La esencia de una guerrera xxix

Llega el momento de los preparativos de la boda de lila, esto trae malos recuerdos a gabrielle y a xena tambien

La esencia de una guerrera

Melissa Good

Título original:A Warrior By Any Other Name.Copyright de la traducción: Atalía (c) 2002

—Qué casualidad encontrarte aquí —sonrió Lila, cuando Xena y ella se cruzaron poco después, delante del taller de la costurera—. ¿Cómo está? —añadió en voz más baja, con tono compasivo y preocupado.

Xena se encogió de hombros ligeramente.

—Tenía un dolor de cabeza muy fuerte cuando volvió. Le di algo para calmarlo... ahora está durmiendo. —Una pausa—. Parece que está bien.

Lila suspiró.

—Maldito sea. —Se apartó de los ojos algunos mechos de pelo castaño oscuro—. Entonces, me pasaré a verla más tarde. —Le mostró un paquete que llevaba—. ¿Te importa darle esto? Es el vestido... ha quedado muy bien. —Sus labios sonrieron a regañadientes—. Mejor que el mío, en cualquier caso.

—Claro —replicó Xena, cogiéndole el paquete y colocándoselo con cuidado debajo del brazo—. ¿Cómo está Lennat? —Se volvió para mirar hacia la herrería, donde vio las sombras indistintas de dos hombres altos inclinados sobre la forja principal.

Lila le sonrió ampliamente.

—Está encantado. —Meneó la cabeza y se echó a reír—. Se pasa todo el día golpeando metal caliente, no sé... pero vuelve a casa y habla de ello como si fuera la cosa más maravillosa del mundo. —Bajó la mirada—. Dijo que iba a hablar con Gabrielle más tarde... sabes que Metrus le ha hecho a él lo mismo que...

—Lo sé —replicó Xena, apagadamente.

—Bueno... —Ahora los ojos garzos subieron un instante para encontrarse con los de Xena—. Supongo que tenemos algo en común.

—Mmm... —asintió Xena, con un amago de sonrisa—. Podría ser. ¿Lennat lo lamenta?

Una carcajada.

—Dioses, no. —Entonces Lila se puso seria y la miró fijamente—. No más que Gabrielle.

Xena se encogió de hombros.

—Eso no lo sé.

—Yo sí —fue la segura respuesta—. Xena, es mi hermana. La conozco de toda la vida. —Lila miró rápidamente a su alrededor y bajó la voz—. Ella nunca... —Una pausa y un suspiro—. ¿Cómo puedo decirlo...? Nunca dejaba que nadie llegara... hasta el fondo de su corazón. Ya sabes cómo es... siempre haciendo favores a la gente, gastando bromas, contando historias, intentado solucionar los problemas... es mi hermana mayor... siempre intentaba consolarme, cuidar de mí... intentaba ayudar a madre, quitarle parte de la tensión... ahora que miro atrás, estaba muy necesitada de alguien que se pusiera manos a la obra e hiciera eso mismo por ella en ocasiones. Pero la verdad es que no había nadie. Así que mantenía a todo el mundo a distancia. —Otra pausa—. Se sentía responsable de nosotras.

—Bueno —comentó Xena con humor—, sí que tiene esa tendencia.

Lila meneó la cabeza.

—Cierto. Pero... no sé qué creí que estaba pensando cuando salió corriendo detrás de ti hace dos años. Pensé que estaba loca, francamente.

—Y yo —fue la respuesta, afectuosamente risueña.

—Mmm... seguro —rió Lila—. La había oído hablar del famoso árbol. —Se puso seria de nuevo—. Pero... esta vez, ahora que he tenido la oportunidad de pasar más tiempo con ella... he visto indicios de una parte de mi hermana que... no había visto nunca. —Bajó la mirada—. Tú has visto un lado de ella que yo nunca he visto... y por eso me he dado cuenta de que ha... encontrado a alguien a quien puede... y quiere... dejar llegar hasta el fondo.

Un largo silencio entre las dos.

—Y me alegro mucho —continuó Lila por fin—. Siento que hayamos empezado tan mal.

Una mano le agarró el hombro.

—Tenías motivos —fue la respuesta tranquila y resignada de Xena—. Es tu hermana y yo doy bastante miedo.

Lila se echó a reír.

—Mm... no iba a decir eso. —Pero miró a Xena y vio su sonrisa—. Pero... sí. Lo das, un poco.

Una ceja enarcada. Y otra.

—¿Un poco? —Con un brillo risueño en los ojos.

—Aah... vale. Mucho —confesó Lila—. De hecho, eres la persona más terrorífica que creo que he conocido en mi vida. Tampoco es que haya conocido a muchas, ojo.

—Bueno, eso está mejor —replicó Xena, con la cara muy seria—. Tengo que mantener mi reputación, ya sabes.

Las dos se miraron y se echaron a reír.

—Será mejor que vuelva —dijo Xena riendo y mostrando una cesta—. Aquí llevo la comida y ya conoces a Gabrielle.

—Te acompaño un poco —se ofreció Lila y las dos echaron a andar—. Eso me recuerda, ¿es que no le das de comer ahí fuera? No es más que piel y huesos.

Xena resopló conteniendo una carcajada.

—Oh, por favor... tu hermana come fácilmente tanto como yo y probablemente más. Es que lo quema todo... seguro que por hablar tanto.

Lila se echó a reír.

—Me alegro de ver que algunas cosas no han cambiado. Siempre ha sido así.

Xena subió las escaleras, riendo aún, abrió la puerta con cuidado y entró sin hacer ruido. Dejó la cesta en la mesa, depositó el paquete en la silla y se quedó de pie en silencio junto al poste de la cama, mirando a la bardo, que seguía profundamente dormida. Ahora la veía con una perspectiva ligeramente distinta, gracias a Lila. Siempre me he dado cuenta... de lo que me costaba abrirme a ella. Dioses... debo de haberla desquiciado por completo en más de una ocasión... nunca se me ocurrió pensar que ella también se estaba abriendo. Siempre parecía salirle una forma tan natural... pero... Su mente retrocedió al pasado. No lo era. Corría un riesgo... igual que yo , pensó, mientras se soltaba la armadura, se la quitaba por encima de la cabeza y la colocaba sobre una silla.

Intentando hacer el menor ruido posible, cedió al impulso y se echó junto a su compañera, se acurrucó pegada a su espalda y le pasó un brazo por la cintura. Notó que el indicio de tensión desaparecía del cuerpo de la bardo y que una mano agarraba la suya al tiempo que Gabrielle se pegaba a ella con un suave suspiro. Y dejó que el ritmo regular de la respiración de la bardo la sumiera en un estado de duermevela, hundida en una bruma cálida y reconfortante que descubrió que le gustaba mucho.

Gabrielle mantuvo los ojos cerrados y dejó que sus otros sentidos pasaran poco a poco del sueño a la vigilia. Captó el limpio olor a hierbas del lino y el cálido olor a madera gastada del suelo de la habitación. Oyó el crujido de las tablas del suelo al dilatarse y sintió una presencia conocida y caliente a su espalda. Se le fue extendiendo una sonrisa por la cara cuando su mano reconoció el fuerte brazo que la rodeaba protector y se hundió desvergonzadamente en la maravillosa sensación de seguridad que le provocaba.

Se regodeó en ello un rato, luego se estiró y se dio la vuelta, se acurrucó bajo la barbilla de Xena con un murmullo satisfecho y la miró parpadeando con una sonrisa indolente. Se encontró con un par de risueños ojos azules cuya calidez aumentó cuando sus miradas se tocaron.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Xena, apoyando la cabeza en una mano.

—Muchísimo mejor —respondió la bardo, tocándose la cabeza—. Y... aliviada. —De que hubiera terminado... De que la presión que había sentido desde que llegó aquí hubiera... desaparecido—. Y triste. —Una apagada y sincera confesión—. Bueno... ¿tú también has estado aquí dormitando, todo este tiempo? —preguntó, con una sonrisa burlona, incapaz de evitar que sus manos se pasearan por la figura enfundada en cuero de Xena, moviendo los dedos por la caja torácica que se movía regularmente y notando cómo se le cortaba la respiración a su compañera por la ligera caricia.

—No —fue la respuesta—. He salido a hacer ejercicio con Argo, me he encontrado a tu hermana y te he traído el vestido para mañana, he arreglado una pieza del arnés y te he traído comida. —Una pausa—. Luego he venido aquí y parecías tan a gusto que decidí echarme contigo un rato.

—¿Comida? —sonrió la bardo, centrándose en lo esencial—. Me muero de hambre.

—Te debes de sentir mejor —rió la guerrera.

