La espada 17. La villa Rocaverde

La noble no es lo que esperaba, al final acaba pasando algo inesperado; pero no de mano de Fin oscuro, como todos temíamos. Creo que el único que sabía justamente lo que iba a pasar aquí es Carl. ¿me pregunto si las sorpresas acabaron con esto? quizás todo acaba de empezar.

La espada

Capítulo 17. La villa Rocaverde

Estamos en la villa Rocaverde, de la familia Hearling; nos encontramos en dominios nobles, gente que con tocar los palillos puede mandar ahorcarte y de echo muy a mi pesar. Quería evitar venir a toda costa, pero Carl ha insistido; para colmo traemos a un asesino del que no nos podemos fiar y puede crear problemas en cualquier momento, esperemos que todo salga bien y no tengamos que salir de aquí a espadazo limpio.

Nos hemos separado, para acicalarnos; dejar de ser guerreros mugrosos y convertirnos dentro de lo posible, en caballeros. Para un noble todo es poco, pero será mejor no ir oliendo a caballos; llevar cada pelo en su sitio y no llevar pelos, donde no hay que llevarlos.

Nos han dado una hora y arreglarnos por separado, casi nos lleva eso.

Cuando termino, dos golpes tocan mi puerta.

-      ¿si? – pregunto, cerrándome la ropa.

-      Lady Hearling espera en el salón, ¿está listo? – pregunta, alguien.

-      Si, ya voy. – digo, molesto; odio que me metan prisa.

Odio que me metan prisa, porque esa era la vida de labrador; siempre corre, corre y nunca descansar.

Abro la puerta y en ella hay 2 guardias con un mayordomo.

-      ¿es necesario? – pregunto, mirando a los guardias.

-      Lleva usted una espada. – argumenta, el.

-      Está bien, como quieras. – digo aún más molesto, él se percata; pero no dice nada.

-      ¿la estancia estaba a su gusto? – pregunta, por el camino.

-      Grm – gruño por respuesta, para que entienda que no quiero hablar.

Una vez llegamos a la sala, me detiene.

-      ¿Cómo se llama? – me pregunta.

-      Brad. – digo, enfadado.

-      El señor Brad, entra en el salón. – dice, presentándome.

-      Tonterías. – gruño por lo bajo.

Una mujer que recuerdo con muy mal aspecto, una barriga bastante más hinchada; mucho más hermosa de lo que recuerdo y arreglada, se pone en pie y mis compañeros la imitan. Ella me observa y se da cuenta de que algo me ocurre, ya que voy farfullando; llama a su mayordomo, mientras me siento y se sienta.

-      Señor Brad, me disculpo si mi sirviente le ha agraviado de algún modo. – dice ella.

-      No importa – digo, deseando acabar esto.

-      Quiero que sepa, que este festín es por usted; un digno héroe, de una linda damisela como yo. – suelta, antes de dar la orden y por las puertas entra un gran banquete.

-      Me disculpo, si mis hombres; valientes, aunque no educados y es posible no estén a la altura de las circunstancias. – respondo, siguiendo su juego.

-      No importa, comprendo que no siempre la sangre noble; acompaña el valor. – responde y parece una indirecta a alguien, que posiblemente no esté aquí.

Empezamos a beber y comer, muy pronto queda claro; que ninguno sabemos comportarnos como ella, pone cara de circunstancias, pero lo soporta y en medio de la comida.

-      Gracias señor Carl, por haberme traído al señor Brad; como le dije, siempre estaré en deuda con usted. – agradece molestando a Carl, que está devorando como si no hubiera mañana; toda la comida y la hidromiel, que le ponen por delante.

-      De nada, Lady Hearling; fue todo un placer, como le dije. – dice, masticando comida; algo asqueroso de ver, sobre todo para ella.

-      Bien, gracias; ¿y tú quién eres? – pregunta a Spike.

-      Soy el mejor guerrero del grupo, La segunda mejor espada de Brad. – se tira un farol, que no se lo cree ni el mismo; pero cuando voy a decírselo.

-      Si, eres la mejor espada basura; del grupo. – ríe, haciendo reír a los demás Norman; que por cierto es el único, que sabe comer.

-      ¿y tú señor Wesley? ¿Qué cruzo su camino, para acabar con este grupo? – pregunta, interesada; pudiendo mirarlo, sin sentir nauseas.

-      Es un poco peculiar, tuve mis diferencias con Brad; me duele aceptar que me venció, aun llevando mi mejor equipo y habiendo estado toda mi vida con un tutor. Eso me impulso a querer acompañarle, más que nada para superarle; hacerme más fuerte, descubrir el secreto de su fuerza y aprovecharlo a mi favor. – Suelta, llamando mi atención; preocupándome un poco, de si se refiere a mi espada.

