La esencia de una guerrera xvii

Xena y gabrielle llegan a anfipolis, y cyrene recibe a gabrielle como otra hija

La esencia de una guerrera

Melissa Good

Título original:A Warrior By Any Other Name.Copyright de la traducción: Atalía (c) 2002

—Sí que lo entiendo. Más allá del buen juicio, más allá de la muerte, más allá de la comprensión. Creo que hemos dado de lleno en las tres cosas por lo menos una vez —se echó a reír—. Tal vez más de una —se volvió a medias y miró a Xena a la cara—. Sabes que siempre he dicho que pensaba que todas las personas tenían un alma gemela, ¿verdad?

—Sí —Xena renunció a resistirse y simplemente aceptó el hecho de que a Gabrielle realmente no le importaba.

La cara de la bardo se puso muy solemne.

—Hace mucho tiempo... que sé cuál es la mía — Ya está. Había sido más fácil de lo que pensaba. Por supuesto, las circunstancias habían ayudado. Ahora sólo quedaba por ver cuál iba a ser la respuesta. Humor, evasión, una palmadita en la cabeza... Era muy probable que Xena no sintiera esto con la misma profundidad que ella, pues a fin de cuentas la guerrera había hecho tantas cosas, había visto tantas cosas... seguro que pensaba que Gabrielle era una jovencita idealista, seguro que no...

—Yo también —fue la respuesta absolutamente en serio. Ahí mismo, en una sala llena de amazonas parlanchinas, a la luz vacilante del fuego, con los acordes de una arpista detrás de ellas.

Gabrielle tuvo que recordarse a sí misma que debía empezar a respirar de nuevo. Oh, dioses... ¿acaba de decir lo que creo que acabo de oír? De repente sintió vértigo y parpadeó varias veces para aclararse la vista, que por algún motivo parecía tener borrosa. No me puedo creer que estemos teniendo esta conversación en medio de un banquete , pensó, más por hacer algo mientras su cuerpo recuperaba el control que por otra cosa. Entonces notó que la mano de Xena le tocaba la mejilla y la delicada presión de los dedos de la guerrera al enjugarle las lágrimas que tenía bajo los ojos.

—Me alegro de haber dejado eso aclarado —susurró la bardo, que miró rápidamente hacia arriba y quedó capturada por esos ojos azules.

—Yo también —respondió Xena, al tiempo que una sonrisa amenazaba con apoderarse de su cara—. Aunque podríamos haber elegido un sitio más privado para hacerlo —miró a su alrededor—. Como la plaza pública de Atenas.

Las dos se echaron a reír. Porque era una forma de soltar una sobrecarga de emoción que amenazaba con descomponerlas a las dos. Y ya habría tiempo para eso más tarde.

El banquete estaba en pleno apogeo y Gabrielle sabía que su marcha le pondría fin, de modo que se acomodó e intentó prestar atención a las músicas. Eran buenas, pero su mente estaba totalmente ocupada con otras cosas, como una risa interna que no parecía cesar y una sensación vertiginosa de bienestar que no paraba de caer sobre ella como una ola del mar. Podrían ser malabaristas cojas sin oído musical alguno y yo ni notaría la diferencia , se riñó a sí misma. Eso no es bueno para alguien que se considera bardo. Respiró hondo y, haciendo un esfuerzo, concentró su atención, enfrascándose por fin en la interpretación, y ni se enteró cuando se quedó dormida.

—Oooh —le susurró Granella a Ephiny, acercándose a ella—. Mira qué cosa más rica —se rió por lo bajo y le clavó un dedo a la amazona rubia en las costillas, señalando con la barbilla.

Ephiny volvió la cabeza y se echó a reír involuntariamente al ver a su reina profundamente dormida acurrucada en los brazos protectores de Xena.

—Por los dioses —movió la cabeza con cierta incredulidad—. Sí, es una ricura.

Granella ladeó la cabeza morena.

—La música debe de amansar a la fiera... me parece que hasta Xena se ha quedado dormida —enarcó una ceja y soltó una risita—. Más vale que alguien lo anote en los anales.

Ephiny observó a la guerrera.

—¿Eso crees? Observa —alargó la mano y cogió una uva del plato que tenía delante y, con un rápido movimiento de muñeca, la lanzó volando al otro lado de la sala. Fue atrapada en el aire por el movimiento perezoso de la mano de Xena y un par de penetrantes ojos azules la dejaron clavada en el sitio. Sonrió—. ¿Lo ves?

La amazona morena sofocó una risotada.

—Jo —sonrió—. Ojalá yo tuviera esa clase de reflejos. ¿Es que nunca se relaja? —y se echó a reír cuando la guerrera examinó la uva y, mirándolas con un leve encogimiento de hombros, se la metió en la boca.

—No que yo haya notado —replicó Ephiny con una sonrisa sardónica—. Y teniendo en cuenta contra lo que se enfrenta, seguro que es lo mejor —arrugó el entrecejo—. Para las dos.

—Mmmm —asintió Granella—. Esta vez ha faltado demasiado poco para mi gusto, Ephiny. Ya sé que no lo viste, pero yo salí corriendo detrás de ella, y vaya si corrí. Y también Solari —meneó la cabeza morena—. Demasiado poco.

Ephiny suspiró.

—Lo sé. Y créeme, estuve con el corazón en un puño durante todo el trayecto hasta allí. Casi me caigo cuando llegué y vi que todo estaba bien, porque fui yo la que le pedí que viniera, Granella —la amazona rubia se tapó los ojos—. ¿Qué habría hecho si la flecha de Arella hubiera dado en el blanco? No he pasado tanto miedo en toda mi vida —levantó la mirada—. Jamás pensé que Arella fuera a hacer eso.

—Sí —la morena exploradora suspiró—. Pero está pagando el precio. Oye, ¿es cierto eso que he oído de que Xena de verdad le ha recolocado el hombro?

Ephiny resopló.

—Es cierto. Las sanadoras me estaban echando la bronca por habérselo pedido, pero llegó ella, ya sabes, tan amenazadora como de costumbre, con armas y todo, le dio un susto de la muerte a todo el mundo y se puso plaf plaf plaf y bum. Fin de la historia —se echó a reír—. Sin más —se echó hacia atrás y se estiró, con una mueca de dolor—. En fin, creo que ya va siendo hora de que demos por terminado este pequeño festejo... no es que no lo estemos pasando bien, pero no tardará en amanecer.

Xena vio que Ephiny y Granella se levantaban de sus asientos y se dirigían hacia ella. Posó la mirada en su compañera dormida con una sonrisa y le dio unos golpecitos en el hombro.

—Eh —otro golpecito—. ¡Eh!

—¿Mmm? —murmuró la bardo, despertándose—. ¿Qué...? Oh —reconoció los brazales que la rodeaban—. Hola. Mm... ¿me he quedado dormida?

—Mm-mm —replicó Xena, estrechándola un poco—. Y Ephiny viene hacia aquí. He pensado que preferirías salir por tu propio pie en lugar de en brazos como una niña pequeña.

—¡Xena! —Gabrielle puso los ojos en blanco—. No lo habrías hecho —levantó la vista para fijarse en los sonrientes ojos azules—. Dioses... sí lo habrías hecho —se incorporó, se pasó los dedos por el pelo y se frotó los ojos—. No me puedo creer que me haya quedado dormida en medio de un banquete —murmuró, mirando azorada a Xena—. Me podrías haber despertado.