—Pues sí —contestó Gabrielle—. Qué raro... debería sentirme fatal... por lo que ha pasado y lo que ha dicho él y todo... pero... —Aspiró y soltó una profunda bocanada de aire—. Me da tanto gusto no sentir ya esa presión... Sé que luego me sentiré mal, pero ahora mismo, siento más alivio que otra cosa. —Hizo una pausa—. Bueno... ¿qué decías de comida?

—Por los dioses, Gabrielle —contestó Xena, meneando la cabeza con fingido asombro. Rodó hacia un lado, agarró el poste de la cama, se izó cabeza abajo, luego se dejó caer dando la vuelta y fue a la mesa donde estaba la cesta—. Toma. —Se volvió y regresó a la cama—. La comida.

Gabrielle exploró la cesta y dio unas palmaditas en el borde de la cama a su lado.

—¿Comes conmigo? —ofreció, con la boca llena. Entonces, aunque intentó no hacer caso, la voz de su padre resonó en su mente y dejó de comer. No debería importarme. Me ha hecho cosas horribles, y a madre, y a Lila. Cerró los ojos. Pero me importa.

—Claro. —Xena se sentó, sacó un trozo de pan de la cesta, arrancó un poco y se quedó mirándolo largamente, luego se lo metió en la boca y masticó despacio. Entonces levantó la mirada y se fijó en la cara de Gabrielle, y quitó la cesta de en medio—. Oye... —Se acercó más, le puso a la bardo una mano en el hombro y le quitó el bocadillo de los dedos repentinamente inertes.

—No debería sentirme mal —susurró Gabrielle, mirando por la ventana—. Sabía que lo más seguro era que hiciera eso. —Tomó aire temblorosamente—. Sé que ha hecho cosas... malas. Contra nosotras. —Se contempló las manos—. Pero así y todo, me duele. —A ciegas, alargó la mano y enganchó los dedos en la túnica de cuero de Xena, se acercó y hundió la cara en el familiar olor ahumado del cuero, dejando caer sus defensas, y por fin se echó a llorar.

—Debe de ser horrible tener que quitar todas estas manchas de agua del cuero —dijo por fin con voz ronca, un rato después, y sintió la mano de Xena que le acariciaba el pelo como respuesta—. Creo que después de esto te voy a deber una túnica nueva. Me alegro de que no tengas puesta la armadura... me pasaría una vida quitándole la herrumbre. —Levantó la vista y soltó el aliento que llevaba largo tiempo conteniendo—. Gracias... por enésima vez desde que estoy aquí, creo. Siento no parar de llorar encima de ti.

¿Debería contarle mi pequeño encuentro con su padre? Xena se debatió consigo misma. ¿Hace falta que lo oiga? Probablemente no. ¿Necesito contárselo? Probablemente no. Pero esta... conexión... me dificulta mucho ocultarle cosas y puede que no sea bueno. Suspiró.

—Cuando... salí a montar con Argo, me... tu padre me siguió.

Los ojos de Gabrielle se endurecieron y levantó la cabeza del pecho de Xena, para mirarla a la cara atentamente.

—¿Qué pasó?

Y se lo contó, hasta el último detalle y el último movimiento, con un tono frío y distante. Vio que la mirada de la bardo se hacía introspectiva y esperó una respuesta que tardó mucho en llegar.

—Creo que acabo de descubrir algo horrible sobre mí misma, Xena —susurró Gabrielle por fin, abrazándose a sí misma.

La guerrera le puso una mano vacilante en el hombro y notó el estremecimiento cuando la tocó. Sin decir nada, dejó caer la mano, sin hacer caso de la dolorosa puñalada que sintió en el corazón por esa reacción.

—¿Qué...? —Y tuvo que parar para carraspear.

—Quería que hicieras eso —contestó la bardo, con tono distante—. Quería ver cómo le dabas una paliza y hacías que se sintiera...

—¿Como te sentías tú? —El tono de Xena era suave—. ¿Como se sentían tu madre y Lila? Gabrielle, es normal sentir eso. — Por los dioses... ya sabía yo que no se lo tenía que haber contado.

—Para mí no —fue la triste respuesta—. Romper el ciclo del odio, ¿recuerdas, Xena? Ahora yo soy parte de ese ciclo.

—No. —Un gruñido bajo y retumbante que hizo que Ares se agazapara en el rincón, mirándola con ojos parpadeantes—. No lo eres, Gabrielle, ¿me oyes? —Se levantó de la cama y se dejó caer sobre una rodilla, cogió la cara de Gabrielle entre las manos y la obligó a mirarla a los ojos—. No digas eso jamás. Fuiste maltratada... dioses, por él, Gabrielle... tienes todo el derecho... toda la... necesidad... de desear que sienta lo que sentías tú. —Su voz se hizo más profunda—. Tú no sientes odio, Gabrielle, no lo llevas dentro... porque yo lo conozco mucho mejor de lo que lo conocerás tú nunca... y reconocería el menor indicio... y no lo encuentro en ninguna parte de tu corazón. —Hizo una pausa y miró fijamente a los ojos verdes clavados en su rostro—. Te conozco... en algunos sentidos mejor de lo que me conozco a mí misma. Confiaría en tu corazón para cualquier cosa... con cualquiera... porque eres la persona más amorosa, más compasiva y más bella que he conocido en mi vida. —Una pausa más larga—. No lo dudes jamás.

¿Cuántas veces me has dicho que es mi fe en ti lo que te mantiene intacta, Xena? Su mente repasó las palabras, saboreándolas con agridulce intensidad. Y yo más o menos lo sabía. Pero nunca pensé que iba a necesitar tu fe en mí tanto como ahora. Aflojó los brazos con que se rodeaba a sí misma, alzó las manos, aferró los dedos de Xena con los suyos y tiró de sus manos para colocarlas entre las dos. Se las llevó a los labios y cerró los ojos mientras las besaba. Y se entregó a la fe de Xena, sintiendo que la culpa oscura y pesada se iba disipando poco a poco bajo esa firme mirada azul.

Se hizo un largo silencio, interrumpido únicamente cuando Xena volvió a sentarse en la cama y abrazó a la bardo, y luego únicamente por el sonido de su respiración casi inaudible y los crujidos de las tablas de madera que las rodeaban.

Gabrielle se había sumido en un duermevela soñador cuando notó que Xena se ponía rígida y sintió una descarga casi física que la atravesaba.

—¿Qué? —preguntó, levantando la cabeza.

Xena se llevó un dedo a los labios y ladeó la cabeza. A lo lejos, un trueno débil y apagado.

—Caballos —contestó, concentrándose—. Se mueven deprisa y vienen hacia aquí. —Entonces oyó los ásperos gritos y se levantó, alcanzando su armadura—. Guerreros... probablemente una banda de forajidos. —Y los primeros alaridos de las afueras—. Problemas.

Con dos tirones rápidos, se abrochó la armadura, y con un tercero fijó la vaina a sus correas.

—Muy oportuno —suspiró, mientras se dirigía hacia la ventana—. Te veo abajo. —Ni se planteó que Gabrielle se quedara atrás... hacía ya tiempo que eso no se planteaba.

—Bien —afirmó la bardo, agarrando su vara, y se quedó mirando mientras su compañera saltaba por la ventana, sobre el tejadillo del porche, luego daba una voltereta en el aire y caía hacia el suelo—. No me podría inventar a nadie más asombroso que ella —le murmuró a Ares, al tiempo que abría la puerta y corría escaleras abajo.

Xena aterrizó en el suelo justo en el momento en que los primeros jinetes entraban a la carga en la aldea, blandiendo antorchas encendidas, directos hacia los aldeanos con lanzas y picas de hierro. Eran la típica banda, pensó la guerrera mientras se dirigía hacia el primero de ellos a la carrera, espada en ristre.

El primero de los asaltantes bajó la pica y no alcanzó por los pelos a la mujer que corría. Levantó la vista justo cuando un cuerpo enfundado en cuero se le tiraba encima y lo hacía caer del caballo, y ambos rodaron por el suelo. Empezó a levantarse, blandiendo aún la pica con una mano, pero Xena bloqueó el ataque, se montó de un salto en el resollante caballo y dirigió al animal con las rodillas hacia la avalancha de asaltantes.

Eran como una docena y media y tres de ellos cayeron bajo su espada antes de que los demás se dieran cuenta de que en este pueblecito había algo más de lo que se esperaban. Con un grito salvaje, Xena cargó contra ellos, alternando las estocadas brutales de su espada con golpes demoledores que atravesaban su media armadura como si estuviera hecha de tela.

