La esencia de una guerrera vi

Xena y gabrielle hacen nuevos planes para las dos

La esencia de una guerrera

Melissa Good

Título original:A Warrior By Any Other Name.Copyright de la traducción: Atalía (c) 2002

—Manos cansadas —reconoció, carraspeando un poco—. Tantos... —su mirada se dirigió hacia la gran sala abierta y meneó la cabeza—. Hemos perdido a muchos... las heridas eran demasiado graves... yo... —se detuvo y se llevó una mano temblorosa a la sien, luego suspiró y respiró hondo—. Algunos se nos fueron mientras yo estaba... Bueno... me alegré de... de no conocer a ninguno de ellos —levantó la cabeza y miró la cara tranquila y quieta de Xena. Sin su permiso consciente, su mano se movió y colocó la palma sobre la mejilla manchada de sangre de Xena.

Xena se dijo después que estaba demasiado cansada para moverse cuando Gabrielle alargó la mano hacia ella, demasiado cansada para apartarse de esa tierna caricia, demasiado cansada para evitar que sus ojos miraran a los brumosos ojos verdes de la bardo durante lo que pareció un momento demasiado largo, viendo demasiadas cosas que le eran correspondidas. Por fin, parpadeó y Gabrielle bajó la mano hacia el largo corte que acababa de curar, toqueteando un poco el vendaje.

—¿Alguno más? —preguntó la bardo suavemente.

Xena ladeó la cabeza pensando.

—No... —hizo una ligera mueca de dolor—. Sobre todo golpes por todas partes. Unos cuantos arañazos, lo de siempre —su tono era ligero—. Menos de lo que esperaba, a decir verdad —sonrió—. Hacía mucho tiempo que no tenía que hacer algo así. Creía que a lo mejor me estaba poniendo un poco blanda.

Gabrielle se rió suavemente.

—¿Tú? —clavó un dedo en uno de los musculosos hombros de Xena—. Sí, ya —se le había relajado la cara, al pasar a sus bromas de costumbre—. Pero más vale que te quites el cuero, antes de que se ponga tieso.

—Mm-mm —Xena contempló su cuerpo cubierto de sangre y mugre con una risa grave—. Voy a subir a lavarme todo esto —miró a Gabrielle, que estaba apoyada en el mostrador cercano—. Tú... —miró a la bardo estrechando los ojos—. Vas a conseguir algo de comer y te vas a sentar un rato. Estás blanca como una sábana —la bardo hizo una mueca—. No me obligues a cogerte en brazos y depositarte en una silla —añadió, con una mirada fulminante de broma.

Gabrielle reprimió una sonrisa.

—Vale... vale... —señaló las escaleras que llevaban arriba—. Te propongo un trato. Consigo algo de comer y lo llevo arriba para que podamos comer las dos —le devolvió a Xena la mirada fulminante de broma—. Venga, dime que no lo necesitas.

Xena se limitó a sonreír con aire burlón y salió en silencio. Gabrielle se quedó en el sitio un momento, contemplándose pensativa las botas de cordones, y luego se encogió de hombros y los sacudió mientras recogía una bandeja de camino a la puerta. Chico, tengo que estar cansadísima para haber hecho eso , pensó. Y lo único que he hecho es ayudar aquí. Imagínate cómo se debe de sentir Xena. Lleva luchando desde el amanecer y ya se ha puesto el sol. Blanda, ¿eh? Gabrielle se rió por dentro. Vio que los ojos de casi todos los soldados, humanos y habitantes del bosque por igual, seguían a Xena hasta la puerta, reconoció la adoración pura que se veía en sus caras. Encandila a la gente con tan poco esfuerzo , pensó, pasando ante los cirujanos que seguían trabajando. Yo lo sé bien , reconoció privadamente. Y no tiene ni idea de que lo hace. Estos hombres la seguirían ahora hasta el Tártaro... ni siquiera les importa que sea una mujer. Simplemente se enamoran de ella. Cierto. A más niveles de los que estaba dispuesta a plantearse.

Agua , pensó Xena, mientras se mojaba de la cabeza a los pies para quitarse del cuerpo toda la sangre y la suciedad. Hectator no tenía un mal apaño aquí. Había grandes conductos de piedra que recorrían la parte central del edificio y canalizaban el agua que se podía calentar para bañarse o se podía beber cuando se tenía sed. Xena se ahorró el aburrimiento de calentarla y se lavó con el agua gélida. No era que no le gustaran los baños calientes, se rió por dentro. Pero quería estar limpia y si para lograrlo hacía falta agua helada, pues bueno.

Terminó de quitarse a base de frotar toda la sangre seca y se aclaró por última vez antes de sacudirse para secarse en parte y usó un trozo de lino suave para terminar el trabajo. El aire relativamente cálido de la habitación le producía una sensación agradable en la piel helada y se detuvo un momento para contemplar su reflejo en el espejo de la habitación. El resultado fue un bufido burlón. Vale. Gabrielle tiene razón , pensó, haciendo burla de su reflejo. Aquí no hay mucha blandura. No me extraña que asustes a la gente cuando entras en una habitación. Xena sacudió la cabeza con una risa irónica y se metió por la cabeza una suave camisa de lino cuyo borde le llegaba hasta las rodillas. Luego se sentó cruzada de piernas en una pequeña alfombra cerca de la chimenea de la habitación y emprendió el complicado proceso de limpieza de su armadura. Se daba cuenta de que la mayoría de la gente lo habría dejado para la mañana siguiente. Supongo que por eso no soy como la mayoría de la gente.