Xena se echó a reír por lo bajo y le frotó la espalda.

—Qué va. Tenías un aire tan apacible que me daba pena —levantó la mirada cuando llegó Ephiny y la saludó inclinando la cabeza—. Muy buena la uva.

—¿La uva? —preguntó Gabrielle, mirándola—. ¿Qué uva?

—Ephiny estaba poniendo a prueba mis reflejos —respondió Xena, con humor—. Supongo que quería saber si su reina estaba a salvo.

Ephiny resopló.

—Ah, sí... eso era lo que más me podía preocupar esta noche, deja que te diga —se apoyó en la mesa—. Ya es hora de terminar la fiesta, majestad —sonrió al ver la mueca de la bardo—. Buenas noches.

—Sí, sí —Gabrielle bostezó, se levantó y se estiró—. Que paséis buena noche vosotras también.

Salieron y fuera el aire era mucho más fresco y los ruidos nocturnos habían empezado a dar paso a los sonidos previos al amanecer. Xena oyó el aleteo de los pájaros que se agitaban al despertarse encima de ella, esperando a que el cielo empezara a colorearse, captó el olor del rocío y el aumento del viento suave en el que flotaban las voces apagadas de las demás asistentes al banquete que ahora se dirigían a sus propias cabañas.

—¿Merece la pena siquiera que nos acostemos? —preguntó Gabrielle, sofocando un bostezo—. El sol no tardará en salir —se volvió a medias para mirar a Xena, que caminaba a su lado en silencio.

—Mmm... —respondió Xena—. Probablemente no —en su rostro se dibujó una sonrisa amable—. Querías partir temprano... —se encogió de hombros—. Yo también —notó el apretón súbito del brazo de la bardo a su alrededor. Le pasó el brazo por los hombros como respuesta. Y recordó súbitamente lo que se habían dicho allí atrás. En la ruidosa sala del banquete.

Entraron por la puerta en la cabaña de la reina y Gabrielle la soltó, cruzó la habitación y se puso a hacer cosas en la mesa de trabajo.

—Creo que lo tengo todo recogido —murmuró, moviendo algunos de los pergaminos por la superficie. Levantó la mirada y vio que Xena se sentaba en el banco bajo y acolchado que estaba pegado a la pared, estirando las largas piernas y cruzándolas. A la escasa luz de la antorcha, la bardo sólo veía los leves destellos de luz reflejados en su armadura. Y en sus armas, que había llevado al comedor. Y los dos puntos de luz que eran sus ojos. Por los que Gabrielle se sentía atraída como una polilla a la llama de una vela.

Tomó aliento y luego terminó de recoger sus pergaminos, charlando de esto y lo otro, mientras Xena contribuía con su habitual serie de respuestas monosilábicas. No tenía ni idea de lo que estaba diciendo. Por fin, terminó y, poniendo cara alegre, se acercó al banco con aire indiferente y se quedó mirando a la guerrera, que estaba cruzada de brazos y parecía totalmente relajada.

Xena echó la cabeza a un lado y contempló a su compañera. Luego descruzó los brazos, echó el derecho por el respaldo del banco y le hizo un gesto con el otro para que se sentara.

—Siéntate —comentó—. Todavía falta un poco para que salga el sol. Podemos ponernos cómodas.

—Gracias —dijo Gabrielle, que se sentó en el banco y se acurrucó a su lado, metiendo las piernas por debajo del cuerpo—. ¿Me vas a enseñar por dónde trepaste el acantilado? —preguntó, mirando con humor a la guerrera—. Tengo que saber cómo describirlo para la historia que estoy escribiendo —soltó una risita al oír el ruido ahogado que se le escapó a Xena y se apoyó en el fuerte brazo que tenía detrás—. No pensarías que esto lo iba a dejar pasar, ¿verdad?

—Gabrielle... —gruñó Xena gravemente—. ¿Qué tal si escribes la historia sobre ti... puesto que eres tú la que ha hecho todo lo importante de verdad, eh?

—Ah, claro. Salvo que las partes que a todo el mundo le encanta oír son las que tratan de ti —contestó la bardo, pegándose más a ella y clavándole un dedo en las costillas—. Las partes emocionantes. Nadie quiere oír hablar de cómo se firmó un tratado con los centauros —tiró juguetona de la armadura de Xena—. Pero sí que quieren oír cómo se escaló un acantilado imposible, cómo se logró correr más deprisa que las exploradoras más veloces de las amazonas... sí, no creas que no me he enterado de eso también... por Granella y las demás... de cómo se saltó por un terraplén de dos pisos de altura... me alegro de no haberlo visto... para acabar justo delante de una ballesta en el momento en que disparaba —sonrió, percibiendo la victoria—. Tú... eres... una... heroína —declaró con tono triunfal, desafiando a Xena a contradecirla.

Xena se la quedó mirando, con una ligera sonrisa bailándole en los labios.

—Gabrielle, todo eso lo hice porque tú... eres mi heroína —en un tono apacible y serio. Y dejó a la bardo sin ideas. Sin habla. Sin respiración.

Se acabó. Había vuelto a ganar. Porque Gabrielle no tenía respuesta para eso, pues jamás se había planteado que oiría una cosa así, dadas las escasísimas probabilidades que tenía de ser una heroína. ¿Verdad?

Durante largo rato, lo único que oyó fueron los sonidos nocturnos, el viento que agitaba las hojas, la llama ondeante de las antorchas. Y dos respiraciones distintas. Por fin:

—¿Alguna vez te han dicho que se te dan bien las palabras? —dijo Gabrielle, riendo por lo bajo.

Xena enarcó una ceja, pero sonrió.

—No. Muchas otras cosas, pero ésa nunca —con un brillo risueño en los ojos—. A lo mejor eres una mala influencia.

—A lo mejor —asintió la bardo, suavemente. Bajó la mirada, luego la posó en el hombro de Xena y alzó una mano, para tocar las nuevas cicatrices que había allí.

—¿Cómo te has hecho esto? —echó un vistazo a sus ojos, cercanos y penetrantes.

—Una pantera —replicó—. La noche después de que te fueras —se le puso la mirada distante—. Había estado... haciendo ejercicios. Volví al campamento y llegó un lobezno —sonrió a la bardo fugazmente—. Fui a devolvérselo a mamá y en cambio, me encontré con eso.

—Oh —Gabrielle se quedó pensando—. ¿La madre estaba muerta?

—Mm —asintió la guerrera.

La bardo suspiró y meneó la cabeza, inclinándose para tocar las otras cicatrices que tenía Xena en el otro hombro.

—Ay.

—Sí —Xena se encogió de hombros—. Pero las he tenido peores —sonrió y alargó la mano para apartarle el pelo a Gabrielle de la sien y examinar el golpe que le había dado Arella con la vara el día anterior—. Eso parece estar bien —miró a los ojos verdes que tan cerca estaban de los suyos. Notó que la mano de la bardo subía por su hombro y se posaba justo debajo de su mandíbula. No supo cuál de las dos empezó primero, pero eso daba igual. Al menos esta vez no tenemos una panda de centauros y amazonas mirándonos , pensó Xena y luego dejó de pensar y en cambio se concentró en el beso.