Una choza estaba en llamas. Maldiciendo, Xena frenó a su montura y miró a su alrededor y vio a Gabrielle, que ya se dirigía al edificio.

—¡Yo me ocupo! —le gritó la bardo, haciéndole un gesto para que se fuera, y blandió la vara con fuerza en redondo para eliminar a un asaltante que había desmontado, al que alcanzó limpiamente en la cabeza y que se desplomó en el suelo sin el menor ruido.

—Bonito... —se dijo Xena, luego se bajó del lomo del caballo y se puso a atacar a los asaltantes a pie. El más alto de ellos consiguió agarrarla y le estampó el antebrazo en la cabeza. Ella rodó con el golpe y se levantó inmediatamente, avanzó y lo alcanzó en la cara con un buen codazo. Él la miró un momento, atónito, y luego cayó deslizándose por su cuerpo hasta la tierra removida del patio.

Oyó cascos de caballo que se acercaban y al levantar la mirada, vio a un lancero a caballo que cargaba contra ella, con los ojos entornados tras el visor de cuero duro. Xena sonrió y esperó a que la punta estuviera a un milímetro de distancia de su cara, entonces se echó a un lado y agarró la lanza, plantó ambos pies con fuerza en la tierra y aguantó el tirón.

Desmontó al jinete y utilizó el extremo de la lanza para darle un golpe brutal en la cara que lo mató al instante.

Ahora oyó unos cascos más pesados y cuando esta vez levantó la mirada, se le heló la sangre en las venas. Un jinete cargaba no contra ella, sino contra una figura solitaria que estaba en medio del camino que llevaba a una casa conocida.

El animal era inmenso, casi del doble de tamaño que Argo, y el jinete... A Xena se le congeló la mente. Más alto que un hombre, con cabeza y cuello de toro.

—Un minotauro —murmuró y sintió que se le aceleraba el corazón. Y Herodoto estaba plantado justo delante de él.

El tiempo se hizo más lento, como siempre le sucedía en momentos como éste. Y tuvo un único y mero instante para comprender que podía no hacer nada y dejar que este hombre, que había hecho daño a su familia, que le había hecho tanto daño a su Gabrielle, se llevara su merecido. A manos de un enemigo que ella sabía que tenía pocas posibilidades de vencer.

—Maldición. —Y echó a correr, propulsando su cuerpo con largas y poderosas zancadas que devoraban la distancia cada vez a mayor velocidad, al tiempo que envainaba la espada y se lanzaba hacia el caballo galopante, el minotauro y Herodoto.

El minotauro alzó el garrote para asestar el golpe mortal, soltando un rugido resollante que estremeció el suelo con su furia. Bajó el brazo, pero el garrote quedó bloqueado de repente por una figura que volaba por el aire, que giró en pleno salto y que recibió el fuerte golpe en las placas de bronce de su armadura.

Ay. Xena hizo una mueca de dolor cuando el garrote se estrelló en su armadura, pero eso no le impidió enganchar las manos en el arnés de cuero, aprovechando el impulso para dejarse caer por el otro lado del caballo con la esperanza de que su peso bastara para hacerlo caer con ella.

Y así fue, aunque por los pelos, y los dos cayeron y se estamparon con el tronco del árbol contra el que estaba arrinconado Herodoto. Xena sintió que le bailaba el cerebro por el impacto, pero no hizo caso de la desagradable sensación y se apartó del tronco de un salto y se puso en pie, encarándose al minotauro. Oh... madre mía. Qué peligro.

—Vete de aquí —le gruñó a Herodoto—. ¡Vamos!

Él obedeció, pero no se alejó mucho, sólo se puso fuera del alcance de su espada y del minotauro resollante y babeante.

—Vas a morir —dijo ásperamente el medio hombre, medio bestia, abalanzándose contra ella.

—Eso ya lo he hecho —respondió Xena, parando el golpe con el brazal y dándole uno a su vez, que hizo que la bestia se tambaleara, sorprendida. ¿Qué era eso que me decía Gabrielle? ¿Que me convenzo a mí misma de que puedo hacer las cosas? Pues muy bien... a ver si puedo convencerme de que puedo derrotar a... esto.

El minotauro sacó la espada y la atacó, ella respondió y se pusieron a intercambiar golpes que hacían saltar chispas de sus espadas y lanzaban un siseo etéreo por el camino cuando las armas se rozaban entre sí.

La atacó de nuevo, empujando la espada con fuerza contra la suya y aprovechando su mayor tamaño para intentar clavarla al árbol, pero Xena se movió de lado, desvió la fuerza de la estocada y le hundió la empuñadura de su espada en el costado, lo cual le hizo soltar un gruñido de dolor y corresponder con un golpe que le dejó la cabeza como si la tuviera llena de campanas repicando.

Sabía que la había dejado aturdida y soltó un bramido de triunfo al tiempo que le rodeaba el cuello con las manos, y ella no pudo impedírselo.

El mundo empezó a apagarse bajo la presión de sus manos agarrotadas y sintió un leve zumbido que le iba llenando los oídos. Ahora estaba todo en silencio, salvo por el zumbido, y se estaba poniendo todo oscuro, y su cuerpo estaba demasiado cansado para obedecer sus órdenes instintivas de luchar.

No puedo... Su mente flotaba en una bruma gris. No puedo marcharme... tengo algo... que hacer. Alguien... a quien ver. Y una lanza descarnada y vívida de terror atravesó la oscuridad y desterró el zumbido, al tiempo que ella volvía a hacerse con el control de su cuerpo, levantaba las manos y le aferraba los brazos peludos. Con esto, o me salvo o me mato , proclamó su mente con calma.

Y dobló el cuerpo hacia arriba, apoyó las botas en su pecho y empujó con toda la fuerza que fue capaz de darles a sus piernas. Se le tendría que haber roto el cuello, pero en cambio, consiguió que soltara las manos y que se estampara contra el árbol. Y el mismo impulso la lanzó hacia atrás por el aire, dando una voltereta que su cuerpo logró controlar de algún modo, y aterrizó en el polvo, donde llenó los pulmones de aire con bocanadas inmensas.

Vio que se lanzaba hacia ella, con los brazos abiertos, demasiado rabioso para recordar quién era ella o lo que tenía en la mano. Se agachó y luego se levantó de golpe en el momento en que él saltaba, su espada le atravesó la armadura y se hundió en su inmenso pecho al tiempo que la estocada hacia arriba detenía su caída y lo lanzaba hacia atrás, con la espada de Xena hundida hasta la recia empuñadura en el cuerpo.

Los dos cayeron al suelo y Xena se apartó de él rodando, se sujetó sobre una rodilla, apoyándose en la otra, y esperó a que le dejara de temblar el cuerpo y el mundo dejara de dar vueltas.

Oyó pasos a la carrera cuyo sonido le resultaba familiar y cuya presencia no despertó alarmas en sus maltrechas defensas. Sacó fuerzas de algún lado para ponerse en pie con un esfuerzo, justo a tiempo de frenar la carrera desbocada de Gabrielle hacia ella y estrechar a la bardo entre sus brazos aún temblorosos.

—Sshh... tranquila.

—Por los dioses... creí... casi te... —jadeó la bardo, palpando el cuello magullado de Xena—. Oh... Xena.

—Tranquila, Gabrielle. Estoy bien. Tú... ve a ver cómo está tu madre... yo estaré bien. Sólo necesito recuperar el aliento —le aseguró la guerrera, estrechándola para recalcar lo que decía—. Ve.

Los ojos verdes se clavaron en los suyos durante largos instantes.

—Ahora mismo vuelvo —prometió la bardo—. Luego voy a ocuparme de ti, porque no tienes aspecto de "estar bien". ¿De acuerdo?

Xena le sonrió con cansancio.

—Trato hecho.

Y se alejó por el camino, mirando apenas a su padre al pasar.

Xena observó la cara de éste, que la seguía con la mirada, y luego se encontró con sus ojos cuando se volvió hacia ella. Y captó, por un brevísimo instante, un atisbo de un chiquillo de ojos desorbitados cuyo espíritu le resultó muy familiar.

Luego desapareció y sus ojos volvieron a enturbiarse.

—¿Por cuál de los dos apostabas? —fue la tranquila pregunta de Xena, al tiempo que sentía que recuperaba su nivel de energía y su fuerza. Fue hasta la figura tirada del minotauro, le puso una bota en el pecho, agarró su espada con las dos manos y pegó un buen tirón que le arrancó el arma del pecho.

Herodoto se quedó mirándola largamente.

—No lo sé. —Hizo una pausa—. ¿Por qué no has dejado que me matara? No habrías perdido nada.

Xena apartó la mirada de su espada, que estaba limpiando en los calzones del minotauro, y lo miró fijamente.