—¿Qué haces? —dijo Gabrielle, en un tono que destilaba sarcasmo al abrir la puerta poco después y entrar en la habitación—. No me puedo creer que estés limpiando la armadura... no, borra eso. Me lo puedo creer. Lo que no me puedo creer es que me sorprenda de no poder creérmelo —se detuvo y repasó su última frase—. Creo que ahí he metido demasiadas negaciones —terminó y cruzó la habitación hasta donde estaba sentada Xena, que ahora tenía la barbilla apoyada en una mano y observaba a su amiga con una sonrisa demasiado divertida.

—Hola a ti también, Gabrielle —dijo la guerrera despacio—. Ahora te toca a ti quitarte la sangre —hizo un gesto con la cabeza señalando la ropa manchada de rojo de la bardo—. Espero que te guste el agua fría —añadió, con un brillo taimado en los ojos.

Gabrielle gimió.

—Tienes suerte de que esté demasiado cansada para que me importe —suspiró y depositó la bandeja cargada de comida al lado de Xena—. Toma, empieza con esto mientras me lavo —se dirigió a la zona de baños, reprimiendo un bostezo.

Xena cogió otra pieza de la armadura con una mano y un trozo de queso con la otra. Se colocó la pieza en la rodilla mientras masticaba, usando el trapo de lino para limpiar los últimos restos de suciedad del metal que brillaba apagadamente. Había terminado tanto con el queso como con la pieza de armadura cuando regresó Gabrielle.

—Brr —dijo la bardo, castañeando los dientes y arrebujándose en su camisa limpia—. ¿Cómo lo aguantas? —preguntó, en tono quejumbroso, cruzando la habitación y desplomándose en la alfombra al lado de Xena.

—Toma —contestó Xena, pasándole una taza—. Esto te ayudará —observó mientras Gabrielle olisqueaba el contenido y luego sonreía y empezaba a beber, calentándose las manos con la parte externa de la taza—. ¿Mejor?

Gabrielle dedicó un momento a aspirar el cálido vapor que subía de la infusión de hierbas.

—Sí. Gracias —se apoyó en la chimenea—. Bueno —miró a Xena—. Háblame de esos doscientos soldados enemigos a los que derrotaste —le pidió, con una sonrisa, al tiempo que se comía un gran pedazo de pan.

—Oh, no empieces tú —gimió Xena, poniendo los ojos en blanco—. Por favor. Ya he tenido que aguantar a Jessan con esa historia durante todo el camino de vuelta a la fortaleza —dejó la última pieza de armadura y cogió otro trozo de queso—. ¿Qué iba a hacer, dejar que hicieran pedazos a Lestan? —apoyó la cabeza en la chimenea y miró a Gabrielle—. No intentaba darte material para tus historias. En serio.

Gabrielle se echó a reír.

—Lamento no haberlo visto en persona —soltó una uva y se la metió en la boca—. Aunque bien pensado, si realmente eran doscientos, creo que me alegro de no haberlo visto. Me habría muerto de miedo.

Xena la miró, con una sonrisa muy cansada en los labios. Empezaba a notar el final de un día muy largo.

—Mm-mm —masculló y luego cerró los ojos y volvió a apoyar la cabeza en la chimenea—. Vale, Gabrielle. Si quieres que fueran doscientos, fueron doscientos —echó la cabeza a un lado y abrió de mala gana un ojo para calibrar la respuesta—. Ahora mismo, me siento como si hubieran sido doscientos. Como poco —reconoció.

—Vamos —replicó la bardo, dejando el tono de broma y poniendo una mano en el brazo de Xena—. Es hora de acostarse —empezó a levantarse—. Si es que consigo levantarme.

Xena le sonrió con pereza, luego hizo acopio de la poca energía que le quedaba y se puso de pie ágilmente, levantando con ella a la bardo, que seguía agarrada a su brazo.

—No hay problema —dijo burlonamente, ganándose una mirada de asco por parte de Gabrielle—. Has dicho que querías levantarte —la guerrera bostezó y se dirigió a la cama, con una ligera mueca de dolor al notar las contusiones que se le estaban enfriando. Se tumbó con cuidado, evitando golpearse el cuello, y observó distraída mientras Gabrielle se ocupaba del fuego y luego se reunía con ella, acurrucándose de lado y de cara a Xena.

Se quedaron mirándose un momento y luego Xena ladeó la cabeza para mirar a la bardo directamente a los ojos.

—¿Estás bien? —preguntó, suavemente, observando las minúsculas reacciones de la cara que tan bien conocía y tenía a su lado.

Gabrielle asintió en silencio. Claro que estoy bien, ahora. Ahora que mi peor pesadilla ha terminado y puedo volver a despertarme y ver que no es real. Pero no puedo decirlo, ¿verdad? ¿Cómo puedo decirte lo que es verte morir en mis sueños todas las noches, sin que te eches esa culpa también sobre los hombros?

—Sí, estoy bien —susurró por fin—. Ahora —la última palabra se le escapó sin querer y fue demasiado lejos, lo sabía, decía demasiado. Una mano se acercó a ella y le apartó el pelo de los ojos, con una caricia que casi, casi acabó con su decisión de hacerse la fuerte. Gabrielle mantuvo los ojos cerrados, sabiendo que si los abría, establecería contacto visual, se vendría abajo y se echaría a llorar como una niña de puro alivio. Y eso, juró apretando los dientes, era algo que no iba a hacer, no iba a dar más cargas a Xena después de un día como éste.

