvimos rodeados. Ni siquiera puedo empezar a describir la matanza".
La joven pareció perdida en sus memorias y Tlarin ahogó su impaciencia y esperó hasta que la muchacha empezó recelosamente.
"Mis hermanas y yo peleamos hasta escapar de la trampa junto con algunos compañeros. El resto del ejército fue asesinado. El alto paso nos estaba cerrado de forma que marchamos al oriente esperando llegar a la seguridad del Río que Canta. Los orcos nos siguieron de cerca y nuestros líderes pronto notaron que no eran orcos comunes; se movían de día tan bien como de noche y eran mucho más disciplinados. Sólo una pequeña parte de la horda nos siguió, el resto debe estar arrasando Baslandia mientras hablamos".
"¿Cuántos los siguieron?"
"Sólo puedo suponerlo, pero eran miles. Nos atraparon ayer y nos dimos vuelta para ofrecer pelea. Fui enviada con una pequeña compañía para intentar encontrar qué tan lejos estábamos del río. No vi el final de mis hermanas, pero debió ser rápido. Mi compañía y yo estábamos apenas al otro lado de los árboles cuando más orcos nos emboscaron. Estos eran orcos comunes, tal vez de las tribus de las montañas. Peleamos duro y parecía que podríamos ganar cuando fuimos atacados por la espalda por la fuerza que había sido enviada tras nosotros. Mi espada se rompió con el collar de hierro de uno de ellos y fui asaltada por otro que montaba en un caballo de guerra usando una espada. Muchos de ellos montaban como los hombres y no estábamos bien preparados para eso. Me arrastré a los árboles y escuché el río. Esperaba tomar un trago de agua pues me ardía la garganta. Conoces el resto de mi historia mejor que yo".
"Sí, mucho mejor. Has estado inconsciente por tres días".
"¿Nadie más ha cruzado el río?"
"Mis hombres no han visto nada, excepto orcos".
La joven asintió con la cabeza y bajó la mirada. Cuando la alzó sus ojos estaban llenos de lágrimas. Tlarin era usualmente muy apartada, pero algo la movió y se dirigió a la joven, abrazándola. Las suaves lágrimas se tornaron en sollozos desconsolados al superar las emociones a su control. Tlarin simplemente la sostuvo, acariciando suavemente su cabello como si fuera una niña. La joven la abrazó con fuerza y lloró varios minutos. Tlarin podía sentir los pechos de la mujer contra los suyos y la suavidad de su piel. De alguna manera, siempre había imaginado que los humanos tenía una piel áspera, pero la de la joven era tibia y suave. Cuando la humana recuperó su compostura, Tlarin se sentó.