La esencia de una guerrera xxiv

Xena haya la menera de buscar solucion a este problema que tiene a su amante hecha trizas, y esto le rompe a ella el corazon tambien

La esencia de una guerrera

Melissa Good

Título original:A Warrior By Any Other Name.Copyright de la traducción: Atalía (c) 2002

—¿Cómo se llama? —preguntó Lila, mirando al lobezno por debajo de la mesa—. Es una monada. —Sonrió dubitativa a Xena.

Xena suspiró y se encogió de hombros un poco cohibida.

—Ares. —Y alzó las manos al ver la cara de pasmo de Lila—. Lo sé, lo sé. Mala idea.

Lila sonrió de verdad.

—Seguro que se enfadaría si lo supiera.

Xena enarcó una ceja.

—Lo sabe. No pasa nada. Si hubiera sido un perro, bueno... me la podría haber cargado. Pero...

La muchacha morena soltó una brusca carcajada.

—¿Lo dices en serio? —preguntó, inclinándose hacia delante—. ¿De verdad lo conoces?

La guerrera asintió.

—Y Gabrielle también. —Ahora contaba con la atención de Hécuba—. También conoce a Cupido y a Afrodita.

Hécuba se acercó y se sentó en la tercera silla, más cerca de Xena que de su hija. Observó a la guerrera despacio, de la cabeza a los pies con una lenta y estudiada mirada.

—Metrus está que trina —dijo por fin, con cautela—. No le hace gracia que lo tumben como a un ternero en el campo. —Hizo una pausa—. ¿De verdad habrías matado a mi marido, si hubieras llegado cuando le estaba pegando? —Sus ojos apagados se clavaron en los de Xena con urgente intensidad—. Es su padre. A pesar de todo.

Xena tomó aliento y bajó la barbilla, reflexionando.

—No —contestó en voz baja—. Porque es su padre. Y ella no podría soportarlo. —Sus ojos soltaron un destello a la luz del fuego—. Pero habría hecho que lamentara haberla tocado. Eso sí.

Hécuba asintió despacio.

—Hace tanto tiempo que nadie defiende a una de nosotras, que se me había olvidado la sensación. —Se levantó con cansancio y, vacilante, posó una mano en el musculoso antebrazo de Xena que estaba apoyado en la mesa—. Me... alegro de que Gabrielle haya encontrado a alguien dispuesto a hacer eso por ella. —Entonces recuperó su talante brusco e hizo un gesto con la cabeza indicando la cesta que había dejado encima de la mesa—. Le he traído algo de cena.

Xena sonrió.

—Lo agradecerá.

Hécuba gruñó y fue hacia la puerta, luego se volvió para mirar a la guerrera.

—Hay de sobra, si te apetece. —Y salió por la puerta, sin ver la ceja que Xena enarcó al instante.

Lila suspiró.

—Le ha costado hacerse a la idea —comentó, como si le resultara comodísimo hablar con Xena—. Creo que es una oferta de paz.

—Ya —respondió Xena, permitiéndose relajarse un poco y sonriendo ligeramente a Lila—. ¿Estamos en paz, pues?

Lila posó la mirada en la mesa y luega la volvió a alzar.

—No paraba de hablar de cómo habías puesto en su sitio a Metrus. Y el sanador del pueblo vino y dijo prácticamente lo mismo que le habías dicho tú y entonces no dejó de hablar de eso durante un rato. —Se encogió de hombros—. Así que, sí, creo que estamos en paz. —Carraspeó—. Escucha...

—Tranquila —dijo Xena, alzando una mano—. Lo sé.

Lila asintió, como si fuera normal decir una cosa así.

—¿Cómo está? —preguntó bajando la voz y dirigió la mirada hacia su hermana—. ¿Está...?

Xena suspiró.

—Está bien. Un poco magullada, pero bien por lo demás. —Sus ojos se encontraron con los de Lila—. Le ha hecho más daño aquí —se dio un golpecito en la frente—, que en cualquier otra parte, creo.

—Sí —susurró la chica—. Es lo que pasa.

Xena la miró compasiva.

—Lila... lamento que hayáis tenido que pasar por... eso.

La muchacha morena la miró.

—Para ella era peor que para mí. —Otra mirada a Gabrielle—. Era la mayor. Padre pensaba que tenía que ser más práctica... no pasarse el tiempo inventándose cosas. —Se encogió de hombros—. Yo sólo quería hacerme mayor, casarme, tener hijos, ya sabes. Lo normal. —Levantó la mirada—. Lennat y yo... hemos hablado de fugarnos. Él no quiere, en realidad. —Hizo una pausa—. Yo tampoco quiero. Pero...

—Será duro para tu madre —comentó Xena. Mira quién fue a hablar, ¿eh?

Lila asintió abatida.

—Lo sé. —Apoyó las manos en la mesa y empujó para levantarse—. Al menos la noche será tranquila —comentó—. Da igual el motivo. —Indicó la cesta con la cabeza—. Ahí hay de sobra. Me pasaré mañana a verla.

Xena agitó la mano levemente.

—Le diré que habéis venido. Ten cuidado ahora al volver.

Lila dejó que se le formara una sonrisa en los labios, al permitirse ver por primera vez a la compañera de su hermana como algo más que una señora de la guerra sedienta de sangre.

—Gracias —contestó—. Sabes, no eres tan mala, Xena.

La reacción fue una ceja enarcada.

—Puedo ser muy mala si es necesario —replicó la guerrera, pero añadió una fugaz sonrisa, que restó seriedad al comentario—. Pero intento ser buena, por darle gusto a tu hermana.

—No me digas —dijo Lila, intentando no reírse—. Así que eso de que sacrificas bebés...

—Sólo en los meses de tres lunas llenas —le aseguró Xena, dejando que la sonrisa subiera hasta sus ojos y mirando a los de Lila—. A menos que Gabrielle se quede sin material para historias. Ya sabes. —Y guiñó un ojo.

—Ya. —Las dos se quedaron mirándose un instante y luego se echaron a reír. Creo... que podría estar empezando a ver lo que Bri ve en ella , pensó Lila en silencio. Entonces una idea se le pasó de refilón por la mente. Y Bri tiene razón: son de un color azul impresionante —. Bueno, me voy. —Pero seguía sonriendo al bajar las escaleras y dirigirse hacia su casa.

Xena se quedó mirando la puerta ahora cerrada con cierta diversión. Luego se levantó, se estiró y fue a la ventana, donde se quedó un rato, mirando pensativa y disfrutando de la fresca noche iluminada por la luna. Por fin, volvió a la mesa y levantó distraída la servilleta que cubría la cesta para examinar el contenido. Aguantará hasta mañana , decidió, y echó un vistazo a la bardo dormida. Debería salir a ejercitarme un poco. Sí, debería. Ya. Justo , se burló de sí misma. Salvo que no me apetece hacer nada más que meterme en esa cama con ella. Por los dioses... qué blandengue estoy hecha. Sonrió con sorna y luego suspiró. Por otro lado, la verdad es que no quiero que se despierte sola. Sí, buena excusa, Xena. Al menos es cierta, ¿no? Pues eso.

Riendo por lo bajo, se puso una larga camisa de lino y guardó su armadura con cuidado. Luego apagó las dos antorchas y se metió en la cama sin hacer ruido junto a Gabrielle. Pero incluso profundamente dormida, parecía que la bardo notaba su presencia, porque poco después de que Xena se acomodara con cuidado a su lado, los brumosos ojos verdes de Gabrielle se abrieron adormilados y la miraron.

—Hola. —Los labios de la bardo esbozaron una sonrisa.

—No quería despertarte —se disculpó Xena, devolviéndole la sonrisa.

—No importa. Me alegro —fue la respuesta, levemente indistinta.

Xena se rió ligeramente.

—¿Cómo te encuentras?

Gabrielle tuvo que pensárselo un momento.

—Cansada —confesó, volviéndose con dificultad y pegándose al cuerpo de la guerrera—. Dolorida. —Y soltó un suspiro de satisfacción cuando Xena la rodeó con sus largos brazos—. Mmmm... así está mucho mejor.

—¿Sí? —inquirió Xena—. Han venido tu madre y tu hermana.

Gabrielle la miró parpadeando atontada.

—¿Ah, sí? ¿Están bien?

—Sí —le aseguró la guerrera—. Tu madre ha dejado algo de cena para... nosotras, la verdad.

Luchando con los efectos de las hierbas, la bardo abrió ahora los ojos del todo y se quedó mirando atónita a Xena.

