La esencia de una guerrera xxv

Xena encuentra una salida a la situacion de lila y lennat. pero aun asi no encuentra forma para sanar el alma de gabrielle

La esencia de una guerrera

Melissa Good

Título original:A Warrior By Any Other Name.Copyright de la traducción: Atalía (c) 2002

—Sí —fue la apagada respuesta.

—Pero también lo quieres —continuó la guerrera suavemente—. Y no harías nada a propósito para hacerle daño. Eso lo sé.

—¿Cómo lo sabes? —contestó Gabrielle, levantando la cabeza para mirarla.

Xena sonrió fugazmente.

—Porque te conozco. Igual que tú me conoces a mí.

Gabrielle se quedó mirándola largos instantes. Luego asintió ligeramente. Y supo, en lo más profundo de su corazón, que Xena tenía razón.

—Estoy... —Volvió a apoyar la cabeza en el hombro de Xena y suspiró—. Gracias.

Xena sonrió. Debo de estar mejorando con estas cosas , pensó.

—Mm... ¿sabías que Lennat tiene talento para ser herrero? —le preguntó a la bardo, al tiempo que retrocedía dos pasos, trasladando a la bardo consigo, y se sentaba en la cama, apoyándose en el cabecero.

Gabrielle la miró parpadeando.

—No... no lo sabía. ¿Es cierto?

—Pues sí —dijo Xena despacio—. ¿Sabías que Alain y él son medio hermanos?

La bardo volvió la cabeza y se quedó mirando a su compañera.

—¿Qué? ¿De verdad?

—Sí. ¿Sabías que Tectdus está muy necesitado de un aprendiz y que aceptaría a Lennat si Metrus lo dejara libre? —Xena sonrió tiernamente a la bardo.

La bardo arrugó la frente muy concentrada.

—Entonces... si Lennat fuera aprendiz del herrero, podría... —Sus ojos se encontraron veloces con los de Xena.

—Tomar a Lila como esposa, sí —dijo Xena, con tono tranquilo—. Y lo haría.

A Gabrielle se le iluminaron los ojos.

—Sabía que encontrarías una solución.

Xena alzó una mano.

—Todavía hay que convencer a Metrus. Él es la parte difícil. Tiene un gran rencor a Tectdus y no es probable que coopere conmigo. —Sonrió y acarició suavemente la mejilla de Gabrielle—. Pero estoy trabajando en eso.

—Gracias por contármelo —respondió la bardo, con una sonrisa—. ¿Cómo has averiguado todo eso en una sola mañana?

—Preguntando. —Xena se encogió de hombros—. En realidad, tampoco es tan increíb... —Y se detuvo, porque Gabrielle le tapó la boca con la mano—. ¿Mmm?

—No me lo digas —susurró la bardo—. A veces me gusta pensar que las cosas que haces son una especie de magia. —Sonrió con timidez—. Una vez, escribí un poema sobre eso. Pero nunca se lo he leído a nadie.

—¿Por qué? —preguntó Xena, maravillada.

—Era... no sé... demasiado... era para ti. Y para mí era muy personal. —Hizo una pausa, pensativa—. Fue la noche en que me... me paré a pensar de verdad y me confesé a mí misma que estaba enamorada de ti.

—Ah —replicó Xena, con un ligero rubor—. ¿Me lo leerás más tarde?

Gabrielle se rió suavemente.

—No me hace falta leerlo. Me lo sé de memoria desde hace mucho tiempo. Pero sí... lo haré. —Le dio a la guerrera un leve codazo en las costillas—. Después de entrenar con la vara. Vamos, tú. — Tal vez, con eso, pueda... librarme de esta sensación... Por los dioses... es como si me ahogara.

—Vale, vale —asintió Xena, pero no le gustó lo que vio en el rostro de la bardo—. ¿Estás segura de que...? —empezó y entonces vio cómo desaparecía la máscara de buen humor deliberado—. No lo estás.

Gabrielle notó que volvía a perder el control y hundió la cara, irritada y confusa, en el hombro cubierto de lino de Xena.

—Dioses... lo siento mucho... no sé qué me pasa...

—Sshh. No te disculpes. Me tienes aquí —la tranquilizó Xena, frotándole la espalda. ¿Es eso cierto? Ella es la cosa más estable de mi vida desde hace ya mucho tiempo, y ahora está hecha trizas. Me adentro en terreno peligroso... para las dos —. ¿Quieres... quieres decirme qué te preocupa?

La bardo se quedó callada un rato, ordenando sus ideas.

—Pues... no lo sé. Creo que nunca me había planteado lo que haría... lo que he hecho. Y eso ha cambiado mi forma de... verme a mí misma. —Su mano jugueteó distraída con el cinturón de la túnica de Xena—. Y... no quiero pensar que podría... atacar de esa manera sin más... me da miedo. Mucho. Temo... —Se calló.

Xena se encontró de repente cara a cara con su peor miedo. Sabía, desde hacía mucho tiempo, que Gabrielle surtía un efecto sobre ella, y en momentos especialmente oscuros, se preguntaba si ella estaba surtiendo algún efecto a su vez. Esperaba con todas sus fuerzas que no fuera así. Pero había que hacer la pregunta.

—¿Temes estar... convirtiéndote en alguien como yo? — Y si la respuesta es sí, Xena, esto acaba aquí. No va a ir más lejos, cueste lo que cueste. No voy a pagar ese precio. Esperó, respirando acompasadamente, intentando no mostrar la desesperación con que necesitaba oír la respuesta. Notó la repentina presión de la mano de Gabrielle sobre su estómago, al darle una palmadita tranquilizadora.

—No —fue la respuesta, con voz ronca—. Temo estar convirtiéndome... en alguien como él... y... me da un miedo espantoso, Xena. ¿Cuánto de mi ser... procede de él?

Xena soltó aliento, pensándoselo.

—No creo que tengas mucho motivo de preocupación —comentó, con tono tranquilo—. Creo... que todos somos responsables de lo que hacemos, Gabrielle. Yo no puedo... no voy a echarle la culpa a... nadie... por lo que soy. —Notó que Gabrielle se quedaba absolutamente inmóvil, esperando a que terminara—. No deberías dejar que otros se lleven el mérito... —y sonrió dulcemente—, de lo que tú eres. Y lo que tú eres, amiga mía, es una de las personas más buenas, más generosas que he conocido en mi vida. No eres como tu padre. No atacas movida por la rabia... si vamos a eso, te enfadas más contigo misma que con nadie. Eso es cierto, ¿no?

Hubo un larguísimo silencio mientras Gabrielle permitía poco a poco que esa idea calara en la terca resistencia que había levantado con los años, planteándose la posibilidad de un punto de vista sobre sí misma que nunca hasta ahora había tenido en cuenta.

—Sabes... eso es cierto —reconoció por fin, con tono maravillado, sintiendo que su mundo empezaba a recuperar de nuevo una forma conocida—. Una vez sí que pegué una paliza a un árbol. Pero no creo que eso cuente, ¿verdad?

Notó la risa sorprendida de Xena.

—No me acuerdo de eso.

La bardo sonrió un poco y movió la cabeza para mirarla.

