La esencia de una guerrera viii

Xena y gabrielle deciden pasar a anfipolis pero algo ocurre en el camino

La esencia de una guerrera

Melissa Good

Título original:A Warrior By Any Other Name.Copyright de la traducción: Atalía (c) 2002

—Lo tendré. Tú también ten cuidado —fue a la puerta, sacando su espada de la vaina por el camino, y salió con el mismo silencio que había empleado el asesino para entrar. Por poco. El corazón todavía le martilleaba ante la idea. Por muy poco. No lo he oído hasta que ha entrado. Maldición, estoy perdiendo facultades. Asqueada, se detuvo al llegar a la escalera y se volvió para ver a Gabrielle que salía por la puerta: se había quitado la falda y ahora iba vestida únicamente con la larga túnica y botas y se dirigió a la habitación de Jessan, armada con su vara. Xena sacudió la cabeza y bajó por las escaleras, deteniéndose de nuevo al oír roce de pisadas y el ruido de las espadas debajo de ella. Se le aceleró el pulso y en sus labios se dibujó una sonrisa tensa.

Gabrielle se deslizó pegada a la pared y llegó a la puerta de Jessan sin incidentes. Abrió la puerta de madera y entró a toda velocidad, parpadeando en la repentina oscuridad.

—¡Jessan! —dijo en voz baja, adentrándose más en la habitación y acercándose a la cama. Oyó un roce de tela y luego la luz de la luna quedó tapada por la alta figura de su amigo delineada contra las puertas abiertas del balcón.

—Gabrielle —dijo quedamente, acercándose a ella con una agilidad extraña en un hombre tan grande—. ¿Qué...? —bajó la mirada y vio su vara—. ¿Problemas?

—Sí —dijo la bardo con voz ronca—. Un... un soldado —se detuvo—. No, un asesino acaba de aparecer en nuestra habitación. El castillo está siendo atacado por unos mercenarios contratados por Ansteles.

—¿¡Un asesino!? —exclamó Jessan, dirigiéndose a la puerta y agarrando sus armas sobre la marcha—. ¿Dónde?

Gabrielle lo alcanzó y lo agarró del brazo.

—No te preocupes por eso. Tenemos que despertar a todo el mundo —se lamió los labios llena de tensión nerviosa—. Xena se ha ocupado del tipo ése —hizo un gesto con la vara—. Ya sabes.

Jessan soltó una risa seca.

—Vaya si lo sé.

Avanzaron por el pasillo, despertando rápidamente a la gente de Jessan y a los residentes humanos. Al poco, tenían un numeroso grupo de hombres y mujeres armados avanzando por el vestíbulo hacia el torreón principal. Jessan entró en la habitación de Gabrielle al pasar, tirando de la manga a uno de los suyos para que lo siguiera. Dentro de la habitación, se arrodillaron al lado del pretendido asesino, que seguía inconsciente, y Jessan le quitó la máscara de seda que le tapaba la cara.

—¡Por Ares! —gruñó el habitante del bosque, sobresaltando a Gabrielle, que había entrado con ellos—. Es Stevanos —intercambió una mirada con su compañero guerrero—. ¿Tío Warrin?

El otro habitante del bosque gruñó.

—Así es —volvió los ojos oscuros hacia Gabrielle—. Ansteles va en serio. Stevanos es uno de los mejores de la especie... si se le puede llamar así. Ha matado a más de trescientos objetivos —se quedó mirando a Gabrielle largo rato y luego volvió los ojos hacia su sobrino—. Ansteles es demasiado peligroso.

Jessan asintió mostrando su acuerdo.

—Lo sé.

Warrin bajó la mirada hacia Stevanos, volviéndole la cara y examinando los huesos rotos y el destrozo del brazo. Sonrió para sí mismo con gravedad, luego se sacó un pequeño puñal del cinto y lo sostuvo entre Jessan y él. Los dos hombres se miraron a los ojos y luego Warrin se hizo un corte con cuidado en la palma de la mano y luego en la de Jessan y los dos se estrecharon la mano.

—Sangre de mi sangre, hijo de mi hermana —dijo Warrin en tono grave.

—Sangre de mi sangre, hermano de mi madre —contestó Jessan.

Warrin volvió a asentir, le soltó la mano y se alzó, envainando el puñal. Se detuvo al lado de Gabrielle y la miró, con los ojos entrecerrados por un momento, luego le sonrió con tristeza y salió por la puerta.

Gabrielle lo observó mientras se marchaba y luego se volvió y miró a Jessan.

—¿Qué ha sido eso?

Jessan se sacudió las manos y se quedó en silencio, mientras ataba al asesino con un trozo de cuerda de las cosas de Xena. Por fin, se levantó e hizo un gesto a Gabrielle para que saliera por la puerta delante de él.

—Ése era mi tío Warrin —en su voz había tristeza—. Es nuestro... bueno, nuestro mejor rastreador —contestó, de manera evasiva.

—Jessan —respondió Gabrielle, al tiempo que salía al pasillo y se ponía en guardia—. Está tan triste —levantó los ojos para mirar al hombretón—. ¿Por qué?

