La esencia de una guerrera xiii

Arella hace todo lo posible por hechar a tierra todos los logros de gabrielle, hasta el punto de atentar contra su regente.

La esencia de una guerrera

Melissa Good

Título original:A Warrior By Any Other Name.Copyright de la traducción: Atalía (c) 2002

Aldea amazona: sala del consejo

Ephiny miraba atenta el rostro de Gabrielle mientras la exploradora presentaba su informe. Los claros ojos verdes de la reina no revelaban su reacción ante la noticia y tampoco la postura de su cuerpo, que ya había dado muestras de tensión desde que se había sentado a la mesa del consejo.

—De modo que, resumiendo, los puestos fronterizos informan de que los rumores parecen ser ciertos —terminó la exploradora, mirando a Ephiny—. Se está organizando una especie de ejército en Anfípolis o alrededores y ya ha habido escaramuzas con dos de los señores de la guerra de la zona.

—¿Quién ha ganado? —preguntó Gabrielle, en tono apagado.

—Los señores de la guerra no —contestó la exploradora, con una sonrisa tensa.

—Entonces no cabe duda de quién es responsable, creo —Ephiny soltó una carcajada forzada, mirando a la reina con inquietud. No me gusta esa expresión. Pero, por otro lado, lleva varios días sin gustarme. Le pasa algo.

Gabrielle asintió y se miró las manos. El peso de la responsabilidad le caía como una losa sobre los hombros e hizo una mueca interna. ¿Pero qué se trae Xena entre manos?

—Me cuesta mucho creer que Xena esté organizando un ejército. Lo más probable es que les esté dando algunas indicaciones para que aprendan a defenderse —dijo, echándose hacia atrás con una sonrisa—. Algo comentó de que se iba a aburrir.

Arella estrechó los ojos y se levantó.

—No es un riesgo que podamos correr, Gabrielle, y lo sabes. A pesar de lo que haya hecho por nosotras, tener un gran ejército tan cerca es un peligro —miró a su alrededor, percibiendo el apoyo a sus puntos de vista. Xena era una aliada en la que, en el mejor de los casos, se confiaba con inquietud, y a más de una amazona le daba miedo toda esa historia de que había regresado de la muerte. Por no hablar de su conocida relación con Ares—. No puedes garantizar que no haya vuelto a sus viejas costumbres.

¿Que no puedo? pensó la bardo.

—Oh, creo que sí que puedo garantizarlo —se rió levemente—. La conozco mejor que vosotras.

—¿Estás dispuesta a jugarte la vida por ello? —contraatacó Arella, sintiendo una creciente excitación. Por fin, un tema en el que podía desautorizar a esta reina sorprendentemente dura. Habían pasado cuatro largas semanas y hasta ahora había perdido todos sus enfrentamientos, tanto personales como políticos. Y cuando intentaba odiar a Gabrielle por ello, descubría, muy irritada, que no podía.

Gabrielle sonrió, esta vez con una sonrisa de verdad.

—Arella, lo he hecho. Tantas veces que he perdido la cuenta —dudó—. Pero comprendo que os preocupa —levantó la mirada—. ¿Ephiny? —la amazona se echó hacia delante—. Te voy a mandar como... —su boca hizo una mueca humorística—, enviada a este nuevo ejército. Quiero que hagas un tratado con ellos, para la defensa mutua del territorio —se esforzó mucho y consiguió no sonreír.

Ephiny asintió.

—Muy bien —dijo, despacio, alargando las palabras—. Si eso es lo que quieres —respiró hondo. Supongo que quiere que compruebe las cosas. Aunque parece muy segura...

Arella carraspeó. Esta vez no, ojos verdes.

—Una idea excelente, pero creo que, para proteger a Ephiny, tenemos que enviar a alguien que la acompañe —detrás de ella, notó que Erika se movía y sonrió por dentro—. Mi mejor ballestera, Erika, será una buena escolta.

Ephiny y Gabrielle intercambiaron una mirada. No hay forma de rechazar de buenas maneras ese ofrecimiento, pensó la bardo. Y supongo que no vendrá mal que la oposición tenga la oportunidad de ver la verdad en persona.

—Vale —asintió—. Al amanecer, pues —se acercó una hoja de pergamino y cogió una pluma—. Voy a redactar el tratado — Y una nota, de tipo privado. Para poder soltar parte de lo que llevo metido en el pecho y que lo lea alguien en quien sé que puedo confiar. Que confía en mí.

Su habitual paseo de después de cenar hasta el lago la llevó a sentarse en un saliente rocoso, contemplando sin ver el agua que se agitaba y apoyando la cabeza en la fría piedra. Habían sido cuatro semanas productivas, pensó, pues habían firmado un tratado con los centauros, un acuerdo comercial con tres aldeas del sur y un plan conjunto de defensa con las dos comunidades granjeras del este. Las aldeas estaban dispuestas a cambiar suministros y alimentos por objetos de artesanía y los servicios de protección de las amazonas. Nada mal, realmente. Tenía todo el derecho de sentirse muy satisfecha y bastante orgullosa de sí misma.

Pero la presión constante la estaba afectando. Suspiró. Notaba su falta de paciencia en la tensión que le causaba tales dolores en la espalda y el cuello por las noches que casi no podía tumbarse. En las dudas constantes sobre las motivaciones de todo el mundo. Y en la constante necesidad de mantenerse en guardia para defenderse de las palabras y el contacto físico de Arella. Y no es que yo no sea una persona tocona , se dijo ceñuda. Al fin y al cabo, apenas consigo quitarle las manos de encima a... Una pausa y luego una sonrisa bobalicona sin remedio. Bueno, eso era distinto. Pero Arella le daba... puaj. Repelús.

Ephiny sabía que le pasaba algo. Había intentado interrogarla con delicadeza, pero Gabrielle se había resistido a confiar en ella, pues sabía que Ephiny ya se sentía bastante culpable por haberla traído aquí. Y sabía que si Ephiny supiera lo mal que se sentía, la amazona decidiría que su deber era hacer algo. Y sólo había una cosa que pudiera ayudarla. Una persona, y eso echaría a perder mucho de lo que estaba intentando hacer. Gimió y dejó caer la cabeza hacia delante, tratando de aliviar parte de la tensión que tenía en el cuello. Le entró un anhelo repentino y desesperado de sentir un par de manos fuertes y conocidas tocándola ahí y que, con un pequeño masaje experto, le darían alivio. Tras recrearse un momento en su desdicha, respiró hondo y se echó hacia atrás, irguiendo los hombros. Puedo hacerlo. No me gustará, pero puedo hacerlo.

Me pregunto si alguna de ellas sabe lo que daría yo por ser la que fuera a comprobar el nuevo ejército de Anfípolis. Se echó a reír sin poder evitarlo. Salvo que creo que... si lo hiciera... no volvería nunca más. ¿Creo? NO... lo sé. Por eso en realidad no le he enviado noticias... y no le he confesado a Ephiny por qué no puedo dormir por la noche... porque si llegara a la aldea, le bastaría con echarme un vistazo y me montaría en Argo y saldría al galope. Y yo me iría con ella... sin mirar atrás. Y... Suspiró. Eso no estaría bien. En estos momentos. Pero no puedo hacer esto para siempre. Me está matando.

Un ruido a la espalda le puso de punta los pelos de la nuca, al reconocer las pisadas. Oh, genial.

