La esencia de una guerrera v
Jessan le advierte a xena del vinculo tan especial que tienen con gabrielle
La esencia de una guerrera
Melissa Good
Título original:A Warrior By Any Other Name.Copyright de la traducción: Atalía (c) 2002
—¿Mmm? —contestó Gabrielle, inclinando la cabeza hacia su amiga—. ¿Qué pasa?
—¿Te apetece contar una historia a toda esta gente? —Xena señaló la sala con la cabeza—. Creo que les vendría bien un poco de ánimo —observó a Gabrielle mientras ésta estudiaba la sala y luego asentía, comprendiendo.
—Ya veo a qué te refieres —comentó, tomando aliento—. Vale. Creo que me he recuperado un poco. A ver qué se me ocurre —se quedó en silencio un momento y luego se le iluminó la cara con una sonrisa—. Creo que ya lo tengo.
Xena observó a la bardo mientras ésta cruzaba grácilmente hasta la parte delantera de la sala y se sentaba sobre una mesa baja, atrayendo las miradas de los ciudadanos sobre ella. Cuando empezó a contar la historia y la atención de la multitud se centró en ella, Xena reconoció el relato. Oh, Gabrielle... buena elección. Se rió encantada por dentro. Otra historia de una pequeña fuerza contra obstáculos imposibles, en la que las víctimas, superadas en número y habilidad, superaban los obstáculos, la oposición y su propia naturaleza para hacerse con la victoria. Era una de sus preferidas y la bardo lo sabía. Se acomodó para disfrutar, mirando de reojo la cara ahora embelesada de Hectator.
Gabrielle estaba sentada en la habitación donde las habían llevado después de cenar y observaba a Xena mientras ésta hacía unos arreglos de última hora en su armadura y sus armas.
—Un trabajo estupendo con esa historia, por cierto —comentó Xena, mirándola por encima del hombro—. Ha sido perfecto.
—Gracias —contestó Gabrielle, distraída—. Sé que a ti también te gusta ésa —empezó a decir algo más, pero se calló. Al cabo de un momento, volvió a empezar, para cerrar la boca, insegura—. Xena —por fin consiguió preguntar—, no hay forma de que mañana ganemos, ¿verdad?
Xena levantó la vista para mirar a su amiga, advirtiendo la expresión de su cara. Terminó rápidamente lo que estaba haciendo y fue hasta la bardo, sentándose en la cama frente a ella. Con delicadeza, Xena... no la mates del susto.
—Nada es imposible, Gabrielle —se miró el brazal de la armadura y luego levantó la vista para mirar a los ojos verdes de la bardo con franqueza—. Pero no. No tiene buena pinta.
—Ah —murmuró Gabrielle—. Tendrás cuidado, ¿verdad? — Qué tontería acabas de decir, Gabrielle —. Recuerda, me lo prometiste —añadió, con una débil sonrisa.
Xena suspiró suavemente.
—Sí, te lo prometí, ¿verdad? —volvió a examinarse el brazal—. No me gustaría que se me considerara como una persona que no cumple sus promesas —levantó la vista y se encontró mirando directamente a los ojos de Gabrielle a corta distancia. Bueno, ahora o nunca. Odio hacer esto, pero no sé si tengo elección. No si espero cumplir esa promesa —. ¿Quieres hacer algo por mí?
—¿Por ti? —exclamó Gabrielle, desconcertada—. Lo que sea, claro... ¿qué...? —¿Qué podía pedirle?
—Pase lo que pase... Gabrielle, mañana no salgas al campo de batalla —un tono seco, preciso, absolutamente serio.
—Espera un momento —espetó Gabrielle—. No me vas a hacer esto —apretó los puños—. Ni hablar. No me vas a dejar aquí atrás como a una cesta. Ya lo hemos hablado una y mil veces, Xena. Ni hablar.
El tono de Xena se hizo más duro.
—Gabrielle... —empezó, con una grave advertencia en el tono.
