La esencia de una guerrera xxvii

La relacion de xena con la madre y hermana de gabrielle van mejorando. pero alguien intenta atentar contra xena en el establo y esta solo se salva de puro milagro

La esencia de una guerrera

Melissa Good

Título original:A Warrior By Any Other Name.Copyright de la traducción: Atalía (c) 2002

—Es justamente la respuesta que buscaba —replicó—. Es la misma respuesta que me he dado yo... supongo que sólo quería asegurarme de que no estaba siendo... egoísta.

Se miraron un rato, en silencio.

—Escucha —dijo Gabrielle por fin, tomando aliento—. Sé... que siempre quieres que haga cosas que tú crees que van a ser buenas para mí.

—Sí —logró decir Xena—. Me preocupa que estés aquí fuera... en esta... luchando todo el tiempo... resultando herida... yo...

—Lo sé. —Gabrielle se bajó resbalando de la roca de pizarra y aterrizó al lado de Xena en la hierba—. Y yo quiero que tú estés en paz y seas feliz... y que no tengas que pasarte la vida en una batalla tras otra. —Hizo una pausa—. Pero, sabes... me da igual lo que hagas o dónde estés... quiero estar ahí. —Un largo silencio—. Necesito estar ahí.

Xena se quedó mirándola y notó que las bandas de hierro que le oprimían el pecho se aflojaban, tan deprisa que tuvo un momento de vértigo.

—Yo necesito que estés ahí. —Y fue así de sencillo, pensó Xena más tarde. ¿Por qué había tardado tanto en decirlo? Porque... al decirlo, he cruzado esa última línea... y he derribado esa última barrera... ahora ya no hay vuelta atrás. Y eso era a la vez la cosa más terrorífica y más estimulante imaginable.

—No sabes lo que significa para mí oír eso —confesó Gabrielle con tono bajo.

Se quedaron sentadas en silencio un ratito, luego Xena se acercó más y le puso una mano a la bardo en la pantorrilla.

—No quiero que...

—Lo sé... —contestó Gabrielle, al final de un suspiro—. Lo... hice. Durante unos minutos, mientras me hablaba... quise creerlo. Pero luego, cuando se marchó, me quedé pensando en lo que había dicho y, sabes, Xena... me acordé de lo que dijiste sobre Pérdicas... y Calisto... y nosotras. —Hizo una pausa—. Que las personas tienen que responsabilizarse de sí mismas, no de todas las demás.

Un largo silencio.

—No puedo arreglarlo, Xena. Tienes razón... y eso también lo he pensado: podría estar ahí y ser una especie de... no sé... barrera, supongo. —Hizo una pausa y tomó aliento—. Y podría mejorar las cosas, a veces, durante un tiempo. Pero eso no cambiará su forma de ser... ni lo que ha hecho... a madre... o a Lila. —Hizo una pausa—. O a mí.

Se miró las manos, entrelazadas y blancas de tensión.

—Cuando empezó a hablar conmigo... pensé en lo estupendo... que sería volver a como eran las cosas antes... al principio, cuando yo era pequeña. Quería recuperar esa sensación. —Tragó saliva y miró a Xena—. Pero... eso no va a ocurrir nunca, porque yo soy quien soy ahora, no la niña que era. —Sus dedos se entrelazaron con los de Xena—. Es sólo que he tardado un poco en recordarlo.

Xena la rodeó con un brazo y se la acercó.

—Sabía que lo harías —murmuró.

—Con un poco de ayuda de mi mejor amiga —fue la respuesta, acompañada de una dulce sonrisa—. Sabes... ha sido un poco extraño... pero al verlo así de amable... de repente, dejé de tener miedo y empecé a sentir lástima por él. —Miró a la guerrera—. ¿Eso tiene sentido?

—Un poco —replicó Xena, pensativa—. Es... muy propio de ti. —Se le dibujó una mínima sonrisa en la cara.

Gabrielle soltó una leve carcajada.

—Supongo que sí. —Luego suspiró—. Pero tengo miedo por mi madre, Xena. Yo le he plantado cara y me ha dado mucho gusto. —Una fugaz sonrisa—. Pero no sé si puedo enseñarle a ella a hacer eso... después de tanto tiempo.

Xena reflexionó un momento.

—Mmmm... yo tampoco creo que puedas.

La bardo suspiró y se le hundieron los hombros.

—Pero... —continuó Xena, con una sonrisa cada vez más grande—. Creo que conozco a alguien que podría.

Los claros ojos verdes se encontraron interrogantes con los suyos.

—¿Mmm?

—Mi madre. —Un destello pícaro en esos ojos azulísimos.

—Oh... sí... —murmuró Gabrielle, tras tomar aire—. Pero, ¿estaría dispuesta...? O sea, Xena...

Xena se recostó contra la roca donde había estado sentada la bardo y estiró las piernas.

—Mmm... sí, estaría. —Se mordió el labio para controlar la risa.

—Jo... lástima que Johan se haya marchado esta mañana —suspiró Gabrielle.

—Sí... menos mal que le di una nota antes de que se marchara —dijo Xena, como sin darle importancia, mirando a la bardo con su aire más inocente.

Que no lo era mucho, la verdad.

—¡Xena! —rió Gabrielle, y le dio un manotazo en el hombro—. Ay... tengo que acordarme de no hacer eso... hoy estás llena de sorpresas, ¿no?

La guerrera se encogió de hombros ligeramente.

—Hago lo que puedo. —Cerró los ojos un momento por el sordo martilleo que tenía en la cabeza. Me alegro de que esto haya terminado... —. Sólo intento ayudar. — Y espero no tener que volver a pasar por ello nunca más... me ha dejado más agotada que pasarme un día entero luchando en un campo de batalla. Dioses. No estoy equipada para esto.

Y levantó la mirada para descubrir que Gabrielle la miraba atentamente.

—¿Estás bien? —preguntó la bardo, leyendo las pequeñas indicaciones de su cara que ahora ya sabía que querían decir que a su compañera le dolía algo.

Xena se planteó por un momento no hacer caso de la pregunta, pero luego se detuvo y reflexionó en serio sobre el tema.

—Mmm... tengo un dolor de cabeza espantoso —confesó, sonriendo ligeramente a la bardo—. Nada grave.

Gabrielle le puso una mano en la nuca y palpó con cuidado.

—Jo... estás hecha un nudo... —murmuró, viendo cómo Xena cerraba los ojos al tocarla. Yo he sido la causa , reconoció sombríamente. Me pregunto cuántas veces lo he hecho y ella no lo ha reconocido. Muchas, probablemente —. Ven. —Se apartó un poco y se dio una palmadita en el regazo—. Échate.

La guerrera dudó y luego obedeció. Se encontró contemplando el dosel de árboles, mientras notaba la blandura desigual del suelo debajo de ella y las fuertes manos de Gabrielle que le iban quitando la rigidez del cuello. Era... estupendo, y se entregó a la experiencia, cerró los ojos y dejó que la tensión fuera desapareciendo por completo de su cuerpo.

—¿Mejor? —preguntó Gabrielle.

—Sí —fue la satisfecha respuesta, al tiempo que Xena volvía la cabeza ligeramente y abría los ojos para mirarla—. Gracias.

—De nada —replicó la bardo, con una sonrisa encantada—. ¿Tienes hambre?

Xena se lo pensó.

—Sí —contestó y empezó a incorporarse, pero la bardo la agarró del hombro.

—Oye... quédate ahí. Ya saco yo las cosas. —La bardo rió alegremente—. Vamos... no tengo esta oportunidad muy a menudo.

¿Debería? Jo... voy a tener problemas como siga así... pero... por Hades... ahora mismo me da igual.

—Vale. —Y se tumbó de nuevo, recolocando la cabeza con una sonrisa indolente—. Me vas a echar a perder. —Cosa que como mucho era una protesta poco convincente.

—Sí —asintió la bardo tan contenta—. Así que relájate y disfruta. —Sacó las cosas que había comprado por la mañana y se puso a preparar bocados, que entregaba por pares, uno para sí misma y otro para Xena, quien aceptó que le diera de comer a mano con risueña benevolencia, con las manos recogidas sobre el estómago y el cuerpo estirado con un suspiro satisfecho.

—La vegetación ha crecido, pero este sitio no ha cambiado mucho, ¿verdad? —comentó Gabrielle, mirando a su alrededor—. Y estamos más o menos donde estaba yo... cuando vimos a los tratantes.

