La esencia de una guerrera xii

Gabrielle tiene un nuevo karma en tierra amazona que se llama arella, y xena a medida que pasa el tiempo siente la ausencia de su amiga

La esencia de una guerrera

Melissa Good

Título original:A Warrior By Any Other Name.Copyright de la traducción: Atalía (c) 2002

Anfípolis, por la mañana temprano

Xena abrió un ojo azul con cautela, parpadeando un poco en la penumbra previa al amanecer. Observó su entorno y se relajó, estirando las largas extremidades y bostezando un poco. Las paredes del establo apenas se veían y la única luz real entraba por la ventana de cristal opaco que atravesaba el pajar en el que estaba cómodamente acurrucada. Un crujido le llamó la atención, bajó la mirada y vio la bolita peluda que tenía instalada en el pliegue del brazo. Genial. Simplemente genial. Con toda la gente que hay y decide encariñarse conmigo.

El lobezno había seguido a Xena por toda la posada la noche antes, causando muchas risas a su costa. Había intentado no hacer ni caso ni de una cosa ni de la otra, pero por fin acabó cogiendo al animal y llevándolo en la mano, bien consciente de las sonrisas divertidas de su familia y de los aldeanos curiosos.

—Estás echando a perder mi imagen —le murmuró al lobezno dormido, que abrió los ojos amarillos y la miró parpadeando, luego estiró la cabecita por encima de su brazo y bostezó, soltando ruiditos satisfechos. Apareció una lengüecita rosa que le lamió la parte interna del codo—. ¡Oye! —bufó la guerrera, mordiéndose el labio—. Que me haces cosquillas —se tapó la boca con la mano y echó una mirada rápida por todo el granero. Luego acercó los labios a la orejita del lobezno—. Como le cuentes esto a alguien , te convierto en bufanda de piel —fulminó al cachorro con la mirada—. ¿Te enteras?

Los ojos amarillos la miraron muy solemnes. Luego la lengua rosa le lamió el borde de la nariz y el lobezno se pegó más a ella. Xena meneó la cabeza entre disgustada y risueña.

—Sé que lo voy a lamentar —dijo sin dirigirse a nadie en concreto—. Si Gabrielle llega a ver esto, no me dejará olvidarlo jamás — Si llega. Eso hizo que sus pensamientos se volvieran serios. Apoyó la cabeza en el brazo estirado, acariciando el cuerpecito con la otra mano—. Me pregunto qué estará haciendo ahora, Ares —le susurró melancólica al lobo medio dormido. Miró hacia la ventana—. Seguro que está durmiendo —concluyó con una leve sonrisa.

La discusión con madre había sido de lo más espectacular, pensó, colocándose boca arriba y contemplando el techo, que no quedaba muy lejos de su cabeza. Ella había querido pagar por una habitación, al ver las alacenas vacías de la cocina de la posada y porque tenía los dinares. Madre... se había negado, diciendo que no iba a permitir que la gente dijera que se estaba aprovechando de su propia familia. Mira que es terca , pensó Xena, con humor. Pero claro, yo también. El dinero fue rechazado, de modo que Xena rechazó la habitación, diciendo que prefería alojarse con Argo.

En realidad, pensó, eso era cierto. El pajar había sido uno de sus escondrijos preferidos de la infancia. Levantó la mano y rozó con los dedos una viga gastada de madera, trazando las líneas profundamente grabadas en ella. Su nombre. El de Lyceus también. Se echaban allí, inventándose historias en las que de mayores iban a ser grandes guerreros. Y un día, cuando Xena encontró parte de un cuchillo olvidado en un campo no muy lejano, grabaron sus nombres en la viga. Tragó con dificultad y luego volvió a mirar por la ventana.

Ya es hora de que me gane el sustento , pensó sardónicamente. Madre no quiere aceptar dinero. Está bien... pero seguro que acepta carne para la cazuela. En su boca se fue formando una sonrisa. Y eso sí que lo puedo hacer. Además de arreglar algunas cosas de este sitio, dioses, que no se han hecho desde hace años. Sí... creo que ya va siendo hora de que sude un poco por la vieja posada. Bien sabe Hades que madre lleva años haciéndolo. Rodó hacia un lado y se dejó caer desde el pajar, aterrizando limpiamente no muy lejos de donde estaba sesteando Argo, sobresaltando a la yegua.

—Lo siento, chica —se disculpó, dándole una palmada—. Tú quédate aquí y relájate —hurgó en sus alforjas y sacó algo de ropa—. Creo que vamos a dejar la armadura durante unos días, Argo... no tiene sentido alarmar a la gente del pueblo más de lo necesario.

Poco después, se deslizó por la puerta del granero y se dirigió a la lejana línea de árboles corriendo despacio, con un arco y una aljaba. Bonita mañana , pensó, al acercarse al principio del bosque. A ver qué encontramos, ¿mmm? Se detuvo, aspirando la brisa fresca y captando en ella un leve indicio de un olor conocido. Vaya, eso sí que le vendría bien a la despensa de la posada.

Se adentró más entre los árboles, notando el rocío que le cubría la piel y el aire húmedo de la mañana que le empapaba la túnica de lino de color verde oscuro que se había puesto. El olor se hizo algo más fuerte y ella cambió ligeramente de dirección, agachándose para pasar por debajo de ramas caídas y evitando con cuidado los montones de hojas húmedas donde un cazador desprevenido podía resbalar. Por fin, sus oídos confirmaron el olor, al captar el ruido inconfundible de un animal que pastaba con paciencia el áspero follaje del bosque. Ahh... Se movió más despacio y avanzó paso a paso hasta que pudo apartar la última hilera de frondas plumosas y ver a su presa.

Precioso. Un ciervo, de más de metro y medio hasta la cruz. Incluso una vez limpiado, le iba a costar transportarlo, se recordó a sí misma, y luego sonrió. Bueno, he dicho que me vendría bien el ejercicio. Creo que esto es un poco más de lo que tenía planeado, pero... El ciervo no era consciente de que lo estaban acechando y siguió pastando la hierba mientras ella colocaba las plumas de una larga flecha en la cuerda del arco. Deteniéndose un momento para centrarse, alzó el arco y apuntó a la yugular del animal. Despacio, echó el brazo derecho hacia atrás, tirando suavemente de la flecha al mismo tiempo, hasta que obtuvo la extensión completa, y aguantó, volviendo a comprobar el blanco. Sin el más mínimo indicio de sonido al disparar, la flecha dio en el blanco, clavándose en el ciervo cuando estaba masticando y haciéndole hincar las rodillas con un chorro explosivo de sangre.

Mmm. No está mal, teniendo en cuenta el tiempo que hace que no cazaba con arco , pensó, algo sorprendida. Normalmente uso la ballesta y con conejos. O le lanzo algún pez a Gabrielle. Sonrió levemente al pensarlo, luego entró en el claro y se dejó caer sobre una rodilla junto al ciervo jadeante. Un toque y una brusca sacudida acabaron con su agonía y Xena se puso a trabajar, preparando la presa para poder llevársela. Desangró al animal y le quitó las vísceras, tirándoselas a los carroñeros que se acercaban, luego le quitó la cabeza y le ató las patas.

Creo que esta vez es posible que haya intentado abarcar más de lo que puedo , pensó la guerrera, midiendo la carga con escepticismo. Bueno. Cuanto antes empiece, antes terminaré. Limpió el cuchillo y ató el arco encima del cadáver para quitarlo de en medio. Luego respiró hondo y, agarrando las patas atadas, se echó el cuerpo sobre los hombros, colocándolo lo mejor posible. Jo, chica , se burló mentalmente de sí misma. Cómo voy a lamentar todas esas largas veladas vagueando junto al fuego cuando debería haber estado ejercitándome. Ya lo creo. Ponte en marcha, Xena, antes de que se te caiga todo esto.

A veces , pensó, cuando ya casi estaba en el pueblo, no sé si de verdad soy así de fuerte o es que soy demasiado terca para reconocer que no puedo hacer algo. Deteniéndose un minuto para recuperar el aliento, se colocó mejor la carga, ignorando el dolor ardiente que tenía en los hombros y concentrándose con decisión en la luz de la mañana temprana que bañaba el tejado de la posada, donde un rizo de humo subía desde el hueco de la chimenea. Ya no falta mucho , pensó sonriendo por dentro, al acercarse a la puerta y oír el murmullo de voces del interior.