Los ojos dorados de Jessan se nublaron y se llenaron de sombras.

—Tiene... el vínculo vital roto, Gabrielle —la miró, mientras bajaban por las escaleras, hacia donde se oían ruidos de combate—. Es el hermano de mi madre... su compañera de vida murió durante una cacería. Un accidente... pero desde entonces camina en la oscuridad —alzó la espada cuando el ruido aumentó de volumen—. Es nuestro... asesino.

Gabrielle abrió mucho los ojos.

—Eso es terrible... lo de su compañera de vida, me refiero —se calló y sintió un escalofrío por la espalda—. Va tras Ansteles, ¿verdad? —no era una pregunta. Agarró la vara con más firmeza y se apartó un poco, para dar espacio a Jessan para mover la espada. Una lección que había aprendido pronto luchando con Xena. Había que mantenerse bien lejos del radio de acción de su espada o sufrir las consecuencias.

—Sí —contestó Jessan, abalanzándose cuando apareció el primer mercenario por la esquina del pasillo. Su espada parpadeó a velocidad vertiginosa al atacar al hombre, desarmándolo fácilmente y empleando entonces un gran puño para dejarlo inconsciente.

Gabrielle pilló al siguiente mercenario por sorpresa, pues no se esperaba que una mujer a medio vestir y con un palo tuviera la precisión de golpearlo en los pies y la cabeza con una hábil maniobra doble. Sonrió con gravedad y pasó al siguiente soldado, captó un punto débil en sus defensas y lo dejó fuera de combate con un golpe rápido en la cara. Está claro que esto cada vez se me da mejor. Incluso con un dolor de cabeza capaz de tumbar a Argo.

—No es tan fácil de matar —jadeó Hectator, manteniendo un ojo ensangrentado clavado en su torturador—. Aunque por vuestro bien, más os vale hacerlo.

El hombre se echó a reír.

—Tenemos un experto encargándose de eso, cerdo asqueroso —volvió la cabeza, cuando un hombre vestido de cuero oscuro y cota de malla se abrió paso a través de la gente—. Ah... ahí estás, capitán. Mira lo que tenemos aquí.

El capitán asintió, contemplando a Hectator con unos ojos casi incoloros, a juego con su pelo de color paja. Era de corta estatura, más bajo que Hectator y, de hecho, más que la mayoría de sus tropas. Pero el hombre emanaba un propósito mortífero y el príncipe sintió un escalofrío por la espalda.

El capitán sacó una daga corta de la vaina que llevaba en el brazo izquierdo y la examinó un momento. A Hectator se le heló la sangre. La daga de un asesino. El capitán rodeó con sus dedos largos la empuñadura forrada de cuero y se acercó a Hectator, preparando el brazo para la cuchillada y descargándola luego con la velocidad de una serpiente.

Atravesó el cuerpo de Hectator con la hoja, clavándolo a la puerta. El príncipe se mordió la lengua de lado a lado para evitar chillar y dar una satisfacción a este animal. Sabía que la daga estaba en un punto que le haría morir despacio. No atravesaba ningún órgano vital. Levantó la mirada, la clavó en aquellos ojos incoloros y escupió sangre con perfecta precisión a la cara del capitán.

—Capitán Ilean... —gruñó el teniente—, deja que...

—No —dijo el capitán con voz ronca, secándose la cara—. Va a morir muy bien —se volvió e hizo un gesto a los mercenarios a la espera—. Vamos a terminar lo que hemos venido a hacer —se dio la vuelta y dobló el primer tramo de escaleras, atisbando las sombras de arriba, iluminadas por las antorchas. Una sombra especialmente grande se acercó a él, pero estaba concentrado en el rellano superior y volvió la cabeza demasiado tarde, sin llegar a ver la patada que lo lanzó escaleras abajo a los brazos sorprendidos de sus soldados.

—Hola, Ilean —murmuró Xena, que se dejó caer en el rellano y limpió su espada, ya ensangrentada, en un mercenario atónito, abriéndose paso hasta donde colgaba Hectator—. No me esperaba que fueras así de traicionero. Deben de correr tiempos difíciles —se volvió y se enfrentó a los soldados y a Ilean, que estaba petrificado—. Lo voy a descolgar de esta puerta. Eso quiere decir que tengo que dejar esta espada y daros la espalda. Al primero que se mueva, lo parto en dos. ¿Entendido?

—Creo que eres tú la que no lo entiende, Xena —gruñó Ilean, sacudiéndose la túnica de cuero—. Estos no son soldados corrientes. Te van a hacer pedazos —sonrió—. ¿Ni siquiera llevas armadura? Había oído que te estabas ablandando.

Xena se volvió, apoyando la espada en un hombro cubierto de seda, y le sonrió.

—Podría ser —dijo despacio—. ¿Quieres averiguarlo? ¿Quién es el primero? —recorrió con la mirada a los soldados vestidos de cuero, alzando una ceja interrogante—. ¿Tú, Ilean? ¿Por los viejos tiempos? —el hombre rubio la miró furioso—. Vamos... vamos... es la mejor oportunidad que vas a tener nunca —ojos furibundos, respiraciones agitadas... pero ni un movimiento en su dirección.

