La esencia de una guerrera xv
Arella trata de matar a gabrielle. xena va en camino a tierra amazona y su corazon respira el miedo. ¿llegara xena a tiempo?
La esencia de una guerrera
Melissa Good
Título original:A Warrior By Any Other Name.Copyright de la traducción: Atalía (c) 2002
Aldea amazona, a la mañana siguiente
Ephiny se dio la vuelta en la cama, parpadeando confusa con la luz del sol que entraba a raudales en su cabaña. Maldiciendo, se incorporó de golpe y empezó a levantarse de la cama apresuradamente, molesta por haber dormido hasta tan tarde.
—Ah... ah... ah... —dijo Solari, agitando un dedo—. Órdenes de la reina. A dormir —volvió a empujar a Ephiny a la cama con una mano fuerte—. Y no voy a discutir contigo. No veas qué genio tiene esta mañana.
Ephiny suspiró y dejó caer la cabeza, sofocando un bostezo.
—Vale... vale... —sonrió—. ¿Va todo bien?
Solari movió la mano de lado a lado.
—Por ahora está todo tranquilo. Arella ha enviado a un gran grupo de las suyas a una larga expedición de caza, así que por ese lado todo va bien. Al menos no las vamos a tener en medio —sonrió a Ephiny maliciosamente—. Y parece que va a llover, así que les deseo lo mejor.
Ephiny gruñó risueña, dejando que se le relajara el cuerpo en la cama.
—Eso está bien —dijo distraída—. A lo mejor, por una vez tenemos un día tranquilo —el rugido de un trueno lejano vibró en sus oídos—. Aunque pensándolo bien, a lo mejor no.
—Eso viene de la montaña —comentó Solari—. Lo siento por cualquiera que esté ahí fuera. El viento sopla cosa mala —vio que Ephiny volvía a cerrar los ojos—. Así me gusta —se rió suavemente, salió de la cabaña y se dirigió al comedor, notando que el viento le tiraba del pelo en dos direcciones distintas a la vez, por lo que parecía—. Ah, sí... —murmuró sin hablar con nadie en concreto—. Va a ser tremendo.
—¿El qué? —preguntó Granella, poniéndose a su altura—. Ah, ¿el tiempo? —se encogió de hombros—. Un buen día para quedarse durmiendo —le dio un codazo cómplice a Solari—. Que es lo que está haciendo Eph, supongo.
—Por orden mía —se oyó la voz de Gabrielle detrás de ellas. Se volvieron para ver a la reina que subía por el sendero, con la cara algo tensa—. Buenos días, por cierto —añadió, con aire más amable. Siguieron hacia el comedor, donde la mayoría de la aldea ya estaba sentada. Gabrielle fue a ocupar su puesto habitual en la mesa principal.
—Dioses, qué tensa está hoy —le dijo Solari a Granella en voz baja—. ¿Qué estará pasando?
La bardo se sentó, contemplando la sala. Advirtió que faltaban amazonas e hizo un recuento mental. ¿Veinte personas para una partida de caza? Arrugó el entrecejo. Si tenían éxito, iban a tener carne suficiente para varias semanas. A lo mejor ésa era la intención de Arella... o a lo mejor pensaba que su panda se estaba desmandando un poco y se le había ocurrido que ésta era una buena manera de aliviar la tensión. A Gabrielle le gustaba la idea, que hasta le hacía tener una opinión un poco mejor de su némesis principal. Un poco. Pero no mucho, porque, cómo no, aquí llegaba para la discusión de todas las mañanas.
—Buenos días, mi reina —la saludó Arella, enarcando una ceja para indicar la silla de al lado de la bardo, que la señaló agitando levemente la mano—. Gracias —se sentó y le murmuró algo a la amazona que se acercó con una jarra de infusión de hierbas—. Hace mucho viento —le comentó a Gabrielle.
—Cierto —contestó la bardo, intentando concentrarse en sus gachas. Sintió una súbita y abrumadora oleada de nostalgia por uno de los desayunos de cosas diversas de Xena, que, aunque eran impredecibles, siempre sabían mejor que esto—. ¿La partida de caza estará bien con este tiempo? —más por decir algo que por auténtica curiosidad.
—Claro —le aseguró Arella—. Hay refugios por todo el territorio de caza donde se pueden guarecer —le cogió un cuenco de gachas a una de las que servían y se echó una buena cantidad de miel—. ¿Has probado esto con el desayuno? —preguntó, ofreciéndole el tarro con una sonrisa afable. A estas alturas sabía que Gabrielle no era una persona madrugadora y que era el mejor momento para incordiarla. En plan amistoso.
La bardo levantó la mirada e hizo una mueca.
—Arella, he probado de todo con esta cosa y sigue sabiendo a puré de cuero —la miró de reojo—. Pero gracias por interesarte —bebió un largo sorbo de infusión para ayudarse a tragar las gachas y miró por la sala—. ¿Pero de verdad hacían falta veinte personas para una partida de caza? —echó una rápida mirada al rostro de Arella y notó que su mirada se llenaba de cautela.
Vaya, vaya... así que ojos verdes es más observadora de lo que pensaba.
—Bueno, es que esta vez se trata de caza mayor — ¿Acaso no es cierto? Me va a encantar ofrecerte el fruto de nuestra caza, mi reina —. Y cuanta más gente sale para eso, más a salvo están — Vamos, a ver si eso lo puedes rebatir, narradora.
Gabrielle ladeó la cabeza y la miró, captando hasta la más mínima reacción con esos malditos ojos que tenía.
—Vale, si tú lo dices —contestó, apaciblemente. ¿Qué se trae ahora entre manos? Una creciente sensación de inquietud hizo que la idea de seguir con las gachas le resultara imposible—. Bueno, ya he tenido bastante —dijo en tono normal y echó la silla hacia atrás para levantarse.
Arella se levantó con ella y la saludó inclinando la cabeza.
—Ten cuidado con el tiempo, mi reina, se prepara una gran tormenta... no querrás que te pille — ¿Y por qué le he dicho eso? ¿Es que todavía siento algo de simpatía por esta mujer? Es posible. Lástima.
Gabrielle se echó hacia delante y la miró a los ojos, sorprendiendo a la pelirroja. Los ojos verdes parecían especialmente intensos y se acercó aún más, sin dejar de sostenerle la mirada durante larguísimos segundos. Y entonces...
