La esencia de una guerrera xiv

Arella tiene planes macabros para acabar con el reinado de gabrielle, mientras xena no tiene paz y se va a tierra amazona a ver a gabrielle

La esencia de una guerrera

Melissa Good

Título original:A Warrior By Any Other Name.Copyright de la traducción: Atalía (c) 2002

Erika estaba taciturna al día siguiente. Ephiny lo advirtió con una sonrisa tensa. La amazona morena comía en silencio el excelente y gran desayuno que les sirvió Toris y evitaba mirar a Ephiny a los ojos. Ah... es muy joven , pensó Ephiny, aunque no estaba dispuesta en absoluto a usar eso como excusa para justificar un asesinato. También lo es Arella. Tal vez eso es parte del problema... Echó una mirada al otro lado de la sala, donde estaba sentada Xena, con los brazos apoyados en las rodillas cubiertas con botas, hablando en voz baja con una niña sentada frente a ella. Más alta de lo normal, de pelo rubio clarísimo y muy delgada, la niña llevaba un arco corto colgado del hombro y una aljaba colgada del ancho cinturón. A sus pies había un morral de viaje informe y escuchaba atentamente a la guerrera.

—Cait, sabes que no tienes que ir si no quieres —dijo Xena, en voz baja—. Puedes quedarte aquí, madre ha dicho que tendrías un sitio para ti en nuestro... —aquí sonrió un poco—, hogar, si lo quieres.

Cait la miró solemnemente con sus ojos grises casi incoloros.

—Quiero ir. Yo... hay cosas que quiero que aquí no puedo encontrar —esbozó media sonrisa—. Creo que tú lo comprendes.

Xena asintió. Lo comprendía. Y lo que no le había dicho a Ephiny era que después de que sus padres murieran en el ataque, esta niña se había colado en el campamento enemigo y le había cortado el cuello al líder. Una niña peligrosa, era Cait. Una a quien ella comprendía de una forma única.

—Muy bien. Ephiny te llevará al territorio de las amazonas y te buscará una familia adoptiva. Está bien, puedes confiar en ella —bajó la voz—. Pero en la otra no. Creemos que anoche intentó matar a Ephiny.

—Es cierto —contestó Cait con cautela—. Yo la vi y la seguí cuando me pareció que se dirigía a tu sitio de siempre.

Xena le sonrió, pues hacía tiempo que sabía que tenía una espectadora silenciosa.

—¿Y has estado disfrutando del espectáculo? —preguntó, con tono humorístico.

Cait sonrió, sin la menor vergüenza. Se había enfadado mucho con Xena cuando la guerrera se negó a enseñarle a manejar la espada, pero a lo largo de las semanas, primero le había ido cayendo bien y luego había acabado sintiendo un aprecio auténtico y entusiasta por ella. Por la única persona con la que le parecía que podía hablar con franqueza. La única persona que había conocido en su corta vida que entendía perfectamente sus motivaciones.

—Anoche estuvo mejor que nunca —suspiró, con los ojos iluminados—. Fue como... magia.

Xena la miró, desconcertada.

—Sí, el ejercicio no estuvo mal —dijo despacio—. Estaba de muy buen humor.

—Ya lo noté —contestó Cait suavemente.

—Sí, ¿eh? —replicó Xena, sonriendo. Se irguió—. Me gustaría que hicieras algo por mí.

Cait asintió.

—Lo intentaré.

Xena cogió dos cosas y las empujó al otro lado de la mesa. La primera, un paquete de pergamino sellado, se la entregó a Cait.

—Esto quiero que se lo des a la reina amazona. Es Gabrielle. ¿Te acuerdas de ella?

Cait asintió enérgicamente.

—Oh, sí. Tu amiga, la del pelo dorado rojizo. La narradora.

—Sí, ésa es —Xena dejó que una sonrisa asomase un momento a su cara por lo demás seria—. Tú dáselo, reconocerá el sello —cogió el otro objeto y se puso a darle vueltas entre las manos—. Esto necesito que te lo lleves y se lo des a ella también. ¿Puedes hacerlo? —le entregó el objeto a Cait, que lo cogió con cuidado y lo examinó. Un cuchillo hábilmente forjado, del mismo molde que su larga espada, con un sello grabado en la empuñadura. Un sello igual al de la cera del pergamino. Cait lo sacó con cuidado de la vaina de cuero y examinó la hoja bien afilada y los dos canalillos paralelos que bajaban por cada lado. Miró a Xena, con un conocimiento impropio de sus doce años, luego volvió a mirar el cuchillo y lo envainó.

—Puedo hacerlo —dijo la niña, tajante y tranquila.

Xena asintió y le tocó la mano, bajando la voz.

—Quiero que vigiles a Ephiny, Cait. Es importante que llegue a casa —sus ojos azules se clavaron en los grises.

Cait le sostuvo la mirada, pero se llevó el cuchillo a los labios y lo besó.

—Lo haré —susurró y dos almas fieras intercambiaron un entendimiento—. Lo prometo.

—Vale, y cuando la veas —añadió Xena, echando un vistazo a las amazonas que esperaban—, dale ese cuchillo a Gabrielle. Dile que es de mi parte. Para... las emergencias. Y dale otra cosa de mi parte.

Cait se levantó, pues sabía que era hora de marcharse.

—¿El qué?

—Ven aquí —dijo Xena y, cuando la niña se acercó, se echó hacia delante y le dio un abrazo que, tras un momento de estupor, Cait le devolvió con fuerza—. Así —dijo Xena, soltándola—. ¿Vale?

Cait sonrió.

—Creo que eso le va a gustar más que el cuchillo —dijo, sabiamente.

Xena se echó a reír.