-      Ah, un interesante motivo; ¿Cómo eres tan bueno? – pregunta la noble.

-      Es simple… - empiezo a decir.

-      Entrena con de la rose. – escupe Apolo.

-      Y tiene una espada mágica. – añade Fin.

-      Grr – gruño por lo bajo. – gracias por interrumpirme. – les digo y ambos sonríen.

-      Ahora entiendo lo que le dijiste a mi guardia y porque no la sueltas ni para cenar, ¿podrías mostrármela? – me pide.

La desenfundo y alzo la espada sobre la mesa.

-      Vaya es una espada impresionante. – admira ella.

-      Gracias.

-      ¿Cómo la conseguiste? – me pregunta, sincera; por una vez tengo ganas de contarlo.

-      Me la enviaron los dioses en respuesta a una plegaria. – le respondo.

-      ¿en serio? – pregunta ella, los demás no preguntan; pero escuchan más atentos que nunca, hasta que Carl salta.

-      ¿Podrías explicarte muchacho? – pide Carl.

-      Estaba un día labrando el campo con mi padre e interiormente estaba pidiendo otra vida, cuando una espada cayó del cielo; la probé y me di cuenta que con ella seria invencible, asi que pedí mi herencia y me fui de aventura hasta ahora que estoy aquí. – cuenta, resumiendo.

-      Nunca escuche que una espada cayera del cielo. – replica Apolo.

-      Ni yo, pero es una historia fascinante. – contesta Fin.

-      Sí que lo es. – aprecia ella.

-      Yo también quiero una, no es justo; dios mándame tu espada. – pide Spike, gritándole a la ventana.

-      Siéntate y come. – le riñe Carl.

-      Vaya, asi que una espada celestial. – dice agnóstico Norman.

-      Asi fue, como paso. – sentencio, sin dejar dudas.

-      Cambiando de tema, ¿tienes mujer o hijos? – pregunta la noble.

-      Eh…no. – respondo, sin saber a qué viene esto.

-      ¿Qué os parezco? – me pregunta, levantándose y dándose una vuelta sobre sí misma.

-      Estáis esplendida. – contesta Carl.

-      Gracias, señor; pero como ya os dije, sois muy mayor para mí. – contesta ella, escamándome aún más.

-      Estáis muy bien. – respondo, desconfiado.

-      ¿Qué opináis de un compromiso entre un noble y un plebeyo? – responde esta.

-      Que siempre será mal mirado por los nobles y envidiado, por los plebeyos. – contesto con sinceridad.

-      Pero no me interesa la opinión de los demás, quiero saber la vuestra. – me pide.

-      La mía…es una manera de convertirse en alguien de un solo plumazo, aunque arriesgado para un noble; debe saber bien que es alguien de valía, para que no lo deje en evidencia y el plebeyo debe importarle el noble para que lo haga no solo por la posición. – le digo, ignorando que muy posiblemente va por mí; aunque lo imagino.

-       Va por ti, inepto. – contesta Norman.

-      Lo sé, imbécil. – le respondo.

Ella se ruboriza.

-      ¿entonces me aceptáis a pesar de estar en cinta de los salvajes? – me pregunta.

Lo pienso un poco, mientras todos me miran.

-      Si esta es tu recompensa, no merezco tal cosa. – le respondo.

-      No lo entiendes, no es solo por eso. – me contesta.

-      Explícame. – le pido, amablemente.

-      Mi prometido y mi hermano iban en la misma caravana, nos mudábamos de mis anteriores tierras; mi hermano murió defendiéndome, mi prometido huyo y volvió a mis tierras anteriores haciéndose con el control de estas…yo necesito un marido, para poder defender estas; necesito un hombre fuerte, valiente como tú. – me explica con todo detalle.

-      ¿y no sería mejor un noble? – le respondo.

-      En efecto. – Replica Norman.

-      Tu cállate. – le dice Carl.

-      No, los nobles son pura fachada; muy bonito equipo, pero luego poco corazón y yo necesito tu corazón para poder recuperar mis tierras anteriores. – me pide, agarrando mi mano.

-      ¿y el amor? – le pregunto.

-      Un aventurero puede estar con más de una mujer siempre que la pueda mantener, estoy dispuesta a compartirte; siempre y cuando luches por mis sueños, a la par que por los tuyos. – declara, delante de todos.

-      Esto no puede ser verdad. – murmura Norman

-      Lo es – le contesta en el mismo tono Carl.

-      Vaya, quiero encontrar una mujer asi. – juzga en voz alta Spike.

-      Asi que héroe y noble, a este se le va a subir todo esto a la cabeza. – murmura Apolo.

-      … - Fin observa en silencio.