—Hola, Arella —dijo, sin volverse. Otra razón por la que no puedo llamar a Xena. El descuartizamiento de una hermana amazona al amanecer en la plaza central de la aldea echaría a perder de verdad algunas de las negociaciones. Se volvió y vio a la alta pelirroja que bajaba despacio por la orilla y se detuvo al llegar a la roca de Gabrielle, apoyándose en ella con aire de ufana familiaridad.

—Ah, mi reina —dijo, en tono de guasa—. Me alegro de que hayas aceptado mi ofrecimiento de enviar a Erika también a Anfípolis. Espero que no haya ningún problema que requiera de sus servicios —sonrió a la bardo, que se rodeó la rodilla con un brazo y siguió escuchando en silencio—. Mira, sé que crees saber mejor que nadie lo que está pasando, pero he estado indagando... y sabes que no sería algo inaudito que tu amiga estuviera organizando otro ejército. Ya lo ha hecho en otras ocasiones.

Gabrielle suspiró con fastidio.

—Arella, de ese tema no vamos a hablar —dejó asomar parte de su rabia en la mirada—. No voy a justificar, ni ante ti ni ante nadie, mi fe en mi mejor amiga. Tendrás que verlo por ti misma.

—¿Y si te equivocas? —contestó Arella suavemente, poniéndole una mano en el hombro a la mujer más menuda y atrapando sus ojos con los suyos—. ¿Qué pasará entonces? ¿Nos quedamos sentadas esperando un ataque, basándonos en tu... fe? —su tono dejaba muy claro en qué pensaba que se basaba esa fe.

Gabrielle se puso rígida y notó una profunda ira que rara vez dejaba aflorar y que intentaba salir a su tranquila superficie. Se mordió el labio hasta que se le pasaron las ganas de abofetear a la alta amazona y luego tomó aliento.

—Pues en ese caso... no tendréis nada de que preocuparos —se quedó asombrada de lo tranquila que parecía—. Porque ya no seré la reina de las amazonas.

Arella se sobresaltó y se echó hacia atrás de golpe, pues no se esperaba esa respuesta.

—¿Abdicarías? —preguntó, sin poder creérselo.

La bardo se levantó ágilmente y se acercó a ella.

—Sí —disfrutó con la expresión confusa que inundó el bello rostro de Arella. Porque si ocurriera eso, ya no podría fiarme de mi propio juicio. Y ellas tampoco —. Pero sé que tengo razón.

—Creo que tu juicio está un poco... nublado —respondió Arella, pero parecía insegura—. Pero supongo que ya lo veremos —quitó la mano del hombro de la bardo y retrocedió, sonriéndole ligeramente, y luego se dio la vuelta y echó a andar por el sendero que llevaba a la aldea.

Dioses , gimió Gabrielle por dentro. No voy a poder aguantar mucho más. Uno de estos días, voy a perder los nervios y a hacer algo que sé que lamentaré, porque está muy claro que me puede dar una soberana paliza. Y se supone que yo soy la no violenta. Bueno, Xena... acabo de entender de una forma muy íntima esa expresión que se te pone, ya sabes, los ojos entornados, el labio desdeñoso, cuando te mueres por pegarle un mamporro a alguien y no puedes. Y me avergüenzo totalmente de mí misma por desear desesperadamente verte soltando uno de esos superpuñetazos directos desde el hombro que se te dan tan bien. Qué vergüenza. Sí. Qué bardo tan mala. Pero qué bardo tan mala. De repente, le entró la risa floja al pensarlo y sintió cierto alivio. Y se volvió al oír que se acercaba una persona más. Ah. Ephiny. Cómo no.

La amazona se acercó con cautela, enarcando una ceja.

—Estás plantada en medio de la orilla... carcajeándote. ¿Me debería preocupar? —preguntó, con una sonrisa dubitativa.

Gabrielle hizo un gesto negativo con la cabeza.

—No... sólo estaba haciendo una visualización terapéutica.

—¿Eh? —soltó Ephiny.

—Me estaba imaginando a Xena tirando a Arella a un montón de excrementos de centauro —explicó la bardo con otras palabras.

—¡Ah! —exclamó Ephiny y luego se echó a reír—. Eso no es muy propio de una reina.

—No —contestó la bardo—. Pero me divierto —se volvió para echar a andar hacia la aldea, esperando a que Ephiny se pusiera a su lado—. Te la acabas de perder.

Ephiny se volvió y alargó la mano para que Gabrielle dejase de caminar.

—Oye... ¿está empezando a pasarse contigo? Porque si es así...

—¿Qué harás? —contestó la bardo, ahora seria—. ¿El qué, Ephiny? ¿Pegarla? Puede contigo, o con casi todo el mundo. Bueno, con la gente que hay aquí —no quiso dejar de mirar a la amazona a los ojos hasta que Ephiny suspiró—. ¿Te crees que no lo he pensado? ¿Sabes cuánto me cuesta aguantarlo cuando sé que con sólo...? —se calló—. Da igual. Puedo mantenerla a raya. Tú ve a averiguar que está pasando en Anfípolis —se dio la vuelta y siguió caminando por el sendero.

Ephiny irguió los hombros y la alcanzó.

—Vale... vale... pero es muy duro de ver. Eso debo decírtelo, amiga mía —el enfado hizo que le temblase la voz—. No me gusta sentirme impotente, Gabrielle, no me gusta nada. Y... me preocupo, sabes.

Gabrielle la miró de reojo.

—Lo sé. Y te lo agradezco, Ephiny. Tranquila... me he enfrentado a cosas peores. En realidad no ha hecho nada, es sólo esa... uuf...

—¿Actitud? —sugirió Ephiny, sabiendo de qué hablaba—. Sí.

—Sí —asintió Gabrielle—. Esa actitud de no quepo en mi propia falda de lo sexy que soy.

A Ephiny le dio un ataque de risa. Al cabo de un momento, la bardo se echó a reír con ella.

—Oh... lo siento... —jadeó la amazona, apoyándose en un árbol—. Es que me ha hecho una gracia... —tomó aliento, todavía riendo—. Me alegro de que seas inmune. Estaba... —se encogió de hombros algo azorada—, un poco preocupada por eso. Sé que no has tenido mucha... mm... experiencia.

Gabrielle se ruborizó.

—Ephiny —murmuró—. No me había dado cuenta hasta ahora de lo inocente que te parecía —miró a su alrededor—. ¿Qué voy a decirle, que su "atractivo" no es nada comparado con lo que estoy acostumbrada a ver?

Ahora le tocó a Ephiny sonrojarse.

—No paras de sorprenderme —confesó—. Y tú sabes que no me gusta nada meterme en tus asuntos personales.

—Mmm —asintió la bardo—. Bueno, tengo que redactar ese tratado. Ven a recogerlo dentro de unas horas, ¿quieres?

¿Y qué voy a escribir? pensó Gabrielle mientras se instalaba ante su mesa de trabajo, pluma en ristre. Estuvo pensando largo rato, luego asintió un poco para sí misma y se puso a escribir. Durante mucho tiempo, el único ruido que se oyó en la cabaña fue el roce de su pluma sobre el pergamino. Primero, el tratado. Luego, una misiva más larga, con pausas para pensar entre palabra y palabra. Por fin, se echó hacia atrás y repasó su trabajo. Satisfecha, echó arena sobre la tinta para secarla, sopló para apartarla del pergamino y lo dobló cuidadosamente, añadiendo un sello de cera.

