La esencia de una guerrera xvi

La relacion entre xena y gabrielle a tomado otro matiz, y no caben de la alegria.

La esencia de una guerrera

Melissa Good

Título original:A Warrior By Any Other Name.Copyright de la traducción: Atalía (c) 2002

Ephiny abrió un ojo y observó su entorno. Su cabaña. Eso era bueno. Aguzó los oídos. Silencio fuera. Otra cosa buena. Miró por la ventana. Sol. Y otra cosa buena. Por ahora, el día se presentaba bien, sobre todo después de lo de ayer. Bostezando, se levantó y se echó agua en la cara, haciendo una mueca al notar la gran contusión que tenía en la mandíbula.

—Eso me lo vas a pagar, Erika —murmuró, luego suspiró, se vistió y asomó la cabeza fuera.

Estaba amaneciendo y todo estaba tranquilo. Los únicos ruidos que oían eran los leves chasquidos de la hoguera de las exploradoras, el goteo intermitente del agua al caer de las hojas y los leves indicios de movimiento procedentes del comedor. Sus ojos se posaron un instante en la puerta de la cabaña de la reina y notó una sonrisa en los labios. Me alegro de conocer la respuesta a esa vieja pregunta de una vez por todas , pensó, risueña. Pero ha faltado muy poco , pensó luego con seriedad. Fue al comedor y agitó la mano saludando a las dos cocineras al pasar por el umbral de cañas.

—Ephiny —gruñó Esta, saludándola a su vez—. Por favor, dime que toda esta tontería se ha terminado del todo.

La amazona rubia se encogió de hombros.

—Ya sabes cómo somos, Esta. Pero creo que por ahora ha terminado. Arella va a estar mucho tiempo fuera de circulación y a lo mejor ha aprendido algo — Aparte de que no se debe cabrear a la campeona de la reina, claro está —. ¿Tienes algo caliente? Hace frío esta mañana —aceptó el cuenco de cereales calientes y se sentó con él, calentándose las manos mientras lo sujetaba y aspirando el vapor. Levantó la vista cuando Menelda, la sanadora jefa, se sentó en el banco a su lado—. Buenos días —murmuró Ephiny, sofocando otro bostezo.

—Buenos días —contestó Menelda, sirviéndose una taza de té caliente de una jarra que tenía a mano—. Informe de situación —dijo, bebiendo un sorbito—. Ayer perdimos a seis personas de la partida de "caza".

Ephiny enarcó las cejas. Luego meneó la cabeza.

—Tres más están en la enfermería y pasarán allí un tiempo. Están como si se hubieran caído por un precipicio —dijo Menelda con su típico estilo directo. No era famosa por su tacto con las enfermas—. La niña, Cait, se va a poner bien. Tenía un corte en la cabeza, pero era más bien superficial y ya está levantada y se quiere ir —dejó asomar una leve sonrisa. Luego desapareció—. Con Arella tenemos un grave problema.

Ephiny soltó un gemido, con la boca llena de cereales. Miró a Menelda.

—Oh, vivirá —la tranquilizó Menelda—. Tiene la mandíbula rota, así que no tendremos que oírla durante un tiempo, y unas seis costillas rotas. Es como si le hubiera pegado una coz un caballo de guerra.

—Así fue —murmuró Ephiny, sin dejar de masticar. Menelda le echó una mirada y luego resopló.

—También tiene un hombro totalmente dislocado. El problema es que es muy musculosa y no conseguimos recolocarle el brazo. Lo hemos intentado durante toda la noche, hasta que se desmayó por el dolor —la sanadora hizo una mueca—. Ni siquiera probando a hacerlo entre dos hemos logrado hacer palanca suficiente para colocárselo.

—Ah —replicó Ephiny, pensando—. Bueno, es posible que tenga una idea para solucionarlo —se levantó y se pasó los dedos por el pelo—. Haré que la persona que se lo dislocó se lo vuelva a colocar —y se marchó del comedor, dejando boquiabierta a Menelda, que salió tras ella, farfullando.

Xena se había despertado en la quietud previa al amanecer, desorientada por un momento hasta que se le enfocó la vista y se dio cuenta de dónde estaba. Gabrielle seguía profundamente dormida bien pegada a ella, respirando despacio y con regularidad.

Con cuidado, comprobó el estado de su maltratado cuerpo y se sintió cautelosamente satisfecha con la respuesta, más de lo que tenía motivos para esperar. Supongo que eso es lo que se consigue tras una noche de auténtico descanso , pensó, mirando a la bardo dormida. Todavía parece agotada. Y ha perdido peso. Deben de haberla machacado un montón. Maldita sea... pero les ha plantado cara, ¿no?

Con la quietud, se dio cuenta de que el tiempo había mejorado ahí fuera, pero hacía más frío y notaba la corriente que entraba por la ventana, lo cual la llevó a decidir quedarse donde estaba y taparlas a las dos con las mantas. Se empezó a quedar dormida de nuevo, hasta que un ruido de fuera le hizo abrir los ojos de golpe y movió la mano hacia su espada, envainada al lado de la cama. El sol acababa de salir y vio una sombra que se movía fuera de la puerta.

Una cabeza rizada se asomó con cautela. Xena meneó risueña la cabeza, pero le indicó a Ephiny que pasara, haciendo un gesto de silencio con la mano. La amazona entró sin hacer ruido y se acercó a la cama, amagando una sonrisa.

—¿Qué tal la espalda? —preguntó, muy bajito.

—No está mal —contestó Xena—. Un par de puntos, nada grave.

Ephiny asintió y luego miró a Gabrielle.

—Ya veo que ella está bien —sonrió con picardía a la guerrera. Luego se puso seria—. La verdad es que tengo que pedirte una cosa bastante... desagradable.