Que duró bastante, pues se tomaron su tiempo, explorándose mutuamente con un entusiasmo casi inseguro. Gabrielle paró para respirar, por fin, y dejó caer la cabeza sobre el hombro de Xena.

—Lo haces muy bien, ¿sabes? —murmuró en la oreja de la guerrera, que tenía oportunamente cerca.

—¿Eso crees? —respondió Xena con indolencia, mirándola con una ceja enarcada.

—Oh, sí —le aseguró la bardo. Luego miró por encima del hombro la luz grisácea del amanecer que perfilaba la ventana—. Maldición.

La ceja de Xena subió aún más y se echó a reír por lo bajo.

—La próxima vez hay que irse antes de la fiesta, ¿eh? —bromeó, bajando con un dedo por la cara de la bardo.

Gabrielle respiró hondo.

—Vamos a continuar esta conversación más tarde, ¿verdad? —sus labios se curvaron en una sonrisa. Ooh... creo que esto me gusta. Mucho. Más que mucho.

—Oh... —dijo Xena despacio, con los ojos brillantes—. Yo diría que has acertado —y se echó hacia delante para atrapar sus labios por última vez, durante largos instantes—. Uno para el camino —dijo riendo, cuando se separaron. Los ruidos de la aldea al despertar empezaron a filtrarse a través de la niebla matutina y se quedaron ahí sentadas un ratito, abrazadas, escuchando—. Venga —dijo Xena, por fin—. Voy a preparar a Argo. Tú ve a ver si consigues algo de desayunar en el comedor.

Gabrielle bostezó y asintió.

—Vale. Hasta puede que me den algo comestible después del susto de muerte que les diste ayer —le clavó un dedo a Xena en las costillas—. Y tengo que despedirme de Ephiny y de las demás —una pausa—. Y de Arella.

Xena asintió.

—Salúdala de mi parte —replicó, con una sonrisa sardónica—. Luego vuelvo —y se levantó y salió a los primeros rayos del sol naciente.

Gabrielle se quedó ahí un momento, mirando por la puerta abierta, medio sonriendo. Luego se miró las botas, se cruzó de brazos y sacudió la cabeza ligeramente.

—Puuf... qué semanita —murmuró hablando con el aire. Vamos, Gabrielle. Muévete... ponte en marcha... mete la cabeza en agua fría. Se rió burlándose de sí misma. Aunque meter el resto del cuerpo en agua fría sería más útil en estos momentos. Caray.

Carraspeó y soltó un profundo suspiro, tras lo cual terminó de recogerlo todo y se cambió el atuendo de amazona por su habitual ropa de viaje. Terminó de colocarse bien la falda y salió por la puerta rumbo al comedor, saludando alegremente a las amazonas con las que se cruzaba. Una de las cuales era Ephiny, que echó a trotar hasta alcanzarla.

—Buenos días —gruñó Ephiny, mirándola parpadeando—. O debería decir buenas noches todavía de ayer.

—¡Buenos días! —contestó Gabrielle, sonriéndole—. Hace un día precioso, ¿no te parece? —indicó el cielo cada vez más claro y sin nubes que, a medida que se levantaba la niebla, prometía un día fresco y despejado.

Ephiny le echó una mirada aviesa.

—Alto... alto... ¿desde cuándo te gustan las mañanas? ¿Tanto de alegras de marcharte?

La bardo aflojó el paso y alzó una mano para protestar.

—Ephiny... no... no es eso. Lo siento... es que esta mañana estoy de buen humor... en serio... —intentó no sonreír y fracasó—. Es que estoy... —una mirada quejosa a la amazona.

—Está bien... está bien —cedió Ephiny, con un gesto para que se tranquilizara—. Ya me entero —suspiró—. Escucha... sé que aquí lo has pasado mal. Y que te alegras de que tu vida vuelva a... bueno, lo que tú consideras normal —le echó una mirada.

Gabrielle se paró en seco y se volvió para mirar a Ephiny, ahora muy seria.

—¿Qué quieres decir con eso exactamente? —preguntó, suavemente, mirando a la amazona directamente a los ojos y bajando la voz.

Y Ephiny, al percibir una sensación de peligro, retrocedió. Y parpadeó.

—Mm... —farfulló—. Sólo que... ¡Por los dioses, Gabrielle! Sólo quería decir que nosotras... bueno, que yo pensaba que podíamos ofrecerte cierta estabilidad. Durante un tiempo. Debe de ser muy duro estar ahí fuera, trasladándose de un sitio a otro sin parar —miró inquieta a esta mujer súbitamente amenazadora a la que creía conocer.

Gabrielle avanzó un paso, sin dejar de mirar a la mujer rubia con ojos gélidos.

—¿Es que no crees que sé lo suficiente como para comprender las posibles elecciones que tengo a ese respecto? —preguntó, con tono grave y peligroso—. Voy donde voy porque quiero ir ahí, Ephiny. Y me quedo donde me quedo porque ahí es donde quiero estar — Jo... ¡esa mirada funciona de verdad!

—Vale —Ephiny levantó las manos como rindiéndose—. Vale... vale... Escucha, lo siento — Caray... tengo que hacerme a un lado... tengo que dejar de tratar a esta mujer como si fuese una niña, antes de que me arranque la cabeza —. Lo siento mucho... Gabrielle, me importa mucho lo que te pase. Lamento que me salga como si fuese... Olvídalo.

La bardo se apiadó, suavizó la mirada y relajó la postura.

—Lo sé. Tranquila, Ephiny. Es que me harto de que la gente piense que sigo a Xena como un perrito que no sabe lo que hace. Sí que sé lo que hago. Sé lo peligroso que es. Sé lo que podría pasar. Lo hago a pesar de todo eso, no porque no tenga elección.

—Lo sé —dijo Ephiny en tono apagado—. Lo que de verdad quería decir es que siempre tendrás un hogar aquí, si lo deseas —hizo una pausa—. O si lo necesitas.

Gabrielle sonrió.

—Eso ya lo sé —dijo, agarrando a la amazona por el hombro—. Gracias.

Ephiny sonrió y la abrazó.

—Cuídate, Gabrielle —dijo—. Y cuida también de ella —añadió suavemente.

La bardo se rió entre dientes.

—Lo intentaré —emprendió de nuevo la marcha—. Voy a coger algo para desayunar y luego voy a ver a Arella. ¿Quieres acompañarme? —dijo como ofrenda de paz, porque sabía que Ephiny no había pretendido enfadarla. Pero también sabía que Ephiny probablemente no volvería a cometer ese error y la idea la llenaba de cierto orgullo melancólico. Supongo que me estoy haciendo adulta , pensó.

—Claro —asintió Ephiny, y siguieron caminando.

Xena terminó de cargar las cosas en Argo y la llevó hasta la enfermería, donde había visto entrar a Gabrielle momentos antes.