Xena desterró la fatiga por el momento mientras estudiaba la cara de la bardo, advirtiendo la tensión, la emoción escritas en ella, por mucho que la mujer intentara tranquilizarse. Se le da muy bien eso de conseguir que me abra, sí... y a mí se me da tan mal conseguirlo de ella. Vale... probemos con el plan A.

—Gabrielle —la voz de Xena sonaba grave e irresistible. La bardo sintió que le bajaba retumbando por los oídos, tocando algo dentro de ella que ninguna otra voz tocaba. Maldición . Y ahora notó una mano en la barbilla y esos ojos azules clavados en ella, incluso a través de los párpados cerrados. Maldición . A regañadientes, abrió los ojos y se encontró con la mirada firme de Xena y notó que se le empezaban a acumular las lágrimas.

—Lo siento, es que estoy muy cansada —farfulló Gabrielle, pasándose la mano por los ojos—. Ha sido un día muy largo —tomó aliento con fuerza y lo soltó y no notó el menor alivio de la presión sofocante que tenía en el pecho. Maldición. A ver si creces, Gabrielle. Acaba de matar a no sé cuántas personas, está herida, está cansada y no necesita ocuparse de tu histeria —. Estoy bien. En serio.

—¿Gabrielle? —dijo Xena, con infinita suavidad...—. Mírame un momento — Vale... vale... plan B, entonces.

La bardo suspiró y levantó la mirada, parpadeando un poco.

—¿Sí? —consiguió susurrar, con la esperanza de poder aguantar unos minutos más.

—Gracias por preocuparte —dijo Xena, con sencillez—. Eso es muy importante para mí.

Atrapada entre un suspiro y un latido, Gabrielle se quedó paralizada un momento, luego cerró los ojos y notó que le resbalaban las lágrimas por la cara. Unos dedos le enjugaron las lágrimas y de algún modo se encontró estrechada en un abrazo al que no sabía cómo había llegado, pero del que sabía, con una repentina y cegadora claridad, que no quería escapar jamás.

No debería hacer esto , le riñó su mente. Debería serenarme y hacer que se duerma después del día que hemos tenido. Debería... pero por los dioses... es tan maravilloso soltarlo todo... y no puedo evitarlo... lo necesito... Al cabo de largo rato, cuando las lágrimas por fin cesaron y Xena la soltó, acomodándola de nuevo en la cama pero manteniendo un brazo protector alrededor de sus hombros, volvió a abrir los ojos, de mala gana.

—Xena, lo siento —suspiró Gabrielle, secándose los ojos con rápida irritación—. No quería hacer eso. No sé qué me ha pasado —se frotó las sienes con una mano, tratando de aliviarse el dolor del llanto—. Lo que te faltaba, tener que ocuparte de eso —la bardo sacudió la cabeza disgustada.

Xena permaneció en silencio, pero llevó una mano al cuello de la bardo y se puso a eliminar la tensión que encontró allí. Al cabo de unos minutos, notó que los músculos de Gabrielle se relajaban y la bardo dejó caer la cabeza hacia delante sobre la cama.

—¿Mejor? —comentó la guerrera, en tono ligero.

—Sí —contestó Gabrielle, en tono apagado—. Gracias.

—De nada —dijo Xena, arrastrando las palabras—. Los ex señores de la guerra tenemos que servir para algo, ¿no? —obtuvo la esperada risa sofocada por parte de la bardo y sonrió como respuesta cuando Gabrielle la miró por debajo de las pestañas húmedas—. No me uses a mí como patrón para juzgarte a ti misma, Gabrielle —dijo Xena, suavemente—. Después de un día como el de hoy, ésa es la reacción normal de cualquier persona cuerda.

La bardo reflexionó sobre eso.

—Mm. Supongo —reconoció por fin, acomodando la cabeza sobre un brazo—. Es que me siento tan... inútil... a veces —se encogió ligeramente de hombros.

—Gabrielle... — Es demasiado tarde y estoy demasiado cansada para esto... Sé que voy a decir algo raro... —. No eres inútil... para mí no —vaciló, luego se doblegó ante una mente excesivamente cansada y continuó—. Eres una parte muy importante de mi vida. No sé qué haría sin ti — ¿¿¿Acabo de decir eso??? Debo... sonaba como mi voz... la pregunta es... ¿lo he dicho en serio? Maldición... creo que sí.

—¿En serio? —un tenue susurro de Gabrielle, una súbita inmovilidad de su cuerpo que Xena notó bajo el brazo con que la rodeaba como sin darle importancia.

—En serio —fue la respuesta.

—Bien —suspiró la bardo—. Porque para mí tú eres lo más importante del mundo y me muero de miedo con la mera idea de volver a perderte —ya estaba. Lo soltó todo de una vez, casi como si lo hubiera ensayado, varios miles de veces.

Gabrielle alzó la mano, la puso sobre el brazo de Xena y continuó, antes de poder pensar en detenerse.

—¿Sabes que anoche fue la primera noche desde hace meses que no he tenido ese mismo sueño? Creo que tenía el cerebro tan sobrecargado por lo que iba a pasar por la mañana que se me quedó en blanco.