—Hacerme pedazos, ¿eh? —bufó Xena—. Más quisieras —hizo un gesto con la cabeza señalando las escaleras—. Ya se están encargando del resto de tu chusma —se volvió de nuevo hacia Hectator, pero dijo por encima del hombro—: Y recoge a tu patético asesino de mi habitación al salir —se acercó a la cara pálida y sudorosa de Hectator—. Aguanta, Hectator. Te voy a sacar de esto.

—Te matarán —jadeó él, mirando lleno de pánico por encima del hombro de ella—. ¡No les des la espalda! ¡No lo merezco, por el amor de Hades, Xena!

—Qué va —dijo Xena, guiñando un ojo—. Para algo me tiene que servir mi reputación, ¿no? —notó un movimiento detrás de ella y concentró los sentidos. Ilean. Cómo no. Esperó a que estuviera a distancia de ataque, entonces se dejó caer sobre una rodilla y permitió que su espada se incrustara en la madera de la puerta, pasándole por encima del hombro derecho tan cerca que oyó el silbido de la hoja al pasar junto a su oreja.

Dejó que su rabia se acumulara durante un momento, luego se volvió y se alzó y poniendo esa rabia en su brazo, lo golpeó en la cara, sintiendo que los huesos se rompían por la fuerza, y el choque tremendo del impacto lo lanzó hacia atrás como a un muñeco de trapo.

—Nunca has sido capaz de aprender una lección, ¿verdad? —murmuró, levantando la espada y avanzando hacia los mercenarios que quedaban, sabiendo lo que debía de mostrar su expresión por las miradas espantadas y los movimientos inquietos de los hombres armados—. ¿Quién es el siguiente? —ladró, furiosa y asqueada y sin molestarse en ocultarlo—. Avanzad o largaos. ¡Ahora! —se inclinó y agarró la sobrevesta enguatada de Ilean, levantándolo y tirándolo por las escaleras, donde se desplomó hecho un guiñapo.

Xena se giró de golpe, dejó caer la espada y agarró la empuñadura de la daga que mantenía sujeto a Hectator.

—Maldita sea —rabió, apretando los brazos con fuerza contra su cuerpo para levantarlo de la daga—. Agárrate a mis hombros, Hectator —vio que el príncipe apenas era capaz de hacer lo que le decía. Con todo el peso de su cuerpo, lo levantó apretándolo contra la puerta y al mismo tiempo tiró con fuerza de la daga, notando que se soltaba de la puerta y salía del cuerpo del príncipe con un roce de metal contra hueso. La sangre caliente se derramó bajo sus manos y lo depositó con cuidado en el suelo.

Xena suspiró y abrió la túnica de Hectator.

—Aaijj —hizo una mueca—. Tengo que llevarlo a la enfermería, necesito vendas y desinfectante —notó una presencia familiar a la espalda justo antes de que una mano delicada le tocara el hombro—. Hola, Gabrielle.

—Hola —murmuró la bardo, mirando por encima del hombro de Xena—. Ay —miró a Hectator—. ¿Qué le ha pasado?

—Un mercenario lo clavó a la puerta con un cuchillo —contestó Xena, con tono práctico, trabajando rápidamente con un trozo de tela arrancado de la camisa del príncipe, presionando la fea herida que tenía en el abdomen—. Dame ese otro trozo de tela. Tengo que mantener la presión hasta que consiga controlar la hemorragia o no durará ni un minuto.

Gabrielle obedeció, observando con total atención lo que hacía Xena.

Xena oyó la ballesta antes incluso de que estuviera medio amartillada y miró de golpe hacia la derecha, manteniendo las manos firmemente apretadas contra el cuerpo del príncipe. Ilean. Debería haberlo matado. Maldita sea. Tenía razón. Me estoy ablandando.

—Qué lástima, Xena —dijo el hombre de ojos pálidos con voz ronca—. Tú... tú eras la clase de adversario que aparece una sola vez en la vida —Ilean hizo una mueca, que era lo más parecido a una sonrisa que podía conseguir con las costillas rotas—. Pero le vas a venir de perlas a mi reputación.

El tiempo se ralentizó, mientras la atención de Xena se concentraba en la punta de la flecha de una ballesta y en los ojos gélidos que había detrás. No puedo mover las manos para atrapar esa flecha y no puedo apartarme porque Gabrielle está detrás de mí. Maldición. De modo que así acaba todo. Los señores de la guerra no deben arriesgarse por sus tropas, ¿es que no aprendí esa lección hace mucho tiempo? Qué manera de descubrir que he cambiado de verdad. Asintió mínimamente y se volvió ligeramente para mirar a Ilean, irguiendo los hombros para presentar el blanco más grande posible. Sus ojos se encontraron con los de él sin miedo y en su cara se formó una sonrisa.