-      ¿lo puedo pensar? – Le pregunto.

-      Si, ¿es por qué estoy en cinta? – me pregunta.

-      No, eso no me importa; es solo que no esperaba algo asi. – le respondo con sinceridad.

-      Entiendo. – dice cabizbaja.

-      ¿de aceptar, que responsabilidad aceptaría? – le pregunto.

-      Ayudarme cuando estés a llevar la villa, recuperar mi otra villa; proteger mi villa, criar al niño que llevo en mi vientre y a los que tengamos futuramente…lo normal. – enumera, quitándole importancia.

-      De acuerdo, ¿puedo retirarme? – pregunto.

-      Siéntete como en tu casa. – responde y los demás se quedan con ella.

Esta vez no me sigue nadie.

Doy un paseo bajo la luna hasta llegar a mi habitación, una vez allí me encierro en ella; atranco puertas y ventanas, entreno desnudo artes marciales y artes de espada.

Hasta que llaman a mi puerta.

-      ¿si? – pregunto.

-      Soy yo. – responde la voz de la noble.

Desatranco la puerta, la dejo pasar; que va vestida con un camisón sugerente y tan solo iluminada con una vela, para atrancarla después.

-      ¿Qué haces? – me pregunta sorprendida.

-      Unos asesinos me persiguen por mi espada. – suelto, veo su cara de asustada.

-      ¿Vendrán aquí? – me pregunta, asustada.

-      Es posible. – le respondo, escuetamente.

-      Doblare la guardia. – dice, haciendo el amago de irse.

-      ¿a qué has venido aquí? – le pregunto, deteniéndola.

-      Quería mostrarte los extras que tendría estar conmigo. – dice, mirándome a los ojos.

-      ¿Qué extras? – pregunto acercándome, sin pestañear; mirándola a los ojos.

-      Estos… - dice, pegando su cara a la mía.

-      ¿Cuáles? – pregunto al notar como sus pechos apenas tapados por el fino camisón, se pegan a mi pecho desnudo.

Por toda respuesta, une sus labios a los míos; agarra mis manos inertes y las pone una en sus pechos, otra en su culo y ambos son blanditos.

-      ¿no me colgaran por esto? – le pregunto.

-      No – ríe, divertida; aunque debo admitir su risa no me tranquiliza.

La sigo besando, mientras toco su pecho y sus nalgas a placer; ella empieza a acelerarse, noto como se humedece de abajo al estar pegados y yo endurecerme. Ella roza su parte de abajo avergonzada contra mi dureza, mientras su camisón se humedece más y más; dentro de mi inocencia, la hago reír de nuevo.

-      Tienes un escape ahí abajo. – digo, haciéndola reír.

-      Tranquilo es bueno. – replica, sin explicarme.

Cada vez se presiona más contra mí, tanto que me está haciendo retroceder; sin soltarme y sin soltarla, intercambiando esos besos que saben a hidromiel. Poco después acabo sentado en la cama, ella avanza y se sienta sobre mí; pero noto algo extraño, que da un placer ahí abajo. Noto como que al sentarse estoy entrando en ella con mi polla, está chorreando; mucho más que su camisón, muy caliente y apretada.

-      Mhh…siento que me voy a mear. – digo y ella se rie otra vez.

-      No importa, déjate llevar. – me dice, tapando mi boca mientras se mueve arriba y abajo; dándome un placer infinito, ella redirige mis manos a sus nalgas y mi boca a sus pechos que se endurece la bolita en mi boca.

-      - Mmmm…sigue. – me pide y sigo chupando, aunque no sale nada; mientras ella sigue con ese movimiento tan rico, hasta que siento que voy a reventar.

-      Que me meo… - le aviso, ella solo se rie y continua.

Hasta que me meo dentro suya, pero esta vez el meado sale por oleadas de placer; una cosa muy extraña, la verdad.

-      Te lo avise, lo siento. – me disculpo.

-      No te disculpes, que un hombre se corra en una mujer; es el mayor alago, que esta puede recibir. – me suelta.

-      ¿correrse? – le pregunto, entonces ella se sale de mí y se mete un dedo dentro; cuando lo saca está manchado de blanco.

-      ¿Qué es eso? – digo asustado.

-      Lo que tú me has echado dentro, para embarazarme; pero como ya tengo un niño dentro, no pasara nada. ¿quieres repetir? – me pregunta.

-      Sí, claro; me ha encantado, quiero vivir toda la vida haciendo esto.

-      Entonces, tendrás que aceptar. – sonríe y va a salir. – es verdad afuera ahí peligro, me quedo contigo y dormiremos abrazados; pero no lo haremos más. – dice asustada.

-      Está bien, te respetare. – digo, aunque me muero por hacerlo otra vez.