La esencia de una guerrera x

Gabrielle decide partir a tierra amazona

La esencia de una guerrera

Melissa Good

Título original:A Warrior By Any Other Name.Copyright de la traducción: Atalía (c) 2002

—Bueno, vale... si tú lo dices —Ephiny se rió un poco y miró hacia la hoguera por encima del lomo de la yegua. Gabrielle estaba ahora sentada al lado de la guerrera, con los hombros hundidos en una actitud que Ephiny sólo podía describir como de derrota—. La buena de Xena. Siempre puedo confiar en ella —Argo volvió a resoplar mostrando su acuerdo—. Si te digo la verdad, Argo, preferiría que fuese Xena la que tuviera el derecho de casta —le murmuró al caballo—. Puede que Xena tenga razón, puede que sea el momento para que intervenga una maestra, pero, por los dioses... todo iría muuuucho más deprisa si ella pudiera llegar ahí y meterles algo de sentido común a todas estas idiotas a tortazo limpio —Argo la empujó y estuvo a punto de hacerla caer—. Vale... vale... —volvió a mirar hacia la hoguera. Xena tenía una mano en el hombro de Gabrielle y le estaba hablando con delicadeza. La bardo suspiró y luego asintió despacio. Con esto, la guerrera quitó la mano del hombro de Gabrielle y con dos dedos, le enjugó unas lágrimas de la cara. Ephiny se quedó mirando, alzando una ceja—. Creo que ya puedo volver —le murmuró a Argo y rodeó a la yegua para regresar a la hoguera.

—¿Qué has querido decir con eso? —preguntó Gabrielle, en tono tranquilo—. Haces que parezca que estoy sola en esto —el corazón le latía tan deprisa que Gabrielle estaba segura de que Xena lo veía, agitándose en su cuello. Ella misma notaba las palpitaciones.

Xena tomó aliento varias veces, fue a decir algo dos veces, luego se detuvo y se mordió el labio.

—Gabrielle —por fin—. Si... y lo digo en serio, sólo si... haces esto... —se miró las manos, las volvió y se contempló los largos dedos—. No... no puedes llevar un símbolo tan... potente... de violencia... y odio... y rabia... como yo... contigo —por fin levantó la mirada, encontrándose de frente con los ojos de Gabrielle—. No si vas a llevarles la paz —una sonrisa tensa—. Yo no soy precisamente un símbolo de intenciones pacíficas.

Tiene razón. Oh, dioses... tiene razón. No puedo predicarles la paz y la diplomacia al tiempo que las amenazo con esa clase de arma. La pregunta es: ¿quiero ir? Acepté ese derecho de casta. ¿Tengo elección siquiera? Sé lo que mi corazón quiere que haga... Se sentó despacio al lado de Xena y se puso la cabeza en las manos.

—Sé... que tengo una responsabilidad con ellas, Xena. Pero si están empecinadas en la violencia, ¿qué posibilidad tengo yo de convencerlas de lo contrario? ¿Realmente?

Xena le sonrió a los ojos.

—¿Tú, precisamente tú, tienes que preguntar eso? ¿A ? —replicó, riendo levemente—. Gabrielle. No tienes ni idea de cómo afectas a las personas, ¿verdad?

—Supongo que no —murmuró la bardo.

—Si hay alguien que puede hacerlo, ese alguien eres tú —contestó Xena—. Por mucho que eso... mm... —bajó la mirada a la piel del petate, rozándola ligeramente con la punta de los dedos—. No quiero... que pienses... Oh, por Hades. Ya sabes qué quiero decir.

Gabrielle asintió. Lo sabía. Y ese conocimiento encendió un pequeño foco de calor en medio del frío que la llenaba.

—¿Vas a estar bien? —preguntó Xena en voz baja, al notar que la amazona regresaba hacia ellas—. Ya vuelve Ephiny —pasó por alto el dolor que sentía en el pecho por deferencia a la angustia evidente de Gabrielle—. Escucha —dijo con insistencia—, no tiene que ser para siempre, Gabrielle... sólo tienes que ponerlas en orden —hizo una pausa—. A menos que quieras que sea para siempre. Tú eres su reina.

—Lo sé —replicó Gabrielle, suspirando. Se quedó callada un momento—. Bueno. ¿Y tú que vas a hacer? ¿Vas a seguir hacia Atenas? —intentó hablar con un tono ligero, despreocupado.

Xena volvió a mirarse las manos, flexionándolas ligeramente y frotándose los dedos.

—No —contestó por fin, tomando y soltando aliento antes de volver a mirar a la bardo—. No. Creo... creo que me iré... a casa. Durante una temporada. Ya sabes. Para ver a madre y eso —se encogió de hombros—. Luego... no sé. Supongo que lo que surja sobre la marcha.

Gabrielle asintió, aceptándolo, comprendiéndolo.