—¿Mi madre te ha traído la cena?

Xena asintió.

—Y tu hermana ha dicho que no soy tan mala, a fin de cuentas.

Gabrielle echó la cabeza un poco hacia atrás y levantó despacio una mano, enganchando los dedos en la camisa de Xena.

—¿Y has dejado que siguiera durmiendo mientras ocurría todo eso?

—Lo siento —sonrió la guerrera—. No estaba planeado.

—Te voy a dar —amenazó Gabrielle, con un murmullo adormilado, dejándose caer en el delicioso calor de su vínculo—. Luego.

El dolor seguía allí, pero se estaba desvaneciendo, hundiéndose en los rincones oscuros donde solía vivir. No tenía nada que hacer contra la dulce paz de este sentimiento que compartían, pensó Gabrielle, y permitió que su corazón se abriera a él.

—Mmmm —murmuró, dejando que la emoción la embargara, acompañada del olor a lino secado al sol, cuero y la esencia indefinible de la propia Xena. Tomó aliento profundamente y lo soltó—. Mucho mejor. —Y los labios de Xena, al rozar los suyos con la levedad de un fantasma, relajaron su alma atormentada—. Me siento a salvo —suspiró, y volvió a quedarse dormida.

Xena sonrió, notando que el sueño también tironeaba de ella, pero se dio cuenta de que sentía la paz con la misma fuerza y dedicó un momento a regodearse en ella. Una calidez vertiginosa se apoderó de ella, provocándole una sonrisa que no pudo controlar. Pase lo que pase, a ella, a nosotras... me alegro de haber tenido la oportunidad de conocer esto , decidió, en la oscuridad, lanzando por fin sus últimas reservas a los cuatro vientos. Jessan, tenías razón después de todo. Esto es un regalo que no tiene precio. Y con esta idea, se quedó dormida

—Por los dioses —dijo Gabrielle, con la boca llena de bizcocho—. Ha traído suficiente para media docena de personas. —Le lanzó un bizcocho a Xena—. Toma. —Luego se recostó y sonrió a la guerrera, que estaba recostada en la silla de enfrente, arreglando una bisagra de la armadura a la luz de la mañana ya avanzada.

Xena examinó el bizcocho que había atrapado en el aire y, encogiéndose de hombros, le dio un bocado.

—Mejor que lo que sirven aquí, eso seguro. —Volvió a concentrarse en la armadura, mirando ceñuda la bisagra—. Creo que voy a tener que decirle al herrero que me arregle esto —refunfuñó. Y levantó la mirada, al darse cuenta de que los ojos de Gabrielle estaban clavados en ella—. ¿Qué?

La bardo se rió por lo bajo.

—Nada. —Se tocó las costillas con cuidado—. No está mal. —Luego se echó hacia delante y le tocó el brazo a Xena—. Xena...

—¿Mmm? —contestó la guerrera, levantando la vista—. ¿Qué pasa?

—Me gustaría... —dudó—. ¿Querrías entrenar un poco conmigo, hoy?

Xena dejó la armadura en la mesa y observó su rostro.

—¿Estás segura?

Gabrielle tomó aliento y la miró de frente a los ojos.

—Estoy segura. — Y es cierto. Lo que ocurrió ayer... voy a tardar mucho tiempo en... asimilarlo. Pero no puedo permitirme tener miedo de utilizar un instrumento que acaba salvándome la vida en ocasiones.

—Vale —asintió la guerrera apaciblemente—. Pero con cuidado, no quiero que se te pongan peor esas contusiones. — Fiuu. Tenía miedo de que tuviera problemas con la vara durante un tiempo... supongo que no tenía por qué preocuparme —. Voy a ocuparme ahora de esto. ¿Te vas a quedar aquí holgazaneando? —Sonrió burlona a la bardo.

—Mira quién fue a hablar —contestó Gabrielle, tirando de la manga de la camisa de dormir de Xena—. Y ni siquiera he tenido que engatusarte para que te quedaras durmiendo hasta tarde. —Aunque no se quejaba, ojo. Despertarse bajo la suave luz del sol con Xena todavía profundamente dormida abrazada a ella había sido estupendo, muchas gracias. Había aprovechado la rara oportunidad de despertar a su compañera de la forma más tierna posible, con un beso, lo cual funcionó estupendamente, pero hizo que Xena la besara a su vez y eso desembocó en una larga y cauta exploración, durante la cual Xena tuvo mucho cuidado de no hacerle daño en el magullado tórax. Luego se quedaron descansando apaciblemente la una en brazos de la otra durante un rato, hasta que Gabrielle decidió, pues no había comido el día anterior, que tenía hambre. De ahí la actual conversación.

—Ya, bueno —suspiró Xena—. Es que me desperté y decidí... que no quería despertarme. —Y eso era más o menos lo que había ocurrido de verdad, lo cual le resultaba mortificante. Antes tenía más fuerza de voluntad —. Ya he dicho que eres una mala influencia. —Se levantó y fue hasta sus cosas—. Vamos a entretener a los nativos.

—Podías probar con el mismo truco que usaste en Anfípolis —comentó Gabrielle, dando unos golpecitos en la pieza de armadura—. No te pongas esto.

—Mmm... la situación es distinta, Gabrielle. —Xena dudó—. Pero... por Hades. Merece la pena intentarlo. ¿Verdad, Ares?

—Ruu —asintió el lobezno, apartando la mirada del trozo de desayuno de Xena que se estaba comiendo—. Grr —añadió y volvió a lo suyo.

Xena sofocó la risa y se puso una sencilla túnica, con cinturón, y se sentó para ponerse las botas mientras Gabrielle se levantaba y se colocaba detrás del respaldo de su silla, para rodearle el cuello a Xena con los brazos y apoyar la cabeza en la de la guerrera. Sin decir nada.

Xena terminó de ponerse la segunda bota y luego apoyó la cabeza en el pecho de Gabrielle, dedicando un momento a permitir que esa cálida sensación volviera a inundarla. Oh oh... creo que me estoy haciendo adicta a esto... me pregunto si será peligroso... pero, ¿me importa? No, me parece que no... Por los dioses, qué gusto da esto... Cerró los ojos y sonrió cuando la bardo le mordisqueó juguetona el borde de la oreja. Vamos, vamos, Xena... tienes cosas que hacer, gente a la que intimidar... Pero a su cuerpo perezosamente rebelde le gustaba mucho el lugar donde se encontraba, por lo que volvió la cabeza para atrapar los labios de la bardo y pasó unos apacibles minutos besándola.

Por fin, carraspeó.

—Bueno, ¿qué planes tienes? —le preguntó a Gabrielle por encima del hombro.

—¿Mmm? ¿Es que tengo que tener un plan? —replicó la bardo, con voz soñadora—. Oh. Vale... Mm... Creo que voy a ver si puedo contar alguna historia aquí en la posada.

—No es mala idea —murmuró Xena—. ¿Vas a pasarte por...?

—No —contestó Gabrielle con tono apagado—. Hoy no.

Xena asintió aceptándolo.

—¿Me haces un favor?

La bardo sonrió con indolencia.

—¿Que me limite a Hércules? —Se echó a reír al ver la expresión cohibida de la guerrera—. Ni hablar, Princesa Guerrera.

Xena suspiró melodramáticamente, pero por dentro estaba muy contenta por las bromas.

—Lo que tengo que aguantar —masculló, levantándose—. Ten cuidado o cuento nuestra última aventurilla. —Vio el destello de sorpresa en los ojos de Gabrielle—. Se te había olvidado, ¿eh?

La bardo le sacó la lengua.

—No vale. Eso no está bien.

—Ya —asintió Xena alegremente—. Adiós. —Se encaminó hacia la puerta, se volvió al abrirla, captó algo en la expresión de Gabrielle y regresó—. Oye. —Le puso una mano a la bardo en el hombro—. ¿Estás bien? —La miró atentamente.

Gabrielle sacudió la cabeza como para despejársela y asintió.

—Sí... sí... estoy bien. — Vamos, Gabrielle, ya no eres una cría. Contrólate —. Estoy bien.

Xena la observó con atención.

—Estás mintiendo. —Enarcó ambas cejas y aguardó una explicación.

La bardo torció el gesto.

—Xena, de verdad... es que estoy... es que... no...

—¿No quieres estar sola? —terminó la guerrera suavemente, dulcificando la expresión y el tono—. Gabrielle, ayer te ocurrió algo muy traumático. Se tarda en superar una cosa asi. No pasa nada. Te espero.