—Sshh... chica. Nos vamos dentro de nada —le dijo canturreando a la yegua, que apuntó una oreja atenta hacia ella. Soltó el ronzal de la yegua al llegar a la enfermería, agachó la cabeza para entrar y vio a Gabrielle y a Ephiny en el rincón donde Arella recibía tratamiento. Al pasar dentro, notó que todos los ojos se posaban en ella y se quedaban mirándola. Pero eso no era nuevo: estaba acostumbrada a ello, incluso en lugares donde no sabían quién era. Probablemente es por la estatura y el cuero , pensó, distraída. Volvió la cabeza y devolvió las miradas, que de repente encontraron otras cosas de interés. ¿Qué pasaría si entrara dando brinquitos con una flor entre los dientes? pensó de repente y su boca esbozó una sonrisa sardónica. Voy a tener que probar alguna vez para ver qué cara se les pone.

Gabrielle, como si percibiera su presencia... seguro que la percibe, ahora que lo pienso. Yo siempre percibo la suya... se volvió cuando se acercó y la saludó con una inclinación de cabeza y una sonrisa. Y miró a Arella, que la miraba a su vez con desconfianza, pero sin el miedo que había mostrado el día anterior. Tenía una tableta al lado de la mano, que había estado usando para escribir mensajes, puesto que no podía abrir la boca más de dos centímetros. Xena dobló por reflejo la mano izquierda, la que le había hecho eso en concreto.

Gabrielle la miró, notando esa leve amenaza nerviosa que a menudo la envolvía como un manto cuando se encontraba en lo que ella consideraba territorio enemigo. Causaba mucho efecto, tenía que reconocer la bardo.

—¿Todo listo? —preguntó, con tono normal. Vio que Xena asentía y luego retrocedía hasta la pared y se apoyaba en ella, haciéndole un leve gesto con la barbilla para que continuara con lo que estaba haciendo.

Cosa que la bardo hizo, pues cogió la tableta y la leyó, alegrándose de que la atención de la estancia estuviera ahora centrada en otra persona.

Gabrielle: (decía)

No te voy a pedir perdón, porque he actuado de acuerdo con mis creencias y no las voy a abandonar.

Pero por si te importa, me alegro de que parara las flechas.

Gabrielle respiró hondo y lo releyó varias veces, mientras pensaba una respuesta. Por fin, levantó la vista y miró de frente a esos ojos grises. Y se inclinó hacia delante, para que sólo la amazona pudiese oír lo que decía.

—Arella, me importa —dijo, amablemente—. Y te perdono libremente por intentar matarme —vio el pasmo y la sorpresa en esos ojos—. Pero... —y bajó aún más la voz, la miró con más intensidad—, por atacarla a ella, no. Eso no te lo puedo perdonar. Seis de tus hermanas han muerto por eso.

Garabateó en la tableta: ¡Las mató ella!

—No —la voz suave se mostró inflexible—. Las mataste tú. Exactamente igual que si les hubieras disparado con esa ballesta. Te dije que no tenías ni idea.

Una mirada de agonía. Me lo dijiste, sí.

—Sólo porque ame la paz y crea que podemos conseguir más con palabras que con armas, eso no quiere decir que no sepa lo que pueden hacer esas armas, Arella —Gabrielle la miró, con tristeza—. Tenía la esperanza de que su reputación bastara para evitar que alguien cometiera alguna estupidez.

Escribió a toda velocidad: Las reputaciones pueden ser engañosas... pueden ser falsas... pueden ser erróneas.

—Esta vez no —suspiró Gabrielle.

No , un garabeteo corto. Debería haber hecho caso de tu advertencia. Una pausa... siguió escribiendo. Debería haber escuchado a Erika. Ella lo sabía. Sus ojos se posaron en la pared del fondo, donde Xena esperaba, entre las sombras, y sólo se veía el pálido brillo de sus ojos. Entonces miró de frente a Gabrielle. ¿Cómo? escribió, haciendo una pausa para pensar en lo que quería decir. ¿Cómo la conoces a ella tan bien y no nos comprendes a nosotras?

La bardo se quedó sentada en silencio un momento, pensando en cómo responder a eso. Era una buena pregunta, pensó.

—Porque ella no ejerce la violencia por la violencia sin más. Ya no. Y si ella puede cambiar, tú también —dijo por fin, mirando a Arella a los ojos.

¿Por ti? Enarcó las cejas.

—No —y Gabrielle sonrió—. Por ti. Eso sale de aquí —alargó la mano y le dio un golpecito a Arella en el pecho—. Pero a veces viene bien tener ayuda —desvió la mirada hacia donde Erika esperaba pacientemente, apoyada en la pared al lado de Ephiny. Luego volvió a mirar a Arella y dejó que una minúscula sonrisa le curvara los labios.

Tal vez. Una mirada de reconocimiento a su pesar. Adiós, ojos verdes. Y en su mirada había casi, casi un indicio de afecto.

Gabrielle asintió y se levantó.

—Cuídate —dijo, en voz baja. Y se marchó con Ephiny y Xena a cada lado, en silencio.

—¿Qué quieres hacer con ella? —preguntó Ephiny, cuando llegaron al lado de Argo.

La bardo se detuvo y miró a Xena, con ojos interrogantes.

—Bueno, tienes tres posibilidades —dijo Xena, como si ella misma hubiera estado dándole vueltas al asunto. Como así era, pues sabía que la pregunta acabaría dirigida a ella—. Puedes desterrarla, puedes rebajarla a la posición de criada o puedes obligarla a trabajar como aprendiza de una amazona mayor, una de tendencias pacíficas, que podría enseñarle algo.

Ahora me van a pedir que recomiende algo , predijo.

—¿Qué recomendarías tú? —preguntó Gabrielle, a bocajarro. Vamos, Xena... esto me supera y tú lo sabes. Ayúdame un poco.

La guerrera se mordisqueó el labio unos segundos. Con ésta, en realidad no existe una solución perfecta. Cualquiera de ellas la desquiciaría.

—El destierro es peligroso. Ya tenéis bastantes grupos de renegadas por ahí a los que se podría unir. Rebajarla a criada es malgastar recursos y de todas formas, se escaparía —Xena hizo una pausa—. De modo que en realidad sólo podéis usar la tercera opción. Pero Eph, elige a alguien con una personalidad tan fuerte como la suya. A lo mejor si consigue su respeto, la cosa funciona.

Ephiny y Gabrielle se miraron.

—Jo —gimió Ephiny—. Vas a obligarme a decírselo a Eponin, ¿a que sí?

—Nos tenemos que ir —Gabrielle sonrió y le dio unas palmaditas a Argo—. Hola, Argo.

Xena se rió por lo bajo y, tras agacharse ligeramente, saltó sobre la yegua dorada, que seguía sin silla. Se volvió y alargó el brazo.

—Venga. Sé que siempre has querido montar a pelo.

—Adiós, Eph —Gabrielle sonrió y la abrazó, luego se agarró al brazo de Xena y se vio izada hasta el ancho lomo de Argo—. Eeeh... —dijo, sorprendida, cuando la yegua se movió debajo de ella—. Así te resbalas mucho más.

Xena puso los ojos en blanco y azuzó a la yegua para que avanzase.

—Tú agárrate.

—Eso no es problema —contestó la bardo, rodeándola con los brazos y agarrándose con fuerza. Saludó con la mano cuando cruzaron la plaza y salieron por la entrada de la aldea y se echó a reír ligeramente cuando pasaron por debajo de la primera de las ramas de alrededor—. Esto podría llegar a gustarme —se pegó más a Xena y apoyó la cabeza en su espalda—. Recuerda que me prometiste enseñarme el acantilado.