El mercenario interpretó su sonrisa y asintió a su vez, al tiempo que en su mirada incolora se percibía un respeto concedido de mala gana. Levantó la ballesta y apuntó con cuidado. Con ella, tendría una sola oportunidad. Pero la ballesta era su arma y su dedo se tensó sobre el gatillo con tranquila confianza.

Y cuando la presión descendía sobre el gatillo, su mundo estalló con un rugido tan bestial que los fundamentos de su comprensión se tambalearon. No tuvo tiempo de mirar, ni tiempo de vivir cuando un cuerpo dorado se estampó contra el suyo, unas manos con garras le desgarraron el tórax incluso a través de la armadura y unos colmillos ardientes lo agarraron de la garganta, acabando su vida con un torrente de sangre y burbujas de aire y chorros de saliva. El impacto derribó al suelo al mercenario y al atacante y sacudiendo la cabeza, Jessan liberó los colmillos y la sangre goteó libremente de su boca a las losas del suelo.

Los demás mercenarios huyeron cuando el habitante del bosque se levantó de un salto con un espantoso rugido de rabia.

En el pasillo se hizo el silencio. Jessan parpadeó, luego un escalofrío recorrió su cuerpo y miró a Xena con los ojos inyectados en sangre. Ella se encontró con su mirada y se la sostuvo, sin juzgar, sin encogerse.

—Gracias —dijo, en un tono normal, y volvió a mirar el cuerpo inerte de Hectator, mirando un momento a la izquierda cuando notó que Gabrielle estaba temblando—. ¿Estás bien? —pregunta estúpida.

La bardo cerró los ojos y respiró hondo varias veces. Luego parpadeó y miró directamente a Jessan. Si puedo aceptar a Callisto, puedo aceptar esto. No soy una niña. Su mente repitió esta idea en su consciencia sin parar.

—Gracias, Jessan —dijo, sonriéndole levemente y él le respondió con una expresión de alivio casi patético en sus ojos dorados.

Jessan arrugó entonces la cara, sacando la lengua.

—Puaajjj —soltó medio ahogado, buscando un recipiente y encontrando un odre de vino abandonado. Quitó el tapón y echó un buen trago, hizo unas gárgaras y luego lo escupió todo sobre las losas del pasillo—. Detesto ese sabor —se acercó a ellas, todavía con una mueca de asco, con las manos ensangrentadas apartadas del cuerpo, y se acuclilló al otro lado del príncipe—. Yo no... o sea... es que... él iba a...

—Lo sé —dijo Xena, con tono amable—. Ya tengo controlada la hemorragia —levantó una mano y le tocó los dedos ensangrentados y con garras—. ¿Lo puedes llevar a la enfermería?

Sus ojos se posaron en los de ella, todavía atormentados.

—Ha sido la primera vez en mi vida que he...

Xena suspiró.

—Lo siento, Jessan —alzó la mano y le dio una palmadita en la mejilla—. Supongo que ahora estamos en paz. Me has salvado la vida.

El habitante del bosque se la quedó mirando.

—Yo no lo siento... todos tenemos que tener una primera sangre... y me alegro, por Ares, cómo me alegro de que ésa haya sido la mía —esbozó su dulce sonrisa y, osadamente, le tocó la cara, viendo cómo los labios de ella se curvaban en una sonrisa triste.

Gabrielle se mantuvo muy quieta y se limitó a observar, viendo un repentino parecido entre los dos guerreros que estaban a su lado. De mala gana, ahondó en su interior y buscó la sensación que había tenido en ese terrorífico instante en que se dio cuenta de que Ilean estaba a punto de matar a Xena y la sensación que había tenido cuando Jessan lo hizo pedazos. Y reconoció un parecido también en ella misma. Esa furia, ese rugido... descubrió ecos de ello en su mente. No tenía duda... la menor duda... y le dolía... de que de contar con esa velocidad, de contar con esa fuerza, ella misma le habría arrancado el corazón a Ilean. Xena habría renunciado a la vida. La bardo habría renunciado a algo más que eso. Bueno. Por fin tenía una ventana que le permitía ver esa oscuridad. Asintió en silencio por dentro y soltó el aliento que había estado aguantando.

—Sí —estaba diciendo Jessan—. Lo llevaré. Cuidado —con infinita delicadeza metió los brazos bajo el cuerpo de Hectator y lo levantó, dirigiéndose hacia la enfermería.

Xena esperó un momento, limpiándose las manos en un trozo de tela que quedaba, antes de volver la cabeza y mirar a Gabrielle.

—¿Estás bien? —preguntó de nuevo, suavemente.

—Ibas a dejar que te disparara —no era una pregunta. No era el momento de andarse con rodeos.

Xena asintió, despacio.

—Sí. No podía soltar a Hectator —sonrió tensamente—. Y tú estabas detrás de mí —un ligero encogimiento de hombros—. Yo tolero las flechas mucho mejor que tú.

Gabrielle asintió despacio a su vez.

—¿Con esto? —alargó la mano y tocó la túnica de seda, con una expresión severa en los ojos.

Xena se quedó callada un buen rato.