—Ah, creo que tienes razón. Pero dáselo de todas formas —el cuchillo... todavía estaba dándole vueltas en la cabeza, pensando si era o no una buena idea. No esperaba que Gabrielle lo fuera a usar, no... lo que sentía la bardo sobre el derramamiento de sangre era algo de lo que Xena era poderosamente consciente. No... pero el incidente de las flechas le había causado mucha preocupación por su seguridad y había estado a punto de mandar a paseo la cautela y todo lo demás y simplemente... ir... en persona a la aldea amazona. De hecho, plantada al amanecer de cara al viento ante el establo, había sentido un tirón repentino y urgente en esa dirección y hasta dio varios pasos antes de darse cuenta y detenerse. No, Gabrielle no usaría el puñal.

Pero era lo bastante prudente como para saber que si lo llevaba al cinto, eso podría, tal vez podría detener una posible amenaza. Y... el sello garantizaba que todo el que lo viera supiera con exactitud quién estaba detrás de la acosada reina amazona. Podría ir sin más... pero ha dicho que necesitaba un poco más de tiempo... y según el análisis de Ephiny, cualquier posible desafío está todavía en fase de planificación. No quiero estropearle las cosas, pero desde luego, tampoco quiero que le hagan daño. O algo peor. ¿Un poco más de tiempo, bardo mía? Está bien, pero no mucho más. Creo que no voy a esperar hasta esa fiesta para hacerte una visita , decidió severamente. Aunque... su mente se burló amablemente de ella, no es que necesites una excusa, ¿verdad?

—Oh, espera... casi me olvido —murmuró Xena, apresurándose a reprimir una sonrisa—. Ahora mismo vuelvo —desapareció en la cocina y no tardó en encontrar a Cyrene, que vigilaba una olla que hervía ligeramente. Levantó la mirada al oír los característicos pasos de su hija.

—Buenos días, querida —le sonrió.

—Hola —contestó Xena, apoyándose en un soporte de madera—. No tendrás por aquí algunas de esas empanadillas, ¿verdad?

Cyrene se echó a reír.

—Creo que tengo una nueva adicta —bromeó—. Todo parte de mi plan para conseguir que te quedes.

Xena le sonrió con cariño.

—Para mí no. Para una amiga.

—Oh, por supuesto —Cyrene sofocó una carcajada y luego se detuvo y la miró—. ¡Ah... espera! ¿Para Gabrielle? —observó el rostro de su hija con ojos pícaros. La sonrisa de Xena le contestó—. Bueno, en ese caso, te prepararé un paquete.

—¿En ese caso? —preguntó Xena, enarcando una ceja.

Cyrene subió la mano y la agarró de la barbilla, riendo.

—Bueno, ahora es parte de la familia, ¿no?

Oh. Xena notó el rubor que le iba subiendo por el cuello hasta las mejillas. No tiene sentido mentir. A ella no, al menos.

—Sí, supongo que sí —fue la tranquila respuesta, seguida de una ligera carcajada.

Su madre sonrió y le dio una palmadita en la tripa.

—El amor te sienta bien, querida —fue detrás de una alacena y sacó un paño para envolver, le dio tiempo a Xena para que se serenara y luego salió de nuevo con un paquete muy bien envuelto—. Aquí tienes.

—Gracias —contestó la guerrera, con un pequeña sonrisa—. Sé que serán apreciadas.

Cyrene la despidió con un gesto.

—Hala, vete. Tengo que ocuparme del estofado —esperó hasta oír que se cerraba la puerta y luego se echó a reír para sí misma. Si hace un mes alguien me hubiera dicho que iba a pasar una cosa así, lo habría echado a escobazos por la puerta. Y ahora mira: el negocio va mejor que nunca y el pueblo está... renovado, con una confianza que emana directamente de ella. Creo que por fin ha pagado esa deuda. Al menos a mí me la ha pagado. Creo que la quiero otra vez. No, sé que la quiero.

—Muy bien —dijo Xena, regresando a la mesa y llevando a Cait hasta las amazonas—. ¿Todo el mundo listo? —Cait, que ya había hecho desaparecer el cuchillo guardándolo, sonrió con timidez a las dos mujeres—. Ésta es Cait y quiere ir con vosotras. Cait, éstas son Ephiny y Erika y son amazonas —le entregó un paquete a Ephiny, con una sonrisa—. Dale esto a su majestad, por favor. Con los saludos de mi madre.

—Hola, Cait —Ephiny sonrió afectuosamente—. ¿Estás preparada? —Erika se limitó a saludar a la niña inclinando la cabeza.

—Todo listo —dijo Cait, levantando su morral.

Ephiny le dio una palmadita a la niña en el hombro y la llevó hacia la puerta. Se volvió al abrirla y miró a Xena, que estaba de pie, cruzada de brazos, observando.

—Cuídate —dijo, saludándola con la cabeza.

—Nos veremos —contestó Xena, enarcando una ceja y guiñando apenas un ojo. Vio alivio seguido de comprensión en el rostro de la amazona rubia.

Aldea amazona: por la noche, dos días después

Gabrielle apoyó la cabeza en las manos, respirando hondo para intentar calmarse. La escena de hoy en la sala del consejo la había asustado más de lo que estaba dispuesta a admitir, aunque se había mantenido firme y había hecho valer su punto de vista. Una vez más. ¿Pero cuánto tiempo iba a poder seguir haciendo esto? Primero, los rumores de una invasión de su territorio por parte de los centauros. Resultaron ser falsos. Luego llegó la noticia de que había bandidos de la aldea vecina arrasando los campos. También resultó ser falsa. En cada ocasión, la paz había prevalecido. La calma había prevalecido. La otra mañana, tuvo la seguridad de que Arella la iba a desafiar, en el comedor mismo a la hora del desayuno. Le costó controlar el ataque de miedo puro e irracional. Pero lo hizo. Ahora, llegaba la noticia de que Ephiny regresaba con Erika y una niña desconocida.