—Gracias por preocuparte, Arella. Pero las tormentas y yo nos conocemos desde hace mucho. Hace falta algo más que eso para asustarme —y entonces hizo una cosa le dio miedo. Sin ningún motivo que Arella pudiera entender, la reina le sonrió directamente a los ojos. Luego se echó hacia atrás y se alejó de la mesa y sólo entonces Arella vio el nuevo adorno que llevaba la reina. Una vaina de cuero, gastada, en la que había un puñal estupendamente forjado, cuya empuñadura llevaba las marcas de una decena de estocadas desviadas y un sello redondo muy característico.
Bueno , pensó Arella, mirando a la reina mientras ésta salía del comedor. Bueno... por fin va armada. ¿Y de dónde ha sacado esa arma tan preciosa? No es de adorno. Es un arma para matar, lo sé muy bien. Ja. Sólo puede proceder de un sitio... Me pregunto... Será mejor que mande aviso a las del desfiladero para que estén muy atentas. Y será mejor que empiece con la distracción. Se levantó una vez más de su silla y se dirigió rápidamente hacia la puerta, donde estuvo a punto de chocarse con Erika, que estaba entrando.
—Cuidado —dijo, pasando a su lado.
—Espera —dijo Erika, llevándola aparte—. ¿Has visto lo que lleva? —dijo en voz baja.
—Sí, bonita pieza. ¿Por qué? —contestó Arella, hablando también en voz baja.
—¿Sabes de quién es? —bufó la amazona morena.
—Calma —la tranquilizó la pelirroja—. Sí, ya me lo he imaginado. Estaba a punto de enviar a alguien al desfiladero. ¿Quieres ir tú?
—Ahora mismo —dijo Erika, saliendo por la puerta.
Bueno , pensó la alta amazona. Así que te gustan las tormentas, ¿eh, Gabrielle? Pues muy bien. Te voy a dar tormenta. Cruzó la plaza central, llamando a algunas de sus preferidas con una mirada. Se fueron acercando con aire indiferente para reunirse con ella al llegar delante de su cabaña.
En el acantilado, bajo la lluvia
Por lo menos dos veces cada hora, Xena estaba convencida de que había perdido por completo la cabeza. No mires abajo , no paraba de repetirse. Con mucho cuidado, soltó un asidero, buscó uno nuevo por encima y encontró apenas una grieta donde enganchar los dedos. Agarrándose bien, cambió el peso y subió la otra mano. Durante horas llenas de dolor, asidero tras asidero, había ido subiendo por la pared cortada a pico, sin incidentes en su mayor parte, pero hubo varios momentos peliagudos y un resbalón, que fue muy doloroso hasta que consiguió alargar la mano y buscar un asidero. Y tuvo suerte.
Hubo dos sitios donde pudo apoyar la espalda en la pared y hacer un descanso, para beber agua y darles un respiro a sus brazos y sus manos. Terca, ¿eh? Ah, sí, como una mula. Debo de estar loca , se volvió a decir a sí misma, al tiempo que encontraba otro asidero y se izaba, apoyando el pie en una piedra situada más abajo y subiendo un poco más por la pared. De haber mirado hacia abajo, habría visto que estaba hacia la mitad, una escalada increíble, dado el viento y el tiempo que hacía y la falta de sueño. Pero no miraba hacia abajo. Lo de abajo no era importante. Lo de arriba sí. Y ahora mismo, ahí arriba había un saliente, que parecía imposible de superar. Pero en las peores situaciones, sólo tardaba un momento en dejar aflorar ese frío nerviosismo que no era suyo y, de algún modo, encontraba una manera.
Voy a conseguirlo , afirmó su mente, con ferocidad. Le dije que aunque las legiones del Hades se interpusieran entre nosotras, nada me detendría. ¿Qué es una montaña de nada? Muévete, Xena, antes de que te alcance uno de esos rayos. Vio una raíz retorcida que sobresalía por encima del saliente y se quedó mirándola. A ver hasta qué punto soy terca de verdad. Se preparó y saltó hacia delante, soltando todos los asideros a la vez y confiando tan sólo en su impulso y en la fuerza de su mano para salvarse.
Y lo hizo, con cierta sorpresa por su parte, pues se agarró a la raíz y se quedó colgando, esperando a que su cuerpo dejara de balancearse para poder subir. Y así pasó a un diminuto repecho, lo cual le dio un momento de respiro. El viento se agitaba a su alrededor, azotándola con la lluvia de las nubes negras. Se quedó sentada tranquilamente, dejando que el agua punzante la reanimara. Bueno, sigamos.
Aldea amazona: mediodía
—Vaya, ya te has levantado —dijo Gabrielle, cuando Ephiny entró en su cabaña, con aspecto descansado, aunque todavía un poco adormilada.
—Mmm —respondió Ephiny y luego la miró—. Bueno, veo que llevas un nuevo adorno —señaló con la barbilla el cuchillo que llevaba la reina al cinto.
—Sí —contestó la bardo, absorta en el pergamino de un tratado—. Le he dicho a todo el mundo que Xena ha descubierto que no tengo un abrepergaminos y que ésta es su forma de ocuparse de ese pequeño problema.
Ephiny soltó una risotada.
—¿En serio?
—Sí —contestó Gabrielle, dejando asomar una sonrisa cansada—. Es un buen cuento.
Terminó de escribir unas notas en el tratado y se echó hacia atrás, con una mueca de dolor al notar lo entumecida que tenía la espalda. Eso te pasa por estar tanto tiempo sentada. ¿No es eso lo que siempre dice Xena? Dioses, detesto que siempre tenga razón. Y además, ¿ella cómo lo sabe? ¿Cuándo se está quieta más de una hora? Se rió por dentro. Me pregunto qué estará haciendo ahora. Seguro que dándoles una paliza a los pobres aldeanos indefensos con una vara.
Las dos levantaron la vista al oír un estrépito repentino allí fuera
El acantilado
Esta vez, Xena tenía auténticos problemas. Tenía dos asideros decentes para las manos, pero la piedra que había estado usando como asidero para el pie se había roto bajo su peso y se había quedado colgando, sin posibilidad de sujetarse a ninguna otra cosa. Cerró los ojos, tratando de pasar por alto su respiración fatigosa, la lluvia punzante y el dolor ardiente de sus hombros. Bueno... ¿y ahora qué? jadeó su mente. Levantó la mirada. Nada. Una pared lisa, sin grietas. A su izquierda había una fisura, pero allí tampoco había asideros seguros. Y encima de ella... apretó los dientes. Un último repecho y estaría en la cima. Bueno. ¿Aquí termina todo? Se arriesgó y miró hacia abajo, apenas capaz de distinguir la forma general del bosque de debajo, y mucho menos los árboles por separado. Oh... eso sería mortal. Sí. He llegado hasta aquí y que me ahorquen si voy a rendirme sin más y a morir aquí. Volvió a mirar hacia arriba, sacudiendo rápidamente la cabeza para quitarse el pelo mojado de los ojos, y se concentró en la fisura.