Querida Xena: (decía)

Lamento enviar a Ephiny con esta tontería de tratado, pero tu reputación se está desorbitando y corren rumores de que te has lanzado a conquistar el mundo. Otra vez. Por favor, trátala bien e intenta no pegar a la persona que viaja con ella, que es una de las compinches de Arella y ha ido para asegurarse de que Ephiny cuenta la verdad sobre lo que está ocurriendo.

Espero que estés bien y no construyendo fortificaciones de moras. Les he dicho a las amazonas que seguramente estabas intentando enseñar a tu gente a defenderse, como te he visto enseñar a otros. Como me has enseñado a mí. Pero cuesta convencerlas. Supongo que no te conocen como yo. Lo siento por ellas.

Me había prometido a mí misma que no iba a escribir nada cursi en esta nota, porque sé que detestas ese tipo de cosas, pero la tentación de decirte que te echo de menos más que a nada en el mundo es demasiado grande. Las amazonas me tratan bien y estamos avanzando, pero no pasa un día sin que desee tenerte aquí. A veces sólo quiero oír tu voz o que me levantes esa ceja. Qué cursilada, ¿verdad? Lo siento.

Bueno, suponiendo que para entonces hayas terminado de conquistar el mundo, durante la próxima luna llena se va a celebrar aquí una fiesta y he pensado que si no estás haciendo nada más, a lo mejor podrías pasarte. Es la fiesta de la cosecha de otoño en honor de Dionisos y tengo la curiosa sensación de que me va a hacer falta una campeona.

Bueno... ésa es una forma cortés de decirte que te necesito, ¿verdad? Porque es cierto.

Cuídate.

G

La bardo suspiró y se reclinó en la silla, sintiendo que se le había quitado un peso de los hombros. Para cuando llegase la fiesta, seguramente ya lo tendría casi todo arreglado y si no... bueno, daba igual. Distraída, se dio cuenta de que ni siquiera se planteaba cuál iba a ser la respuesta a esta nota. ¿Desde cuándo estoy tan segura? Frunció el ceño. Es decir, es posible que esté muy feliz donde está ahora y que no aparezca. Pero su corazón se rió de ella y por mucho que intentara sentir aprensión, lo único que conseguía sentir era una oleada borboteante de alegre expectación.

Ephiny la encontró medio dormida encima de la mesa cuando se pasó por allí una hora después, para recoger sus encargos.

—Hola —dijo suavemente, para no asustarla.

—Oh —respondió Gabrielle, un poco atontada, frotándose los ojos y parpadeando al mirar a la amazona—. Lo siento —sonrió cohibida—. Me he quedado un poco traspuesta —le alargó el paquete sellado—. Toma, he terminado el tratado. Es un poco corto, pero no creo que necesites más.

Ephiny se adelantó y cogió el paquete, que se metió en la faltriquera.

—¿Por qué no duermes un poco? Pareces agotada —afirmó, mirando compasiva a la bardo. Pero más relajada de lo que la he visto en cuatro semanas. ¿Qué habrá en este paquete?

—Sí. Buena idea —contestó Gabrielle, tapándose un bostezo—. Que tengas buen viaje. Intenta no matar a Erika y... —su cara se iluminó con una sonrisa—, saluda de mi parte a la conquistadora del mundo, ¿quieres?

Ephiny se echó a reír suavemente.

—Está bien, lo haré. ¿Algún mensaje?

—Llevas uno ahí dentro —Gabrielle indicó la faltriquera con la cabeza—. Pero gracias por preguntar.

Ephiny gruñó.

—Muy bien. Buenas noches y nos veremos dentro de una semana más o menos — Bueno... así que eso es lo que llevo, ¿eh? Se rió por dentro mientras se adentraba en la noche. Venga ya, Ephiny... pero que romanticona estás hecha. Vio a Erika, que cambió de dirección para acercarse a ella, y se quitó la sonrisa de la cara.

—Erika —saludó a la mujer—. Salimos al amanecer.

—Ya lo sé —contestó la amazona morena con frialdad—. Y detesto llegar tarde. No te preocupes, que ahí estaré, bien preparada —echó una mirada risueña a Ephiny—. ¿A que lo vamos a pasar bien? Al menos no tendrás que preocuparte por la comida durante el viaje —tiró de la cuerda de su ballesta para recalcar la idea y luego se alejó.

—Aauuj —gruñó Ephiny, desde el fondo de la garganta—. ¿Pero que he hecho yo para mercer esto?

—No sé —dijo Granella riendo y rodeándola con un brazo—. A lo mejor, si tienes suerte, Erika fastidia a Xena cuando lleguéis a Anfípolis y tu viaje de vuelta resulta más agradable.

Siguieron caminando un rato y luego Ephiny se echó a reír.

—Qué idea más buena —le echó el brazo a Granella por los hombros y la estrechó—. Gracias... pensaré en eso cuando tenga que pasar tres días en el camino con ella.

—Tú no crees en realidad que estén formando un ejército, ¿verdad? —preguntó Granella, con curiosidad.

—Qué va —Ephiny se encogió de hombros—. Creo que Gabrielle ha dado en el clavo. Pero me alegraré de ver a ese viejo caballo de guerra... a lo mejor consigo enterarme de qué mosca le ha picado a nuestra reina.

Granella soltó una risotada.

—Si la llamas viejo caballo de guerra a la cara, ya lo creo que te vas a enterar, Ephiny... y a acabar de cabeza en una pila de estiércol, lo más probable.

Las dos se echaron a reír y se dirigieron hacia la hoguera de las exploradoras

Anfípolis, tres días después

—Aquí está el cruce —dijo Ephiny, señalando hacia delante—. A partir de aquí no queda mucho camino —siguió adelante, sin esperar respuesta. Habían sido tres días muy largos.

Erika caminaba sin esfuerzo a su lado, en silencio. Miró hacia delante y vio el primer cercado de unos campos que indicaba que se estaban acercando a una aldea, y suspiró aliviada por dentro. Viajar con Ephiny había sido desquiciante, porque ninguna de las dos se fiaba de la otra, y llevaba tres días sin apenas pegar ojo. Tampoco su compañera de viaje. La conversación se había limitado a comentar el camino, el tiempo y el estado general de las tierras que iban pasando, y eso era todo. Erika estaba deseando llegar a Anfípolis, tanto si había ejército como si no, sólo por tener a alguien más con quien hablar. Y estaba segura de que Ephiny sentía lo mismo.

Los campos que iban pasando estaban bien cuidados y empezaron a ver a aldeanos que trabajaban en ellos. De vez en cuando, uno levantaba la cabeza y las observaba al pasar, pero no se percibía una clara hostilidad, sólo moderada curiosidad.

—Parece todo muy tranquilo —reconoció Erika.

—Mmm —murmuró Ephiny y luego volvió rápidamente la cabeza de nuevo hacia los campos—. Tal vez, pero fíjate bien. Se están pasando la voz de que llegamos —y entonces vio la serie de varas de aspecto inocente que había alrededor de los trabajadores y se fijó en un chiquillo medio dormido encima del muro que daba al camino, cuyos ojos medio cerrados las iban siguiendo. Empezó a sentir un cosquilleo por la espalda.