La bardo lanzó las manos al aire, molesta e irritada.
—¡Escucha! ¡Estoy más que harta de que se me trate como a una niña pequeña! ¡Puedo cuidar de mí misma, Xena!
Vale. Táctica equivocada. Probemos con el plan B.
—Por favor —Xena le cogió las manos y se echó hacia delante, suavizando el tono y la mirada—. Gabrielle, yo nunca te he pedido nada. ¿Verdad?
Gabrielle quedó atrapada por la pregunta.
—No —susurró por fin—. No me pidas esto. No me pidas que me quede a un lado mientras tú sales ahí fuera, por los dioses, Xena, por favor...
—Te lo pido —los ojos azules de Xena soltaron chispas al tiempo que daba rienda suelta a su poderosa personalidad por un momento—. Prométemelo —su voz bajó de tono—. Prométemelo.
—Vale... vale... —contestó la bardo, rechinando los dientes—. Lo prometo —tenía la mirada tempestuosa—. Pero... Xena, ¿por qué? Quiero decir, sé que es peligroso, pero todo el mundo, incluidos los granjeros con sus horcas, van a estar ahí fuera... —se le apagó la voz al ver la expresión de la cara repentinamente impasible de Xena. Oh oh. Me parece que esto no tiene nada que ver con mi habilidad con la vara, ¿verdad?
Xena bajó los ojos durante un buen rato y luego soltó el aliento que había estado conteniendo. El plan B requiere una explicación, Xena... por eso tenías la esperanza de que el plan A saliera bien, ¿cierto? Cierto.
—Mira, mañana las cosas se van a poner... muy crudas ahí fuera. Voy a necesitar toda la concentración que tengo sólo para... bueno, eso —dijo por fin Xena, observando la cara de Gabrielle mientras apretaba con suavidad las manos de la bardo, que todavía tenía entre las suyas—. Y si tú estás ahí fuera, Gabrielle, mi mente estará donde tú estés, no con el tipo de la espada que tenga delante —levantó los ojos y se encontró con la mirada sorprendida de Gabrielle. Eso nunca lo habías pensado, ¿verdad? Sonrió levemente—. Y me gustaría tener una posibilidad de cumplir esa promesa.
Las palabras resonaron en los oídos de Gabrielle, en medio de un silencio repentino y quieto. Siempre me he preguntado por qué siempre me obliga a mantenerme al margen. Y me lo dice ahora.
—Oh —suspiró—. No me había dado cuenta... —en su mente apareció la imagen repentina de incontables momentos de peligro en los que Xena simplemente parecía encontrarse en el lugar adecuado en el momento adecuado para parar una flecha, un cuchillo, una espada... —. Supongo que tendría que haberme dado cuenta — ¿Se puede ser más dura de mollera? ¿Más ciega? Dioses.
En medio de un silencio tan profundo que Xena habría jurado que oía cómo se encajaban las piedras del edificio, se quedaron sentadas mirándose la una a la otra. Por fin, Xena bajó la mirada hacia sus manos, que seguían unidas, y suspiró. Apretó una vez y luego soltó a la bardo.
—Tenemos que descansar un poco antes de mañana.
—Sí —respondió Gabrielle—. Supongo que sí —la voz le sonaba ahogada.
Xena se quitó la armadura y luego se acomodó contra el cabecero de la cama, medio tumbada. Cruzó las manos sobre el estómago y volvió la cabeza ligeramente para mirar a Gabrielle, que se estaba acurrucando a su lado, demasiado despacio, con una expresión dolida en la cara. Vale, vale... ¿y ahora qué? He agotado todas mis ingeniosidades en esta ronda... y no es que tenga muchas... Ladeó la cabeza morena y se encontró con la mirada atribulada de Gabrielle.
—Eh —dijo suavemente, levantando un brazo y rodeando a la bardo con él—. Ven aquí —continuó, estrechando a Gabrielle. Con un ruidito ahogado, su amiga obedeció.