Gabrielle la miró, sonriendo sin ganas.

—Gracias. Pero... vete. Si cedo ante esto, la cosa jamás terminará. Estaré bien... Hablaré con el posadero y luego me reuniré contigo en la plaza del mercado. ¿Vale?

—Mmm... está bien —asintió Xena a regañadientes, apretándole el hombro—. Tómatelo con calma. —Soltó a la bardo y volvió a la puerta, abriéndola esta vez y cruzándola, no sin echar un último vistazo atrás, moviendo una ceja.

Gabrielle sonrió y meneó un poco la cabeza.

—Además, te tengo a ti, Ares, ¿verdad? —le dijo al atento lobezno, que estaba hecho un ovillo en la estera delante de la pequeña chimenea.

—Grr —contestó Ares, con un bostezo. Gabrielle se sentó a su lado y jugó un buen rato con él, tranquilizándose con el suave tacto de su pelo, y sus payasadas infantiles la hicieron sonreír espontáneamente. Por fin, se levantó, se estiró con cuidado y se planteó cómo quería vestirse.

Acabó tomando una decisión y se cambió de ropa, guardó la otra en su zurrón y eligió una túnica blanca sin mangas que había adquirido en Anfípolis. Con las vendas, pensó, su atuendo habitual sería una declaración que no estaba segura de querer hacer. Contempló su imagen en el espejo y alzó una mano por instinto para tocarse las contusiones de la cara.

—Maldición —suspiró—. No me ha dicho que tengo aspecto de que me haya atropellado un carro. —Pero por supuesto, Xena no le diría eso, pensó.

Distraída, cogió la camisa de dormir pulcramente doblada de la guerrera y la examinó, lo cual la hizo sonreír. Era la misma que se había puesto ella durante el mes que pasó en la aldea amazona. ¿La ha escogido al azar? Su mente se echó a reír. ¿Al azar? Xena no elegía ni una cuchara al azar. Se abrazó a la camisa y percibió el olor familiar que la impregnaba. Es tan... pragmática y... directa... y luego, sin venir a cuento, tiene estos pequeños detalles... me encanta.

Más alegre, guardó la camisa, acarició a Ares y dedicó un momento a serenarse. Cuando estaba a punto de dirigirse hacia la puerta, se oyó un golpe que resonó por la habitación.

Cautelosa, se movió hasta tener la vara al alcance de la mano.

—Adelante —dijo, cruzándose de brazos con aire indiferente.

La puerta se abrió hacia dentro y el posadero asomó la cabeza canosa. La miró y luego asintió para sí mismo.

—Tu... amiga me ha dicho que ahora eres bardo —afirmó, entrando más en la habitación.

—Así es —dijo Gabrielle, con más cordialidad, y se relajó un poco—. ¿Necesitas que te escriba algo? — Muy propio de Xena no dejar nada al azar.

El posadero hizo un gesto negativo con la cabeza.

—No. ¿Podrías venir, más o menos durante la cena, y contar algunas historias buenas? —contestó, con cierta brusquedad—. Puedes quedarte con los donativos. Es que lo necesito para el negocio. —Sus ojos grises la recorrieron veloces y luego se pasearon por la habitación. Volvieron a ella y luego se fijaron en las armas y la armadura cuidadosamente apiladas.

Gabrielle parpadeó sorprendida.

—Claro —contestó, con una sonrisa—. Te lo iba a preguntar yo misma.

—Bien —respondió el hombre y luego retrocedió por la puerta—. Esta noche, entonces. —Y ella oyó cómo sus pasos se apagaban escaleras abajo.

La bardo se rió por lo bajo.

—Pues qué fácil —comentó y fue a la ventana, para asomarse. Divisó a Xena inmediatamente, conversando con un hombre alto y fornido que llevaba delantal de herrero, y observó desde su atalaya la forma en que la gente del pueblo encontraba lugares poco llamativos donde pararse a mirar a la guerrera.

La verdad es que tenía su gracia. No es que Xena no fuera digna de recibir largas miradas, pensó, contemplando a su compañera desde el otro lado del patio. Incluso sin armadura, se movía con un aire ágil y peligroso que hacía que se le abriera camino sin comentarios, una ligereza musculosa que ya era una advertencia de por sí, junto con una seguridad en sí misma que portaba como un buen manto. Si a eso se unía su estatura y su llamativa belleza, pues... se había acostumbrado a que la gente la mirara, o eso decía. Gabrielle pensaba en privado que su compañera se quedaba a menudo un poco desconcertada por las reacciones que provocaba en la gente. A la bardo no le desconcertaba en absoluto, desde hacía mucho tiempo.

Llamaron de nuevo a la puerta y se volvió de cara a ella.

—¿Sí? —dijo y vio cómo aparecía la cabeza de su hermana en el umbral—. Lila —dijo, sonriendo—. Hola.

—Hola, tú —dijo su hermana, cruzando la habitación para mirarla de cerca—. Ay. Eso debe de doler —comentó, haciendo una mueca al ver las contusiones de Gabrielle.

La bardo se encogió de hombros.

—No demasiado. ¿Cómo van las cosas allí? —No en casa. Ya no—. ¿Madre está bien?

Lila asintió.

—Mamá está bien. —Hizo una pausa—. Él está bien, maldiciendo de lo lindo. Pero Metrus... —Bajó la vista al suelo—. Ha dicho que no quiere saber nada de ti.

Gabrielle pareció aliviada.

—Supongo que le di un susto —rezongó, poniendo los ojos en blanco.

—Mm. —Lila hizo otra mueca—. Bueno, la verdad, creo que fue Xena. —Se echó a reír al ver la cara de Gabrielle—. Ah... eso no te lo ha contado, ¿verdad?

—Mmm... no hablamos mucho... mm... o sea... sobre eso —explicó Gabrielle, intentando no hacer caso del rubor que sabía que le estaba subiendo por el cuello—. ¿Qué hizo?

Lila la cogió del brazo.

—Te lo cuento mientras nos ponemos en marcha. Hoy ha llegado una nueva caravana de comerciantes. —Echó un vistazo a la corta túnica de Gabrielle—. ¿Crees que podrías haber elegido algo un poco menos atrevido?

Gabrielle la miró parpadeando con inocencia.

—Claro. Podría haberme puesto mi ropa ceremonial de amazona. —Gozó de la cara de exasperación de Lila—. Escucha... esto lo llevaba en Anfípolis, de hecho, me lo compré allí, y nadie se escandalizaba, así que haz el favor de calmarte.

Lila suspiró.

—Bueno, así luces el bronceado. —Apartó la manga y enarcó una ceja—. ¿Me conviene saber si tienes alguna marca blanca? —Vaciló. Se fijó en el repentino y evidente rubor de Gabrielle—. Mm... me parece que no.

Bajaron juntas las escaleras y salieron por la puerta de la posada. Gabrielle se volvió hacia ella cuando se alejaban del edificio y la agarró suavemente del brazo.

—¿Qué pasa contigo y con Lennat?

Lila se quedó mirando a lo lejos y siguió caminando. Por fin, miró a su hermana.

—No lo sé. Todavía no hemos decidido qué hacer. —Suspiró—. Y después de lo de ayer...

—Oh, sí. ¿Qué pasó? —preguntó la bardo.

—Mamá dice... que estaba diciendo cosas como que iba a denunciarte al alguacil —dijo Lila, hablando en voz baja.

Gabrielle se quedó mirándola.

—Por... pero...

—Lo sé... lo sé... —dijo Lila, con tono tranquilizador—. Bueno, mamá dice que soltó como una frase al respecto y luego... no puedo creerlo... Metrus es enorme... pero... ella dice que Xena lo agarró del cuello y lo tiró al suelo y... se arrodilló encima de él.

—Créetelo —susurró Gabrielle—. Es... tan fuerte que... a veces da verdadero miedo. —Captó la mirada sobresaltada de Lila—. No te haces idea.

—¿En serio? —preguntó la muchacha morena, intrigada—. Bueno, el caso es que mamá dice que le vino a decir a Metrus que si hacía algo para fastidiarte, lo iba a matar. —Tragó saliva—. Y dijo que habían tenido suerte de que la vara estuviera en tus manos y no en las suyas, y que si hubiera visto a papá pegándote, lo habría hecho pedazos.

Gabrielle se encogió.