—Me parece que te vendrá bien —replicó—. Necesitas un descanso. Han sido dos años muy duros, ¿verdad? —soltó una breve carcajada—. Pensé que a lo mejor aprovechabas la oportunidad para librarte de una bardo molesta... —una sonrisa tensa, que desapareció en el momento en que alzó los ojos y se encontró con la intensa mirada de la que era objeto.

—Gabrielle, tú sabes que eso no es así —contestó la guerrera, en un tono ronco que no le dejó a Gabrielle duda alguna sobre la emoción que había detrás—. Me conoces mejor que eso —bajó la voz—. Me conoces mejor que ninguna otra persona viva... —hizo una pausa y luego reconoció la verdad—, o muerta, en realidad. ¿De verdad es eso lo que crees después de todo este tiempo?

¿Lo es? ¿Un pequeño resto de inseguridad, niña? Creía que ya lo había superado. Parece que no. La he herido y no se lo merece. No es culpa suya que las amazonas estén hechas un desastre.

—No —Gabrielle negó con la cabeza firmemente—. No, no es lo que creo. No es lo que cree mi corazón. No —levantó la mirada y vio ante ella la viva imagen del alivio—. Lo siento. Es que esto me tiene muy angustiada —cerró los ojos y sacudió un poco la cabeza—. No sé si puedo hacerlo, Xena.

—Claro que puedes. Yo tengo fe en ti... puedes convencer a la gente de cualquier cosa —contestó Xena, poniéndole una mano delicada en la muñeca.

—No —suspiró la bardo—. No es eso... Es que no... dioses —sacudió la cabeza, mirando a Ephiny, que se acercaba—. Es que no sé. Ya no sé. Algo me dice que... no sé.

Xena asintió en silencio.

—Vale... vale... Pero creo que tienes que intentarlo. Al fin y al cabo, yo estaré en casa, no muy lejos — En casa. Ah, va a ser divertidísimo. Creo que preferiría jugármela con las amazonas.

La bardo la miró y sus brumosos ojos verdes se clavaron en los claros ojos azules.

—Si te llamo, ¿vendrás? ¿Sin dudarlo?

Xena sonrió.

—Aunque las legiones del Hades se interpusieran entre nosotras, lo haría. Nada podría detenerme.

—Probablemente no —Gabrielle logró reír levemente. Probablemente no. Los reviviría a todos del susto. Respiró hondo y se serenó en el momento en que Ephiny se reunía con ellas y miró a la amazona con expresión fría.

—Está bien, Ephiny. Iré contigo —la bardo se puso en pie y se sacudió la falda—. Lo voy a intentar. Pero no puedo prometerte que consiga más de lo que conseguirías tú.

Ephiny asintió, lanzando una mirada rápida y agradecida hacia Xena.

—No me cabe la menor duda de que lo conseguirás, Gabrielle —abrazó a la bardo—. Sé que puedes hacerlo.

—Ya —contestó Gabrielle—. Ya veremos —se cruzó de brazos y bajó la mirada.

Ephiny se quedó mirándola algo preocupada.

—Bueno, dijiste que te gustaría volver y aprender más sobre nosotras en algún momento —probó, sondeando con cautela—. Es una buena oportunidad —cuando la bardo no contestó, se encogió de hombros—. Bueno, podemos viajar juntas unos días.

—Mmm —replicó Xena—. Probablemente no es muy buena idea, Ephiny. Sería mejor que no parezca que has ido a pedir ayuda.

—Eso es lo que me gusta de ti, Xena —dijo Ephiny riendo, tras pensárselo un momento—. Siempre ves todos los ángulos. Tienes razón... tengo que seguir siendo dirigente por derecho propio, tanto si quiero como si no.

Gabrielle sonrió sin motivo aparente.

—Estoy de acuerdo. Será mejor que te adelantes por la mañana... así puedes llegar y acomodarte antes de que llegue yo.

Ephiny ladeó la cabeza, percibiendo sutilmente que había una dinámica en marcha que no comprendía. Algo distinto, en la forma que tenían de interactuar, que le hizo empezar a preguntarse cosas.

—Vale... buena idea —respondió, despacio—. Iré a buscar mis trastos —añadió, saliendo de la luz del fuego y dirigiéndose a los árboles circundantes.

Gabrielle, a pesar de la creciente desazón que sentía por dentro, consiguió sonreír.

—Muy hábil.

Xena se apoyó en las manos y contempló pensativa a la bardo.

—Sí, bueno... —una sonrisa cohibida—. Nos relacionamos un poco... distinto de la última vez que la vimos —se encogió levemente de hombros—. Tendrías que dar explicaciones... para evitar malentendidos, quiero decir —un matiz de mortificación en los claros ojos azules—. Porque me he acostumbrado de tal modo a las cosas que no sé si soy capaz ya de detenerme a tiempo y no hacerlas —murmuró pensativa.