—Ya tengo mucha sangre en las manos. No quiero la tuya. —Envainó la espada y avanzó hacia él—. Lamento decepcionarte.

—Pero no habrían sido tus manos, ¿no? —preguntó apagadamente.

—Ah, sí, claro que lo habrían sido —replicó la guerrera—. Sabía que podía impedir que te matara. —Hizo una pausa y luego meneó la cabeza—. Lo que no sabía era si podía impedir que me matara a mí.

—No te entiendo —replicó Herodoto—. ¿Qué motivo podrías tener para arriesgar tu vida por mí?

Xena llegó hasta él, obligándolo a levantar la cabeza para mirarla, y se quedó callada durante largos instantes. Luego suspiró.

—Que ella te quiere.

Herodoto la miró fijamente.

—¿Así de simple?

—Así de simple —fue la respuesta. Fue girando para examinar el pueblo, que estaba recuperando algo parecido al orden. Las bandas de asaltantes eran algo corriente, en esta parte del mundo. Suspiró de nuevo y echó a andar hacia la posada.

—Xena —la siguió la voz de Herodoto.

—¿Sí? —Se volvió para mirarlo.

—Apostaba por ti. —Y por un mero instante, el chiquillo de ojos desorbitados volvió por sus fueros. Luego desapareció y un hombre ya mayor deshecho durante demasiados años emprendió el camino de regreso a su casa.

Xena meneó despacio la cabeza y se rió por lo bajo, luego se dio la vuelta y se dirigió de nuevo a la posada, pasando por entre grupos de aldeanos que la miraban con ojos atentos. Bueno... al menos no lo hacen con franca hostilidad , pensó. Hemos mejorado. Se detuvo cuando una de las niñas se le acercó y le ofreció un odre de agua.

—Gracias. —Aceptó el odre y sonrió a la niña a cambio.

Con timidez, la chiquilla rubia sonrió a su vez y agachó la cabeza mientras regresaba donde su madre, según parecía, la estaba esperando. Dioses... ¿alguna vez he sido tan joven? Xena suspiró, quitó el tapón del odre y echó un buen trago. Y continuó caminando, desviándose para entrar en la cuadra y visitar un momento a Argo para asegurarse de que estaba bien.

—Te has perdido un buen espectáculo, chica —informó a la yegua, que la miró masticando heno apaciblemente—. No te habría gustado nada ese minotauro. —Puso los brazos sobre el alto lomo de la yegua y apoyó la cabeza en el hombro dorado—. Ha faltado menos de lo que a mí me gusta, Argo —murmuró en el pelo del caballo—. Por un momento... —Tomó aliento y se irguió, rechazando la idea. No ha ocurrido. Eso es todo.

Se dio la vuelta, se apoyó en la yegua y bebió otro largo trago de agua, haciendo una mueca por el sabor metálico a sangre, y se dio cuenta de que con ese último golpe del minotauro se había mordido la mejilla por dentro. Oh... cómo me va a doler. Suspiró, movió la cabeza de lado a lado para aflojar los músculos del cuello y oyó el crujido de las vértebras maltratadas. Con todo, comentó una voz muy ufana y satisfecha en su interior, no había estado nada mal, teniendo en cuenta que había acabado con la mayor parte de los asaltantes y había matado a un minotauro en combate singular. Me parece que aún no estoy del todo como para jubilarme.

La puerta se abrió y levantó la mirada cuando entró Gabrielle, que cerró la puerta al pasar y cruzó el suelo cubierto de paja con paso decidido.

—Hola —dijo, cuando llegó al lado de Argo.

—Hola, tú —replicó Xena, ofreciéndole el odre de agua.

—Gracias. —Lo cogió y bebió. Luego observó atentamente el rostro de Xena—. Menudo susto. —Se acercó más y alzó una mano para tocar las marcas amoratadas que tenía la guerrera en el cuello—. No me... Por un momento, he pasado muchísimo miedo.

Xena la envolvió entre sus largos brazos.

—Yo también —confesó, cerrando los ojos y hundiendo la cara en el pelo claro de Gabrielle durante largos instantes. No podía dejar esto... ahora no. Todavía no —. Bueno, supongo que puedo tachar al minotauro de mi lista de desafíos, ¿no?

Notó que la bardo se reía.

—Sí, supongo. —Echó la cabeza hacia atrás y miró a su compañera—. ¿De verdad tienes una lista?

Xena sonrió.

—Claro, ¿no la tiene todo el mundo? —Estrujó a la bardo—. Ah... y por cierto, hazme un favor y cuéntale a Hércules la historieta del minotauro y yo la próxima vez que nos los encontremos, ¿vale?

Gabrielle se soltó y la miró perpleja.

—Espera un momento. ¿Es que te has dado un golpe en la cabeza? Me ha parecido oírte... ¿me estás pidiendo que le cuente a alguien una historia sobre ti?

—Pues sí —confirmó Xena, pasándole a Gabrielle un brazo por los hombros y llevándola hacia la puerta—. Nos hemos apostado cincuenta dinares a que no soy capaz de derrotar a un minotauro en un combate cuerpo a cuerpo.

La bardo se echó a reír.

—¿Cincuenta dinares? ¿Pero estáis chalados? ¿Qué otras cosas os habéis...? Oh... espera. Olvida la pregunta. ¿Él puede derrotar a un minotauro?

—Seguro que sí... —respondió Xena—. Recuerda que es un semidiós.

—Mmm. —Gabrielle se lo pensó un momento—. ¿Alguna vez apostáis el uno contra el otro? —preguntó, con curiosidad—. O sea, ¿tú contra él?

—Gabrielle... que es hijo de Zeus —dijo la guerrera riendo—. Y la última vez que lo comprobé... —Se palpó un lado de la mandíbula e hizo una mueca de dolor—. Yo soy mortal. No tendría muchas posibilidades.

Cruzaron el patio ahora vacío, de donde ya se habían llevado los cuerpos y que estaba pintado por las bandas carmesí de la puesta de sol. Ya estaban casi en la puerta de la posada cuando Gabrielle rompió el silencio.

—Yo apostaría por ti.

—¿Qué? —preguntó Xena, y casi se le resbaló la mano en el picaporte al volverse para mirar a su compañera.

—He dicho que si te enfrentaras a él, yo apostaría por ti —repitió la bardo con calma—. Ahora, ¿me vas a dejar que eche un vistazo a esas marcas? —Alzó las cejas al mirar a Xena, que estaba ahí plantada sujetando la puerta abierta con un leve ceño.

—Estoy bien, Gabrielle, no es más que... —Se fijó en la expresión de esos ojos verdes—. Vale... vale... sí, te dejo. —Y consiguió no sonreír con un gran esfuerzo—. Adelante, majestad.

Pensándolo bien , reflexionó Xena, no mucho después, no ha sido tan mala idea después de todo. Estaba tumbada en la cama, con Gabrielle sentada con las piernas cruzadas a su lado, y la bardo le aplicaba concienzudamente un aceite curativo en las magulladuras causadas por los asaltantes y el minotauro.

—Dioses... eso te tiene que haber dolido —comentó la bardo con una mueca, tocando el punto donde había recibido el golpe que era para Herodoto. Extendió el aceite con dedos delicados, luego levantó la mirada y se encontró con los ojos azules tiernamente risueños que la observaban. Al verlo, se le extendió una sonrisa por la cara, que le fue correspondida inmediatamente—. Sabes... cuando vi a esa cosa que iba derecha hacia él... me di cuenta de que tenías razón, Xena. No lo odio.

—Ya lo sabía —fue la tranquila respuesta.

—Sí... es cierto... eché a correr hacia él... aunque sabrán los dioses qué pensaba que iba a hacer cuando llegara allí. —Miró a Xena con sorna—. Entonces me adelantaste como si me hubiera quedado parada... y no sé si estaba más muerta de miedo por ti o aliviada por él. Qué raro. —Hizo una pausa, luego sonrió de nuevo y le dio una palmadita a Xena en el muslo—. Hay que ver cómo te mueves cuando quieres.

—Me defiendo —contestó Xena, con modestia—. Y si te sirve de consuelo, la verdad es que yo tampoco tenía ningún plan sobre lo que iba a hacer cuando llegara allí.

Gabrielle se quedó mirándola y soltó una risita.

—¿En serio?

Xena le puso una mano distraída en la rodilla.

—En serio... no tengo un plan de prevención para minotauros.

—Ojalá hubiera podido hacer algo para ayudar —suspiró la bardo, contemplándose las manos—. En lugar de quedarme ahí plantada muerta de miedo.