Eso me ha dado más miedo que la batalla de mañana , pensó Xena. Dioses, qué mal preparada estoy para luchar en este campo de batalla, es patético. Contempló la coronilla de Gabrielle, mientras la bardo se relajaba. Al menos he conseguido que se sienta mejor. Sé que le gustan los abrazos. Sus labios esbozaron una sonrisa irónica. Nunca pensé que me acostumbraría a eso.
Se acomodó, recordando distraída sus primeros viajes con Gabrielle. Le había explicado a la terca muchacha, una y otra vez, hasta ponerse casi morada, que tocar o especialmente agarrar a Xena era una mala idea, por no decir mortal. Mi cuerpo no sabe que eres una amiga, Gabrielle. Da por supuesto que todo el mundo es un enemigo y no se para a preguntarle a mi cerebro qué tiene que hacer. Podrías resultar herida. Si lo haces mal, podrías acabar muerta. Y Gabrielle había sido muy buena desde entonces, asegurándose siempre de que se acercaba a Xena por delante, sin sorpresas... y cuando de vez en cuando se le olvidaba y alargaba la mano para agarrarle un brazo, al menos Xena lo veía venir y conseguía evitar molerla a palos.
De modo que un día, cuando ya llevaban viajando un tiempo, se encontraron con unos bandidos que estaban saqueando una aldea. ¿Cuál? A saber. Detuvieron el saqueo y ahuyentaron a los rufianes, pero fue una lucha dura y difícil. Poco después, Xena estaba sentada junto al fuego, cansada, dolorida y deprimida, y Gabrielle, pensando no se sabe qué, llegó por detrás de ella, le agarró la nuca con las dos manos y se puso a darle un masaje.
Xena se rió ahora por lo bajo, al pensar en ello. Justo después de un combate difícil y yo estaba de pésimo humor. Tendría que haberle roto la mitad de las costillas. Pero no lo hizo y las manos de la bardo relajaron la tensión de sus hombros con sólo tocarla. Ni una muestra de sus reflejos a flor de piel. Ni una muestra de sus cacareados instintos defensivos. Nada.
Debería haberlo sabido entonces , pensó Xena, mirándo a su amiga con cariño. Menuda sorpresa me llevé. Y ella también. ¿Qué comentario sarcástico hice? Ah, sí. "Creo que estaba más cansada de lo que pensaba. Has tenido suerte". Xena puso los ojos en blanco mentalmente. Y ahora míranos. Meneó la cabeza sin dar crédito. Y podría hasta mentirme a mí misma y decir que sólo lo hago por ella. Ya. ¿Y cuánta gente hay en mi vida que confíe ciegamente en mí, de esta manera?
¿Cómo lo sabe? se preguntó Gabrielle, arrimándose de buen grado, echando un brazo alrededor de la cintura de Xena y apoyando la cabeza en el hombro de Xena, donde su oído detectaba los constantes latidos. Siempre sabe cuándo necesito esto. Ni palabras, ni explicaciones, sólo... esto. Vaya si no me paso la mayor parte del tiempo atisbando por la ventana y entonces va ella y abre la puerta y me invita a pasar. Y aquí hay tanto calor y seguridad que no quiero volver a salir nunca.
—Gracias —susurró, levantando la vista—. Sé que por lo general no te gustan estas cosas.
Xena la miró con una expresión inescrutable.
—Por lo general, no —dijo despacio, con frialdad. Entonces sonrió y la sonrisa llegó hasta sus ojos—. Pero tú eres una excepción a la regla, Gabrielle.
—¿Lo soy? —musitó la bardo, contenta de que Xena no pudiera ver la cara de tonta que estaba segura de que se le había puesto.
—Mm-mm —confirmó Xena.
Gabrielle se quedó callada un momento, absorbiéndolo. Luego preguntó, pensativa:
—Xena, ¿alguna vez tienes miedo? Quiero decir, cuando sabes que vas a tener que...