Una sola posibilidad. Una sola oportunidad para confiar en su capacidad de mover su cuerpo por el aire con precisión. Tras un día y medio de viaje ininterrumpido. Y bajo la lluvia. Y... maldita sea. Puedo hacerlo. Cerró los ojos y se centró, ahondando en su interior y haciendo acopio de sus reservas de fuerza. Y de confianza. Y era sencillo, en realidad, sólo tenía que balancear el cuerpo hacia arriba y soltarse y...
Y ahí estaba, con los dos pies bien firmes en un asidero, y ahora podía descansar los brazos hechos polvo. Jo, chica. Esto lo voy a pagar con creces. Pero le daba igual, porque justo encima de ella estaba ese último repecho y antes de poder pararse a pensar en lo que estaba haciendo, se lanzó de un salto, giró en medio del aire y ahí estaba. Así, sin más. Como si Ares hubiera salido de detrás de un árbol y le hubiera echado unos polvitos mágicos. Caray. Descansó allí unos minutos, respirando con dificultad, con el cuerpo pegado a la fría piedra, para desprenderse de parte del calor tembloroso.
Luego se levantó y saltó por encima de la última roca y allí, ante ella, apareció el camino, trazando una suave curva hacia el desfiladero, que apenas distinguía a través de los árboles. Suspirando, se quedó plantada al lado del sendero y dejó que la lluvia, ahora torrencial, cayera sobre ella, quitándole el polvo de piedra y llevándose su fatiga. Entonces una oleada de miedo repentino estuvo a punto de doblarle las rodillas y cuando pudo sostenerse sin temblar, echó a correr y se dirigió al desfiladero.
Aldea amazona
—¡Centauros! —se oyó gritar desde la plaza y tanto Ephiny como Gabrielle se levantaron de un salto y fueron a la puerta. Arella se dirigía hacia ellas, con una ballesta.
—Ha ocurrido —soltó, tirando la ballesta a sus pies—. Decidme que es un error, ahora. Tres flechas clavadas en una de nuestras exploradoras, y de esa ballesta.
Ephiny la miró. Centaura, de eso no cabía duda.
—A lo mejor ha sido un error —dijo en tono apagado, tenso.
Arella se echó a reír.
—Sí, un error nuestro, por fiarnos de ellos. Escuchad, si queréis ir a charlar con ellos, adelante. Yo voy a llevar una fuerza.
Y se fue y ellas se quedaron mirándose, mientras la tropa de Arella salía corriendo, dejando atrás a un grupo de amazonas desconcertadas.
—No pueden hacer eso —dijo Gabrielle indignada—. Tenemos que detenerlas —volvió dentro de su cabaña para recoger su vara y salió corriendo detrás de ellas, pero Ephiny la agarró.
—¿Dónde te crees que vas? —gritó, deteniendo a la bardo. Aunque no le resultó tan fácil como esperaba y se vio arrastrada unos cuantos pasos—. ¡Gabrielle!
La bardo se volvió en redondo.
—Voy a detener a Arella. ¿Dónde te parece que voy? ¿Alguien más quiere ir? —sus ojos verdes soltaban destellos y había un fuego en ella que Ephiny nunca había visto hasta ahora—. Suéltame —le gruñó a Ephiny.
—Está bien... está bien —gritó Ephiny—. Deja que coja mis armas, por todos los dioses, Gabrielle, no puedes ir allí sola. ¡No seas loca! —salió disparada hacia su cabaña, lo mismo que Granella y Solari, así como algunas otras que ahora empezaron a moverse.
Gabrielle no esperó. Había visto la dirección en la que avanzaba el grupo de Arella y salió tras ellas, corriendo con ligereza, sujetando la vara por delante. Al cabo de un momento, se dio cuenta de que alguien la seguía y volvió la cabeza.
—¡Cait! ¡Vuelve! —dijo, sorprendida.
La niña rubia mantuvo la velocidad e hizo un gesto negativo con la cabeza.
—No pasa nada.
—No... —dijo la bardo con dureza, deteniéndose y agarrándola de los hombros—. Sólo eres una niña, Cait... esto no te corresponde.
Cait alargó la mano y la tocó, mirándola a los ojos.
—Te equivocas... es a ti a quien no le corresponde —sacó su propio cuchillo y miró a Gabrielle a los ojos, comunicando con su mirada lo que ella consideraba su auténtico ser. Y vio... no miedo, sino reconocimiento en los ojos de la bardo. Que ya había visto esa mirada. Y conocía su origen.
Gabrielle respiró hondo y luego suspiró.
—Vamos —dijo, en voz baja, y echó a correr de nuevo, con Cait a su lado.
El desfiladero
Xena subió corriendo por el sendero, manteniendo un paso regular y veloz al subir por la cuesta. Ante ella estaba el desfiladero y, después, era todo cuesta abajo hasta la aldea y sabía que allí podría recuperar tiempo de verdad. Cuando acababa de entrar en el desfiladero sus sentidos se pusieron totalmente alerta y, antes de que le diera tiempo de pensar, sus reacciones bien entrenadas le habían hecho desenfundar la espada.
Porque una red cayó encima de ella y sólo por la más pura casualidad, en ese momento tenía la espada sujeta hacia arriba y cortó la cuerda como si fuese manteca al tiempo que giraba, y la red se resbaló por sus anchos hombros.
Un rápido salto y se la quitó de las piernas y entonces se encontró debajo de una docena de cuerpos y cayó al suelo. Pero en el momento en que su mano chocó con la tierra, se apelotonó bajo el peso y empujó hacia arriba, quitándose cuerpos de encima. Un dolor agudo en la espalda era un cuchillo, eso lo sabía, y alargó la mano izquierda hacia atrás, agarró un poco de tela y tiró con toda la fuerza que tenía en ese brazo. El dolor cedió y un cuerpo salió despedido por encima de su cabeza y cayó al suelo.
Ahora veía a sus atacantes. Amazonas. Un fuego ardiente prendió en su interior y el siguiente movimiento fue una estocada con la espada, que alcanzó a una de ellas en el vientre y estuvo a punto de cortarla en dos. Un codazo rápido acabó con una segunda y oyó un crujido de huesos al estampar a una tercera contra un árbol de una patada. Otra estocada y un chorro de sangre y luego agarró un brazo, que retorció, y oyó un crujido cuando el hombro al que estaba unido se dislocó.
