La espada 20. Viaje de campaña

Brad se separa de sus amigos, para encargarse de sus nuevos deberes como noble; pero el viaje es demasiado turbulento para su gusto y no esperaba tener que ganarse la lealtad de sus nuevos hombres asi. Por fortuna, tiene a Fin con él; para mediar en el problema y amigos que le deben un favor...

La espada

Capítulo 20. Viaje de campaña

Tras todo el día cada uno haciendo sus cosas, cenamos todos en el salón; hay un silencio incómodo y nadie se atreve a romperlo, están mis tropas y las suyas.

Cuando ya hemos terminado todos de cenar.

-      He tomado una decisión. – responde ella.

-      ¿y cuál es? – le pregunto.

-      He decidido casarme contigo, aunque no eres manejable como esperaba; eres bueno con la espada y tienes valor, asi que creo que podemos sernos útiles por igual. – me explica.

-      Supongo, que sí; que sería practico para los dos. – le respondo y ella asiente.

Me hago el tonto, pero noto que lo está tratando como un negocio.

-      Ahora tenía dudas de si te daba las tropas que pasaría conmigo, pero Norman y su familia; se han ofrecido a protegerme, mientras no estés tú y mis hombres. – me cuenta, asiento y le hablo a Norman.

-      Gracias, amigo. – le agradezco.

-      De nada, un placer. – dice demasiado servicial.

En la sala entra un sacerdote, con dos pajes que llevan cada uno un anillo; a su lado cuatro cruzados, protegiéndolos.

-      ¿y esto? – le pregunto sorprendido.

-      Nuestra boda, tonto; ven aquí. – me pide y asi lo hago.

Resoplo y pienso espero esto no se tarde mucho tiempo, una vez a su lado; el hombre me moja la cara y dice unas palabras en otro idioma, pongo cara rara.

-      ¿Qué hace mojándome? – le pregunto a mi mujer, causando la risa de Norman que es el único que sabe lo que está pasando y de mi mujer.

-      Te está bautizando y te ha dado el nombre de Sir Bradley de la espada magna. – me explica, entre risas.

-      Entiendo, me gusta; el nombre. – replico y guardo silencio, mientras el sigue con su discurso…hasta que finalmente se dirige a mí en mi idioma.

-      Sir Bradley de la espada magna, ¿quieres a Doña Annah Hearling? Como esposa para amarla y respetarla, hasta el fin de tus días; en la vida, en la pobreza y en la enfermedad. – me pregunta, hablando de lo peor.

-      Si quiero. – suelto, un poco confuso.

-      Doña Anna Hearling, ¿queréis a Sir Bradley de la espada magna? Para amarlo y respetarlo, hasta el fin de tus días; en la vida, la pobreza y la enfermedad. – le pregunta, hablando de lo mismo.

-      Si quiero. – escupe esta.

-      Por el poder que Dios nuestro señor me otorga, yo os declaro marido y mujer; mientras el corazón de ambos lata, ya puedes besar a la novia. – dice, siendo bastante especifico.

Nos besamos con un beso frio y nos separamos, entre los aplausos de mis compañeros; los soldados y los pajes, mientras él nos dicta una última bendición.

-      Ahora podéis partir como Sir Bradley Hearling de la espada magna.

Veo que Norman aplaude con una sonrisa extraña y una desgana parsimonia.

-      ¿Qué haréis vosotros? – les pregunto.

-      Yo iré contigo. – dice Fin.

-      No tengo nada que hacer en una batalla noble – se excusa Carl

-      Me quedare aquí a proteger tus tierras, junto a las tropas de mi padre. – me comunica Norman.

-      Ire con Carl – me cuenta Apolo.

Spike mira ambos bandos sin decidirse.

-      Ve con Carl, ¿Cuándo termine donde os encontrare? – les pregunto.

-      En el pueblo. – sonríe Carl.

Nos despedimos aquí, ya que cada uno va a tomar un camino.

-      Las tropas te están esperando en el patio, puedes partir ya. – me comunica entonces mi esposa.

-      ¿no vamos a darle uso al matrimonio? – le pregunto, sorprendido.

-      ¿no tenías prisa? – me pregunta ella, arqueando la ceja.