—Lo de anoche nos puede haber salvado, Johan —afirmó Cyrene, meneando la cabeza con asombro—. Al menos durante un tiempo. Ahora, si consigo provisiones frescas, a lo mejor podemos darle la vuelta a esto —suspirando, contempló las alacenas vacías—. Creo que será mejor que vaya a comprar. Tal vez consiga algo de carne en salazón. Puedes volver a hacer esos bocadillos.

—Seguro que esto es mejor —dijo una voz grave y risueña desde la puerta, sorprendiéndolos a los dos—. Cuidado —advirtió Xena, al tiempo que se quitaba la carga de los hombros y la dejaba caer sobre la larga mesa baja situada al fondo de la cocina.

—¡Xena! —exclamó Cyrene pasmada. Alargó una mano sin dar crédito y tocó la piel del cadáver—. ¿Qué... cómo...?

La mujer más alta dio unas palmaditas a su carga y sonrió.

—No quieres dinero —se encogió de hombros—. He salido y he encontrado otra cosa que sí puedes aceptar —sacudiéndose la túnica, se volvió y se dirigió a la puerta, sin esperar la respuesta de Cyrene. Al cerrar la puerta tras ella, se apoyó en la pared un momento, para quitarse una contractura dolorosa de la espalda. Caray. Me alegro de no tener que hacer eso todos los días. En su cara se formó una sonrisa socarrona. La cara de Cyrene había valido la pena con creces.

—¡Eh! —exclamó Toris, al doblar la esquina y verla—. ¿Qué haces levantada tan temprano? —echó a andar a su lado cuando ella emprendió la marcha hacia el riachuelo, situado por encima del pueblo.

—He salido a buscar el desayuno —contestó Xena, con indiferencia—. Y siempre me levanto tan temprano —lo miró—. Voy a nadar. ¿Te apetece?

Toris la miró de reojo.

—Brrr... Tan temprano no, gracias —le tocó la manga de la túnica—. ¿Sangre?

—Desayuno —contestó la guerrera, indicando la cocina con la cabeza.

—Ah. ¿Has conseguido un par de conejos? —su hermano le dio unas palmaditas en el hombro—. Eso está muy bien.

—Sí —contestó Xena, con un brillo en los ojos que Gabrielle habría reconocido al instante—. Y muy raros. Nunca había visto una cosa así.

—Bueno —Toris carraspeó—. Será mejor que vaya a comprobar. Yo me conozco todas las especies que hay por aquí. Ya te diré de qué clase son —se dio la vuelta y se dirigió de nuevo a la puerta de la posada.

Xena se rió por lo bajo y reemprendió la marcha hacia el riachuelo.

—Cyrene —dijo Johan, maravillado—. Dime, en serio. ¿Pero qué le dabas de comer cuando era pequeña? —rodeó el cadáver del ciervo y movió una pezuña, meneando la cabeza.

Cyrene se cruzó de brazos.

—Bueno, bebía mucha leche —murmuró, riéndose un poco—. Pero aparte de eso... ¿te das cuenta del tamaño que tiene esto? Vamos a tener carne para dos semanas —bajó la cabeza y sonrió—. Bribona. ¿Has visto cómo le brillaban los ojos?

Johan le echó una mirada indulgente.

—Como los de su madre cuando le cuela una a alguien —bromeó, esquivando el leve manotazo—. No es para nada como me esperaba, Cyrene.

—No —dijo la posadera, con rostro pensativo—. Nunca lo es.

Aldea amazona: sala del consejo

—Disculpa —repitió Gabrielle, cortésmente—. ¿Me explicas otra vez por qué atacar a los centauros nos ayudará a obtener estabilidad en la región? Eso no lo he entendido muy bien —la bardo juntó las manos sobre la mesa y ladeó la cabeza rubia con sincero interés. A su lado, Ephiny mantenía una expresión solemne, tomando notas de vez en cuando en el pergamino que tenía delante. Ahora levantó la mirada e intercambió un movimiento de ceja con Solari, que estaba sentada hacia la mitad de la sala. Solari respondió con un bostezo y salió en silencio de la estancia, dirigiéndose al comedor.

—He dicho —enunció Arella con claridad y cierta irritación en el tono—, que mientras nos disputemos una frontera, no hay forma de que podamos extender con seguridad los terrenos de caza hacia el norte —echó una mirada de frustración a la reina. ¿Pero cómo puede ser tan dura de mollera esta mujer?

—Ah —asintió Gabrielle—. Ya veo. Bueno, sabes, me gustaría enviar primero un equipo de negociaciones a los centauros. Llegar a un acuerdo para compartir la frontera con ellos me parece mucho menos problemático que salir directamente a luchar con ellos. ¿No crees? —sonrió a Arella, devolviéndole a la alta pelirroja una mirada directa. Al cabo de un momento, se volvió hacia Ephiny—. ¿Tienes a alguien que pueda dirigir a un grupo que vaya allí?

—Mmm —Ephiny se puso a pensar, frunciendo los labios—. Sí, tengo a alguien —hizo un gesto con la barbilla a Granella, que estaba apoyada en el poste de la pared del fondo—. Reúne a un grupo pequeño, de seis o siete, para partir mañana al amanecer —la delgada amazona asintió y salió de la estancia—. Muy bien, con esto damos por concluidos todos los temas de esta mañana —Ephiny se echó hacia atrás y estiró el cuello para quitarse una contractura. La cosa iba bien, mejor de lo que esperaba, en realidad, incluso con la persistente oposición de Arella. Levantó la vista cuando Solari volvió a entrar, avanzó ágilmente hasta la mesa del consejo y depositó en la mesa una jarra de té frío junto con varios vasos. Ephiny le sonrió—. Gracias —murmuró, eligiendo un vaso y llenándolo hasta la mitad—. Toma —dijo, ofreciéndole el vaso a Gabrielle—. Pasarme toda la mañana hablando me da sed. Ni me imagino cómo estarás tú.

Gabrielle aceptó el vaso y se reclinó en la silla, observando la sala mientras tomaba un trago de la bebida fría. La tensión de la sala le estaba dando dolor de hombros, aunque estaban progresando. No hizo ni caso de la mirada claramente descontenta de Arella y en cambio se puso a mirar por la ventana. Las expresiones de la estancia iban de la esperanza al escepticismo, pasando por la franca oposición, pero una cosa que todas tenían en común era que estaban centradas en ella. Saber esto, saber que todas contaban con ella para que resolviera sus problemas hacía que la bardo se sintiera muy aislada. Pensó que ni siquiera Ephiny lo entendería porque, por supuesto, era amazona. Yo no lo soy. Y creen que tengo una cura mágica para todos sus problemas. Esto no era infrecuente porque, a fin de cuentas, ¿no era eso lo que Xena y ella hacían todo el tiempo? Pero... normalmente no era ella el centro de atención. Da miedo. No sé si me gusta. Y de repente, al verse al otro lado, supo muy bien lo que soportaba Xena, casi a diario. Dioses... ¿cómo lo hace?

La bardo se quedó ensimismada un momento, reflexionando. Era cierto: cada vez que se encontraban con un problema, las esperanzas y expectativas de todo el mundo caían sobre un par de hombros sin duda anchos, pero muy humanos. Si cerraba los ojos, se podía imaginar la cara de Xena, esa pequeña arruga en el entrecejo, la expresión concentrada, la forma sutil en que erguía el cuerpo y respiraba hondo, mientras tomaba nota de las circunstancias, ahondaba en sus conocimientos y experiencia e intentaba dar con una respuesta. Y cuando las cosas se ponen mal, ¿dónde acudo yo primero? ¿Cuánta presión puede soportar una sola persona? Dioses... nunca lo había pensado. ¿Cuántas veces le he dicho que cuento con ella para hallar una respuesta a una pregunta que no tiene respuesta? Y... lo hace. Nunca delega la responsabilidad en otros. Y aun cuando me doy cuenta de ello y sé que ésta es tarea mía... y responsabilidad mía, no suya... así y todo... así y todo desearía que estuviera aquí. Ojalá pudiera abrir los ojos y verla apoyada en la puerta, haciendo una mueca a las amazonas y echándome esa mirada.