—Yo estaba detrás de esos árboles —replicó Xena, sin mirar—. A la derecha. —Aceptó una empanadilla de carne de los dedos de Gabrielle y masticó, tragando antes de continuar—. Acababa de enterrar mi armadura y mis armas... No sé qué me llevó a decidir bajar por este sendero del río, pero lo hice.

La bardo asintió despacio.

—Cuando te vi aparecer y atacarlos... sentí algo. —Su tono se volvió pensativo—. Siempre lo he achacado a la emoción del momento... a fin de cuentas, algo así no se ve con frecuencia, cuando se es de una aldea como lo era yo.

Xena reflexionó sobre esto, cerrando los ojos para recordar, y luego los abrió con una expresión curiosa.

—Yo también... ahora que lo pienso. En el momento... —Meneó la cabeza—. Estaba muy... confusa. No lo registré. —Pero ahora sí que registraba ese momento en que todo fue como si... se detuviera, cuando sus ojos se encontraron por primera vez. Eso la distrajo...—. Sí. Lo recuerdo.

Se miraron fijamente.

—Estoy empezando a pensar que te habría seguido en cualquier caso, sabes —dijo Gabrielle despacio, con una lenta sonrisa—. Aunque aquí hubiera tenido una vida perfecta.

Xena se quedó mirándola.

—Yo estoy empezando a pensar que habría acabado en ese sendero del río con independencia de lo que hubiera ocurrido con mi ejército.

—A veces las cosas suceden porque tienen que suceder —observó Gabrielle, ofreciéndole otra empanadilla de carne.

—A veces es así —asintió la guerrera, agarrando el bocado entre los dientes, luego hizo un movimiento brusco con la cabeza, lanzó la empanadilla por el aire y la atrapó en la boca—. Qué comida tan buena, oh bardo mía.

Gabrielle soltó una risita.

—¿Es ésa una de las muchas cosas que sabes hacer?

—Tal vez —sonrió Xena. Echó un vistazo al cielo—. Se está haciendo tarde... —El tono era levemente apesadumbrado.

—¿Es que tienes que ir a algún sitio? —preguntó Gabrielle, enarcando una ceja.

—Oh... gente que ver, sitios donde ir... bardos a las que hacer cosquillas —murmuró Xena con aire indiferente, y levantó el cuerpo de repente y con agilidad y se volvió de lado para agarrar bien a la sorprendida Gabrielle.

—¡¡Oye!! —gritó, retorciéndose en vano—. ¡Ay! —La guerrera era implacable y al poco la tenía hecha un guiñapo estremecido por la risa—. ¡¡Aaahhh!! —chilló, y logró incorporarse y escapar, maldiciendo cuando Xena se levantó de la blanda hierba para perseguirla—. Oh, por Hades... —Y echó a correr y hasta consiguió una ventaja de varios pasos sobre la risueña guerrera, hasta que Xena alargó la zancada y la alcanzó, levantó a la bardo con delicadeza y la tiró sobre unas matas de vara de oro, lo cual lanzó una nube de polen por todas partes.

—¡¡Aah!! —rió Gabrielle, parpadeando para quitarse el polvo dorado de los ojos—. Te voy a pillar... —Y lo hizo, pues se levantó y corrió hacia Xena a toda velocidad, sin ver la pendiente sobre cuyo borde estaba la guerrera. Se lanzó por el aire a un cuerpo de distancia de su risueña compañera y la alcanzó de lleno de forma tal que pilló desprevenidos incluso los reflejos de Xena.

—¡Eeh! —gritó Xena, con los ojos como platos cuando la bardo se abalanzó sobre ella. Alzó los brazos y preparó su cuerpo para el impacto. Atrapó a Gabrielle, como la bardo sabía sin duda, pero notó que perdía pie—. Ay, madre —murmuró, en el momento en que el impulso de Gabrielle las lanzó a las dos hacia atrás y cayeron por la empinada pendiente de hierba.

Rodaron colina abajo, riendo. Xena afirmó los brazos para evitar que Gabrielle sufriera la parte peor de los golpes, al tiempo que notaba la risa descontrolada de la bardo que le sacudía todo el cuerpo. Pasaron por encima de un último montículo y entonces Xena sintió que caía y abrazó a Gabrielle con fuerza, envolviendo a su compañera con los brazos y las piernas para evitarle el impacto final.

Que fue encima de una bandada de patos. Que montaron una algarabía que era como la llamada de un ejército a la batalla, pensó Xena, atontada, protegiéndose con un brazo de una nube de plumas y alas en movimiento.

—Aah... —dijo y estalló en carcajadas—. Dioses.

Gabrielle se bajó rodando de su pecho y se sentó, mirando a Xena, que estaba tirada boca arriba, con los brazos abiertos, en medio de un círculo de patos furiosos. Se cayó de lado por el ataque de risa, sujetándose el estómago.

Xena levantó la mirada.

—Cuac —protestó un ánade real, volviendo la cabeza para mirarla avieso.

Xena logró dejar de reír y fulminó a su vez al pato con la mirada.

—Grr —gruñó.

—Cuac —repitió el pato, cambiando el peso de un pie palmeado al otro—. Cuac.

Xena entrecerró los ojos y gruñó de nuevo.

—Podrías ser la cena, si no te andas con ojo —advirtió, con tono amenazador.

—¡Cuac! —El pato captó el mensaje y se sentó, agitando las plumas de la cola muy preocupado.

—Pip.

Xena levantó la vista de golpe al oír este sonido diferente. Echó una mirada a Gabrielle. Oh... por favor... que no mire ahora...

—Pip. —El patito diminuto se subió a su pierna de un salto y subió torpemente por su cuerpo hasta su pecho, donde se quedó parpadeando—. Pip.

Xena alzó la cabeza y lo miró ceñuda.

—Largo.

Gabrielle se volvió para mirar y se arrastró hasta donde estaba Xena tumbada.

—Sabes... la pena de esto, Xena...

Fue objeto de una mirada de fingida indignación.

—Como le cuentes esto a alguien, bardo, te convierto en cordones para botas.

—Es que nadie me creería —dijo Gabrielle, que consiguió mantener la cara seria durante unos segundos antes de que le diera un ataque de risa.

—Pip —comentó el patito, y se sentó agitando la colita.

—Cállate —le gruñó Xena.

—¡Cuac! —la regañó el ánade real.

Xena suspiró y dejó caer la cabeza hacia atrás.

Gabrielle consiguió por fin dejar de reír y se pegó al costado derecho de Xena para recuperar el aliento.

—Juujjuu —exclamó—. No me reía así desde... ni me acuerdo. —Dejó caer la cabeza sobre el brazo estirado de Xena y sonrió cuando el brazo se contrajo y la estrechó. Creo que es posible que haya conseguido que supere su manía a los abrazos. Al menos conmigo , pensó su mente distraída para entretenerse. Y eso está muy bien, porque ahora tendría que cortarme las manos para evitar ponérselas encima. Y... creo... que puede que para ella sea igual. ¿Qué sensación le produce? Seguro que le resulta muy raro.

—Sí —reconoció Xena, con un profundo suspiro—. Me ha sentado muy bien... incluso con todos esos botes. —Le clavó un dedo a la bardo—. ¿Y ese salto por los aires, eh? ¿Y si te hubiera dejado caer o algo así? —Pero su cara se relajó con esa sonrisa plena que rara vez se veía en ella, que le iluminó los ojos mientras observaba el perfil de Gabrielle.

—Qué va —fue la respuesta inmediata de Gabrielle, al tiempo que se volvía a medias y deslizaba la mano por el brazo de Xena, trazando con los dedos los músculos bien definidos—. No es posible —declaró, mirando a la guerrera con picardía—. Eso no me preocupaba en absoluto.

—Ah, ¿en serio? —dijo Xena, enarcando una ceja—. Eso va a acabar metiéndote en un lío un día de estos. —Sus labios sonrieron de repente—. Amor mío.

Vio la sonrisa correspondiente y el repentino rubor que inundaron el rostro de Gabrielle.

Me encanta cómo suena eso , pensó la bardo llena de felicidad, y agachó la cabeza y rozó con los labios el punto donde se unían el cuello y el hombro de Xena, aspirando el rico y cálido olor de la hierba aplastada, mezclado con el olor a lino y piel limpia. Creo que ahora soy más sensible a toda ella , pensó, sonriendo por dentro.