—Incluso con esto —intentó aligerar la conversación—. Habría intentado que me diera en algún punto que no fuera vital. Como la cabeza.

La bardo sonrió levemente y sin apartar los ojos de Xena, alargó la mano y rodeó con los dedos la mano de Xena, que estaba entre las dos.

—Eso no tiene gracia —suspiró—. No tengo la menor gana de arrancarte flechas, me da igual dónde estén.

Xena le devolvió el apretón.

—Lo sé. Pero no tenía mucho tiempo para tomar una decisión y ésa era la única posibilidad que tenía.

Gabrielle suspiró.

—La próxima vez, a ver si lo planeamos mejor —contestó y la guerrera soltó una ligera risa entre dientes. Observó mientras Xena se enderezaba y le alargaba la mano—. Gracias —añadió, agarrando la mano que se le ofrecía y que la puso en pie.

—Parece que el combate ha terminado —comentó Xena y empezó a bajar las escaleras para seguir a Jessan. En la puerta principal, se detuvo y miró a la oscuridad, moviendo con ritmo la espada que sujetaba en la mano.

Gabrielle se detuvo a su lado y estudió la cara de su amiga.

—¿En qué estás pensando? —preguntó, suavemente, al ver la frialdad insondable de esos familiares ojos. En nada que quiera saber, probablemente.

—En Ansteles —murmuró la guerrera, cerrando los ojos y haciendo un esfuerzo consciente por eliminar esa "mirada" antes de volver los ojos hacia Gabrielle—. No me gusta recibir visitas de asesinos en mis habitaciones —supo que lo había conseguido relativamente por la forma en que la bardo se encogió. Volvió a mirar al exterior—. Está ahí fuera — Y hasta el último hueso de mi cuerpo quiere salir ahí fuera a buscarlo. Maldita sea, eso nunca muere, ¿verdad? El viejo lobo sigue ahí dentro. Sonrió tensamente para sí misma. El frío aire nocturno la llamaba, una cabalgada en la oscuridad, un rastreo en las sombras y luego... notó que se le aceleraba el corazón, supo que en sus ojos surgía el brillo fiero. Supo que seguramente estaba asustando muchísimo a Gabrielle, que se empeñaba en creer que esta faceta suya estaba mucho más enterrada de lo que estaba de verdad.

—No lo ha conseguido —fue la respuesta en voz baja de la bardo, con un tono cargado de tensión—. Xena... —alargó la mano y rodeó la muñeca de Xena, notando la tensión que vibraba en ella. Se armó de valor para hacer frente a la mirada gélida que sabía que iba a recibir, al movimiento repentino que le apartaría la mano con el mismo esfuerzo que si fuera una mosca.

Pero la mirada que recibió no era lo que se temía y la mano que se había arriesgado a alargar sintió la calidez inesperada de un apretón como respuesta.

—Lo sé —replicó Xena, devolviendo al lobo a su guarida oscura y apartándose del aire nocturno—. Pero sigue sin gustarme —refunfuñó—. Ha faltado demasiado poco —miró a la bardo ladeando la cabeza—. ¿Pero tú cómo te encuentras?

—Ah —contestó Gabrielle, aliviada—. Pues, ay, en realidad. Me duele la cabeza —echó una mirada irritada a Xena, pero sintió una alegría desesperada por el cambio de tema—. Recuerdo que me tuviste que llevar en brazos por las escaleras y luego poca cosa más —arrugó el entrecejo—. ¿Hice el tonto?

Xena la miró, incapaz de contener la sonrisa que le inundó hasta los ojos.

—No —rodeó con un brazo los hombros de la bardo y la volvió hacia la enfermería—. Fuimos arriba, hablamos un poco y luego te quedaste dormida en el sofá.

—Ah. ¿En serio? —la bardo frunció el ceño—. No me acuerdo. ¿De qué hablamos? ¿Me puse tonta o algo?

Xena dudó durante un instante muy largo.

—No. No te pusiste... tonta —bajó la mirada hacia su amiga, esbozando apenas una sonrisa—. Hablamos de... Autólycus.

Gabrielle se quedó pasmada.

—¿De Autólycus? ¿Pero por qué...? —de repente se le quedó la cara en blanco y dejó de caminar y cerró con fuerza los ojos brumosos verdes—. Oh, dioses, no.

La guerrera suspiró.

—Gabrielle —dijo en tono cariñoso, estrechando los hombros de la bardo—. Está bien. Tranquila —miró las puertas de la enfermería—. Vamos. Tengo que ponerme hierbas en esta mano, me escuece un montón —vio que Gabrielle abría los ojos despacio y de mala gana, mirando a todas partes, pero negándose a posarse en los suyos. Esto no puede ser. Xena alargó la mano y atrapó la barbilla de la bardo, levantándole delicadamente la cara para obligarla a mirarla a los ojos—. Está bien —repitió, suavizando conscientemente el tono—. Lo digo en serio.

La mortificación y la vergüenza fueron desapareciendo poco a poco de la cara de la bardo, sustituidas por una tímida alegría. Sus ojos se fijaron en la mano que tenía en la barbilla y luego carraspeó.