La mano que descansaba sobre su rodilla la agarró y levantó la vista, sobresaltada, para mirar a los ojos ahora serios de Xena.

—¿Qué? Oh... ya sabes lo que quiero decir, Xena... sólo estaba...

—Esta mañana le dijiste una cosa a tu madre. —El tono de la guerrera era muy apagado.

Le dije muchas co... oh.

—Sí, es cierto. —Pues sabía casi con toda seguridad a qué se refería—. Y es la verdad. — Es la verdad que no podría vivir sin ti... sin esto... ya no... Se me había olvidado que lo había oído. Sonrió por dentro. Pero me alegro de que lo oyera, aunque seguro que le dio un poco de corte... Es decir, primero esto del vínculo vital, luego...

Xena asintió despacio.

—Creo que sabes que es mutuo. ¿Verdad?

Gabrielle sintió que se ruborizaba.

—Pues... mm... — Respira, Gabrielle, respira... —. No, no lo sabía —terminó, con un susurro casi inaudible.

—Quería... asegurarme de que lo supieras. —Xena respiró hondo—. Porque... cuando esta tarde el minotauro estaba estrangulándome... lo único que me hizo seguir... —Se calló, alargó la mano y agarró los dedos inmóviles de la bardo—. Fue saber que tenía una razón para no morir. —Esperó a que los ojos verdes se posaran en los suyos, como así hicieron—. Sentí tu miedo... y eso me dio la fuerza de voluntad necesaria para soltarme, Gabrielle. Así que... no te quedes ahí diciéndome que no hiciste nada. —Una breve pausa—. Porque sí que lo hiciste.

Gabrielle tomó aliento varias veces para decir algo, pero al final levantó sus manos unidas y apretó la mejilla sobre los nudillos de Xena, cerrando los ojos y sonriendo. Y confiando en que el vínculo que las unía hablara por ella. Para ser bardo, tengo una tendencia nefasta a permitir que me deje sin palabras. Qué... bochorno. Pero creo que capta el mensaje.

Y efectivamente, habló por ella, pues sintió un tirón hacia abajo y se dejó caer en brazos de Xena, hundiéndose en la poza de luz carmesí que se derramaba sobre las dos.

—Oye —murmuró Gabrielle, bastante después—. Vi cómo te golpeaba... ¿qué tal la cabeza? No tienes conmoción, ¿verdad?

—Mmm. —Xena abrió los ojos de mala gana y pensó en la pregunta—. No... no creo. Normalmente tengo una... sensación como de niebla justo después, cuando me ocurre. Esta vez no. —Levantó la mano con indolencia y se dio unos golpecitos en la cabeza—. Bien dura.

La bardo ladeó la cabeza para mirar a Xena.

—¿Te ocurre tan a menudo? Sabes que no es nada bueno. —Arrugó la frente con preocupación. ¿Cómo no se me ha ocurrido antes? Por los dioses, Gabrielle, ¿cómo puedes estar tan ciega?

—Un par de veces. —Xena se encogió de hombros—. Intento evitarlo, amor. No me apetece que se me revuelvan los sesos. —Y sonrió en silencio al darse cuenta de la naturalidad con que se le había escapado ese término cariñoso. Incluso con Marcus, había tenido que hacer un esfuerzo consciente para emplear palabras como ésa. Con Gabrielle no. Simplemente... le salían. Advirtió que Gabrielle no decía nada, pero tampoco podía disimular el brillo de sus ojos.

—No, supongo que no —contestó Gabrielle, más animada. Miró por la ventana—. Bonita puesta de sol. —Guiñó los ojos y se quedó mirando la luz rojiza, notando el calor en la cara—. Echo de menos contemplarlas ahí fuera.

—¿Sí? —preguntó Xena con curiosidad—. Creía que preferías estar bajo techo. — No como yo, por ejemplo.

La bardo hizo un gesto negativo con la cabeza y se puso boca arriba, por lo que se quedó mirando el techo manchado de carbón.

—No... echo de menos mirar las estrellas contigo —contestó con tono soñador—. O imaginar formas en las nubes... o contemplar la puesta del sol. Escuchar cómo cambian los ruidos de los animales del día a la noche. Oír las cascadas que tan bien se te da encontrar para que acampemos cerca. —Hizo una pausa—. Me alegro de que nos marchemos mañana.

Xena se lo pensó.

—Yo también. —Se rió suavemente—. Y tenemos mucho viaje por delante hasta llegar a Cirron.

—Mmm —asintió Gabrielle—. Va a estar bien volver a ver a Jess.

—Ya lo creo. —La guerrera suspiró—. Verás la que me va a montar.

La bardo ladeó la cabeza.

—¿Por qué? Oh... por... —Sus ojos pasaron de la una a la otra.

—Sí —dijo Xena con aire mortificado.

Gabrielle soltó una risita.

—¿Todos esos comentarios insidiosos eran por eso?

La respuesta fue un suspiro.

—No te preocupes. —Le dio unas palmaditas a Xena en el hombro—. Yo te protejo. Le diré que te deje en paz o me invento una historia sobre él y se la cuento a todos sus amigos.

Le respondió una gran sonrisa deslumbrante.

—Ven aquí.

—¿Eh? ¿Qué...? Oh. —Gabrielle cerró los ojos y disfrutó del beso, dejando que su calor se derramara a través de ella como el vino especiado en una noche fría—. ¿Te he comentado alguna vez lo bien que haces eso? —murmuró, cuando hicieron una pausa para respirar.

—Pues sí —fue la guasona respuesta—. Pero nunca viene mal practicar.

—No —replicó la bardo—. Además... —Deslizó una mano por las costillas de Xena y notó cómo se agitaban los músculos bajo sus dedos—. Hay que tener mucho cuidado con eso de que te han dado en la cabeza. Será mejor que no duermas durante un rato.

—Oh... ésa sí que es buena —dijo Xena riendo—. Me gusta. —Colocó a Gabrielle en una postura más cómoda y le pasó una mano por la parte frontal del cuerpo, sonriendo cuando se le cortó la respiración—. Voy a tener que conseguir que me den en la cabeza más a menudo. —Entonces dejó de hablar y se limitó a reaccionar.

—¿Xena? —Gabrielle, cómodamente tumbada encima de Xena, levantó la cabeza para mirar atontada a la guerrera medio dormida. Mucho más tarde.

—¿Mmm? —Xena abrió un ojo azul y la miró con benévolo cariño.

—¿Está bien... o sea, estás cómoda así? ¿Dejando... que te use como una gran almohada? —Se sonrojó. Ya era hora de que se lo preguntaras, ¿no te parece? —. O sea... con sinceridad. — Es decir, ¿puedes respirar con todo este peso encima de las costillas, por ejemplo?

Xena arrugó el entrecejo y se rió en silencio, con un temblor interno que Gabrielle notó.

—Claro que sí, Gabrielle. Éste es tu sitio. —Le revolvió el pelo a la bardo y le frotó la espalda suavemente—. A mí... me gusta.

Palabras dichas como si tal cosa... , pensó Gabrielle, mientras se deslizaban por su alma y le atenazaban el corazón con un brusco espasmo. Éste es mi sitio. En su interior prendió un grito de alegría que se extendió por su cuerpo y salió a la superficie en forma de sonrisa descontrolada y una inmensa inhalación.

—Me alegro —suspiró, y volvió a bajar la cabeza y a relajarse.

Je... algo he dicho bien. Xena miró a la bardo con curiosidad, notando la reacción en su cuerpo y a través del vínculo que las conectaba. Entonces se acordó... la imagen de una escena ocurrida hacía ya más de dos años. "Éste no es mi sitio", había dicho la joven aldeana rubia. Y Xena percibió la verdad de sus palabras, incluso entonces. Pero esto no te lo esperabas, ¿verdad?, rió su mente. Las dos habían estado buscando algo. Y pensar que lo hemos encontrado la una en la otra. ¿Qué probabilidades había de que eso ocurriera?

Se quedaron tumbadas un rato en silencio, las dos ensimismadas. Por la ventana se colaban los ruidos apagados de la actividad del patio y la brisa que entraba traía el olor a humo de leña.

—Se deben de estar preparando para la boda de mañana —comentó Xena, a lo que la bardo asintió.

—Sí... —Gabrielle bostezó y levantó la cabeza, apoyando la barbilla en el hombro de Xena—. No creo que ahora mi padre vaya a decir nada si estás presente. —Sus labios se curvaron con una sonrisa—. Pero podrías ser amable y no aparecer con armadura.

Xena la miró enarcando una ceja.

—Ya veremos —comentó—. No has comido en todo el día. ¿Tienes hambre?