—¿Gabrielle? —se oyó la suave voz de Granella en la puerta. Levantó la mirada y vio a la delgada amazona mirándola con cierta preocupación—. Ephiny ha llegado a la puerta. He pensado que querrías saberlo.

—Gracias —dijo la bardo, respirando hondo y apartándose de la mesa de trabajo. Cruzando la habitación, se detuvo en la puerta, vio a la rubia de inmediato y se quedó mirando mientras Erika se alejaba rumbo a la zona de Arella con la cara muy larga. Se animó, al darse cuenta de que eso sólo quería decir una cosa, aunque no había tenido la menor duda. Ephiny la vio y echó a andar hacia ella, haciéndole un gesto al tercer miembro de su grupo para que fuera con ella. ¿Pero quién...? pensó la bardo. Le resultaba vagamente conocida, pero Gabrielle tardó un poco en recordar de qué... aunque se le fue aclarando la memoria a medida que se acercaban y de repente se acordó. ¿Eh?

—¡Gabrielle! —la llamó Ephiny, con aire cansado, pero aliviado—. Tenías toda la razón —sus labios se curvaron en una sonrisa, comparable a la que lucía la reina—. Y te traigo un tratado firmado por la conquistadora del mundo.

Gabrielle fue hacia ellas, notando que se le quitaba parte de la tensión.

—Seguro que puso los ojos en blanco cuando lo vio —dijo la bardo riendo y luego miró a la niña—. Hola, Cait... cuánto tiempo.

Los ojos de la niña se iluminaron al ver que se acordaba de ella y sonrió a Gabrielle con timidez. Gabrielle le devolvió la sonrisa y las hizo pasar a las dos a su cabaña. Está más alta, pero sigue pareciendo un fantasma.

—Parece que aquí Cait quiere formar parte de nuestra gran familia, Gabrielle —dijo Ephiny en tono de guasa—. Viene recomendada por Xena.

—Bueno, ésa es recomendación suficiente para mí —replicó la reina, guiñándole el ojo a Cait.

—Tengo unas cosas para ti —dijo Cait, acercándose un poco.

—¿Ah, sí? —preguntó Gabrielle, un poco desconcertada—. ¿Cómo qué?

Le ofreció el pergamino primero.

—Esto.

Gabrielle lo cogió, miró el sello y sonrió relajadamente.

—Ya veo quién lo envía —se echó a reír. Empezó a sentir un calorcillo en la boca del estómago.

Cait también sonrió.

—Sí. Y esto... dijo que te dijera que era en caso de emergencias —la niña sacó un objeto largo de su morral y se lo entregó solemnemente.

La bardo alargó la mano despacio y lo cogió, examinándolo con los ojos, y tocó suavemente el sello de la empuñadura. Sus ojos se posaron en Ephiny, advirtiendo las ojeras de agotamiento que tenía la rubia amazona bajo los ojos y su mirada preocupada.

—Gracias — En caso de emergencias... ¿qué puede haber pasado para que Xena se asuste hasta el punto de enviarme esto?

Cait esperó.

—Una cosa más —dijo, suavemente.

Gabrielle volvió a prestar atención a la niña.

—Muy bien, ¿qué es? —preguntó, obligándose a hablar con tono paciente y alegre.

—Esto —y la niña se adelantó y abrazó a la sorprendida bardo, intentando estrujarla con todas sus fuerzas. Con toda la fuerza que sabía que habría deseado la guerrera que se había quedado atrás. Porque a esta amiga suya parecía hacerle mucha falta.

Gabrielle tomó aliento temblorosamente y abrazó a su vez a la niña.

—Gracias, Cait —dijo y soltó a la niña, revolviéndole el pelo—. Eso ha sido lo mejor.

Cait dejó asomar media sonrisa.

—Ya le dije yo que ibas a decir eso —dijo.

—Bueno, Cait, vamos a instalarte —Ephiny suspiró y miró hacia la puerta, aliviada al ver allí a Granella, que esperaba—. Gran, ¿puedes...?

—Claro —la exploradora puso la mano con delicadeza en el hombro de Cait—. Vamos, Cait... seguro que tienes hambre —intercambió un saludo con Ephiny y se llevó a la niña.

Gabrielle se las quedó mirando mientras se iban, luego se volvió hacia Ephiny y le tiró del brazo.

—Siéntate antes de que te caigas. ¿Qué está pasando? —preguntó, secamente, apoyándose en el borde de la mesa de trabajo—. ¿Qué ha ocurrido para que reciba esto... —levantó el cuchillo—, de mi por lo general sensata, aunque superprotectora mejor amiga?

Ephiny se lo contó.

—De modo que creemos, y ahora Cait lo confirma, que Erika intentaba conseguir que Xena no pudiera ser tu campeona. Yo sólo era una... oportuna excusa —le echó a la reina una mirada sardónica—. Sin embargo, tu campeona se apresuró a decirme que la ley amazona no se le iba a aplicar a ella como alguien le hiciera algo a su Gabrielle —la amazona sonrió por dentro al ver el rápido sonrojo que cubrió las claras facciones de Gabrielle—. Y, por cierto, te envía esto —le pasó a Gabrielle el paquete envuelto—. Dijo que con los saludos de su madre.

Gabrielle cogió el paquete con curiosidad y lo desenvolvió y en su cara apareció una sonrisa inesperada.

