La espada 22. Intercambio sangriento

Hay veces que uno se encuentra en un cruce de caminos y ninguna de las direcciones es buena del todo, a veces uno debe estar preparado para perder algo si quiere ganar; Brad toma la decisión mas fácil ahora mismo, pero que hará el futuro más difícil. Esto lo obliga a retrasar la vuelta a la aventura

La espada

22. Intercambio sangriento

Está lloviendo, es una noche fría y lúgubre; por fortuna estamos en mi nueva villa, celebrando nuestra gran victoria y estoy pensando en que ya puedo reunirme con mis amigos en pueblo Besolla.

Cuando alguien irrumpe en la celebración, es algún tipo de mensajero; parece exhausto y está sangrando, ha sido maltratado de algún modo.

-      ¡¿Dónde está el señor?! – pregunta con un grito desgarrador.

-      Señor, no puede irrumpir aquí de ese modo… - protesta el mayordomo un rubio jovenzuelo de ojos azules.

-      ¿Dónde está? – insiste el cartero, ataviado con una armadura medio rota; con heridas considerables.

-      Aquí. – digo, aprovechando el silencio que se ha formado en todas las mesas; donde tengo metido a los hombres salvajes y al pueblo entero, junto a los heridos y guardias que pueden estar sentados.

-      Tengo una misiva que darle. – la extiende, mientras se retuerce de dolor; cayendo de bruces.

-      Avisad al médico. – ordeno, mientras arranco la carta de sus manos; el empieza a agonizar, Fin se le acerca y le toca el cuello.

-      Es inútil, ha sido envenenado y solo hay un experto en venenos que podría calcular darle el tiempo justo; para llegar hasta aquí, según su peso y altura. – dice Fin, oculto con sus ojos negros; su tez invariable, su pelo rapado para no estorbarle en combate.

Leo la carta:

Querido amigo Brad

Soy Norman Wesley, tengo a tu esposa; tu otra villa, tu no hijo y si quieres recuperarlos sin morir tendrás que entregarme la espada.

Si no lo haces…conquistare esta villa para los Wesley, matare a tu esposa tras violarla repetidas veces y te matare; pero no en combate, esa espada te vuelve invencible.

Morirás envenenado, en cualquier momento.

Firmado: tu amigo Norman.

De los Wesley.

Pd: ¿de verdad creíste que podría ser amigo de un simple plebeyo?

Arrugo la carta bastante furioso, tanto que mi puño arde en llamas sin darme cuenta y tengo que sacudirlo para no quemarme; Fin se me acerca al ver mi estado, me miro al espejo.

Mis ojos brillan de forma inhumana, un azul cielo brillante; mi pelo negro que llevo años sin cortar, mi barba naciente y los labios apretados lucen en el espejo que tengo enfrente.

-      ¿Qué ocurre señor? – pregunta preocupado.

-      Norman nos ha traicionado, tiene mi esposa; mi villa y dice que se las quedara, si no le entrego mi espada. – le susurro, casi sin voz.

-      ¿y qué haremos? – me pregunta este.

-      No puedo meter a los salvajes en otra guerra, no tengo tropas; no puedo pedirles que sangren por mi tan pronto, no puedo dejar que la mate o volveré a ser un plebeyo más. – digo, dando vueltas de un lado a otro; murmurando, para no aguarle la fiesta a los demás.

-      ¿y si le damos una réplica? – me pregunta, Fin; demostrando que es bastante inteligente.

-      ¿y donde conseguiríamos tal cosa? – le interrogo, resoplando.

-      Un mayordomo debe tener conocimientos acerca de sus tierras, quizá podáis sacarle la información que necesitáis; sin decirle para que. – responde este, asiento y mis ojos vuelven a su verde apagado natural.

Me acerco a mi mayordomo.

-      ¿conocéis a algún herrero que viva por la zona, capaz de replicar esto? – le susurro al mayordomo en el oído.

El admira la espada bastante embelesado, asiente.

-      Os saldrá muy caro, pero hay un enano ermitaño; que vive ahí arriba en la montaña y no es muy sociable, pero si pagáis con oro…probablemente lo hará.

-      Vale, deja que la gente disfrute; diles a nuestros invitados que estoy cansado y que me retiro a mis habitaciones…que nadie sepa de esto. – le aviso y el asiente.

-      Sí, señor; asi se hará. – me hace una reverencia.

-      Ahora, manda una misiva a nuestra otra villa; dile que en una semana, en el paso de montaña y se escueto. – le digo y el asiente.