—Un poco. —Gabrielle la miró con ojos soñadores—. Pero no lo suficiente para moverme o hacer nada al respecto. —Sus ojos se posaron en el cuello de Xena, a pocos centímetros de distancia—. Ya están desapareciendo. —Meneó la cabeza y levantó una mano para tocar delicadamente las marcas del cuello—. Increíble.

Xena echó de repente la cabeza a un lado, en actitud de escucha. Cascos de caballos, de nuevo, pero esta vez más lentos, más decorosos.

—¿Qué? —preguntó Gabrielle suavemente, al percibir el cambio en ella y ver cómo se le ponían los ojos distantes mientras concentraba sus otros sentidos.

—Caballos, son dos —contestó Xena, esbozando una leve sonrisa, cuando los cascos se detuvieron en el patio y el callado murmullo de voces llegó hasta ellas flotando en la brisa—. Será mejor que nos vistamos.

—¿Quién es? —susurró la bardo, echando una mirada hacia la ventana y observando luego su cara. No debe de ser muy grave, está sonriendo.

—Madre y... —Se concentró y luego sofocó una ligera carcajada—. Toris.

Gabrielle sonrió muy contenta.

—¡Genial! —Hizo una pausa—. ¿Te parece bien que les cuente lo del minotauro?

Xena se encogió de hombros.

—No tiene sentido que no se lo cuentes... de todas formas, se lo van a oír a todo el mundo. —Rodó hacia un lado y se levantó, llevándose a Gabrielle de paso, y depositó a la bardo limpiamente sobre los pies—. Ya estás.

—Gracias. —La bardo le dio una palmadita en el costado—. Toma. —Le pasó una túnica del morral que estaba cerca de la cama y sacó una para sí misma—. Cuidado, Ares. —Rodeó al lobezno, que ahora estaba totalmente despierto, y se puso la prenda, se la ciñó y cogió una fruta de la cesta que estaba encima de la mesa—. ¿Hay alguna posibilidad de que tu madre les dé algunos consejos de cocina? —bromeó, mordiendo la manzana que tenía en la mano y volviéndose de cara a Xena.

Y se encontró con que unos dientes blancos, precisos y delicados, le quitaban el trozo de manzana de la boca y lo sustituían por un beso.

—Uuh —gorjeó, masticando apresuradamente lo poco que le quedaba y tragando—. ¿Podemos hacerlo otra vez?

—Luego —rió Xena, guiñándole un ojo, al tiempo que sujetaba la puerta abierta—. Primero vamos a saludar.

Llegaron al pie de las escaleras justo cuando Cyrene y Toris estaban hablando en voz baja con el posadero. Quien levantó la vista al oír sus pasos en las escaleras y luego parpadeó, paseando la mirada entre Xena y los dos recién llegados.

—Vaya, vaya... qué casualidad verte aquí —sonrió Toris, quien rodeó al posadero para darle un abrazo de oso a su hermana, que le fue correspondido con cierto entusiasmo. Se separaron y él se quedó mirando a Gabrielle un momento.

La bardo captó su vacilación y le sonrió afectuosamente.

—Hola, Toris. —Y se acercó a él para abrazarlo. Él sonrió ampliamente y correspondió, con mucha más delicadeza que al saludar a Xena.

—Madre —dijo Xena, al tiempo que Cyrene la abrazaba con energía—. Gracias por venir hasta aquí.

Cyrene la miró enarcando una ceja.

—Cuando Johan me dijo... —Meneó la cabeza y bajó los ojos—. Luego hablamos. —Se volvió hacia Gabrielle con una sonrisa radiante y estrechó a la bardo entre sus brazos, luego la apartó sosteniéndola para mirarla largamente.

—Hola, mamá —dijo Gabrielle, con una sonrisa pícara—. No esperaba volver a verte tan pronto.

Xena se quedó mirando un momento y luego se volvió hacia el posadero, que los estaba mirando a todos fijamente.

—¿Algún problema? —le dijo, enarcando una ceja.

—Mm... ¿amigos tuyos, guerrera? —preguntó el hombre, vacilante.

—Familia —respondió Xena, saboreando la palabra en la boca, dándole vueltas y gozando de la sensación.

—Les daré la mejor habitación que tenga disponible —prometió el posadero, sonriéndole nervioso.

—¿Estás bien, hija? —le preguntó Cyrene a Gabrielle en voz baja, mirándola preocupada a los ojos.

La bardo soltó aliento y asintió con la cabeza.

—Sí... ahora. —Sus ojos se posaron inconscientemente en la alta figura de Xena y luego volvieron a ella—. He estado en buenas manos.

Cyrene le dio una palmadita en la mejilla.

—De eso estaba segura. —Se volvió hacia Xena—. ¿Nos sentamos a hablar? —Indicó las mesas, que dado lo tarde que era, sólo estaban ocupadas a medias.

—Claro —dijo Xena, y le puso una mano en la espalda a Toris para hacerlo avanzar—. Mientras no comamos nada de lo que sirven aquí —dijo susurrando apenas, sólo para que lo oyera Cyrene.

Su madre se detuvo y la miró pensativa.

—Ahora mismo me reúno con vosotros. —Y se dirigió muy decidida a la cocina de la posada.

Xena sonrió y le guiñó un ojo a Toris. Quien le guiñó un ojo a su vez, con el entendimiento propio de los hermanos. Se sentaron a una mesa vacía, bebiendo las jarras de cerveza que les había traído el posadero.

—Bueno... —dijo Toris, recostándose y apoyando una bota en el soporte de la mesa—. ¿Qué os contáis?

Oyeron un estrépito en la cocina.

—Cyrene, la Posadera Guerrera —murmuró Xena y salió disparada de la silla hacia la puerta, saltando por encima de dos mesas que le bloqueaban el camino.

Toris y Gabrielle se miraron el uno al otro durante un largo instante de pasmo y luego estallaron en carcajadas.

—Oh, dioses... —suspiró Gabrielle—. Qué falta me hacía. —Bebió un largo trago de la cerveza que tenía delante. Luego levantó la vista y se encontró con los ojos de Toris, que la miraban preocupados. Qué sensación más rara , pensó, ver los ojos de ella en la cara de él.

Toris se echó hacia delante, titubeó y luego habló.

—Escucha... no sé cómo decirte lo mal que me sentí cuando Johan nos lo contó. —Miró a su alrededor y luego volvió a centrarse en ella—. Eres como una segunda hermana para mí, Gabrielle...

Los ojos verdes lo miraron atentamente.

—No sabes lo que significa para mí... que hayáis venido los dos. —Se fijó en el leve rubor que le tiñó el rostro—. Gracias, Toris. Sois un encanto. —Hizo una pausa y ahora fue ella la que bajó los ojos—. El mero hecho de saber que tenía... —Se calló y notó el calor de su mano cuando se posó sobre la suya, que estaba encima de la mesa—. Y si tu hermana no hubiera estado aquí... no sé... qué habría hecho.

Toris sonrió.

—Eres de la familia, eso ya lo sabes —le aseguró—. Y... no tuve oportunidad de decírtelo... antes de que os marcharais... pero me alegro muchísimo de que lo seas. —Sus ojos brillaban suavemente—. Me alegro por las dos. —Levantó la vista cuando se abrió la puerta y devolvió la mirada curiosa del hombre alto y rubio que apareció en el umbral.

Gabrielle se volvió para ver a quién estaba mirando y sonrió.

—Hola, Lennat.

Lennat se acercó, sin dejar de mirar al hombre moreno de ojos azules que estaba sentado con ella.

—Hola. Mm...

—Oh... perdona —dijo la bardo, cayendo en la cuenta—. Mm... Lennat, éste es Toris. Es el hermano de Xena. Toris, éste es el prometido de mi hermana, Lennat.

Los dos hombres se miraron y entonces Toris sonrió afablemente y le ofreció el antebrazo.

—Encantado de conocer a un nuevo miembro de mi familia extendida —dijo despacio.

Lennat le estrechó el brazo.

—Mm... —Por su cara, era evidente que nunca se había planteado tal cosa—. Supongo que tienes razón... —Con cierto tono de sorpresa y placer—. Encantado también de conocerte.

Se sentó al lado de Gabrielle y se quedó callado unos minutos, asimilando a todas luces este nuevo cambio en su vida.

—Mis amigos me estaban haciendo la vida imposible —dijo por fin, como para justificar su presencia en este lugar a estas horas.

Todos levantaron la mirada cuando la puerta se abrió de nuevo y Lila, bostezando, asomó la cabeza en la sala.