Tomó una profunda bocanada de aire, llena de contento, miró a los cercanos ojos azules y una vez más se vio atrapada en el inconfundible calor de su conexión, al que se abandonó de buen grado, deslizando la mano por el cuello de Xena y deteniéndose encima del punto del pulso, donde advirtió que los fuertes latidos se aceleraban bajo su tierna caricia. Mmmm... parece que las dos somos más sensibles la una a la otra.

Cerró los ojos por la reacción inmediata de su cuerpo al calor repentino de la mano de Xena sobre su costado. Ahhh... ya lo creo. Una dulce sonrisa iluminó el rostro de la bardo, al tiempo que se pegaba más al contacto y saboreaba la sensación del encuentro de sus labios, que le produjo un hormigueo por todo el cuerpo y le extrajo una ronca carcajada desde lo más hondo de su ser.

—Eso te gusta, ¿eh? —dijo Xena con indolencia, dejando que sus manos se movieran despacio por el pecho de la bardo, que se agitaba entrecortadamente por las caricias. Oyó el murmullo incoherente de la respuesta, que se derramó en torrente por encima de las débiles protestas de sus instintos defensivos.

Espera... espera... Xena, idiota, es pleno día, en medio de un campo... ¿es que has perdido el poco sentido común que te queda? , protestó su parte racional, pero su cuerpo la traicionó alegremente al responder a las tiernas manos de Gabrielle con sensual entrega. No... no... esto tiene que parar... basta... lo digo en serio... La bardo descendió besándola y le metió una mano por dentro de la túnica. No... mm... oh, por Hades. Bueno, de todas formas cualquiera que nos ataque va a tener que pasar por entre esos malditos patos... Y dejó de pensar en todo salvo en el calor del sol y la dulzura de la brisa y las gratas caricias de su alma gemela.

—Eh —susurró Xena, bastante después, posando la mirada en el cuerpo totalmente lacio de Gabrielle tumbado encima del suyo.

—Mmm —fue la perezosa respuesta, al tiempo que la bardo se acurrucaba mejor sobre su hombro—. Sshh... vas a despertar a los patos —murmuró, notando la risa consiguiente debajo del brazo con que la rodeaba.

—Son buenos centinelas —comentó la guerrera, con una ceja enarcada, echando un vistazo a las aves, que seguían más o menos agrupadas en torno a ellas, mirándolas a las dos de vez en cuando con ojillos malévolos. No me puedo creer que acabe de hacer esto. Su mente hizo un gesto de renuncia riendo disgustada. Miró a su alrededor. Bueno, la hierba es muy alta... y esa pendiente ofrece un aviso, más o menos, y... Vamos, Xena. Corta el rollo... reconoce que has perdido la cabeza por completo. Que ya no tienes el menor control sobre nada. Cerró los ojos, absorbió el sol que ahora empezaba a bajar hacia el oeste y dejó simplemente que la sensación de paz la inundara durante largos instantes. Y ni siquiera puedo fingir que querría cambiar esto... me está curando unas heridas que ni siquiera recordaba tener.

—Se está haciendo tarde —suspiró por fin, frotando la espalda de Gabrielle ligeramente con la yema de los dedos—. Vamos, dormilona.

Gabrielle echó la cabeza hacia atrás y miró a Xena a la cara.

—Sí. Supongo que será mejor que volvamos antes de que envíen una partida de búsqueda. —Sonrió con aire pícaro—. Bueno... ¿lo de la comida campestre ha sido buena idea?

Ambas cejas se alzaron al oír eso.

—Una de las mejores que has tenido, creo. Tenemos que volver a hacerlo —dijo con la cara muy seria—. Vamos —añadió, desenredándose de la bardo y poniéndose en pie.

—¡Cuac! —protestaron los patos, alarmados, al tiempo que desplegaban las alas y se alejaban caminando torpemente.

Xena se puso en jarras y los contempló, con cara de pocos amigos. Entonces, de repente, dejó caer los brazos y soltó un salvaje alarido de combate, que lanzó plumas y patos y patitos en todas direcciones con un rugido atronador de alas, graznidos y gritos mientras toda la bandada elevaba el vuelo con esfuerzo por encima del río.

Se hizo el silencio. Xena sonrió, se cruzó de brazos, se dio la vuelta y miró a Gabrielle con satisfacción.

—Así está mejor. —Ofreció una mano a la bardo, que seguía sentada—. ¿Vamos?

Gabrielle meneó la cabeza y se echó a reír.

—Mira que eres mala. —Hizo una pausa—. Pero ha tenido su gracia, en plan malvado. O a lo mejor ha sido una maldad en plan gracioso... o... —Se vio agarrada de la mano y levantada de un tirón—. O a lo mejor no —terminó, alegremente, al tiempo que abrochaba el cinturón de la túnica de Xena mientras la guerrera le sacudía algunos hierbajos de las mangas—. A ver si convencemos a Lila y a Lennat para que cenen con nosotras.

Xena se echó a reír.

—¿Ya estás pensando en la cena?

—Nunca es demasiado temprano para empezar —fue la ufana respuesta, y emprendieron el camino por el sendero de regreso al pueblo.

—¿Cómo está tu madre? —preguntó Lennat, inclinándose por encima de la mesa y cogiendo la mano de Lila—. ¿Se encuentra algo mejor? —La miró a la cara y vio su expresión preocupada.

Lila suspiró.

—Esta vez, tiene el brazo roto. Xena... se ha ocupado de ello. —Frotó los dedos de Lennat con los suyos—. Ahora le duele menos. Ha dormido un rato. Pero le sigue doliendo. —Miró hacia la puerta por enésima vez—. ¿Dónde Hades están? —masculló, pero se interrumpió cuando se abrió la puerta y entró Gabrielle.

—Hola —dijo su hermana mayor, al tiempo que tomaba asiento frente a ellos, dando vueltas distraída a algo entre los dedos—. ¿Qué hay? ¿Cómo está madre?

—Bien —contestó Lila distraída—. ¿Qué es eso? —Señaló el objeto que giraba—. ¿Dónde has estado? —No esperó respuesta—. ¿Dónde está Xena?

Gabrielle se echó hacia atrás y sonrió.

—Una pluma de pato, en el río y en la cuadra visitando a Argo.

Lennat se echó hacia delante y ladeó la cabeza.

—¿Una pluma de pato?

—Sí —contestó la bardo—. Un recuerdo. Los colecciono.

Se quedaron mirándola.

Ella los miró a su vez.

—¿Qué?

—Estate quieta, Argo —murmuró Xena mientras examinaba las pezuñas de la yegua—. Muy bien —dijo con aprobación, dejando caer la última y dándole al caballo una palmada en los cuartos traseros—. Esta vez han hecho un buen trabajo, chica. —Pasó al otro lado del animal y le rascó debajo de la quijada.

Y notó, en la atmósfera cerrada y caliente del establo, el leve movimiento de una brisa de fuera, y un cosquilleo en los sentidos que le puso de punta los pelos de la nuca. Su relajado buen humor desapareció y se quedó en estado supremo de alerta, examinando la zona que tenía detrás atenta al más mínimo ruido.

Roce de paja. Crujido de una tabla de la pared. Caballos respirando, moviéndose. En el rincón, un ratón que mordisqueaba el borde de su nido.

El sonido inconfundible de la respiración de otro ser humano. El roce de su ropa al moverse con sigilo. Y el agudo y débil quejido de una cuerda de tripa trenzada al tensarse mientras alguien colocaba una flecha en un arco.

Xena cerró los ojos y esperó, con una sonrisa fiera en la cara.

Oyó cómo cesaba el quejido y el leve crujido de la madera que protestaba cuando el arco alcanzó su extensión plena y se mantuvo en esa posición. Un arco largo , pensó. Aquí hay alguien que no quiere dejar nada al azar.

Entonces el tañido de la cuerda al disparar, que envió vibraciones por el aire que ella sintió literalmente, y el roce del aire sobre las plumas recortadas mientras la flecha volaba hacia ella. Se relajó, dejó que sus instintos se hicieran con el control y observó casi con indolencia cuando su cuerpo se giró y su mano derecha se alzó y se cerró alrededor del astil de la flecha en el momento en que la alcanzaba.

La dejó caer y salió disparada hacia el punto donde sabía que estaba el arquero y vio el destello de luz cuando la puerta de detrás se abrió para dejarlo escapar.