—Gabrielle —la voz baja de Ephiny interrumpió sus reflexiones. Abrió los ojos y se encontró con la mirada preocupada de la amazona—. ¿Estás bien? —siguió Ephiny, poniéndole una mano con delicadeza en la rodilla—. Tienes una cara rarísima.

—No, estoy bien —Gabrielle sonrió con ironía—. Sólo estaba pensando —le guiñó un ojo a Ephiny—. Para eso me has contratado, ¿no? —bebió otro sorbo de té e intentó fingir una despreocupación que en realidad no sentía—. Bueno, ¿qué es lo siguiente?

Ephiny apoyó un codo en la mesa y echó una larga mirada a la bardo.

—Pues el almuerzo, en realidad —reconoció, riendo entre dientes—. Y el consejo de ancianas desea hablar contigo justo después —se encogió de hombros—. Y después de eso, ¿qué tal si soltamos tensión con un poco de entrenamiento?

Gabrielle asintió afablemente.

—Vale, me parece estupendo —se levantó y empezó a rodear la mesa, pero se tuvo que echar a un lado cuando Arella intentó cortarle el paso—. Disculpa —sonrió a Arella—. Sin rencores, ¿verdad? —dejó que sus ojos se encontraran con los irritados ojos grises de Arella.

—Ninguno —contestó Arella, arrastrando la palabra—. Pero creo que a ti y a mí nos vendría bien charlar de ciertos temas —se cruzó de brazos con aire indiferente—. ¿Tendrías tiempo, como a la hora de la cena, para hablar? —dijo, en un tono de voz deliberadamente ligero y nada amenazador. Vamos, reinita. A lo mejor encontramos terreno común. Habla conmigo.

La mente de Gabrielle se aceleró, aunque mantuvo una expresión cortésmente pensativa. ¿Debería? A lo mejor se puede razonar con ella después de todo... podría intentarlo.

—Claro —contestó, sonriendo un poco más—. Eso estaría bien.

—Pues hasta esta noche —respondió Arella y la saludó con una leve inclinación de cabeza antes de volverse y salir de la sala del consejo, en cuya puerta se reunió con dos de sus compinches más íntimas.

Ahora viene Ephiny y dice: No me parece buena idea, Gabrielle , auguró la bardo por dentro.

—No me parece buena idea —dijo Ephiny, echándole a Gabrielle una mirada de advertencia, sorprendida al ver la repentina sonrisa reprimida que por un intante se dibujó en la cara de la reina—. Creo que estás jugando con fuego — ¿En qué estará pensando? Seguro que se da cuenta de lo que Arella se trae entre manos...

—Ephiny, por favor, relájate —contestó Gabrielle, con cierta irritación—. En primer lugar, puedo cuidar de mí misma. En segundo lugar, a lo mejor tiene alguna idea buena... ¿cómo voy a saberlo si no la escucho? En tercer lugar —y aquí bajó la voz y acercó la cabeza a Ephiny—, no soy tan inocente como crees.

Meneando la cabeza, condujo a Ephiny hasta la puerta y hacia el comedor.

—Venga. Tengo hambre —pero en realidad no la tenía. Qué raro... tengo hambre y no la tengo, o la tengo, pero... Dioses, Gabrielle, ve a comerte ese almuerzo. Que era bastante soso y más bien consistente en cereales estofados. No estaba mal, pero no era muy interesante. Pero Gabrielle se lo fue comiendo, ya que no tenía elección. Bueno, podría ir al río y coger un pez, supongo. Sí, ya. Y causar una impresión estupenda.

Pero la reunión con las ancianas fue interesante y Gabrielle disfrutó de la oportunidad de poder hablar con algunas de las amazonas jubiladas, cuyos recuerdos se remontaban a mucho antes de que ella naciera. Las ancianas le gustaban y tenía la sensación de que ella también les gustaba. Al salir, iba sonriendo y vio a Ephiny y a Eponin hablando cerca del campo de entrenamiento. Ah, sí. Entrenamiento con varas. Casi se me había olvidado. Saludándolas con un gesto cordial, cambió de dirección y fue a su alojamiento, para recoger su vara y dejar las notas de la reunión. Ephiny cruzó el recinto y se reunió con ella en la puerta.

—Hola —la saludó la amazona escuetamente—. ¿Vienes a coger tu vara?

—Sí —replicó Gabrielle, dejando las notas y cogiendo la lisa madera, que encajó en su mano con una sensación de familiaridad que siempre la sorprendía un poco. Nunca pensé que me acostumbraría a llevar esto. Supongo que uno se puede habituar a cualquier cosa.

—¿Has estado practicando? —preguntó Ephiny, echándole una mirada risueña—. Eponin no te lo va a poner fácil —miró a la bardo, advirtiendo la expresión casi traviesa de sus brumosos ojos verdes, notando la mayor musculatura que tenía en los brazos y los hombros. Oh, seguro que sí... y menuda compañera de entrenamiento tiene —. ¿Mmm? —insistió, con una sonrisa.

Gabrielle dejó que sus labios se curvaran en una sonrisa.

—Oh, un poco —le aseguró a la amazona alegremente—. Ya sabes, aquí y allá. A veces hasta la uso de verdad —levantó la vara e hizo un gesto a Ephiny para que fuera delante de ella—. Vamos, sé que Eponin detesta que la hagan esperar —cruzaron el recinto hasta donde esperaba Eponin, apoyada tranquilamente en su propia vara. Había algunas otras amazonas por allí, pero Gabrielle era consciente de su atención e interés. Bueno... así que se trata de dar el espectáculo, ¿eh? Notó una descarga de expectación rara vez sentida en la boca del estómago.

Su eficacia con la vara era algo que estaba adquiriendo para mantenerse con vida y para... dioses... impedir que Xena tuviera que volverse loca de preocupación por ella en una lucha, pero no se regodeaba en el combate como lo hacía Xena y ni siquiera comprendía de dónde salía esa emoción. Pero estaba mejorando: Xena se lo había dicho y aunque la guerrera la mimaba en muchas cosas, con esto... con esto... Xena no mentiría ni exageraría. No cuando le podía ir la vida en ello, cosa que Xena se tomaba absolutamente en serio.

—Hola, Eponin —sonrió al alcanzar a la amazona de más edad—. Gracias por dedicar un poco de tu tiempo a entrenar conmigo. Como en los viejos tiempos.

Eponin la miró atentamente.

—Espero que te hayas mantenido al día, majestad —dejó asomar una leve sonrisa—. ¿Empezamos? —señaló hacia una zona despejada y echó un vistazo alrededor para asegurarse de que no había nadie demasiado cerca.

Se encararon y Eponin no perdió el tiempo, sino que se le echó encima y atacó sus defensas con varios golpes de prueba. Que ella paró, notando que su cuerpo adquiría un ritmo conocido al responder a los ataques con ensayada facilidad. El golpe de la vara de Eponin contra la suya le resultaba... ligero, advirtió sorprendida, y carecía del escozor al que estaba acostumbrada. Probó a avanzar un poco y realizó una parada doble que a menudo usaba contra Xena con escasos resultados.

El rostro de Eponin era el vivo retrato de la sorpresa cuando su vara salió volando de sus manos y Ephiny ni se molestó en disimular su asombro desconcertado. ¡Toma! ¡Chúpate ésa! Gabrielle esperó a que Eponin recogiera su arma y entonces, algo molesta por el asombro de las amazonas ante su competencia, se lanzó al ataque, descargando golpes con tensa satisfacción. Ahora Eponin también se puso seria y la amazona empezó a esforzarse mucho más con sus golpes, intentando por todos los medios atravesar las defensas de la bardo y desarmarla.