—¿Qué cosas? —preguntó Gabrielle, sentándose al lado de Xena y apoyando un codo en la rodilla de la guerrera, al tiempo que su otra mano trazaba delicadamente los contornos de los músculos que se veían claramente bajo la piel bronceada. Xena la miró enarcando una ceja con aire risueño, luego miró la mano de la bardo y luego la miró de nuevo a los ojos—. Oh —Gabrielle se sonrojó y se irguió, poniéndose las manos en el regazo—. Ya veo a qué te refieres —se rió un poco—. No me había... no me... dioses, ni siquiera me había dado cuenta de que estaba haciendo eso.

—Justo lo que estoy diciendo —respondió Xena, en tono risueño y afectuoso—. Por Hades, Gabrielle... tú sabes que a mí me da igual lo que piense la gente — Y no me voy a poner a explicarles lo de Jessan y su tema preferido de las uniones vitales a las amazonas ni a Gabrielle. Todavía —. Así que... o sea... —tomó aliento. ¿Pero dónde voy con esta conversación? —. Bueno, pues que puedes decirle lo que quieras.

—Lo haré —respondió Gabrielle, distraída—. Pero no ahora. Cuando haya arreglado algunas cosas.

—Mm-mm —asintió la guerrera—. Pues menos mal que me despierto antes del amanecer —dejó que sus labios se curvaran en una sonrisa burlona—. Porque dado cómo te me pegas cuando duermes, no sé qué tipo de explicación podrías darle.

Gabrielle le dirigió una mirada aviesa y luego se echó a reír.

—No puedo evitarlo —suspiró—. Así que deja de tomarme el pelo.

Xena puso los ojos en blanco y se tumbó boca arriba en su petate, colocándose las manos sobre el estómago y cruzando las piernas.

—Vale, ya lo dejo —comentó, dejando que se le cerraran los ojos al oír pasos que se acercaban—. Ya viene Ephiny —añadió en voz más baja.

Ephiny entró en el campamento y dejó sus cosas en el suelo al otro lado del fuego. Xena, según advirtió, parecía estar ya medio dormida, pero Gabrielle estaba sentada, con las manos entrelazadas alrededor de una rodilla, mirándola.

La amazona vaciló, luego se acercó y se arrodilló al lado de la bardo, hablando en voz baja.

—Escucha... siento todo esto, Gabrielle —miró a los brumosos ojos verdes—. Siento no poder hacerlo yo sola.

—No pasa nada —respondió Gabrielle, poniéndole una mano a Ephiny en el brazo—. Ya lo arreglaremos —le sonrió dándole ánimos—. Descansa un poco.

Ephiny echó una ojeada a la guerrera dormida.

—Mi hijo va a sentir no ver a su tía preferida —comentó, con media sonrisa. Luego se volvió y captó una expresión inesperada en los ojos que tenía delante. Una expresión de desesperación muda en esta bardo por lo general alegre y optimista.

—Ni la mitad de lo que voy a sentir yo no tenerla allí —contestó Gabrielle, con sinceridad—. Esto va a ser muy duro para mí, Ephiny. No sé si... Lo haré lo mejor que pueda, eso es todo.

Ephiny soltó un gruñido comprensivo.

—Lo sé... siempre es muy reconfortante tenerla cerca, ¿verdad? Hace cosas imposibles como si fuese algo normal —se rió un poco.

—Sí —contestó Gabrielle, contemplando un lujar lejano por encima del hombro de Ephiny—. Bueno, será mejor que durmamos —dio unas palmaditas a Ephiny en el hombro—. Venga.

Ephiny asintió, se levantó y fue hasta su petate, que montó con la eficacia propia de una amazona, y se tumbó, de cara al bosque circundante.

—Xena —dijo Gabrielle, por fin, después de contemplar el fuego hasta que sólo quedaron brasas ardientes.

—Sí —llegó la respuesta, desde la creciente oscuridad.

—¿La vida siempre es así de complicada? —suspiró la bardo.

—Sí —replicó Xena, estirando un largo brazo, agarrando bien a la bardo y tirando de ella—. Ven aquí.

Gabrielle no se resistió al tirón y se acurrucó de buen grado en su lugar de costumbre, bien pegada al hombro de la guerrera, con un brazo a su alrededor.

—Supongo que tengo miedo de perderme... cosas —terminó torpemente—. Alguna aventura, quiero decir.

Se quedaron calladas y se miraron, con los ojos muy cerca.

—Gabrielle —dijo por fin Xena despacio—, eso es lo que menos te debe preocupar —y por una vez, consiguió decir lo adecuado y notó que la tensión desaparecía de la bardo. Vaya, Xena... esto se te empieza a dar bien. Y luego hubo calma, silencio y sueño.

Ephiny se despertó a la mañana siguiente nada más amanecer, parpadeando un poco por el sol bajo y mirando a su alrededor. Inmediatamente localizó a Xena, que estaba agachada junto al fuego, mezclando algo en un recipiente.

—Buenas —comentó la morena guerrera, sin levantar la vista.

—Mm-mm —Ephiny bostezó, mirando a su alrededor—. ¿Dónde está Gabrielle?