Xena luchó con varias emociones contradictorias. Una calidez inesperada ante la confesión de la bardo, rabia contra sí misma por provocarla, pena por causar el terror nocturno de la mujer.

—Lo siento, Gabrielle —suspiró.

Gabrielle respiró hondo.

—Yo no —fue la sorprendente respuesta. Contestó a la mirada desconcertada de Xena con una dulce sonrisa—. Algunas personas pasan por la vida sin sentir nada en absoluto, Xena —distraída, acarició con el pulgar los pelillos finos del brazo de Xena—. Nunca experimentan el tipo de rabia, miedo, desesperación, alegría o amor que yo he experimentado —sus ojos se encontraron por fin con los de Xena—. Eso es muy útil para alguien que cuenta historias, ¿no crees? —vio una sonrisa como respuesta en aquellos ojos azules—. Lo hace todo real... y eso es necesario para poder hacer que otra gente se lo crea.

Xena se rió entre dientes.

—Nunca dejas de asombrarme, oh bardo mía —revolvió el pelo de Gabrielle y recibió una sonrisa cansada como respuesta—. Es hora de descansar un poco —alargó la mano y apagó la vela, dejando únicamente la luz de la chimenea en la enorme habitación, y luego sus ojos se cerraron. Como siempre, sus demás sentidos se intensificaron para compensar la falta de vista. Oyó los pequeños sonidos que llegaban desde el patio, leves golpes y crujidos dentro de la fortaleza, los ruidos de los caballos en el lejano establo y el desagradable sonido de los carroñeros en el campo de batalla. A su lado, Gabrielle se movió y Xena notó el ligero escalofrío que estremeció a la bardo a causa de la brisa fresca que se movía por la habitación—. ¿Tienes frío? —preguntó.

Una pausa demasiado larga.

—No —respondió Gabrielle por fin—. Estoy bien.

Xena miró hacia el techo invisible y sonrió y luego sacudió la morena cabeza. Se acercó al oído de la bardo.

—Mientes —susurró, intentando evitar que su voz se inundara de risa.

—Sí —suspiró Gabrielle—. Pero estoy demasiado cansada para levantarme a coger una manta. Sobreviviré —bostezó y se hizo un ovillo más apretado—. No parece que tenga una especie de fuente mística de calor interno como ciertas Princesas Guerreras.

—Muy sutil, Gabrielle —comentó Xena irónicamente. Dobló el brazo que ya rodeaba los hombros de la bardo y la acercó tirando con una impresionante demostración de fuerza, dadas las circunstancias—. Me han llamado muchas cosas, pero ésta es la primera vez que soy una bolsa de agua caliente —echó una mirada invisible aunque no por ello menos afectuosa a la bardo.

—Mmm —farfulló Gabrielle, relajándose y durmiéndose por fin, acurrucada contra el calor de Xena. Creo que estoy perdiendo el control de algo... se dijo riendo suavemente por dentro, pero me parece que no me importa.

4

Jessan parpadeó despacio, perezosamente, cuando los rayos del sol entraron en la habitación donde estaba y le inundaron el pecho de calor. Sus ojos recorrieron las paredes, tan distintas de las que estaba acostumbrado, y se estiró cuan largo era en la gran cama mullida. Dolorido, pero no demasiado , pensó, vagamente satisfecho. Miró hacia la ventana guiñando los ojos. He dormido hasta tarde. Bostezó, mostrando los inmensos colmillos, y se preguntó si el resto de la fortaleza habría hecho lo mismo. Aguzó el oído y oyó sobre todo silencio. Una sonrisa. Seguro que sí. Cerró los ojos y dejó flotar la Vista... sí. Dormidos, en su mayoría, incluso... sondeó hacia la izquierda, algo sorprendido. Incluso Xena seguía dormida. No es que no se lo merezca , pensó. Pero... oh... pero qué interesante... De repente, en su cara se dibujó una amplia sonrisa y abrió los ojos despacio. A ver en qué lío puedo meterme...

Jessan pasó un rato breve pero entretenido en la zona del baño, chapoteando en el agua con deleite y disfrutando de la sensación del suave lino al secarse, con cuidado de no rozarse los cortes y arañazos que cubrían su gran cuerpo. Se puso una túnica y unos pantalones y abrió la puerta con cuidado, atisbando por el pasillo con una sonrisa traviesa. Soy demasiado grande para caminar de puntillas, pero... Jessan se deslizó por el pasillo y se detuvo ante la siguiente puerta y con mucho, mucho sigilo, abrió la puerta, poquito a poco, hasta que pudo asomar la cabeza dorada y mirar al otro lado del marco.

El sol de la mañana iluminaba la cama delicadamente, destacando los brillos de fuego del pelo de Gabrielle, que estaba echada de lado, con un brazo doblado debajo de la cabeza y el otro rodeando con firmeza a Xena. Ambas mujeres seguían profundamente dormidas, cosa rara en el caso de la guerrera, como Jessan sabía a ciencia cierta. Las observó un poco más, notando el aire más apacible que de costumbre que tenían, y luego cerró despacio los ojos y extendió la Vista... ah. Arrugó la nariz respingona al reaccionar con una sonrisa de felicidad. Cerró la puerta sin hacer ruido y siguió adelante por el pasillo, reprimiendo las ganas de ponerse a silbar. ¿Que tienes elección, Xena? Ohhh... no. No me parece que tengas la menor elección... ese vínculo es de los más fuertes que he visto jamás... y empiezo a pensar que tú también lo sientes. ¿Tengo razón? ¿La tengo? Tal vez sí... mmmm...