—No, no podrías acordarte. —Contempló el rostro de Xena—. Gracias... de nuevo. Siento haber estado tan... rara.

—Es un proceso curativo —replicó la guerrera, sintiendo que se le aflojaba la opresión del pecho—. Me alegro de que lo que te he dicho te haya ayudado en algo. —Dejó que sus dedos trazaran el contorno de los pómulos de la bardo y le secaran las lágrimas de la cara. Caray. He vuelto a tener suerte.

Gabrielle cerró los ojos y se pegó a la caricia.

—Gracias por estar aquí. —Sonrió vacilante—. No sé qué habría hecho si no estuvieras.

—¿Te sientes ya mejor? —preguntó Xena, apartándole el pelo—. Me parece recordar que alguien me pidió entrenar.

La bardo respiró hondo y asintió.

—Sí. Estoy mejor... aunque si estoy o no en condiciones de enfrentarme a la Princesa Guerrera es otro tema —dijo sonriendo a Xena, que enarcó ambas cejas.

—Oh, yo no me preocuparía por eso, bardo mía. Entre mi falta de ambición últimamente y el grado de holgazanería que pareces infundirme, no deberías tener ningún problema —fue la guasona respuesta.

Gabrielle se echó a reír.

—Oh, sí, seguro que noto una gran diferencia. —Hizo una pausa—. Como que a lo mejor aguanto tres bloqueos en lugar de dos antes de acabar de posaderas en el suelo. —Se incorporó sobre un codo y miró a Xena—. Y no te atrevas a dejar que te alcance sólo para impresionar a la gente. —Vio la sonrisa de Xena—. ¡Ajá!

Xena se echó a reír.

—Me has pillado. —Alzó las manos rindiéndose—. Está bien, pues vamos. —Se levantó y se sacudió la túnica—. Tengo que recoger mi vara de las cuadras —comentó, esperando a que Gabrielle se uniera a ella.

La sesión de entrenamiento atrajo a más gente de la que ninguna de las dos se esperaba, pensó Xena ásperamente, gente en su mayoría hostil, pero captó algunas sonrisas, más que nada del sector más joven.

—Ojo ahora —advirtió la guerrera—. Dime si las defensas por alto te hacen daño en las costillas, ¿vale? —Vigilaba atentamente las reacciones de la bardo, pues sabía que su compañera tenía ganas de exigirse más de lo que debía debido a su inesperado público.

—Estoy bien —insistió Gabrielle. A lo mejor esa combinación doble funciona... está algo distraída. Y lo intentó, atacando con un extremo de la vara al nivel de las rodillas y levantando luego el extremo superior contra la cabeza de Xena. La guerrera bloqueó ambos ataques, pero sonrió.

—Muy bien. —Asintió con aprobación—. La próxima vez, intenta apuntar un poco más alto. —A pesar de la advertencia de la bardo en sentido contrario, sus propios ataques eran ligeros, lo suficiente para que se notara el contacto en las manos, pero sin sus habituales tácticas agresivas. Hasta que vio, por encima del hombro de Gabrielle, un par de turbios ojos verdosos que no se apartaban de la figura esbelta de la bardo.

—Está bien... vamos a hacer una cosa un poco más complicada —dijo Xena, con calma, y guió a la bardo por una serie creciente de ataques y contraataques, manteniendo un sentido del ritmo dentro de las capacidades de Gabrielle. El ritmo se fue acelerando y advirtió esa pequeña sonrisa de concentración que asomaba al rostro de la bardo, lo cual quería decir que estaba totalmente metida en el ejercicio, sonrisa que ella misma reflejó, mientras hacía delicados equilibrios entre dar un espectáculo verdaderamente impresionante y evitar el peligro de que cualquiera de las dos perdiera el control.

Vio el gesto de dolor, cuando Gabrielle se estiró para bloquear uno de sus ataques por lo alto, y se dejó caer sobre una rodilla, para continuar el ejercicio con experta precisión, pero desde un ángulo más bajo.

—Vamos, vamos... —dijo, instando a su compañera a realizar la serie final del intercambio de golpes, que dejó sus varas cruzadas, a meros centímetros la una de la otra.

Las dos sonrieron.

—Muy bien —repitió Xena, cuando retrocedieron y ella se irguió del todo, alargando la mano y dándole una palmadita en el costado—. Me habría encantado ver cómo combatías con Eponin y ver la cara que se le ponía. —Sus ojos relucían de orgullo—. Eres buenísima.

Gabrielle sonrió muy contenta, absorbiendo la inesperada alabanza.

—¿Aunque no me has forzado? —bromeó, dándole a Xena un golpecito en el hombro con el extremo de la vara—. Creía que te había dicho que no lo hicieras.

—Mmm... —Xena meneó la mano de lado a lado—. Quería asegurarme de que no te hacía daño. He visto cómo te encogías con algunos de los movimientos de extensión. —Le dirigió una mirada—. Y yo creía que te había dicho que me lo dijeras si te dolía algo. —Vio la expresión de culpabilidad—. Así que estamos en paz. —Se acercó más y agachó la cabeza—. Además... tu padre estaba mirando.

Gabrielle abrió mucho los ojos y se puso rígida como reacción, observando el rostro de Xena atentamente.

—¿Ha visto...? —Vio el gesto de asentimiento—. ¿Sigue aquí? —Un gesto negativo—. Bien —dijo, con una sonrisa arisca—. Me alegro de que no me lo dijeras antes. Sé que me habría dado en la cabeza de haber sabido que estaba ahí. —Se relajó un poco—. ¿Ha... mirado?

Xena frunció los labios pensativa. ¿Cómo interpreto la mirada que le estaba echando?

—Ha mirado. —En esos ojos había visto una mezcla de desaprobación, miedo y una extraña e incómoda fascinación. Hasta que acabó el ejercicio y ella se irguió y se encontró con sus ojos por encima de la cabeza de la bardo. Entonces la expresión se transformó en odio y la de ella en puro hielo—. No creo que todo esto haya hecho que le caiga mejor —comentó Xena, sonriendo a la bardo con sorna.

—Eh, vosotras. —Lennat les sonrió vacilante—. Menudo espectáculo. —Se acercó más, seguido de un pequeño grupo de jóvenes del pueblo, la mayoría de los cuales saludaron a Gabrielle con simpatía. Ella correspondió a los saludos con una sonrisa y les presentó a Xena, que consiguió responder con cierta amabilidad.

—Bri, ¿dónde has aprendido a hacer eso? —preguntó una chica delgada y morena que a Xena le recordaba vagamente a Lila—. ¿De...? —Sus ojos se posaron fugazmente en Xena y se retiraron.

—En su mayor parte —confirmó Gabrielle, sonriendo a Xena—. Pero empecé a aprender con las amazonas.

La chica le dio un codazo al chico que estaba a su lado.

—¿Lo ves? Ya te dije que era cierto. —Sonrió a Gabrielle—. ¿Es cierto que las diriges tú?

La bardo se echó a reír.

—Bueno, más o menos. No es exactamente así... —Y se lanzó a dar una breve explicación, lo cual la llevó a contar toda la historia al fascinado grupo.