Frunzo el ceño y asiento.

-      Entendido, chicos conmigo. – le digo a Fin y a mis tropas personales.

-      Cariño. – dice ella cuando me estoy marchando.

-      ¿si? – le pregunto.

-      Mucha suerte en el viaje. – me desea y asiento marchándome.

Una vez Fin, los seis hombres que me siguen y yo estamos solos de camino al patio…

-      Quiero los ojos bien abiertos, por ahora somos aliados; pero aquí hay gato encerrado. – les susurro y todos asienten.

-      ¿señor? – pregunta Fin.

-      ¿no lo hueles? – le pregunto y el asiente.

Bajo abajo y veo 40 soldados, 4 capitanes al frente; 2 sargentos y 1 general. Detrás de ellos, veo 60 hombres mal armados y entrenados; delante de ellos, hay un soldado con demasiados inviernos y poco mantenimiento físico…todos se ponen firmes a mi llegada.

-      ¿a quién servís? – les pregunto, todos se miran entre ellos confusos; entonces vuelvo a repetir la pregunta, mientras los lideres les susurran cosas y la doña mira desde el balcón.

-      ¿Qué a quien servís? – les repito.

-      ¡A Sir Bradley de la espada magna! – gritan todos a coro, bastante confundidos.

Asiento satisfecho y digo.

-      ¿veis a este hombre de aquí? – pregunto, nadie contesta; pero todos lo miran.

-      Es un asesino dorado. – digo, preocupándolos a todos.

-      A la más mínima sospecha de traición, él os matara mientras dormís y estos hombres de detrás míos fueron testigo de que eso paso asi. – les cuento, sabiendo que luego les preguntaran.

-      ¡Sí, señor! – contestan todos.

-      Tambien los que me sigan serán perdonados, como estos de aquí; ellos mismos pueden dar testimonio vivo, de mis palabras. – les cuento y todos vuelven a gritar.

-      ¡Sí, señor!

-      Ahora, ¡Avanzad! Generales, dejad a vuestros segundos al mando; vosotros conmigo, Fin te nombro segundo al mando de mi escolta organízalos detrás nuestro. – ordeno, me despido frente a mi preocupada esposa; al ver cómo me gano a las tropas o quien sabe que, tampoco me importa mucho…yo solo quiero mi nueva espada.

Una vez los generales cumplen su cometido y se sitúan uno a cada lado mío.

-      Me presento soy el general de las tropas Hearling, me llamo Hank; señor, no era necesario infundir el miedo en las tropas. – me da su opinión.

-      Cuando necesite su opinión se la pediré general, ¿nos coge de camino, las montañas del norte? – le pregunto, mientras le demuestro quien manda aquí.

-      Sí señor, podemos esperar alguna escaramuza de los hombres salvajes del norte. – me avisa, aceptando de buen grado que mando yo.

-      Yo no me preocuparía de eso. – digo y él pone cara rara.

-      Al fin un hombre con coraje al que los hombres pueden seguir, soy Albert; general de la leva Hearling, su discurso ha sido espectacular, señor. – me felicita, aunque se nota que está haciendo un esfuerzo por llamarme señor.

-      ¿Qué puedo esperar de la tropa y de la leva? – les pregunto.

-      Con lo que ha dicho, fidelidad total. – asume el general.

-      Perfecto, entonces. – asiento, sin fiarme de sus palabras.

-      Señor, ha envalentonado a la plebe; a muchos les gustaría entrenar un poco por el camino, tienen miedo a no dar la talla. – me responde Albert.

-      La plebe, solo está de apoyo. – responde Hank.

-      Perfecto, la plebe será entrenada por Fin; una hora al día. – digo, mientras Albert me agradece y Hank se pone muy serio.

-      ¿Cuántas tropas hay en el otro feudo? – le pregunto a Hank.

-      El otro feudo tendrá unas 60 y posiblemente una leva de 100, era más grande que el que la doña conserva. – responde Hank y por mi lado asiento.

-      Por su leva no me preocuparía, la doña trataba bien a su gente; sir Erick, no tanto. – opina Albert.

-      ¿crees que huirán? – pregunto, mientras que Hank niega con la cabeza.