—Ah... —Reconoció que todo eso era cierto—. Ahora ves por qué no quería contárselo, supongo —contestó con tono apagado. Pero no pudo evitar sentir un calor en la boca del estómago, a pesar de todo.

—Sí —asintió Lila—. ¿Tienes miedo de ella, Bri?

—No —respondió Gabrielle distraída, sin tener que pensárselo siquiera—. En absoluto.

Se quedaron calladas mientras se dirigían hacia el gentío congregado en torno a la caravana de comerciantes.

Xena había salido de la habitación de relativo buen humor y ni siquiera le importó la dosis habitual de miradas hostiles cuando cruzó el crujiente suelo de madera de la posada. Me apetece... enredar. Con este sitio. Sacudir un poco a esta gente, tan estrecha de miras. Con esa idea, se detuvo en medio de la posada, giró en redondo y buscó al posadero.

Lo vio al lado de los grandes barriles de cerveza, mirándola con cara de pocos amigos. Sonrió.

—Tú —dijo con indolencia, acercándose a él—. ¿Qué tal va el negocio?

El posadero se quedó mirándola.

—Mal —respondió de malos modos, con tono hostil—. ¿A ti qué te importa?

Xena apoyó los antebrazos en el mostrador tras el cual se encontraba él y lo miró un momento en silencio.

—Sólo intento ayudar —ronroneó—. Sabes, podrías animar este local por las noches con un poco de entretenimiento.

El posadero bajó la vista y escupió a un rincón.

—Ya. Puedo hacer que mi mujer baile la danza de los siete velos.

Xena rememoró a su mujer, que hacía de cocinera de la posada. Se encogió por dentro ante la imagen mental.

—Mmm... no. Pero un buen bardo estaría bien —sugirió, mirándolo con una ceja enarcada.

El posadero volvió a escupir.

—Claro. Silbaré para llamar a uno. —La miró a regañadientes—. Aunque no es mala idea.

Xena asintió bruscamente.

—Pues hay una arriba, en mi habitación. Ve a pedírselo.

—Ah. La pequeña Bri, ¿no? —preguntó el posadero, con desconfianza—. Me he enterado de lo que ha ocurrido.

—Ésa es —confirmó Xena—. Bardos peores podrás encontrar.

El posadero gruñó.

—Gracias. —Miró hacia las escaleras—. Tal vez lo haga.

—Bien —afirmó Xena—. Hazlo. —Lo miró por última vez, luego se volvió y se dirigió hacia la puerta.

Una vez fuera, se sonrió y fue hacia las cuadras para comprobar rápidamente cómo estaba Argo. Cuando ya casi había llegado, oyó unas voces jóvenes y se detuvo a escuchar. Se le nubló la cara, se deslizó por la puerta entreabierta del gran edificio y cruzó en silencio la paja esparcida por el suelo.

Una rápida señal con la mano a Argo, para acallar el relincho de bienvenida de la yegua, y luego atravesó el espacio nublado de polvo y se acercó a las voces. Jóvenes, pensó. Tal vez cuatro, no, cinco en total. Rodeó la pared de la última caballeriza y se quedó inmóvil, observando.

Cinco chicos, efectivamente, aldeanos, vestidos con camisas de tejido tosco y calzones metidos por dentro de las pesadas botas de trabajo. Rodeaban al patético y asustado Alain, que se tapaba la cabeza con los brazos para protegerse. Los chicos se turnaban para acercarse por todas partes y pellizcar y abofetear al chico rubio y, mientras observaba, le tocó al más grande, que le dio un fuerte golpe a Alain en el hombro contrahecho, tirando al chico de lado contra la pared de la caballeriza.

Xena cruzó por la paja a tal velocidad que ni siquiera la vio venir. No vio el puño que lo estampó contra la pared de enfrente. Se puso de pie a toda prisa, enjugándose un hilo de sangre de la comisura de la boca, y la miró furibundo.

—Vamos, tío duro —dijo Xena, deteniéndose a pocos pasos de él y clavándole una mirada—. A ver si tienes agallas.

Las tuvo. Se abalanzó sobre ella, lanzando un puñetazo a lo loco que le dio en el pecho, y resbaló cuando ella le devolvió el golpe y lo envió volando por el aire hasta que se estrelló de nuevo con la pared de madera. Luego se tiró sobre él, lo levantó por la culera de los pantalones y el cuello y, tomando aliento, lo levantó y lo lanzó por encima de la pared, para que cayera en la pila de estiércol del otro lado.

Se hizo un silencio, pues sus compinches se quedaron paralizados, demasiado asustados para huir o atacar. Xena los miró a todos con asco, luego fue hasta donde estaba acurrucado Alain, que la miraba, y le ofreció una mano para levantarlo.

—Hola —dijo, como si tal cosa.

Alain la miró con una dulce sonrisa.

—Hola, Xena. —Cogió su mano y ella lo izó, quitándole un poco el polvo. Luego le revolvió el pelo y se volvió hacia los chicos que quedaban.

—¿Pero qué os pasa? —les gruñó, con el tono más amenazador que pudo—. ¿Es que no tenéis cosa mejor que hacer que portaros como una panda de cobardes medio enanos? —Les clavó una mirada gélida—. Dejad que os diga algo sobre los matones, niños. —Se acercó a ellos, con cara de desprecio—. Siempre... siempre hay alguien más grande y más duro y más malintencionado que vosotros. —Bajó el tono hasta convertirlo en un ronroneo aterciopelado—. Y ese alguien se presentará, tal y como acabo de hacer yo, y os aplastará como a un bicho. —Recalcó lo que decía lanzando una mano y atizándole un buen golpe al más cercano, que se dobló por la mitad y acabó tirado en la paja¾. Así que seguid mi consejo, niños. Sed buenos.

Echó un vistazo hacia atrás a Alain, que observaba fascinado.

—Sed buenos especialmente con mi amigo Alain. —Volvió a su lado y le pasó un brazo por los hombros desiguales—. Porque ya ha tenido que demostrar más valor en su vida del que tendréis todos vosotros jamás. —Una larga pausa, mientras contemplaba sus rostros inseguros—. ¿Me entendéis? Dejadlo en paz, o vuelvo y os corto a todos en pedazos. —Esto último fue un gruñido grave y vibrante que le hizo retumbar el pecho y reverberó por el establo, de repente demasiado pequeño—. Así que sacad a vuestro amigo de esa pila y largaos de aquí. Antes de que me... enfade. —Entrecerró los ojos—. No querréis que ocurra eso, ¿verdad?

Silencio.

—¿Verdad?

Un coro de gestos negativos.

—Bien. Pues no sois todos idiotas. Moveos —terminó, bruscamente, y tuvo la satisfacción de ver cómo salían a trompicones, dirigiéndole miradas de terror. Meneando la cabeza, miró a Alain y lo observó atentamente—. ¿Estás bien?

—Oh, sí —dijo Alain con voz aguda—. Caray.

Los dos se volvieron al oír un quejido grave y Alain soltó una exclamación y se dejó caer de rodillas en la paja junto a una figura tumbada.

—Oye... ¡oye! —insistió, muy preocupado.

Xena se arrodilló en la paja a su lado y dio la vuelta a la esbelta figura con cuidado. Tenía un gran chichón en la cabeza, pero por lo demás parecía ileso.

—¿Quién es éste? —le preguntó Xena a Alain, que estaba muy alterado.

—Lennat —gimió Alain—. Es... un amigo. Mío, supongo.

Vaya , pensó Xena. Éste era Lennat, que había decidido ser amigo de un paria como Alain. Subió un punto en su estima. Alto y rubio como Alain, tampoco era nada feo, y la estima de Xena por Lila subió también un punto. Le dio palmaditas en la cara.

—Eh.

Otro quejido y entonces sus ojos se abrieron parpadeando y se posaron confusos primero en Alain y luego en ella.

—Aah... —Se estremeció cuando su mirada se posó en los vívidos ojos azules de Xena—. Qu...

—Tranquilo. —Xena alzó una mano para detenerlo—. No te voy a hacer daño. —Puesto que todo el mundo daba por supuesto que lo iba a hacer, pensó con dureza, y este chico ya debía de haber oído lo ocurrido el día anterior de boca de su hermano. Le tocó con cuidado el chichón que tenía en la cabeza—. Te pondrás bien, sólo te va a doler la cabeza. —Y se volvió hacia Alain—. ¿Qué ha pasado?

Alain torció el gesto.

—Intentó detenerlos. —Fulminó a su amigo con la mirada—. Te dije que no lo hicieras.