—No —replicó Xena, pensativa—. Cuando lucho, no —vaciló—. La verdad es que no hay tiempo de tener miedo.
Gabrielle la miró parpadeando.
—¿Y en otro momento? —preguntó, con curiosidad. Al tener una oreja pegada al pecho de Xena, oyó que a ésta se le aceleraba un poco el corazón.
Una pregunta sencillísima, con respuestas complicadísimas.
—A veces me asusto cuando pienso en las consecuencias —contestó por fin la guerrera, en tono mesurado—. Si mis planes van a funcionar, cuánta gente va a acabar muerta por su causa, qué va a ser de los supervivientes... ese tipo de cosas.
—Ah —la bardo se quedó pensando un momento—. Bueno, tus planes suelen funcionar... pero ¿alguna vez... o sea, alguna vez tienes...? —Gabrielle se detuvo. Tenía un público cautivado e iba a hacer esta pregunta.
Xena la miró con una sorprendente dosis de compasión.
—¿Que si tengo miedo de morir?
Gabrielle se quedó callada. Se alegraba mucho de que Xena no pudiera oír su corazón ahora mismo, porque le latía con tal fuerza que le sorprendía que no resultara audible.
—Sí. Algo así —farfulló y notó que el pecho de Xena se movía al tomar aliento con fuerza y soltarlo.
—Antes no —reconoció Xena por fin, mientras en su cara se empezaba a dibujar una sonrisa, que la bardo no veía—. De hecho, en cierta época lo habría agradecido —notó que Gabrielle se ponía rígida bajo su brazo protector—. No tenía gran cosa que me preocupara dejar. Ahora... —se rió ligeramente—. Digamos que es algo que me preocupa seriamente.
—Por favor, ten cuidado —dijo Gabrielle en voz baja—. Te echaría muchísimo de menos.
—Lo tendré —replicó Xena, igualmente en voz baja—. Yo también te echaría muchísimo de menos —alargó el brazo libre y apagó la vela que había junto a la cama—. Descansa un poco —añadió Xena y miró pensativa a la bardo, que no daba señales de querer moverse ni un centímetro. La guerrera sonrió con resignación y luego cerró los ojos con firmeza.
Seguía oscuro fuera cuando Gabrielle se despertó al notar un golpecito suave en la espalda. Parpadeó adormilada y luego levantó la mirada y distinguió apenas el brillo de los ojos claros de Xena a la débil luz de la vela.
—Oh... lo siento —murmuró, al darse cuenta de que se había quedado dormida encima del hombro de su amiga—. No deberías haberme dejado hacer eso, Xena. No tiene que haber sido cómodo —miró hacia la ventana—. ¿Cuánto tiempo he...?
Xena se rió entre dientes.
—Está casi amaneciendo —miró divertida la expresión consternada de la bardo y se encogió de hombros—. He dormido muy bien. No te preocupes —bostezó ligeramente—. Me voy a lavar antes de ponerme toda esa armadura.
Gabrielle la vio entrar en silencio en el baño antes de incorporarse y estirarse. Mmm. No tan dolorida como esperaba, dado todo lo que había cabalgado el día anterior. A lo mejor se estaba acostumbrando. De hecho, se sentía asombrosamente bien, teniendo todo en cuenta... increíble lo que una noche de dormir bien... sus pensamientos se detuvieron. Una noche de dormir bien y sin pesadillas , se dio cuenta sobresaltada. Vaya, hacía tiempo que no me pasaba. Aunque no me sorprende , pensó burlándose de sí misma. Cuesta tener tu peor pesadilla cuando te quedas dormida con el corazón bien vivo de la protagonista palpitándote al oído, ¿eh? Qué lástima que no pueda hacerlo siempre. Sofocó un suspiro mientras se ponía las botas y seleccionó una fruta para comer mientras salía al balcón para contemplar la oscuridad.
—¿Ves algo? —la voz de Xena flotó hasta ella y se volvió para ver a la guerrera entrar en la habitación con la túnica de cuero en la mano y escurriéndose el agua del pelo oscuro. Gabrielle sonrió al verlo.