Xena enarcó las cejas.

—¿Desagradable? —preguntó.

—Pues sí —suspiró Ephiny—. Nuestras sanadoras llevan desde ayer intentando recolocarle el hombro a Arella, sin conseguirlo. No logran hacer suficiente palanca para volver a ponérselo en su sitio —miró a Xena.

—Y quieres que lo intente yo —adivinó la guerrera, soltando un resoplido—. Tienes razón. Es desagradable.

Gabrielle abrió los ojos, parpadeando adormilada.

—¿El qué? —murmuró, mirando a Xena y luego a Ephiny, y cuando se encontró con los ojos de Ephiny, sonrió—. Buenos días.

Ephiny sonrió a su vez y meneó ligeramente la cabeza.

—Buenos días para ti también.

Xena repitió la petición.

—Supongo que lo puedo intentar, pero será mejor que primero la dejéis sin sentido para que no lo sepa —movió la cabeza algo molesta—. Nunca lo he hecho en estas circunstancias.

—Vale —asintió Ephiny—. Voy a decírselo a Menelda —sofocó un bostezo—. Perdón. Ya sé que aún es temprano —las miró a las dos maliciosamente—. Así que os voy a dejar en paz —meneó las cejas y se fue.

Se quedaron mirando a Ephiny mientras se marchaba y luego se miraron la una a la otra. Y se echaron a reír.

—Dioses —suspiró Gabrielle, riendo aún. Se incorporó sobre un codo y tiró del hombro de Xena—. Déjame ver tu espalda —esperó a que la guerrera se echase hacia delante, cosa que hizo, y le bajó la camisa y le quitó el vendaje que le había puesto la noche anterior. Se quedó callada un momento y luego soltó una carcajada de sorpresa—. Te curas deprisa —comentó, colocándole de nuevo el vendaje.

Se puso bien la camisa y se echó hacia atrás, encogiéndose de hombros.

—Sí. Me viene bien —se estiró—. ¿Lo ves? No pasa nada —una sonrisa para la bardo, que sonrió a su vez de mala gana—. Bueno. Supongo que será mejor que vaya a ocuparme de tu amiguita, ¿eh?

La cara que puso Gabrielle no era muy propia de una reina.

—Si no fuese una bardo de buen corazón, te diría que lo olvidaras —se puso de lado y apoyó la cabeza en una mano—. ¿Vas a aplicarle el punto de presión antes de hacerlo?

—Sí, probablemente. ¿Por qué? —preguntó Xena, apoyándose en un codo—. ¿No quieres que lo haga? —enarcó las cejas.

La bardo suspiró.

—Sí que quiero... a sus seguidoras les vendrá bien darse cuenta de que sabes hacer otras cosas aparte de lo obvio —clavó un dedo en el hombro musculoso que tenía al lado.

Xena resopló.

—Mm-mm. Seguro.

Gabrielle se la quedó mirando, ladeando la cabeza y observándola con evidente interés.

—Por cierto, parece que la estancia en casa te ha sentado bien. Estás estupenda —sonrió—. Lo cual no quiere decir que no suelas estarlo.

Encogimiento de hombros.

—He tenido oportunidad al menos de que se me terminen de curar algunas molestias. He hecho cosas en la posada. He cazado un poco —una pausa—. He entrenado mucho, lo cual me hacía falta para combatir los efectos de un mes de comidas de mi madre —terminó con una risa irónica.

—No parece haberte hecho ningún mal —respondió Gabrielle, con una sonrisa.

—Supongo que no —Xena hizo una pausa—. Sí, ha estado bien. Madre ha sido... estupenda, y Toris ha sido Toris —intercambió una sonrisa maliciosa con la bardo, luego se volvió, se levantó y le ofreció una mano a Gabrielle—. Vamos. Vendrán dentro de nada a buscarte.

—Sí, sí —rezongó Gabrielle, agarrando la mano que se le ofrecía y dejándose sacar de la cama—. A lo mejor puedo desterrarlas —un vistazo a las cejas de Xena—. Vale, a lo mejor no.

Cruzaron por el centro de la aldea y Xena le dio un empujoncito a Gabrielle cuando llegaron al comedor.

—Ve a desayunar algo. Yo me ocupo de esto. No tienes por qué verlo.

La bardo irguió los hombros.

—Ya lo sé. Pero quiero hacerlo. Quiero comprenderla —se quedó pensando un momento—. Además... —una sonrisa—, ya sabes que me encanta verte trabajar.

—Vale —asintió la guerrera—. Pues vamos —fueron juntas a la enfermería y entraron por la puerta.

El ambiente se puso tenso en cuanto las ocupantes las reconocieron, o para ser sinceros, pensó Gabrielle, en cuanto reconocieron a Xena, que se quedó parada un momento, observándolo todo y poniendo su mejor cara de "soy una amenazadora señora de la guerra". Cosa que hacía muy bien, ayudada por su armadura oscura y reluciente y su notorio armamento. La mayoría de las pacientes eran seguidoras de Arella y, al tiempo que no se atrevían a mirarla a ella a los ojos, no dejaban de vigilar con aprensión a la guerrera o de mirarse sus propias botas con interés.

Xena recorrió la estancia varias veces con la mirada y luego se acercó donde estaba echada Arella, aturdida, pero consciente, con un brazo entablillado de forma rara. Erika, sentada a su lado, se levantó despacio y retrocedió cuando la guerrera estuvo más cerca.