Erika se acercó más a ella por puro reflejo. Ahora que Ephiny se lo había indicado, se fijó en las pequeñas y sutiles señales de un estado de alerta poco común entre los trabajadores de los campos y los aldeanos que pasaban. Pero no veía armaduras, ni armas ocultas con astucia. Ni fortificaciones. Desconcertada, miró a Ephiny, en cuyo rostro se reflejaba la misma confusión.

—Bueno, ahora me siento mejor —comentó con humor—. Tú tampoco sabes qué está pasando.

Siguieron adelante, hacia el pueblo mismo, donde los viandantes inclinaron cortésmente la cabeza al verlas e incluso algunos, que al parecer las reconocían como lo que eran, las saludaron alegremente.

—Bueno, en cualquier caso, no odian a las amazonas —murmuró Ephiny—. Ahí hay una posada. Vamos a ver si averiguamos dónde podemos encontrar a Xena —dirigió sus pasos hacia la puerta y la abrió, asomándose al interior.

—Hola —se oyó una voz dentro, llamándoles la atención. Ephiny entró y parpadeó un poco en la penumbra al entrar desde el soleado patio. Era una posada bien amueblada, con mesas sólidas y bien hechas y aspecto próspero. Se fijó en el hombre que estaba detrás del mostrador de servicio y se estremeció un poco por la sensación surrealista de familiaridad que le provocó. ¿Quién? ¿Qué...? Entonces cayó en la cuenta de que eran los ojos. De un fogoso azul eléctrico, como sólo los de otra persona que hubiera conocido en su vida.

—Hola —repitió el hombre, saliendo de detrás del mostrador y acercándose a ellas—. Sois amazonas —dijo, recalcando lo evidente—. ¿Estáis buscando a Xena?

Ephiny y Erika se miraron.

—Sí —dijo Ephiny, ladeando la cabeza rizada para mirarlo—. ¿Y tú eres...?

—Toris —le ofreció el brazo—. Su hermano.

—Ah —suspiró Ephiny—. Eso explica por qué me resultas tan conocido —se echó a reír—. Nunca ha mencionado...

—Nunca lo hace —contestó Toris alegremente—. Pero aquí estamos. Y ella está en el patio de entrenamiento, dirigiendo unos ejercicios. Podéis salir por esa puerta de detrás si queréis.

—Gracias —dijo Ephiny cordialmente y le hizo un gesto a Erika para que fuera a la puerta por delante de ella—. Encantada de conocerte.

—Seguro que volvemos a hablar —contestó Toris, con expresión risueña—. Tened cuidado cuando salgáis, a veces esas varas se vuelven un poco locas.

Ephiny asintió y siguió adelante.

—Caray... —le dijo a Erika por lo bajo, dejando de lado por un instante la antipatía que sentía por la mujer.

—Sí —contestó Erika, con una sonrisa guasona—. Parece que el físico es de familia.

Por un momento, hubo una especie de entendimiento entre las dos. Luego llegaron a la puerta y Ephiny la abrió con cuidado. Ahora se oía claramente el ruido de la madera al golpear madera. Atisbaron por el marco y se quedaron petrificadas, mirando.

El patio de entrenamiento era una zona despejada de la parte de atrás de la posada, con el suelo de tierra prensada y balas de heno colocadas estratégicamente. Xena estaba en el centro, armada con una larga vara de combate y enfrentada a diez aldeanos, hombres y mujeres, que se turnaban para atacarla, intercambiando golpes con ella. La alta guerrera llevaba una túnica blanca sin mangas sujeta con un cinturón y botas y les explicaba con paciencia a los aldeanos lo que hacían mal o bien, dependiendo del caso, cuando se lanzaban contra ella para practicar hábilmente ataques y bloqueos.

Erika y Ephiny volvieron a mirarse.

—Parece que Gabrielle tenía razón —sonrió Ephiny con sorna—. A mí me parece que se trata de una clase de defensa.

Erika resopló.

—Tal vez —reconoció a regañadientes, aunque por dentro había estado convencida de que la reina tenía razón desde el principio. No era ésa la razón de su venida y lo que estuviera haciendo Xena o dejando de hacer no tenía importancia en realidad. Por supuesto, Ephiny no lo sabía. Pero lo descubriría. Los labios de Erika esbozaron una sonrisa. Se volvió para observar la clase cuando Xena, echándose hacia atrás, hizo un gesto a los aldeanos para que la atacasen todos a la vez. Enarcó una ceja ante lo que veía.

—Es muy buena —murmuró la amazona morena.

Ephiny soltó un resoplido y puso los ojos en blanco.

—Muy buena. Sí, ya —observó a Xena, quien, moviéndose con poderosa agilidad, consiguió desarmar a casi todos los aldeanos con una serie vertiginosa de maniobras y luego saltó por encima de los otros tres y los derribó golpeándolos en las piernas con un ataque de revés—. ¡Ajá! Acabo de ver de dónde se ha sacado nuestra reina una de sus maniobras.

—Ese ataque de revés, sí —reconoció Erika—. No está mal.

Ephiny volvió a poner los ojos en blanco y miró de nuevo hacia el campo de entrenamiento, donde su mirada quedó atrapada por un par de ojos de un azul ardiente. Xena detuvo inmediatamente lo que estaba haciendo y salió corriendo hacia ellas, dando instrucciones a los aldeanos por encima del hombro. Ephiny se dio cuenta de la alarma repentina que había causado y se apresuró a hacerle una señal con la mano a la guerrera que se acercaba a todo correr y vio que los ojos de Xena se llenaban de alivio y que sus tensos hombros se relajaban.

Al cabo de un momento, se detuvo ante ellas, ofreciéndole el brazo a Ephiny, que se lo estrechó con afecto.

—Hola, Ephiny —echó una mirada a Erika y luego miró interrogante a la amazona rubia.

—Hola, Xena. Ésta es Erika —durante un segundo apretó más el musculoso antebrazo de Xena y vio un movimiento de respuesta en las cejas de la guerrera.

—Erika —dijo Xena despacio—. ¿Qué os trae por aquí? —soltó el brazo de Ephiny y les indicó que volvieran a entrar en la posada—. Pasad —les sostuvo la pesada puerta y las siguió al interior, cogiendo una jarra y unos vasos de camino hacia una mesa vacía, dejándolos en ella antes de apartar una silla y sentarse—. Servíos. La cerveza está fría, pero os aviso, es potente.

Se sirvieron unos vasos y bebieron un sorbo con cautela y luego con más entusiasmo.

—Está buena —ronroneó Erika, mirando a la mujer morena por encima del borde del vaso. Ephiny asintió.

—Decídselo a mi madre —comentó Xena, acomodándose en la silla con su propio vaso—. Bueno, ¿qué trae a dos amazonas hasta Anfípolis?

—¿Tu madre? —preguntó Ephiny, distraída.

—Sí. Gabrielle no habrá estado contando otra vez ese cuento de que me encontraron debajo de una piedra, ¿verdad? —dijo Xena con tono risueño—. Ésta es la posada de mi madre —miró a su alrededor—. Y supongo que a Toris ya lo habéis conocido.

Ephiny se encogió de hombros.

—En serio, Xena, nadie sabe mucho sobre ti, así que supongo que nunca se nos ha ocurrido pensar que pudieras tener familia en alguna parte. Te lo has tenido muy callado.

La guerrera se encogió de hombros.