Oyó el repentino movimiento atronador por encima de su cabeza cuando llegó a ese punto y tuvo el tiempo justo de protegerse la cabeza con los brazos cuando el pesebre se desplomó encima de ella. Con una mueca de dolor, notó como las pesadas vigas le golpeaban los brazos y se apartó rodando de ellas, hacia la parte interna de la cuadra.

Se hizo el silencio, con un crujido inquietante de la madera que protestaba.

Xena salió despacio de debajo de algunos de los soportes más ligeros, apartándoselos del cuerpo y rodando por encima. Maldición , suspiró su mente. Se dio un rápido repaso y se descubrió relativamente ilesa. Suerte... mucha suerte. Eso... Echó un vistazo al pesado pesebre de hierro. Podría haberme hecho mucho daño.

Y cualquier pista sobre su atacante invisible estaba ahora sepultada bajo montones de paja, metal y trozos de madera. Sus ojos volvieron donde Argo la miraba nerviosa.

—Salvo esto —murmuró, poniéndose en pie y acercándose a ese punto, donde recogió la flecha que había tirado y la examinó.

La puerta de fuera se abrió y unas pisadas rápidas se transformaron en las manos de Gabrielle sobre su brazo y unos ojos verdes que examinaban su rostro con preocupación.

—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?

—Sí —replicó Xena, mostrándole la flecha—. Pero alguien se ha tomado muchas molestias para tratar de darme un susto. —Su rostro se relajó con una sonrisa, más por Gabrielle que por otra cosa—. Van a tener que esforzarse mucho más. —Alzó los ojos por encima del hombro de la bardo y se encontró con los de Lennat—. ¿Es de alguien que conozcas?

Lennat cogió la flecha con cara lúgubre y la examinó, echando un vistazo a Lila, en cuyo rostro había una expresión de horror.

—No —suspiró—. Es una flecha normal y corriente. Creo que de los campos de tiro.

—Da igual —intervino de repente la voz de Gabrielle, cortando el silencio que se había hecho—. Aquí no hay mucha gente que... —Se calló y miró a Xena a la cara, que se había quedado inmóvil e inexpresiva. Lo sabe , se dijo la bardo—. Tengo que ir a ocuparme de una cosa —terminó.

—Gabrielle... —La voz de Xena le causó un escalofrío por la espalda—. Si ahora se trata de flechas... —La advertencia estaba clara—. Voy contigo.

La bardo se debatió consigo misma.

—Antes tienes que darme la oportunidad de decir lo que necesito decir, a solas. —Alzó una mano y detuvo las protestas de Xena posando la punta de los dedos sobre los labios de la guerrera—. Pero si estuvieras justo fuera de la puerta, me sentiría mucho mejor al hacerlo.

Xena observó el rostro de Gabrielle atentamente, advirtiendo la fría dureza que embargaba su cara normalmente abierta y confiada.

—Hablaremos de esto más tarde —dijo la guerrera, en voz baja, y luego se dio la vuelta, fue hasta los restos del pesebre y se agachó sobre una rodilla—. Parece que han cortado los soportes —murmuró, levantando el extremo de uno y examinándolo.

Lennat se unió a ella, asintiendo.

—Sí, mira eso —afirmó, pasando un dedo por la madera mal cortada—. Y además, con prisas. —Una rápida mirada de reojo al rostro atento de Xena—. Estás... O sea...

Sus ojos se encontraron con los de él y enarcó un poco una ceja.

—¿Qué? —preguntó.

El chico le sonrió de medio lado.

—Bueno, lo que quiero decir es que evidentemente estás bien... ¿no?

Xena volvió la cabeza del todo para mirarlo.

—Estoy bien —repitió. ¿Qué pasa aquí? —. Menudo estruendo debe de haber hecho, ¿eh? —Indicó el pesebre de hierro.

Un largo momento de silencio.

—No... bueno, no sé —replicó él—. Nosotros no lo hemos oído. — No ha sido un ruido lo que nos ha traído hasta aquí a la carrera, Xena. Pero no tengo ni idea de cómo explicar qué ha sido.

—Ah —fue la apagada respuesta, con una ligera sonrisa y una mirada por encima del hombro a Gabrielle, que perdió su expresión pétrea cuando sus ojos se tocaron y avanzó para agacharse al lado de Xena, sujetándose con una mano a la espalda de la guerrera—. ¿Has...? —Xena titubeó, curiosa—. ¿Qué te ha...?

Una sonrisa curiosa iluminó el rostro de la bardo.

—Sí... he... —contestó meditabunda—. Ha sido... muy raro. — Estoy ahí sentada hablando y, de repente, tengo que estar... aquí —. Así que... supongo que funciona en ambos sentidos. — Me preguntaba si sería así... tenía la esperanza de que sí.

—¿Alguna de las dos me quiere explicar qué está pasando? —intervino Lila por fin, con tono evidentemente preocupado—. Lo único que sé es que, de repente, Bri se levanta de un salto como si le hubiera mordido algo y sale disparada por la puerta. —Hizo un gesto señalando los restos—. Y entramos y nos encontramos con esto. Y a ti... y...

—Luego —le dijo Xena con un gesto y siguió estudiando los restos—. Lennat, échame una mano con esto. —Se levantó, agarró el pesebre de hierro y esperó a que él hiciera lo mismo—. Hay que ponerlo allí. —Indicó la pared del fondo con la cabeza—. ¿Listo?

—Aahh... sí... —Lennat hizo una mueca, intentando agarrar bien el metal—. Claro, pero no sé... — Si tengo la más mínima posibilidad de levantar esto... ay, madre.

—Adelante —dijo Xena e irguió la espalda, soportando el peso del pesebre con las piernas y los hombros, y se trasladó con ello hacia la pared. Oh... jo. Ahora tampoco lo puedo soltar, porque quedaré como una idiota. Xena... a veces... Pero sus músculos aguantaron, ante su sorpresa. Parece que un mes de ejercicio en casa me ha servido de algo.

Lennat sintió el peso en los brazos que amenazaba con arrancárselos de los hombros y rezó para no dejar caer el extremo que llevaba antes de trasladarlo del todo. Por Zeus , maldijo su mente, al ver que Xena cargaba con su parte sin demasiado esfuerzo aparente. ¿Cómo lo hace?

—A ver... deja que te ayude —sonrió Gabrielle, que cargó con parte de su extremo, al ver los tendones hinchados de su cuello. Consiguieron mover el enorme armatoste y se quedaron en silencio mientras Xena regresaba por la paja y volvía a agacharse para examinar el suelo.

—Eso pensaba —murmuró y les mostró un pequeño objeto. Se apiñaron corriendo a su alrededor y se quedaron mirando. Era una moneda de oro—. Me alegro de saber lo que valgo —dijo Xena con seco humor.

—¡Eh! —exclamó una voz débil, detrás de ellos—. ¿Qué ha pasado? —Alain entró en el espacio abierto que rodeaba a las caballerizas con los ojos como platos.

—Hola, Alain. —La voz de Xena impidió que los demás intervinieran—. Ha habido un pequeño accidente... me alegro que de no de haya pillado a ti.

El chico se acercó y se detuvo junto a su hombro.

—Yo también. —Bajó la mirada—. Ohh... ¡estás sangrando! —exclamó angustiado.

—Sólo es un arañazo —le aseguró Xena—. Bueno... ¿dónde has ido esta tarde?

Alain miraba dubitativo lo que Xena había descrito como un arañazo y ahora Gabrielle se unió a él, observó con más atención y cerró los ojos como reacción.

—Xena, hay que curarte eso. —Su tono era suave, pero inflexible—. Tú y tus arañazos.

—Luego —gruñó Xena—. ¿Alain?

—Oh... mm... me fui a casa —afirmó el mozo de cuadra, agachándose a su lado y mirándola a los ojos—. Alguien me dijo que papá me estaba buscando, así que fui allí. Pero no era cierto. —El chico rubio se encogió de hombros—. Me han vuelto a tomar el pelo, supongo.

Lennat miró a Alain ladeando la cabeza.

—¿Quién te dijo que fueras a casa?

Alain se encogió de hombros.

—Uno de ellos... ya sabes. Pasaba por aquí y gritó. —Volvió a posar sus ojos grises en la cara de Xena—. Oye... ¿puedo sacar a Argo a dar una vuelta? Le gusto... —dijo, un poco sin aliento—. ¿Por favor?