Xena suspiró. Se lo había prometido. Y a Gabrielle le iba a dar algo cuando lo viera. A lo mejor podía decir que era un acantilado más bajo...

Anfípolis

El único ruido real era el ritmo suave de los cascos de Argo, mientras la yegua avanzaba despacio por el camino que bajaba de las montañas. Estaba cayendo el sol y no se encontraban lejos del cruce que llevaba a Anfípolis.

—Oye —llamó por encima del hombro.

—¿Mmm? —contestó Gabrielle, levantando la cabeza—. No estaba dormida —con tono de indignación.

—No he dicho que lo estuvieras —respondió Xena, disimulando una sonrisa—. Ya casi hemos llegado —miró a la bardo—. Y además, no me importa que te quedes dormida. Al menos me das calorcito en la espalda —notó que Gabrielle tomaba aliento profundamente y lo soltaba y luego volvía a colocar la cabeza entre sus omóplatos. Bueno, me da calorcito.

Habían sido un par de días de viaje muy agradables, pensó Xena. El tiempo había cooperado y cuando hizo pasar a Gabrielle junto a ese acantilado... Sonrió pesarosa. Gabrielle echó un vistazo por aquella pared, luego la miró a ella y estuvo a punto de desmayarse. Me olvidé de que detesta las alturas. Y recibió inmediatamente un sermón sobre los riesgos innecesararios, que ella interrumpió eficazmente con una sencilla afirmación de la que se sentía bastante orgullosa:

—Si no lo hubiera hecho, estarías muerta. Ésa es motivación más que suficiente para mí.

Y la bardo dejó de hablar y le dedicó esa mirada un poco sin aliento que a veces le echaba. Y la abrazó.

Ahora, cuando los campos de Anfípolis empezaban a extenderse a su alrededor, notó una rara sensación de bienestar, que le permitió relajarse con el paso bamboleante de Argo y la hizo sonreír sin un motivo concreto. Ahora oía ruidos apagados y se puso a jugar consigo misma para identificarlos. ¿Eso era un conejo? O uno de sus pretendidos alumnos... Ah... no, era bípedo y se deslizaba a hurtadillas por el borde del campo, manteniéndola a la vista. Con una sonrisa, escuchó para ver si oía los gritos de aves que les había enseñado, y no se vio defraudada. La llamada significaba un viajero, de camino al pueblo. Otra que indicaba que era amiga. Y por fin, el áspero desafío del halcón que se habían empeñado en asignarle a ella, provocándole un suspiro y una mueca. Frunciendo los labios, contestó a la llamada y sonrió cuando apareció uno de los aldeanos, armado con su vara y agitando la mano para saludar.

Gabrielle atisbó con interés por encima de su hombro.

—Vaya... sí que les has estado enseñando —dijo, con tono de sorpresa y admiración. Sonrió al aldeano que trotaba a su lado, sujetando la vara con eficacia algo torpe.

—¡Xena! —exclamó el hombre—. He enviado aviso a la posada —le sonrió—. Ya veo que tu misión ha sido un éxito.

Xena enarcó una ceja.

—¿Mi qué? —se echó a reír—. ¿Dónde crees que he ido?

—Oh —dijo el hombre, encogiéndose ligeramente de hombros—. Cyrene dijo que habías ido a ayudar a una amiga —sonrió a Gabrielle—. He pensado que ésta era la amiga.

—Hola —contestó la bardo, ofreciéndole una mano—. Soy Gabrielle.

—La narradora —contestó, encantado—. ¡Estupendo! —y le estrechó la mano, aunque hacerlo siguiendo el paso continuo de Argo era complicado como poco.

Gabrielle se echó a reír.

—Sí. Ésa soy yo. ¡Y tengo unas cuantas muy buenas que contar! —replicó, dirigiéndole una mirada pícara a Xena.

Estoy muerta , suspiró Xena con resignación interna. Jamás lo superaré. Les contará todas las historias sobre mí y tendré que irme a acampar en el bosque con Ares antes de que acabe.

—Esto lo voy a lamentar, ¿verdad? —preguntó, devolviéndole la mirada a la bardo.

Una sonrisa maliciosa por parte de su compañera.

—No sé a qué te refieres, Xena —toda inocencia y parpadeantes ojos verdes—. Soy bardo, ¿no? Cuento historias. Lo hago todo el tiempo —sonrió al aldeano—. ¿A que sí?

—Y tú que lo digas, narradora —asintió el aldeano con entusiasmo.

Xena asintió por dentro y se volvió a medias encima de Argo, mirando a la bardo a los ojos.

—¿Me haces un pequeño favor?

—Mmm... puede —contestó Gabrielle, riendo entre dientes—. ¿Qué quieres?

—Intenta no contar las más sanguinarias, ¿vale? —con una mirada de súplica, auténtica.

La bardo arrugó el entrecejo.

—Xena, tratándose de ti, todas son sanguinarias —dijo, alzando las manos como para disculparse—. Pero intentaré quitar hierro a las peores partes —la tranquilizó, dándole una palmadita a la guerrera en el hombro—. Confía en mí.

—Ay ay ay —dijo Xena, mirando de nuevo hacia delante, hacia el contorno que ya se iba viendo de la posada y el movimiento que había a su alrededor—. Parece que hay mucho ajetreo esta noche —comentó, señalando hacia delante con la cabeza.

—Lo ha habido —comentó el aldeano, agarrado al estribo derecho de Argo—. Hoy han pasado por aquí unos comerciantes, por lo que todo el mundo está de buen humor.

—Me alegro de oírlo —dijo Xena, en tono bajo.

—Seguro que tu madre se alegra de ver que has vuelto —le dijo Gabrielle, al oído.

Xena miró hacia atrás.

—Se alegrará de verte a ti —en su cara apareció una sonrisa, que la bardo no vio—. Quería conocer al nuevo miembro de la familia.

Notó que la bardo pegaba un respingo.

—¿Qué? —dijo atragantada, agarrando y tirando de la hombrera de Xena—. ¿Me lo repites?

—Ya me has oído —replicó Xena, con calma. Amenazándome con historias, ¿eh? —. No te preocupes, te pones monísima cuando te sonrojas.

—Dioses —Gabrielle soltó una risita—. ¿Qué le has dicho? — Qué cosa más inesperada. Nunca pensé que se lo... Dioses. Bueno, es su madre. ¿Qué le diría yo a la mía? Aaaj. Corramos un tupido velo.

Xena se encogió de hombros y le sonrió levemente.

—En realidad, no tuve que decirle nada —la guerrera se rió por lo bajo—. Ella ya lo sabía.

La bardo le dio vueltas a esto. Eso ya tiene más sentido. Pero se alegraba. Las familias son tan... raras. Sabía que mucha gente las veía viajando juntas y se preguntaba... pero nadie se atrevía a preguntar. Ni siquiera Ephiny se había atrevido... se había limitado a esquivar el tema como buenamente había podido. Pero la familia no. La familia preguntaría. Y si a la madre de Xena le parecía bien, eso facilitaba mucho las cosas. Sonrió.

—¿Puedo llamarla mamá?