Xena se mantenía aparte, apoyada en su vara, y observaba a Gabrielle mientras ésta se apoderaba de ellos con su talento, presa de una intensa sensación de placer mientras observaba. Captó un leve movimiento por el rabillo del ojo, se volvió y vio a Alain entre las sombras del edificio, escuchando embelesado.

—Eh... ven aquí —lo llamó la guerrera en voz baja—. Oirás mejor.

El chico se acercó despacio, hasta pegarse casi a la alta figura de Xena, dirigiéndole una mirada de agradecimiento y disponiéndose a absorber el relato.

—Qué historia tan buena —le susurró, hacia la mitad.

—Mmm —asintió Xena, con una sonrisa irónica—. Es cierta, que lo sepas.

—¿De verdad? —susurró Alain, con los ojos relucientes—. Oye... ¡está hablando de ti! —exclamó al caer en la cuenta.

Xena se encogió de hombros.

—Ya.

—Jo. —Se rió por lo bajo, concentrándose en la clara enunciación de la bardo.

—Espera, Bri —interrumpió Lennat, agitando una mano—. ¿Cómo que tenías que luchar a muerte con alguien? —Todos intercambiaron miradas.

Gabrielle sonrió.

—Bueno, así es como funciona el desafío —respondió—. Pero no, no tuve que hacerlo, porque las normas también dicen que puedo nombrar a una campeona, para que luche en mi lugar. —Se volvió y miró a Xena, y todos hicieron lo mismo—. Y tuve suerte, porque resulta que mi mejor amiga es también la mejor guerrera que existe.

Xena le lanzó una risueña mirada de exasperación y meneó la cabeza, pero guardó silencio, mientras la bardo continuaba su historia.

Le pidieron otra clamorosamente cuando terminó y ella les dijo que no riendo.

—Me voy a quedar sin voz antes de que llegue la noche si sigo así —explicó—. Y tengo que lavarme y cenar algo antes. —Retrocedió y fue donde estaba Xena apoyada en la pared de la cuadra—. Hola, Alain —dijo Gabrielle, sonriéndole—. ¿Te ha gustado la historia?

El chico asintió enérgicamente.

—Sí, ya lo creo. —Bajó la mirada con timidez—. Me alegro de verte, Bri.

Gabrielle le dio un rápido abrazo.

—Y yo de verte a ti.

Él se sonrojó.

—Me tengo que ir —farfulló y se escabulló, después de echar una última mirada a Xena con los ojos muy redondos, y desapareció en la oscuridad de la cuadra.

Se miraron la una a la otra durante unos instantes.

—Creo que te ha gustado contar esa historia —comentó Xena, advirtiendo el brillo chispeante de sus ojos. Ah... hacía días que no veía eso. Me alegro de volver a verlo.

—Pues sí —confesó la bardo, con una sonrisa—. Lo siento si te he puesto incómoda.

Xena se echó a reír.

—No, no lo sientes. Te encanta hacerlo. —Se apartó de la cuadra y echó a andar hacia la posada, atrapando a la bardo con un brazo y tirando de ella—. Vamos... me ha parecido oírte decir algo sobre un baño y la cena...

Gabrielle se sonrió y le pasó el brazo a Xena por la cintura.

—Tienes razón. Me encanta hacer eso —reconoció alegremente—. Y lo mejor es que, contigo, nunca tengo que exagerar los detalles. Sólo tengo que contar lo que ocurrió. —Estrujó un poco a la guerrera—. Haces que ser bardo resulte facilísimo.

—Ah, ¿no me digas? —respondió Xena—. Bueno, cualquier cosa con tal de hacerte la vida más fácil, majestad.

La bardo le dirigió una mirada.

—Corta el rollo o te doy —gruñó con tono amenazador.

—Bueno —dijo Xena con tono de guasa y los ojos chispeantes de picardía—. Puedes intentarlo.

—¿Eso es una promesa? —contestó Gabrielle, absorbiendo las familiares bromas como una esponja.

—¿Eso es una amenaza? —fue la esperada respuesta.

Se echaron a reír y entraron en la posada y cuando ya habían alcanzado las escaleras, el posadero se adelantó apresuradamente para detenerlas.

—Ah... —dijo, saludando a Xena con una brusca inclinación de cabeza—. Sólo quería decir... que parece que esta noche va estar esto muy lleno, Bri. Se ha corrido la voz... parece que la gente te quiere ver.

La bardo enarcó las cejas.

—Me alegro de oírlo —dijo, un poco desconcertada—. Espero que eso anime el negocio.

El hombre soltó una breve risotada.

—Seguro que sí. —Dudó y luego dijo—: Me llamo Boreneus, por cierto. —Le ofreció el antebrazo a Xena—. Siento haber estado un poco antipático esta mañana.

Xena aceptó el brazo que se le ofrecía y lo estrechó.

—No te preocupes —le dijo con un gesto afable—. Vamos a apoderarnos de tu habitación del baño ahora que podemos.

El hombre asintió.

—Pues os enviaré a alguien para que os eche una mano con los cubos. —Se volvió hacia Gabrielle—. A mí también me apetece mucho oír unas buenas historias, Bri.

Las saludó con la mano y se alejó, dejando que continuaran escaleras arriba.

—Bueno. Qué diferencia —murmuró Gabrielle, meneando la cabeza con desconcierto.

Xena le sonrió de medio lado, pero guardó silencio, pensando que Gabrielle todavía no estaba acostumbrada a que la gente alabara su indudable talento. Recogieron jabón y toallas de su cuarto y se metieron en la habitación del baño.

Gabrielle comprobó el agua de la gran bañera, con una sonrisa.

—Perfecto —declaró, y se quitó la túnica, que dejó a un lado, y empezó a quitarse las vendas que todavía le envolvían el pecho.

—Espera, deja que lo haga yo —dijo Xena, que se acercó a ella y desenrolló la tela con pericia—. Hala. —Examinó los moratones de las costillas de la bardo y meneó la cabeza—. Has tenido suerte.

Gabrielle se tocó un moratón con dedos cautos y suspiró.

—Supongo.

La guerrera le cogió la barbilla con una mano y la miró.

—No lo pienses —dijo, con tono dulce en el que de todas formas se advertía una nota de hierro—. Adentro —añadió, levantando a la bardo en brazos, izándola por encima del borde de la bañera y depositándola en el agua.

—Mmmm —suspiró Gabrielle, cuando el agua la cubrió—. Por los dioses, qué gusto. —Levantó la mirada y sonrió—. Gracias por el transporte.

—De nada —dijo Xena riendo, y se metió al lado de la bardo sumergida. La bañera era lo bastante grande para que las dos pudieran sentarse la una al lado de la otra, cosa que hicieron, y era lo bastante larga para que hasta Xena pudiera estirar las piernas del todo—. Oye, eso me recuerda... ¿te puedo hacer una pregunta?

Gabrielle volvió la cabeza y se quedó mirándola.

—Nunca me habías preguntado una cosa así. ¿Debería tener miedo?

Xena puso los ojos en blanco.

—No. —Salpicó de agua la cara de Gabrielle—. La forma en que te llaman los de aquí... ¿te gusta? —Por la cara de mortificación de la bardo, adivinó la respuesta—. No, ¿eh? — Ya me parecía a mí que no... y, jo, cómo me alegro. Gabrielle me gusta muchísimo más.