—Ha ido a lavarse —contestó Xena, levantándose y acercándose a Ephiny, ofreciéndole una pequeña taza de viaje—. ¿Té?

—Gracias —asintió la amazona, cogiendo la taza—. Creo que voy a hacer lo mismo. Lavarme, quiero decir, antes de marcharme.

Xena asintió y se fue para seguir recogiendo el campamento.

Tan parlanchina como siempre , pensó Ephiny, risueña. Hay cosas que nunca cambian. Se levantó, recogió bien su petate y luego se dirigió hacia el agua que oía claramente allí cerca. En el sendero, se encontró con Gabrielle, que venía en dirección opuesta, sacudiéndose el agua del pelo. No por primera vez, Ephiny pensó que la jovencita que había conocido se había convertido en una mujer preciosa. Lo cual, pensó incómoda, podría causar problemas de por sí.

—Buenos días —saludó a la bardo cordialmente.

Gabrielle caminó más despacio y se detuvo cuando se reunieron.

—¿Has descansado bien? —preguntó amablemente, usando un paño de lino para secarse los restos de agua de los brazos.

Ephiny asintió.

—Por supuesto. Estamos acostumbradas a dormir poco. ¿Y tú? —miró a Gabrielle ladeando la cabeza—. Recuerdo que tenías problemas de pesadillas la última vez que nos vimos... —se fue callando y acabó en tono de pregunta. Muy lista, Eph. Tú vuelve a recordarle toda esa escena.

Gabrielle soltó una breve carcajada.

—Ah. Bueno, encontré una... solución... para eso. Ahora estoy muy bien —sonrió a Ephiny—. Pero gracias por preguntar. Nunca se sabe cuándo pueden volver.

—Mm-mm —respondió Ephiny—. ¿Una infusión caliente? —preguntó, con interés—. A mí eso me ayuda a veces.

—Mm —contestó Gabrielle—. No exactamente —se contempló las puntas de las botas—. En realidad, Xena descubrió una forma de que se me pasaran — Sí, Eph... se la recomendaría a todo el que tuviera las agallas de intentarlo: me deja dormir abrazada a ella como un pulpo terrestre y el sonido de su corazón bajo mi oreja me hace dormir como un bebé. Sin problemas —. Funciona maravillosamente —añadió apaciblemente, mirando a Ephiny con toda inocencia. Lo único que se necesita es una Princesa Guerrera en perfecto estado. Creo que más vale que me acostumbre a volverlas a tener. Por un tiempo. Pero no para siempre. Creo que ahora eso ya lo sé.

—No me digas... bueno, ya me contarás el secreto en algún momento —respondió Ephiny—. Será mejor que me ponga en marcha —continuó bajando por el sendero, deteniéndose para echar una mirada a la bardo que se alejaba—. Funciona maravillosamente, ¿eh? —preguntó al aire. Me pregunto si por fin han... ja. Bueno, eso resolvería uno de los problemillas que ya me estoy temiendo. Nadie en la aldea va a querer enfrentarse a Xena si se les pasa por la cabeza la idea de hacerle la corte a nuestra nueva reina. Se rió malévolamente por dentro. Cómo le va a fastidiar eso a Arella la Irresistible... cuenta con poder influir a la dulce e inocente Gabrielle. Ephiny dejó que una sonrisa le inundara la cara. Luego se encogió de hombros y se puso a lo suyo con el jabón y el agua fría del arroyo.

Se separaron no mucho después: Xena y Gabrielle siguieron una ruta que iba un poco más hacia el norte y Ephiny tomó el camino más directo de vuelta. Dejó a Gabrielle con un conjunto de ropa y adornos de las amazonas, la puso al día sobre el estado actual de la situación en la región y le hizo una buena descripción de los distintos grupos que se iba a encontrar al entrar en el territorio de las amazonas.

—Intentaré reunirme contigo en cuanto llegues —le aseguró la amazona—. O alguna de las mías... ya sabes quiénes son. Pero ten cuidado con Arella. Es la niña problemática del grupo.

—Arella —repitió Gabrielle, con desconfianza—. Es esa...

—Grande, algo jactanciosa, de pelo rojo brillante. Agresiva. Ésa es —confirmó Ephiny encogiéndose ligeramente de hombros—. Se cree la cosa más fantástica que ha blandido una espada en las tres últimas décadas. Es la que está causando la mayor parte de los problemas —Ephiny suspiró—. Aunque no hay forma de pillarla. Parece de lo más dulce. Por lo menos delante de mí —la amazona hizo una pausa—. Ten cuidado con ella, Gabrielle. Es peligrosa. Para nosotras y para ti. Intentará forzar las cosas.

Xena estaba de pie al lado de Argo, con los brazos apoyados en la alta cruz de la yegua, escuchando. Tomó nota del nombre para futura referencia, pero echó una mirada a Ephiny.

—Más vale que vigile a quién fuerza —un gruñido amenazador, mirando a Ephiny a los ojos, con un significado muy, muy claro.