—Qué bien me conoce —dijo, riendo suavemente, y mostró las empanadillas. Olían maravillosamente y las probó de inmediato, enarcando las cejas con placer—. Oh, caray... ¡están fantásticas! —le ofreció una a Ephiny, que reprimió una sonrisa y aceptó, masticando pensativa—. Bueno... ¿y cómo van las cosas por allí? —preguntó la bardo, con aire indiferente.

Ephiny le sonrió con intención.

—Bien, creo... se ha ganado a todo Anfípolis, por cierto. Y... ah, sí, no sé cómo, pero se ha encontrado un cachorro de lobo que la sigue por todas partes.

Gabrielle soltó una risita.

—¿¿¿Un cachorro??? Lo que daría por verlo — Oh... qué cierto es eso. Tal que ahora mismo.

—Sí, no me contó la historia, pero es una monada. Lo llama Ares —dijo la amazona con tono de guasa, viendo cómo el humor de la reina mejoraba considerablemente—. Y anoche me levanté para colocar bien mi colchón de paja y la pillé durmiendo con él acurrucado en el pliegue del brazo, los dos bien pegaditos. Era una cosa tiernísima. Pero si le dices que lo he visto, seguro que nos mata a las dos —por la sonrisa encantada de Gabrielle valía la pena correr ese riesgo.

—Ni una palabra, te lo prometo —dijo la reina riendo—. Detesta que la gente consiga ver lo que hay debajo de esa fachada de guerrera despiadada que se pone.

—Salvo tú —a Ephiny se le escaparon las palabras antes de poder detenerlas y aguantó la respiración, esperando la regañina.

Gabrielle se la quedó mirando un momento, luego sonrió y se encogió ligeramente de hombros.

—Salvo yo —asintió alegremente—. Pero me costó mucho tiempo y esfuerzo —hizo una pausa—. Aunque no me importó.

Ephiny se echó a reír.

—Seguro —y continuó con su informe—. Y aunque tiene unas cicatrices muy recientes en los brazos que se parecen mucho a las marcas de una pantera y que tampoco me explicó, por lo demás tiene un aspecto estupendo. Creo que esta estancia con su familia le ha venido bien —observó que la reina absorbía todo como una esponja.

Gabrielle asintió.

—Gracias, me alegro de oír eso. Tampoco es que estuviera preocupada... ya conoces a Xena. Es capaz de encontrar soluciones para prácticamente cualquier situación.

Ephiny sonrió y asintió.

—Eso es cierto. Es única.

La bardo sonrió a su vez y asintió.

—Entre otras cosas —cogió el pergamino y rompió el sello, leyendo el contenido con curiosidad. Luego lo volvió a leer y esta vez en su cara se fue formando una lenta sonrisa. El tratado llevaba algunas enmiendas en puntos muy divertidos y se le había añadido un artículo para la protección de Potedaia por unos pocos dinares más. Y la conclusión... escrita en un dialecto que la guerrera sabía perfectamente que sólo ella podría leer. Y luego dice que no le gustan las cursiladas. Tocó las palabras con la punta de un dedo. Una risita, fuera de lugar dada la gravedad de la situación, brotó a la superficie—. Lo siento. Es que aquí ha puesto una cosa muy graciosa —echó una mirada a Ephiny, que observaba su cara con aire risueño y cansado. Y luego pasó al segundo pergamino, que la hizo estallar en carcajadas—. Oh... muy bueno —le leyó el último párrafo a Ephiny, que sacó fuerzas de flaqueza para reírse también—. Ojalá...

Ephiny levantó la mirada cuando la bardo se quedó callada. La reina daba vueltas al pergamino entre las manos.

—Gabrielle... —dijo, vacilando.

—Sí —los ojos verdes levantaron la mirada y parpadearon—. En cualquier caso, me alegro de que hayas vuelto sana y salva —logró sonreír con aire tranquilizador—. ¿Por qué no te vas a dormir? Pareces agotada.

La amazona se levantó con un esfuerzo.

—Lo estoy —suspiró—. Cuesta dormir con un ojo abierto, aunque... —dijo pensativa—, me daba cuenta de que la pequeña Cait me vigilaba estrechamente —le echó a la bardo una sonrisa taimada—. Creo que cierta amiga superprotectora tuya le debió de dar instrucciones en privado.

Gabrielle lo pensó un momento y luego se echó a reír suavemente.

—A Xena no le gusta dejar las cosas al azar — Y ojalá que en estos momentos pudiera sentir sus brazos superprotectores a mi alrededor —. Así que no me sorprendería.

—Buenas noches —suspiró Ephiny y agitó un poco la mano—. Y trata de dormir un poco tú también, ¿vale? —la fulminó en broma con la mirada y se marchó, meneando la cabeza.

—Sí, claro —murmuró la bardo, sentándose en la cama y mirando el pergamino que seguía aferrando con una mano. Lo leyó varias veces, con labios risueños al imaginar las palabras, entonación incluida, pronunciadas por Xena. Sobre todo el último párrafo, porque oía en su mente la bajada de tono deliberada y ese leve gruñido que lo acompañaría. Dos semanas más hasta la luna llena. No sé si lo voy a conseguir.

Se tumbó boca arriba en la cama y se quedó mirando el techo malhumorada. Estoy cansada. Estoy cansadísima y exasperadísima y lo único que quiero... dioses. Cerró los ojos y concentró hasta la última gota de ese deseo en su objeto, empleando toda su energía para enviarlo. Xena... sé que no me puedes oír. Sé que sólo los muertos pueden oír nuestros pensamientos. Pero no sé qué otra cosa hacer, así que voy a hacer como que me oyes. Por favor. Te necesito.