Un salto y una patada y ahora sólo quedaban diez ante ella e hizo un molinete con la espada, se echó a reír y las retó a que la atacaran. Y la lluvia se transformó en un diluvio en el momento en que se lanzó sobre ellas, que echaron a correr, y alcanzó a dos y estampó la cabeza de una contra la de la otra con un crujido espantoso. Y entonces se quedó sola en el sendero, con el pecho jadeante y la lluvia que le corría por la espalda coloreada ahora por la sangre. Y el miedo que bullía en su interior hizo que el corazón se le desbocara aún más y echó a correr de nuevo.
Aldea de los centauros
—¡Esto es un caos! —gritó Gabrielle, cuando Cait y ella entraron en la aldea doblando una esquina y la encontraron convertida en una pesadilla de lluvia racheada y centauros y amazonas enfrentados en combate. Vio a una amazona a punto de disparar una ballesta contra un centauro y saltó hacia delante, golpeando a la amazona en la espalda con su vara y tirándola al suelo. El centauro la miró, luego asintió al reconocerla y se alejó al galope.
Oh, dioses... ¿qué hago aquí? Dejó de pensar y empezó a reaccionar, cuando otra amazona la atacó con ojos sanguinarios y entonces tuvo que soltar la vara y se encontró luchando cuerpo a cuerpo con la mujer, dando gracias a los dioses por cada segundo que Xena había dedicado con toda paciencia a enseñarle a luchar. Agarró a su adversaria del brazo y se lo retorció por encima de la cabeza, tirando a la amazona al suelo con un fuerte golpe. Una menos. Cogió su vara y siguió corriendo, directa hacia otra arquera.
Aldea amazona
—Ah, ni hablar, Ephiny —dijo Erika con desprecio, al tiempo que preparaba la ballesta y apuntaba a Ephiny y a su grupo, que estaban contra la pared ante una fila de ballestas—. Esta vez no. Ahora es nuestro momento. Vosotras quedaos quietas... no tendréis que hacer nada —hizo un gesto con la cabeza a dos de sus subordinadas—. Atadlas.
—Erika... —empezó Ephiny, pero Erika se volvió bruscamente y la golpeó en la mandíbula con la culata de su ballesta, lanzando a la mujer contra la pared.
—Cállate —sonrió—. Llevo mucho tiempo deseando decirte eso —observó mientras las ataban, colgadas de un poste fuera del comedor—. Y cuando nuestra partida de "caza" regrese, podemos pedirles que os cuenten cómo ha ido la caza... —sonrió—. Os encantará. ¿Quieres saber cuál era la presa esta vez, Ephiny? ¿Quieres?
Solari hizo una mueca de desprecio.
—Estás que te mueres por decírnoslo, ¿así que por qué no lo haces de una vez? —soltó—. Jamás os saldréis con la vuestra.
Erika se echó a reír.
—Oh, sí, ya lo creo... porque nuestra partida de caza iba buscando a una ex señora de la guerra... y ya sabéis lo que quiere decir eso... nuestra reinita no tiene campeona —se acercó y le clavó un dedo a Ephiny—. Y así... tendremos una nueva reina.
Un sonido parecido a un silbido agudo la interrumpió. Ephiny lo oyó y su pechó se inundó de loca esperanza. Yo conozco ese sonido... Hubo un impacto por encima de su cabeza y entonces notó que sus cuerdas se soltaban y cayó de rodillas como reacción, junto con el resto de su grupo, pero levantó la mirada por encima de sus hombros y vio, a través de la cortina de lluvia e iluminada un instante por un relámpago de pesadilla, a una figura vestida con ropa oscura que se movía a toda velocidad, corriendo hacia ellas.
Erika se giró en redondo y su grupo alzó las armas, pero se le desorbitaron los ojos por el reconocimiento cuando otro relámpago iluminó el cielo y se reflejó en una espada alzada e hizo brillar un par de ojos azules como el hielo.
—Vamos —gruñó Ephiny y saltó hacia delante—. Ella no tiene tiempo para ponerse a jugar con estas idiotas. A por ellas —y ella misma eliminó a Erika, con una patada que levantó a la morena amazona por los aires y la lanzó al creciente lago de lodo. Su grupo atacó con ganas y ella fue hasta Xena y la agarró de la armadura, deteniendo a la guerrera.
—La aldea de los centauros —gritó y vio la comprensión en esos ojos desorbitados—. Yo me ocupo de esto... por todos los dioses, ¡VETE! —empujó a Xena en la dirección adecuada y cogió una vara, lanzándose al combate con fruición.
Aldea de los centauros
Gabrielle se agachó para esquivar un puñetazo mal dirigido y contraatacó con un rápido golpe de vara, luego otro y pasó a la siguiente guerrera. De repente, vio su pesadilla: un grupo de niños centauros, acorralados contra un árbol, asustados. Se le paró el corazón cuando vio lo que tenían delante.
Arella, con la cara congestionada por la sed de sangre, blandía una espada de la que ya goteaba sangre de centauro. Se echó a reír y avanzó hacia ellos, disfrutando con el miedo que había en sus ojos.
—No —susurró Gabrielle y echó a correr. Alcanzó a Arella en el momento en que la mujer estaba a punto de atacar con una primera estocada al mayor, que estaba acurrucado delante de los más pequeños, con los claros ojos dilatados e incrédulos. La bardo se preparó y atacó, con un golpe corto y potente que alcanzó a Arella en las rodillas y la derribó al suelo.
Aulló de rabia y se levantó de un salto, esta vez de cara a su atacante. Y se echó a reír.
—Ah... así que tienes agallas, después de todo. Tenía mis dudas —cogió una vara y envainó la espada por el momento—. Primero, permite que te quite eso. No tengo el menor deseo de volver a caerme de culo —se lanzó hacia delante y estampó su vara contra la de Gabrielle, esperándose que saliera volando de las manos de la bardo.
—Lo siento, Arella —murmuró la mujer más menuda—. Mi compañera habitual de entrenamiento lo sabe hacer mejor.
Arella gruñó, pero luego sonrió.
—Lo lamento, pequeña bardo, pero tu compañera habitual de entrenamiento estará muerta a estas alturas... porque eso es lo que perseguía mi partida de caza —sonrió, al ver el cambio en el rostro de Gabrielle—. Sí, eso es... ahora estás sola... así que suelta la vara, antes de que te monte en ella.
¿Era posible? Gabrielle sintió que se le revolvían las entrañas. Cualquier cosa era posible. Pero...