—Tranquilas —dijo Xena por fin, cuando la tensión hubo alcanzado unos niveles casi palpables—. No voy a matar a nadie —se plantó ante Arella y examinó las tablillas con interés. El rostro de Arella era el vivo retrato de la aprensión y tenía la frente cubierta de una fina capa de sudor. Se encogió cuando la guerrera se puso en cuclillas y tocó las tablillas con un dedo. Xena la miró—. He dicho que tranquilas. Si quisiera matarte, lo habría hecho ayer.

Tomando una decisión, apoyó el peso en una rodilla y desató con cuidado las tablillas. Volvió la cabeza y miró a Arella a los ojos.

—Escucha. Voy a bloquearte el dolor con un punto de presión. Luego te voy a colocar el hombro. No te resistas. Así sólo te va a doler más. ¿Vale?

Arella asintió y parte del pánico desapareció de sus ojos grises. Miró a Xena parpadeando, como si la viera por primera vez.

—Muy bien —murmuró Xena y luego apretó con dos dedos un punto situado en la unión del cuello y el hombro de Arella. A la amazona se le dilataron los ojos y se agitó un poco—. No, no te resistas —le recordó la guerrera. Luego deslizó el brazo izquierdo por debajo del de Arella y agarró el borde del camastro, para hacer palanca, y con el brazo derecho, agarró el codo de la amazona—. ¿Preparada? —avisó, mirando a la mujer. Un leve gesto de asentimiento—. Vale —y con un movimiento fluido y poderoso, Xena colocó el brazo dislocado en el sitio que le correspondía. La articulación entró en su sitio con un sonoro crujido, que hizo dar un ligero respingo a todo el mundo, y luego Xena soltó el brazo y se echó hacia atrás—. Bueno —le dijo a Arella, que no dejaba de mirarla—. Voy a soltar los puntos de presión y volverás a sentirlo. No te dolerá tanto, ahora que la articulación está en su sitio. ¿Vale? —otro gesto de asentimiento—. Vale —volvió a presionar el punto y Arella se encogió, pero luego se relajó un poco y le hizo A Xena un leve y cauteloso gesto de asentimiento.

Xena se levantó y se sacudió las manos y luego miró por la estancia, donde de repente ya no había tanta tensión. Gabrielle se puso a su lado y apoyó la cabeza en su hombro, mirando a Arella.

—Parece bastante fácil —comentó la bardo, levantando la mirada hacia Xena.

—Sabía desde qué ángulo se había salido —contestó Xena, echándole una mirada sardónica—. Así es más fácil saber cómo volver a encajarlo —una sonrisa cargada de humor negro.

—Ah —respondió Gabrielle—. Sí, es lógico —miró a Arella a los ojos, saludándola levemente con la cabeza, y luego tiró del peto de Xena—. Vamos. Te voy a presentar el desayuno.

Xena se dejó llevar fuera de la enfermería, totalmente consciente de los ojos que las siguieron hasta fuera. Cruzaron el espacio abierto y se dirigieron al comedor, junto con varias otras amazonas, que las miraron un momento y sonrieron. Gabrielle les devolvió la sonrisa, luego se dio cuenta de por qué sonreían y se sonrojó. En fin, voy a tardar un poco en acostumbrarme , pensó. En voz alta, dijo:

—Espero que te gusten las gachas.

—Ya sabes que no. Y a ti tampoco —respondió Xena, mirándola con una ceja enarcada—. Gabrielle, eres la reina. ¿Por qué no pides otra cosa? —vio que el rostro de su compañera pasaba de la irritación a la perplejidad y de ahí a la mortificación—. No lo has hecho, ¿verdad? —una carcajada rápidamente reprimida—. Vamos —y entraron en el comedor, donde vieron a Granella sentada con Cait hacia la parte de delante de la gran sala. Xena llevó a la bardo hacia ellas y la empujó delicadamente para que se sentara en el banco—. Siéntate.

Ella misma siguió avanzando por el comedor y se metió en la zona de preparación, sobresaltando a las dos cocineras.

—Tranquilas —dijo con calma, examinando los estantes con ojo experto y seleccionando varias cosas.

—¿La reina quiere su cuenco de cereales? —preguntó con cautela la cocinera llamada Esta.

—No —contestó Xena, cogiendo un plato y varias cosas más—. Odia los cereales.

Esta resopló.

—No ha dicho ni una palabra —en su tono había un matiz de indignación—. No ha pedido nada de nada, no ha dicho lo que le gusta... nos ha vuelto locas sin saber qué hacer...

Xena se detuvo y la miró.

—Lo sé. Debería haber enviado un pergamino de instrucciones con ella —y sonrió fugazmente a la cocinera—. Lo siento. Es que no le gusta dar la lata —y desapareció, mientras las dos cocineras se miraban.

—Ja —dijo Esta—. No está tan mal, esa mujer —su compañera soltó un gruñido evasivo.

Gabrielle se sentó al lado de Cait y le sonrió. Cait le sonrió a su vez.

—Hola —dijo la bardo.

—Hola —respondió Cait, mirándola parpadeando—. Ayer estuviste súper. Con los centauros y todo eso —sonrió con entusiasmo—. Me encantó cuando tumbaste a esa grandota con tu vara.

Gabrielle resopló.

—Bueno, gracias... pero no sirvió de mucho —miró a la niña rubia—. Y gracias por interponerte cuando estaba a punto de ensartarme —arrugó el entrecejo—. Siento que te llevaras un golpe por eso.

Cait se encogió de hombros.

—No pasa nada. La verdad es que no me dolió mucho. Pero tú fuiste muy valiente cuando te iba a disparar. Ni te moviste —dejó de comer y bajó la cuchara—. No la viste llegar, ¿verdad?

La bardo se quedó desconcertada y luego se dio cuenta de a quién se refería Cait.

—No... no podía... ¿tú sí?