—¿Qué... cómo he...? —farfulló Lennat, volviendo la cabeza con una mueca de dolor y mirando a su alrededor—. ¿Dónde...?

—Ella los ha detenido —le informó Alain, mirando a Xena con admiración—. Y bien. ¡Bam bam! Y ha tirado a Agtes a la pila de boñigas.

Xena lo miró risueña.

—Se lo merecían. —Les sonrió de medio lado—. Alain, ¿puedes traerle un poco de agua a tu amigo? Parece que lo necesita.

—Claro. —Alain se levantó deprisa y se alejó corriendo.

Xena y Lennat se quedaron mirándose.

—Así que... tú eres lo que le dio tal susto a mi hermano que tuvo que emborracharse para dormir por primera vez desde hace una década —comentó Lennat, pensativo—. Por lo que cuenta, se diría que tienes dos cabezas.

Xena se rió por lo bajo.

—Tienes sentido del humor. Eso es buena señal. —Se levantó y le ofreció una mano para ayudarlo—. Te prometo que no te lanzaré a la... ¿cómo la ha llamado? La pila de boñigas.

Lennat le agarró la mano y se puso en pie con muy poco esfuerzo por su parte. La miró con respeto.

—Lila me ha hablado de ti.

Xena enarcó una ceja.

—¿Y así y todo me has cogido la mano? Eres un valiente.

Lennat se rió un poco, con timidez.

—No, no... me ha hablado de... Bri y todo eso. Y de ti.

—Ya —dijo la guerrera despacio—. ¿Qué vais a hacer vosotros dos?

Lennat suspiró y se contempló los pies.

—Nada, probablemente. Ella está atada aquí, yo también estoy atado, ya sabes cómo son las cosas. Metrus no la va a aceptar, aunque sólo sea por despecho, y yo estoy sujeto a él como aprendiz para otros cinco malditos años. Aunque nunca seré comerciante... Lo que tiene es mano de obra gratis, más que nada.

Xena lo miró pensativa. Creo que este chico me cae bien. Pero tiene problemas.

—¿No te gusta su oficio?

El chico se encogió de hombros.

—No se me da bien.

—¿Qué se te da bien? —preguntó Xena.

Como respuesta, él sacó una intrincada pieza de forja, creada con el martillo y las herramientas finas de un herrero. Era parte de la quijera para un caballo y Xena enarcó las cejas.

—¿Lo has hecho tú?

Él asintió y se lo pasó.

—Sí, para lo que me vale.

La guerrera examinó la pieza.

—¿Por qué no eres aprendiz del herrero? —preguntó, confusa.

—Una vieja historia —dijo Lennat, secamente—. Nuestra madre, de Metrus y mía, dejó a nuestro padre cuando yo era pequeño. Se fue con el herrero.

—Ah —dijo Xena, haciendo una mueca de compasión.

—Murió. Al dar a luz a un hijo suyo, que iba a ser su aprendiz. Ya sabes. —La miró, con secretos ocultos tras sus ojos de color gris pizarra.

Y Xena, al contemplar esos ojos, supo la respuesta.

—Alain —murmuró, comprendiendo—. Es tu hermano.

—Él no lo sabe —dijo Lennat en voz baja, cuando Alain volvió a entrar corriendo y le pasó una taza de madera llena de agua—. Gracias, Ali.

Alain le sonrió y luego sonrió a Xena.

—Gracias. No te las he dado antes.

—Ha sido un placer, Alain —dijo Xena, suavemente—. Creo que te dejarán en paz, al menos durante un tiempo.

El chico asintió.

—Creo que sí.

Los dejó hablando del emocionante enfrentamiento y fue hasta Argo, pasando los dedos por la despeinada crin de la yegua.

—Luego tengo que sacarte a correr un rato, chica —dijo distraída, mientras reflexionaba sobre la situación cuya solución tenía el encargo de encontrar. Maldición, esto se está complicando. Pero... todas las piezas estaban ahí... sólo tenía que encontrar una forma de colocarlas en su sitio. Yo llegué a dominar la mitad de Grecia , suspiró mentalmente. Tendría que ser capaz de arreglar un problemilla como éste, por mi mejor amiga, ¿no? La parte difícil... sí. Y mejor no le digo a Gabrielle lo que estoy haciendo... se pondrá furiosa conmigo. Y además sólo ha dicho... sí. Creo que puedo hacerlo... Sé que puedo hacerlo.

Argo le soltó un relincho, empujándola con el suave hocico.

—Sí, he dicho que luego te saco a correr, chica, después de cenar. ¿Qué te parece? —Acarició el hombro dorado—. ¿O te estás volviendo tan holgazana como yo? ¿Eh? —Se rió por lo bajo y fue hacia la puerta de las cuadras, planificando su estrategia. Primero, el herrero.

—Bueno, ¿vas a contar historias en la posada esta noche? —preguntó Lila cuando se acercaban a la caravana, algo sorprendida.

—Pues sí —confirmó Gabrielle, observando a los recién llegados con el entrecejo fruncido—. Discúlpame un momento, Lila. —Y se acercó a uno de los comerciantes, que la miraba a su vez con una dulce sonrisa—. ¿Johan?

—Hola, muchacha. —Sus ojos se arrugaron risueños—. No te esperabas verme aquí, ¿verdad? —La observó atentamente, fijándose en sus contusiones al tiempo que la expresión jovial de su cara se iba disipando—. ¿Qué te ha pasado?

Gabrielle aspiró una bocanada de aire, luego otra.

—Primero, dime tú por qué estás aquí —contraatacó, mirándolo a la cara, intentando inventarse algo que decirle.

Johan sonrió abochornado.

—Pues es que... se trata de Cyrene, muchacha. Creo que le has gustado. —Sus ojos chispearon risueños—. Y no ha tenido descanso hasta que me ha enviado aquí para cerciorarse... bueno, de que todo iba bien. —Se le pusieron entonces el tono y la cara serios—. Y me parece a mí que no.

La bardo suspiró y asintió ligeramente.

—Ahora va mejor —le aseguró—. Es... complicado. Pero Xena se está ocupando.

Como si esto lo contestara todo. Y para Johan, al parecer, así fue, porque se relajó y le dio una palmadita en el hombro.

—Bien, entonces, muchacha. —Levantó la mirada—. ¿Y dónde la puedo encontrar? Cyrene ha enviado unos paquetes para las dos.

Lila se había acercado y escuchaba la conversación con interés. No tenía ni idea de quién era el comerciante, aunque le sonaba un poco, pero era evidente que su hermana lo conocía bien. Pero, ¿quién era Cyrene y por qué enviaba unos paquetes?

—Mmm... seguro que anda por la herrería —contestó Gabrielle, con una sonrisa—. ¿Puedo adivinar lo que hay en esos paquetes? —Le chispearon los ojos—. Seguro que puedo. —Se volvió hacia Lila—. Lila, éste es Johan. Ayuda a la madre de Xena en Anfípolis.

Lila le sonrió con timidez.

—Hola. —Y le preguntó a Gabrielle—: ¿Ésa es Cyrene? ¿La madre de Xena?

Tanto Johan como Gabrielle asintieron a la vez.

—Seguro que ha enviado empanadas —predijo Gabrielle, con ojos risueños—. ¿Tengo razón?

Johan se echó a reír.

—Claro que la tienes, muchacha. Y lamento encontrarte aquí, porque me las habría comido yo todas si ya te hubieras ido. —Se volvió hacia su montura—. Ah, bueno, deja que descargue la mercancía. —Miró a Gabrielle sorprendido—. Ah, ¿no sabías que yo era comerciante antes de plantar las botas en Anfípolis? No iba a desperdiciar un viaje por la ruta comercial, no, señora. Les dije a tres o cuatro de los artesanos que metieran cosas en los paquetes para vender y eso es lo que pretendo hacer. —Le dio unas palmaditas en la mejilla—. Os encontraré a las dos más tarde, no temas.

Gabrielle lo abrazó y se echó a reír.

—Más te vale —le advirtió y lo dejó descargando mientras Lila y ella seguían adelante—. Bueno, qué sorpresa —dijo, despacio, pero llena de una cálida gratitud.

—No lo entiendo, Bri. ¿Qué hace aquí? ¿Es comerciante o no? Creía que lo era, pero por lo que ha dicho... —Lila parecía confusa.

Su hermana soltó una risita.