—Es más seguro para ellos de esta forma —se echó hacia delante—. Todavía no me habéis dicho qué os trae por aquí —y les clavó a las dos una ceñuda mirada azul.

—Ah... sí —empezó Ephiny—. Perdona. Toma —se desató la faltriquera y le pasó a Xena el paquete que le había dado Gabrielle. Vio que la guerrera lo cogía con cuidado, miraba el sello de cera y luego una breve sonrisa le curvaba los labios—. Bueno, es que corren unos rumores...

Xena la miró enarcando una ceja.

—¿Rumores? —entonces se echó a reír—. Ah... a ver si lo adivino. He salido a conquistar Grecia otra vez —suspiró y bebió un largo trago de cerveza—. Ya me imaginaba que iba a correr esa voz. No pensé que fuese a correr tan rápido, ni a llegar tan lejos —meneó la cabeza—. Y... ¿las amazonas estaban preocupadas? —en su tono se percibía a la vez irritación y mortificación.

—Bueno... —Ephiny miró al suelo—. Algunas sí. Gabrielle, en cambio, sabía perfectamente lo que estaba ocurriendo —miró a Xena—. Te conoce muy bien —vio el momentáneo brillo de respuesta en esos ojos azules como el hielo.

—Sí, es cierto —contestó Xena, en voz baja—. Bueno... ¿y qué es esto? —indicó el paquete.

—Ah —Ephiny sonrió—. Es un tratado de defensa mutua.

Xena se echó a reír.

—Lo dirás en broma —Ephiny negó con la cabeza, sonriendo—. Oh, esto es tan propio de Gabrielle —rompió el sello del paquete y sacó el contenido, dejando el tratado a un lado y echando un vistazo al segundo pergamino sellado. Movió las cejas y lo dejó despacio en la mesa, luego cogió el tratado y lo leyó—. Oh... —una carcajada—. Esperad un momento —se levantó y buscó pluma y tinta detrás del mostrador, volvió y mojó la punta de la pluma en el tintero. Sonrió e hizo unas anotaciones en el margen del tratado, y luego unas cuantas más. Por fin, firmó al pie con una floritura y se lo devolvió a Ephiny—. Hala. Llévatelo. Estáis protegidas.

Ephiny hojeó el documento y se echó a reír a su vez.

—Muy graciosa. ¿Pero qué pone aquí? No lo entiendo... ¿qué dialecto es ése?

Xena sonrió.

—No te preocupes. La reina sabe leerlo —tomó aliento y sus ojos se posaron en la mesa, donde esperaba el segundo pergamino. Con aire indiferente, lo cogió y rompió el sello, desdobló la hoja y la leyó.

Los dos primeros párrafos la hicieron sonreír y poner los ojos en blanco. Entonces llegó al tercero y su sonrisa pasó del humor a otra cosa. Lo releyó dos veces más, intentando no hacer caso de los escalofríos que le corrían por la espalda. Entonces se dio cuenta de que las dos amazonas la miraban con interés.

—Bueno —dijo, doblando el pergamino—. Gabrielle dice que las cosas van bastante bien —las miró—. Y que debo invitaros a pasar una noche en una cama de verdad y daros una buena cena.

—Gracias —asintió Ephiny, dejando en paz a la guerrera después de haber visto cómo reaccionaba su rostro normalmente inexpresivo ante la nota que estaba leyendo. Había visto cómo cambiaba esa expresión risueña y cariñosa, cómo se le dilataban los ojos, y esa sonrisa... Ephiny habría pagado una buena suma por saber qué era lo que había escrito Gabrielle para obtener esa reacción... y entonces se pegó un bofetón mental. Déjalo, Ephiny. No es asunto tuyo —. Nos vendría muy bien. El camino hasta aquí ha sido bastante duro. Y ha hecho un tiempo muy inestable.

Xena asintió y se levantó, se terminó el vaso y lo puso detrás del mostrador de servicio.

—Voy a decirle a Johan que estáis aquí. Ahora mismo vuelvo —pasó por la puerta del fondo, adentrándose en la posada. En cuanto la puerta se cerró tras ella, se desplomó contra la pared, con las rodillas flojas de repente, y apoyó la cabeza en el travesaño, dejándose llevar por una avalancha de emoción totalmente inesperada.

¿Es así de fácil? Abrió de nuevo el pergamino y lo volvió a leer. En un solo y sencillo párrafo, la bardo había desnudado su corazón y, con sinceridad, como todo lo que hacía, había reafirmado el vínculo que las unía. Y esa última línea... Xena se dio cuenta de que debía de tener una sonrisa muy boba en la cara y se sacudió, apartándose de la pared y mirando a su alrededor. Vamos, Xena, eres demasiado mayor para comportarte de esta forma. Contrólate. Vamos, vamos... a ver esa cara de señora de la guerra dura de pelar. Eso lo sabes hacer. Venga... venga... ya te derretirás más tarde. Mucho más tarde. Tomando aliento con fuerza, irguió los hombros y fue en busca de Johan, que se mostró encantado de reservar dos habitaciones para las amazonas.

—¿Estás segura... dos? —preguntó Johan, echándole una mirada astuta.

Xena lo miró enarcando las cejas.

—Johan... ¿pero qué quieres decir? —sonrió—. Pero en este caso, sí. Estas dos no se tienen mucho aprecio —se echó a reír y le dio un empujón en el brazo—. Liante.

—Para nada —protestó Johan, pero le sonrió.

—Bueno, todo listo —dijo la guerrera, cuando pasó por la puerta y se volvió a sentar—. Habitaciones y cena, tal y como ha pedido vuestra reina —colocó un pie calzado con bota en el travesaño de sujeción de la mesa y se echó hacia atrás—. Madre también tiene arriba una habitación de baño, si os interesa —vio el brillo apreciativo de dos pares de ojos—. Adelante, disfrutad. Yo tengo que terminar unos ejercicios y luego me reuniré con vosotras para cenar. Esto puede acabar muy... lleno, pero la gente es educada y sabrán quiénes sois.

Ephiny enarcó una ceja al oír eso.

—¿Y eso es bueno o malo? —preguntó, medio en broma.

Xena le echó una mirada indulgente.

—Es bueno. Madre y Toris y la mayoría de la gente del lugar conocen a Gabrielle y están familiarizados con las amazonas, con eso de que estáis tan cerca.

—Muy bien —dijo Ephiny y luego le hizo un gesto con la cabeza a Erika—. Me voy arriba. ¿Y tú?

Erika dejó su vaso en la mesa, asintió, saludó a Xena inclinando la cabeza con gesto tolerablemente respetuoso y siguió a Ephiny hacia las escaleras.

Xena se quedó mirándolas, luego resopló y sacudió la morena cabeza.

—Amazonas —suspiró, mirando al techo—. Es el cuento de nunca acabar.

—¿El qué, querida? —preguntó Cyrene, acercándose a ella y mirando hacia las escaleras—. ¿Eran ésas las amazonas que me han dicho que habían venido?

Xena la miró.

—Sí.

Cyrene asintió.

—Mmm. ¿Y cómo está Gabrielle? —preguntó, observando el rostro de su hija con una leve sonrisa. Captó la chispa de ternura que apareció en sus ojos al oír el nombre.