Y entonces, inquieta, se quedó dormida y se despertó sólo cuando se vio atrapada en el peor de sus sueños, la vieja y conocida pesadilla en que Xena moría, llevándose la mitad de su alma consigo y dejando el vacío detrás, y entonces se vio lanzada al mundo de la vigilia, donde el presente y el pasado se fundían y ella no sabía si se trataba de un sueño. Se sentó de golpe en la cama, con el corazón desbocado, mirando a su alrededor con aprensión. Hasta que el crujido de un pergamino le hizo posar la mirada en la hoja que aferraba en el puño. Hasta que sus ojos leyeron las palabras y le hicieron recordar que esto era el ahora y que Xena estaba bien viva y que ella estaba aquí para ayudar a poner en orden a las amazonas, no porque no tuviera otra opción.

—Oh, dioses —dijo en voz alta, esperando a que se le calmase el corazón. Vale... vale... respira hondo... Vamos, Gabrielle, sólo era un sueño, ya no eres una cría. Estremecida, se levantó, fue hasta la jarra que tenía encima de su mesa de trabajo, se sirvió un vaso de agua y se lo bebió con largos tragos. Luego, con cuidado, con precisión, dejó el vaso, se desplomó en la silla y se puso la cabeza en las manos. Oh, bueno... de todas formas, ya casi está amaneciendo , pensó su cerebro medio aturdido. Supongo que un buen chapuzón en agua fría no me hará ningún daño.

Anfípolis: esa misma noche

—Xena —la llamó Cyrene, suavemente, y luego alargó la mano para tocar la de su hija. La guerrera se había parado a medio masticar y estaba sentada en silencio, con expresión absorta.

—¿Mmm? —Xena pegó un respingo y sacudió un poco la cabeza para despejársela—. Mm. Perdón —dejó el tenedor y se echó hacia atrás un momento, respirando hondo. ¿Pero qué ha sido eso? Dioses.... creo que de verdad me pasa algo. Llevo toda la noche igual.

Cyrene se acercó más a ella.

—¿Qué te ocurre? —susurró, y en su tono se percibía ahora la preocupación—. Es la segunda vez esta noche que te me vas.

—No... no lo sé —confesó Xena, meneando la cabeza despacio—. Es que no paro de tener la sensación de que hay algo que va mal en alguna parte.

—¿Es Gabrielle? —preguntó Cyrene, frotando el dorso de la mano de Xena con el pulgar.

La guerrera ni se molestó en intentar disimular.

—No lo sé —contestó, mirando al frente, donde Toris volvía a la mesa con otro vaso de cerveza.

Toris vio su expresión cuando llegó y se sentó rápidamente a su lado.

—¿Qué ocurre? —echó una mirada rápida a Cyrene, que se encogió ligeramente de hombros—. ¿Qué te pasa?

—Escuchad, creo que estoy cansada —dijo la guerrera, apartándose de la mesa y levantándose—. Me voy a relajar un rato —apretó el hombro de su madre y le dio una palmadita a Toris en la cabeza—. Que os divirtáis —dejó la taberna y salió al fresco aire nocturno, cargado con el denso olor a lluvia. A lo lejos, oyó el rugido del trueno y vio el veloz relámpago de los rayos en el horizonte.

Una honda bocanada de aire no le sirvió para disipar la sensación de pánico que llevaba unas horas sintiendo, una sensación sin causa aparente, pero que era absolutamente real para ella. ¿Es Gabrielle? Reconocer eso sería reconocer que Jessan estaba, con toda probabilidad, en lo cierto y que compartían una conexión que no estaba segura de comprender. ¿O era sólo su imaginación, desbocada por el incidente con Erika y la inquietud de Ephiny?

Qué curioso... hasta ahora siempre me he fiado de mis instintos , pensó, apoyándose en la barandilla del porche de la taberna. Oyó que la puerta se abría detrás de ella y se volvió cuando Cyrene llegó a su lado y se apoyó también en la barandilla.

—¿Sigues preocupada? —preguntó Cyrene, mirándola. No le hacía falta preguntarlo. Notaba la tensión que se desprendía casi de la alta figura que estaba a su lado.

—No consigo quitármelo de encima —contestó la guerrera, contemplando pensativa la oscuridad—. Tengo un nudo en el estómago —sacudió la cabeza como para despejársela—. No es nada tangible, sólo... una especie de aprensión.

Cyrene se mordió el labio un momento y luego posó la mano en el brazo que tenía al lado.

—Xena... a veces nuestra mente y nuestro corazón nos intentan decir cosas que en realidad no estamos preparados para escuchar —miró con franqueza a los ojos sorprendidos—. Y creo que deberías escuchar.

Xena volvió a contemplar la noche.

—Ya lo sé —contestó por fin, en voz baja—. Es que no estoy segura de si me está diciendo algo que necesito saber o algo que simplemente quiero oír —meneó la cabeza y se irguió—. Pero no creo que pueda correr el riesgo de no averiguarlo.

Cyrene sonrió.

—Vas a ir.

—Sí —fue la respuesta, al tiempo que la guerrera se volvía hacia el establo apenas visible.

—Ten cuidado —le aconsejó su madre, abrazándola rápidamente.

Xena asintió.

—Lo tendré —y bajó muy decidida por el sendero, cruzó la puerta y la cerró al pasar. Ahora que la decisión estaba tomada, sus movimientos se hicieron precisos y resueltos. Quitándose la túnica, cambió el lino por el cuero y se abrochó los tirantes con ágil precisión. Levantando la armadura de los hombros, metió la cabeza por ella, se colocó las placas con un leve tintineo de metal al chocar con metal y abrochó debidamente las hebillas que las sujetaban con un satisfactorio chasquido.

Fue hasta Argo, echándole una manta para la silla por el lomo en cuanto alzó la cabeza, ya inquieta, pues sabía lo que significaba toda esa armadura. Sujetó la manta, luego cogió la silla del murete de la caballeriza y la colocó sobre el lomo del caballo, apretando la cincha con un tirón suave y experto. Le pasó la brida por la cabeza, metiéndole las orejas por debajo de la cabezada y pasándole el flequillo a través de las correas. Abrochó la cadenilla y le hizo morder el bocado.