Xena lo miró y sus labios se curvaron con una pequeña sonrisa.

—Claro... le gustará. —Alzó los ojos y contempló a la yegua—. Además, le vendrá bien. Adelante.

Alain sonrió, se levantó, fue cojeando hasta Argo, que los observaba, y acarició el alto hombro de la yegua.

—Vamos... te voy a enseñar los nuevos terneros... a lo mejor vemos patos... —le dijo al caballo, mientras le pasaba la brida por la cabeza.

Gabrielle sofocó una risita y al levantar la mirada, se encontró con los ojos de Xena.

—¿Quién ha hecho esto? —preguntó la bardo, ya sin humor—. ¿De verdad querían...?

Xena se encogió de hombros.

—Asustarme, más que nada, creo... a fin de cuentas... —Sus ojos soltaron un destello—. Te has asegurado de que toda la aldea sepa muy bien que soy capaz de atrapar flechas al vuelo cuando me hace falta. —Miró a su alrededor—. Pero no necesito decirte que estoy empezando a estar más que harta de todo esto.

—Yo también —fue la inesperada respuesta de Gabrielle—. Ahora, vamos a ocuparnos de esos... mm... arañazos tuyos, ¿vale?

Lo cual quiere decir , pensó Xena, que son más que arañazos, y seguro que tiene razón, porque me duelen como el Hades.

—Está bien —asintió de mala gana y luego se detuvo—. Oye... —Al ver la expresión desenfocada de los ojos de Gabrielle—. ¿Gabrielle?

Una de esas vigas le debe de haber caído justo encima , se estremeció la mente de la bardo. Si mi padre ha... organizado... esto... Se detuvo y se lo pensó bien. Madre. Lila. Yo... Siento una... especie de rabia sorda... tristeza... Su mente se centró, despejada y aguda. Pero ahora ha intentado hacer daño a algo que significa... más que la vida para mí. ¿Y ahora qué? ¿Por qué ahora es tan distinto, de repente? Noto... que es más que rabia... es una especie de ira. Qué miedo.

—Sí —contestó la bardo, meneando un poco la cabeza—. Lo siento... estaba pensando. —Suspiró—. Supongo que será mejor que me quite de encima mi conversación con él.

Lennat negó con la cabeza despacio.

—Esta noche no, Bri. —Todos lo miraron—. Metrus y él estaban antes en la posada... Supongo que no los viste, Bri. Estaban muy borrachos. —La miró encogiéndose de hombros como pidiéndole disculpas.

Lila asintió.

—Pues estará así toda la noche. Tengo una idea... —Miró a Xena y a Gabrielle—. Venid a casa a cenar. Sé... —En sus ojos apareció un pequeño brillo risueño—. Que os encanta la comida de la posada, pero... —Alargó la mano y tocó el brazo de Gabrielle—. ¿Por favor, Bri? A madre le dará una alegría... Sé que quiere verte.

—Me parece buena idea —dijo Xena con calma. Gabrielle la miró algo sorprendida, pero asintió sin decir nada—. Gracias. Si no, iba a tener que salir a cazar algo para cenar —comentó la guerrera, con una sonrisa guasona que hizo reír a los otros tres—. A lo mejor hasta podemos convencer a Gabrielle para que nos ofrezca una actuación privada.

La bardo soltó un resoplido.

—Oh, sí... seguro que quieren oír más historias. —Pero sus ojos y su sonrisa para Xena relucían de silencioso agradecimiento—. Te vas a enterar... voy a contar algunas de las tuyas más locas.

Lila se echó a reír.

—Pues va a ser una velada divertida, ya lo creo. Voy a adelantarme para empezar a preparar las cosas. ¿Al anochecer, entonces? —Se volvió hacia Lennat—. Tú también vienes, por supuesto.

El rubio se rió suavemente.

—Como que me lo iba a perder. Seguro. —Le guiñó un ojo a Gabrielle—. Además, me perdí las historias de anoche... estaba un poco... —una gran sonrisa—, ocupado. —Cogió a Lila del brazo y la llevó hacia la puerta, saludándolas con la mano—. Hasta luego —dijo por encima del hombro.

Se hizo el silencio y las dos se miraron.

—Bueno... ¿qué ha pasado en realidad? —preguntó Gabrielle, acercándose y abrazando a la guerrera, como había querido hacer desde que entró por la puerta—. Dioses... qué sensación tan extraña... era como si algo tirara de mí hacia aquí.

Xena estuvo un rato sin contestar, limitándose a devolverle el abrazo a Gabrielle en silencio. Luego suspiró, le pasó a la bardo el brazo por los hombros y fue hasta donde había estado el pesebre.

—Yo estaba al lado de Argo, comprobando las herraduras que había encargado que le pusieran hoy. —Carraspeó—. Oí... a alguien que tensaba un arco. Así que... hice lo de siempre. —Se encogió de hombros, restándole importancia—. Luego intenté alcanzarlo... y cuando llegué ahí... —Señaló con el brazo—. Los soportes se vencieron y se cayó todo encima de mí. —Una mueca—. Tuve el tiempo justo de taparme la cabeza con los brazos y apartarme rodando. Los más pequeños me rozaron los hombros.

—Por poco —susurró Gabrielle, controlando férreamente su repentina furia—. No creo que pueda perdonárselo.

Xena se quedó mirándola.

—Vamos, Gabrielle. No sabemos si él ha tenido algo que ver, para empezar... y... ha sido un ataque muy poco serio, teniendo todo en cuenta.

—Podrías haber resultado gravemente herida, Xena —espetó la bardo, sintiendo que una rabia inusual crecía en su interior—. No puedo... ¡tú nunca le has hecho nada, Xena!

—Tú tampoco —fue la respuesta en voz baja, controlada, al tiempo que Xena se volvía y atrapaba su mirada.

—Es distinto —contestó Gabrielle, alzando la voz—. No tiene motivo...

—Lo tiene —la interrumpió Xena.

Una larga pausa.

—¿A qué te refieres? —respondió la bardo, observando su cara—. Tú no has hecho nad... —Vio en el rostro de Xena que aquello no era cierto—. ¿Qué... has...?

Xena tenía la cara en sombras, por la luz cada vez más débil de fuera, pero bastaba para que Gabrielle viera en ella el recuerdo de su furia.

—Verás, Gabrielle —dijo Xena, despacio—. Le eché la bronca por lo que le había hecho a tu madre.

No hubo respuesta por parte de Gabrielle, sólo una mirada intensa y atenta que parecía atravesarla de parte a parte.

—Él dijo que eso no era asunto mío —continuó la guerrera.

—Eso dijo, ¿eh? —fue la respuesta, en un susurro.

—Sí. Y yo le dije que tú... eras asunto mío. —Gabrielle cerró los ojos y sus labios amagaron apenas una sonrisa—. Y entonces le dije que si alguna vez... una sola vez... volvía a tocarte... —Xena alargó las palabras, con un gruñido grave, controlado—. Le haría tanto daño que sólo desearía que lo hubiera matado. —Miró a la bardo fijamente—. Mejor que piense que soy una amenaza, Gabrielle... Prefiero sufrir ataques tontos como éste que saber que te puede ocurrir algo a ti.

De repente, Gabrielle sonrió, al tiempo que notaba cómo se le pasaba la rabia.

—Bueno... eso lo debe de haber fastidiado. —Su voz volvía a tener un tono más normal—. Me parece que seguramente le gustó más cómo lo planteó Lennat, pero... — Detesto reconocerlo... incluso ante mí misma... pero tiene razón.

Xena se quedó pensando en lo que había dicho.

Maldición... prácticamente la reclamé como mía. Al menos, eso habrá pensado él. Se echó a reír.

—Supongo que podría haberlo interpretado así. —Miró a Gabrielle—. ¿Te importa que haya hablado por ti? —preguntó, y observó mientras la bardo daba vueltas a la pregunta.

—Dioses, no —rió Gabrielle—. O sea... —Se sonrojó y bajó los ojos. Y notó la mano de Xena en la barbilla, que le levantó la mirada para encontrarse con la suya—. De verdad que no me importa. — Tanto cacarear que me dejara librar mis propias batallas, que no se implicara en mis problemas y que me dejara enfrentarme a mi familia a mi modo. ¿Y sabes qué? Me encanta. Debería avergonzarme totalmente de mí misma. Pero... ahora hay algo dentro de mí que sólo quiere... entregarlo todo... a ella. Tengo que luchar contra esto... no es justo. Pero algunas cosas... algunas cosas creo que puede que esté bien si... las dejo correr...