La niña asintió con alegre entusiasmo.

—Ya lo creo. Fue genial. Bajó por el terraplén, dio en el suelo y luego salió volando de lado —levantó la mirada cuando apareció el objeto de la conversación y depositó un plato delante de la reina.

—Toma —dijo Xena, revolviéndole el pelo a Cait—. Hola, Cait —y se sentó frente a Gabrielle, cogiendo del plato un trozo de queso y una rebanada de pan para sí misma.

—Cait nos estaba contando tu llegada a la aldea de los centauros —comentó Granella, fijándose en cómo atacaba la bardo el contenido del plato—. Oye... que te va a dar algo.

Cait se volvió hacia Xena y sonrió.

—¿Me puedes enseñar a atrapar flechas? —rogó—. ¿Por favor?

La guerrera la miró enarcando una ceja.

—Ya veremos —gruñó—. ¿Qué tal tu cabeza?

La niña se llevó una mano a la sien y luego se encogió de hombros.

—Está bien —volvió a dedicarse a su cuenco, comiéndose hasta los últimos restos de cereales con obediente entusiasmo.

Todas levantaron la mirada cuando Ephiny entró en el comedor y se acercó a ellas, colocando ambas manos sobre la mesa e inclinándose hacia delante.

—Gabrielle, el líder de los centauros quiere parlamentar. Contigo. Esta tarde —echó una mirada a Xena, que masticaba pensativa su pan—. Contigo también —añadió, haciéndole a la guerrera un pequeño gesto de disculpa.

Xena puso los ojos en blanco.

—Oh, genial —suspiró.

—Vale —replicó Gabrielle—. Esta tarde. Y Ephiny... —la amazona la miró—. Tenemos que terminar cualquier asunto pendiente del consejo. Me gustaría marcharme mañana por la mañana.

Ephiny se quedó inmóvil, mirándola.

—Está bien —contestó por fin, arrastrando las palabras muy despacio. Maldición. Tendría que haberlo previsto. Pero ha hecho una cantidad imposible de cosas en el tiempo que ha pasado aquí —. Podemos hacerlo —terminó, en tono apagado, y se irguió.

Gabrielle se levantó y la cogió del brazo, señalando hacia fuera con la cabeza. Salieron y se apartaron un poco del comedor, luego la bardo se detuvo y tomó aliento.

—Escucha...

Ephiny alzó una mano.

—No... está bien. Lo comprendo.

—Ephiny, no, no lo comprendes. Déjame hablar un momento —dijo Gabrielle con calma—. He hecho lo que he podido —posó la mirada en sus manos y luego levantó de nuevo los ojos—. Hay una parte de las amazonas que no comprendo... que no sé cómo comprender. Mientras no lo comprenda... Mientras no consiga ver lo que ven las personas como Arella, no puedo gobernaros.

Ephiny abrió la boca para hablar y la volvió a cerrar. La abrió. La cerró. La abrió. Por fin, puso la mano en el brazo de la bardo.

—Escucha. Sé que lo has pasado mal. Créeme, lo sé —soltó el aliento que retenía—. Pero creo que te equivocas. Creo que sí que nos comprendes. Es sólo que no ves una forma de ser como nosotras... y Gabrielle, eso es muy bueno. Esa parte de Arella que no logras entender... eso es feo y violento y necesita sangre para satisfacerse... No me gustaría que lo conocieras —le sonrió levemente—. Y de todas formas, sigues siendo la reina. Eso no lo puedo cambiar. Ni querría. Seguiré guardándote el sitio hasta que estés lista.

Gabrielle asintió despacio.

—Está bien —sonrió tensamente—. Puede que nunca esté lista. Pero cuando lo esté, serás la primera en saberlo.

—La segunda —contestó Ephiny inmediatamente, con ojos risueños.

La bardo soltó una breve carcajada.

—Dioses... ¿ conseguiré alguna vez que eso se olvide? —se sonrojó—. No me puedo creer que hiciéramos eso —sonrió a Ephiny con malicia—. Bueno... ¿y cuánto ganaste?

—Ahh... eso no se puede decir —sonrió la amazona rubia—. Por cierto, y para que conste, eres la envidia de la aldea —sonrió al ver que el sonrojo aumentaba—. Bueno, ¿y dónde vais? ¿A Anfípolis?

Gabrielle se cruzó de brazos y trató de no hacer caso del calor que tenía en la cara.

—Sí —contestó, mirando por fin a Ephiny a los ojos—. Entre otras cosas, tengo que ver a ese cachorro del que me hablaste. Pero veré si podemos volver para la fiesta.

Ephiny asintió.

—Eso sería estupendo. Escucha... has hecho una cantidad increíble de cosas por nosotras en un mes, eso lo sabes. Seis nuevos tratados y, lo que es yo, creo que ciertas facciones de la aldea están dispuestas a plantearse la paz como alternativa —y pensó con ironía, Aunque sí que creo que Xena ha tenido más que ver con eso. Les ha metido tal susto a las seguidoras de Arella que han cobrado sentido común. Tal vez.

La bardo asintió.

—Gracias —miró a su alrededor y luego hacia el comedor, donde Xena estaba ahora apoyada perezosamente, esperándola en la puerta. Se esforzó por evitar sonreír y supo que había fracasado en parte al oír la risa contenida de Ephiny. Suspirando, cerró los ojos y respiró hondo antes de volver a levantar la mirada—. Lo siento. ¿Qué decías?

—Vamos a tener que repasar las leyes sobre los centauros —respondió Ephiny, dándole un respiro a la bardo—. Aparte de eso, sólo quedan unas pocas cosas que terminar para hoy —le puso la mano a Gabrielle en el hombro y la acompañó de vuelta al comedor.