—Pues... no —suspiró Gabrielle, haciendo una mueca—. La verdad es que no. Me he acostumbrado a que no me llamen... así. Es... No. No me gusta.

—Fiuu. —Xena se echó a reír aliviada—. A mí tampoco me gusta mucho y tenía miedo de que quisieras que empezara a llamarte así.

Gabrielle la salpicó.

—Ni se te ocurra. —Hizo una pausa—. Me gusta mucho cómo me llamas, gracias.

Xena echó la cabeza a un lado y la observó.

—¿No me digas, bardo mía?

—Sí —contestó Gabrielle, acercándose más y acurrucándose al lado de Xena en el agua caliente—. Me gustan las dos partes de ese apelativo —añadió y notó que el brazo de la guerrera se deslizaba a su alrededor como respuesta. Sonrió, cogió el jabón y se frotó a sí misma y a Xena indiscriminadamente, intentando escapar de los intentos de la guerrera de hacerle cosquillas—. Para ya o te hago una aguadilla —advirtió. La respuesta fue una profunda risotada—. Lo digo en serio. —Le puso a Xena un montoncito de jabón en la nariz y soltó una risita al ver el resultado. Y yo que pensaba que no tenía sentido del humor. Se rió por dentro. Y me preocupaba que si cedíamos a lo que sentíamos la una por la otra, nuestra amistad se echara a perder. Qué equivocada estaba... sólo se ha hecho mucho más fuerte... más de lo que me podría haber imaginado.

Xena puso los ojos en blanco y metió la cabeza en el agua hasta sumergirse del todo, luego volvió a aparecer y parpadeó para quitarse el agua de los ojos.

—Vamos, mete la cabeza. Te lavo el pelo —se ofreció y se quedó mirando mientras la bardo desaparecía bajo el agua y volvía a aparecer espurreando—. No te ahogues, ¿vale?

La bardo tosió.

—Sí... jo. —Aspiró aire profundamente y carraspeó—. Mejor —murmuró. Xena meneó la cabeza y se puso a frotar el pelo de la bardo con el jabón, sonriendo al notar que Gabrielle se relajaba y se apoyaba en sus manos.

—No te quedes dormida, majestad —dijo, echándose hacia delante y susurrándole a la bardo en el oído poco tiempo después.

—¿Eh? —Gabrielle pegó un respingo y la miró cohibida por encima del hombro—. Mm... vale. —Parpadeó y metió la cabeza debajo del agua para aclararse el jabón—. Lo siento —murmuró al emerger.

—Ya —comentó Xena, que se recostó, estiró los brazos por el borde de la bañera y se relajó. Sonrió a la bardo, quien de inmediato se pegó a ella y apoyó la cabeza en el hombro de la guerrera.

—Bueno. ¿Qué historias vas a contar esta noche? —preguntó la guerrera distraída, apoyando la cabeza en la pared inclinada.

Gabrielle bostezó.

—Mmm... un par sobre ti, un par de antiguas leyendas...

—Tienes que contar por lo menos una de Herc. ¿No lo pone en alguna parte de nuestro contrato? —preguntó la guerrera, dándole un leve codazo.

—Ay. Para ya. Sí... supongo. —Salpicó ligeramente a Xena—. Si cuento una en la que aparecéis los dos, ¿eso vale?

—No. —Xena la salpicó a su vez.

La bardo suspiró.

—Oh, bueno, pues supongo que ya se me ocurrirá algo que soltar sobre ese pobre hombre. —Sonrió—. A ver cómo me pongo de espectacular contigo... —Se interrrumpió porque Xena se inclinó y la besó de repente y ella cerró los ojos y correspondió, deslizando las manos por el cuerpo de la guerrera y acercándosela más—. Oye... —murmuró, cuando Xena se detuvo, y abrió los ojos para descubrir a la mujer más alta sonriéndole—. ¿Por qué has parado?

Xena la miró con sorna.

—Es que se me ha ocurrido darte la oportunidad de decidir en qué clase de situación comprometida querías estar cuando entrara tu hermana. —Indicó la puerta con la cabeza.

Gabrielle suspiró.

—Le estaría bien empleado por aparecer sin avisar. —Sonrió fugazmente—. Si con eso pretendías que esta noche no me pase con tus historias... no ha funcionado. —De mala gana, se soltó y se apartó un poco. Pero no mucho.

—Qué va —replicó Xena, recostándose y cruzando las piernas en el momento en que empezaba a abrirse la puerta—. Es que estabas tan mona que no me he podido resistir. —Vio cómo se sonrojaba la bardo justo cuando Lila asomaba la cabeza con prudencia—. Hola, Lila —dijo la guerrera con indiferencia, haciéndole un gesto para que entrara. Observó cómo la muchacha morena intentaba encontrar un punto donde posar los ojos sin quedarse mirándolas. Los ojos de Xena se encontraron con el verde brumoso de los de la bardo y las dos intercambiaron un solemne guiño risueño.

—¿Qué hay, Lila? —preguntó Gabrielle, haciendo un gran esfuerzo para no sonreír. Oh... quiere a Lennat, sí... pero, ¿quién sabe mejor que yo lo difícil que es apartar los ojos de mi mejor amiga? , se dijo la bardo por dentro. Recordó la primera vez que vio así a Xena, después de nadar hacia la puesta del sol, cuando la guerrera salió del lago a la luz dorada, toda elegancia poderosa y fuego, junto con el hielo de sus ojos. La afectó de lleno con una reacción repentina y primitiva que cambió para siempre lo que sus ojos consideraban bello. Volvió a sentirlo ahora, sólo de pensarlo.

—Mm... —contestó Lila, que por fin encontró un equilibrio dejando la mirada clavada en el rostro de Gabrielle—. Sólo quería pasarme para decirte... que el pueblo entero habla de... —dudó—, vosotras. —Con una rápida mirada a Xena, que alzó las cejas.

Se miraron, a sabiendas de que sus pensamientos seguían los mismos derroteros.

—Esa demostración con las varas... —aclaró Lila, desconcertada por su falta de reacción.

—Ah... eso —dijeron las dos a la vez. Intercambiaron una mirada cómplice y se echaron a reír.

—Sí, eso. —Lila frunció el ceño—. ¿De qué creíais que estaba hablando...? —Se calló y luego se ruborizó—. Oh.

—Bueno, pues será mejor que nos pongamos en marcha —comentó Xena, que salió del agua haciendo fuerza con los brazos estirados y pasó las piernas por el borde de la bañera. Fue donde habían dejado sus toallas, cogió una con indiferencia y le lanzó la otra a Gabrielle, que se había puesto de pie—. Toma.

La bardo atrapó la toalla en el aire y sonrió, observando a su hermana por el rabillo del ojo. Sí... no puede apartar los ojos.

—Gracias. —Se echó la toalla sobre los hombros y cuando se disponía a salir, Xena fue hasta ella, con el cuerpo envuelto en su propia toalla.