—¿Por qué no se lo preguntas a ella? —dijo Xena, deteniendo a Argo delante de la posada y bajándose del alto lomo de la yegua, tras lo cual se volvió ágilmente y atrapó a Gabrielle cuando ésta hacía lo propio, evitando que resbalara y depositándola suavemente en el suelo de tierra prensada. Las dos se dieron la vuelta cuando se abrió la puerta de la posada y Cyrene salió a toda prisa, muy sonriente.

—¡Vaya! —exclamó—. No habéis tardado mucho —cruzó el patio de la posada y abrazó primero a Xena y luego a Gabrielle con entusiasmo—. Bienvenida de nuevo, Gabrielle —sonrió a la bardo—. Seguro que esta vez tienes una buena historia que contar —con una sonrisa cómplice—. Y tú... ¡por favor! —se volvió hacia Xena—. Ve a ver a ese cachorrito tuyo... se está volviendo loco buscándote.

Xena las miró meneando la cabeza.

—Voy a ocuparme de Argo en el establo. Intentad no meteros en muchos líos, ¿vale? — Ahora las tengo a las dos juntas. Estoy muerta , le aseguró su cerebro—. Vamos, Argo.

—Oh... —Gabrielle se soltó del brazo con que la rodeaba Cyrene—. Tengo que ver a ese cachorro —sonrió—. Tengo que verlo... ahora mismo vuelvo.

Cyrene sonrió con sorna al ver la cara de resignación que se le puso a su hija cuando la bardo se acercó y agarró la brida de Argo. Creo que lo voy a pasar muy bien los próximos días.

—Muy bien, pero daos prisa. Quiero oír esta historia y os tendré la cena preparada.

Fueron al establo y Xena abrió la puerta, pasando primero para hacer pasar a Argo al interior. Cuando apenas había cruzado el umbral, oyó una carrera frenética y su bota fue víctima de Ares, que no paraba de gruñir.

—¡Ruu! —protestó, bailoteando sobre la paja de una pata a otra.

—Que sí, que sí... —dijo Xena—. Déjame meter a Argo.

Gabrielle se escurrió junto a la yegua y se paró en seco, mordiéndose el labio con una sonrisa encantada al ver la cara peluda que la miraba a su vez parpadeando.

—Ooh... Xena... es riquísimo —soltó una risita—. ¿Por qué lo has llamado Ares? —se agachó y observó al animalito, que respondió sentándose sobre las ancas y sacándole la lengua.

—¡Ruu! —gruñó Ares, y estornudó.

Xena metió a Argo en una caballeriza y se puso a quitarle los arreos.

—Xena —dijo Gabrielle, cruzándose de brazos y mirando a la guerrera.

—¿Sí? —dijo, volviéndose para mirarla.

—Está esperando a que le digas hola —contestó la bardo, mordiéndose el labio para no echarse a reír.

Xena suspiró y miró por encima del murete de la caballeriza. Efectivamente, el lobezno la miró ladeando la cabecita, con expresión triste.

—Oh... está bien —salió de la caballeriza y se sentó en la paja con las piernas cruzadas. Ares corrió hasta ella, subió por sus botas y trepó por la parte frontal de su túnica de cuero, agarrándose con las garritas a la superficie irregular.

—¡Ruu! —gruñó triunfante, cuando ella se echó hacia atrás y él consiguió llegar a su cara, que se puso a lamer con entusiasmo—. ¡Ruu! —echó atrás la cabeza y luego reanudó los lametones.

Xena miró a Gabrielle, que estaba sentada rodeándose las rodillas con los brazos y con una mano pegada a la boca para evitar que se le escapase el ataque de risa que le estremecía el cuerpo. Notó el rubor caliente que le iba subiendo por el cuello y trató de no hacer caso mientras Ares se iba quedando agotado de tanto lamer y por fin se acomodaba sobre su pecho. El cachorro soltó un suspirito lobuno y la miró con ojos de adoración. Xena dejó escapar una sonrisa y lo acarició, rascándole detrás de las orejas, y oyó un crujido de paja cuando Gabrielle se acercó.

La bardo se sentó a la izquierda de Xena y miró al lobezno y luego a la guerrera.

—Es adorable, Xena —dijo, en tono bajo.

—Sí —contestó, frotando una orejita—. Es muy rico, ¿verdad? Se le pone una expresión en los ojos que me recuerda a algo —sonrió y miró a Gabrielle, que estaba observando al animal.

—Oh —una sonrisa repentina—. ¿Te refieres a cuando te mira? —preguntó la bardo.

—Mm-mm —contestó Xena, alargando un dedo y dejando que el lobezno se lo mordiera.

—Yo ya la he visto —replicó Gabrielle, alargando a su vez la mano para que el cachorro se la inspeccionase.

—¿Dónde? —preguntó Xena, distraída.

—Cada vez que me miro en un espejo —contestó la bardo, que volvió la cabeza y miró a Xena directamente a los ojos—. ¿Lo ves?

Xena observó su cara, luego pasó la mirada al lobezno y de nuevo a ella. Su boca esbozó una sonrisa y se dio cuenta de que se estaba poniendo coloradísima. Oh... tiene razón... ahora sé por qué me sonaba...

La he pillado... rió Gabrielle por dentro. Pues ya era hora... en los últimos días me ha pillado ella a mí demasiadas veces.

—Oye... tú también te pones monísima cuando te sonrojas —comentó la bardo con una sonrisa de burla cariñosa. Bajó la vista cuando el lobezno se puso a lamerle la mano, dándole al parecer su aprobación—. Creo que le gusto —sonrió y levantó de nuevo los ojos.

Xena la miró a la cara.

—Tiene buen gusto —comentó, sonriendo despacio—. Venga. Será mejor que nos pongamos en marcha antes de que madre envíe una partida de búsqueda —se levantó y le pasó el lobezno a Gabrielle—. Toma. Presentaos mientras yo me ocupo de Argo.

—Oooh... —arrulló la bardo, haciéndole cosquillas en la tripa al animal, que estaba encantado.

La guerrera terminó de quitarle los arreos a la yegua y le dio un rápido masaje, comprobó el cajón del pienso y lo llenó de heno, asegurándose de que había agua en el cubo.

—Ya estás, chica —murmuró, dándole al caballo una última palmadita—. Ahora, a ver si me dan a mí el pienso —se rió por lo bajo, salió de la caballeriza y se detuvo al ver a la bardo, acurrucada en la paja con el lobezno, jugando con él.

Lo había puesto boca arriba y le frotaba el estómago con la mano, mientras Ares gruñía y agitaba las patas con entusiasmo. Luego se dio la vuelta y fue hasta ella tropezando, se lanzó sobre un mechón de pelo claro y se puso a tirar. Ella le hizo cosquillas debajo de la barbilla y él le soltó el pelo, le agarró el dedo y sacudió la cabeza con fingida ferocidad.

Gabrielle se echó a reír encantada, se inclinó y le sopló al cachorro en la oreja, lo cual hizo que éste se cayera hacia atrás sobra las ancas y estornudara. Luego saltó y se puso a lamerle la cara, haciendo reír a la bardo.

Bueno... pensó Xena a regañadientes. Parece amor a primera vista. Ahora ya no me siento tan mal.

—Gabrielle —dijo, con una sonrisa—. ¿Tienes hambre?