Gabrielle no estaba por la labor. A mí me vas a tratar con condescendencia, ¿verdad? Me vas a tratar como a una niña ignorante, ¿verdad? Vale... pues toma. Clac. Ah, y Xena también me ha enseñado esto. Clac. A la amazona se le vio la rabia en la cara. Uuuy, eso te tiene que haber dolido. Gabrielle sonrió. Eponin redobló sus esfuerzos y empezó a respirar con un poquito de dificultad. Arremetió con decisión contra el cuerpo de Gabrielle, descargando la vara contra la de la bardo con una fuerza descomunal. Pero Gabrielle descubrió que sus bloqueos resistían, pues sus músculos estaban acostumbrados a soportar una fuerza mucho mayor, y empujó a la amazona hacia atrás, haciendo que perdiera el equilibrio y dejándola abierta a un ataque de revés, una de sus maniobras preferidas. La vara de Eponin volvió a salir por los aires y esta vez, Gabrielle rodeó su propia arma con el brazo y se apoyó en ella, sintiéndose muy ufana y satisfecha. Por el rabillo del ojo, vio que había varias docenas de amazonas observando, congregadas en círculo a su alrededor. Bien. Que me tomen en serio. No soy una guerrera, pero desde luego que no soy la cría torpe que era la última vez que estuve en este campo de entrenamiento.

—Te felicito, majestad —dijo Eponin, fríamente, respirando aún con dificultad—. Parece que, efectivamente, has estado entrenando.

Gabrielle se encogió de hombros con aire indiferente.

—Gracias. Sí que la uso mucho, sabes. Nos metemos en líos... todo el tiempo —se encogió de hombros—. Y tengo una compañera de entrenamiento muy buena —al decir esto, su cara se iluminó con una sonrisa imposible de controlar—. Aunque ella sólo luche a medias y yo acabe tirada en el suelo la mayor parte del tiempo.

Eponin asintió.

—Tendría que haberlo recordado. Pero no creía que Xena perdiera el tiempo con una vara —sus ojos se posaron en Ephiny, que se encogió de hombros.

Gabrielle ladeó la cabeza, extrañada.

—Tenéis un concepto muy raro de ella, ¿sabes? Es una persona como cualquiera... es divertida y afectuosa y... una buena maestra —hizo una pausa y sonrió—. Y una buena amiga —terminó, en voz baja—. Y utiliza cualquier cosa que tenga a mano como arma. Créeme —se rió suavemente y luego bajó la vara hasta el costado—. ¿Terminamos?

Ephiny combatió con ella, luego Solari y por fin Granella, que sonrió y le pidió a Gabrielle que le enseñara ese ataque de revés. Las amazonas la trataban ahora un poco distinto, lo cual a Gabrielle le hacía cierta gracia. Me traen aquí porque soy una pacificadora. Y no me respetan hasta que les doy una paliza. Aquí hay algo que no encaja. Pero se había divertido y era un alivio descargar parte de la tensión que se le había ido acumulando durante todo el día. Se estiró mientras Ephiny y ella regresaban a su cabaña caminando la una al lado de la otra.

—Caray... cómo se me han quitado los nudos —le dijo, medio riendo, a la amazona.

Ephiny le echó una mirada.

—No me cabe duda —pegó un ligero codazo a la bardo—. Desde luego, te has divertido a nuestra costa —se rió un poco—. ¿Por qué no me dijiste que eras así de buena? Me siento como una idiota.

—Bueno... —Gabrielle dudó y luego abrió las manos—. Es que me cuesta juzgarlo, Ephiny... te olvidas de con quién tengo que medirme —notó esa sonrisa que le salía cuando pensaba en Xena. Últimamente, no puedo evitarlo.

Ephiny agachó la cabeza asintiendo.

—Vale... tienes razón —reconoció, preguntándose si Gabrielle sabía cómo se le iluminaba la cara cada vez que hablaba de su compañera guerrera—. Ha hecho un trabajo estupendo contigo — Más de lo que te imaginas, no sólo con esa vara, bárdica amiga mía.

—Ya es hora de que me lave y me prepare para la cena —murmuró la bardo—. Lo sé... lo sé... tendré cuidado —miró a Ephiny—. Deséame suerte.

Ephiny suspiró.

—Está bien. Pero voy a apostar a alguien ahí fuera, no muy lejos. Por los dioses, Gabrielle, grita si necesitas algo —tocó a Gabrielle en el brazo como despedida y se dirigió a su propio alojamiento.

Gabrielle meneó la cabeza y entró en la cabaña, colocando la vara con cuidado en un lugar seguro cerca de su mesa de trabajo, tras lo cual se quitó la ropa de cuero. Se envolvió en una toalla de lino y fue a la zona de baños, que estaba bastante vacía a esta hora de la tarde. El sol tardío se colaba perezoso por las celosías de las ventanas y salpicaba de cuadrados polvorientos y distorsionados el suelo cubierto de esteras, mientras Gabrielle se apoderaba de una bañera y la llenaba de agua calentada en la chimenea siempre encendida. El fondo de la sala de baños daba a la forja de la herrería y siempre había pensado que era una forma muy eficaz de ahorrar calor. Con un gemido, se metió en el agua, haciendo una mueca de dolor al notar un tirón en un músculo del hombro.

Dioses, qué dolor , pensó quejumbrosa. Si... Xena estuviera aquí, le podría rogar que me diera un masaje. Siempre sabe dónde me duele exactamente. Y tiene unas manos tan estupendas y tan calientes... Suspiró. Gabrielle, no pienses en eso. Tú has decidido hacer esto, así que hazte a la idea. Malhumorada, terminó de lavarse y vació la bañera, se envolvió en la toalla de lino y regresó cansinamente a su alojamiento. ¿Qué Hades me pasa? Aquí estoy, al mando de una nación completa de personas, y cuando debería estar pensando qué hacer para solucionar sus problemas, acabo pensando en... Se detuvo ante su mesa de trabajo y cogió el trozo de ámbar que había dejado allí. Y sonrió, dejando caer los hombros en un gesto humorístico de derrota. Acabo pensando en estar enamorada. Porque lo estoy. Y es como... estar debajo de una cascada, en una soleada mañana de primavera, de lo bien que me siento... Por un momento, se permitió continuar con esa idea, arrebujándose más en la toalla de lino, notando que se le formaba una enorme sonrisa de incredulidad. Entonces se echó a reír y se vistió y ya estaba calmada y lista cuando se oyó un golpe en el poste de la entrada y se presentó Arella.

—¿Me estás diciendo —dijo Arella más tarde, sirviéndole una segunda copa de vino, después de cenar—, que siempre hay una solución pacífica para cualquier problema?

Gabrielle se encogió de hombros.

—Me gustaría decir que sí, pero... llevo dos años viajando con Xena... —echó una mirada a su invitada y no tocó la copa de vino. Ah, no... ya he aprendido la lección, gracias. Mi límite es una —. A veces, no tienes elección. Pero me gustaría pensar que podemos trabajar con las situaciones para que siempre tengamos elección —su tono era tranquilo y razonable.

—Pero aceptas que a veces la violencia es inevitable —insistió Arella, inclinándose sobre la mesa, sabiendo ya que Gabrielle no iba a retroceder ante ella.

—Inevitable, sí. Deseable, no —contestó la bardo, apoyándose en un codo y mirando a Arella.

—Deseable —repitió Arella, recorriendo a su compañera de cena con la mirada—. Eso depende —sus ojos grises acariciaron la clavícula expuesta de la mujer que tenía delante y se detuvieron en el collar que soltaba destellos a la luz de las velas—. Qué bonito —murmuró, alargando la mano y tocando la piedra de color verde mar con un dedo.

Gabrielle logró no estremecerse con el contacto y mantener la voz tranquila e indiferente.

—Gracias.

Arella ladeó la cabeza roja y miró a los ojos que tenía delante.

—Hace juego con tus ojos, majestad —enarcó una ceja—. Debe de haber sido difícil de encontrar. Es un color inusual.

La bardo sintió que el corazón se le aceleraba alarmado. Esto era más agresivo de lo que se había esperado... ¿debía llamar a la guardia? ¿Y quedar como una tonta? Se le ocurrió una cosa, que le curvó los labios con una sonrisa algo pesarosa.

—Eso me dicen —contestó, echando una mirada apacible a Arella—. Pero Xena se las arregló. Me sorprendió con él no hace mucho —bajó la mirada hasta la mesa y se echó a reír ligeramente. De nuevo un vistazo a Arella, cuya expresión era ahora bastante más reservada. Vale, Xena. Le debo una a tu reputación. Ya haremos cuentas —. Pero creo que deberíamos pensar en la violencia como una segunda opción, sobre todo con los centauros. Son vecinos... ¿no te parece mejor si podemos estar en paz con ellos?

Arella se echó hacia atrás en la silla y apoyó la barbilla en la mano.