—Tienes razón. Te tienes que curar eso, se está empezando a hinchar —subió la mano y examinó el daño con los dedos y luego alzó los ojos para encontrarse de nuevo con los de Xena, sonriendo un poco.

—Eso está mejor —dijo la guerrera, en voz baja—. Vamos.

Reemprendieron la marcha y se encontraron con Jessan nada más entrar. A Xena le entró más que una sospecha de que el habitante del bosque había estado atisbando por la puerta, sospecha justificada inmediatamente por la larga mirada sonriente y llena de placer con que él las observó en cuanto cruzaron la entrada. Xena suspiró, luego decidió que en el fondo tenía cierta gracia y le devolvió la mirada con una expresión divertida pero exasperada.

—¿Quieres dejarlo ya? —le gruñó.

—¿Qué? —preguntó Gabrielle, mirándolos a los dos con desconcierto.

—Luego te lo digo —le prometió Xena, clavándole un dedo con fuerza a Jessan en las costillas. El habitante del bosque respondió rodeándola con un brazo y estrechándola.

—Hectator se va a poner bien —fue lo que comentó, sin embargo—. Sus cirujanos de campaña lo están curando ahora, pero quiere hablar contigo — Ah... Xena... mi amiga guerrera. He Visto... y lo que he Visto era tan familiar que para mí era como mi hogar. Me alegro, más de lo que podrías imaginarte.

El príncipe alzó la vista atontado cuando se acercaron. Xena se dejó caer sobre una rodilla junto a su camastro y examinó el trabajo de los cirujanos de campaña.

—No está mal —murmuró, mirando la cara blanca y tensa de Hectator—. Parece que saldrás adelante —añadió, dándole unas palmaditas en la rodilla.

Hectator suspiró.

—Por si te interesa, Xena... —haciendo una mueca de dolor, se movió ligeramente—. Ansteles no se va a detener. Puedo soportar... que vaya detrás de mí —sus ojos grises la miraron a la cara y luego se posaron en la mano que tenía apoyada en el camastro a su lado—. ¿He entendido bien que había un asesino en vuestra habitación?

Xena se encogió de hombros.

—Así es. Pero eso no es culpa tuya, Hectator. No es la primera vez que me persiguen asesinos —echó una mirada rápida a Gabrielle, que estaba de pie en silencio a su lado.

—Era Stevanos, Xena —interrumpió Jessan, que se acercó con una copa de agua y se la pasó a Hectator—. Supongo que no lo reconociste en la oscuridad.

Xena enarcó las cejas.

—¿En serio? —en su cara se formó una expresión intrigada—. Creo que me siento halagada —se echó hacia atrás y apoyó un brazo en la rodilla—. Y no lo reconocí porque no lo había visto nunca. Se ha mantenido bien lejos de mí —se rió un poco por lo bajo. De modo que éste era el asesino a sueldo más mortífero de Grecia.

Hectator se la quedó mirando.

—Te comportas como si no fuera nada —se pasó una mano temblorosa por la frente.

Jessan se arrodilló al otro lado de Xena.

—Es esa cosa de los guerreros —comentó irónicamente—. Y... uno de los míos ya se está ocupando de ver qué puede hacer con Ansteles —añadió—. Ahora creo que Hectator necesita descansar un poco y estoy seguro de que a todos nos vendrá bien hacer lo mismo.

El cirujano de campaña miró agradecido a Jessan y los apartó de su regio paciente, corriendo una cortina improvisada a su alrededor.

Los tres regresaron tranquilamente por el vestíbulo, si decir nada. Por fin, Xena habló.

—¿A qué te referías al decir que alguien se estaba ocupando de Ansteles, Jessan? —volvió la fría mirada hacia él, con curiosidad.

—Mi tío —contestó el habitante del bosque, despacio—. Es lo más parecido que tenemos a nuestro propio asesino —siguió caminando, sin mirar a ninguna de las dos—. Ha ido en busca de Ansteles. Hemos decidido... bueno, él ha decidido que se está empezando a hacer demasiado peligroso —miró por fin a Xena, que miraba al frente con expresión inescrutable—. Ahora a nosotros también nos va mucho en esto.

—Mm —comentó la guerrera morena—. Eso es cierto —dobló la mano y la miró con irritación—. Maldito Ilean. Tendría que haber recordado lo dura que tenía la mollera —suspiró cuando llegaron al pasillo tantas veces recorrido y manchado con restos del combate—. Que descanses, Jessan —dijo, dándole una palmada en la espalda al habitante del bosque.

—Vosotras también —respondió Jessan, abrazándola con delicadeza y luego a Gabrielle. Pasó ante ellas rumbo a su propia puerta y se deslizó dentro.

—Con tanto abrazo, ¿estás segura de que no sois parientes? —preguntó Xena, en tono de guasa, observando el sonrojo de la bardo como respuesta. Abrió la puerta e indicó a Gabrielle que pasara—. Espero que se hayan acordado de recoger a su asesino a sueldo.