—Escucha, sé que te lo tendría que haber dicho... —empezó Xena vacilante—. Pero ocurrió antes de que nos fuéramos al río y... —Un leve encogimiento de hombros—. Nos distrajimos un poco.

—No... no pasa nada —sonrió Gabrielle—. Me alegro de que lo hicieras... hace que me sienta... muy bien.

—¿De verdad? —preguntó Xena. Vaya cambio... normalmente detesta que haga eso.

—Sí, de verdad —fue la respuesta—. Venga... vamos a curarte eso y a cenar. Me muero de hambre. —Cogió a Xena del brazo y se dirigió a la puerta de la cuadra—. Oye... ¿estás segura de que Alain está bien con Argo? Creía que odiaba a otros jinetes.

Xena se rió suavemente.

—Está bien... le gusta. Igual que le gustas tú, oh bardo mía. —Le dio a Gabrielle un ligero codazo—. Y le vendrá bien el ejercicio. Últimamente he tenido todo eso muy abandonado. —Hizo una pausa—. De hecho, creo que después de cenar puede que me dé el gusto de hacer unos ejercicios con la espada, que falta me hacen.

Gabrielle la miró.

—¿En el bosque?

—No. —La cara de Xena se iluminó con una sonrisa taimada—. Aquí en el patio. —Sus ojos azules soltaron un destello—. Por si a alguien se le ocurre volver a probar conmigo... me gustaría que supiera la que lo espera.

—Ohhh... —suspiró la bardo—. Entonces voy a ver un auténtico espectáculo.

Xena se echó a reír.

—Estate quieta, ¿quieres? —Gabrielle puso los ojos en blanco y reprimió un suspiro—. No es culpa mía que se te haya clavado media cuadra en la espalda. Lo hago con todo el cuidado que puedo. —Sacó una astilla más de madera rota de la piel bronceada que cubría los omóplatos de Xena.

—Lo siento —murmuró Xena, cerrando los puños por el dolor. Se obligó a quedarse inmóvil bajo las manos de la bardo, sin duda delicadas, se apoyó en las rodillas y cerró los ojos, esperando a que Gabrielle terminara su tarea.

Gabrielle se encogió al ver la siguiente astilla, de fácilmente cinco centímetros de longitud, la mitad de los cuales estaban debajo de la piel.

—Oh, Xena... ésta te va a doler —advirtió, posando una mano compasiva en el tenso hombro que tenía al lado—. Pero es la última. Aguanta ahí.

La guerrera asintió levemente y alargó las manos para agarrar dos de los soportes verticales de la silla que tenía al lado.

—Adelante —dijo, con calma.

La bardo respiró hondo, agarró bien la astilla y luego tiró de forma continua y regular. Xena no hizo el menor ruido, pero se sobresaltó al oír un fuerte crujido y casi se le cayeron la astilla y las pinzas que sujetaba. Bajó la mirada y vio a Xena, con aire un poco cohibido, examinando los soportes de la silla, que acababa de romper con las manos como si fueran trozos de leña menuda.

—Caray. Menuda fuerza tienes en las manos.

Xena sofocó una leve carcajada.

—Sí, a veces me sorprendo yo misma —reconoció, meneando la cabeza.

Gabrielle le dio una palmadita en el hombro desnudo.

—Deja que te ponga un poco de desinfectante aquí. No hay nada profundo, pero son muchas... y aquí tienes un gran golpe. —Sus dedos trazaron una línea por el omóplato izquierdo de Xena, que se movió cuando la guerrera probó a doblar el brazo. La bardo sonrió en silencio al notar los músculos que se movían bajo su mano—. Eso no me facilita las cosas —bromeó, captando el destello de una sonrisa equivalente en la cara medio vuelta de Xena—. Así está mejor —dijo cuando cesó el movimiento y pudo terminar su trabajo en paz, limpiando las heridas con un desinfectante, tras lo cual les aplicó una mezcla calmante de áloe.

Xena se echó hacia atrás cuando acabó y respiró hondo. Tenía toda la espalda como en llamas y suspiró al tiempo que iniciaba el truco mental de convencerse a sí misma para no hacer caso, concentrándose hasta que el dolor pasó al plano de fondo de su consciencia y pudo pensar en otras cosas.

—Gracias. —Sonrió a Gabrielle fugazmente, se levantó, cogió la túnica limpia que había sacado y se la puso.

Gabrielle hizo una mueca.

—Diría que cuando quieras, pero preferiría no tener que hacerlo. ¿No te hartas de esto? —Meneó la rubia cabeza y volvió a meter los útiles médicos en el botiquín de Xena, sin ver que las manos de la guerrera se detenían y su rostro se ponía serio.

—A veces —contestó Xena con un profundo suspiro—. Me harto de estar llena de dolores todo el tiempo, sí. — Oye... oye... que sólo era un comentario de pasada, Xena... no le des esa clase de respuesta , pensó al ver la repentina expresión de preocupación atemorizada de la bardo—. Pero se me pasa —se corrigió, dejando asomar una sonrisa. Y le guiñó un ojo a Gabrielle, acompañado de una palmada en el hombro, y se vio recompensada con la cara de alivio de su compañera. Así está mejor. Además, pedazo de idiota, tú elegiste esta vida, ¿recuerdas? Sabías cómo iba a ser... ¿te acuerdas de los golpes cuando entrenabas? Dioses... parece que fue hace muchísimo tiempo —. Ya casi no me duele. —Y, ante su desconcierto, era verdad: ya fuera por los cuidados de la bardo o por el ágil trabajo de su mente, el dolor se había desvanecido hasta ser un mero cosquilleo del que apenas era consciente.

—¡Ruu! —Ares le tiró de la bota con entusiasmo—. ¡Grr! —añadió, y ella se rió y se sentó delante de él con las piernas cruzadas.

—Está bien... está bien. —Alzó la vista hacia Gabrielle, que la observaba en silencio, con las manos apoyadas en el botiquín, iluminada por la luz de la puesta del sol que bruñía su pelo con la intensidad del fuego y hacía que sus ojos casi relucieran desde dentro—. ¿Te interesa entrenar un poco con la vara esta noche, por cierto? —Sus ojos adoptaron una expresión socarrona—. He notado que últimamente has estado vagueando.

—¿Vas a estar en condiciones? —preguntó Gabrielle, atenta a la mirada con ceja enarcada que se esperaba y que obtuvo—. No quiero que te exijas demasiado esfuerzo ni nada. —Vio aparecer el inconfundible brillo competitivo, lo cual le quitó cierta pesadumbre. Oh oh... creo que me acabo de meter en un lío... y tiene razón. He estado vagueando... y seguro que esta noche lo noto. Se rió de sí misma. Es que he estado un poco... distraída, supongo.

—Vaya, vaya... pues tendremos que verlo, ¿no? —fue la guasona respuesta, mientras Xena jugaba con Ares y le frotaba la tripa al lobezno, usando un trozo de cuero sobrante como juguete para tironear—. Vamos, Ares... que puedes hacerlo mejor.

Gabrielle se sonrió, se puso una túnica limpia y aspiró aire profundamente para probar.

—Oye... ya casi no me duele —comentó, con cara complacida—. A lo mejor hasta consigo ponértelo difícil esta noche. —Esperó un instante, a que Xena levantara la vista—. Aguantando más de... bueno... tres bloqueos, en cualquier caso. —Con una mirada pícara.

—Podría ser —replicó Xena, tirando una última vez del trozo de cuero, tras lo cual se puso en pie, se sacudió la ropa y fue donde la bardo estaba cepillándose el pelo rápidamente—. Ahh... ¿por eso me has tenido toda la tarde holgazaneando y dándome de comer? Es todo un plan, ya lo veo... para tener ventaja al entrenar.

Gabrielle se echó a reír.

—Oh... por supuesto... alguna ventaja tengo que tener. —Se levantó y le dio un empujón a Xena en broma—. Venga... vamos a cenar. Me muero de hambre.

—Todo está listo para la boda —dijo Hécuba, mientras Lila y ella trabajaban juntas en la pequeña cocina—. Ojalá...