—Bien —contestó Xena, en voz baja. Y logró, de algún modo, no volver a sonreír como una estúpida—. Bueno, tengo cosas que hacer —dijo y se levantó de la silla—. Se van a quedar a pasar la noche —añadió, rodeando a su madre para dirigirse a la puerta. Consciente de la sonrisa afectuosa que la siguió hasta fuera. Maldición... ¿tan transparente soy?

A la hora de cenar, como sospechaba, había mucha gente, pero las dos amazonas parecían disfrutar de todas formas, observando a los aldeanos con risueño interés y siendo observadas a su vez. Le preguntaron y ella contó la verdad que había detrás de los rumores de la construcción de su ejército.

—No ha sido para tanto —suspiró la guerrera—. Es que unos cuantos chicos vinieron y me pidieron que les enseñara algunas maniobras básicas de defensa. Ya sabéis, algo con la vara, un poco de cuerpo a cuerpo... y lo hice —se encogió de hombros—. Lo han aprendido... mejor de lo que yo pensaba, realmente. Y entonces, uno de los señores de la guerra de la zona decidió saquear el pueblo —hizo una pausa para beber un trago de cerveza—. Y se lo impedimos.

—Así, sin más —sonrió Ephiny—. Con un poco de ayuda personal por tu parte, supongo.

—No —fue la sorprendente respuesta—. El objetivo no era ése. Todos sabemos que sé luchar —sonrió con modestia—. Lo hicieron ellos solos —miró a su alrededor—. Y luego volvieron a hacerlo. Y así... empezó el rumor —otro trago. Y luego se echó hacia atrás y contempló al gentío—. No son mala gente —un amago de sonrisa—. La mayoría hasta me dirige ahora la palabra.

—He advertido que no llevas armadura —comentó Ephiny, reclinándose en la silla con un suspiro—. Caray... qué bueno estaba. Felicita a tu madre.

Xena sonrió fugazmente.

—Sí, no me pongo la armadura porque la gente se pone nerviosa al verla —miró a Ephiny—. La felicitaré de tu parte, por cierto. Le encanta atiborrar a la gente —resopló con humor—. Menudo problema tendría si no me pasara la mitad del día entrenando y la otra mitad cazando para traer comida a la mesa — Y la mitad de la noche haciendo ejercicios. Sus platos me gustan demasiado.

Ephiny sonrió.

—Cosas peores podrían pasarte —bostezó y vio que Erika estaba también dando cabezadas soñolientas—. Pero creo que por hoy ya hemos tenido suficiente —se levantó y Erika, que había hablado muy poco durante la cena, hizo lo mismo—. Gracias otra vez, Xena. Qué falta me hacía —sonrió a la guerrera apaciblemente.

—De nada —Xena las saludó con la cabeza y se levantó también—. Nos vemos por la mañana —añadió, rodeó la mesa y dejó que se fueran arriba.

El establo estaba fresco y silencioso y Xena dedicó un momento a aspirar los olores familiares a heno, caballo y polvo antes de entrar y cerrar la puerta tras ella. Argo le relinchó y se acercó a la yegua, mirando a su alrededor antes de sacar el pergamino y dejar que el caballo lo olisqueara con curiosidad.

—¿Lo reconoces, Argo? —la yegua relinchó—. Eso me parecía —se dirigió al pajar y estuvo a punto de tropezar con Ares, que salió disparado de debajo de la mesa de los arreos y le atacó la bota—. Oye, cuidado —murmuró, levantando al lobezno y poniéndoselo debajo del brazo, luego se izó con un solo brazo hasta el pajar y se tumbó en su petate.

—Ruu —protestó Ares, soltándose y trepando por su brazo hasta su pecho, donde se puso a olisquear el pergamino que sostenía. Lo levantó para apartarlo de él y lo leyó de nuevo, y esta vez se dejó inundar sin más por la oleada de emoción vertiginosa y cerró despacio los ojos, regodeándose en ella. No me lo merezco. De verdad que no. Pero si está ocurriendo, pues... voy a dejar que ocurra. Estoy harta de luchar contra esto. Echó la cabeza a un lado y contempló al lobezno.

—Seguro que ella también te gusta —le murmuró al animal, que la miró ladeando a su vez la cabeza—. Bueno, tengo que levantarme para ir a ejercitarme con la espada, Ares. Así que pórtate bien y duérmete, ¿vale?

Se dejó caer rodando desde el pajar y se quitó la túnica, poniéndose en cambio la loriga acolchada que usaba para entrenar con la espada. Llevaba relleno en los hombros y los brazos, donde tendía a golpearse cuando practicaba saltos y volteretas por el aire, y así se ahorraba magulladuras molestas. También tenía presillas y hebillas para sujetar la vaina y era de corte alto en los lados, para permitirle practicar algunas de sus patadas más complicadas. Se ajustó las correas y se colocó la espada, luego salió por la puerta y bajó por el sendero hacia la línea de árboles, aspirando el aire frío en los pulmones, y se echó a correr simplemente porque le apetecía. Dio varias volteretas a la carrera por pura diversión y llegó al claro en nada de tiempo, donde saltó varias veces sobre las puntas de los pies para colocarse bien la espada y la loriga.

Jo, qué bien me encuentro. Una larga ola restallante de felicidad cayó sobre ella. Sacó la espada y emprendió una serie velocísima de estocadas a media altura, dejando que la emoción se fuese descargando despacio a medida que se lanzaba a una serie de ataques complicados y, francamente, excesivamente historiados con la espada, en los que incluyó molinetes y lanzamientos de la espada por el aire en medio de estocadas de revés. Era muy difícil. Y disfrutaba al máximo, notando cómo los movimientos adquirían un ritmo cómodo y familiar. Dioses, qué gozada.

Se sonrió, luego cambió de ritmo y emprendió una serie más normal de estocadas estándar, que fueron aumentando de velocidad hasta que la hoja se puso borrosa. Y entonces, añadió las maniobras aéreas, empezando con fáciles volteretas hacia delante y pasando poco a poco a las más complicadas, que consistían en girar en medio del aire, y luego a las que eran difíciles de verdad, los saltos mortales hacia atrás, que tenía que hacer prácticamente a ciegas, confiando en sus instintos para colocar bien la espada, el cuerpo y los pies al aterrizar. Había estado teniendo algunos problemas con esos, pero esta noche... esta noche todo fluía sin dificultad... como si todo encajase en su sitio sin esfuerzo. Se echó a reír en voz alta, dando un enorme salto mortal hacia atrás, luego botó hacia delante con una voltereta, saltó hacia arriba y giró en medio del aire estirándose casi como si volara. Por fin, se relajó tumbada boca arriba en la hierba, con los brazos completamente extendidos, contemplando las estrellas, notando el rocío que le empapaba la loriga, refrescándola, aspirando el olor de los pinos, de la hierba mojada y de la tierra húmeda.

Captó un leve ruido y sus defensas regresaron plenamente alerta. Se levantó de un salto, envainó la espada y se metió entre los árboles, ocultándose de la luz de la luna. Sus sentidos percibieron un cuerpo en movimiento y avanzó hacia él, deteniéndose a la sombra de un gran árbol para concentrarse en el bosque que tenía delante. Se le dilataron las fosas nasales, atrapando el viento caprichoso, que le trajo un leve olor, junto con el minúsculo indicio de un crujido de la hojarasca bajo un pie. Se quedó donde estaba, hasta que el intruso pasó ante su mirada inmóvil y silenciosa, y entonces puso los ojos en blanco. Ephiny. ¿Es que esta mujer nunca aprendería? Suspirando, salió de detrás del árbol y se colocó detrás de la amazona, que era evidente que seguía un rastro. Cayó en la cuenta de que era el suyo, que no se había molestado en absoluto en ocultar. Risueña, siguió a Ephiny hasta que la mujer llegó al borde del claro y se asomó, apoyando una mano en la áspera corteza del último árbol que había antes de la zona despejada. Por fin, Xena carraspeó y se cruzo de brazos cuando Ephiny, sobresaltada, se volvió en redondo.