—Mm... no lo es. La verdad es que Cyrene lo ha enviado aquí para asegurarse de que estábamos bien. Vio... la nota que envió padre. —Miró a Lila de reojo—. Es un encanto. —Se le pasó una idea sin control por la mente. Ella nunca habría permitido... no, Gabrielle, no pienses eso. Es agua más que pasada y no puedes cambiarlo. Pero la triste idea persistió—. Lo pasé muy bien cuando estuvimos allí. Fue agradable —añadió, obligándose a sonreír de cara a Lila—. Cocina estupendamente... y... —Levantó un poco las manos—. Me acogió totalmente, supongo... me considera parte de su familia.

Lila se lo pensó largamente.

—Caray —comentó, a punto de añadir algo más, pero entonces levantó la mirada y vio a Lennat, que se acercaba a ellas—. ¡Lennat! —exclamó, sobresaltada al ver el estado lamentable de su ropa—. ¿Qué te ha pasado? —Tomó aliento bruscamente cuando se fijó en el chichón que tenía en la cabeza.

El alto chico rubio se pasó los dedos por el pelo e hizo una mueca de dolor al rozarse el chichón sin querer.

—Agtes y su panda —murmuró, dirigiéndole una mirada—. Lo de siempre.

Gabrielle los observó en silencio. Lennat le traía recuerdos de... de una tarde lluviosa en las cuadras... y ella contando al círculo de sus amigos la cosa más reciente que se le había ocurrido. Aún oía el tamborileo de las gotas y olía la humedad del aire si se empeñaba. Pero no lo hizo, porque ese recuerdo siempre acababa con el golpe seco de la puerta de la cuadra al abrirse y la cara furiosa de su padre mirándola desde arriba. Con una mano que bajaba y la levantaba de un tirón y la estampaba contra las paredes de tablas y aún notaba las astillas de la madera basta clavándosele en la espalda... No. Cortó el pensamiento y se obligó a prestar atención a lo que decía Lennat.

—No, porque Agtes me pegó en la cabeza con el mango del bieldo. —Suspiró—. Y me caí redondo. —Miró a Gabrielle con una leve sonrisa—. Lo siguiente que sé es que abrí los ojos y vi a Alain y a Xena arrodillados a mi lado. —Le guiñó un ojo a Gabrielle—. Debo decir, Bri... que es única.

—Sí que lo es —respondió la bardo, con una risa forzada—. ¿Ahuyentó a Agtes y compañía? —Agtes. Otro mal recuerdo.

—Yo no lo vi —dijo Lennat, pesaroso—. Pero Alain, cuando logré que hablara con coherencia, dijo que le dio una zurra a Agtes y lo tiró a la pila del estiércol. —Se echó a reír—. Luego insultó a los demás y los hizo huir.

Gabrielle se echó a reír sin poder remediarlo.

—Oh, habría pagado por verlo.

—Sí, Alain asegura que les dijo a todos que era amigo suyo y que si volvían a incordiarlo, volvería y los cortaría a todos en pedacitos —terminó, riendo—. Yo ni siquiera sabía que se conocían.

La bardo se quedó pensando.

—Yo tampoco, pero es muy propio de Xena. —Alain. Su amigo de infancia, que, según había pensado ella siempre, estaba peor que la propia Gabrielle. Que era objeto de burlas y golpes a causa de un defecto que no podía controlar. Al menos, yo podía callarme , pensó. Alain no—. Me pregunto... ah, todavía trabaja en las cuadras, ¿no? Argo. Ahora lo entiendo. —Ahora entendía cómo Xena conocía... Y se quedó paralizada. Alain sabía... todo. Todo lo que le había pasado a ella, y era un chico sencillo, afable a pesar de la dura vida que tenía, y con tendencia a confiar en la gente. ¿Se lo ha contado a Xena? ¿Se lo habrá preguntado ella, al saber que me ocurría algo...? Sí, se lo habrá preguntado.

Ese frío estallido de ira, la otra noche. Su mente se concentró de golpe y recordó. Habían estado torturando a Ares, me dijo, pero... no. Ares no fue la causa de eso. Gabrielle sintió que se le caía el alma a los pies. Fui yo. Lo sabía... y en lugar de ir a buscarme para interrogarme, se lo guardó todo dentro y esperó a que yo se lo contara. Por los dioses. La he subestimado. Qué error más estúpido. Y ahora seguro que piensa que no he confiado lo suficiente en ella para contárselo...

¿Qué habría hecho yo? Soltó un leve resoplido interno, dejando que la conversación de Lila y Lennat pasara por encima de ella sin prestarle atención. Le habría echado una bronca inmensa por no contarme lo que estaba pasando. Sí, eso habría hecho... y ella me habría echado esa mirada tolerante y habría puesto los ojos en blanco y tal vez se habría disculpado. Tal vez. ¿Acaso tengo derecho a saberlo todo acerca de ella? Qué hipócrita soy.

—¿Bri? —La voz de Lila interrumpió sus reflexiones—. Oye, ¿estás ahí?

Gabrielle les sonrió fugazmente.

—Sí, estoy aquí. Es que estoy pensando... en las historias que voy a contar esta noche.

Lennat se echó a reír.

—Bri y sus historias. Será divertido. Iremos, ¿verdad, Lila?

Lila dudó.

—Lo intentaré. —Miró a Gabrielle como disculpándose—. O mamá o yo... tendremos que quedarnos en casa. —Se encogió de hombros ligeramente—. Me gustaría que ella tuviera la oportunidad de escucharte.

Gabrielle bajó la mirada y se cruzó de brazos.

—¿Cómo está? —preguntó con tono apagado.

Su hermana se encogió de hombros.

—Como dijo Xena. Le duele mucho la cabeza, pero finge que está peor. Creo... —Sus labios se curvaron ligeramente—. Creo que le da vergüenza reconocer que lo tumbaste tú. Dice que tropezó y se golpeó la cabeza con un banco.

—A veces es más fácil creer una mentira —contestó la bardo. Sí, ¿verdad? —. Bueno, ¿vamos a ver qué tienen los comerciantes o qué? —Con firmeza, agarró a Lila del brazo y echó a andar.

La forja del herrero se encontraba en un edificio con tres esquinas, cuya parte frontal estaba abierta para dejar salir el calor al aire. En la parte de detrás estaba la gran chimenea, donde ardía el fuego noche y día, y delante estaban los yunques, en los que se apoyaban pilas de herramientas forjadas. Tectdus, el herrero, estaba detrás del yunque más grande, golpeando una punta de arado, cuando notó unos ojos posados en su espalda.

Se volvió y vio a una mujer alta y morena apoyada en la pared, cruzada de brazos, mirándolo. Incluso sin armas o su característica armadura, supo que sólo podía tratarse de una persona y dejó el martillo y se secó las manos en el delantal antes de acercarse a ella.

Las dos personas, taciturnas por naturaleza, intercambiaron miradas y se tomaron la medida, en un silencio roto únicamente por el roce de las llamas en la chimenea.

—Tú eres Xena —dijo Tectdus por fin, ofreciéndole el antebrazo—. Mi hijo me ha hablado de ti.

Xena aceptó el brazo y se lo estrechó.

—Es un buen chico —reconoció—. No se merece esa tortura.

Tectdus gruñó.

—No hay forma de evitarlo. —Le soltó el brazo e indicó su zona de trabajo—. ¿Te puedo ofrecer agua fresca? —Paseó la mirada por la estancia—. Aquí hace calor. —Sus ojos se posaron inquietos en su cara y luego se escabulleron.

Xena se miró a sí misma y dejó asomar una leve sonrisa a los labios.

—No, gracias. He venido a ver si podías arreglarme esto. —Le pasó la bisagra de la armadura y observó mientras él la examinaba. Era un hombre de mediana edad, alto, con la recia constitución de un herrero, pero en sus movimientos se percibía el comienzo de la vejez, el dolor de las articulaciones al moverse que convertía en una agonía el hecho de pasarse horas de pie ante el yunque. Se compadeció de él en silencio.

—Se puede hacer —gruñó Tectdus y se trasladó al yunque más pequeño, seleccionó unas tenazas, agarró la pieza con ellas y luego metió ambas cosas en la chimenea llena de cenizas. Fue hasta su banco de trabajo y cogió un martillo mucho más fino que el que había estado usando para la pieza del arado y se sentó un momento, esperando a que se calentara el metal.

—¿No tienes ayudante? —preguntó Xena como quien no quiere la cosa, apoyándose en la pared y mirándolo con apacible interés.