Ephiny aceptó la advertencia al pie de la letra y contestó a Xena asintiendo de forma casi imperceptible con la cabeza. Y eso añade un elemento más a la situación. La campeona de nuestra reina. Espero que Arella no sea tan estúpida de forzar un desafío... es buenísima, pero no puede compararse con Xena. Pero claro... ¿quién puede?

—Bueno, me marcho. Que tengáis buen viaje.

Llegaron al borde del territorio de las amazonas al día siguiente y Xena llevó a Argo a un lado del camino, calculando lo que quedaba de luz diurna.

—Bueno, puedes seguir esta noche y llegar allí. O podemos acampar y puedes seguir por la mañana —dictaminó por fin—. Tú eliges.

Gabrielle se quedó a la sombra de Argo, abrazándose a sí misma estrechamente.

—No hay una tercera posibilidad, ¿eh? —e inmediatamente lamentó haberlo dicho—. Lo siento. No quería decir eso.

Xena la miró con compasión.

—Sí que querías —suspiró apesadumbrada—. Escucha... si de verdad no quieres hacer esto...

—Tengo que hacerlo —susurró la bardo.

—Puedo ir allí, darles una tunda a todas y decirles que las voy a convertir en lecheras si no cortan todo este rollo —terminó la guerrera, con una sonrisa irónica—. Sabes que puedo —le levantó la barbilla a Gabrielle para mirarla a los ojos—. Sabes que lo haré.

Gabrielle sonrió, con una sonrisa auténtica.

—Lo sé. Y no sabes lo maravillosa y potente que es esa idea. Pero si voy a hacer esto, creo que tengo que hacerlo a mi manera.

Xena asintió.

—Pues vamos a acampar. De todas formas la mañana es mejor para iniciar cosas —hizo una pausa—. Y, ¿Gabrielle?

—¿Mmm? —respondió la bardo, levantando la mirada.

—Son guerreras. Dejando aparte lo bien que manejas la vara, tú no lo eres, y en un desafío usan espadas. Si surge algo de eso, esta vez recuerda quién es tu campeona, ¿vale? —le recordó Xena.

—¿Cómo podría olvidarlo? —dijo Gabrielle riendo y dándole un ligero puñetazo en el hombro—. Eso realmente es lo que menos me preocupa —sonrió mirando a Xena a los ojos—. Soy la reina de las amazonas mejor protegida de la historia.

Xena asintió, ahora seria.

—Asegúrate de que recuerdan quién es tu campeona —añadió suavemente, con un brillo peligroso en sus claros ojos azules—. Como alguien te ponga un dedo encima, créeme... créeme, Gabrielle, pasaré por esa aldea como...

La bardo apoyó las manos sobre la parte superior del pecho de Xena, echándose hacia delante y mirándola directamente a los ojos.

—Vale... vale... ya lo capto —sonrió—. Me aseguraré de que ellas lo captan. De verdad.

—Vale —cedió Xena y luego quitó las alforjas del ancho lomo de Argo y se dirigió hacia la línea de árboles—. Veo un sitio que podemos usar para acampar.

Una cueva, en realidad. Seca, por una vez, y vacía, como ventaja adicional. Gabrielle asintió dando su aprobación. Recogió leña seca para la pequeña hoguera y preparó el resto del campamento mientras Xena estaba fuera cazando la cena. Un conejo, supuso. Y se llevó una sorpresa total cuando Xena regresó con un pequeño ciervo sobre los hombros.

—Cielos —exclamó la bardo, algo sobresaltada—. ¿Es que eso te ha saltado delante o algo así?

—No —contestó Xena, dejando el ciervo en el suelo y sacando su cuchillo más afilado—. He ido a buscarlo —echó una mirada guasona a la bardo—. Recuerdo cómo es la comida de las amazonas... y quería asegurarme de que al menos llegas allí con una comida decente en el cuerpo.

Gabrielle soltó una risita.

—¡Xena!

La guerrera se rió por lo bajo e hizo una rápida incisión en el vientre del ciervo, abriéndolo rápida y hábilmente.

—Dime que no te gustaría un filete de venado —volvió la cabeza para mirar a Gabrielle, que sonrió—. Mm-mm. Ya me parecía a mí —volvió a su trabajo, consciente de los ojos que la miraban—. No tardaré —comentó.

Y no tardó. Xena conocía bien el oficio del carnicero, como decía a menudo, aunque con una sonrisa sardónica. Le ofreció a la bardo dos grandes filetes con gesto aparatoso.

—Vale, puedes ponerles lo que quieras.

Gabrielle respondió con una sonrisa, se apoderó de los filetes con aire posesivo y se puso a espolvorearlos con hierbas que sacó de su bolsita.