-      Fin, recoge tus cosas; nos vamos. – le ordeno y este asiente.

-      Vamos, señor; démosle una lección. – sonríe y se prepara.

Me dirijo a la gente del pueblo, a los soldados y a mis aliados.

-      Disfrutad hoy, mañana los aliados pueden marchar; los heridos recuperarse y los aldeanos volver al trabajo…por lo pronto me retiro a mis aposentos, estoy agotado. – alzo mi copa y me la bebo de un trago.

Una vez fuera con Fin y 100 monedas de oro de las arcas de la villa noble, empezamos a subir la montaña; cuando nos topamos con el líder salvaje.

-      ¿adónde creéis que vais? – nos pregunta el gigante con el pelo largo desmelenado un tanto sucio, los ojos grises; la piel oscurecida de la roña, el equipo un tanto raído.

-      Vamos de misión secreta. – le replico y sigo avanzando, hasta que nos detiene situándose enfrente.

-      No puedo permitir que sigáis luchando, sin prestaros mi fuerza. – contesta este.

-      Como queráis, vamos a ver al enano de las montañas; no es cuestión de fuerza me temo, sino de riqueza. – respondo y el saca una bolsa de monedas de oro.

-      Vuestras riquezas de noble, no son comparables a las que yo he saqueado; asi que necesitareis mis riquezas. – dice, haciendo sonar su bolsa y parece haber bastantes más que en la mía.

-      Está bien, sois bienvenido. – acepto al fin y él sonríe.

-      Estaréis en deuda conmigo, claro. – me dice y acepto.

-      Me parece correcto. – añado, Fin; mira la escena en silencio.

Nos ponemos en marcha, voy guiando a mis compañeros a oscuras; por los senderos entre las rocas escarpadas, que suben la montaña. Cuando está amaneciendo, vemos una casa de piedra; pulida en la misma roca de la montaña como solo un enano podría hacer.

Fin, nos avisa de varias trampas que evitamos; gracias a su presencia aquí, hasta que llegamos a su puerta y cuando voy a llamar…Fin detiene mi mano.

-      No la toques, esta embadurnada con algo. – susurra y asiento.

-      Menos mal que venía tu amigo. – resopla el gigante, que ahora que lo dices no me dijo su nombre; se quita el sudor con su mano de la cara.

-      ¿Cómo te llamas? – le pregunto, frunciendo el ceño y él va a carcajearse hasta que dice.

-      Greck, el conde Greck. – contesta y asiento.

-      Bradley. – replico y el me da una palmada en la espalda, que por poco no me hace tocar la puerta.

-      Maese enano, venimos a verle; para hacerle una petición. – grito, para que me escuche.

-      Volved mañana. – dice una voz gruñona.

-      Soy Sir Bradley Hearling de la espada magna y este es el conde Greck de los hombres salvajes.

-      ¿Quién es su otro amigo? – pregunta la misma voz, demostrando que nos está viendo; sin que nosotros lo veamos a él.

-      Fin oscuro, exasesino dorado. – se presenta Fin.

-      Carcajada falsa y estruendosa – los asesinos dorados, jamás dejan de ser asesinos dorados.

-      … - Fin no replica.

-      Este ahora me sirve a mí. – le replico en su lugar.

-      Eso es otra cosa, ¿Qué quieren tan ilustres personajes de un humilde maese enano como yo? – dice con retintín y nada de humildad real, ya que acentúa bastante lo de maese enano.

-      Necesito que repliques esta espada. – digo, desenfundando la espada magna.

-      Ya veo…una reliquia de una era anterior, esa espada es imposible de replicar. – contesta.

-      Haremos lo que sea… - le respondo, desesperado.

-      Y tenemos oro. – contesta el conde Greck

-      Tu exasesino o lo que sea, di que no me mataras. – exige el enano.

Fin me mira extrañado y con un movimiento de cabeza le pido que lo diga, este niega con la cabeza y le vuelvo a insistir.

-      No te matare. – dice totalmente desganado.

-      Que lo diga con más ímpetu. – pide el enano.

-      ¿Qué? – pregunta Fin, molesto.

-      Que lo digas. – le pido con mirada asesina.

-      Está bien… ¡No te matare! – grita, causando la carcajada molesta y exagerada del enano.

Tras escuchar como abre por lo menos 10 cerrojos.

Abre la puerta y empieza a mofarse en la cara del asesino dorado, este hace un sonido de molestia; y me mira, una vez que el enano termina con la mofa física empieza con la verbal.