La bardo levantó la vista sonriendo de oreja a oreja.

—Ya te digo. Bueno, Ares... luego vuelvo —le prometió al lobezno, frotándole el hocico con la nariz, y lo volvió a depositar en la paja—. Vamos —añadió, levantándose y sacudiéndose la ropa, tras lo cual se colgó del brazo de Xena cuando salían por la puerta.

—Ah, sí —comentó Xena, cuando llegaron a la puerta de la posada—. Cuidado con la cerveza —cogió el picaporte y tiró.

—¿No es buena? —preguntó Gabrielle, sorprendida—. Yo habría pensado...

—Es muy buena —replicó Xena, sonriéndole—. Y dulce y ligera y sé que te va a encantar. Pero tres vasos casi me dejan fuera de combate cuando llegué. Así que, como he dicho, cuidado.

—Ooohhhh... —dijo la bardo en tono de guasa, entrando en la posada ante el gesto que le hizo Xena con la mano—. Eso sí que me habría gustado verlo.

Xena entró detrás de ella y respondió a las exclamaciones y saludos agitando la mano.

—¿El qué, verme borracha? No, no te gustaría —posó una mano en la espalda de la bardo y la llevó hacia la mesa donde estaban sentados Cyrene y Toris y donde quedaban dos asientos libres.

—No, ¿eh? —Gabrielle sonrió—. Sabes, no me imagino cómo podrías ser estando borracha.

—Bien —murmuró Xena, que se sentó de espaldas a la pared y saludó a Toris inclinando la cabeza—. Buenas.

Toris levantó la mirada y sonrió.

—Bienvenida —y volvió los ojos—. Hola de nuevo, Gabrielle. Me alegro de que hayas conseguido venir.

Cyrene le dio unas palmaditas a la bardo en el brazo.

—Bueno, ahora cuéntame qué ha pasado con pelos y señales, porque sé que no voy a conseguir que mi hija me lo cuente todo —sonrió a Xena, que se limitó a menear la cabeza riendo—. Se salta las partes que cree que no quiero oír —otra mirada a la guerrera, que alzó las manos reconociéndolo.

Gabrielle frunció los labios, luego volvió la cabeza y miró a su compañera, que la miró a su vez con un leve encogimiento de cejas. Eso quiere decir: Oh, adelante, Gabrielle. Bebió un sorbito de la cerveza fría que tenía delante. Caray... ya entiendo a qué se refería... Mmmm... Y empezó el relato. La mayor parte era desde su punto de vista, por lo cual Xena no era el centro de atención, pero Cyrene cayó en la cuenta de que parte de la historia había ocurrido precisamente en la posada.

—Espera, querida... ¿quieres decir que las dos amazonas que estuvieron aquí intentaron matarse la una a la otra? —intercambió una mirada horrorizada con Toris.

—No —intervino Xena, inesperadamente—. Erika intentó matar a Ephiny en el bosque, para que pareciera que lo había hecho yo y dejar sin vigor la elección de campeona de Gabrielle.

—Olvidas mencionar quién se encontraba entre la ballesta de Erika y el corazón de Ephiny —dijo Gabrielle en tono de guasa, con una sonrisa burlona.

—¿Es que eso importa? —suspiró Xena.

—¡Xena! —la bardo se echó a reír—. Tengo que contar la historia completa, así que corta el rollo. Claro que importa —reanudó el relato, hablando ahora desde el punto de vista de Ephiny, tal y como se lo había oído contar a la amazona. Hasta Toris se quedó mirando a su hermana con respeto y admiración. Xena siguió bebiendo su cerveza con expresión engimática.

Llegó la cena y Xena le tocó el brazo a Gabrielle y luego miró a Cyrene.

—Tienes que dejar que coma —con una mirada risueña a la bardo.

Gabrielle le sonrió a su vez.

—Ya casi he acabado —contestó, pero se lanzó sobre la cena de todas formas.

Cyrene les contó algunas de las noticias sobre la caravana de comerciantes que había pasado en ausencia de Xena y comentó que los rumores sobre el pueblo parecían estar extendiéndose.

—Ha estado bien, la verdad. Algunos de los comerciantes se habían unido a la caravana para venir aquí específicamente —sonrió a Xena con cariño.

Terminaron de cenar, después de que Gabrielle repitiera de todo, tratando de no hacer caso de la sonrisa burlona de Xena. Cuando retiraron los platos, siguió con la historia, manteniendo incluso la atención de Xena al describir el preludio del combate en la aldea de los centauros, porque la guerrera no había oído aún esa parte.

—Esta tal Arella parece muy desagradable —comentó Cyrene—. Como una niña mimada que necesita unos buenos azotes —y no comprendió la mirada que intercambiaron su hija y la bardo, ni la risa que les entró a las dos.

—Sí, eso pensé yo también —comentó Gabrielle—. Bueno, el caso es que fueron a la aldea de los centauros para vengarse de lo que pensaban que era un ataque. Unas cuantas fuimos detrás de ellas.

—Tú —interrumpió Xena, con un brillo en los ojos—. Vamos, Gabrielle, tienes que contar la historia completa —no hizo ni caso de la mirada aviesa de la bardo—. fuiste allí para detenerlas.

Cyrene se mordió el labio para no echarse a reír. Hacían una pareja encantadora. Se preguntó si tenían idea de lo ricas que resultaban. Probablemente no.

—Está bien —Gabrielle suspiró dramáticamente—. Está bien... vale, fui yo —meneó la rubia cabeza—. Bueno, pues fui y traté de impedir que la gente se matara. Entonces vi a los niños...

—¿Niños centauros? —preguntó Toris, con curiosidad.

—Sí —contestó la bardo—. Y Arella iba derecha hacia ellos con una espada, así que... mm... —no pudo evitarlo y le empezó a subir un rubor por el cuello—. Bueno, yo tenía mi vara, así que más o menos se lo impedí —se encogió de hombros.

—Qué valiente —dijo Cyrene, en tono apagado. Echó una mirada a Xena, que estaba muy tranquila.

—Qué tonta —dijo Gabrielle riendo—. Porque cogió una vara y procedió a zurrarme de lo lindo —se calló, bajó los ojos y notó, por debajo de la mesa, la caricia tierna en la pierna. Y tomó aliento—. Y cuando me tuvo en el suelo, decidió que ya no le apetecía seguir jugando, así que cogió una ballesta centaura y allí estaba yo, de rodillas en el barro, delante de un niño centauro.

Silencio en la mesa. Cyrene y Toris la miraban fijamente, esperando a que continuara. Xena los observaba mientras la miraban. Y sintió que se le aceleraba el corazón, al recordar cómo había coronado esa colina cubierta de hierba y había visto la escena que estaba describiendo Gabrielle. Revivió en su mente esa repentina descarga de energía motivada por el pánico que la lanzó hacia delante con ese último salto desesperado.

Toris carraspeó ligeramente.

—¿Y cambió de idea? —con tono esperanzado.