—Cuidado —advirtió la guerrera—. Te puedes resbalar. —Alargó la mano, agarró a Gabrielle del brazo, la sostuvo mientras ella saltaba por encima del borde de las altas paredes de la bañera y esperó a que estuviera bien plantada antes de soltarla y recoger su túnica—. Voy a ver cómo está Argo.

Gabrielle asintió y la saludó agitando la mano ligeramente, mientras se secaba, y se volvió hacia Lila.

—Así que hemos causado impresión, ¿eh? —Sonrió a su hermana—. Pues eso era yo a pleno rendimiento y Xena durmiendo. —Se echó a reír—. Aunque ella diga lo contrario.

Lila se rió un poco.

—Las dos parecéis llevaros bien. —Suspiró—. Hablando de lo cual, papá te ha visto hoy cuando estabas en eso y no le ha hecho gracia.

Gabrielle se encogió de hombros.

—Lila, estoy harta de fingir. Por él, por ti... por Potedaia. —Se envolvió en la toalla metiéndose un extremo por dentro y se volvió de cara a su hermana—. Así es como soy y eso es lo que hago. Ese entrenamiento con vara es importante, me puede salvar la vida.

Su hermana miró al suelo.

—Lo sé, Bri. —Le puso a Gabrielle una mano en el brazo—. Lo sé. Pero él piensa que ella te ha convertido en... no sé qué.

—¿Porque le he plantado cara? —preguntó Gabrielle, con tono apagado y frío.

Lila asintió.

—Sí.

Gabrielle se mordisqueó el labio un momento.

—Tiene razón —reconoció—. Ella ha tenido mucho que ver con los cambios que ves... los cambios que yo misma me noto. —Sonrió—. La diferencia es que él los ve como algo malo y yo los veo como algo bueno.

Lila le apretó el brazo.

—Yo también creo que son buenos —dijo apagadamente—. Me alegro, Bri. Me alegro de que estés viendo todos esos sitios y conociendo a todas esas personas. —Hizo una pausa, bajó los ojos y luego volvió a mirar a su hermana—. Y me alegro de que hayas encontrado a alguien que cuidará muy, muy bien de ti. Eso lo veo... ahora.

La bardo se quedó mirándola largamente, asimilándolo.

—Lila... —dijo por fin—. Gracias. Para mí es muy importante oírte decir eso. —Se acercó más y miró a su hermana a los ojos—. Encontrará una solución también para Lennat y para ti. Tienes que creerlo.

Lila tomó aliento una vez y luego otra.

—No alimentes mi esperanza, Gabrielle. No es justo —susurró, abrazándose a sí misma.

La bardo la agarró por los hombros.

—Si hay un modo, lo encontrará. Créeme, Lila... será así.

—Tengo que ir a preparar la cena —fue la respuesta—. Buena suerte para esta noche. —Lila amagó una sonrisa—. A lo mejor te veo más tarde.

Gabrielle la vio marchar y suspiró profundamente. Luego recogió sus cosas y bajó por el pasillo hasta la pequeña habitación que compartían. Al abrir la puerta, se sorprendió un poco de ver a Xena ante la ventana, contemplando la plaza teñida por la luz del ocaso, vestida con su túnica de cuero.

—¿No ibas a ver cómo estaba Argo? —comentó, colocándose detrás de la guerrera y apoyando la mejilla en el hombro de Xena.

—¿Mmm? —Xena pegó un respingo y bajó la mirada hacia ella—. Vaya. Lo siento... estaba un poco distraída. — Otra vez con la cabeza en las nubes. Esto empieza a ser ridículo —. ¿Lila está bien?

La bardo suspiró.

—No mucho. —Levantó la mirada—. ¿De verdad piensas que puedes arreglar todo esto? — Ya estoy otra vez... ¿por qué no la presionas un poco más, Gabrielle? —. Déjalo... olvida que he hecho esa pregunta.

Xena se volvió de cara a ella, apoyando los antebrazos en los hombros de Gabrielle.

—Sí, lo pienso —replicó, mirando a la bardo a los ojos fijamente—. Así que no te preocupes. —Vio el resplandor de la fe que brotaba en esos brumosos ojos verdes, al tiempo que la joven rodeaba la cintura de Xena con los brazos y se apoyaba en ella. Notó que sus propios brazos estrechaban a su vez a la bardo, sin su permiso consciente—. Las dos tenemos cosas que hacer —comentó, justo antes de que sus labios se juntaran y entonces se hizo un largo silencio, mientras se perdían la una en la otra. En el dorado resplandor de su vínculo que las envolvió a las dos con una paz sensual.

Por fin, de mala gana, Xena se echó hacia atrás, tomó aliento con fuerza y le apartó a Gabrielle de los ojos el fino pelo que se iba secando.

—Tienes que comer algo y prepararte para contar historias, bardo mía.

Le respondió una sonrisa indolente.

—Y supongo que tú de verdad tienes que ir a ver cómo está Argo. —Le clavó un dedo en el estómago a la guerrera con mucha delicadeza—. Y también cenar algo. ¿Verdad?

Xena asintió.

—Verdad. —Bajó la mirada—. ¿Verdad, Ares?

—Ruu —contestó el lobezno, muy serio, acercándose a trompicones, y se puso a roer la bota de Xena—. Ruu —repitió, mirándola con un trocito de cuero en la boca.

Xena se echó a reír, se agachó, le revolvió el pelo y lo hizo rodar.

—Sí, puedes comerte parte de mi cena, como siempre. —Le hizo cosquillas en la tripa y él agitó las cuatro patitas en el aire.

—Grrr.

—Está bien —suspiró Xena—. Ahora sí que me tengo que ir. —Se irguió y le dio a la bardo una palmadita en la mejilla—. Te veo en la taberna dentro de poco.

Gabrielle sonrió.

—Vale. Saluda a Argo de mi parte.

—Lo haré. —La guerrera hizo una pausa—. Le prometí dar un paseo, así que puede que tarde un poco. —Inclinó la cabeza de golpe y salió por la puerta, seguida por los ojos de la bardo.

La brisa fresca de fuera era agradable, pensó Xena mientras cruzaba el patio y entraba por las anchas puertas dobles de las cuadras. Dentro, por una vez, nadie era objeto de burlas y el gran espacio estaba inmerso en el silencio, interrumpido de vez en cuando por una pezuña que removía la paja y el crujido leve y constante del heno al ser masticado.

Argo la oyó acercarse y alzó la cabeza, mirándola con apacible interés, sin dejar de mover las quijadas.

—Hola, chica —dijo Xena suavemente, al llegar al lado de la yegua, y alargó una mano para rascarle las orejas—. Te han puesto una buena bolsa de pienso, ¿eh? —Sonrió cuando Argo resopló y le dio un empujón en la tripa, al notar el calor del aliento de la yegua a través del cuero—. Sí, sí... ya lo sé, te prometí salir a correr. ¿Estás lista? —El caballo la empujó de nuevo—. Vale... vale... no me lo restriegues. Vamos, pues.

Le pasó a Argo la brida por la cabeza y ajustó las hebillas, metiendo el bocado por la quijada de la yegua, que seguía masticando.