La sesión del consejo de esa tarde fue interesante, pensó Gabrielle. Por una vez, nadie la cuestionó. Arella no estaba allí, con sus dudas y sus silencios amenazadores y sarcásticos. No tuvo que explicarse media docena de veces, ni tuvo que justificar sus palabras, sus ideas, sus actos... y había una nueva sensación de respeto, incluso por parte de las seguidoras de Arella que sí asistieron.

A lo mejor ha sido por el combate de ayer , pensó. Lo hice muy bien, al fin y al cabo. O a lo mejor ha sido por saber que al final la paz ha prevalecido. A lo mejor han aprendido algo.

Qué va , rió su mente. Era la presencia de su compañera, más percibida que vista, puesto que Xena estaba sentada tan tranquila detrás de todas ellas en un banco bajo, totalmente parecida a una pantera estirada, y sus ojos azules recorrían la sala de vez en cuando, pero siempre regresaban para atrapar los de la bardo. Generalmente enarcando una ceja por lo que decía alguien. O poniendo los ojos en blanco, cuando Gabrielle tenía que explicar algo dos veces. O con un amago de sonrisa cuando hacía valer su criterio. Y con una sonrisa franca y deslumbrante cuando una de las amazonas de más edad que había estado más o menos de parte de Arella se levantó y la felicitó y dijo que, bueno, a lo mejor había otro camino. A lo mejor sí que he conseguido algo , pensó por fin, dándole vueltas cuidadosas a la idea. A lo mejor. Al terminar el consejo, se levantó y, como último punto del orden del día, devolvió el gobierno de las amazonas a Ephiny, que la rubia aceptó con aire indiferente, como si no lo hubieran ensayado todo con antelación. Cosa que sí habían hecho.

Y se quedó agradablemente sorprendida por la cantidad de amazonas que la detuvieron una vez disuelto el consejo y le expresaron su pena porque se marchaba y su agradecimiento por lo que había hecho. Incluso las últimas, tres de las secuaces de Arella, que la rodearon cuando casi todas las demás ya se habían ido.

Y eso le causó una leve punzada de preocupación, hasta que por el rabillo del ojo vio un suave movimiento de cuero oscuro y se relajó con una sensación de cálida seguridad. Las miró a las tres, ladeando la cabeza con aire interrogativo, dejando que fuesen ellas las que rompieran el silencio. Consiguió no apartar la vista de ellas, no dejar que sus ojos se alzaran por encima de sus cabezas para encontrarse con la mirada atenta que se había colocado detrás de ellas en absoluto silencio.

—Mm... escucha —Erika rompió la tensa espera—. Sé que no estamos de acuerdo.

—Eso es muy cierto —asintió Gabrielle, afablemente.

—Sí. Bueno, da igual. Es que... —suspiró—. Gabrielle, eso de ir tirando sin más, día a día... no hay ningún reto en eso. Creo que lo que nos da miedo es perder... bueno, parte de lo que hace que esta vida nos resulte tan atractiva —miró a sus dos compañeras, que asintieron, pero dejaron que siguiera haciendo de portavoz—. Ese reto es muy importante para nosotras.

—¿Es que la vida misma no es un reto? —contestó la bardo—. ¿Es que tenéis que entrar en conflicto para hacerla más difícil?

Una voz grave le contestó y sobresaltó a las amazonas.

—Tienen razón, Gabrielle —y Xena se adelantó, sin hacer caso de las miradas nerviosas de las tres, y concentró su atención en la bardo—. Cuando te acostumbras a cierto nivel de emoción en tu vida, si te lo quitan te puedes poner... —frunció los labios y asintió ligeramente—, nerviosa —enarcó una ceja mirando a las tres, que se miraron entre sí y luego a ella de nuevo. Y asintieron encogiéndose ligeramente de hombros—. Tiendes a hacer cosas que provoquen esa sensación de emoción, porque tu cuerpo está acostumbrado a ella.

—¿Estás diciendo que la gente puede ser adicta a la violencia? —preguntó Gabrielle, con incredulidad.

—Mm-mm —replicó Xena y, por fin, consiguió que las tres empezasen a sonreír levemente—. Eso es difícil de romper. Tienes que encontrar algo que pueda sustituirlo. Pero... —se encogió de hombros—. No subestimes esa necesidad. Es real.

Ahora Erika sonreía abiertamente y miró a Xena asintiendo ligeramente.

—Tú sí que lo comprendes.

La guerrera posó la mirada en Erika.

—Oh, ya lo creo. Pero si dejas que esa necesidad te controle, pierdes —clavó la mirada en Erika—. Tienes que encontrar una forma de canalizar esa energía hacia algo positivo. Tienes que encontrar algo que la sustituya.

Erika se quedó muy pensativa.

—¿Cómo qué? —preguntó, enarcando una ceja con gesto desafiante.

En los ojos de Xena apareció un brillo pícaro. Se inclinó y rodeando la oreja de Erika con una mano, le susurró algo. La amazona se echó hacia atrás sorprendida, luego la miró, lanzó una mirada a Gabrielle y se echó a reír.

—Ah. Ya —se quedó pensativa—. Bueno... veré qué puedo hacer —se volvió hacia Gabrielle—. Bueno, para lo que valga, lo siento.

Gabrielle asintió despacio.

—Yo también, Erika. Ayer murieron seis amazonas que no tenían por qué morir —tenía la cara muy seria—. Le he dicho a Ephiny que sea ella quien decida cuáles van a ser los castigos por todo esto. Pero le he sugerido varias cosas. Fue una estupidez.

Erika se puso seria.