—¿Pero por qué haces eso? —exclamó la guerrera, apoyándose en un árbol cercano—. ¿Es que no puedes decir simplemente, "Oye, Xena... ¿podemos hablar?"? ¿Es que tienes que acercarte furtivamente a las personas? —se enderezó y se acercó donde estaba la amazona, con los brazos en jarras.

—Como si tú nunca lo hicieras —contestó Ephiny, riéndose un poco—. Lo siento —dijo, azorada—. Es una costumbre. Ya nos conoces. Nunca te acerques de frente si puedes hacerlo a hurtadillas —miró a Xena—. ¿Y tú qué haces aquí fuera?

La guerrera resopló y flexionó los hombros.

—Entrenar con la espada —señaló el claro con la cabeza—. Hay mucho espacio, sin aldeanos que se asusten.

—¿Entrenar? —preguntó Ephiny, extrañada—. No sabía que tenías que hacerlo.

Xena la miró ceñuda.

—Sabes, eso siempre me asombra —dijo, con cierto matiz de irritación en el tono.

—¿El qué? —preguntó Ephiny, acercándose más y ladeando la cabeza, mirando algo confusa a la mujer más alta.

—¿Por qué todo el mundo da por supuesto que me levanto sin más por la mañana y ya soy capaz de saltar el equivalente a mi propia altura y atrapar flechas? —miró quejosa a Ephiny—. ¿De verdad crees que Ares sale de detrás de un árbol, me echa unos polvitos mágicos y allá voy?

Ephiny se quedó pasmada y trató de pensar en algo que contestar.

—Aah... pues... mm. Es culpa tuya —replicó, cruzándose de brazos—. Haces que parezca todo tan fácil... Supongo que todo el mundo supone... o sea... no sé lo que suponen. Supongo que siempre he... oh, por Hades, Xena. No tengo ni idea de qué he estado pensando. Es que haces cosas sin más —terminó, mirando a la guerrera y levantando un poco las manos—. Haces cosas que nunca le he visto hacer a nadie más.

Xena suspiró y se frotó los brazos.

—¿Tienes idea de lo que he tardado en fortalecer mi cuerpo hasta el punto de poder hacer todas esas cosas? —sonrió levemente a Ephiny—. Y hace falta un trabajo constante para mantenerlo —se echó a reír—. De modo que sí, Ephiny. Entreno. Incluso me doy en la cabeza de vez en cuando. Pregúntaselo a Gabrielle.

Miró a la amazona, esta vez con cara seria.

—¿En qué estás pensando, Eph? No creo que hayas venido hasta aquí para verme dar saltos mortales.

Ephiny se cruzó de brazos y se apoyó en el árbol.

—Es Gabrielle —dijo por fin, levantando la mirada hacia los ojos ahora precavidos de Xena—. Estoy preocupada por ella —frunció los labios—. Está muy alterada por algo y no quiere hablar conmigo. Ni con nadie, en realidad.

Xena frunció el ceño un poco consternada, debatiéndose entre la preocupación y la idea de que seguramente ella sabía muy bien cuál era el problema de la bardo.

—Es que... no duerme. Y se cree que yo no lo sé. Creo que la tensión de todo este asunto está afectándola. Y Arella no ayuda nada —no quiso mirar a Xena a los ojos—. Está... presionando mucho a Gabrielle. Y no lo hace con mucha sutileza —por fin levantó la mirada—. Entiéndeme, lo lleva muy bien. Tiene a Arella absolutamente frustrada —una leve sonrisa por parte de Xena—. Pero... se está agotando, Xena. Y me duele verla así —hizo una pausa—. Necesita una amiga.

—¿Y tú no lo eres, Ephiny? —preguntó Xena suavemente, escrutando atentamente el rostro de la amazona con sus ojos claros.

—Yo soy una de las personas que acuden a ella en busca de soluciones —Ephiny suspiró. Entonces mordió la flecha y continuó—. Creo que la amiga que necesita está aquí, delante de mí —tomó aliento y miró al suelo—. Escucha... no es asunto mío, eso lo sé. Pero... Gabrielle me cae bien. Y no me gusta verla como está ahora. Necesita algo... algo que nosotras no podemos darle —la amazona miró a un par de ojos azules inmóviles y tranquilos—. Pero creo que tú sí puedes.

Xena soltó aliento, contemplándola con cara pensativa. Cuando estaba a punto de hablar, se puso rígida de repente y alzó una mano, ladeando la cabeza para escuchar.

—Ballesta —le dijo sin voz a Ephiny, que abrió mucho los ojos—. Me apunta a la espalda —susurró apenas, con todos los sentidos en alerta.

—¿Quién? —susurró Ephiny a su vez, estremeciéndose. No había pánico en los ojos que la miraban, pero captó la repentina y tensa preparación de los músculos de Xena y se le erizó el pelo de la nuca.

—La pregunta es, ¿cuál de las dos es el blanco? —respondió la guerrera en voz baja y luego miró intensamente a la amazona—. Ephiny, ¿confías en mí?

Ephiny se quedó largos segundos mirando a esos ojos irresistibles. Luego tomó aliento y asintió.

—Sí, confío en ti.

—Pues no te muevas —advirtió Xena suavemente—. Ni un centímetro, nada —cerró los ojos y concentró cada fibra de su ser hacia atrás, notando el temblor cuando la ballesta disparó, percibiendo el movimiento del aire cuando la flecha voló hacia ella. El tiempo se detuvo y, dejándose llevar por su instinto entrenado, cayó sobre una rodilla, se giró y atrapó la flecha al pasar zumbando junto a su hombro izquierdo y luego la segunda al pasar por encima de su cabeza. Inmovilizó los músculos, volvió la cabeza y comprobó la trayectoria de las flechas y el blanco situado a varios centímetros detrás de ella. El corazón de Ephiny.

Durante un segundo, le sostuvo la mirada a Ephiny, luego soltó las flechas y se levantó, colocando el cuerpo entre los árboles y la amazona.

—Se ha ido —dijo, volviéndose para mirar a la mujer rubia—. ¿Qué está pasando aquí, Ephiny? Iban dirigidas a ti... disparadas por alguien que sabía que yo no sólo las oiría, sino que podría quitarme de en medio.

Ephiny se dejó caer apoyada en el tronco hasta quedarse sentada en el suelo del bosque y apoyó la cabeza en las manos. Xena se acuclilló a su lado, preocupada.

—Sabes, Xena, a veces... —murmuró por fin—. Es que no sé ni por qué me molesto —dejó los brazos sobre las rodillas y apoyó la cabeza en el árbol—. Ha tenido que ser Erika. La ballesta es su especialidad y es la única de los alrededores que se me ocurre, remotamente, que pueda tener un motivo.

Xena frunció las cejas oscuras.