—No lo sé, Gabrielle — Sí lo sé, pero tú no me oyes —. Tenemos una larga historia de enfrentamientos con ellos. ¿Cómo podrían fiarse de nosotras? —se encogió de hombros—. Somos demasiado distintos para ser aliados.

Gabrielle la sorprendió al echarse a reír.

—Ah, eso no es cierto en absoluto. Te sorprendería lo mucho que tenemos todos en común, en el fondo. Hace poco nos fuimos de una ciudad donde los habitantes han encontrado unos nuevos aliados en una raza de seres que son medio hombres, medio leones, que viven ahí cerca —disfrutó con la cara de incredulidad de la amazona—. Es cierto... yo estuve allí... lo vi. Los conozco —se levantó y se estiró, haciendo una mueca al forzar el hombro—. De modo que todo es posible. Pero esto no lo vamos a decidir esta noche. Aunque —la bardo miró a Arella, con seriedad—, sí que aprecio tu punto de vista.

Arella también se levantó y asintió en silencio.

—Tendremos que seguir hablándolo —dijo, suavemente, capturando los ojos de Gabrielle con los suyos. Y descubrió una inesperada compasión en ellos—. Buenas noches —terminó y se volvió para marcharse. Gabrielle rodeó la mesa y la acompañó hasta la puerta, poniéndole una mano en el hombro con delicadeza cuando llegaron al umbral. Notó un ligero respingo al entrar en contacto.

—Gracias por cenar conmigo —dijo, alegremente—. Que pases buena noche.

La alta amazona se detuvo y la miró, con expresión pensativa en su rostro preocupado.

—Tú también, Gabrielle —y sonrió. Y la rozó al pasar por la puerta, aprovechando el contacto al máximo.

Suspirando, la bardo volvió a su mesa de trabajo y sacó su diario, tras lo cual pasó varios minutos escribiendo absorta. Bueno, esta noche he tenido una visita de la Enemiga, Xena. Piensa que la única manera de hacer las cosas es con violencia. Nosotras no sabemos nada sobre eso, ¿verdad? Justo. Es... muy intensa. Y creo que quiere algo de mí... algo que sé que no le puedo dar. No sé qué hacer al respecto. He intentado seguir tu consejo y ahuyentarla, pero creo que le da igual. Eso me da miedo. A ver qué pasa. Oye, hoy habrías estado orgullosa de mí: les di una paliza a unas cuantas amazonas durante el entrenamiento con varas. Ojalá lo hubieras visto. Sí, ojalá. Es una tontería, lo sé. Sólo llevo aquí dos días. Pero una pequeña parte de mí no para de preguntarse qué estás haciendo y dónde estás y resulta que echo de menos simplemente tenerte cerca. Espero que estés bien y que no te estés metiendo en muchos líos.

Por fin, terminó y cerró el diario, se puso la que ahora era su camisa preferida y se metió en la cama. Y se quedó mirando las vigas de madera que sujetaban el techo. Y pensó en lo que podría estar haciendo Xena, a tres días de viaje de aquí, bajo las mismas estrellas, oyendo el mismo viento racheado ahí fuera. Se echó a reír ligeramente. Dormir, probablemente, seguro que eso era lo que estaba haciendo. Sacudiendo la cabeza, Gabrielle hizo lo mismo.

Anfípolis: varios días después

—Menuda diferencia ha supuesto tenerte aquí —Toris había bajado la voz, que sólo llegaba a sus oídos—. Nos ha cambiado la vida, Xena. No sé qué habríamos hecho si no hubieras venido.

Xena se apoyó en la pared y bebió un buen sorbo de la copa que sujetaba con ambas manos.

—Habríais encontrado una forma, Toris. Además, lo único que he hecho es cazar un poco y arreglar unas mesas —pero sí que contempló la sala y se quedó sorprendida al ver la cantidad de clientes que entraban tranquilamente para almorzar. Ahora había tres mesas nuevas, obra suya, junto con la contribución de Toris, que eran unas cuantas sillas. Nada mal, para una cascada ex señora de la guerra. Sonrió por dentro, al recordar la cara de sorpresa de su madre y su hermano cuando montó su taller fuera del granero, aunque por qué pensaban que los soldados eran incapaces de hacer tareas domésticas, para ella era un misterio.

—Xena —dijo Toris, alargando la mano y tocándole el brazo, contento al ver que no se encogía.

—¿Mmm? —contestó la guerrera, mirándolo con una ceja enarcada.

—Tú sabes... —vaciló y luego continuó de carrerilla—. Bueno, lo que quiero decir es que ésta es tu casa. No tienes que... o sea... bueno, que éste es tu sitio, si quieres —se quedó callado y observó su cara a la espera de una reacción.

—¿Te ha mandado madre con el mensaje? —respondió su hermana, pero con una sonrisa que quitaba hierro al comentario—. Es una bonita idea, Toris, y no creas que no lo aprecio. Lo agradezco —miró un momento a la mesa y luego a él de nuevo—. Más de lo que crees. Pero no puedo correr ese riesgo —se echó hacia atrás y colocó una pierna doblada, enfundada en una bota, encima del banco, apoyando el brazo en la rodilla—. No puedo exponeros a madre y a ti a las cosas con las que tengo que vivir.

Cyrene apareció detrás de ellos y se sentó al lado de Xena, acercándole un plato que llevaba lleno de empanadillas.

—Toma —dijo, señalando el plato y echando una mirada guasona a Xena—. Sé que te gustan —y no hizo el menor caso de la mirada de exasperación risueña que le lanzó su hija. Llevaba días usando pequeños trucos como éste para pinchar y penetrar la gruesa armadura emocional de Xena y estaba empezando a surtir efecto. La guerrera se había relajado notablemente en su presencia y empezaba a dar muestras de un humor sardónico y un vivo ingenio que Cyrene hacía mucho tiempo que sospechaba que rondaban por debajo de todo ese bronce y cuero—. Vamos, vamos.

Xena se rió entre dientes y meneó la cabeza.

—Madre, eres peligrosa.

—Sí, bueno, de alguna parte te tenía que venir, querida —contestó Cyrene, dándole una palmadita en el brazo, contenta cuando los dos hermanos se echaron a reír. Cuánto tiempo hacía , pensó, pasando la mirada de un hijo a otro. Xena había cambiado la armadura por una túnica azul de tejido tosco de lino y, sin armas, casi dejaba que Cyrene olvidase lo que era y, al verla sentada al lado de su hermano, viéndolos a los dos empujándose en broma y peleándose por las empanadillas, tuvo la sensación de que el tiempo volvía atrás. Una sensación agridulce, que se desvaneció al tiempo que daba gracias a los dioses por tener, al menos, este momento para reunir a parte de su familia tristemente destrozada.

—¡Xena, estate quieta! —exclamó Toris, agachándose al tiempo que su sonriente hermana lograba meterle un puñado de migas por la camisa—. ¡Aaaj! —se estremeció y se sacó la camisa de los pantalones, tirando las migas de empanadilla al suelo. El lobezno Ares gruñó al instante, olisqueó la ofrenda, sacó la lengüecita rosa y recogió una miga, que masticó con entusiasmo.

—Vamos, niños —dijo Cyrene riendo, regodeándose en las palabras. Los dos se volvieron hacia ella y casi se le paró el corazón al ver las dos caras parecidas, con un par de sonrisas traviesas e idénticos ojos azules que la miraban a su vez—. Si no os portáis bien, esta noche os quedáis sin postre —amenazó. Dioses, ojalá pudiera durar. Sé que no es posible. Pero...

—Ésa sí que es una amenaza —dijo Xena con guasa, echándose hacia atrás y sacudiéndose las manos. Cogió su copa y echó un buen trago, cerrando los ojos y respirando hondo. Ese ofrecimiento de Toris... me ha pillado desprevenida. Paseó la vista por el interior de la posada, por el rostro de su hermano, hasta detenerse por fin en el de Cyrene. Hay una parte de mí que lo desea tanto... Creía que nunca me sentaría a esta mesa, ni escucharía sus voces, ni sentiría la caricia de mi madre... otra vez... una sola vez. Cerré de un portazo la puerta de este lugar... pensé que la tenía cerrada a cal y canto hasta que apareció Gabrielle. En contra de su voluntad, en sus labios se formó una sonrisa. Y fíjate cómo atravesó todas las puertas cerradas como si ni siquiera existiesen. ¿Cómo he dejado que ocurriera eso? Ahora, tengo la posibilidad de volver a casa. La realidad se posó sobre sus hombros. Y no puedo.