-      La leva luchara. – niega Hank.

-      Si dais un buen discurso y mostráis el anillo, es posible que la mitad huya o se cambie de bando. – opina Albert.

-      Me gusta como piensas, lo explotaremos; quizás hasta sus tropas puedan dudar. – comento, Albert asiente y Hank vuelve a responder.

-      No lo creo señor, la mayoría de tropas que hay allí; son de Sir Erick.

-      Sí, pero alguien que trata mal a sus ciudadanos; no puede tratar mucho mejor a sus tropas. – respondo, Hank resopla y guarda silencio; sin embargo, Albert asiente.

El resto del camino, no pasa nada interesante; hasta que Fin y yo podemos hablar, solo me escuchan ambos generales.

-      Señor, me parece una excelente idea; para mandar hay que ser temido y amado, como el líder de los asesinos dorados. – Me comenta Fin y yo asiento.

-      Esto de mandar, es duro. – le sonrío y él sonríe.

-      Capitán Fin, mande acampar a los hombres; mi tienda será ocultada entre las de los hombres al azar y abra varios señuelos. – le ordeno y el asiente.

-      ¡A acampar! – grita, mientras los hombres se ponen a ello.

Una vez se ponen a ello, agarro al general Albert, y a dos capitanes de Hank.

-      Estamos cerca de la cueva de unos amigos míos. – comunico, todos escuchan en silencio.

-      Quiero que me elijáis un hombre de confianza cada uno y que vengáis conmigo, sin decírselo a nadie; el general no debe saberlo, ¿entendido? – pregunto y todos asienten.

Cinco minutos después, todos han cumplido; ni siquiera Fin sabe dónde estoy y los guio hasta la cueva de los hombres salvajes.

-      No quiero que nadie desenfunde las armas, bajo ningún concepto.

-      Entendido señor. – afirma Albert y los demás le siguen.

En la puerta de esta hay una patrulla de hombres salvajes, que al verme; se ponen en posición, preocupados.

-      Quiero hablar con vuestro líder. – les pido y ellos asienten.

-      Solo tú. – contesta uno, dejando a mis compañeros patidifusos y a mi sorprendido.

-      Esperad aquí, no quiero conflictos. – ordeno y todos asienten.

Me guía por la cueva, hasta que llego hasta donde está el gigante; abrazado a una de las mujeres.

-      Hola amigo. – saluda, feliz.

-      Hola, me alegro de verte

-      ¿vienes a celebrar? – me pregunta.

-      No, otra vez será; vengo a pedirte ayuda. – le hago una reverencia y él sonríe.

-      Tu no humillarte, ¿Qué querer? – me pregunta.

-      Quiero que tus hombres vengan conmigo a una batalla. – le explico.

-      ¿Qué ganar? – me pregunta.

-      Mujeres. – le prometo y el abre los ojos como orbitas.

-      ¿Cuántas? – me pregunta.

-      Cuatro. – respondo, viendo que ahora tiene dos.

-      Ocho – pide, demostrándome que sabe negociar.

-      Cinco – renegocio.

-      Siete – baja un poco, pero con la esperanza de conseguir bastante.

-      Te daré cinco y un noble. – le respondo, pensativo.

-      ¿y para que querer un noble? – me pregunta el.

-      Sencillo, al tener un noble; podréis pedir más mujeres como rescate. – le respondo y el asiente.

-      ¿Cuántos hombres necesitas?

-      Los que puedas darme. – le contesto.

-      Aquí solo tengo 20, pero puedo juntar algunos clanes y llegar a más hombres.

-      Diles a todos, que los que me sirvan; conseguirán mi favor, soy Sir Bradley Hearling de la espada magna. – le contesto y el asiente.

-      Lo diré.

-      Sigue el rastro de mi ejército y no tardes o la cosa se pondrá difícil. – le pido.

-      Entendido, llévate 10 hombres en señal de nuestro acuerdo. – asiento y me marcho de allí, con una nueva escolta; que realmente solo me es fiel a mí, asi que ahora me siento más seguro.

Por el camino.

-      ¿estas son las tropas que nos prestara tu amigo? – me pregunta Albert.