—Creo que hoy vamos a ir a pelo, chica, no tiene sentido ponerte todos los arreos. —Argo relinchó con aparente aprobación y siguió a Xena de buen grado hasta las puertas de la cuadra, mordisqueando el pelo oscuro de la guerrera por el camino—. Oye, para ya —riñó al caballo, y esperó hasta que las dos salieron por la puerta para montar de un salto a lomos de la yegua y colocar las rodillas con firmeza tras los cálidos hombros dorados.

—Vamos —dijo Xena, apretando las rodillas para hacer avanzar a la yegua. Salieron despacio del patio y bajaron por un largo sendero que Xena sabía que corría paralelo al río. Y pasaron ante cierto claro conocido, donde detuvo el rápido trote de Argo—. Alto, chica. —Se quedó sentada en silencio sobre la yegua, absorbiendo la puesta del sol, que lanzaba flechas rojas por la hierba y teñía las hojas, y aspirando el olor a pino del aire que en este atardecer fresco también olía un poco a la dulzura del jazmín.

Y se sumió largo rato en los recuerdos de aquel día, hacía ya más de dos años, en que enterró sus armas y entró en este claro, en la que era una de las peores épocas de su vida. Y aquí encontró una razón para seguir adelante, en lo que consideraba uno de los lugares más inverosímiles, con la gente más inverosímil.

—El lugar adecuado en el momento adecuado, Argo. —Suspiró, dando unas palmadas a la yegua en el cuello cubierto de sedoso pelaje—. Vámonos.

Puso al caballo al galope para bajar por el sendero del río, saltando por encima de algún que otro tronco caído y haciendo que los pequeños animales corrieran a refugiarse bajo los arbustos. Luego subió con la yegua por los despejados campos en barbecho hasta el camino y dio un rodeo para regresar al pueblo, inclinada sobre el lomo dorado y dejando que su poderoso galope devorara la distancia. Sentía que su cuerpo se movía a un ritmo perfecto y en perfecto equilibrio con la veloz yegua y en su cara brotó una sonrisa feroz.

Entonces pasó la última curva del camino, ya casi a la altura de los primeros edificios del pueblo, y fue frenando a la sudorosa Argo hasta ponerla a trote corto.

—Tranquila —murmuró, acariciando el húmedo cuello—. Mira cómo te cuesta respirar. Tenemos que hacer esto más a menudo, chica. —Oyó un resoplido como respuesta—. ¿Madre te ha estado mimando a ti también? Seguro que llevaba siempre los bolsillos llenos de zanahorias, ¿eh? —Un relincho jadeante. Xena se rió por lo bajo y la puso al paso tirando de las riendas cuando entraron en el patio. La guerrera elevó la vista hacia el cielo del ocaso y reflexionó—. Vamos bien de tiempo, Argo. Me voy a ocupar de ti y luego tengo que hacer una visita.

Alain asomó la cabeza por la puerta cuando se acercó y le sonrió encantado.

—Hola, Xena. —Salió trotando y agarró delicadamente la brida de Argo, sujetándola mientras Xena echaba la pierna por encima del cuello de la yegua y se dejaba caer de su lomo.

—Muy buenas, Alain —sonrió la guerrera—. Gracias. —Alargó la mano para coger las riendas de la yegua, pero se detuvo al ver que el chico hacía un gesto negativo con la cabeza—. ¿Algún problema?

—No... —Alain le sonrió dulcemente—. Yo me ocupo de ella, ¿te parece bien? —Dio unas palmaditas en el cuello de la yegua—. Le caigo bien, creo. —Y efectivamente, Argo volvió la gran cabeza y le resopló en la cara, echándole el pelo liso y rubio hacia atrás y apartándoselo de los ojos grises.

Xena sonrió de medio lado.

—Pues yo te lo agradecería mucho, y ella también.

Alain asintió.

—Le voy a dar unas friegas y a caminar con ella para que se enfríe. —Echó a andar hacia el pequeño patio que había fuera de la cuadra, animando con voz suave a la yegua, que seguía sin dificultad su paso desigual.

Xena asintió por dentro, luego entró en la cuadra, fue hasta las cosas de Argo y abrió un compartimento del faldón de la silla de montar.

—Ha llegado el momento de cumplir esa promesa —se dijo a sí misma, al tiempo que sacaba una bolsita y volvía a cerrar el compartimento.

Volvió a la puerta, salió y echó a andar en dirección opuesta a la posada. Fue hacia el centro del pueblo y pasó ante de la casa de la familia de Gabrielle. Pasó por delante de la forja del herrero. Y llegó a una pequeña cabaña cuya situación se había cerciorado de averiguar esa mañana, una casucha con una antorcha encendida fuera y la seguridad danzarina de la luz del fuego dentro. Se detuvo en la oscuridad ya casi total y se quedó inmóvil y en silencio mientras se abría la puerta y salía una figura rubia y desgarbada, que irradiaba rabia. Lennat , pensó, y no está contento. Apuesto a que Metrus le ha estado echando la bronca porque quiere ir a la posada.

Esperó hasta que pasó a su lado sin percatarse de su presencia y luego fue a la puerta, con cuidado de no hacer el menor ruido para no alertar al hombre que sabía que estaba dentro. Una vez en la puerta, se detuvo. No llevo armas, efectivamente... pero, ¿a quién quiero engañar? Si de verdad quisiera encontrar un modo directo de ocuparme de este... problema... soy capaz de hacerlo sin nada salvo las manos. La idea le produjo un escalofrío por todo el cuerpo que le puso de punta los pelos de la nuca y toda la piel de gallina. Ya está ahí de nuevo ese viejo lobo... Se sonrió. No, no... Xena... tienes que hacerlo con diplomacia. Respiró hondo, se preparó y luego se detuvo. Pero un poco de lobo nunca viene mal... Y dejó conscientemente que su lado más oscuro asomara un poco, notando cómo la inundaba el cosquilleo de energía nerviosa. Consciente de que se notaba en sus movimientos, en la expresión de su cara y el brillo de sus ojos.

Metrus no levantó la mirada hasta que entró en la estancia y se plantó ante su mesa. Simplemente mirándolo. Se puso pálido y retrocedió, tirando la silla en la que estaba sentado y apartándose de ella a trompicones. Colocó las manos por delante con cautela.

—Hola, Metrus. —Su voz grave cruzó la superficie de la mesa hasta él—. ¿Te importa si me siento? —No esperó a que respondiera, sino que sacó la silla situada frente a la de él, se sentó, recostándose con aire relajado, y esperó a que él recuperara la serenidad.

—Te dije que no crearía problemas —dijo Metrus por fin, con voz ronca, palpando a ciegas por detrás en busca de la silla, para no apartar los ojos de ella—. Lo dije en serio.

—Tranquilo —dijo Xena con indolencia, colocando una bota en la silla de al lado y apoyando el antebrazo en la rodilla—. Sólo quiero hablar.

—Hablar —afirmó Metrus sin expresión—. ¿De qué? —Se sentó despacio en la silla ya enderezada y colocó con cuidado los brazos encima de la mesa—. ¿De qué tenemos que hablar?

Xena hizo una pausa y lo observó. Debe de haber salido al padre , pensó, porque no se parece nada a Lennat, y Lennat y Alain sí que tienen un aire.

—Lennat es buen chico —comentó, observando cómo sus ojos se llenaban de recelosa desconfianza.