A desayunar, creo , decidió, sofocando un bostezo. Y a ver a padre. Lestan había pasado la noche en la enfermería, después de que le cosieran el corte del hombro. Bajó por las escaleras, algo sorprendido de que tanto él como todos los demás se hubieran adaptado tan deprisa a este estrecho contacto con los humanos. ¿Demasiado deprisa? Mmm. Posiblemente. Ya había dejado de pensar en algunos de ellos como humanos y había empezado a considerarlos miembros de aspecto raro de su propia especie... y eso era muy peligroso.

—Buenos días —dijo la joven hija del mayordomo de Hectator, al verlo en las escaleras, dirigiéndole una sonrisa nerviosa, pero bastante cortés—. Mm. Hay desayuno ahí dentro, si quieres, o sea, si quieres comer.

Jessan la miró con cierto interés. Rubia clara, muy delgada, ojos bonitos.

—Gracias —su voz grave la sobresaltó un poco—. ¿Tienes una... una bandeja o algo así que pueda llevarme? —ella retrocedió cuando él se acercó. Suspirando, se detuvo—. Tengo unas amigas a las que me gustaría llevarles el desayuno. Tranquila... no te voy a hacer daño — Humanos. Hizo una mueca mental.

—Pues... —vaciló ella—. Me llamo Sharra. Y sí, te puedo conseguir una bandeja —Sharra lo miró con timidez—. Tú eres el que llaman Jessan, ¿verdad? —lo observó, retorciéndose las manos distraída.

—Sí —dijo Jessan, mirándola con una ceja enarcada—. Soy yo —siguió avanzando, pero más despacio—. Gracias por ofrecerte a ayudarme, Sharra —probó a sonreírle y se sintió aliviado cuando ella le respondió con una breve sonrisa a su vez—. ¿Has dicho que había desayuno? —preguntó, con una mirada deseosa.

—Ahí dentro —señaló la rubia, manteniéndose bien apartada de él. Otra sonrisa nerviosa—. ¿Necesitas... algo... crudo? ¿O lo que sea?

Jessan se detuvo en seco y la miró fijamente, haciendo su mejor imitación de la "mirada" de Xena, ceja enarcada incluida.

—¿Crudo? —contestó, con cierta brusquedad—. Lo último que comí crudo fue miel y lo pagué a base de picaduras —se puso los puños en las caderas y la miró ladeando la cabeza melenuda—. Y también esas nueces crudas que encontró Gabrielle el otro día, pero eso no cuenta —soltó un resoplido—. ¿Qué te hace pensar que quiero algo... puaj... crudo?

—Mm... pues... —farfulló Sharra, confusa.

—¿Es por esto? —preguntó Jessan, descubriendo los colmillos—. A lo mejor te como a ti para desayunar...

Sharra chilló y se volvió para echar a correr.

—Eh... eh... eh... —exclamó Jessan, a toda prisa. Agitó las manos para que se callara—. ¡Calma! ¡Calma! ¡Sólo era una broma! —sus ojos dorados se clavaron en los de ella—. En serio... tranquila... por favor... siempre desayuno gachas de avena. De verdad.

Sharra se detuvo, echándole una mirada enfadada. Luego se acercó un poco y sorbió.

—Eso no ha estado bien.

Jessan resopló.

—Tampoco ha estado bien que hayas dado por supuesto que quiero desayunar carne cruda.

La rubia lo miró un momento.

—Tienes razón —se encogió de hombros—. Te pido disculpas.

Jessan la miró con su expresión más cortada.

—Y yo a ti. Mamá siempre me está diciendo que no asuste a las chicas.

Ella soltó una risita.

—Eres gracioso —declaró Sharra y se volvió para llevarlo al comedor—. Vamos. Te enseñaré dónde está el desayuno —esperó a que la alcanzara y luego caminó en silencio un ratito antes de volverse hacia él con curiosidad—. Tú eres amigo de la Princesa Guerrera, ¿verdad? —le echó una mirada de reojo, ya más relajada con su extraño protegido.

—¿Te refieres a Xena? —contestó Jessan, preguntándose dónde quería ir a parar con este interrogatorio. ¿Amigo? Sin pretenderlo, de forma inesperada, pero sin la menor duda —. Sí. Lo soy. ¿Por qué?

—Da miedo —dijo Sharra, bajando la voz y mirando a su alrededor—. Le da miedo incluso a mi hermano —miró fugazmente al habitante del bosque—. Pero seguro que a ti no te da miedo, ¿a que no? —lo miró alzando una ceja, estudiando su tamaño y sus esbeltos músculos.

—Mm —farfulló Jessan, dudando entre la sinceridad y el ego. Ganó la sinceridad—. Pues a decir verdad, sí que me da miedo —hizo una pausa—. A veces —se apresuró a añadir. La miró encogiendo los grandes hombros—. Pero también puede ser muy amable y muy agradable la mayor parte del tiempo —una mirada de incredulidad total por parte de Sharra—. Si no la fastidias —se corrigió Jessan, con una sonrisa. Señaló la mesa cargada de comida—. De hecho, la bandeja es para ella.

Sharra lo miró atentamente, ladeando la cabeza rubia.