-      No, esto es un adelanto; aquí no tiene más. – el asiente y se da por saldado con mi explicación.

Estos diez hombres son rudos, de gran tamaño; mal equipados, pero tienen experiencia.

Una vez llegamos allí los vigías nos detectan y ponen el campamento en alza.

Fin y el general son los que salen a recibirme.

-      Señor, ¿Cuándo se marchó y quiénes son esos? – me pregunta Hank

-      Nuestros nuevos aliados, Fin; organízalos y trátalos como a mi guardia personal, los quiero protegiendo mi tienda. – le ordeno y este asiente con una sonrisa.

-      Sí, señor, asi lo hare. – este empieza con lo que le pedí sin perder la sonrisa.

-      ¿señor, 10 hombres nuestros aliados? – me pregunta, escamado el general.

-      Es lo que hay. – me encojo de hombros.

-      Eh avisado a la doña de nuestra estación aquí. – me avisa el general.

-      Entendido. – le respondo y tras eso, me voy a mi tienda; duermo abrazado a mi espada, preocupado por el destino me cuesta dormir.

Por la mañana temprano, me despertó el ruido de la leva entrenando bajo las instrucciones de Fin; mande descansar a mi guardia, Hank observaba a disgusto.

Por mi lado entrene artes marciales y artes de espada, Hank me observo; cuide al detalle no hacer demasiadas cosas impresionantes, veo como mira mi espada.

Tras el desayuno partimos, viajo al frente con mi tropa personal; ambos generales, tras nosotros la guardia y por último la leva cuidando los suministros.

Espantamos a bestias, humanos y viajeros por igual, varios han cambiado su camino; para no toparse con nosotros, nadie sabe a que vamos.

Por la noche, Hank me avisa de que ya hemos entrado en territorios de la familia Hearling; asi que organizo una defensa para evitar sorpresas, porque podemos encontrárnosla.

-      Quiero que tripliques la guardia, pero no los quiero juntos, los quiero a distancia de la vista de cada uno y con una luz para verlos. – le ordeno a Hank y este asiente.

-      Si señor, avisare a la doña.

-      Perfecto.

Una vez el sale…

-      ¿señor? – pregunta Fin.

-      Volvemos a hacer lo que hicimos ayer. – le contesto y el asiente.

-      ¿tiene alguna orden para mí? – pregunta Albert.

-      ¿sabe algo que deba saber de Hank? – le interrogo.

-      Bueno…es muy fiel a la familia Hearling, noble; señor. – dice, diciéndomelo todo; sin decirme nada.

-      Entendido, quiero que vigiles de cerca a sus hombres más fieles. – le ordeno y el asiente.

-      Sí señor.

-      Pero señor, ¿eso no creara división entre nuestras tropas? – pregunta el segundo capitán.

-      No, mostrara la que ya ahí. – digo y él se calla, aunque veo que no está de acuerdo.

Una vez nos quedamos a solas, le digo a Fin.

-      Vas a proteger más, la tienda donde no estoy; entendido y quiero un señuelo no vivo, para ver que le hacen. – ordeno y el asiente.

-      Vigilare esa tienda, pero me hare el tonto. – asiente y le sonrío.

Duermo con dificultad como ayer, hasta que el dia siguiente; me despierta Fin, trayéndome a un soldado a mi tienda de bruces.

-      ¿Qué ocurrió Fin? – le pregunto.

-      Señor, este guardia se metió en la guardia; pero no le tocaba según el cumplía ordenes de Hank y acuchillo al señuelo, robando la espada de madera. – me cuenta Fin.

-      Señor, piedad; solo obedecía ordenes, tienen a mi familia. – suplica el soldado.

-      Calla, perro. – dice Fin y lo patea.

-      Basta. – ordeno, pensando.

-      ¿quieres vivir? – le pregunto.

-      Claro, señor. – dice sin mirarme.

-      Vas a matar al general y luego te nombrare capitán. – le ordeno y el lloriquea.

-      Van a matar a mi familia, señor.

-      Debes elegir, no puedo prometerte salvar a tu familia; pero si puedo prometerte que, si me sirves haremos pagar al culpable…ahora si me traicionas, morirás igualmente. – le aviso y el asiente.