Xena preparó una hoguera más pequeña cerca de la entrada y la cubrió con una tienda de anchas hojas verdes, disponiendo el resto de la carne de ciervo para ahumarla. Miró atrás y observó la seria atención que dedicaba Gabrielle a su tarea con una mirada de afecto risueño, luego fue donde estaba sentada la bardo y se acomodó en silencio a un lado, observando el baile y el juego de la luz del fuego sobre su rostro. Y sintió como si un puño le atenazara el corazón, ante la idea de separarse. Como la última vez. Sólo que... un minúsculo atisbo de color... esta vez sabía que Gabrielle lo estaba pasando tan mal por ello como ella.

—Aaajj —exclamó Gabrielle, pocas horas después—. Estoy absolutamente atiborrada —miró a Xena, que estaba sentada hombro con hombro con ella—. ¿Y tú?

—Mm-mm —asintió la guerrera—. Lo que les has puesto a esos filetes era perfecto.

Se quedaron un rato contemplando el fuego, digiriendo en silencio, disfrutando simplemente del apacible chisporroteo del fuego y de la brisa fresca y suave que entraba por la boca de la cueva. Pero al cabo de un rato, Gabrielle soltó el aliento que llevaba un rato aguantando y se quedó mirando las llamas malhumorada. Lo lógico sería pensar que agradecería la oportunidad de dirigir a las amazonas, ¿no? Aquí estoy, siempre quejándome de que Xena nunca me deja hacer cosas, y ahora tengo esta gran oportunidad de liberarme y probar lo que es estar totalmente al mando. ¡Estupendo! Entonces... ¿por qué me siento tan mal? Apoyó la cabeza en las rodillas y se frotó las sienes repentinamente doloridas, esquivando la mirada preocupada de Xena.

¿Qué voy a hacer? No puedo dejarla así... por Hades. Xena cerró los ojos, meneando la cabeza, mientras su instinto casi abrumador de proteger a Gabrielle de cualquier daño luchaba con su conocimiento de que la bardo era una mujer adulta, con derecho a tomar sus propias decisiones. A lo mejor debería ir allí y darles una soberana paliza a unas cuantas. Así me sentiría mejor. Malditas sean, con sus peleas constantes y sus facciones... juro que preferiría estar al frente de un ejército de quinientos hombres que de cinco mil amazonas.

Gabrielle levantó la mirada, arrugando el entrecejo ante la intensa expresión de su amiga. ¿En qué puede estar pensando? Gabrielle sintió lástima del objeto o la persona de que se tratara.

—Oye —murmuró, alargando la mano y tocando la mandíbula firmemente apretada de la guerrera—. Parece que quieres matar algo.

—Lo has adivinado —gruñó Xena, controlando su genio con esfuerzo—. Muchos algos, todos ellos amazonas —recorrió la cueva con la mirada, advirtiendo las claras paredes de arenisca y tomando nota de dónde se encontraba para usos futuros.

—Xena —la regañó la bardo con severidad—. No es culpa suya.

—Sí que lo es —gruñó la guerrera—. Panda de chinches.

—Escucha —respondió, en tono tranquilizador—. Estaré bien. Siento estar un poco deprimida. Es que... bueno... —se encogió de hombros algo cohibida—. Te voy a echar de menos. Voy a echar esto de menos —vaciló—. Mucho —otra pausa—. Más que mucho.

Xena ladeó la cabeza, mirándola.

—Sí —reconoció—. Yo también —una carcajada breve—. Y, por todos los dioses, qué voy a hacer en Anfípolis es algo que no logro imaginarme —una risita cansada de Gabrielle—. Sí, tú ríete. Cuando oigas historias raras de una ex señora de la guerra que se ha vuelto loca allí, ya sabrás lo que está pasando.

—¡Xena! —la bardo se echó a reír sin poder remediarlo.

—Sí... seguro que acabo construyendo una especie de fortificación con moras machacadas o algo así —continuó Xena, con fingida seriedad—. Los señores de la guerra aburridos son muy, muy peligrosos, Gabrielle.

Gabrielle siguió riendo hasta que se le saltaron las lágrimas.

—Oh... —suspiró, por fin—, qué bien me ha sentado —sus ojos se encontraron con los de Xena—. Gracias. Me hacía falta.

—Mmm —asintió Xena—. Y hablando de eso, tú ten cuidado con esas amazonas —miró a Gabrielle con atención—. Me imagino que más de una querrá tenderte una emboscada y arrastrarte a su cabaña para obtener cierta influencia.

Gabrielle arrugó el entrecejo.

—No creerás de verdad...

Xena la miró enarcando una ceja muy expresiva.

—¿En serio? —preguntó la bardo, en tono de incredulidad—. Pero por qué... o sea... no creía que yo fuese muy de su gusto —se sonrojó de nuevo—. Creía que les iba más ese rollo guerrero. Tú, en cambio...

Xena soltó un resoplido.

—Les gusta la variedad. Y saben que no les conviene arriesgarse conmigo —meneó las cejas con aire expresivo—. No, es una cuestión de poder. Tú lo tienes, ellas lo quieren. Así es como funciona —en sus ojos asomó un brillo—. Escucha, Gabrielle. Está bien si... o sea, le puedes decir a cualquiera que te moleste que tendrá que vérselas conmigo y que no voy a estar de muy buen humor.