-      Inútil, un asesino que no puede matar; no sirve para nada, sirves menos que un yunque sin martillo o que una sarten sin fuego. – sigue con su mofa.

-      ¿puedo matarlo ya? – me pregunta Fin.

-      No, no puedes. – niego con la cabeza y Fin resopla.

-      Vamos, entrad; todos menos tú, busca el hueso chico…busca el hueso. – dice, lanzando un hueso de verdad y si las miradas matasen; este enano ya estaría muerto, jamás he visto a Fin asi.

El enano regordete de un metro de alto y dos por ancho nos deja pasar a su casa cueva, sus brazos son del tamaño de una cabeza humana; sus piernas son gruesas, pero no tanto y su barba casi arrastra y tiene echa unas trenzas que adornan su cara peluda.

-      Siempre he querido reirme de un asesino dorado, sin morir en el intento; vos habéis cumplido esa fantasia al traerlo a mi morada, por eso os estoy levemente agradecido. ¿una cerveza enana? – pregunta.

-      Si, por favor. – Dice Greck, sin tomar asiento.

-      Claro, no puedo negar un regalo de un gran enano como vos. – le digo, intentando alargarlo.

-      ¿os reis de mí? – pregunta, mirándome con mirada afilada.

-      No, os alagaba en serio. – le confieso, observando su casa de diseño; a pulido hasta el más mínimo detalle en la roca y estoy viendo una obra de arte, por las barbas del enano ya que yo no tengo.

Él nos pasa 2 cuernos tallados en roca, que no están en su mejor momento de pulcritud; rellena de un barril hasta el borde y derramando unas gotas de su néctar, al llenarlo.

Tras eso espera pacientemente en silencio, observándonos casi sin pestañear; hasta que lo probemos, ambos nos miramos y lo hacemos. Lloramos del poderoso sabor que inunda nuestros sentidos, tras probar esta cerveza; la cerveza del gremio, nos sabrá como agua.

-      Esa es la reacción que esperaba. – ríe divertido. – bueno como os decía, esa arma no se puede replicar; a menos que tengáis un núcleo antiguo o un orbe de dragón, sino el que la toque notara al instante que es falsa. – explica atusando su barba.

-      ¿un núcleo antiguo como este? – le pregunto, sacando una bola negra dura y cristalina; que saque del árbol antiguo del bosque, el abre los ojos brillándole y la agarra.

-      Joder, nunca pensé que vería y tendría en mis manos un núcleo antiguo; mucho menos trabajar con él, la lastima es tener que darle la misma forma…pudiendo crear una maravilla diferente. – dice, hipnotizado por la bola negra.

-      ¿Qué poderes tendría esa arma? – le pregunto preocupado del arma que le voy a regalar a Norman.

-      Depende de la criatura que mataste para conseguirlo. – contesta, jugueteando con su barba.

Le cuento la historia del bicho que mate.

-      Seguramente, podrá controlar bosques; hacer desaparecer estos y aparecer, un arma bastamente peligrosa en malas manos. – intuye y me veo en la obligación de contarle la situación.

-      Vaya, estas en una situación peliaguda; si le das esta arma, te salvaras por ahora, pero intuyo que tendrás que enfrentarlo más tarde ¿estás dispuesto a eso, chico? – me pregunta y asiento.

-      Entonces, déjame ambas armas; voy a replicarla, lo hare por mil monedas de oro. – pone la mano y le damos ambas bolsas.

Tras todo el día y toda la noche, trabajando duro con varios metales que tenía a buen recaudo; la bola y observando mi espada magna, hace una réplica exacta pero incluso más bonita.

-      Maese enano, esta arma es alucinante.

-      Pruébala antes de entregarla, luego la echaras de menos. – dice este y cuando voy a salir añade. – si queréis un consejo, deberíais dejarme la otra aquí y que os vean con esa; hasta el intercambio, yo no la tocare lo prometo y la protegeré hasta que volváis a por ella.

Con cierta desconfianza lo hago, el por algún motivo solo toca la funda; la mete en un baúl, que frente a nosotros con un par de mecanismos oculta bajo la forja.

-      ¿Cómo os llamáis, maese enano? – le pregunto muy serio.

-      Folmer – contesta.

-      Si le pasa algo a mi espada… - empiezo a decir.

-      Si lo sé, me mandareis a vuestro asesino. – ríe divertido.

Se despide de nosotros, pero es cierto; no noto haber perdido el conocimiento de la espada anterior, creo que esta espada aunque diferente dará el pego.

Mientras bajamos la montaña.

-      ¿crees que dará el pego? – me pregunta Fin.