-      ¿Cuándo lo hago, señor? – me pregunta.

-      Ahora, mismo; Fin, ve con él y explica porque ha sido ejecutado…llevaos a mis tropas – ordeno y Fin asiente.

Una vez ambos se marchan de mi tienda, contemplo el espectáculo desde mi tienda; algunos capitanes intentan defenderle y son rápidamente rodeados, por mis tropas de confianza.

Los que no me juran fidelidad delante de las tropas, son rápidamente ejecutados; los que lo hacen mantienen la cabeza sobre los hombros, las tropas comprenden el mensaje por lo que veo en sus rostros.

Una vez termina ese espectáculo, ambos sargentos se acercan a mí.

-      Señor, ¿Quién será su nuevo general? – dice de rodillas el primero.

-      ¿Sera mi compañero o seré yo? – pregunta el segundo.

-      Ignoro vuestros méritos, veo las medallas pero para mí no significan nada; no puedo saber a ciencia cierta, cual es leal al decapitado general o a mi… - pienso en voz alta.

-      Señor, con el debido respeto; todos los leales al general ya han muerto, nombre un general de su confianza antes de que los soldados pierdan la moral que les queda. – me pide el primero.

-      Cualquiera, pero hágalo rápido; nuestro ejército se puede desmoronar, por la caza de brujas. – replica el segundo, puedo ver lo ansioso que están los dos; por el poder.

-      Voy a ordenar a un general en funciones, dependiendo de quién me demuestre más valor; mas estrategia y más lealtad en la guerra…lo nombrare de entre vosotros. – digo y ambos asienten; veo una luz en sus ojos.

-      Sí, señor. – gritan al unísono y se retiran.

Delante de todos, ordeno a Fin general de las tropas en funciones; puedo ver el desatino entre los soldados y los oficiales que siguen con vida.

-      Gracias señor, es un honor. – reza Fin.

-      General Fin, la caza de brujas ha terminado; por ahora, mañana sabremos quién de los que queda nos traiciona y con cuántos hombres cuenta.

-      Los hombres salvajes nos siguen señor, he contado más de 40; pero puede haber más.

-      Perfecto, que nadie más se dé cuenta o al menos que no sepan cuantos son. – ordeno y el asiente.

Seguimos avanzando todo el día, hasta que una tropa de veinte hombres sale a nuestro encuentro. Se adelanta la bandera blanca llevada por un hombre, un noble y un general.

Por mi lado me adelante, seguido de Fin y Albert; entre ellos un hombre salvaje, que lleva nuestra bandera.

El noble nos observa y yo hago lo propio con él.

-      ¿Quién sois y que hacéis en mis tierras? – me pregunta.

-      Soy el nuevo dueño de estas. – digo, mostrando el anillo; él lo observa, atónito.

-      No puede ser, mi mujer fue raptada. – escupe, para sí mismo.

-      Yo la salve, se casó conmigo y aquí estoy para recuperarlas. – le cuento y él se ríe a carcajadas.

-      Un segundo matrimonio, nunca prevalece sobre el primero. – opina el.

-      Podemos luchar a un duelo y evitar una masacre. – le ofrezco.

-      De ningún modo, si queréis las tierras; nos veremos mañana en el campo de batalla. – me amenaza.

-      Como queráis, solo os aviso; no he venido aquí a perder. – le amenazo y él se ríe.

-      ¿Cuántos hombres creéis que tengo?

-      Según me informaron, 60 y 100 de leva.

-      Da la casualidad que hay un pariente mío visitándome, tengo 100 soldados. – me responde.

-      No hace falta que mintáis, sé que mi ex general os informo de mi llegada y de con cuantas tropas contaba.

Él se ríe, fingiendo estar atónito.

-      No sé de qué habláis.

-      Bueno, esta conversación se acabó; entregad las tierras o mañana seréis capturado y vendido como esclavo.

-      Pisotearemos ese mini ejercito tuyo, en el campo de batalla.

Cada uno nos marchamos

-      Esa cifra es preocupante. – responde Albert

-      Un poco, pero ellos no saben que tenemos aliados; por fortuna. – digo y nos reímos los tres.