—Tranquila, chica —murmuró—. Vamos —abrió la puerta de una patada—. Vamos, atrás —se apartó mientras Argo retrocedía obedientemente para salir de la caballeriza y la siguió hasta la puerta.

Xena cogió sus brazales y se sentó un momento para ponerse las espinilleras, tras lo cual pegó unas patadas en el suelo con las botas para asentar la armadura protectora. Levantó la mirada cuando se abrió la puerta y su madre asomó la cabeza.

—Ya casi estoy lista —dijo, levantándose y colocándose la espada envainada en los enganches de la espalda, hecho lo cual, se colgó el chakram de la cintura.

—Ya lo veo —dijo Cyrene un poco sin aliento—. Pareces mucho... más grande... cuando te pones todo eso —dijo, entrando en el establo, y alargó una mano para tocar la reluciente armadura.

Xena se la quedó mirando, con una sonrisa afectuosa y humorística.

—Como si no fuese ya lo bastante grande —comentó—. Parece que esta noche me voy a mojar, para colmo —colocó una alforja con provisiones sobre la cruz de la yegua, sujeta a una de las diversas argollas de la silla.

—Toma —dijo Cyrene, entregándole un paquete—. No creo que vayas a tener oportunidad de pararte a comer.

Xena se echó a reír.

—Madre —dijo, pero cogió el paquete y la abrazó rápidamente—. Gracias. Deséame suerte.

—Buena suerte —dijo Cyrene, obedientemente—. ¿Y me haces un favor?

Xena la miró, enarcando una ceja.

—Si puedo, por supuesto.

—Tráete a Gabrielle cuando vuelvas —dijo Cyrene, poniéndole una mano en el brazo—. Quiero conocerla.

La guerrera tomó aliento y luego lo soltó.

—Muy bien — Qué lista, Xena... como las juntes a las dos, estás muerta. Ah, en fin —. Lo haré —prometió y sacó a Argo por la puerta, se montó con agilidad y la dirigió hacia el camino.

Aldea amazona: esa misma noche

Erika entró con impaciencia en la cabaña de Arella, sobresaltando a la alta pelirroja.

—Nada —soltó la morena—. Y deja que te diga una cosa, más vale que te pienses bien lo del desafío.

Arella apartó la mirada del mapa que estaba estudiando y ladeó la cabeza.

—En primer lugar, bienvenida —dijo, acercándose y abrazando a la mujer más baja—. En segundo lugar, merecía la pena intentarlo, no te sientas mal —sonrió—. Yo he hecho algunos progresos aquí, pero maldita sea, cómo se resiste esa mujer —arrugó el entrecejo—. Bueno, ¿qué decías del desafío?

Erika se sentó de golpe, apoyando los brazos en las rodillas.

—Qué semana del Hades. El viaje de ida fue desquiciante. Esa Ephiny y sus malditos ojos. Luego llegamos y, efectivamente, nuestra reinita tenía razón. Como sospechabas —suspiró con cansancio. Arella fue a una mesa pequeña, sirvió un líquido rojo en un vaso alto y se lo dio a Erika, acuclillándose a su lado y dándole unas palmaditas en la rodilla.

—Gracias —dijo, cogiendo el vaso, y bebió un largo trago—. Oh... qué bueno —apoyó la frente en el vaso durante un instante—. Bueno, a lo que iba... esa noche vi que Xena se metía en el bosque. La seguí... quería saber qué tramaba. Y por los dioses... Arella, lo que vi no era humano. No es posible que fuese capaz de hacer las cosas que la vi hacer.

Arella se cansó de estar en cuclillas y se sentó delante de Erika con las piernas cruzadas.

—¿A qué te refieres? —apoyó la barbilla en la mano—. No te entiendo.

Erika meneó la cabeza morena.

—Se puso a hacer... no sé, ejercicios con la espada, supongo. Pero los hacía a tal velocidad que no se veía la hoja, Ari. Y luego se puso a hacerlos dando volteretas y saltos por el aire... se ponía... Mira, no lo hagas, ¿vale? Sé que eres muy buena, Ari, buena de verdad... pero ésta no es que fuese buena. Superaba cualquier cosa.

Arella se mordisqueó el labio pensativa.

—Podría presentar el desafío ahora... no logrará llegar a tiempo.

—No te va a valer y lo sabes. Ha nombrado a una campeona. Te obligarán a esperar —contestó Erika, apartando un mechón de pelo de los ojos de Arella.

Arella suspiró.

—Bueno, pues tendremos que impedir que llegue aquí —miró el rostro sorprendido de Erika—. Escucha, he intentado una y otra vez hacérselo entender a nuestra supuesta reina. Está absolutamente decidida a seguir su línea hasta llevarnos a la ruina completa. Cada maniobra que intento, ella la contrarresta. Cada rumor que hago correr, ella lo aplasta. Te lo juro, esa mujer es... —meneó la cabeza—. Bueno, el caso es que ha firmado un tratado con las dos aldeas del norte y hasta ahí podríamos llegar. Ya han empezado a construir granjas en los bosques del norte —se apretó las sienes—. No comprendo por qué no consigo hacerle ver lo que nos está haciendo. No entiende lo que somos, Rika. Se cree que somos granjeras o algo así. Después de vivir dos años con Xena, se podría pensar que comprende lo que es una guerrera. Supongo que no. A lo mejor piensa que también puede cambiar a Xena de esta forma.

Erika masajeó suavemente el musculoso hombro que tenía al lado.