—¿Cómo, con... veinte amazonas? —echó los labios hacia atrás en una sonrisa—. ¿Crees que eso podría detenerla? —se echó a reír suavemente—. No tienes ni idea —y atacó, descolocando la vara de Arella y alcanzándola en el hombro.
—Oh, me hago una idea muy buena —gruñó Arella, golpeando a la bardo con su vara y haciéndola retroceder.
—No... no es cierto —jadeó Gabrielle, desviando ese golpe y atacando hacia delante para alcanzar a la pelirroja en la rodilla—. Eres una cobarde. No te atrevías a desafiarla, así que has buscado otra forma de conseguir lo que deseas desesperadamente — Y lo que yo no deseo desesperadamente. Tendría gracia si no fuese tan peligroso.
Un gruñido grave fue la única respuesta y entonces la pelirroja lanzó una veloz serie de ataques, haciendo retroceder a Gabrielle hacia los niños centauros. Pero la bardo era terca y no paraba de desviar sus golpes y de contraatacar con los suyos. Pero no puedo seguir así para siempre , pensó su mente aturdida. Me estoy cansando mucho. ¿Y entonces qué? Por Hades.
Arella notó que se estaba cansando y saltó hacia delante y por fin logró arrebatarle la vara de las manos. Hizo girar su arma, golpeó a la bardo en la cabeza y la derribó. Se colocó sobre ella y levantó la vara para incrustársela con saña. Y una pequeña figura se lanzó sobre ella a toda velocidad, haciéndola retroceder y tambalearse. Rugió y golpeó con el puño una pequeña cabeza rubia, estampándola contra un árbol.
Gabrielle sintió que la vista se le ponía roja, mientras luchaba por levantarse, y notó la forma de Cait que caía pegada al árbol a su lado. Sacudió la cabeza para despejarse la vista y entonces deseó no haberlo hecho. Porque Arella se estaba preparando, tensando una ballesta centaura. Oh... Su mente se quedó conmocionada. Me va a matar.
—Así es, ojos verdes —dijo Arella, colocando bien la flecha—. Te voy a matar, y con un arma centaura, y ya no tendremos más tratados de estos, ni paz, ni buena voluntad. Tendremos guerra, y eso es lo que queremos, Gabrielle... ¿por qué no puedes entenderlo?
—Porque la violencia no es el camino —contestó, alzándose de rodillas y haciendo un gesto a los niños centauros para que se quedasen agachados. Se acurrucaron a su alrededor, mirándola con ojos asustados—. Porque hay una forma mejor de vivir.
—No —contestó Arella, alzando la ballesta—. Te equivocas. No hay una forma mejor, ni una sensación mejor que ésta —apuntó, esperándose las súplicas de la reina. Esperándose que se encogiera o que se agachara o que apartara la cabeza de la cruel flecha. Pero los ojos no se apartaban de los suyos, no parpadeaban, y le sostuvo la mirada mientras el dedo de Arella se tensaba sobre el gatillo y apretaba.
Sendero de la villa amazona
Ahora la sensación era mucho más fuerte, se dio cuenta Xena, pues estaba más cerca y el peligro era mayor... pero el hecho de que todavía sintiera algo la animaba y siguió corriendo, a largas y potentes zancadas, por el largo sendero y subiendo por la loma hasta el punto donde los dos territorios compartían la misma frontera. Pasó ante cuerpos caídos, de centauros y amazonas, y no se detuvo.
Una vez al otro lado de la loma, vio la aldea, y lo que vio estuvo a punto de pararle el corazón. Un árbol. Niños centauros y dos mujeres enfrentadas con varas. A una, la conocía. Y ese conocimiento le apretó el pecho como una tenaza. La otra se dio cuenta de que tenía que ser Arella.
Dos días de viaje, montañas, heridas de cuchillo... todo eso se hizo irrelevante. Lo que importaba ahora era la velocidad. Y echó a correr. Loma abajo y a través de las praderas abiertas que separaban las dos aldeas. Sintió que se le cortaba la respiración en el pecho y no hizo ni caso. Mantuvo las zancadas largas y sueltas, absorbiendo las irregularidas del terreno como una pelota al botar.
Subió por la siguiente loma y entonces volvió a ver la aldea y una descarga de miedo que ahora era el suyo explotó en su mente al ver a la mujer. Y la ballesta. Y el blanco.
Y entonces coronó la loma y bajó por el terraplén y se acercó lo más rápido que pudo por el pequeño altozano que les impedía verla llegar.
Arella apretó el gatillo y sintió el disparo del arma. Adiós, ojos verdes , saludó a la mujer que, después de todo, había decidido morir con valor.
Xena vio que el dedo se ponía blanco sobre el gatillo y perdió toda la objetividad que pudiera haber tenido. Tres largas zancadas más hasta la cima del altozano y luego se lanzó por el aire. Golpeó el suelo con una fuerza demoledora y aprovechó el impulso para lanzarse de lado, para aprovechar toda la longitud posible de su largo cuerpo. Para estirarse y obligar a su mano a cerrarse alrededor de una flecha de ballesta que se movía a demasiada velocidad para que un ser humano pudiera atraparla.
Y notó que sus dedos se cerraban alrededor de la madera y las plumas. A escasos centímtros de la garganta de la reina de las amazonas, que estaba de rodillas. Que exclamó al reconocerla incluso a través de la lluvia torrencial y la velocidad a la que se movía.
Rodó hasta detenerse, tratando de frenar un poco el impulso, y rebotó hacia atrás para atrapar la segunda flecha y partirla con una mano. Un salto sobre la punta de los pies y entonces se lanzó hacia delante, hacia Arella, que se esforzaba por cargar de nuevo la ballesta.
Tres pasos y salió despedida por el aire y una poderosa patada eliminó la ballesta y la segunda eliminó a Arella, estrellándose contra su esternón y tirándola de espaldas.
Arella se levantó y buscó en su interior la fiebre del combate. La encontró y, con esa energía, se lanzó contra la guerrera morena y cubierta de sangre que tenía delante. Sacó el cuchillo y atacó a Xena, pero su brazo fue atrapado, sujeto y luego retorcido hacia atrás con un crujido que la hizo caer de rodillas por el dolor. Entonces la sujetaron por el cuello y un puño se estrelló contra su mandíbula, con una explosión de dolor abrasador.
Luego la levantaron en volandas y la estamparon contra un árbol. Abrió los ojos y miró a los bloques de hielo que tenía delante.
Xena la dejó así un minuto, para que sintiera el dolor. Para que percibiera el poder que hacía falta para sujetarla en el sitio de esta forma. Para que pensara en ello. Luego acercó la cabeza y bajó la voz hasta su registro más grave.