—¿Erika? ¿Por qué querría matarte? Si van detrás de la máscara de la reina, lo más lógico sería matarme a mí —la idea no parecía afectarla—. Al fin y al cabo, si quieren quitársela a Gabrielle, tienen que pasar por encima de mí para hacerlo.

—Cierto —Ephiny le echó una sonrisa desganada—. Pero ¿y si consiguen que parezca que he venido aquí para parlamentar y tú me has matado? —casi se echó a reír al ver la expresión de pasmo de Xena—. Bum. Ya tenemos una situación en la que Arella puede pasar por encima de prácticamente cualquier cosa para lanzar un desafío y tú no no podrías actuar como campeona, porque... bueno, porque me habrías matado.

Xena dejó asomar una sonrisa lenta, feroz e indolente que le produjo a Ephiny un escalofrío por la espalda.

—Ephiny. Si alguien la amenazara, ¿tú crees que dejaría que la ley amazona se interpusiera entre ella y yo? —sus ojos se clavaron en los de la amazona—. Además, la ballesta no es mi estilo. Yo no te habría matado de ese modo.

Ephiny respiró hondo e intentó hablar con humor.

—Bueno, si Gabrielle estuviera aquí, diría que tú no me habrías matado. De ningún modo —tragó con dificultad—. Por cierto, gracias.

Xena se puso ágilmente en pie y alargó la mano para ayudar a levantarse a la temblorosa Ephiny.

—De nada —dijo, y luego añadió—: Y... Gabrielle tendría razón. Como siempre —sonrió a Ephiny—. Gracias. Por preocuparte por ella.

Ephiny miró al suelo y luego dirigió la mirada al bosque.

—Vamos a hacer una fiesta dentro de poco, Xena...

—Ya lo sé —la guerrera se rió levemente—. He recibido una invitación por escrito.

—Oh —Ephiny se sonrojó. Luego se echó a reír—. Me lo tendría que haber imaginado. ¿Irás?

—Allí estaré —replicó Xena, dándole un empujón para que echase a andar hacia el pueblo—. Es una fiesta en honor de Dionisos. Alguien tiene que proteger su inocencia de vosotras, las amazonas.

Ephiny se sobresaltó y se volvió para mirar sorprendida a Xena, y luego soltó una risotada y sacudió la cabeza mientras regresaban a la posada. Pero en lugar de ir a la taberna, Xena la llevó hacia el establo.

—Más seguro, creo, aunque no tan cómodo —murmuró, deslizándose por la puerta con Ephiny pisándole los talones. La cual se detuvo en seco al ver a un bullicioso lobezno que corrió frenético y tropezando por el suelo y se lanzó sobre el pie calzado con bota de Xena—. Ah, hola, Ares —dijo Xena, distraída, apartando con delicadeza al animal y avanzando hacia la mesa de los arreos.

—¿Ares? —dijo Ephiny, alzando la voz atónita—. Lo dirás en broma —miró al lobo—. ¿De dónde...?

—Una larga historia —dijo Xena, cogiendo un trozo de pergamino y sentándose con una pluma y expresión absorta—. Si Erika ha sido la persona que ha disparado esa ballesta, ¿vas a estar a salvo en el viaje de vuelta a casa?

Ephiny se sentó en un cómodo montón de heno y reflexionó.

—No lo sé.

Xena se contempló las manos.

—Bueno, puede que tenga una solución. Un... testigo, más o menos, para ti —se detuvo pensativa—. Tenemos a una huérfana por aquí... se llama Cait. A sus padres los mató la banda de un señor de la guerra errante —se echó hacia atrás y miró a Ephiny—. Se gana la vida cazando animales pequeños y vendiéndoselos a la gente del pueblo. Se le da bien... y sólo tiene doce años.

—Muy joven para estar sola —murmuró Ephiny.

—Mucho —asintió Xena—. Cuando llegué aquí, me rogó que le enseñara a manejar la espada. La convencí de que probablemente no era muy buena idea. Pero... —señaló a Ephiny con la cabeza—, sería una buena amazona.

—¿Y ella quiere? —preguntó Ephiny, pensándoselo—. Ya sabes que no adoptamos gente sin más sólo porque sean huérfanas o lo que sea.

—Ella quiere —afirmó Xena, tajante—. De hecho, me ha pedido que la lleve a vuestra aldea. Le dije que me lo pensaría... cuando fuese —se echó hacia delante—. Es un riesgo, lo sé... pero es fuerte y no es una completa inocente.

Ephiny asintió.

—Está bien. Me la llevo.

—Bien —Xena suspiró—. Bueno, acomódate en el heno y duerme un poco. Yo tengo que escribir una nota.

Ephiny sonrió.

—Me parece buena idea. Las dos cosas —dijo, sonriendo al ver que había sorprendido a Xena. Luego cogió una manta de caballo que estaba libre y se acurrucó en la blanda paja, donde se quedó dormida a los pocos minutos.

Xena se quedó mirándola un momento y luego se echó a reír por dentro. Luego se concentró en el pergamino que tenía delante. Oh... esto no va a ser fácil. Las palabras no son lo mío. Pero... vamos a ver...

Querida Gabrielle: (decía)

Pues sí, me he lanzado a conquistar el mundo. Otra vez. Y he empezado por Anfípolis. Lo siguiente es Potedaia. Saludaré de tu parte a tu familia, puesto que estoy segura de que me recuerdan con cariño. Ha sido agradable tener a Ephiny de visita y recibir noticias de lo que está pasando allí. He conseguido no pegar a Erika, pero a lo mejor lo haces tú cuando vuelvan, porque creemos que ha intentado que Ephiny haga amistad con un par de flechas de ballesta.

No hay manera de aburrirse cuando tú andas cerca, ¿eh? Madre y Toris te envían saludos y Ephiny te llevará algo de parte de madre que creo que te va a gustar mucho. El pueblo me ha sentado bien hasta ahora, dejando aparte el plan para dominar el mundo, claro.

Sí, como norma general, no me gustan las cursiladas. ¿Pero no te dije una vez que tú eres la excepción a la regla? Creo que sí que te lo dije... además, yo también te echo de menos. No me perdería vuestra fiesta por nada del mundo: puedes contar conmigo.

Aguanta, bardo mía. No corras riesgos y ten cuidado. Y puedes decirle a tu amiga Arella que si te pone un dedo encima, esparciré sus restos por el camino de Atenas en trozos tan pequeñitos que tendrán que usar pinzas para recogerlos.

Lo digo en serio.

X

Bueno , pensó, artístico no es. Pero creo que la idea queda clara. Dobló el pergamino, le echó cera encima y luego se detuvo un momento, pensando. Gabrielle había sellado el suyo con un sello de amazona, por supuesto... así que me parece que voy a tener que sacar esa cosa. Fue a las alforjas de Argo y se puso a hurgar, hasta que sacó una bolsita, de donde extrajo un anillo de sello. El suyo. De los malos tiempos, cuando las misivas marcadas con esta insignia sembraban el terror por el territorio. Lo miró pensativa, luego regresó a la mesa y aplicó el sello a la cera caliente. Ya era hora de que eso sellase algo que... No terminó la idea y sopló para apagar la vela, cogió a Ares y subió al pajar.

Se tumbó y se quedó flotando en un cansancio agradable que hacía que el pajar pareciera un colchón relleno de plumas. Se puso a pensar. Esta vez no quería ni necesitaba que el sueño se lo impidiera.