—No está mal —asintió Metrus, ásperamente—. ¿Y a ti qué te importa? —Sus ojos soltaron un destello repentino—. ¿Estás disponible? Creía que ya tenías a alguien que te limpe las botas. —Lo lamentó cuando vio el fuego frío que de repente le iluminó los ojos—. Está bien... está bien... olvídalo. —Se echó hacia atrás, ahora más seguro de sí mismo. Quiere algo. Pues muy bien... soy un hombre de negocios —. ¿Qué es lo que quieres, Xena? — Vamos a ir al grano.

—¿Qué es lo que quiero? —replicó la guerrera—. No sé. A lo mejor es que siento curiosidad. —Se echó hacia delante y apoyó la barbilla en una mano, observándolo—. ¿Por qué lo has tomado de aprendiz, Metrus? No sirve para comerciante.

El rechoncho aldeano se encogió de hombros.

—Sirve para trabajar... es de mi sangre... tiene que ganarse la vida de algún modo. Considéralo caridad por mi parte.

—O mano de obra gratuita, teniendo en cuenta que no le estás enseñando nada —contraatacó Xena, con una sonrisa fiera—. Dime, Metrus, ¿odias a ese chico?

Metrus frunció el ceño.

—¿Estás tonta? Es mi hermano.

—¿Y? —Xena se encogió de hombros—. Por lo que he visto en este pueblo... ¿eso qué más da? —Lo miró meneando despacio la cabeza—. Aquí he visto más intolerancia y odio que en los ejércitos de algunos señores de la guerra.

El hombre la miró furioso.

—Nos gustan nuestras tradiciones. No nos gusta que llegue alguien y las pisotee, Xena, y menos alguien como tú.

—¿Como yo? —repitió la guerrera, acercándose más—. ¿Como yo en qué sentido? ¿Qué es lo que te resulta ofensivo, Metrus? ¿Que soy más alta que tú? ¿Que te puedo dar una paliza? ¿El qué?

Él no contestó la pregunta, pero se quedó mirándola largamente.

—¿Qué quieres? —preguntó, con la voz algo ronca.

Xena se echó hacia atrás de nuevo y lo miró con los ojos medio cerrados.

—¿Cuánto vale tu hermano para ti?

Sus ojos soltaron un destello de comprensión.

—¿Lo quieres comprar? —Se le relajó la cara—. Tampoco es que me extrañe... es un chico guapo. Y tú... —Hizo un mohín con los labios—. En fin. Está sujeto a un contrato conmigo como aprendiz. No sé si me apetece venderlo.

Ella se movió tan deprisa que a él no le dio tiempo de respirar, de pensar, de moverse. Estaba recostada en la silla frente a él y de repente, lo había levantado por el aire, sacándolo de su silla, y lo había estampado contra la pared con tal fuerza que las vigas se estremecieron.

Se hizo el silencio, interrumpido por el jadeo áspero de su respiración. Xena estaba inmóvil como una estatua tallada en piedra, aferrándole la túnica con las manos, sosteniéndolo por encima del suelo con una facilidad que le congeló la sangre, clavándole la mirada de esos ojos azules más fríos que el invierno.

—Vamos a dejar sentadas unas normas básicas, Metrus. —Su voz adquirió un tono feroz que le provocó escalofríos por la espalda—. Podemos hablar de esto civilizadamente y yo puedo conseguir lo que quiero. O puedo arrancarte la columna por el cuello y matarte a golpes con ella. Y conseguir lo que quiero. Tú eliges. —Obligó a sus brazos con decisión a no temblar por el esfuerzo de levantar su gordo cuerpo y sostenerlo en vilo.

—Es... es... está bien —resolló él, balbuceando. Y sofocó un grito cuando ella lo levantó en volandas, se giró y lo depositó de golpe en su silla con tal fuerza que le hizo daño. Intentó reprimir el miedo irracional que le tenía, pues sabía que lo que acababa de sentir era algo más que humano. Se quedó mirándola mientras rodeaba la mesa y volvía a instalarse en su silla, colocando ambos antebrazos sobre la mesa y entrelazando los dedos.

—¿Cuánto vale para ti? —repitió su pregunta con tono tajante.

Él dijo el precio del contrato, lo normal para un aprendiz. Con ella no valía intentar obtener algo de más.

Ahora sólo se oía el crepitar del fuego y los delicados ruidos nocturnos fuera de la ventana, mientras él veía cómo lo observaba ella con ojos pensativos. Entonces se movió rápida como el rayo y se oyó un apagado ruido metálico de monedas cuando una pequeña bolsa aterrizó delante de él. Tragando con dificultad, alargó una mano vacilante y abrió la bolsa con cuidado, derramando el contenido. Era su precio y un poco más.

—Bueno, a mí no me sirve como aprendiz, en eso tienes razón. No tiene sentido alimentarlo por nada. Acepto. —Soltó un suspiro de alivio—. Aunque confieso que voy a echarlo de menos.

Xena se echó a reír por lo bajo y vio que Metrus se quedaba blanco al oírla.

—No va a ir a ninguna parte, Metrus. No soy tratante de esclavos.

El hombre la miró confuso.

—¿Por qué? Ya he aceptado, Xena... no puedo volverme atrás, pero también... estoy pensando que tú no eres así. ¿Por qué?

La guerrera se echó hacia atrás y se encogió de hombros.

—¿Acaso importa? —Dejó que una lenta sonrisa le asomara a la cara—. Podría decirte que lo hago para cumplir una promesa que le he hecho a una amiga, pero nunca te lo creerías. Así que... digamos que... es un capricho mío. —Se levantó y le ofreció el brazo—. Séllalo.

Él dudó, luchando contra el miedo irracional que le tenía. Se levantó despacio y, por fin, se obligó a estrecharle el brazo. Se sorprendió al notar la cálida suavidad de su piel, que cubría la flexible tensión de los músculos que notaba bajo los dedos. Como terciopelo sobre acero , pensó.

—Está sellado —dijo, mirándola a los ojos de refilón—. Pero, ¿por qué lo vas a dejar aquí? —De repente, abrió mucho los ojos—. Esa chica.

Xena sonrió.

—Ella también es buena chica. —No le soltó el brazo—. Y él será un buen herrero.

Metrus se quedó boquiabierto.

—Pero... eres...

—Ahh... cuidado, Metrus —dijo la guerrera riendo—. Soy una cruel y despiadada señora de la guerra, ¿recuerdas? —Apretó los dedos y vio el sobresalto en sus ojos—. Déjalos en paz, ¿me oyes?

—Hay mala sangre entre nosotros, maldita seas —bufó, con la cara enrojecida de rabia—. No, no lo voy a tolerar. Ese maldito... —Se calló de golpe cuando una sacudida de dolor le atravesó el brazo.

Xena endureció la expresión y ahora sus ojos brillaban de rabia.