—Xena —Cyrene le tocó el brazo.

—¿Sí? —contestó ella, ladeando la cabeza morena para mirar a su madre.

Cyrene juntó los dedos, colocándoselos delante de los labios.

—Yo... no sé qué planes tienes —vaciló—. Pero quiero que sepas que me gusta mucho tenerte aquí —sus ojos se encontraron con los azules de un rostro impasible que tenía ante ella—. Y espero que te plantees darnos la oportunidad de pasar un tiempo contigo.

La guerrera desvió la mirada y dejó caer la barbilla sobre las manos entrelazadas.

—Escucha —dijo, por fin—. Yo... la idea de poder volver a formar parte de esta familia... es algo que jamás pensé que tendría la oportunidad de hacer —se contempló las manos—. Y... es algo que me apetece mucho —los miró y vio sus ojos clavados en su cara—. Pero no puedo correr el riesgo de hacer eso —se encogió de hombros—. Hay mucha gente ahí fuera a la que le encantaría poder hacerme daño a mí o a la gente que quiero.

—Pero Xena —objetó Toris—, vamos a seguir siendo tu familia. Eso no puede cambiar, tanto si estás aquí como si no.

—No exactamente, Toris —contestó su hermana en voz baja—. Si yo no estoy, puede que aparezca algún que otro oportunista que se haya enterado por casualidad de que estamos emparentados. Si estoy aquí... —soltó una carcajada sarcástica—. Sería un coto de caza abierto a las visitas de cualquier señor de la guerra rencoroso y cualquier aspirante a guerrero con ansia de hacerse famoso. Vosotros no queréis eso. Yo no quiero eso —suspiró—. Sin embargo, sí que tengo que quedarme por lo menos una temporada, hasta que esté segura de que las amazonas se han tranquilizado.

Cyrene se echó hacia delante al oír eso, interesada.

—¿Por qué? ¿Es que no crees que tu amiga sea capaz de manejarlas? —Gabrielle le caía bien y tenía la sospecha de que la bardo había sido un influencia muy buena para su salvaje retoño. De hecho, un instinto materno le decía que los sentimientos de su hija por Gabrielle eran bastante más profundos de lo que había estado dispuesta a reconocer. Hasta ahora.

—Gabrielle se las arregla muy bien —contestó Xena, tajante—. Pero hay ciertos miembros de la nación amazona que no están de acuerdo con seguir un camino pacífico. Y existe la posibilidad de que una de ellas o alguna más quieran desafiarla para arrebatarle el mando —hizo una pausa, reflexionando—. Se trata de un desafío a muerte —añadió, observando sus rostros horrorizados.

—Entonces... ¿Gabrielle tiene que luchar con alguien a muerte? —preguntó Toris, con los ojos desorbitados—. Eso es una locura. Ella habla, no lucha.

Xena sonrió.

—Bueno, en realidad hace un poco de las dos cosas. Pero no, ella no tiene que hacerlo. La reina puede nombrar a una campeona que luche por ella en el desafío.

Cyrene por fin lo comprendió. Miró a su hija a los ojos y sonrió.

—Y tú eres su campeona —no era una pregunta. Vio un leve rubor que subía por el cuello de Xena y se rió por dentro.

—Sí —fue lo único que dijo la guerrera. Entre otras cosas , intervino su mente tomándole el pelo. Vio esa expresión en los ojos de su madre y se encontró pillada entre la mortificación y la exasperación. Cuesta ocultarle las cosas. Bueno... a mí también. Supongo que de casta le viene al galgo. Dejó que en sus labios bailara una sonrisa al devolverle la mirada a su madre, encogiéndose ligeramente de hombros y asintiendo. Los ojos de Cyrene se dilataron y le devolvió la sonrisa, con comprensión evidente. La mujer estaba a punto de hablar cuando un ruido los sobresaltó a todos y desvió su atención hacia la puerta.

Toris soltó una maldición cuando tres hombres con media armadura entraron en la sala, mirando a su alrededor.

—Yo me ocupo —murmuró tensamente, levantándose de la silla y acercándose a ellos.

—Hombres de Bregaris —dijo Cyrene en voz baja—. El señor de la guerra del sur. Seguro que han venido en busca de tributo —miró a Xena y parpadeó. El rostro de su hija se había quedado gélido e impasible, con los ojos clavados en los tres soldados.

Idiotas , pensó Xena, sintiendo que sus instintos se despertaban y que la sangre le empezaba a hervir en la venas cuando los dos primeros hombres acorralaron a su hermano, mientras el tercero, una mole inmensa y silenciosa, vigilaba. Bajó la rodilla para plantar los dos pies con firmeza en el suelo y aferró el borde de la mesa con la mano, apartando el banco de en medio con silenciosa eficacia. Echó una rápida mirada a Cyrene, que la observaba con evidente fascinación, y le sonrió levemente y con ironía.

El soldado número uno tenía ahora a Toris agarrado por la pechera de la camisa y medio subido al mostrador de servicio. Vale... ya basta , pensó Xena seriamente, al tiempo que se ponía en pie y cruzaba la taberna.

Cyrene se echó hacia atrás y se quedó mirando, mientras Xena avanzaba, con un poder controlado en cada movimiento, doblando un poco las manos al acercarse a los soldados y a Toris. Sin poderlo remediar, sintió una chispa de orgullo en el corazón, no por la violencia que sospechaba que estaba a punto de desatarse, sino al ver a su hija dispuesta a arriesgarse para defender a otra persona.

Cuando Toris empezaba a tener problemas para respirar, vio una mano morena que se posaba en el hombro del que lo atormentaba. El hombre levantó la mirada, irritado, y pegó un ligero respingo cuando sus ojos encontraron a su lado a una versión ligeramente más baja y femenina del hombre que tenía agarrado.

—Hola —dijo Xena despacio, con tono grave y profundo—. Creo que será mejor que sueltes a mi hermano —dejó que sus labios se curvaran en una sonrisa. E hizo acopio de la sensación de amenaza nerviosa que podía proyectar cuando lo necesitaba—. Ahora.

El hombre dejó caer a Toris y se volvió hacia ella.

—¿En serio? ¿Quieres ocupar tú su lugar? —su rostro era feo, con una cicatriz que se lo cruzaba de la oreja al pómulo y una barba rala que intentaba taparla.

—Claro —contestó Xena y descargó el puño con una súbita explosión de fuerza, alcanzándolo debajo de la mandíbula, levantándolo por el aire y derribándolo como una piedra delante de ella. Dejó al segundo fuera de combate con un codazo rápido y brutal. Paró al tercero, el inmenso, con la bota cuando se le echó encima, observando su rostro pasmado cuando ella flexionó los músculos del muslo y lo estampó contra la puerta. Intentó levantarse y ella lo dejó sin sentido de una patada, luego se volvió y le estiró la camisa a Toris, acicalándolo con risueña indulgencia—. ¿Ya estás mejor? —preguntó, quitándole unas últimas motas del hombro.

—Eres... asombrosa —Toris se echó a reír por el alivio. Miró a los tres hombres tendidos meneando la cabeza—. No van a estar muy contentos cuando se despierten.

Xena se encogió de hombros.

—No, pero podemos enviarlos de vuelta con un mensaje. Conozco a Bregaris. Es un cobarde y cuando se vea desafiado, se retirará y buscará presas más fáciles —regresó a la mesa, donde Cyrene seguía esperando. Sentándose de nuevo, cogió una de las empanadillas que quedaban y la mordió, echando un vistazo a su madre. Oh... oye... cómo me gustan... su mente se rió de ella. Y a Gabrielle le encantarían. Sonrió—. Bueno. ¿Te ha gustado el espectáculo?

Cyrene carraspeó.

—Siempre me gusta ver cómo trabaja un experto —dijo con humor—. Desde luego, no has perdido el tiempo —fingió que no veía a Xena engullir otra empanadilla—. Y hablando de eso, ¿te importa que te pregunte dónde vas por las noches?

Xena enarcó una ceja, pero se encogió de hombros.