—Xena, puedo librar mis propias batallas —contestó la bardo, con cierta exasperación—. No soy una niña.

Xena suspiró.

—Ya lo sé —respondió—. Pero vas a tener muchas cosas encima, Gabrielle. Escucha, me he pasado una vida entera ganándome una mala reputación. Deja que por una vez eso sea una ventaja para ti, ¿vale? —sonrió con ironía—. No puede hacerte daño.

Probablemente tiene razón. Lo último que quiero es tener que enfrentarme a eso, encima de todo lo demás.

—Bueno... vale —asintió Gabrielle—. En eso tienes razón —sonrió—. Intentaré no manchar más tu reputación.

Xena soltó una breve carcajada.

—Créeme, oh bardo mía, cualquier cosa que le pudieras hacer a mi reputación sólo podría mejorarla —se levantó y recogió los restos de la cena.

Luego salió fuera para ver a Argo, que levantó la cabeza cuando se acercó. Acarició el hocico que le ofrecía, frotando la sensible piel del suave morro y apartando el mechón claro de los ojos de la yegua.

—Parece que vamos a estar solas un tiempo, chica —le comentó en voz baja al caballo. Argo la miró, impasible. Xena bajó las manos por el fuerte cuello de la yegua, colocándole distraída la crin para que cayera toda hacia un lado—. No es que no lo hayamos hecho ya, ¿verdad? —un ligero relincho por parte de la yegua—. Justo —el caballo levantó la cabeza y dio un empujoncito a Xena en el hombro y la guerrera le rascó debajo de la mandíbula y apoyó la cara en la amplia mejilla de Argo—. Ésta va a ser una buena oportunidad para ella, para... que conozca una vida... distinta de la que tiene ahora, Argo —de repente se le puso un nudo en la garganta—. Y eso es bueno. Tengo que hacérselo saber —la yegua resopló. Ni siquiera ella me cree. Xena suspiró. ¿Por qué iba a creerme? No me creo ni yo misma —. Sí, estoy mintiendo. Lo sé... —susurró, de forma que sólo la yegua pudiera oírla. Una oreja se echó hacia atrás compasivamente. Siguió apoyada en el hombro de la yegua, hasta que la tenaza que tenía en el pecho se le aflojó un poco, luego se frotó los ojos y regresó a la boca de la cueva.

Gabrielle levantó la mirada cuando entró, sonriéndole ligeramente.

—Iba a enviar una partida de búsqueda —bromeó, arrodillándose encima de su petate y colocando la vara a su lado, una costumbre que había aprendido de Xena, aunque su arma era mucho menos mortífera que la espada que la guerrera siempre tenía a mano.

—Estaba viendo cómo estaba Argo —explicó Xena, atizando el fuego—. Asegurándome de que tenía suficiente hierba ahí fuera — Vale... acabemos con esto —. Gabrielle.

—¿Mmm? —contestó la bardo, mirando la figura inmóvil de Xena—. ¿Qué?

Xena se levantó y fue donde estaba sentada Gabrielle. Se agachó y luego se sentó con las piernas cruzadas delante de su amiga, apoyando los brazos en las rodillas e inclinándose hacia Gabrielle.

—Escucha —Gabrielle esperó, con la cara inmóvil—. Mm... las amazonas... no son mala gente —una pausa—. Y tú eres su reina —Xena le sonrió—. Serás una reina muy buena, creo... Bueno. Si descubres que te... gusta... formar parte de su sociedad... —los ojos verdes se clavaron en los suyos—. No pienses que tienes la obligación de marcharte —dijo de carrerilla—. Si no quieres.

Gabrielle estudió el rostro serio y sereno que tenía delante, descubriendo los pequeños indicios emocionales que había aprendido a interpretar con el paso del tiempo.

—No soy una amazona —contestó, simplemente.

—Ya lo sé —replicó Xena—. Pero... es una vida estable y cómoda. No... esto —se encogió de hombros, ligeramente—. Tú... tal vez sería lo mejor —bajó la mirada y la volvió a levantar—. Para ti.

—¿Y para ti? —fue la tranquila respuesta de la bardo.

Xena se encogió un poco de hombros como sin darle importancia.

—¿Cómo que para mí? —contestó—. No estamos hablando de mí. Estamos hablando de ti.

—¿Así que estás... sugiriendo que sería buena idea que me quedara con ellas? —preguntó Gabrielle con cuidado, leyendo la controlada quietud del rostro de Xena. La tensión agarrotada de sus hombros. El pulso acelerado en el hueco de la garganta, que le decía a Gabrielle mucho más que todas las palabras que se le pudieran ocurrir a su amiga.

—Estoy sugiriendo que tienes elección —contestó Xena, con firmeza—. Sabes que a mí no me debes nada, Gabrielle, pero aceptaste hacerte responsable de esta gente cuando aceptaste el derecho de casta. Ahora pueden ser tu familia. Si eso es lo que quieres.