—Tienes mucha suerte —dijo, mirando fijamente a los ojos de Arella—. Tienes suerte de que tu pequeña emboscada no me retuviera. Tienes suerte de que haya detenido esa flecha —la empujó con más fuerza contra el árbol—. Porque si no, habría trozos tuyos esparcidos por todo este patio —sonrió—. ¿Me crees?
Arella asintió.
—Bien —asintió Xena a su vez—. Porque si alguna vez se te pasa siquiera por la imaginación volver a hacerle daño, tendrán que recoger lo que quede de ti con una esponja —una pausa—. ¿Entendido?
Esperó a que en sus ojos apareciera el terror. Y apareció. Arella asintió de nuevo. Xena la levantó con las dos manos y luego miró a su alrededor. Vio un gran charco de barro allí cerca y con descuido, tiró a la mujer dentro. Luego se quedó ahí parada largos segundos, dejando que la lluvia se llevase la sangre, la suciedad y el agotamiento total.
Gabrielle había visto cómo la flecha salía disparada de la ballesta, mientras decía unas últimas palabras mentalmente. A sí misma. A Xena. Cuando la flecha fue atrapada en medio del aire, ni se planteó otra posibilidad sobre quién lo había hecho. Y fue como estar bajo una cálida cascada, de lo grande que fue su alivio. Entonces Cait gimió y ella se dejó caer a su lado, sujetándole la cabeza y encogiéndose al ver la raja ensangrentada que tenía en un lado de la rubia cabeza. Oyó unos pasos que se acercaban a la carrera y Solari cayó de rodillas en el barro, para examinar a la niña.
—Se pondrá bien —dijo la amazona, sacando un paño de sus cosas y apretándolo sobre la herida. Levantó la mirada—. ¿Tú estás bien?
La cara de Gabrielle se iluminó con una apacible sonrisa.
—Ahora sí.
Las dos oyeron unos pasos que se acercaban y mirando rápidamente de reojo, Solari le cogió las manos a Gabrielle.
—Yo me ocupo de esto —dijo, sonriéndole ampliamente y señalando a un lado con la cabeza. La bardo le estrechó las manos a su vez.
—Gracias —susurró y entonces se levantó y se volvió hacia Xena. Y supo que tenía una sonrisa muy boba en la cara, pero le dio igual, y echó a correr hacia sus brazos abiertos y simplemente...—. Arrrg.
Xena oyó la exclamación que se le escapó a la bardo al rodearla con los brazos y estrecharla con fuerza. Y la dulzura de ese momento fue tan profunda, que le dolió.
Gabrielle hundió la cara en el pecho de la guerrera, sin hacer caso del barro ni de todo lo demás por su necesidad desesperada de sentir el contacto, y notó que los brazos de Xena la estrechaban aún más fuerte, si eso era posible, y ella la estrujó y estrujó como si le fuera la vida en ello.
—Eh —dijo Xena por fin, rozando con los labios la cabeza de Gabrielle—. ¿Ni siquiera me dices hola? —un ligero matiz de guasa en el tono.
Notó que la bardo tomaba aliento varias veces para hablar, pero no le salía nada. Y por fin...
—Sí... —con la voz embargada por una docena de emociones—. Te digo "hola". Te digo "gracias a los dioses que estás aquí". Te digo "nunca en toda mi vida me he alegrado más de ver a alguien" —una pausa—. Te digo "te quiero" —otra pausa—. ¿Me he dejado algo?
Un momento de silencio por parte de Xena. Entonces...
—Bueno, eso cubre más o menos todo lo que yo misma tenía que decir —en voz baja. Ahí mismo, bajo la lluvia. Con el estallido de los truenos a su alrededor.
Notó que Gabrielle por fin aflojaba los brazos, que la bardo le soltó de la cintura y subió hasta su cuello, estrechándola de nuevo, levantando los ojos y mirando a los de Xena. Se quedaron mirándose largo rato. Xena notó lo que estaba pasando y sólo tuvo tiempo de pensar, Truenos y rayos, una lluvia del Hades, hundidas hasta las rodillas en el barro, en una aldea centaura en medio de un combate. Bueno, va a ser memorable. Y entonces correspondió a ese abrazo y agachó la cabeza para atrapar los labios de la bardo en un largo y sincero beso.
Por fin tuvieron que separarse para respirar y Gabrielle dejó caer la cabeza sobre el pecho de Xena, riendo suavemente.
—Dioses, qué bien —suspiró, cerrando los ojos.
—Será mejor que salgamos de la lluvia —contestó Xena, respirando hondo.
—¿Qué lluvia? —respondió Gabrielle.
Xena se echó a reír.
—O al menos que nos libremos del público —sus ojos chispearon risueños.
—¿Qué público? —murmuró la bardo y entonces abrió los ojos parpadeando.
Xena señaló con la cabeza hacia el centro de la aldea y la bardo miró hacia allá y se puso como un tomate, al ver todos los rostros sonrientes.
—Dioses —dijo, ocultando la cara en el pecho de Xena. Notó que la guerrera se reía. Entonces ella misma decidió que hasta tenía su gracia y volvió la cabeza para mirar. Vio que Ephiny se acercaba a una ceñuda Eponin y alargaba la mano con gesto exigente. Vio que Eponin la miraba indignada y que luego se achantaba y, tras hurgar dentro de su corpiño, sacaba una moneda y se la ponía a Ephiny en la mano. Notó que Xena se reía con más fuerza. De modo que ella también se echó a reír y ya no pudo parar. Durante mucho tiempo.
Regresaron a la aldea amazona caminando despacio, por deferencia a la herida de cuchillo de Xena, que la bardo descubrió por la sangre cálida que le caía por la espalda.
—Ay —dijo, mirando a la guerrera con severidad—. Tenemos que ocuparnos de eso.
Xena se encogió de hombros, echándole un brazo a Gabrielle por los hombros.
—Casi ni lo noto —confesó—. Me duele todo, así que eso no es más que una pequeña molestia.
—Una pequeña molestia —fue la respuesta—. Ya... justo —y rodeó a Xena con el brazo, llevándola hacia el camino—. Vamos —y estuvieron caminando un ratito en silencio.
—Bueno, ¿esto va a ponerte las cosas difíciles con el tratado? —preguntó Xena, echando un vistazo a las amazonas que caminaban con ellas, algunas de las cuales transportaban a compañeras caídas.
—Pues no, la verdad es que no —contestó Gabrielle despacio—. Esta gente lleva luchando entre sí tanto tiempo, que ya casi lo hacen como amigos.