Lo habían hecho. La habitación estaba vacía y prácticamente a oscuras, salvo por el débil resplandor de la chimenea. Xena dejó la espada con un suspiro, luego fue al sofá y se sentó, dejando en el reposapiés la bolsa de hierbas que le habían dado los cirujanos. Se examinó la mano hinchada con cierto desagrado y luego se puso a preparar una mezcla.

Gabrielle la observó un momento, luego se acercó al sofá y se sentó, quitándole la mezcla a su amiga.

—Deja que lo haga yo —sonrió—. Seguro que es más fácil con dos manos.

—Seguro —respondió Xena, esperando pacientemente mientras la bardo aplicaba las hierbas y le vendaba la mano con una tela suave—. Gracias —se reclinó y contempló el fuego—. ¿Qué tal el dolor de cabeza? —preguntó, mirando a Gabrielle.

La bardo se encogió de hombros.

—Los he tenido peores —replicó, ásperamente.

Xena la miró.

—Así de mal, ¿eh? —sonrió—. Creo que tengo algo que te puede aliviar —se levantó y se puso a hurgar en sus alforjas, sacando varios pergaminos doblados—. No sabe muy bien, pero funciona.

Gabrielle se levantó y se acercó al baúl.

—Estoy bien, en serio... no te molestes —consiguió sonreír tensamente—. Con tanto luchar, se me ha quitado todo el hidromiel de encima.

—Mm-mm —asintió Xena, sin dejar de preparar la mezcla—. Toma —añadió, pasándole a Gabrielle la copa, sin hacer caso de la mirada exasperada de la bardo.

Gabrielle suspiró y olisqueó el líquido con desconfianza.

—Puajj —comentó, haciéndole una mueca a Xena. Y obtuvo una ceja enarcada como respuesta—. Oh, está bien —masculló y, cerrando los ojos y aguantando la respiración, se tragó el líquido con tres grandes sorbos.

—Aaaujjj —farfulló, estremeciéndose—. Pero qué horrible —la bardo echó una mirada aviesa a Xena—. ¿Qué es lo que llevaba...? No... olvídalo. No me lo digas... acabaría echándolo —sacó la lengua de nuevo y se encaminó a la palangana, llenando la copa de agua y bebiéndosela a toda prisa.

Xena la observó divertida, luego fue a la cama y se dejó caer boca arriba con una falta de elegancia poco propia de ella.

—Un final asqueroso para una velada bastante agradable —suspiró, levantando la mano que no tenía lesionada y pasándose los dedos por el pelo. Miró a Gabrielle y notó la inmovilidad de su amiga, un levísimo brillo de sus ojos a la luz danzarina del fuego—. ¿Estás bien? Sé que esa mezcla era bastante mala, pero...

—Estoy bien —respondió la bardo en voz baja, dejando la copa y cruzando la habitación—. Está... funcionando. Realmente. Tengo la cabeza mucho mejor —se sentó en el borde de la cama y sonrió a Xena—. Gracias —añadió, tumbándose de lado y apoyando la cabeza en una mano.

—De nada —dijo la guerrera, volviendo la cabeza y mirando a su amiga con afecto—. Tienes mejor aspecto.

—¿Sí? —contestó Gabrielle, mirando a los claros ojos azules bien de cerca.

Xena tembién se puso de lado y observó su cara atentamente.

—Mmm-mm —afirmó, con una sonrisa amable.

Me podría ahogar ahí , reflexionó Gabrielle, pensativa, con facilidad. Leyendo la cara que estaba tan cerca de la suya, viendo belleza donde otros veían furia, delicadeza donde otros veían violencia, luz donde el mundo mismo sólo veía oscuridad. Y siempre lo he hecho, desde el primer momento en que la vi. Debo de tener un problema raro en la vista. ¿Verdad?

—¿Qué tal la mano?

Los ojos de Xena soltaron un destello risueño. Probó a doblar la mano.

—No está mal —comentó—. Un poco molesta.

—Una cosa sin importancia para la Princesa Guerrera —contestó la bardo, con una risita. Entonces se le ocurrió una idea malvada y antes de poder pararse a pensar en las consecuencias, alargó la mano y, sabiendo que Xena no la iba a detener, le hizo cosquillas a la guerrera en la oreja que tenía al descubierto.

—¡Eh! —exclamó Xena, sobresaltada. Luego enseñó los dientes con una sonrisa fiera y abandonó su postura relajada a una velocidad descorazonadora.

—Eh... eh... —chilló Gabrielle, echándose hacia atrás, pero sin la velocidad suficiente para escapar de la mano que la agarró de la muñeca y la tumbó en la cama. Decidiendo que un buen ataque era su única defensa, se armó de valor y saltó sobre Xena, esforzándose frenéticamente por mantener a raya esos largos dedos que le hacían cosquillas.

Ah... he tenido suerte. Gabrielle había conseguido que Xena quedara colocada boca arriba y con las dos manos y todo el peso de su cuerpo la tenía sujeta a la cama por los dos hombros. Por un momento, se miraron la una a la otra.