—Lo sé —miró a Xena—. Yo sabía que no debíamos hacerlo. Debería haberlo impedido. Pero no lo hice y ahora tengo que vivir con ello —las saludó a las dos inclinando un poco la cabeza y luego se dio la vuelta y se marchó, seguida de sus compañeras en pensativo silencio.

Xena y Gabrielle se quedaron mirándolas y luego se miraron la una a la otra. Gabrielle se acercó despacio a ella y le tiró del peto.

—¿Qué le has dicho? —preguntó, con curiosidad.

—Ah... cosas de guerreras —contestó Xena, con una sonrisa—. Vamos. Los centauros llegarán dentro de nada — No lo va a dejar. Vale... bueno, se pone muy mona cuando se sonroja.

—Cosas de guerreras —repitió Gabrielle—. Mm-mm. ¿Qué clase de cosas de guerreras? —no soltaba la armadura—. Quiero saber qué le has sugerido para sustituir a la emoción... —hizo una mueca—, de ir a la guerra.

—Enamorarse —dijo Xena despacio. Con un brillo risueño en los ojos.

La bardo se puso colorada como un tomate.

—Oh —murmuró y luego se echó a reír.

—Ahora será mejor que superes ese sonrojo antes de que lleguen los centauros —le tomó el pelo Xena, dándole una palmadita en la mejilla. Entonces levantó la cabeza y segundos después oyeron que alguien llamaba a Xena. Fueron a la puerta y Xena asomó la cabeza fuera y vieron a una amazona que guiaba a una conocida figura dorada con una brida improvisada.

—¡Argo! —suspiró la guerrera—. Ya tendría que haberme imaginado que me seguiría hasta aquí —salió corriendo y sonrió cuando la yegua relinchó al verla.

Gabrielle se la quedó mirando desde la puerta, apoyada en el poste, y se abrazó a sí misma, para contener la sensación de calor que la llenaba como la luz del sol. Enamorarse, ha dicho , rió su mente llena de felicidad. Y si ha hecho falta un mes en el Hades con las amazonas para que me lo diga, pueden pedirme que me quede un mes con ellas siempre que quieran. Arella estaba equivocada... equivocada... equivocada... ésta es la sensación más maravillosa del mundo. Espero que lo descubra algún día. Recordó la cara de Erika. A lo mejor lo hace.

Miró al otro lado de la plaza, fijándose en el movimiento de las amazonas y en las figuras distantes de los centauros que llegaban. En Xena y en su yegua, que resoplaba inquieta. Dioses, Gabrielle. Cuánto camino has recorrido desde Potedaia, ¿verdad? Todo lo que ha pasado. Todas las cosas malas, todos los problemas y las luchas y el dolor. Y las cosas buenas, las victorias, la gente a la que hemos ayudado y, sobre todo, nuestra amistad. Me acuerdo de que una vez le pregunté si habría algo que le gustaría cambiar, después de todo eso, y dijo que... no. Y sólo ahora comprendo por qué. Todo eso nos ha llevado a este lugar, a este momento y a ser quienes somos ahora. Y si es así... yo tampoco querría cambiar nada.

—Gabrielle —la voz de Xena la sacó de su trance—. Oye, ¿estás bien? —la guerrera la miró, preocupada.

—Sí, sí. Estoy bien —contestó Gabrielle, sonriéndole—. Sólo estaba pensando, nada más —echó un vistazo al camino que llevaba a la aldea—. Oh, ya llegan los centauros. Es la hora de la reunión, ¿no? —se pasó los dedos por el flequillo y se colocó bien la falda—. Vamos.

—No ha estado tan mal como me esperaba —dijo más tarde Ephiny bostezando, arrellanada en la silla frente a la mesa de trabajo de Gabrielle, con una gran copa de vino especiado en la mano—. Aunque creo que tú les caes mejor que yo —miró parpadeando a la bardo, que estaba metiendo con eficacia sus cosas en un par de zurrones grandes.

—Qué va —replicó Gabrielle, levantando la vista y sonriendo—. Tu hijo hace que tengas una conexión con ellos. No van a tener problemas contigo —suspiró—. Además, creo que yo los pongo nerviosos. No paraban de agitar la cola.

Una risa suave desde el banco pegado a la pared, donde estaba sentada Xena, reparando unos cordones de su armadura.

—No, yo los pongo nerviosos —una sonrisa de humor negro—. Parece que pongo nervioso a todo el mundo.

—¿En serio? —preguntó Gabrielle, dejando lo que estaba haciendo y mirándola—. Nunca lo he notado. ¿Estás segura? Me parece que ya te estás imaginando cosas otra vez, Xena. Mira que te lo tengo dicho.

Ephiny la miró como si se hubiera vuelto loca y luego miró a Xena. Que había hecho una bola con unos cordones de cuero y se la tiró a la bardo. Y le dio de lleno en el pecho.

—Ay —exclamó Gabrielle—. Oye... que sólo era una pregunta —y lanzó a su vez la bola, con puntería más que suficiente para hacer que la guerrera tuviera que agacharse para evitar que le diera en la cabeza—. ¡Oye, casi!

—Ya. Que te lo has creído —se burló Xena, volviendo a su reparación. Y fingió que no veía a Gabrielle coger una bolsita, echar el brazo hacia atrás y lanzarlo hacia delante con una fuerza considerable. Y soltó la pieza de armadura en el último segundo y levantó una mano, sin mirar, y atrapó la bolsa—. A ver si lo haces mejor —comentó con aire satisfecho, lanzando de nuevo el objeto con un raudo movimiento de muñeca, pero esta vez alcanzó a Ephiny en la cabeza.

—¡Eh! —chilló Ephiny—. ¡A mí no me metáis en esto! —se levantó, sin dejar la copa, y se apartó, sonriendo.