—¿En serio? —se sentía intrigada. No conseguía imaginarse a Xena haciendo algo tan corriente como comer—. He oído que sólo bebe sangre o algo así.

Jessan enarcó ambas cejas a la vez y se detuvo.

—¿Qué? —exclamó—. ¿De dónde te has sacado esa idea? ¿Sangre? Puaj. Qué asco —sacó la lengua con una expresión cómica—. ¡No! Eso no es cierto para nada. Come lo que comemos tú y yo y supongo que todo el mundo. Pan, queso, carne, fruta... ¿sabías que atrapa peces con las manos? —vio que se quedaba boquiabierta—. ¡Es cierto! Yo la he visto. Y le gustan las infusiones de hierbas —la miró ladeando la cabeza—. ¿De dónde te sacas esas ideas tan raras? Quiero decir, es una persona. Como tú. Como yo — Como nadie más en el mundo. Como nadie a quien yo haya conocido o vaya a conocer. ¿Pero qué sabes tú de eso, niña humana? ¿Ya estás atrapada en tu estrechez de miras? A lo mejor podemos ampliarte un poco el horizonte. ¿Mmmm? ¿Igual que se ha ampliado el mío?

—Llevo media vida oyendo historias sobre ella —contestó Sharra, con tono flemático—. Y mi tío luchó en su ejército —levantó la vista para mirarlo—. Son historias muy sangrientas.

—Las historias no lo cuentan todo —respondió Jessan, con tono más amable—. Y la gente cambia y sigue cambiando a lo largo de su vida —le sonrió—. Dale una oportunidad. Yo no lo he lamentado.

Sharra se acercó más a él, intrigada a su pesar.

—¿Tú?

Jessan asintió, despacio.

—Yo. La conocía por las historias y me la imaginaba más o menos como te la imaginas tú. Entonces nos conocimos y descubrí todo lo que no contaban esas historias —apoyó la barbilla en una mano y la miró—. Ha salvado a esta ciudad, ¿sabes?

Sharra asintió pensativa.

—Eso he oído —lo miró con aire meditabundo—. Tengo que pensar en lo que has dicho.

—Bien —contestó Jessan, con tono tranquilo—. Hazme saber lo que decides.

Sharra sonrió, pasándole una fuente y una rebanada de pan caliente.

—Toma, cómete esto —sus ojos examinaron su cara mientras masticaba—. Eres muy agradable —se rió entre dientes al ver cómo se sonrojaba—. Te ayudaré con tu bandeja cuando acabes, si me prometes que seguiré de una sola pieza.

La llegada del amanecer la despertó, como de costumbre. Xena se quedó tumbada en silencio, contemplando los primeros vestigios de gris que tocaban el cielo por el este, y se puso a pensar, como siempre hacía a esta hora apacible antes de que fuera de día.

Con cuidado, para no molestar a la bardo profundamente dormida que seguía pegada a su lado derecho, flexionó los maltratados músculos, para comprobar los daños del día anterior, y se llevó una grata sorpresa. No está nada mal , salvo por el dolor palpitante en el cuello, que era de esperar, y una irritación continua en las costillas a causa de varios lanzazos bloqueados. En total, no tenía mucho de que quejarse.

Y tampoco Hectator , reflexionó y luego hizo una mueca. Iba a darle a esto mucha importancia, ¿verdad? Xena se preguntó si podría eludir los homenajes y marcharse, sigilosamente... entonces miró a Gabrielle. No. Me mataría. La guerrera sonrió contemplando el techo. Me mataría sin la menor duda. No me dejaría en paz en la vida. Así que aquí me quedo unos cuantos días.

Lo cual, reconoció, no estaría tan mal. Hacía tiempo que no se tomaba un descanso, si no se tenía en cuenta estar muerta una semana, y éste no era un lugar tan horrible para descansar unos días. Hectator tenía un buen mercado y podría conseguir una nueva túnica de cuero y dejar suelta a Gabrielle entre los comerciantes. A lo mejor hasta podría hacer unas compras...

Xena miró hacia la ventana, donde el gris se iba transformando despacio en un profundo rosa. Sabía que debería levantarse e ir a ver a Argo, terminar con la armadura, hacer un montón de cosas que había que hacer... pero al pensarlo, descubrió que su cuerpo se plantaba con una atípica rebelión, deseando con todas sus ganas quedarse donde estaba, acurrucado en esta cama absurdamente mullida. Eso es mala señal , se advirtió a sí misma. Tengo que cortarlo de raíz ahora mismo y ponerme en marcha.

Pero Gabrielle escogió ese momento para arrimarse más a ella, rodeando a Xena con un brazo y dejándola firmemente atrapada en el sitio. La guerrera enarcó las cejas, observando a su amiga, y notó que el brazo se ponía tenso y luego se relajaba cuando la bardo se hundió más en el sueño con un suspiro satisfecho. Por otra parte... En la cara de la guerrera se dibujó una sonrisa cómica mientras Xena luchaba con su vena perezosa, rara vez tolerada y siempre bien oculta, y decidía que dormir hasta tarde una mañana no iba a hacerle mucho daño, a fin de cuentas. Volvió a rodear a su amiga con el brazo y se quedó dormida de nuevo.

El sol entraba a raudales en la habitación cuando abrió los ojos de nuevo y parpadeó sorprendida y luego bajó la mirada para encontrarse con los ojos de Gabrielle, que soltaban destellos maliciosos. La bardo seguía tumbada perezosamente a su lado y no hizo ademán de levantarse.