-      Sí, eso creo. – le contesto.

-      Pruébala, seria guay; verla en acción. – me ínsita el conde Greck

Me pongo en posición, ellos también; Fin comienza a lanzarme cuchillos, los desvío con facilidad y cuando no llego a desviarlos ramas que no estaban ahí salen del suelo para bloquearlos o desviarlos.

Ya Greck ha llegado hasta mí y chocamos las espadas, su espada es partida en dos; y en el siguiente movimiento lo tengo enredado entre zarzas, luego me enfrento a Fin que en tres movimientos tengo mi espada en su cuello. Primero desvié su espada, esquivé su cuchillo y zas; mi espada ya estaba en su cuello, ambos sonríen.

-      Diría que es más poderosa. – añade Fin.

-      Distinta. – digo, echando de menos a la otra.

-      Tranquilo, la recuperaras. – dice Greck, poniendo su mano en mi hombro.

De camino a la villa…

-      ¿crees que podría vivir alguna aventura contigo? – me pregunta Greck.

-      Si arreglas tu espada, eres bienvenido. – rio divertido.

-      ¿y tu pueblo? – le pregunta Fin

-      Puedo dejar al chaman a cargo. – responde, este quitándole importancia.

-      Está bien, entonces bienvenido. – chocamos nuestras manos. – cuando toda esta mierda termine, recuperare mi espada e iré de nuevo a vivir aventuras. – les cuento a los dos.

-      Pasa a recogerme a mi cueva, te estaré esperando. – me dice y asiento.

Cuando llegamos al pueblo, Greck se llevó a sus hombres; vi que la mayoría de los heridos ya estaban bien y patrullando, pasé toda la semana viviendo y entrenando como noble.

Hasta que llegó el momento del intercambio, Fin fue conmigo; pero no lleve a nadie más, la verdad y enfrente tenia a Norman, con 10 hombres y mi esposa.

-      Hola amigo. – me dice, con cierta ironía.

-      Norman. – pronuncio casi con asco, mientras miro su sonrisa y cara perfecta con rencor; su armadura y espada dorada, su escudo dorado y su pelo rubio con sus ojos marrones.

-      Vamos, no me mires asi; ¿acaso hubieras vendido tu espada? – me pregunta.

-      Por supuesto que no. – niego con la cabeza.

-      Pues por egoísta, has logrado ser noble; pero perderás tu espada mágica. – me recrimina, como si me estuviera perdonando la vida.

-      ¿le has hecho algo? – le pregunto, viendo a mi esposa atada.

-      No, la he tratado como a una noble; no haría lo mismo contigo. – me deja caer, con una sonrisa falsa.

-      Dame la espada y os dejare ser felices, en esta historia; el héroe soy yo. – se señala asi mismo y autoproclama.

Lo miro con pena, mientras resoplo y desenfundo mi espada; que el contempla con admiración.

-      ¿Cómo la llamabas? – me pregunta.

-      Luciérnaga dorada. – susurro, como si me afectara la perdida.

-      Qué asco de nombre, conmigo se llamará espada magna. – responde, acercándose a coger la espada; mientras sus hombres tienen sus espadas en la garganta de mi esposa.

El agarra la espada y una explosión verde, me empuja para detrás; la misma energía verde conecta a él con la espada, mientras sus ojos brillan con un verde inhumano.

-      Esto es alucinante. – dice, en estasis; fuera de sí.

-      Ya tienes tu espada, devuélveme a mi esposa. – le digo.

-      Gracias por haberme guardado la espada, está claro que era para mí; dádsela, cuando vuelvas al feudo todo estará como debe. – me responde y ordena a sus hombres.

Abrazo a Annah, esta atónita; porque le haya dado lo más preciado para mí a Norman, por ella.

-      Ahora solo necesito una cosa, vencer al mejor; para creerme el mejor, te reto a un duelo. – dice, señalándome con su espada.

-      No soy nada sin mi espada, ahora tú tienes la espada del héroe; no puedo ganarte. – digo, levantando las manos; intentando conservar la vida, para recuperar mi arma.

-      ¿rehúsas noble cobarde? – me pregunta, acercándose a mí.

-      Mi señor, ya tenéis lo más preciado para él; ¿Qué más derrota queréis? Dejadlo vivir, os lo suplico y contemplara la gloria…vuestra gloria. – suplica Annah.

-      Si, tenéis razón; por cierto, si alguna vez se te ocurre intentar pararme te destruiré. – me amenaza, súper confiado de sí mismo.

-      No lo hare… - digo bajito y él sonríe.