—Gallina —se burló Gabrielle y se lanzó en plancha a coger la bolsa. Se levantó con ella y la lanzó hacia Xena. Pero la guerrera había soltado la armadura y ahora estaba medio agachada, totalmente interesada en el juego. Atrapó la bolsa y la lanzó velozmente, obligando a Gabrielle a tirarse al suelo para esquivarla—. ¡Eh!

Las dos corrieron a coger la bolsa y Xena se hizo con ella, alcanzó a la bardo en el estómago con ella y luego se agachó al tiempo que lanzaba la bola original de cordones. Ephiny escogió ese momento para retroceder, para evitar que la tirasen al suelo.

Y se le enganchó la bota en una tabla del suelo y perdió el equilibrio, agitando los brazos a lo loco para no caerse. La copa de vino salió volando directa hacia Xena, que se detuvo, la vio venir, miró rápidamente atrás y luego suspiró.

Y cerró los ojos. Y dejó que la copa le diera de lleno en el pecho y la empapara de vino.

Todo el mundo se quedó petrificado. El silencio era ensordeceror, hasta que Xena lo rompió echándose a reír suavemente y con humor.

—Buena cosecha, Eph.

—Podrías haberte agachado —protestó Ephiny, entre la risa y la aprensión. Lo podría haber hecho, quería hacerlo, pero no lo ha hecho... he visto cómo tomaba la decisión.

—Ah, no —dijo Xena, sacudiendo los brazos para quitarse algunas gotas—. Me agacho, la copa pasa por encima de mi cabeza y alcanza a aquí su majestad. Y no me lo perdona jamás. No, gracias —miró a Gabrielle, que se tapaba la boca con las manos, sofocando la risa floja—. Prefiero darme un baño de vino —alargó la mano, depositó una gota del líquido en la punta de la nariz de la bardo y le sonrió—. Ahora me tengo que dar un baño de verdad. Luego vuelvo —salió de la habitación, meneando la cabeza.

Ephiny se quedó mirándola mientras se iba y luego se volvió hacia Gabrielle, que se estaba quitando la gota de la nariz con la lengua.

—Bueno —dijo, riéndose un poco.

—Ya te lo dije —dijo la bardo, sentándose en la esquina de la mesa—. Es muy divertida.

—Gabrielle, tú sacas esa faceta suya a la luz, porque deja que te diga que yo nunca la había visto así —dijo Ephiny, repentinamente seria—. Nunca. Y la conozco desde hace tiempo —se rió entre dientes—. Y nadie, nadie me va a creer cuando cuente lo que acabo de ver — Así que supongo que se están cambiando mutuamente. ¿Dónde acabarán? Sólo Zeus lo sabe —. En cualquier caso, será mejor que te vistas para la cena. Sabes que estamos preparando una cosilla para despedirnos de nuestra reina, ¿verdad? —le tomó el pelo Ephiny, al ver que Gabrielle torcía el gesto—. Tranquila, es muy informal.

Gabrielle suspiró.

—¿Puedo llevar a una invitada? —preguntó, con una sonrisa sardónica.

—¿Podríamos dejarla fuera? —preguntó a su vez Ephiny, con una sonrisa maliciosa—. Yo no lo voy a intentar.

El fuego estaba ya bajo en el comedor esa noche antes de que terminara el banquete y Gabrielle se echó hacia delante, con una mueca de dolor por las horas que había pasado sentada en el banco acolchado, pero sin respaldo. El menú había sido hasta decente y, por una vez, estaba atiborrada al final de una comida amazona. Ay , su cuerpo protestaba. Tengo que hacer que se pasen a las sillas con respaldo. Tengo un nudo del tamaño de un... oh. Una mano fuerte le tocó el nudo y, con un movimiento continuo, le relajó la tensión que tenía ahí. Suspiró aliviada y volvió la cabeza.

—¿Cómo sabes exactamente dónde hacer eso?

—Una de las muchas cosas que sé hacer —respondió Xena, terminando la tarea, pero dejando la mano en la espalda de la bardo. Ella misma había elegido un banco que estaba bastante cerca de un soporte de la pared que sobresalía y eso, junto con su largo cuerpo, permitía a la guerrera el lujo de apoyar la espalda y evitar la tortura del banco.

—Supongo que eso incluye saber dónde sentarse —comentó la bardo, echándole una sonrisa sardónica.

Xena asintió, con los ojos medio cerrados.

—Mm-mm.

—Y tener un cuerpo del tamaño preciso para llegar a la pared —continuó Gabrielle.

—Sí —asintió la guerrera—. Todo parte del plan.

—Ya —replicó la bardo—. Debe de estar bien —echó una mirada al entretenimiento y sonrió—. Son muy buenas —otra mueca de dolor—. Ojalá...

—Ven aquí —la interrumpió Xena, tirándole de la falda por detrás.

Obediente, la bardo se pasó al siguiente banco.

—¿Sí?

—Apóyate —Xena se dio un golpecito en el pecho con la mano.

—Oh —dijo la bardo, sonriendo—. Vale. Mucho mejor —se apoyó en el hombro de Xena y se relajó, al tiempo que la guerrera le pasaba un brazo por la cintura—. ¿Eso también era parte del plan? —preguntó, en broma.

—Sí —contestó Xena, sin inmutarse. Luego bajó la mirada hacia Gabrielle, que se estaba riendo—. ¿Qué?

—No... perdona... no es nada. Es que... —Gabrielle se encogió un poco de hombros—. Creía que no te gustaba... o sea... tú nunca... —dejó de hablar—. Oh, olvídalo.

Xena enarcó una ceja.

—¿Que no me gustan las muestras de afecto en público? —preguntó—. ¿No es eso?