—No puedo creer que me haya despertado antes que tú —la bardo sonrió burlona—. Tengo que levantarme y escribirlo —en realidad, sólo llevaba despierta unos minutos, pero ahora no iba a reconocerlo, no... no ahora que tenía la insólita oportunidad de burlarse como nunca. Se había quedado de piedra al despertarse y encontrarse a Xena todavía profundamente dormida. De hecho, su primera reacción fue de alarma, hasta que consiguió despejarse los ojos borrosos por el sueño y se tranquilizó al ver la respiración regular y el color normal de la guerrera.

Gabrielle se había quedado tumbada y muy quieta durante unos minutos, ya que Xena todavía le rodeaba los hombros con un brazo y la bardo sabía que si se movía mucho, despertaría a su amiga. Y tenía tan pocas ocasiones de observar a la guerrera así de cerca sin que se diera cuenta. Lo aprovechó al máximo, advirtiendo que ni siquiera dormida Xena se relajaba por completo: el brazo que rodeaba los hombros de la bardo conservaba una tensión a flor de piel y Gabrielle veía los leves respingos de su cara, por lo demás inmóvil, que eran sus agudos sentidos siguiendo la marcha del mundo que la rodeaba mientras dormía.

La he visto pasar de un sueño profundo a un ataque pleno en menos tiempo del que tardaría yo en contarlo. ¿Cuántas veces nos ha salvado eso el pellejo? Y creo que yo soy la única que podría despertarla sin salir disparada de un golpe. La única. Qué raro... es peligrosísima e incluso... incluso cuando está enfadada conmigo, siempre me siento... a salvo. Incluso cuando entrenamos. Incluso cuando jugamos y hacemos lucha libre. Sé que me puede partir en dos. Pero sé que no lo va a hacer y a veces me siento como un cachorro de león transportado en las mandíbulas de su madre.

Caray... esto es demasiado profundo antes de desayunar. Tengo que parar ahora mismo. Pero ahí hay una historia...

Se alegraba de haberse despertado a tiempo de aflojar el brazo con que sujetaba a la pobre mujer. Gabrielle se imaginó, sin mucho esfuerzo, la mirada con ceja enarcada que le habría dirigido por eso. Últimamente está más tolerante conmigo que de costumbre, pero...

De modo que ahora se limitó a mirar a Xena, sonriendo burlona.

—Otra primera ocasión... debe de ser mi semana.

Xena le respondió con una sonrisa perezosa.

—Bueno... —dijo despacio, colocándose de lado y apoyando la cabeza en una mano—. Me habría levantado al amanecer, pero alguien me tenía de rehén y me dio pena despertarla —observó el rubor que ascendía por la cara de Gabrielle y se rió suavemente—. Eres una mala influencia, Gabrielle.

—¡Ja! —bufó la bardo, recuperándose rápidamente. Me ha pillado. Pero no parece... enfadada... ¿molesta? ¿Qué estoy buscando? Da igual —. Que yo soy una mala influencia —se puso boca abajo y agitó un dedo delante de Xena—. Y esto lo dice el Terror de las Llanuras en persona, la poderosa Princesa Guerrera. ¡¡¡ Yo soy una mala influencia!!! —muy animada, se dio la vuelta y se dirigió al techo—. Por favor.

Xena la observó con divertida tolerancia hasta que se puso boca arriba. Entonces vio la oportunidad y aprovechó la falta de atención de la bardo para alargar la mano y hacerle cosquillas, lo suficiente como para que su amiga chillara sobresaltada y, al seguir, para que le diera un ataque de risa.

—Eso no es justo —jadeó Gabrielle, cuando por fin recuperó el aliento y dejó de reírse.

—No —asintió Xena, riéndose ahora a su vez—. Pero ha sido muy divertido.

—¿Ah, sí? —preguntó la bardo, frunciendo el ceño en broma.

—Sí —contestó Xena, todavía riendo.

—Te lo advierto, Xena... un día de estos... —Gabrielle se dio la vuelta y se colocó a escasos centímetros de la cara de su amiga—. Descubriré dónde tienes cosquillas.

—¿No me digas? —contestó Xena, con los ojos risueños—. Pues será interesante ver cómo lo intentas —sonrió al ver el nuevo sonrojo de la bardo—. Pero hazme un favor... el truco está en la sorpresa... y si quieres sorprenderme... —se acercó al oído de Gabrielle y susurró—: Acuérdate de agacharte.

—Lo haré —prometió Gabrielle, sonriendo—. Bueno —continuó, apoyando la cabeza en una mano, en la misma postura que su amiga—. ¿En cuántos desfiles tienes que participar por esto? —venganza sutil—. Una estatua, ¿o van a hacer una serie? —después de tanto tiempo, sabía muy bien cómo picar a Xena y se regodeó en el ceño ofendido que obtuvo como respuesta y que quería decir que había dado justo en el blanco.

—En realidad —comentó Xena con ironía—, estaba pensando en darte un golpe en la cabeza y marcharnos esta mañana temprano, antes del amanecer.

—Oh —murmuró la bardo—. Y... ¿qué ha pasado? —se preguntó si Xena lo decía en serio. A veces, hasta a ella le costaba saberlo, especialmente cuando se trataba de cosas así. Xena odiaba las ceremonias. Y esto prometía mucha ceremonia y festejo, con ella como atracción principal.