Xena la miró.
—¿Esta gente? —sus labios esbozaron una ligera sonrisa.
—Esta gente —replicó la bardo, pegándose más a ella—. Y por cierto...
—¿Sí?
—Entiéndeme, no podría estar más contenta. Pero... ¿qué haces aquí? —el tono de la bardo era curioso—. ¿Ha sido una de esas cosas misteriosas de Princesa Guerrera o algo así?
Xena guardó silencio, pensándose la respuesta.
—Es que me entró la sensación de que tenía que estar aquí —dijo por fin despacio—. Cosas que pasan, supongo.
Gabrielle arrugó el entrecejo.
—La cosa no iba tan mal hace tres días... no sé...
—No —interrumpió Xena—. Anteanoche —se quedó mirando al suelo que tenía delante, evitando la mirada curiosa de la bardo.
—Espera —Gabrielle dejó de caminar y se volvió hacia Xena, posando las manos sobre la parte superior del pecho de la guerrera—. ¿Anteanoche? Dioses... me oíste —sonrió muy contenta—. Caray.
—Gabrielle, ¿de qué estás hablando? —preguntó Xena, poniendo las manos en los hombros de la bardo.
—Ésa fue la noche en que Ephiny volvió —la bardo sonrió—. Y... —se calló y sacudió un poco la cabeza, bajando la mirada—. La verdad es que yo... —se calló de nuevo. Las manos que tenía sobre los hombros se doblaron y apretaron, tirando de ella para abrazarla. Se quedó callada un momento, regodeándose en la sensación—. Necesitaba esto —dijo suavemente—. Te necesitaba muchísimo. Así que... me puse... a hablar contigo... aunque pensaba que no podías oírme —volvió a levantar la mirada—. Pero me oíste, ¿verdad?
—Mmmm... no tanto con palabras, no —contestó Xena, echando a andar de nuevo—. Más bien aquí —alargó la mano y le dio una palmadita a la bardo en el estómago—. Sólo una sensación de que algo iba mal.
Gabrielle reflexionó sobre ello.
—Eso hace que me sienta muy bien —dijo, con una sonrisa pícara—. Porque me meto en muchos líos.
Xena se echó a reír.
—Bueno, eso es cierto —se relajó. A lo mejor esto no es tan malo, después de todo , pensó, posando la mirada en la cabeza rubia pegada a su hombro. Sintió un cálido bienestar que le alivió el agotamiento e hizo desaparecer el viento y el mal tiempo.
—Esperaunmomento —Gabrielle levantó la cabeza y se quedó mirándola—. ¿Anteanoche? ¿Cómo has llegado...?
—Encontré un atajo —la interrumpió Xena.
La bardo enarcó las cejas.
—¿Un atajo? Xena, conozco la zona. No hay ningún atajo entre Anfípolis y esto. Se sube por el camino y luego hay que rodear toda la montaña por culpa de ese acantilado cortado a pico que corta la montaña hasta abajo —se calló, pensando—. No se te ocurriría...
—Sí, se me ocurrió —confesó la guerrera, doblando el brazo libre—. Y ni te digo cómo lo voy a sentir.
—Oh —murmuró Gabrielle suavemente—. Eso es... peligroso —levantó la mirada y observó el rostro de Xena.
—Qué va —la mujer más alta se encogió de hombros—. Pan comido. Hablando de lo cual, ¿te gustaron las empanadillas que te envió madre?
—Estás cambiando de tema —la acusó la bardo, pero sonrió—. Pero sí... me gustaron mucho. ¿Podemos ir a verla? —dejó asomar una sonrisa picaruela—. Quiero ver ese cachorrito del que he oído hablar.
—Eso quieres, ¿eh? —preguntó Xena, risueña—. Bueno, pues resulta que le prometí a madre que te llevaría de vuelta, así que supongo que podemos.
Gabrielle se lo pensó.
—¿En serio? —sonrió—. Genial. Si esas empanadillas son un indicio, creo que me va a gustar mucho.
Xena se echó a reír y luego hizo una mueca.
—Ay. No me hagas reír tanto, que me duele — Uuy... pero no digas eso, Xena...
La bardo la miró preocupada.
—Si lo reconoces, tenemos que llevarte dentro —señaló su cabaña y llevó a la guerrera hacia allí. Entraron por la puerta, contentas de salir de la lluvia constante, y Gabrielle cogió dos grandes trozos de tela y le tiró uno a Xena—. Toma... sécate —dijo, dirigiéndose a un pequeño botiquín, pero Xena la detuvo con un gesto, al tiempo que sacaba el suyo de la mochila que todavía llevaba—. Oh, bien... siempre tienes cosas mejores en el tuyo —comentó la bardo, acercándose y cogiéndolo.
—De verdad que no es para tanto —dijo Xena, soltándose la armadura de ese lado y quitándosela—. Pero escuece un montón.
Gabrielle la rodeó para ver mejor y tomó aliento silbando.
—Caray. Va a haber que darte puntos —dispuso lo que necesitaba en la mesa y le hizo un gesto a Xena para que se sentara en la silla, cosa que hizo, soltándose la correa de cuero de ese lado.
—Bueno, ya lo has hecho otras veces —comentó la guerrera, echándose hacia delante cuando Gabriele se acercó más y se puso a limpiar el largo y desagradable corte. Xena cerró los ojos y esperó pacientemente mientras la mujer más menuda daba unos puntos pequeños y precisos para cerrar la herida, tras lo cual le aplicó una buena cantidad de ungüento de hierbas y la tapó con una tela de lino limpia. Por fin, notó que Gabrielle había terminado y se echó hacia atrás, advirtiendo la seriedad de su rostro.
—Oye... —dijo, pasándole un brazo por la cintura—. Las he tenido peores.
—Lo sé —replicó Gabrielle, suavemente, alzando una mano y acariciando la mejilla de Xena—. Pero esto ha sido por mí —sus ojos parecían atormentados—. Arella preparó esa emboscada porque tenía miedo de desafiarme. Por tu causa.
Xena sonrió cansada y alzó la mano para cubrir la de la bardo.
—A veces la reputación es un arma de doble filo, Gabrielle.
La bardo sonrió y cerró los ojos.
—Eso me encanta.
—¿El qué? —preguntó Xena, desconcertada.
—Cuando dices mi nombre —fue la inesperada respuesta—. Venga. Creo que tengo una camisa que seguramente te estará bien —una sonrisa guasona—. Teniendo en cuenta que es tuya —cruzó la habitación, sacó la camisa y se la lanzó—. Es que...