Lila suspiró.

—Lo sé... ojalá no hubiera tanta tensión... ojalá papá no estuviera tan... —Miró a su madre—. Pero a estas alturas... simplemente me alegro de que se vaya a hacer. —Tomó aliento temblorosamente—. Nunca pensé que... yo...

Hécuba la abrazó torpemente con un solo brazo.

—Te voy a echar de menos, Lila —confesó la mujer mayor, con un suspiro—. Ojalá... — Mejor ni mencionarlo —. Me alegro de que todo se haya solucionado solo. Es curioso cómo se ha arreglado todo... deben de ser las lunas. —Soltó una ligera risa—. Ahora, si consiguiéramos que tu hermana se asiente. Ya sé que le gusta su vida errante, pero...

Lila cortó las verduras que tenía delante y las puso sin pensar en el plato. A lo mejor podía devolverle a Gabrielle el favor... estaba segura de que su hermana mayor no quería tener que oír este sermón durante los próximos años, cuando para Lila era evidente que Gabrielle se había asentado exactamente como quería.

—Bueno, en realidad, madre —empezó Lila—, no se ha... solucionado solo.

Hécuba dejó de luchar con una mano con el gran queso que intentaba cortar y miró confusa a Lila.

—¿Cómo dices?

Lila empezó con otra tanda de verduras y las añadió al guiso que borboteaba en el fuego.

—La primera noche que Gabrielle pasó aquí... en cuanto se enteró de lo que la esperaba, se lo contó a Xena. Y... —Sus ojos se posaron rápidamente en el perfil de Hécuba—. Dijo, después, que Xena encontraría un modo... una forma... de arreglarlo todo. —Ahora volvió la cabeza hacia su madre y dejó de cortar—. Y lo ha hecho, madre. No sé cómo lo ha hecho, pero lo ha hecho.

Hécuba respiró hondo y se sentó en una esquina de la mesa de preparaciones.

—Vino... aquí. Esta mañana, y me ayudó. —Jugueteó distraída con el cuchillo del queso que tenía en la mano—. Es una persona muy extraña, muy violenta. Tengo miedo por Gabrielle, viajando así con ella. A pesar de lo que ha hecho por mí... y lo bien que parece cuidar de tu hermana. —Meneó la cabeza canosa—. Sigo queriendo que se quede en casa, Lila. Me niego a creer que no podamos encontrar la manera de que sea feliz aquí.

—Se quieren, mamá —dijo Lila, sin mirarla.

—Claro que no, Lila —la riñó Hécuba—. No te dejes llevar por tu imaginación romántica. Menuda tontería. Sé que a Gabrielle le preocupa la seguridad de Xena, y sé que Xena intenta asegurarse de que Gabrielle esté bien, pero eso es de esperar. Llevan viajando juntas bastante tiempo ya. Sin duda se han hecho... amigas... por mucho que me cueste creerlo.

—Mamá. —Lila dejó de trabajar y se encaró con Hécuba, posando las manos sobre los hombros de su madre—. Se quieren. Igual que nos queremos Lennat y yo. —Se fijó en la cara de incredulidad de su madre—. Yo he pasado tiempo con ellas en los últimos días, tú no.

La mujer mayor se quedó mirándola, luego se abrazó a sí misma y bajó los ojos.

—No me lo puedo creer. —Levantó la vista—. No me lo quiero creer. Lo siento, Lila... eso no es algo que yo pueda aceptar con la facilidad con que pareces hacerlo tú. —Carraspeó—. Le voy a pedir que se quede aquí, esta vez.

Lila cerró los ojos.

—Mamá, no lo hagas. Por favor —susurró, alargando una mano hacia la mujer mayor—. Escucha, yo pensaba lo mismo que tú... hace unos días. —Se volvió y se retorció las manos—. La odiaba... por llevarse a Gabrielle. Por mantenerla ahí fuera... con todo ese peligro... creía que no le importaba lo que le ocurriera.

—¿Y ya no lo piensas? —preguntó Hécuba, con escepticismo.

—No —contestó Lila, con una sonrisa—. Le importa.

Su madre la miró con expresión fría.

—Creo que te equivocas, Lila. Creo que Gabrielle es una compañera de viajes agradable. Es muy graciosa, y cuenta historias, y se ocupa de las cosas... y creo que puede tener una vida mejor.

Lila siguió cortando verduras. Bueno, lo he intentado. Dioses... como si eso no hubiera sido tan difícil.

—Tal vez... pero no creo que ella piense lo mismo.

El ocaso había caído sobre el pueblo, trayendo consigo una bruma morada que creaba sombras bajo los aleros de las casitas y apagaba los colores hasta hacerlos grisáceos. El humo flotante de los fuegos de la noche se mezclaba con una suave neblina fresca, que olía a madera quemada y al rico aroma de los pinos húmedos mientras Xena y Gabrielle caminaban hacia la casa de la familia de ésta. Era un momento apacible y ninguna de las dos habló mucho hasta que estuvieron a punto de llegar.

—Bonita noche —comentó Xena, elevando los ojos hacia la esfera apenas visible que asomaba por encima de los árboles—. Hay luna llena.

Gabrielle asintió y se acercó más, cogiéndose del brazo de Xena y sonriéndole.

—Tu madre todavía no se fía de mí, sabes —añadió Xena, con una sonrisa irónica, alargando la mano y cogiendo la de Gabrielle.

La bardo ladeó la cabeza.

—Lo sé —suspiró—. Intentaré hablar con ella.

—Tal vez debería hacerlo yo —bromeó Xena, con una sonrisa de medio lado—. Ese tema se me está dando muy bien últimamente.

Gabrielle sofocó una risa y en ese momento llegaron al porche y subieron los escalones, moviendo las botas al unísono.

—Puede que tengas razón. —Alargó la mano y empujó la puerta para abrirla—. Mucho mejor que a mí, de hecho —murmuró por lo bajo.

Hécuba levantó la vista cuando entraron y les sonrió.

—Pasad... pasad —dijo con un gesto y vio que Xena iba directamente a ella, moviéndose con ese poder antinatural que ponía nerviosa a la mujer mayor. Tomó aliento cuando la guerrera se detuvo a un paso de ella y la miró enarcando una ceja.

—¿Qué tal el brazo? —preguntó, con esa voz profunda que parecía atravesarla de parte a parte.

Hécuba le mostró la extremidad en cuestión.

—Me... duele. Como dijiste tú. Pero... se pondrá bien. —Hizo un gesto señalando la mesa, donde Lila y Lennat ya estaban sentados, cuchicheando—. Por favor... sentaos. —Abrazó a Gabrielle—. Me alegro de que hayas venido —le dijo a su hija, con una sonrisa—. A lo mejor te podemos sacar una historia o dos.

La cena transcurrió sin incidentes y durante la misma Hécuba hizo muchas preguntas diversas sobre las historias que había oído la noche anterior.

—Pero, querida, ¿de verdad estuviste en esa aldea centaura? Eso fue muy peligroso para ti... ¿no podrías haber conseguido descripciones de... alguien? —Su tono no dejaba lugar a dudas sobre quién era ese alguien.

Xena se recostó, contempló a su compañera y decidió que ya estaba harta.

—Bueno, Hécuba —dijo despacio—. La cosa es que... puede que yo sea una guerrera loca. Pero... —Sus dientes soltaron destellos con una sonrisa fiera—. No hay muchas personas por las que estaría dispuesta a lanzar mi cuerpo delante de una flecha. —Se detuvo, vio la cara de resignación de Gabrielle y sonrió por dentro—. La reina amazona que mi bardo describe tan bien es ella misma. Ella fue la heroína de esa historia.

Un silencio mortal en la habitación, mientras todos se quedaban mirando a Gabrielle, quien miró a Xena con cariñosa exasperación.

—Esto me lo vas a pagar.

—Gabrielle... —susurró su madre—. ¿Eso es cierto? ¿Eras tú?

—Sí —contestó la bardo, como sin darle importancia—. Claro que sí. Y chica, cómo me alegré de ver a Xena, deja que te diga. — Sí, cómo. Tanto que la besé delante de una tribu entera de centauros y la mitad de la Nación Amazona, lo cual hizo que nos adentráramos en aguas desconocidas. Menos mal que nadar es algo que las dos sabemos hacer. Sus labios esbozaron una sonrisa.