—No —contestó Gabrielle con un suspiro—. Disparó —se encogió de hombros, empezando a sonreír—. En un segundo, ahí estaba yo, viendo cómo apretaba el gatillo de la ballesta con el dedo y pensando en unas últimas cosas —una pausa y los miró—. Al segundo siguiente, la flecha desapareció de delante de mi garganta y ahí estaba Xena, que atrapó la segunda y se lanzó sobre Arella —sus ojos se posaron en la cara de Xena y advirtió con una punzada de preocupación la tensión que había en ella. Alargó la mano, tocó ligeramente la rodilla de la guerrera y vio que los ojos azules parpadeaban y se volvían hacia los suyos y que las facciones tensas se relajaban poco a poco. A mí me dio miedo. ¿Cómo debió de ser para ella, que estaba viendo cómo ocurría? ¿Sabiendo que ella era lo único en el mundo capaz de detenerla? ¿Qué habría pasado si no lo hubiera conseguido? La bardo sintió un escalofrío por la espalda.

—¡Caray! —exclamó Toris, mirando a su hermana—. ¡Muy oportuna! —le dio un manotazo en el hombro—. ¿Cómo es que no nos has enseñado a hacer eso?

—No he tenido varios años —contestó la guerrera secamente, respirando hondo y obligándose a relajarse—. Además, no es fácil de enseñar. Es sobre todo... instinto.

Cyrene recuperó el aliento y se echó hacia delante, tocando la mano de Xena.

—¿Y le diste una paliza, querida?

Xena se echó a reír suavemente y asintió un poco.

—Sí.

—Oh, sí —confirmó Gabrielle, sofocando una risotada. Cogió su cerveza y bebió un trago—. Ya lo creo que se la dio.

—¿Y entonces qué? —preguntó Toris, terminándose su propia copa—. ¿Seguía lloviendo? Menudo follón debía de haber.

—Pues entonces aparecieron las demás amazonas —contestó Gabrielle—. Y Xena terminó con Arella, así que pudimos saludarnos y luego volvimos a la aldea amazona —no se atrevía a mirar a Xena a la cara, pues sabía que vería un brillo pícaro en esos ojos azules que la haría sonrojarse muchísimo y perder la calma por completo—. Y sí... seguía lloviendo —una pausa—. Creo.

Xena se echó a reír, sorprendiendo a Cyrene y a Toris, que no pensaban que la historia fuese cómica.

—Me preguntaba cómo ibas a contar eso —dijo la guerrera con guasa, clavándole un dedo a Gabrielle en el brazo.

Gabrielle le enseñó los dientes a su risueña compañera.

—Voy a tener que hacerte daño —dijo en voz baja. Y sólo consiguió que Xena se echara a reír más fuerte—. Y entonces descubro que aquí Xena había sufrido una herida de cuchillo en una emboscada —y eso los sobresaltó a los dos. A Cyrene se le dilataron los ojos. Los dos miraron a Xena, que parecía encontrarse muy bien.

—No era más que un arañazo —dijo la guerrera quitándole importancia.

—Sí, que tuve que coser. Pero da igual —Gabrielle sonrió—. Y entonces descubro que había tardado menos de dos días en llegar a la aldea amazona desde aquí. ¿Queréis saber cómo? —dijo con ojos alegres, viendo cómo Xena hacía una mueca.

—Por supuesto —afirmó Cyrene, con los ojos relucientes de risa. Levantó un dedo para indicarle a la camarera que les trajera el postre.

—Hay un acantilado, como a un día de aquí, si te desvías del camino principal —dijo la bardo, juntando las manos sobre la mesa y sonriendo—. ¿Lo conocéis?

—Sí —dijo Toris, con tono incierto—. Hay un río que corta la roca y la pared sube y sube y divide la montaña en dos.

—Pues lo escaló —una sonrisa satisfecha dirigida a Xena.

Dos pares de ojos se posaron en ella.

—No es posible —susurró Cyrene, estremecida—. Xena, ¿pero tú sabes cuánta gente ha...? — Muerto , pensó, por la insensatez de intentar escalar esa pared de piedra.

Xena se echó hacia atrás en la silla y adoptó su mejor pose de señora de la guerra aburrida. Bebió un largo trago de cerveza y se encogió de hombros mirándolos a todos.

—No fue para tanto —replicó, sin darle importancia—. Y casi no llovía —otro sorbo—. Y con eso y la oscuridad, la verdad es que no se veía el fondo, así que... —se la quedaron mirando fijamente—. De verdad que no fue para tanto.

Llegó el postre y eso los distrajo a todos. Toris carraspeó y se puso a contarle a Xena cómo iban las sesiones de entrenamiento.

—Aunque se van a alegrar de volver a verte, al menos durante un tiempo —le sonrió—. La verdad es que yo ya no les supongo tanto esfuerzo —bajó la voz—. Os vais a quedar unos días, ¿verdad?

Xena se quedó pensando un momento y luego asintió.

—Sí. Tenemos que volver con las amazonas para la luna llena, así que nos tendréis que aguantar hasta entonces —le sonrió—. Pero no tendremos tiempo suficiente para lo de las flechas, me temo.

Toris asintió.

—Me alegro —bajó aún más la voz, aunque Cyrene y Gabrielle estaban totalmente inmersas en una conversación al otro lado de la mesa—. Me alegro de que llegaras a tiempo —le apretó la mano, pillándola por sorpresa. Por un instante, pensó que se la iba a apartar, pero luego su cara se relajó con una sonrisa y le devolvió el apretón.

—Gracias —respondió—. Escucha, será mejor que cojas uno de esos pasteles ahora que todavía puedes —su tono era humorístico—. Fíate de mí —los dos así lo hicieron y dejaron que fuera transcurriendo la velada y luego Cyrene logró convencer a Gabrielle para que contara otra historia, lo que ella llamaba la historia "completa" de cómo Gabrielle llegó a poseer el derecho de casta de las amazonas. Sonriendo a Xena con aire de disculpa, la bardo obedeció.

Por fin, salieron del calor de la posada a una noche despejada y fría.

—Brr —dijo Gabrielle, abrazándose a sí misma—. ¿Cuándo ha ocurrido esto? —se rió suavemente—. Creo que será mejor que me ponga una camisa de verdad antes de que me congele.

—Mmm —asintió Xena, pasándole un brazo por los hombros—. Ya me parecía que empezaba a hacer un poco más de frío cuando veníamos para acá —echó la cabeza hacia atrás y levantó la mirada—. Pero las estrellas se ven mejor.

Gabrielle miró al cielo y las dos dejaron de andar y se quedaron contemplando en silencio el reluciente dosel.

—Son preciosas —dijo la bardo, suavemente, y vio que Xena asentía con la cabeza y captó el brillo de las estrellas reflejado en sus ojos—. Tu madre ha dicho que la puedo llamar mamá, por cierto —la bardo sonrió.

Xena bajó los ojos para mirarla y sonrió a su vez.

—Mm-mm. La he oído —levantó la mano libre y se dio unos golpecitos en la oreja, mirando a la bardo con aire de disculpa—. Tengo el oído muy agudo.

—Oh —dijo Gabrielle y luego soltó una risita—. Ya debería saberlo, ¿no? —rodeó a la guerrera con el brazo y tiró de ella—. Vamos, que me voy a congelar.

El calor relativo del establo era de agradecer, pero Gabrielle se puso una de sus camisas más largas, porque seguía teniendo frío.

—La cara que ha puesto tu madre cuando te has empeñado en seguir en el establo... —se rió, frotándose los brazos.

Xena resopló.