—Al bosque. Hay un claro, lo bastante grande para que pueda ejercitarme con la espada sin asustar a los vecinos —contestó, sonriendo a Cyrene con ironía—. Para mantener eso hace falta entrenar mucho —echó una sonrisa guasona a su madre—. Además, tengo que hacer algo para bajar todas estas empanadillas — Y para librarme del exceso de energía. Y para agotarme de tal manera que no tenga que quedarme echada en la cama... pensando.

Cyrene asintió ligeramente.

—Eso me parecía. Esta mañana te vi cuando volvías y llevabas la espada — Y parecías muy cansada, pero eso no lo vamos a comentar —. No deberías hacer tanto esfuerzo —observó a la figura más alta sentada a su lado y sintió una fuerte oleada de cariño materno que no sentía por esta mujer desde hacía mucho tiempo—. Bueno, tengo que ir a ver si ya han empezado con la cena —suspiró, se levantó y rodeó a Xena para dirigirse a la cocina. Al pasar por detrás, puso las manos sobre los hombros de su hija e inclinándose hacia delante, rozó con los labios la cabeza morena. Siguió adelante sin decir nada, consciente de los ojos azules que la siguieron hasta que desapareció de su vista tras la puerta de la cocina.

Xena salió tras indicarles a Toris y algunos de sus amigos más fornidos cómo debían atar a los soldados a sus caballos. Escribió una notita y la firmó, para que la pusieran en el supuesto líder del grupito, y luego los dejó con la tarea. Un gruñido grave le llamó la atención y bajó la mirada hasta donde estaba el lobezno, que la seguía muy esforzado, mordisqueándole la bota. Dioses. Suspiró, bajó la mano y cogió al animal. El pequeño Ares traspasó sus ejercicios de dentición a su dedo y soltó otro profundo gruñido.

—Qué miedo me das —informó Xena al lobezno.

—Arruu —respondió el cachorro, mirándola sin dejar de parpadear con sus ojos amarillos.

—Sí —contestó Xena, echando un rápido vistazo a su alrededor para ver si había alguien mirando—. Vamos. Es la hora de tu siesta —se llevó al animal al interior del establo y levantando la mano, lo dejó en el pajar, donde se puso cómodo de inmediato. Tras un momento de duda, ella también subió, saltó por encima del cuerpecito oscuro y se relajó boca arriba, con las manos recogidas detrás de la cabeza. Ares aprovechó para arrimarse bien a ella, olisqueándole el costado todo contento.

—Ares, vale ya —suspiró, haciendo una mueca. El lobezno le chilló—. Oh, está bien —cedió, levantándolo y colocándoselo sobre las costillas, donde se acurrucó feliz, mirándola con parpadeantes ojos soñolientos llenos de adoración. Ella se echó a reír suavemente y luego se quedó mirando las vigas de madera. Recordó la sensación de las manos de su madre en los hombros y ese beso ligero que no había sentido desde que era muy pequeña. A lo mejor es posible... su mente dio vueltas a la idea. A lo mejor.

Sus pensamientos pasaron a Gabrielle y al agujero cada vez más hondo que sentía en su interior donde echaba de menos la presencia de la bardo. ¿Que la echo de menos? Más bien que la necesito. Cerró los ojos y pensó un poco en eso. ¿Y cuándo ha ocurrido esto? En fin, no puedo fingir que no es cierto. Ése era el eco que intentaba acallar con el ruido del metal todas las noches, el tirón que le atenazaba el corazón en el pecho en momentos inesperados. Y cada vez era peor. Supongo que nos hemos acostumbrado a tenernos cerca la una a la otra. Dos años es mucho tiempo para pasarlo con una sola persona, día y noche, y no acabar teniendo... ¿el qué, una dependencia de ella? ¿Se trata de eso? Tal vez.

Tomó aliento con fuerza y lo soltó. Si Gabrielle estaba destinada a quedarse con las amazonas, a lo mejor ella probaba a quedarse aquí. Para convertirse en la protectora del pueblo, como debería haber hecho desde el principio. Para volver a unirse a su familia. Podría hacerlo... no estar ahí fuera luchando con todo el mundo todo el tiempo. Hacer tal vez una visita a las amazonas de vez en cuando. Sí.

Parpadeando, vio que las profundas marcas de la madera que tenía encima de la cabeza se ponían borrosas y luego se aclaraban.

—Lyceus, lo siento —susurró, alargando la mano para tocar su nombre—. Podría haberte traído de vuelta, sabes —se mordió el labio—. Pero el precio era algo que no podía pagar... y creo que tú tampoco habrías querido que te comprara a cambio de eso —suspiró y bajó la mano para acariciar a Ares, que enredó una pata delantera entre sus dedos y los sujetó. Luego, relajada por la cálida luz del sol y el cachorro dormido, Xena dejó que se le cerraran los ojos. Sólo unos minutos , le aseguró su mente.

Cuando abrió los ojos, un rápido vistazo a la ventana le dijo que había sido mucho más que unos minutos. Sorprendida, sacudió la cabeza para despejársela y luego dejó que su cuerpo se volviera a relajar cuando se dio cuenta de dónde estaba y de lo que había pasado. Dioses... ¿cuándo fue la última vez que me permití hacer eso? Ares abrió los ojos al sentir que se movía y suspiró, olisqueándola soñoliento.

Bueno... una risa mental. Anoche me entusiasmé mucho con esos saltos de espaldas. Hacer eso hasta el amanecer seguramente no fue una idea inteligentísima. Pero ese nuevo lo tengo ya controlado. Bostezando, estiró su largo cuerpo, flexionando los músculos que todavía tenía un poco entumecidos por el ejercicio de la noche anterior. El cachorro se estiró también, imitando su bostezo y alargando las patas delanteras y traseras con una versión tamaño lobezno de su estiramiento. Desprevenida, Xena se echó a reír y luego se incorporó, haciendo rodar al cachorro a la paja que había delante de su petate.

—Vamos, tenemos que cortar leña, Ares —comentó, y se agarró al borde del pajar y se dejó caer al suelo, tras lo cual cogió al lobezno y un hacha con una mano, se pasó los dedos de la otra por el pelo alborotado y se dirigió a la puerta, donde estuvo a punto de chocarse con Cyrene—. Hola —dijo, parándose en seco.

Cyrene le quitó al lobezno, al que rascó las orejas con afecto.

—Quería ver dónde te habías metido —sonrió a Xena—. Tienes al pueblo sobre ascuas, que lo sepas —se dio la vuelta y caminó a su lado hasta el montón de leña y se quedó mirando mientras la guerrera levantaba un gran leño y lo partía con golpes lentos.

—¿Ah, sí? —contestó Xena, riendo suavemente—. ¿Y eso es bueno o malo?

Cyrene frunció los labios, pero consiguió no sonreír.

—Muy bueno —miró a su hija—. Estás haciendo mucho por el negocio, así que te debo mi agradecimiento.

Xena levantó la vista y le clavó una mirada muy seria.

—No me debes nada —dijo, cogiendo otro leño y colocándolo sobre el tocón—. Ya era hora de que hiciera algo bueno por este sitio —en su cara apareció una sonrisa desganada—. Además... es un cambio agradable.

La mujer mayor se rió suavemente.

—Cielo, puedes venir aquí a cambiar de ritmo siempre que quieras —le dio una palmadita a Xena en el hombro y regresó a la posada, volviéndose para dejar a Ares en el suelo—. Toma, aquí tienes a tu sombra.

—Sí —dijo Xena, mirando al lobezno, que estornudó y corrió hasta ella—. La verdad es que no sé por qué —Ares se acurrucó pegado a su bota, sacando la lengua y jadeando.

—Ruu —comentó.

Cyrene sonrió al ver la cara de Xena.

—Bueno, querida... los animales son muy perspicaces. Y siempre les has gustado.

Xena hizo una mueca.

—Oh, sí —suspiró y siguió partiendo leña.

—Ruu —afirmó Ares, tirándole de la bota.

—Tú calla —gruñó Xena, echándole una mirada.

—Grr —gruñó él a su vez.