—Pues sí —contestó la bardo, con una sonrisa de curiosidad.

Xena se encogió de hombros.

—Lo he superado —una sonrisa lobuna—. Además, después de lo de ayer, ¿qué más da? —bajó la mirada y vio el esperado rubor. Se acomodaron para ver el entretenimiento y compartir unos vasos de vino especiado—. ¿Quieres pasarte a ver a tu familia? —preguntó Xena por fin, bebiendo un largo trago. Tengo que preguntárselo. Pero por los dioses, no les caigo bien. Y sospecho que ahora mismo les voy a caer aún peor , pensó con sorna. Oh, sí.

Gabrielle se quedó callada un rato, pensando.

—Sí —dijo por fin, con tono desganado—. A lo mejor cuando nos vayamos de Anfípolis —suspiró—. Debería hacerles una visita para que sepan que sigo viva.

Xena frunció el ceño y agachó la cabeza para verle bien la cara a Gabrielle.

—Oye... oye... Gabrielle, es tu familia — ¿A qué viene eso? Sé que quería irse de Potedaia, pero siempre ha hablado bien de su madre... de Lila...

Gabrielle siguió mirando al frente.

—Tú eres mi familia —contestó, bebiendo a su vez un largo trago—. Ellos ni siquiera saben quién soy, Xena. Para ellos, sólo soy la hermanita que se escapó hace dos años.

Xena soltó el aliento que retenía y pensó.

—Mi familia se adaptó. La tuya también puede —le dijo, estrechándola un poco. Oh... qué mal se me da esto. Y soy la última persona del mundo que debería dar consejos sobre las relaciones familiares.

La bardo pareció apreciar lo que había dicho, porque volvió la cabeza y miró a Xena con una sonrisa pícara.

—Ah... estupendo. Entonces dejaré que hables tú con ellos. Puedes explicárselo todo —y soltó una risita. Y luego se rió aún más, porque Xena aprovechó que iba vestida de auténtica amazona y le hizo cosquillas en el estómago desnudo, que tenía al alcance de la mano—. Aauh... para... no puedo tener un ataque de risa floja delante de toda la aldea.

Xena se apiadó y dejó que se calmara, notando que el cuerpo de la bardo se relajaba por completo apoyado en su pecho y que sus manos rodeaban las de la guerrera, agarrándolas. Sabía que la mitad de la sala seguramente las estaba mirando y le daba exactamente igual. Tal vez era por la luz del fuego, o el vino especiado, o la repentina relajación tras los peligros sufridos. Tal vez era porque por primera vez desde hacía mucho tiempo se estaba dejando llevar por unas emociones que normalmente tenía ferozmente controladas. Va a haber problemas por esto. Lo sé. Me he abierto demasiado y sé que voy a pagar por ello. Lo sé... pero ahora ya no puedo echarme atrás. A lo mejor puedo... Cerró los ojos y apoyó la mejilla en la rubia cabeza que descansaba sobre su hombro. A lo mejor puedo tener un poco de paz, durante un tiempo.

Gabrielle notó la presión y se arrimó más por instinto. Le pasa algo. Lo noto , pensó la bardo y luego examinó esa idea. Lo noto. Arrugó el entrecejo. Caray. Me pregunto...

—¿Xena? —preguntó suavemente, pues no quería sobresaltar a la guerrera.

—¿Mmm? —contestó su compañera, un sonido grave cuya vibración la bardo notó en la cabeza, donde la tenía apoyada en la garganta de Xena.

Si me equivoco, va a pensar que estoy chiflada. Pero no importa... me paso todo el tiempo soltando toda clase de teorías, ¿no? Sí. Vale.

—¿Te acuerdas de los padres de Jessan?

—Sí —fue la respuesta, con tono inseguro—. Claro que me acuerdo —con un tono más normal.

Pero Gabrielle notó que los latidos regulares que tenía bajo la oreja aceleraban el ritmo.

—Nosotras somos como ellos, ¿verdad? —y oyó la parada repentina y luego el redoble de su corazón que le dio la respuesta antes de que la guerrera abriera la boca para hablar.

—Eso cree Jessan —reconoció Xena, respirando hondo e intentando calmarse el corazón, pues sabía muy bien que Gabrielle lo oía, de lo pegadas que estaban. ¿Qué va a hacer con esto? ¿Qué va a pensar...? Dioses. ¿Y yo qué pienso? Ésa es la siguiente pregunta, ¿no?

—¿Y tú qué piensas? —preguntó la bardo, levantando la mirada. Esperando pacientemente.

Una bocanada de aire muy larga.

—No lo sé seguro —dijo Xena despacio, pensando—. Porque no somos parte de su pueblo —se armó de valor y miró a los brumosos ojos verdes que la contemplaban. Y en ellos descubrió una curiosidad apacible e intensa. Y aceptación. Y se decidió—. Pero sí, creo que podríamos serlo —y allí estaba, en medio de una de sus peores pesadillas. Ésa en la que Gabrielle se apartaba horrorizada de lo que le parecería una condena a cadena perpetua, atada a una ex señora de la guerra medio loca, con mal genio, maldita por los dioses y odiada por todo el mundo.

—Caray —exclamó la bardo, con una sonrisa profunda, plena y sincera que le iluminó los ojos como si la luz de las velas se reflejara en su rostro—. Fantástico —estrechó los brazos que la rodeaban con todas sus fuerzas.

Y con una palabra y una sonrisa, envió a un alma oscura de vuelta a la luz. Una vez más.

—¿Fantástico? —logró decir Xena, debatiéndose con una serie de emociones distintas—. Gabrielle, me parece que no entiendes...

Gabrielle suspiró llena de felicidad.