—Por los dioses —susurró Lila—. No tenía ni idea... debió de ser terrorífico... ¿eso es lo peor a lo que te has tenido que enfrentar?

—No —contestó Gabrielle, con tono apagado—. Pero eso otro... salió bien. —Sintió unos dedos que se entrelazaban con los suyos debajo de la mesa. Y los apretó a su vez agradecida.

—Que salió bien —repitió Hécuba—. Gabrielle, podrías haber muerto.

—Podría —asintió la bardo—. Pero no fue así. —Vio la furia en los ojos de su madre—. Las amazonas son responsabilidad mía, madre. Y yo misma me metí en un lío allí... pero por suerte, como siempre, pude contar con Xena para que me sacara de él. —Dirigió a su compañera una mirada llena de agradecimiento—. Nada de qué preocuparse.

Hécuba se levantó y se trasladó a la cocina, con movimientos envarados y furiosos. Se volvió en la puerta y miró a Xena directamente.

—¿Y a ti te parece bien dejar que mi hija arriesgue la vida? Es criminal...

Gabrielle se levantó y sintió que en su interior crecía una furia que rara vez había sentido.

—No te... —espetó con un tono claramente cortante, pero una mano la agarró del brazo y tiró de ella para sentarla, obligándola a detenerse en plena frase. Se volvió y miró furiosa a Xena, quien hizo frente a su mirada con tierna comprensión. Enarcó una ceja, le sonrió un poquito y ella sintió que su rabia se cortaba, se aplacaba y se suavizaba al caer en la cuenta de algo con humor. Ah, sí... supongo que puede cuidar de sí misma. ¿No? Pues sí.

Xena se volvió para mirar a Hécuba, que seguía en la puerta de la cocina.

—No. No me parece bien en absoluto —dijo, con un suspiro—. Pero es lo que ella elige hacer. — Y yo soy la persona con quien elige hacerlo. Aunque a mí me parezca imposible —. La vida es peligrosa, Hécuba. —Miró intencionadamente el brazo de la mujer—. Aquí, ahí fuera... ¿quién está de verdad a salvo?

Un largo silencio, y Hécuba regresó despacio a la mesa, se sentó y colocó las manos delante de ella.

—Tengo miedo por ella —dijo, como si Gabrielle no estuviera siquiera en la habitación. Se lo dijo a esta persona extrañísima y desconocida que, al parecer, había asumido la responsabilidad de su hija. Que, por increíble que le pareciera, era indudablemente una amiga, pues hasta Hécuba era capaz de percibir eso entre las dos.

Xena se echó hacia delante y le sonrió con tristeza.

—Yo también. —Echó un vistazo a Gabrielle, que guardaba silencio por el momento—. Pero créeme cuando te digo que su seguridad en mi mayor prioridad. — Una prioridad mucho mayor que la mía... me pregunto si ella se ha llegado a dar cuenta.

—¡Eh! —ladró Gabrielle de repente—. Un momento. ¿Es que creéis que yo soy la única que se mete en todos los líos? —Esperó a que se centraran en ella. Tengo que rebajar esta tensión... se supone que lo estamos pasando bien —. ¿Un par de amazonas? Ja... dejadme que os cuente algunos de los líos en los que se mete Xena.

Y se lanzó a contar sus aventuras, y al cabo de tres o cuatro, consiguió que todos se concentraran en lo que estaba contando. Y por fin logró hacerlos reír a todos, de modo que se trasladaron de la mesa a la pequeña zona de la chimenea y se sentaron en las esteras de colores para seguir escuchando. Lennat se apoyó en la pared y dio unas palmaditas en el suelo a su lado, donde Lila se acomodó de buen grado y se apoyó en su hombro.

Xena se estiró cuan larga era cerca de la chimenea, cruzándose de brazos y apoyando la cabeza en la piedra. Observaba la cara de Gabrielle mientras hablaba y cómo la luz del fuego destacaba los tonos claros de su pelo y delineaba sus gráciles manos cuando las usaba para describir la acción de la historia. Xena sentía que sus ojos se veían atraídos irresistiblemente por el perfil de la bardo, y sus labios esbozaron una dulce sonrisa mientras dejaba que las palabras de la historia pasaran por encima de ella sin oírlas.

Hécuba pudo por fin dejarse llevar por la voz de su hija y dejó de angustiarse por la vida que iba siendo descrita con relatos a veces divertidos, a veces serios. Al cabo de un rato, se dio cuenta de que Xena no estaba prestando atención en realidad a las historias, de modo que la observó, por el rabillo del ojo. Bueno, desde luego, ya las ha oído... las ha vivido... y por cómo habla Gabrielle de ella, se diría que es una especie de... heroína.

La mujer mayor suspiró. Entonces se fijó en que la expresión de esos ojos claros y fieros cambiaba, haciéndose mucho más tierna, y que una sonrisa equivalente transformaba su cara, pasando de la dura vigilancia a una súbita y sorprendente adoración. Y Hécuba cayó en la cuenta de qué era lo que miraban esos ojos, y cerró los suyos ante la verdad que había descubierto. No... estoy equivocada, tengo que estarlo. Abrió los ojos, a tiempo de ver que su hija se volvía a medias, al notar la mirada de la guerrera, y le devolvía la sonrisa con una calidez sincera que en poco contribuyó a apaciguar su sensibilidad. Oh, por Hera , gimió Hécuba por dentro. ¿Cómo no me he dado cuenta antes? Me temo... que Lila tenía razón. Cielos.

Su mente se adaptó poco a poco y ahora observó a Xena con disimulo y ojos que empezaban a comprender. Y vio, por primera vez, cualidades que por alguna razón... se le habían escapado hasta entonces. Como el cálido humor de su sonrisa. Y la chispa amistosa de sus ojos cuando intercambiaba miradas con Lennat y Lila. Y su expresión exasperada cuando Gabrielle se explayaba con extravagancia sobre alguna cosa que ella había hecho.

Hécuba sonrió de mala gana. Bueno. Sigue sin gustarme... es demasiado peligroso. Suspiró por dentro con resignación. Pero ya veo que no voy a convencerla de eso.

Xena alzó una mano e hizo parar a Gabrielle cuando oyó el principio de ronquera en la voz de su compañera.

—Oye... que mañana vas a estar afónica si sigues así —comentó con indolencia, advirtiendo el leve y rígido gesto de asentimiento por parte de Hécuba. Vaya, vaya... mamá da su aprobación... interesante.

—Ja —sonrió Gabrielle—. Lo dices sólo porque sabes qué historia voy a contar ahora. —Lo cual le valió una sonrisa relajada—. Te he pillado. —Pero notaba el esfuerzo y sabía que Xena seguramente tenía razón—. Pero me parece que sí. —Sofocó un bostezo—. Ha sido un día muy largo. —Se encogió de hombros pidiendo disculpas—. Gracias por la invitación.

—Me alegro de que hayáis venido —replicó Hécuba, con una sonrisa humorística—. Las dos —añadió, lo cual le valió una ceja enarcada y el amago de una sonrisa por parte de Xena.

Me preguntó qué hecho para conseguir ese pequeño sello de aprobación , pensó Xena, al tiempo que se levantaba y le ofrecía una mano a Gabrielle, que seguía sentada y la agarró tan contenta, dejándose levantar del suelo.

Dieron las buenas noches a la familia de Gabrielle y salieron al fresco aire de la noche, en el que aún se percibía bien el olor a humo de leña y guisos y que las rozó con un frío que agradecieron después del calor cerrado de la casa.

—Mmmm... —bostezó Gabrielle—. Qué gusto. Estaba un poco viciado ahí dentro. —Miró a su compañera—. Ha ido bien... después de lo del principio. Y al menos la cena ha sido decente. —Se rió suavemente—. Aunque no tan buena como la de tu madre.

—Ya —contestó Xena, observando pensativa el sendero que tenían por delante—. No ha estado mal. —Una rápida mirada a Gabrielle, que seguía bostezando—. Oye... me prometiste entrenar con la vara, dormilona.

Gabrielle gimió y lanzó una mirada a Xena.

—Dioses... ¿de verdad? Fíjate qué tonta. —Un vistazo de reojo para calibrar el humor de la mirada de la que era objeto—. Vale... vale... Vamos... era broma. — Dioses... esta mujer tiene un nivel de energía que no se agota nunca... ¿cómo lo hace? Es inacabable... a veces me canso sólo con mirarla.