Otra noche de lleno completo en la taberna, pensó Xena con sorna. Y se había corrido la voz sobre la visita de los soldados del señor de la guerra... y sobre cómo se habían ido. Lo sabía por las miradas de reojo de las que era objeto, que habían sido evidentes desde la primera noche, pero que habían ido cediendo a medida que los aldeanos se acostumbraban a su presencia. Dos de los comerciantes hasta se habían acercado a hablar con ella, lo cual era todo un progreso por su parte, y una de las chicas del pueblo se había parado para charlar con ella cuando se dirigía de la mesa del fondo al mostrador de servicio.

Ahora mismo, Toris estaba hablando con un grupo de sus compinches, más o menos de la misma edad, planeando... algo. Xena no se fiaba de ese... algo... que planeaba Toris. Tenía la vehemente sospecha de que ella iba a acabar formando parte de lo que fuese ese algo. Suspirando, se recostó en la silla y tomó un sorbito cauteloso de una copa alta de la potente cerveza de su madre. Había aprendido la lección de la cerveza la primera noche, cuando sólo porque tenía una constitución fuerte como una roca consiguió no desplomarse borracha delante de todo el mundo. Aunque en realidad, ¿quién lo habría notado, teniendo en cuenta que todo el mundo se estaba desplomando? Sonrió socarrona. Y tomó nota para advertir a Gabrielle sobre la bebida, porque era espumosa y dulce y a la bardo seguro que le encantaría. En su cara se dibujó una sonrisa melancólica.

—Oye, Toris —susurró Beltran—. ¿Estás seguro? O sea, no se va a enfadar, ¿verdad? —echó un vistazo nervioso a la imponente hermana de su amigo.

—Qué va —dijo Toris, con un gesto negativo—. Está de buen humor.

Tellar enarcó una ceja.

—¿Cómo lo sabes?

—Idiota —contestó Toris, dándole un manotazo—. Soy su hermano.

—Escucha... ¿por qué no nos enseñas tú? —dijo Beltran en voz baja, clavándole un dedo—. Dijiste que antes eras guerrero.

Toris puso los ojos en blanco.

—No seas tonto. Sí, sabía sujetar una espada. Sí, era capaz de pegarle un puñetazo a alguien. Sí, sé montar a caballo. Eso no me convierte en guerrero. Ella es la mejor que existe. ¿De quién preferirías aprender?

Los dos se quedaron mirándolo.

—No contestéis —gimió Toris—. Escuchad, no seáis tan cobardes. No es más que una persona. Miradla.

Se volvieron y miraron hacia el fondo de la sala. Luego se volvieron de nuevo y miraron a Toris, que suspiró.

—Vamos —cruzaron la sala, dirigiéndose a la mesa del fondo donde estaba sentada Xena, que los miraba mientras se acercaban. Toris cogió una silla y les hizo un gesto a sus amigos para que hiciesen lo propio—. Hola.

Xena los miró de arriba abajo y luego dejó asomar despacio una sonrisa.

—Hola —su mirada se posó en Toris—. ¿Qué queréis?

Se lo dijeron.

—Esperad. Alto ahí —Xena alzó las dos manos—. Así es como empezó todo. No. Lo siento, pero no —miró ceñuda a Toris—. No sé cómo se te ocurre pedirme que le enseñe a la gente de este pueblo a manejar armas.

Toris resopló. Dioses... mira que es terca. Igual que madre.

—Armas no, en realidad. Es sólo como defensa, Xena. Venga, si se lo has enseñado a Gabrielle, puedes enseñar a estos chicos —la agarró del brazo—. Escucha... tú misma lo has dicho: estos señores de la guerra reaccionan ante la intimidación. Si podemos ponérselo aunque sólo sea un poquito más difícil cuando vengan a llevarse todo lo que les dé la gana, a lo mejor merece la pena.

Su hermana le clavó una mirada que lo obligó a soltarle el brazo y echarse hacia atrás. Se quedó callada largo rato, mirándolos uno por uno, luego se cruzó de brazos y soltó un largo suspiro. ¿Debería hacerlo? ¿Merece la pena intentarlo siquiera? Tal vez... porque llevo aquí el tiempo suficiente para llamar la atención y eso no es bueno. ¿Se lo debo? Sí, a lo mejor sí, después de lo que le he hecho pasar a este pueblo.

—Está bien —dijo por fin—. Pero sólo vara y cuerpo a cuerpo —miró a Toris fijamente—. Nada de armas cortantes. Y las varas se las tienes que conseguir tú. Yo no me voy a poner a dar vueltas por el campo para buscarlas.

Se miraron sorprendidos entre sí. No os esperabais que fuera a decir que sí, ¿eh? La guerrera sonrió por dentro.

—Todos los días, entre la hora de comer y la cena. Sin quejas.

Toris asintió.

—Trato hecho —dijo, escuetamente. Los demás se limitaron a asentir.

Al día siguiente había un círculo de personas allí fuera, nerviosas pero decididas. Empezó despacio, mostrándoles los movimientos básicos, y los tuvo practicando durante el resto de la tarde, encogiéndose cuando se golpeaban los unos a los otros por accidente. Bueno... ya aprenderán , se dijo pensativa.

Y aprendieron, y siguieron presentándose cada día durante unas horas después de terminar su trabajo en los campos y al final, tuvo que montar un auténtico campo de entrenamiento. Ahora que se habían acostumbrado a manejar las pesadas varas, la cosa era más interesante para Xena, porque hacía de saco de entrenamiento para sus primeros intentos de ataque. En más de una ocasión, deseó desesperadamente poder enfrentarse a la capacidad de Gabrielle. Pero era una manera de estar ocupada y los aldeanos iban mejorando, pues eran fuertes por naturaleza y acostumbrados al trabajo duro.

Al cabo de dos semanas, lo hacían... incluso bien. Ante su desconcierto y sorpresa. No eran expertos, no... no estaban en absoluto a la altura de la bardo. Pero se las arreglaban y estaban deseosos de aprender más... aunque la idea de enfrentarse a ella cuerpo a cuerpo seguía asustándolos. Por fin tuvo que obligar a Toris a ofrecerse como primera víctima y menudo espectáculo montaron. Lo usó como mal ejemplo una y otra vez, hasta que él se enfadó, y cuando se enfadaba, cometía estupideces.

Y una de las estupideces que hizo fue intentar agarrarla por un sitio impropio, cosa que pensó que la distraería lo suficiente para que él pudiera hacerse con la ventaja. Lo único que obtuvo por el intento fue una sonrisa y un "Los chicos tienen blancos más grandes, Toris" antes de que ella contraatacara de la misma forma.

Cyrene, que observaba el combate a través de los postigos cerrados de las ventanas, se volvió hacia Johan.

—Creo que nunca había oído a un hombre chillar de esa manera.

Johan se encogió como reflejo.

—Me parece que más vale que vayas a impedir que tus hijos se maten.

Cyrene atisbó de nuevo.

—Oh... bueno, estoy segura de que Xena no le hará daño. En exceso —se encogió al ver cómo se lanzaban el uno contra el otro y caían al suelo con un sonoro golpe—. Espero.

Y no se lo había hecho, pensó Xena mientras se relajaba esa noche mucho más tarde en un baño caliente. En exceso. Pero la sesión había seguido adelante sin problemas después de aquello y los aldeanos parecían tenerle menos miedo. Algunos incluso empezaban a practicar pequeños movimientos en los campos durante los descansos... meneó la cabeza algo risueña. Dejó que el agua caliente la relajara, se estiró y apoyó la cabeza en la pared de la bañera. A Gabrielle le gustaban los baños calientes, pensó. Sobre todo cuando se ponían a salpicarse, como niñas. Lo echo de menos. Sonrió con ironía. Siempre estoy mucho más alegre con ella que con cualquier otra persona. Mucho menos seria. Je.

Al día siguiente hubo una prueba inesperada, cuando un grupo de soldados de Bregaris, una partida de caza, llegó a caballo buscando problemas. Los encontraron, y más de lo que se esperaban, cuando los aldeanos, hasta entonces sumisos, se plantaron ante ellos, armados con sólidas varas y cara de pocos amigos. No tardaron mucho y Xena se limitó a observar desde la ventana de la posada, aunque con las armas a mano por si acaso. Esa noche lo celebraron y brindaron más de una vez por Xena, que se sentía muy incómoda, pero se aguantó, porque estaban orgullosos de sí mismos y, en realidad, ella también estaba muy orgullosa de ellos.