—Ah, bien —dijo, al ver la conocida figura de su hermana. Entró del todo en la posada, arrebujándose en el chal para abrigarse—. Madre... —Entonces levantó los ojos y se dio cuenta de que había un desconocido en la mesa—. Oh... perdón... —Arrugó el entrecejo cuando se le acostumbraron los ojos a la luz y su mente intentó averiguar de qué le sonaba el hombre moreno sentado al lado de su hermana.

—Deja de intentar recordar de qué me conoces —suspiró Toris, poniendo los ojos en blanco—. Me llamo Toris, no me conoces de nada, pero sí que conoces a mi hermana.

—¿A tu hermana? —preguntó Lila, mirándolo con la cabeza ladeada.

Toris la miró enarcando una expresiva ceja.

—¡Oh! —Lila se echó a reír—. No sabía que...

—Nadie lo sabe —dijeron Gabrielle y Toris exactamente a la vez.

La puerta de la cocina escogió ese momento para abrirse y Xena condujo a la sonriente Cyrene hacia ellos, pero se detuvo un instante al ver a los recién llegados. Vaya... mira qué fiestecita se ha montado , rió su mente.

—Hola, Lennat, Lila —los saludó inclinando la cabeza—. Saludad a mi madre, Cyrene. —Miró al otro lado de la mesa—. Ya veo que habéis conocido a Toris. —Se sentó al lado de éste y se recostó, echando un brazo por el respaldo de su silla—. Es mi hermano.

—Jamás lo habríamos adivinado —lograron decir Lennat y Lila a la vez, entonces se miraron y se echaron a reír.

—¿Ha habido suerte? —le preguntó Gabrielle a Cyrene, que soltó un resoplido.

—Yo diría... —comentó Xena, tras beber un largo trago de cerveza—, que las probabilidades de que nadie resulte envenenado mañana en la boda de tu hermana han aumentado de forma significativa.

—Bueno... ¿y qué ha sido ese ruido? —insistió la bardo, metiendo la mano por debajo de la mesa y haciéndole cosquillas a su compañera detrás de la rodilla. Lo cual le valió una ceja enarcada bruscamente y una sonrisa feroz. Se mordió el labio para no echarse a reír.

Cyrene suspiró.

—Yo sólo intentaba...

—Madre ha puesto pegas al sistema de almacenaje que usan aquí —murmuró Xena, dirigiendo una mirada a Toris.

Éste hizo una mueca.

—Ah.

—Pavoroso —replicó ella—. Mucho.

Lila y Lennat se acomodaron y todos escucharon mientras Gabrielle relataba la historia del ataque de esa tarde. Xena dejó que se le relajaran los hombros mientras escuchaba el relato y observaba cómo los demás observaban a Gabrielle. Vio cómo se encogía su familia con la gráfica descripción que hacía la bardo de la lucha con el minotauro y respondió encogiéndose de hombros.

Lila y Lennat se levantaron cuando terminó y les desearon a todos buenas noches afectuosamente.

—La verdad es que madre me había enviado aquí para ver si todo iba bien —le murmuró Lila a Gabrielle cuando se abrazaron.

Gabrielle la miró extrañada.

—Pero si fui a verla cuando terminó todo... así que...

Lila sonrió y le apretó la mano.

—Estaba preocupada por Xena —susurró con aire conspirador.

—Ah. —La bardo sonrió—. Está bien. —Pero se le alegró el corazón por el detalle. Hasta eso se está arreglando , pensó—. Gracias por preguntar.

Lennat estuvo callado durante el corto trayecto de vuelta a casa, pero por fin suspiró, mientras avanzaban por el camino iluminado por la luna.

—Bueno... ¿qué opinas? —le preguntó por fin, deteniéndola y sentándose en una roca cercana. Dio una palmadita en la roca a su lado y ella se sentó, pegándose a él para calentarse.

—¿Qué opino de qué? —preguntó Lila, aunque se hacía ya una idea de a qué se refería.

—De todo esto —replicó Lennat.

—¿Con todo esto te refieres a la familia de Xena, o te refieres a mi hermana y ella, o...? —le tomó el pelo Lila, cariñosamente—. Vamos, Lennat, ¿qué me estás preguntando?

—Toris dijo que ahora éramos parte de su familia extendida —dijo Lennat, esquivando la pregunta—. Considera... supongo... no sé...

Lila se lo pensó.

—Considera a Gabrielle hermana suya —dijo pensativa—. Así que... supongo que yo también lo soy... y tú... bueno, tú vas a ser mi marido, así que... —Lo miró—. ¿Te molesta? — Dime la verdad, Lennat. Sabes que puedes.

—Es que... —Lennat suspiró—. Parece que se lo toma tan... como si fuera natural. —Sus ojos se posaron desazonados en los de ella—. Y para mí no es natural. Tú y yo... eso sí es natural.

Lila lo miró en silencio.

—¿Tú crees que se quieren menos que nosotros? —preguntó suavemente.

El rubio se quedó contemplando el bosque oscuro largamente. Por fin, posó la vista en sus manos y luego la miró de nuevo.

—No. —Hizo un mohín con los labios—. No lo creo.

—¿Entonces? —preguntó Lila—. Mira... yo tardé un poco en asimilar la idea... pero cuando lo hice, Lennat... cuando lo hice... dioses... ¿quiénes somos nosotros para decir qué está bien y qué está mal? Eso no puede estar mal... el amor no puede estar mal, Lennat... no cuando es así... es lo que tú y yo sentimos en estos momentos. ¿Cómo podrías negarle esa sensación a nadie?

Lennat se quedó mirándola.

—No puedo. —Soltó un largo suspiro—. No puedo y no quiero, y... ahora que he tenido la oportunidad de hacerme a la idea, para mí también va a ser natural. —Sus ojos sonrieron—. Y serán de nuestra familia, tuya, mía y de nuestros hijos. —Agitó las cejas—. Y además... —Empezó a sonreír—. En el mundo en que vivimos, se me ocurre gente mucho peor con la que estar emparentados.

Lila le puso una mano amorosa en la mejilla.

—Gracias, mi amor. —Levantó la vista—. Ahora, será mejor que vayamos a casa y descansemos. Me da la sensación de que mañana va a ser... un día muy largo.

Lennat se echó a reír.

—Me parece que tienes razón. —Se levantó y le ofreció el brazo—. ¿Mi señora? —dijo, recordando los juegos de príncipes y princesas a los que jugaban de niños. Lila sonrió y posó la mano en su brazo.

—Mi señor... —replicó, y echaron a andar por el camino iluminado por la luna.

Hoy no podemos dormir hasta tarde , pensó Xena, observando distraída cómo el cielo de fuera adquiría una tenue tonalidad de coral. Ya oía los ruidos de actividad fuera de la posada: los primeros tintineos apagados de los animales sujetos a los arneses, el eco del leve golpeteo del martillo ligero del herrero, la protesta lejana de una cabra... todo ello transportado por una brisa fría que también le traía el olor acre de las brasas de carbón y el suculento aroma de un asado en plena elaboración.

Deberíamos levantarnos... hay mucho que hacer ahí fuera. Miró a Gabrielle cuando ésta se movió, doblando las manos y arrebujándose más contra ella, tras lo cual se relajó de nuevo con un suspiro satisfecho. A Xena se le pasó una sonrisa por la cara mientras contemplaba a su compañera dormida. Bueno... tal vez unos minutos más. En realidad no tenía valor para despertarla... no con ese aspecto tan apacible. No cuando el hecho de estar pegadas era evidente que le provocaba esa sonrisita de deleite, que conmovía a Xena y disolvía su resolución como el hielo del río en una mañana de primavera. Me tiene vencida como si fuera una cría chocha de amor... eso debería molestarme. Se rió de sí misma. Salvo que lo disfruto tanto como ella.

Era agradable ver que Gabrielle parecía olvidar sus pesadillas cuando dormían así, y eso le ocurría desde hacía ya tiempo. Y las mías... Los ojos de Xena se endurecieron. Menos frecuentes que las de la bardo, pero más tenebrosas y violentas. Las dos dormían ahora toda la noche de un tirón... y eso también contribuía a que su relación durante el día fuera más cómoda. Se pone irritable cuando no duerme. Y yo me pongo de mal humor. No es una buena mezcla. Esto... ha sido bueno para las dos. Se le empezaron a cerrar los ojos de nuevo contra su voluntad, y suspiró, obligándose a abrirlos. No, no... Vamos ya, tenemos que hacer cosas hoy.