—La cosa acaba aquí, Metrus. Lo que ocurrió no es culpa de Lennat. Tiene un don y se merece la oportunidad de perfeccionarlo. —Sus ojos se dilataron de golpe—. Es todo cuestión de elegir, Metrus: todos tenemos derecho a elegir cómo queremos vivir... y por eso todos vosotros odiáis tanto a la gente como yo, ¿verdad? —Le soltó el brazo, pero se echó hacia delante y atrapó sus ojos con los suyos—. Metéis a vuestros hijos en cajas, Metrus... nunca les dais la oportunidad de crecer... si dan muestras de algo diferente... los volvéis a meter en la caja a base de golpes, ¿verdad?

No hubo respuesta. Metrus se limitó a mirarla. Por fin...

—Nuestras tradiciones son la piedra angular de nuestra vida, Xena. Si nos las quitan, no nos queda nada. Si se deja que esas tradiciones sean destruidas, sólo se tiene... una serie de personas. Sin nada que las una. ¿Es eso lo que quieres?

La guerrera suspiró.

—Tenemos puntos de vista diferentes, Metrus. Tú deja a esos chicos en paz.

El comerciante asintió con rigidez.

—Cumpliré el trato que he hecho. Pero no me gusta. No será bien recibido aquí si va a ese... sitio.

Xena tomó aliento.

—No dejes de decírselo, Metrus. Para que elija libremente —dijo, con suavidad. Y se volvió en redondo, deseosa de salir de ese lugar cerrado y alejarse de esa mente cerrada. Bajo las estrellas, donde levantó la mirada y aspiró el aire limpio con una sensación de alivio y dejó escapar la rabia y la frustración.

Y se encontró cara a cara con Lennat, que estaba allí plantado, mirándola con expresión inescrutable, el pelo rubio incoloro bajo la luz de la luna creciente.

—Ella dijo que hacías magia —susurró el chico, con los ojos relucientes.

Xena resopló.

—No es magia, Lennat. Lo he amenazado y luego lo he comprado. Ni magia, ni ideas románticas, ni nada. Simple negocio. Ahora tú cumple con tu parte del trato. —Hizo una pausa—. ¿Lo has oído?

Lennat asintió.

—Cada palabra.

—Eso ahorrará tiempo —comentó Xena—. ¿Qué vas a hacer?

El chico sonrió.

—Hacerme herrero. Y casarme con Lila. —Se mordió el labio—. No necesariamente en ese orden. —Y se puso serio—. Y siempre... siempre... caer de rodillas y dar gracias a los dioses por haberte enviado. —Tomó aliento—. Y te devolveré hasta el último dinar que le has dado, te lo juro.

Xena lo miró, debatiéndose entre el bochorno y la admiración a su pesar.

—No te molestes... estará bien conocer a un buen herrero por esta zona. —Le sonrió de medio lado—. Y no ha sido por ti. Así que no pienses que estas cosas se me ocurren a menudo.

Lennat le sonrió.

—Lo sé... No te preocupes, tu reputación está a salvo conmigo.

—Bueno, pues está bien —dijo Xena, mirándolo de hito en hito—. A ver si nos entendemos. —Le dio una palmada en el hombro y echó a andar hacia la posada—. Tienes que ver a algunas personas, creo. Te dejo a ello.

—Xena —la llamó, pero sin levantar la voz.

—¿Sí? —contestó ella, deteniéndose y volviéndose para mirarlo.

Se acercó a ella y le tocó el brazo.

—Gracias. —En voz muy baja. Y mostrando en sus ojos grises todo lo que sentía su alma.

Xena tomó aliento para hablar, con la intención de quitarle importancia, pero había algo en su tono que se lo impidió.

—De nada —contestó por fin, alzando una mano y dándole una palmadita en el hombro—. Ahora vete.

Él asintió y sonrió.

—¿A quién veo primero? A Metrus, creo. Luego... a Tectdus... y luego... —su voz se llenó de alegría—, a Lila. —Se mordió el labio, luego se dio la vuelta y se encaminó hacia la cabaña mal iluminada de donde había salido ella.

La guerrera soltó un profundo suspiro y meneó la cabeza. Jo... qué chochez me está entrando. Reflexionando sobre su reciente sentimentalismo, cruzó la plaza del mercado y se detuvo ante la forja del herrero. Bueno, ya que esta noche estoy tan blanda, ¿por qué no llevarlo hasta el final? ¿No? Pues eso, Xena. Entró en la forja y la cruzó hasta la pequeña choza que había detrás, donde la luz brillante de las velas salía por las ventanas. Llamó ligeramente a la puerta y dentro oyó el roce de una silla al echarse hacia atrás y unos pasos pesados que se acercaban a ella.

—¿Y quién llama a la puerta a esta...? Oh. Xena, hola. —La voz áspera de Tectdus se suavizó al ver quién era su visitante—. ¿Ocurre algo? ¿Se ha roto la pieza o...?

—No —dijo la guerrera con una sonrisa—. El trabajo está muy bien. ¿Está Alain?

Tectdus la miró ladeando la cabeza.

—Sí —dijo alargando la palabra, evidentemente desconcertado—. ¿Se trata del caballo, pues?

—No —dijo Xena de nuevo—. Tranquilo, Tectdus. No es nada malo. Es que me ha dado la sensación de que le gustaría ver cómo su antigua compañera de juegos cuenta unas historias. Y... he pensado que se meterían menos con él si entraba conmigo.

El herrero se quedó algo boquiabierto, pero sonrió.

—Ah... eso es muy amable. Quería ir, sí... pero yo...

Xena asintió.

—Lo sé.

Tectdus gruñó como respuesta.

—¡Alain! —llamó—. Tienes visita.

—¿Yo? —se oyó la voz sorprendida del chico, al tiempo que rodeaba cojeando el marco de la puerta y veía la alta figura de Xena—. Caray. ¡Hola! —Se le iluminaron los ojos.

—Hola, tú —dijo Xena con humor—. ¿Quieres venir a oír unas buenas historias?

Alain sonrió radiante y miró a Tectdus, quien asintió solemnemente.

—Gracias, papá... —gorjeó el chico y salió apresurado por la puerta para unirse a la guerrera—. Gracias —le dijo a ella, en voz más baja.

Chochez pura , se burló de sí misma.

—Vamos. —Se dio la vuelta, pero luego se volvió de nuevo hacia Tectdus—. Ah... sí. No te sorprendas si esta noche recibes otra visita —le dijo, con un brillo risueño en los ojos que él captó.

Se quedó mirándola desconcertado, luego vio su leve sonrisa y sintió curiosidad. Pero antes de poder preguntar, ya se había ido, llevándose a Alain a la posada.

—Pero bueno, ¿qué estará tramando? —se dijo a sí mismo—. Ésta sí que tiene mar de fondo, ya lo creo. —Cuando estaba a punto de cerrar la puerta, oyó pasos dentro de la forja y volvió a asomar la cabeza. Y se quedó mirando a la figura alta y delgada cuyo pelo reflejaba la luz de la luna—. ¿Lennat? —Y entonces se acordó del brillo risueño de esos ojos tan azules. Que me ahorquen... entonces, ¿lo ha hecho?

—Maestro Tectdus... —dijo Lennat, pasando de la luz de la luna a la de las velas de su umbral—. Me he enterado de que necesitas un aprendiz.

El herrero se echó a reír y meneó la cabeza.

—Pasa, muchacho. —Y cerró la puerta cuando entraron