Gabrielle asintió despacio.

—Las amazonas son un pueblo fascinante, Xena —bajó la mirada y sonrió un poco—. Y sí que me siento responsable de ellas —respiró hondo—. Y sí que estaba pensando en cómo sería la vida formando parte de esa sociedad —levantó los ojos y se encontró con la mirada paciente y preparada de Xena—. Pero... a pesar de todas sus tradiciones y de lo que son... hay una cosa que tengo que tener y que ellas no me pueden dar. Es... algo sin lo cual no puedo vivir —hizo una pausa, dejando escapar una leve sonrisa—. Ya no.

Xena la miró a su vez.

—¿El qué? —preguntó, con cautelosa curiosidad.

La bardo se rió suavemente.

—Tú —alargó la mano y tocó la rodilla de la silenciosa guerrera—. Tú eres mi familia —contempló la cara que tenía delante, cuyos rasgos quedaban acentuados por la luz vacilante del fuego.

Por fin, Xena sonrió y meneó la cabeza.

—Me alegro de ser la de alguien —alzó una ceja sardónica. Pero entonces se encontró con los ojos de Gabrielle con una sinceridad tan franca que a la bardo estuvo a punto de parársele el corazón. Y alargó una mano para acariciar con delicadeza la cara de Gabrielle, sin apartar los ojos de los suyos—. Sí —contestó por fin—. Lo soy.

Se sonrieron.

La mañana transcurrió sombría. Xena emprendió su habitual rutina, consistente en salir antes del amanecer y encontrar cosas para el desayuno, empezar a hacer té, atizar y arreglar el fuego, todo ello en silencio, aunque eso no era horriblemente inusual.

Gabrielle descubrió que sus ojos seguían a su amiga por todo el campamento, observando a la guerrera pasar silenciosamente de una tarea a otra, mientras ella misma recogía sus cosas personales. No por primera vez , le indicó su mente. Ya he hecho esto antes. Y cada vez que lo hago, ella... me deja marchar. Me dice que siga los dictados de mi corazón. Se retira, para que yo no me sienta... obligada, y sé... que jamás me pediría que me quedara. Jamás. No si pensara que no quiero. Suspiró y miró sus cosas. Su mano se detuvo sobre una serie de camisas y en sus labios se formó una sonrisa irónica al elegir una, que metió en su zurrón. El cordero. Objetos recogidos en aldeas de media Grecia. Una pequeña caracola que había cogido justo después de que Ares le devolviera a Xena su cuerpo, allí en la playa. Sus pergaminos. Suspiró de nuevo, los guardó y luego añadió su ropa de viaje.

—Bonita ropa —comentó Xena en voz baja, apareciendo a su lado y apoyando una mano en el hombro de la bardo—. ¿Estás lista? —echó una mirada al zurrón y pasó los dedos por un borde—. El campamento está recogido.

—Sí —murmuró Gabrielle suavemente—. Vale. Estoy lista — No, no lo estoy. Se echó el fardo al hombro y agarró su vara. E intentó no hacer caso del dolor que sentía en el pecho—. Vámonos.

Xena la acompañó hasta la bifurcación del camino y luego se detuvo. Gabrielle la miró a la cara y vio los músculos de la mandíbula apretados. Las dos dirigieron la mirada por el camino hacia el territorio de las amazonas.

—Bueno, supongo que es la hora —dijo la guerrera, despacio. Colocó vacilando la palma de la mano en la mejilla de la bardo—. Gabrielle...

Era demasiado. Gabrielle apoyó la vara en Argo, soltó el zurrón y rodeó a su amiga con los brazos, estrechándola con toda la fuerza que pudo. Notó que Xena le devolvía el abrazo, con fuerza suficiente para hacerle expulsar el aire de los pulmones. Ninguna de las dos quería soltarse, pero lo hicieron... y se quedaron un momento la una entre los brazos flojos de la otra.

—Ten cuidado —advirtió Xena.

Gabrielle asintió, agachando la cabeza.

—Lo tendré.

—¿Me lo prometes? —preguntó Xena, cuyos ojos intensos se encontraron con su mirada sorprendida.

La bardo parpadeó y luego asintió.

—Te lo prometo.

—Vale —fue la respuesta. Xena contempló su cara un poco más—. Te voy a echar de menos —añadió, en voz muy baja—. Más de lo que te puedas imaginar.

Gabrielle sintió que el nudo que tenía en la garganta le impedía cualquier posible respuesta y se limitó a hundir la cabeza en el pecho de Xena. Donde oyó el ruido entrecortado de su respiración. Y sintió el martilleo de su corazón. Por fin, levantó la cabeza, intercambió una última mirada y se volvió hacia el camino del bosque. No se volvió a mirar atrás hasta que llegó al borde de los árboles y entonces vio a la paciente Argo y a quien la montaba apoyada en ella. Mirándola. Era una imagen que guardó con firmeza en la parte principal de su imaginación.