—¿Te rindes? —preguntó la bardo, esperanzada. Ah, sí. Como si no pudiera mandarme volando al otro lado de la habitación con sólo encogerse de hombros.

¿Debería? pensó Xena.

—Sí, me rindo —contestó, abriendo los brazos para indicar su rendición.

Gabrielle parpadeó sorprendida. ¿¿¿Eh??? Entonces Xena dobló los brazos y clavó rápidamente los dedos en los brazos de la bardo, haciéndole aflojar los codos y desplomarse con un graznido sobre el pecho de la guerrera.

—Ajj. Ya sabía yo que era demasiado fácil —masculló, notando que Xena se reía en silencio—. Muy graciosa, Xena.

Xena sonrió con fiereza y se rió entre dientes, luego rodeó a la bardo con los brazos y la estrechó largo rato... y sintió que Gabrielle se relajaba por completo encima de ella, sin ofrecer resistencia.

—Mmm —murmuró Gabrielle en la seda roja de su túnica—. Qué a gusto estoy. ¿Puedo quedarme aquí? — Vuelvo a estar dentro de la puerta. Y... dioses... creo que lo que acabo de oír es cómo se cerraba la puerta con llave... desde dentro...

—Sí —susurró Xena, sin soltarla, notando que las manos de Gabrielle se deslizaban hacia arriba y le rodeaban los hombros, devolviéndole el abrazo—. Sí. Puedes quedarte aquí.

Dos días después, tenían todo recogido y estaban preparadas para despedirse de Hectator y su ciudad. Xena recorrió la ciudad con la vista y sonrió sin ningún motivo concreto. Luego se volvió hacia Hectator, que estaba sentado en una silla en las escaleras para despedirse.

—Bueno —les sonrió Hectator—. ¿Dónde vais ahora? —se movió para aliviar la presión de las vendas—. Os vamos a echar de menos.

Xena lo miró con una ceja enarcada, pero sonrió.

—Sí, seguro —respondió—. Vamos a subir por la costa, hacia Atenas —añadió la guerrera, volviéndose para ajustar la cincha de la silla de Argo. Se volvió de nuevo y le ofreció la mano a Hectator—. Ha sido agradable, Hectator.

El príncipe la miró con la cabeza ladeada.

—Bueno, por así decir —hizo un gesto de dolor, pero le estrechó cálidamente el brazo que le ofrecía—. No hay nada que pueda ofrecerte que pueda empezar a pagar lo que has hecho aquí. Así que no lo voy a intentar —atrapó su mirada—. Pero te digo lo siguiente: ahora mi ciudad es y lo será para siempre un hogar para ti... para las dos, si es que decidís dejar de vagabundear salvando a todo el mundo.

Unos ojos verdes grisáceos y otros azules claros lo miraron con un brillo solemne.

—Hectator —dijo Xena, con la voz estremecida por una risa—. Créeme... tu ciudad siempre ocupará un lugar muy especial en nuestro corazón. Lo mismo que tú —miró a Gabrielle, que estaba asintiendo—. Y creo que podemos asegurar que volveremos. Al menos para hacer visitas.

—Ya lo creo —añadió Gabrielle, acercándose y abrazándolo con cuidado—. Cuídate —sonrió y luego retrocedió hasta donde estaba esperando Jessan, con las grandes manos apoyadas en el lomo de su negro corcel. El gran habitante del bosque las acompañaría de camino a su aldea, dado que tenían intención de seguir la costa después de eso.

Xena apoyó las manos en el lomo de Argo y montó de un salto, pasando una pierna por encima del lomo de la yegua y colocando los pies en los estribos. Luego miró a Gabrielle y le ofreció el brazo izquierdo. La bardo lo agarró sin la menor protesta y se dejó izar y acomodar en la cruz de la alta yegua.

—¿Ya te gusta más montar a caballo? —preguntó Hectator, con curiosidad cortés.

Gabrielle sonrió y se agarró a Xena, quien, cosa atípica en ella, también sonrió.

—Oh... podríamos decir que sí —replicó la bardo, con aire travieso—. Creo que va a acabar gustándome.

—¿En serio? —preguntó Xena, echándole una mirada por encima del hombro.

—Sí —respondió Gabrielle, apretando más los brazos y apoyando la cabeza en la espalda de Xena—. En serio.

—Me alegro de oírlo —comentó la guerrera con ironía, sin hacer caso de la mirada descarada que le dirigía Jessan—. Vamos —apretó las rodillas para que Argo se encaminara a las puertas de la ciudad y emprendió la marcha, con Jessan avanzando a su lado—. Jessan, quítate esa sonrisita de la cara.

—¿Quién, yo? —preguntó el habitante del bosque, inocentemente—. ¿Por qué iba yo a tener que sonreír? Me parece que son imaginaciones tuyas, Xena. Deberías descansar un poco —la miró agitando las pestañas—. ¿Tal vez unos días en la playa?

—Jessan... —un gruñido grave.

La única respuesta fue un silbido que entonaba una alegre melodía.