-      Tengo una idea, pasa por debajo de mis piernas y no lo hare; soy alto, no tendrás problemas. – dice y ríe, mientras sus hombres rompen a carcajadas.

Como no me queda más remedio, me pongo a cuatro patas y lo hago; llorando de furia, me arrastro como un gusano para poder sobrevivir.

-      Está bien, como lo has hecho perdonare tu vida; gran noble, vive tu vida como un pequeño noble o muere como aventurero me da igual…yo pronto seré un rey. – bravuconea, marchándose con sus hombres.

Annah se acerca a mí y quiere tocarme, quito de mala gana sus manos.

-      Fin. – digo, mirando a mi alrededor; asombrado de que no está.

-      ¿Fin, venia contigo? – me pregunta mi esposa.

-      ¿para qué suplicaste por mi vida? Si mandasteis a vuestro general asesinarme. – le replico sin contestar.

-      Lo siento, yo…no sabía que era tan importante para ti, que darías tu espada por mí; prometo daros mi amor incondicional, obedeceros en todo a partir de ahora. – me promete y parece sincera.

-      Está bien, os llevare a vuestra villa; en cualquier momento puedes dar a luz y aquí en medio morirás, luego iré a recuperar mi espada sino ha ido ya Fin. – le respondo.

-      No entiendo, ¿no era esa tu espada? – me pregunta, sorprendida.

-      Una réplica de ella, con poderes dispares. – le respondo, preocupado.

-      ¿y la otra? – me pregunta, sonriente.

-      La tiene el herrero Folmer a buen recaudo, me temo que Fin es el único que sabe donde esta. – le cuento y ella luce preocupada.

-      ¿Creeis que os a traicionado? – me pregunta.

-      Es posible, me temo. – le respondo…

Ambos caminamos cabizbajos hasta que vemos su feudo, ella luce deslumbrante; se nota que ama a su gente y que su gente la ama a ella, ya que todos salen a recibirla y Albert junto al nuevo general se ponen firmes en mi presencia.

-      ¿habéis visto a Fin? – les pregunto y ambos niegan con la cabeza.

-      ¿no estaba con usted? – me pregunta Albert.

-      Ve a buscarla, yo me quedo con el general; llévate a Albert, es el mejor guerrero de mis vasallos. – me anima Annah.

Annah es una bella mujer castaña, con cintura de avispa; buenos pechos y trasero, añadiéndole a la ecuación una barriga de embarazada que posiblemente en pocos días ya no estará.

-      Albert, conmigo; nos vemos a la noche, organizad una pequeña cena con los más importantes para vos si queréis. – digo, besando en los labios a Annah.

Por el camino…

-      ¿señor, que ocurre? – me pregunta Albert.

-      Me temo que Fin, me ha traicionado. – le respondo y el asiente.

-      Me lo temía, que se estaba ganando vuestra confianza, para algo oscuro ¿y vuestra espada mágica? – pregunta asustado.

-      La tiene el. – digo y Albert, jadeante apresura el paso.

-      Esa espada no puede caer en sus manos. – replica este, haciéndome correr a mí también.

Pero cuando llegamos allí, es tarde; todo está destrozado, el enano esta moribundo.

-      ¿Dónde está mi espada? – le pregunto, aterrado.

-      Se la ha llevado el asesino que os acompañaba. – dice, tosiendo sangre.

Palmeo mi cara y él sonríe.

-      ¿Qué os hace tanta gracia?

-      Esa ya no era una espada adecuada para vos y no ha encontrado la verdadera reliquia… - el señala con sus últimas fuerzas la pared.

-      ¿Qué hay ahí? – le pregunto.

-      La espada fabricada para vos. – dice, muriendo en el acto.

-      Maldito seas Norman y maldito seas Fin, por vuestra traición. – digo, agarrando el martillo de forja del enano y martilleando la pared; hasta que le hago un agujero, dentro de esta hay una espada dorada clavada en la piedra.

La saco con gran esfuerzo y al sacarla, Albert cae de culo.

-      Vaya, ¿Qué ha sido eso? – protesta.

-      No lo sé, pero me he sentido…genial. – digo y le enseño la hoja. - ¿sabes que pone aquí? – le pregunto.

-      Está en enano, pone…De las cenizas de un árbol antiguo y luciérnaga dorada; nace Gladius Regis, eso reza. – me lee.

-      ¿Gladius Regis? Me gusta. – confieso, probándola contra el yunque y partiéndolo en dos.

-      Que, pedazo; de, espada. – alucina él.