El herrero hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Alain no puede. A nadie más le interesa. —Se calló y giró un poco las tenazas, para calentar el metal por igual.

Xena tomó aliento y se lanzó a esta batalla con la misma habilidad con que lo hacía con la espada.

—A su hermano sí —dijo, simplemente—. Y tiene talento para ello.

Tectdus la miró fijamente.

—Medio hermano —dijo roncamente, tras lo cual sacó de un tirón las tenazas del fuego y pasó al yunque, más cerca de ella—. Ahí hay mala sangre.

La guerrera se apartó de la pared y se acercó al yunque donde él acababa de colocar la pieza, capturando sus ojos casi incoloros con los suyos.

—Eso no es culpa suya. —Mostró un poco de su rabia contenida—. Dime, Tectdus, ¿por qué toda la gente de este pueblo carga la culpa de las cosas sobre los hombros de sus hijos?

El herrero no respondió, sino que bajó la cabeza para concentrarse en su trabajo, golpeando con cuidado el metal caliente con mano hábil. Terminó el delicado ajuste y metió las tenazas en el cubo de agua que estaba junto al yunque, donde sisearon soltando vapor, emanando jirones de humo que se interpusieron entre él y los ojos de color azul celeste que no se apartaban de su cara. Por fin, la miró.

—¿Qué quieres de mí?

—¿Qué quiero? —dijo Xena, acercándose más a él, pero hablando sin amenaza—. No quiero nada. Éste no es mi pueblo y tú no eres asunto mío. —Hizo una pausa y suavizó su expresión—. Sólo intento hacer algo por una amiga.

Tectdus la miró atentamente, esta vez sin desviar los ojos.

—La pequeña Bri... ¿entonces es amiga tuya, de verdad? —preguntó—. Era buena amiga de Alain, cuando eran pequeños.

—Lo sé —respondió Xena—. Y sí, de verdad es amiga mía. —Una larga pausa—. Una amiga que tiene un problema... que yo estoy haciendo todo lo posible por resolver. —Cogió su martillo y lo examinó, probando su peso.

Tectdus le agarró la mano con delicadeza y le dio la vuelta, examinándole el brazo.

—Tú también podrías tener talento para esto, con esas muñecas —dijo con calma, encontrándose con su mirada con franco candor.

—No —suspiró Xena—. Yo no hago cosas, Tectdus. Éstas se han creado gracias a una espada. —Lo miró ladeando la cabeza—. Pero Lennat sí hace cosas. Los dos sabemos... que el talento para la forja es muy, muy poco común... ¿es justo desperdiciarlo? —Alargó la mano y cogió la de él y le dio la vuelta—. ¿Cuánto te queda, Tectdus? ¿Hasta que ya no puedas enseñar a nadie? —Sus dedos siguieron la articulación hinchada con el tacto experto de una sanadora.

El herrero cerró los ojos reconociéndolo.

—No importa, Xena. Le quedan cinco años más. Para entonces... —Meneó la cabeza—. El oficio muere aquí y espera a que llegue otro como yo.

Los ojos azules se clavaron en los suyos, borrando por un momento el calor que emanaba de la chimenea.

—Si fuera libre, ¿lo aceptarías?

Tectdus dudó.

—Pero está... —Era incapaz de apartar los ojos de ella.

—Si no estuviera —repitió Xena, bajando más la voz, haciéndola más profunda.

—Sí —dijo el herrero, con apacible convicción—. Lo haría. —Suspiró—. Lo cierto, Xena, es que lo intenté, hace años. Pero Metrus no quiso saber nada de mí. Me tiene mucho rencor, por su madre.

Xena asintió despacio.

—Eso me parecía.

—¿Qué vas a hacer? —susurró Tectdus, convencido de que podía hacer cualquier cosa.

La guerrera sacó su pieza de armadura del cubo de enfriar y soltó las tenazas con mano experta.

—Lo que pueda. —Y dejó una moneda en el yunque—. Gracias.

Xena dejó la forja del herrero, recorrió con la mirada la ajetreada plaza del mercado y tuvo que rastrear un momento hasta que divisó a Gabrielle con Lila y Lennat cerca de un pequeño cobertizo. Los tres estaban comiendo algo y la guerrera meneó la cabeza riendo por lo bajo. Muy propio de Gabrielle encontrar comida en algún sitio. Avanzó hacia ellos, sin dejar de observar el rostro de Gabrielle con cierta curiosidad. ¿Notará que me acerco?

Vio que la bardo, cuando se acercaba a ellos, se erguía y volvía la cabeza para ver cómo llegaba Xena y saludaba a la guerrera con una sonrisa.

—Hola —dijo Gabrielle—. ¿Te han arreglado la armadura?

Xena le mostró la pieza en cuestión.

—Sí. —Saludó a Lila y a Lennat con una amable inclinación de cabeza.

Gabrielle dio otro bocado a su kebab y señaló en una dirección con la barbilla.

—¿Has visto quién está ahí? —Sus ojos chispeaban risueños.

La guerrera se volvió para mirar, vio a la persona de quien hablaba la bardo y soltó una breve carcajada.

—Jo. ¿Qué hace aquí? No me digas... —Miró a Gabrielle—. No es posible. — Mi madre. Durante diez años, no quiso hablar conmigo. Y ahora...

La bardo sonrió.

—Sí que lo es. Pero nos ha traído empanadas. Así que la perdono.

—Ya —suspiró Xena, poniendo los ojos en blanco. Luego se echó a reír—. Me lo tendría que haber imaginado. —Miró a Lennat—. ¿Cómo va esa cabeza? —Lo observó con frialdad. Advirtió el vacilante lenguaje corporal entre Lila y él y el frecuente intercambio de miradas y caricias entre los dos, y sonrió por dentro al reconocerse en ellos.

El chico meneó la mano.

—Así, así. Me duele.

—Oye. —Gabrielle le dio un codazo—. ¿Quieres uno de estos? Están muy buenos. —Indicó lo que estaba comiendo.

Xena la miró enarcando una ceja.

—No, gracias. He desayunado mucho. —Aunque, de hecho, había desayunado menos que la bardo y encima le había dado parte a Ares—. ¿Qué es?

Como respuesta, Gabrielle le ofreció el último trozo y, sin pararse a pensar en lo que hacía, Xena se lo cogió hábilmente de los dedos con los dientes, lo masticó y se lo tragó antes de darse cuenta de lo que había hecho.

—No está mal —logró decir, observando el rubor que teñía el cuello de Gabrielle al tiempo que advertía la mirada sorprendida de que era objeto por parte de Lila y Lennat—. ¿Hay algo que merzca la pena en los carros de los comerciantes? —Volcó la atención sobre Lila, dirigiendo una mirada inquisitiva a la muchacha morena. Eso es, Xena... haz como si no hubiera pasado nada, ¿vale? Totalmente normal. Las amigas íntimas siempre se dan de comer con la mano. ¿No? Pues claro.

—Aahm... —Lila carraspeó y dirigió la mirada hacia los carros—. Bueno, la verdad es que tenían unas telas muy bonitas. Y el ollero tenía unas cazuelas con muy buena pinta. —Echó a andar de nuevo hacia los comerciantes—. Y he visto un cuero precioso donde el zapatero...

Intercambiaron miradas risueñas y la siguieron, Lennat adelantándose unos pasos para alcanzar a Lila, y Xena y Gabrielle siguiéndolos a paso más lento.

—Lo siento —murmuró Gabrielle, lanzando una mirada hacia el rostro de Xena, que lucía una expresión de moderado interés mientras contemplaba la plaza—. Ni me lo he pensado... o sea... —Suspiró—. Dioses.

Xena le dio unas palmaditas en la espalda.

—Tranquila. De todas formas, has dicho que tu hermana prácticamente lo ha adivinado, ¿no? —Se echó a reír suavemente—. Además, yo tampoco he caído en la cuenta, hasta que he visto cómo te has puesto colorada. —Miró a la silenciosa bardo con una sonrisa—. Y en cualquier caso, lo cierto es que, si buscan señales de ese tipo, ya estamos marcadas. Observa a Lila y Lennat.

Se quedaron mirando un momento a la pareja que iba por delante de ellas.

—¿Ves lo pegados que caminan? —preguntó Xena, en voz baja.

—Sí —contestó la bardo, alargando la palabra.

—¿Y ves cómo se tocan todo el rato? Fíjate... ¿lo ves? Ahora observa cómo se miran. Ahí está —siguió Xena, con tono didáctico.