—Lo sé. Pero deja que te diga que ese fuego tiene llamas muy profundas... ella no sabe con qué está jugando —sonrió con ironía—. En cualquier caso, me quedo esperando a que Xena termine con este espectáculo imposible de talento técnico y entonces me doy cuenta de que Ephiny también la ha seguido al bosque. Una oportunidad perfecta, pienso... de modo que me sitúo detrás de ellas. Se ponen a hablar... —siguió narrando, consciente de la mirada apreciativa de Arella—. Porque Xena también la había oído, aunque bien saben los dioses que Ephiny no es mala rastreadora, y se había colocado detrás de ella. Y le dio un susto, qué gracia me hizo. Así que se ponen a hablar y yo tenso la ballesta y entonces me doy cuenta de que Xena lo ha oído. Te lo juro, esa mujer tiene oído de lobo, Ari, el mecanismo de mi ballesta hace menos ruido que dos briznas de hierba al rozarse, tú lo sabes. De modo que veo que se queda muy quieta... y pienso que tenías razón... si las historias son ciertas, es capaz de esquivar mis flechas. Y disparo. Y ya lo creo que se aparta.

Arella se echó hacia delante.

—¿Fallaste? ¡No me lo puedo creer!

—¡No! —Erika levantó las manos disgustada—. ¡La maldita va y atrapa las flechas! ¡En medio del aire! Y créeme, tardé un rato en volver a encajarme la mandíbula antes de salir corriendo de allí —bebió un largo trago del vino—. Ari, me da miedo —miró a Arella a los ojos—. De verdad. Estuve cenando con ella y no podía mirarla a los ojos más de un segundo. Es tan intensa.

Arella se quedó pensativa.

—Mientras siga viva, estamos atrapadas, Rika —se puso muy seria—. Mientras sea la campeona de Gabrielle, viviremos de acuerdo a las normas de Gabrielle. Yo no puedo vivir así. No soy granjera y, como pueblo, moriremos sin la necesidad de luchar. Tú lo sabes. Nos convertiremos en un grupo más de campesinas. ¿Tú quieres eso? Yo no. No puedo aceptarlo. He probado el sabor del combate... y no puedo renunciar a él. Así que me parece que voy a tener que hacer que mi cuerpo siga a mis creencias —miró al suelo—. ¿Va a venir aquí?

—Eso creo —dijo Erika—. Creo que Gabrielle se lo ha pedido, en esa nota que llevaba Ephiny —hizo una mueca—. Y, Ari... aparte de todo lo demás... hay algo entre ellas. Con Xena es difícil saber lo que piensa en el mejor de los casos, pero ni siquiera ella logró evitar reaccionar al leer lo que ponía en esa nota.

Arella asintió.

—Entonces tenemos que detenerla. En el desfiladero. Si apostamos gente suficiente, podemos pillarla desprevenida, y me da igual que sea el propio Ares en persona, no conseguirá vencernos a todas —levantó la mirada, clavándola en los ojos de Erika—. Se trata de mi propio destino, Rika. Y si tengo que enfrentarme a Xena, eso es lo que haré. Nuestro patrimonio es demasiado importante para perderlo.

Erika asintió despacio.

—Muy bien. Estoy contigo. Todas lo estamos... ninguna de nosotras quiere ser pasarse la vida escarbando la tierra. Y tampoco quiero que las hijas que pueda tener crezcan así.

—Voy a convocar una reunión —dijo Arella, acariciándole la mejilla—. Tú duerme un poco. Pareces agotada —fue a la puerta, pensando: Una emboscada... eso funcionará. Y ella provocaría un conflicto con los centauros para desviar la atención de todo el mundo de lo que estaba ocurriendo en el desfiladero. Conociendo a Gabrielle, y empezaba a pensar que la conocía, la mujer correría a defender a los centauros. Y tal vez, sólo tal vez, ella podría usar esa traición de los intereses de las amazonas para acabar de enemistar a la terca reina con su pueblo. Siento... lástima por ella, pensó, contemplando la oscuridad del bosque. Porque no comprende lo fuerte que es esta necesidad que tenemos... no la ha experimentado. ¿Cómo lo soporta Xena, me pregunto? Es un poco triste... la pequeña Gabrielle y su moral... dispuesta a reformar a la ex señora de la guerra. Qué tonta... ¿es que no se da cuenta de que no tiene nada que hacer? Supongo que no... porque cómo se empeña con nosotras. Bueno, pequeña Gabrielle, me temo que no vas a tener la oportunidad de reformar a tu amiga, porque no puedo dejarla vivir. Es demasiado peligrosa para nosotras. Lástima... porque sería una aliada magnífica. Mejor que tú, en cualquier caso.

En algún punto entre Anfípolis y el territorio de las amazonas, esa misma noche más tarde

El único sonido que llenaba el aire era el paso regular de Argo, que avanzaba a un trote largo que devoraba distancias y casi lograba que su jinete se quedara medio dormida. Pero la mente de Xena no paraba de pensar y la continua sensación de inquietud que tenía en el estómago la mantenía absolutamente alerta. Las palabras de Jessan no paraban de repetirse en su mente, haciéndole compañía durante las fatigosas leguas que la separaban de las montañas. Dioses... ¿y si tiene razón? La idea la reconcomía. Reconócelo. La tiene. Él ve lo que ocurre, pero tú lo sientes, sabes que lo sientes. Lo sientes desde hace ya muchísimo tiempo. Siempre sabes cuándo tiene problemas. Bajó la mano, cogió el odre de agua, bebió un buen trago y lo volvió a colocar en su sitio. Y si llego demasiado tarde? La idea le clavó una puñalada de terror en las entrañas. Maldición... está demasiado lejos. Debería haberme ido esa noche. Sabía que tendría que haberlo hecho. Esperé porque ella dijo que necesitaba más tiempo... pero mi instinto me decía que fuera. Tendría que haber escuchado. Ahora... Cerró los ojos y se agarró a la crin de Argo para sostenerse y oyó un resoplido de la veloz yegua. Si... le pasa algo porque he sido una estúpida y no he hecho caso de mis instintos tantas veces demostrados... no lograré sobrevivir. Eso también lo noto, acechando en mis entrañas. Ya lo probé una vez, en aquel templo de curación. Ella es más fuerte que yo, en ese sentido. Me pregunto si se da cuenta. Ella se habría recuperado después de mi muerte, habría seguido adelante, habría continuado con su vida. Yo no.