No debería haberme quedado levantada anoche hasta tan tarde con madre y Toris... menuda tontería. Sus labios esbozaron una sonrisa. Cyrene se mostró cariñosa y amable con Gabrielle mientras ésta estuvo con ellos abajo, pero en cuanto la bardo les dio las buenas noches a su pesar y subió, su madre se pasó un buen rato despotricando indignada. Contra los padres de Gabrielle. Contra Potedaia. Contra la propia Xena, cuando cayó en la cuenta de que su hija había arriesgado la vida por "ese hombre".

Luego la obligó a subir, mencionando el combate y diciéndole que descansara. Xena meneó la cabeza, intercambió miradas significativas con su hermano y obedeció la sugerencia, acurrucándose con alegre placer al lado de su compañera en la habitación a oscuras.

Se le empezaron a cerrar los ojos otra vez y se lo permitió durante unos minutos, luego volvió a despertarse a la fuerza. Esto no funciona , se reconoció a sí misma.

Gabrielle se movió de nuevo y esta vez sus ojos se fueron abriendo despacio y sonrió a Xena.

—Buenos días. —Se estiró con placer sensual y aferró a la guerrera con más fuerza, estrujándola con un entusiasta abrazo.

—Buenos días a ti también —rió Xena—. ¿Y eso a cuento de qué viene?

—Porque puedo —fue la risueña respuesta, junto con otro achuchón. Miró hacia la ventana y luego de nuevo a los ojos indulgentes de Xena—. Porras. Ya es de día. —Un suspiro de fingida pesadumbre—. Supongo que tenemos que salir a ayudar, ¿no? —Y recorrió el costado de Xena con los dedos, sonriendo al ver la ceja enarcada que obtuvo como respuesta.

Xena asintió y pasó los dedos por el pelo de Gabrielle.

—Pues sí. —Tocó con delicadeza el borde externo de la oreja de la bardo y vio cómo se le aceleraba el pulso en el cuello.

La bardo se planteó por un momento la idea de convencer a Xena para que siguiera descansando, a sabiendas de que podía... pero reconoció que seguramente a su madre le vendría bien la ayuda. Y el apoyo. Se echó a reír de repente.

—Oh, dioses...

—¿Qué? —preguntó Xena, mirándola.

—Mi madre se va a volver loca cuando conozca a la tuya. —Rodó hacia un lado, sin parar de reír—. Va a ser digno de verse. ¿Te fijaste en cómo la miraba Lila por el rabillo del ojo? Cyrene, la Posadera Guerrera. Dioses, Xena... casi me da algo por el ataque de risa.

Xena se apoyó en un codo y sonrió.

—Bueno, es que lo es. Dejó aterrorizada a esa pobre cocinera.

La bardo la miró y sonrió satisfecha.

—Entonces, supongo que te viene de herencia, ¿eh?

La guerrera la fulminó con la mirada y luego se echó a reír.

—Sí... tal vez sí —reconoció un poco cohibida.

Gabrielle contempló con afecto los familiares rasgos de su cara y siguió los rayos del sol por su cuello y por la amplia anchura de sus hombros. Y suspiró.

—Tenemos que ir a ayudar, ¿no? —Con pena. Entonces se distrajo de repente por la intensidad de los ojos azules que la miraban y que le produjo un calor sutil que se empezó a extender hacia fuera desde sus entrañas. Aahhh... a lo mejor podemos retrasarlo un poquito.

—Supongo que sí —contestó Xena, pero no parecía ser capaz de apartar los ojos de los de Gabrielle y descubrió que su mano se movía por su cuenta para acariciarle la cara. Sintió una sacudida sensual cuando la bardo le cogió la mano y le besó la palma, lo cual le aceleró el pulso. Me parece que esas tareas se van a quedar esperando un rato , rió su mente, al tiempo que se echaba hacia delante y notaba cómo las manos de Gabrielle se deslizaban por debajo de la tela de su camisa y emprendían una provocativa exploración, mientras sus labios se juntaban y el mundo desaparecía durante un rato.

—Sabes, podría acostumbrarme a esto del amanecer —dijo Gabrielle con guasa, un poco después, mientras subía mordisqueando la tripa destapada de Xena, para acabar acurrucada debajo de su barbilla y cómodamente instalada entre sus brazos—. Debería intentar despertarme así más a menudo. —Y notó que Xena tomaba aire profundamente y lo soltaba despacio, calentándole la parte posterior de la cabeza y lanzando una leve corriente por su cuello. Gabrielle sonrió... le daba gusto. Y también la risa grave que hubo a continuación y que le produjo pequeñas vibraciones por toda la columna. En realidad, eso me ha dado más que gusto. Cerró los ojos llena de contento.

—Tendré que recordarlo —comentó Xena, dirigiendo ahora una mirada abochornada a la ventana iluminada plenamente por la luz del día—. De verdad será mejor que vayamos a echar una mano o se nos va a caer el pelo.

—Mmm —suspiró Gabrielle—. Supongo que no puedo mandar la boda al Hades, ¿verdad?

—Gabrielle... —Un tono de advertencia, pero acompañado de risa.

—Tienes que ayudarme a ponerme ese vestido. Hay que abrochar varias docenas de cositas. Es peor que tu armadura —añadió la bardo, con tono de fastidio, y Xena la abrazó, luego la soltó, salió rodando de la cama y se puso en pie—. Está bien... está bien. —Saltó de la cama, se acercó donde Xena estaba hurgando en sus zurrones y acarició con las manos la espalda desnuda de la guerrera—. ¿Alguna vez te han dicho que tienes una espalda muy bonita?

Xena se dio la vuelta y se puso en jarras.

—Sólo tú, pero en varias ocasiones —contestó riendo con humor—. Vístete, Gabrielle. —Hizo una pausa y paseó los ojos por la figura de la bardo, que sonreía impenitente—. O no me hago responsable de explicar por qué te has perdido la boda de tu hermana.

Gabrielle cerró los ojos y respiró hondo.

—Será mejor que te vistas tú primero, o me va a dar igual perderme la boda de mi hermana. — Por los dioses... ¿qué me ha entrado hoy? Algo debía de tener la cerveza de anoche. Se sonrojó y oyó la risa de Xena—. Lo siento.

Sintió unas manos que le cogían la cara delicadamente y abrió los ojos para encontrarse con la sonrisa deslumbrante de Xena, que la miraba.

—Jamás te disculpes por eso, Gabrielle. —Y la besó muy a fondo.

—¿Es que tenías que hacer eso? —gorgoteó la bardo, cuando se separaron, y Xena le pasó una túnica riendo—. Te voy a matar.

—Claro, claro. Amenazas —rezongó la guerrera, mientras se abrochaba las correas de su túnica de cuero—. Qué miedo me da. —Se pasó un peine por el pelo oscuro y se lo recogió apartado de la cara.

—¡Ruu!

Las dos miraron hacia abajo y vieron a Ares sentado sobre las ancas, apoyado en las patas delanteras, mirándolas primero a una y luego a la otra.

—Oh... —Xena se agachó y lo empujó, frotándole la tripa—. ¿Tú también quieres participar? Está bien... puedes venir de caza conmigo. ¿Qué te parece? —Se levantó, cogiendo al lobezno, y lo llevó en brazos mientras bajaban las escaleras.

Cyrene paseaba fuera del pequeño templo, asintiendo vigorosamente por dentro. Había tenido una mañana productiva y tenía muy buenos motivos para estar satisfecha de sí misma. Había eliminado el banquete que proponía la posada y cuando protestaron diciendo que no tenían otra cosa que ofrecer... su hija, bendito fuera su talento para la caza, apareció como si tal cosa con un ciervo gigantesco y lo depositó a los pies del posadero con esa sonrisa encantadoramente ufana que tenía. Cyrene sonrió de oreja a oreja sólo de pensarlo.

De modo que eso había salido bien y por fin había conseguido establecer una relación de trabajo con la cocinera de la posada... cuando pudo convencer a la mujer de que de verdad sabía lo que se hacía en la cocina. Y le dejó probar algunos ejemplos. Cyrene se rió por lo bajo.

Luego estaba el tema del templo: había enviado a Toris para ayudar a decorarlo con guirnaldas de flores y ahora entró para echar un vistazo. Vio a un puñado de chicas del pueblo trabajando en el proyecto y a Toris ayudando, pero era evidente que estaba distraído por una figura que trabajaba en silencio un poco alejada de las otras.

Gabrielle, y con una cara muy seria. Cyrene se quedó ahí un momento y observó mientras la bardo terminaba lo que estaba haciendo y luego salía por la puerta trasera del templo. Advirtió las miradas incómodas con que la seguían las aldeanas y la expresión preocupada de su hijo. Toris la vio y se acercó a ella, la cogió del brazo y la llevó fuera.

—¿Qué ocurre? —preguntó ella, en voz baja.

Toris miró a su alrededor y luego a ella.