Xena atrapó la prenda con una mano y la miró risueña.
—Lo sé. No pasa nada. Me di cuenta de que me faltaba y pensé... —se encogió de hombros—. Bueno, da igual. Gracias —se quitó la túnica de cuero empapada y se puso la camisa con una sensación de alivio—. Mucho mejor —le sonrió y luego se metió en la estancia de al lado para poner a secar su ropa mojada, a la que al cabo de un momento se unió la de la bardo.
—¿Has comido siquiera? —preguntó Gabrielle, tirando de ella y sentándola en el borde de la cama—. Dioses, Xena... todavía no me puedo creer que treparas por ese acantilado —se echó a reír ligeramente—. Ni siquiera me creo que estés aquí.
—Créetelo —suspiró la guerrera, apoyándose en el cabecero y rodeándose la rodilla doblada con los brazos—. Y sí, madre me preparó un almuerzo —sonrió a la bardo con guasa—. Estoy bien, Gabrielle. Deja de preocuparte.
La bardo fue a decir algo, pero Xena la interrumpió.
—Hay una cosa que sí me gustaría.
—¿Mmm? —contestó Gabrielle, apoyada en el borde de la cama, enarcando una ceja interrrogante.
Xena levantó una mano, le cogió la barbilla con delicadeza y le volvió la cara hacia la luz escasa que entraba por la ventana. Se fijó en las sombras oscuras que tenía bajo los brumosos ojos verdes y en la tensión de su cara.
—Quiero que te eches aquí antes de que te desplomes —echó una mirada a la bardo—. ¿Tan duro ha sido? Gabrielle, deberías...
La bardo alzó una mano, tocando suavemente los labios de Xena, y luego hizo lo que se le había pedido y se acomodó en los brazos acogedores de la guerrera.
—Lo sé —suspiró—. Quería hacerlo yo sola —levantó la mirada—. Qué tontería, ¿eh? —se acurrucó en el calor que amenazaba con absorberla por completo.
—No —contestó Xena, apartándole el pelo húmedo de la frente—. Has hecho un gran trabajo.
—Oh, sí —la bardo resopló—. Salvo la última parte, con eso de que Arella atacó a los centauros y te tendió una emboscada.
—No es culpa tuya —dijo la voz tranquilizadora de Xena—. Has hecho todo lo posible por conseguirles la paz. El tratado sobrevivirá a esto... sobre todo porque la reina amazona acudió en persona y defendió a unos niños centauros —sonrió a Gabrielle, que la miró y reprimió una sonrisa cohibida—. Eso fue muy valiente por tu parte.
—Dice la mujer que trepó por un acantilado, luchó contra veinte amazonas, se tiró delante de un par de flechas y le zurró la badana a mi némesis principal. Todo antes de comer —respondió Gabrielle, mirándola de reojo—. Mm-mm.
Xena le puso un dedo a la bardo en la punta de la nariz.
—Por ti merece la pena —dijo, encantada con la repentina dilatación de los ojos verdes que ahora estaban clavados en los suyos.
—¿Sí? —susurró Gabrielle, mirándola con una emoción en los ojos que le trajo un dulce y tierno recuerdo a Xena. Y permitió que su espíritu le devolviera la mirada con la misma emoción.
—Sí —una pausa—. Además, si no puedo hacer cosas imposibles por ti, ¿por quién puedo hacerlas? —sonrió Xena.
Gabrielle sonrió a su vez y se pegó más a ella, rodeando con firmeza a la guerrera con un brazo y acomodándose con un suspiro satisfecho. Estuvieron un rato en silencio, escuchando la lluvia constante de fuera, interrumpida de vez en cuando por el rugido de algún trueno y breves destellos de relámpagos.
—La verdad es que no me ha importado ocuparme de los tratados y esas cosas —dijo por fin Gabrielle, pensativa.
—Mmm —contestó Xena—. ¿Qué es lo que sí te ha importado, entonces? —sonrió con malicia—. No me digas que ha sido la comida.
La bardo soltó una risita.
—Pues sí, la verdad —entonces se puso seria—. No. Arella me ha fastidado muchísimo —se movió para poder levantar la mirada y ver la cara de Xena—. La mayor parte del tiempo conseguía enfurecerme. Y luego... —se encogió de hombros incómoda—. Estaba siempre... bueno, Xena, tú sabes que a mí no me importa que la gente me toque, ¿verdad? —sonrió como reacción a la mirada de Xena que las recorrió a las dos y al brillo risueño de sus ojos—. Eso. Justo. Pero ella hacía que me sintiera... —arrugó la cara—. Puajj —hizo una pausa—. Era molestísimo y no me gustaba. Y ahora me pregunto si era ella o es que a mí me pasa algo raro.
—¿Algo raro? —preguntó Xena, mirándola con una ceja enarcada. Ah, creo que ya sé cuál es su problema. Bueno... se rió mentalmente. Sólo hay una forma de averiguarlo, supongo.
—Sí —la bardo bajó los ojos y suspiró.
—Mm-mm —Xena se movió ligeramente y, cuando la bardo levantó la mirada, la guerrera alzó despacio una mano y acarició con los dedos el lado de la cara de Gabrielle, luego siguió delicadamente la línea de su mandíbula, bajó por el lado del cuello y le acarició la clavícula hasta detenerse justo encima de su corazón. Notó el pulso que se aceleraba bajo sus dedos. Vio que la garganta de la bardo se agitaba al tragar convulsivamente y que la respiración se le hacía irregular—. Qué va. A mí me parece que estás bien —dijo Xena con despreocupación. Creo que eso responde a la pregunta —. Pero mejor me aseguro —y se inclinó y la besó, y luego volvió a apoyarse relajadamente en el cabecero con una sonrisa.
—Oh —soltó Gabrielle, luego bajó los ojos y hundió la cara en la camisa de Xena con una risita. Caray. Todavía notaba el hormigueo que le corría por la espalda y por un momento se planteó ceder a sus instintos. Pero a pesar de lo que le había dicho la guerrera para tranquilizarla, veía el dolor y el agotamiento que acechaban en esos ojos y sabía que ya habría tiempo más adelante para seguir experimentando—. Creo que tienes razón —contestó por fin, después de respirar hondo, y levantó de nuevo los ojos con una sonrisa—. Gracias.
—De nada —contestó Xena, notando que se le iban cerrando los ojos, pues el esfuerzo de los dos últimos días empezaba a pasarle factura. Rodeó a la bardo con el brazo con más firmeza y dejó que el ruido constante de la lluvia y la cálida seguridad de la presencia de Gabrielle la arrullaran hasta que se durmió.