—Aah... sí —replicó Gabrielle, que ya veía por dónde iban los tiros—. Todo eso me suena.

—Efectivamente —asintió Xena con sorna, observando su cara para ver la reacción.

Gabrielle se lo pensó un momento antes de responder a la pregunta implícita. Pensó en su familia y en las tradiciones de este pueblo y en cómo se había esperado siempre de ella que diera ejemplo a Lila y a las niñas más pequeñas, pues había pocas chicas de su edad cuando era más jovencita. Sonrió.

—Pues espero que tengan celos. Ephiny dijo que yo era la envidia de la aldea. —Se acercó más a Xena y le dio un codazo.

—Ah, eso dijo, ¿eh? —fue la sorprendida respuesta.

La bardo la miró con cariñosa exasperación.

—Vamos, Xena... —Se interrumpió porque habían llegado al puesto del zapatero, donde Lila estaba toqueteando una pieza de cuero de un precioso y vivo color rojizo—. Caray... ¡qué bonito!

Lila las miró entristecida.

—Ya lo creo. —Intercambió una mirada apesadumbrada con Lennat—. Este año no. —Suspiró—. El dinero extra de la cosecha ha sido para... —vaciló—, otras cosas.

Cerveza, lo más probable , pensó Xena, y se acercó para examinar el cuero teñido. Enarcó las cejas y llamó la atención del zapatero.

—Esto parece obra de Beldan —comentó, acariciando el fino cuero con las yemas de sus dedos expertos.

El comerciante la saludó respetuoso inclinando la rubia cabeza.

—Lo es, efectivamente, señora. Y es muy buen cuero. —La miró con interés y ella lo miró a su vez y le hizo un leve guiño. Él sonrió levemente como respuesta e inclinó la cabeza ligeramente hacia ella. Si todo sale como yo quiero, será un buen regalo de bodas , pensó Xena. Y que me ahorquen si no consigo que todo salga bien.

Lila suspiró de nuevo y dirigió la mirada hacia su casa.

—Tengo que irme —dijo, mirándolos a todos con aire de disculpa—. Bri, intentaré pasarme esta noche un ratito, pero madre sí que estará. —Apretó el brazo de Gabrielle—. Cuenta alguna buena, ¿vale?

La bardo la abrazó rápidamente.

—Lo haré. A lo mejor me paso después y te cuento algunas en exclusiva. — Es decir, si consigo cruzar esa puerta. Ya veremos —. Lennat, espero que se te mejore la cabeza.

El chico rubio le hizo un gesto para restarle importancia.

—Estoy bien. Tómatelo con calma, Bri. Te veo esta noche. —Saludó amablemente a Xena con la cabeza y cogió a Lila del brazo para acompañarla hasta casa.

Se quedaron mirando cómo se alejaban en silencio. Luego...

—Bueno. Así que vas a contar historias esta noche, ¿eh? —preguntó Xena, con una sonrisa.

—Sí —fue la respuesta—. Mi amiga superprotectora... ¿es que tenías que asustar al posadero? —Gabrielle echó a andar hacia la posada—. Me prometiste entrenar con la vara, si mal no recuerdo. —Hizo una pausa—. Y, ya que parece que te apetece andar enredando, ¿qué has estado haciendo hoy?

Xena la miró ofendida.

—¿Yo?

Gabrielle le clavó un dedo en las costillas.

—No creas que no me he fijado en esa mirada que has intercambiado con el zapatero, oh taimada Princesa Guerrera. ¿Qué estás tramando?

—Sólo hago lo me pediste, majestad —replicó Xena, mirando alrededor—. Intentar encontrar una solución para este problema tan complejo.

—¿Y? —insistió la bardo.

—Que estoy en ello —fue la fría respuesta.

Cuando Gabrielle se disponía a lanzar su siguiente ataque, el recuerdo del secreto que había guardado inundó su consciencia. Cerró los labios de golpe y siguió caminando.

—¿Te parece que deberíamos buscar a Johan? —preguntó, mirando a Xena—. Creo que está por ahí.

—No —fue la suave respuesta—. Vamos a recoger tu vara. Te lo he prometido —le recordó Xena, dirigiéndose a la posada. Había notado el súbito cambio de humor y se preguntaba cuál sería la causa—. Venga.

Subieron las escaleras, entraron en la habitación y Xena cerró la puerta al pasar.

—Oye.

—¿Sí? —contestó Gabrielle, acercándose a la vara y agarrándola con manos repentinamente vacilantes. Miró a Xena al ver que la guerrera no respondía.

—Escucha... el plan sólo está a medias. —La mujer más alta suspiró—. Es complicado.

La bardo se acercó a ella y le puso una mano en el pecho.

—No pasa nada. No necesito saberlo. — Puedo practicar lo que predico. Además, normalmente es mejor no saber lo que hace. Porque me asusto. O me enfado. O las dos cosas —. Te he pedido que... busques una manera de salir de esto. Tengo... que dejarte hacer lo que tengas que hacer.

—Gabrielle. —Había una profunda preocupación en esa voz grave.

—No. No pasa nada —fue la respuesta, acompañada de un gran suspiro, que se cortó de repente cuando las manos de Xena le sujetaron la cara con delicadeza y sus ojos se encontraron. Y su resolución se tambaleó al ver el desconcierto que había en ellos—. Has... hablado con Alain.

—Sí —replicó Xena, empezando a comprender—. Hace dos noches. Lo sabía. — Confiaba en mí. Y yo le he mentido sobre lo que sabía. Maldición —. Lo siento, Gabrielle. Yo... tendría que habértelo dicho. A lo mejor lo que pasó con tu padre no habría... Sólo quería darte la oportunidad de...

—No. —Gabrielle enganchó las manos en la túnica de Xena y tiró con fuerza—. No te atrevas a disculparte por eso. —Tragó con dificultad—. Tenía miedo de decírtelo.

Xena bajó la mirada al suelo y soltó las manos, que dejó caer y se quedó mirándolas.

—Sí. Lo entiendo. Las tengo llenas de sangre —dijo, burlándose de sí misma y soltándose de las manos de Gabrielle—. Ya me parecía que era eso.

La bardo notó el dolor que llevaba dentro. La siguió mientras retrocedía y agarró a Xena de las manos, tirando hasta detenerla. Se las levantó y las rozó con los labios, sin apartar los ojos de los de la guerrera.

—Perdóname —dijo, al ver la tristeza que tenía delante—. ¿Por favor? — Dioses... quitad esa expresión de sus ojos... no puedo haber causado eso... no... por favor... —. ¿Xena? —Se le aceleró la respiración y notó que se le acumulaban las lágrimas.

—No pasa nada —fue la respuesta en voz baja—. No hace falta que te disculpes. Tenías motivos para tener miedo. —Xena cerró los ojos, reconociéndolo con cansancio—. Una persona puede cambiar hasta cierto punto, Gabrielle. — Y yo sólo puedo engañarme a mí misma durante cierto tiempo, o hasta cierto punto. Incluso por ella.

Notó el tacto vacilante de la bardo sobre ella y no respondió, intentando tapar los agujeros sangrantes que se le habían formado al darse cuenta de la falta de confianza de Gabrielle hacia ella.

—No me dejes fuera. —La voz estaba tan tensa que casi era irreconocible—. Por favor...

Y Xena supo que no podía pasar por alto ese ruego. Abrió los ojos y respiró hondo. Reprimió profundamente su propia agonía, para otro momento, otro lugar, y se concentró en los ojos verdes llenos de lágrimas que la miraban

—Nunca. —Abrió los brazos y estrechó a Gabrielle entre ellos, notando cómo se iba relajando el tenso cuerpo de la bardo—. Tranquila.

Gabrielle tomó aliento varias veces sin hablar y luego suspiró.

—Lo siento. —Se pegó más a ella y abrazó a Xena con una intensidad casi desesperada—. No sé qué me daba más miedo, Xena —medio susurró—. Lo que harías tú o el hecho de que yo... quería de verdad que lo hicieras.

Xena sintió un estremeciemiento de espanto al oír eso y abrazó a la bardo con más fuerza. ¿Lo quería? Por los dioses. Aquí hay algo muy profundo que no entiendo. Espero no empeorar las cosas.

—Gabrielle... lo estás pasando mal, lo sé. —Notó que tragaba con fuerza—. Estás furiosa con tu padre por hacerte daño, y también a Lila... y a tu madre... Sé que lo estás.