Las leguas pasaron a toda velocidad, hasta que llegó al recodo del camino que rodeaba las montañas y detuvo a Argo, para darle un descanso a la sudorosa yegua y pensar seriamente. Ese camino era muy largo, pero pasar por encima de las montañas era una locura. Pensó en los riscos que se alzaban por encima de ella y luego en el premio.

—Vamos, Argo. Irás conmigo hasta donde puedas —le susurró a la yegua, apartándola del camino.

Avanzaron entre las sombras de los árboles, siguiendo su sentido de la orientación, y pasaron ante madrigueras silenciosas en la profundidad del bosque, ante animales dormidos que se sobresaltaban al oír los cascos de Argo, y ante depredadores acechantes que, tal vez por deferencia a su olor, se apartaban de su camino.

Dos arroyos, cruzados sin dificultad, y un río, que Argo cruzó a nado con resoplidos de protesta y Xena vadeó, y entonces llegaron al monte bajo, donde tenía que ir vigilando dónde pisaba Argo. El amanecer las sorprendió cuando cruzaban otro río y Xena se detuvo para dejar descansar a la yegua cubierta de sudor.

—Lo sé, chica. Lo sé. Esto es muy duro —murmuró en una oreja agitada. Empapó un paño de lino y enjugó el sudor de los flancos de Argo, dejándola pastar un rato, y abrió el paquete de su madre.

En marcha de nuevo, esta vez trotando por praderas en cuesta, a medida que se acercaban a las montañas que separaban el territorio de las amazonas. El tiempo estaba empeorando y unas nubes oscuras cubrían los picos de las montañas, y el viento, que llevaba soplando sin parar desde el amanecer, se hacía racheado cada poco y ponía nerviosa a la yegua.

—Calma, Argo. Ya lo veo —hizo avanzar a la yegua, pues quería llegar a un lugar seguro, puesto que Argo, al menos, no podría viajar con la clase de tormenta que se estaba preparando. Pero yo sí. La sensación de angustia que tenía en el estómago había empeorado, aumentando con cada legua que avanzaba hacia las montañas. Eso, más que cualquier otra cosa, la azuzaba para seguir viajando con una urgencia que no podía rechazar.

Por fin, atravesó la última pradera y ante ella se alzaron las largas y empinadas laderas y la montaña. El trueno era más fuerte y estaba más cerca y Argo se estaba poniendo nerviosa, con las orejas aplastadas hacia atrás y las fosas nasales dilatadas.

—Vamos, un poquito más —la animó Xena, notando las primeras gotas de lluvia en la espalda. Rodearon un alto risco y Xena detuvo a la yegua, con aprensión. Bueno. Ahí tenía el motivo de que todo el mundo usara el camino. Ante ella se alzaba un acantilado cortado a pico, que se perdía en la distancia, hasta donde alcanzaba la vista. No había un camino para subir, ni un camino para rodearlo—. Maldición —la sola palabra produjo ecos en las peñas, burlándose de ella.

Llevo a Argo hasta el pie del acantilado y lo miró con rabia. Dar la vuelta ahora supondría perder un día de viaje. En lo alto del acantilado, según recordaba, el camino se curvaba suavemente, pasando por el desfiladero y bajando hasta el terrritorio de las amazonas.

Xena se bajó de la yegua y se acercó a la base del acantilado, mirando hacia arriba. La mayor parte de la superficie estaba cortada a pico y era lisa, sin asideros para las manos o los pies. No puedo subir por aquí. Sus ojos lo estudiaron y lo compararon con el ansia dolorosa que tenía en las entrañas. ¿O soy tan terca y tan estúpida que lo voy a intentar? ¿Bajo la lluvia? ¿En la oscuridad creciente? Cerró los ojos y probó a explorar el miedo desquiciado que la asaltaba... un miedo, se dio cuenta con repentina y sorprendente claridad, que realmente no era suyo. Que tenía un sabor conocido, que evocaba imágenes en su mente del breve período de tiempo que había pasado controlando el cuerpo de Gabrielle. Cuando luchó con Velasca. Oh, dioses... Miró hacia arriba.

—Sí, soy así de estúpida.

Miró a su alrededor, vio un saliente de piedra protegido y llevó a la yegua hasta allí.

—Siento hacerte esto, Argo... pero no me queda más remedio —le quitó los arreos a la yegua y los guardó con cuidado debajo del saliente. Luego cogió las cosas esenciales que necesitaba de las alforjas y, usando una como mochila, se las cargó sobre los hombros. Por último, cogió la cara de la yegua entre las manos y la miró a los ojos, rozando con los labios la piel suave y peluda de su hocico—. Pórtate bien, Argo. Y si hago algo muy estúpido ahí arriba y no vuelvo, pues... cuídate, ¿de acuerdo? —la yegua relinchó, acariciándola con el hocico—. Sí, yo también te quiero —dijo suavemente, abrazándose a su cuello.

Fue a la pared, respiró hondo varias veces, se frotó las manos en el cuero y se puso a buscar un sitio por donde trepar.