—Que lo he superado —la guerrera se encogió de hombros—. Sobreviviré, creo. Además, te prometí que podrías ir de compras, ¿no? —dijo en tono de guasa, clavándole un dedo a Gabrielle en el hombro—. Y yo misma quiero comprar algunas cosas.

Gabrielle resopló.

—¿Tú? —se le escapó una carcajada—. Sí... ya. Esto tengo que verlo.

Xena salió rodando de la cama y fue donde había dejado las alforjas de Argo, consciente de la intensa atención de Gabrielle. Metió la mano en la de la derecha y sacó dos bolsas de lino, sonriendo para sí misma antes de borrar la sonrisa de su cara y darse la vuelta para volver con la bardo.

—Toma —dijo, lanzándole a su amiga una de las bolsas—. Con una condición. Lo tienes que gastar todo.

Gabrielle atrapó la bolsa, sorprendida por el peso y el leve sonido metálico. Miró un momento dentro y luego a Xena, que estaba apoyada en el poste de la cama, aguardando su reacción.

—¿Pero esto no es...? —se detuvo y Xena asintió—. Xena, esto es tuyo. No puedo...

—Sí, es mío —afirmó Xena—. Y eso quiere decir que puedo hacer con ello lo que me dé la gana —lanzó su propia bolsa al aire y la volvió a atrapar—. Y lo que quiero hacer con ello es dártelo a ti. Somos compañeras, ¿no? —sus ojos se pusieron serios un momento y Gabrielle notó el cambio—. Así que, por favor, vas a hacer lo que te pido, sólo por esta vez, sin discutir, ¿vale?

Gabrielle se lo pensó un momento.

—Vale —miró a Xena y sonrió. Compañeras. Creo que me gusta cómo suena —. Gracias. Va a ser divertido —salió de la cama y dejó la bolsa junto a su vara—. ¿Desayunamos?

—Ah. Bueno, no creo que vaya a ser un problema —le aseguró Jessan, terminándose el pan—. Delicioso, por cierto. Estoy seguro de que no corres ningún peligro por parte de Xena.

—Sí —se oyó una risa grave a meros centímetros detrás de él—. Sólo sacrifico bebés una vez al mes —dijo Xena, más divertida que otra cosa. Echó una mirada tranquila a la petrificada Sharra y rodeó a Jessan, eligiendo una rebanada de pan de la cesta que había en la mesa. Vestida con una sencilla túnica de lino con cinturón, no resultaba en absoluto tan amenazadora como cuando iba de cuero y armadura, pero Sharra se apartó nerviosa—. Tranquila. Lo único que quiero es desayunar —dijo Xena, dando un bocado al pan y masticando con placer.

—Vaya —dijo Jessan despacio, echándole una mirada cargada de malicia—. Ya era hora de que te despertaras —no hizo el menor caso de la mirada severa que obtuvo como respuesta—. Y yo que creía que iba a tener que servirte el desayuno en la cama —sus ojos dorados soltaron destellos y le sacó la punta de la lengua sonrosada.

Xena no pudo evitar una risa irónica.

—Un día de estos, Jessan —le advirtió, con una sonrisa burlona y una expresión traviesa en los ojos—, cuando menos te lo esperes...

El habitante del bosque cruzó los brazos sobre el musculoso pecho y la miró sacando la mandíbula, muy risueño.

—Ah... amenazas sin peso —le echó a Sharra una mirada de superioridad—. Qué miedo me da —le volvió a sacar la lengua, lo cual hizo que la muchacha apenas pudiera contener una risita, lo cual a su vez no hizo sino darle más alas. Miró a Xena meneando las cejas, retándola para que lo intentara—. Creo que te estás tirando un farol —terminó, sin ver el repentino destello malicioso de esos ojos claros, olvidando lo difícil que era predecir sus acciones, olvidando la velocidad de sus reacciones.

Y claro que reaccionó, moviéndose tan deprisa que no tuvo oportunidad alguna de pararla, ni la menor esperanza de detener su ataque repentino, ni la idea siquiera de resistirse cuando ella le atrapó la cara y le plantó un sólido beso en la boca. El sobresalto y la subida de sangre a la cabeza le hicieron perder momentáneamente el control de las extremidades inferiores y se cayó del banco al suelo. Sabía que estaba como un tomate del cuello hasta la coronilla y se quedó allí sentado, mirándola parpadeando. Su cerebro atontado no era capaz de producir lenguaje coherente y las risotadas de Sharra y la recién llegada Gabrielle no contribuían a mejorar las cosas.

—Ahhh... —farfulló, tapándose los ojos con una manaza.

—Ooo... Xena —exclamó Gabrielle desde el otro lado de la mesa—. Qué astuta —alargó la mano y le dio a Jessan unas palmaditas en la cabeza—. Ya te dije que sabe hacer muchas cosas —se sentó al lado de Sharra—. Hola, soy Gabrielle —le ofreció la mano, que Sharra le estrechó con cierta vacilación—. Tú trabajas aquí en la fortaleza, ¿verdad?

—Yo nunca me tiro faroles —comentó Xena, sonriendo, y luego cedió y alargó la mano hacia Jessan. Éste la agarró del brazo y ella lo levantó del suelo. Él se sacudió la ropa, rehuyendo la mirada, con la cara todavía sonrojada. Por fin, la miró de reojo y le sonrió de mala gana.