—No —comentó, mordiendo la fresca fruta—. Qué prisa te has dado —añadió, volviendo a entrar en la habitación.
—El agua estaba muy fría —dijo Xena, con ironía, mientras se ponía la túnica de cuero y se sujetaba los tirantes de los hombros—. Ahora sí que estoy despierta —comentó, acercándose a donde había dejado la armadura cuidadosamente colocada y metiéndose por la cabeza el peto y la protección de la espalda.
—Espera, déjame —Gabrielle dejó la fruta y agarró una correa. Apretó bien la hebilla, mirando la cara de Xena para que le indicara si estaba bien puesta. Xena asintió, ocupada con el brazal derecho, que siempre era un incordio. Gabrielle terminó con la correa del otro hombro y luego se encargó de atar el terco brazal, con una leve sonrisa—. A veces, esto es peor que un rompecabezas ateniense.
—A veces —sonrió Xena y esperó pacientemente a que la bardo terminara de atarlo. Luego se puso la armadura extra de protección de muslos y brazos, colocándose las hombreras con la facilidad que da la experiencia. Los puñales, el chakram y por fin la espada, bien sujeta a la espalda. Saltó de puntillas unas cuantas veces, para asentar todas las piezas.
—Vale —respiró hondo—. Vamos allá —se pasó los dedos por el pelo oscuro, sacándoselo de debajo de la armadura y luego se dirigió hacia la puerta, justo cuando se oyó un leve golpe desde el otro lado.
Jessan abrió la puerta de la habitación de Xena, al oír la voz de la guerrera diciéndole que pasara. La escasa luz de la vela que había en la habitación se reflejaba en la armadura que llevaba al acercarse a él. Salió otra vez al pasillo para dejarla pasar y saludó con una sonrisa a Gabrielle, que iba detrás.
—Todavía están a dos horas de distancia —le comentó a Xena, que asintió—. Parece que van a intentar un ataque frontal pleno... no vamos a poder defender las murallas. Tenemos que encontrarnos con ellos delante, si queremos tener una oportunidad.
El tranquilo análisis de Jessan coincidía con el de Xena, de modo que una vez más ésta se limitó a asentir. Las tropas de Hectator, al menos, iban todas a caballo y eran soldados bastante experimentados. Podría tener peor material con el que trabajar y lo había tenido en otras ocasiones. Simplemente, no eran suficientes. Caminó a grandes zancadas junto a Jessan por el pasillo hacia el patio, donde empezaba a distinguir la actividad organizada de los preparativos para la batalla. Hectator los vio y dejó a sus hombres inmediatamente, cruzando hacia ellos con paso rápido.
—Amigos míos —dijo Hectator, al llegar a su lado—. Aliados míos —inclinó la cabeza tímidamente hacia Jessan—. Ha llegado la hora de combatir —sus ojos se clavaron en los de ellos—. No siento ningún placer de teneros aquí, dispuestos a alzar las armas en una lucha que en justicia no es vuestra.
—Hectator —dijo Xena, con tono firme—. Deja de decirme en qué luchas debo o no debo participar —lo miró a los ojos—. Mírame y dime que no quieres que luche a tu lado.
La boca de Hectator esbozó una sonrisa. Esa mirada azul veía perfectamente a través de él.
—No —sonrió—. No te lo voy a decir —bajó la mirada y luego la volvió a levantar, esta vez como un ruego—. En realidad, ¿puedo pedirte un gran favor?
Jessan, divertido, miró al humano con una ceja enarcada. Creía saber lo que Hectator estaba a punto de pedir y se preguntó si Xena estaría de acuerdo. Él desde luego que lo estaba. La creciente tensión que lo rodeaba ya le estaba erizando el pelo. En los brazos sentía hormigueos de emoción y olisqueó el fuerte viento del amanecer con ansia y ganas.
Xena lo miró con cautela.
—Claro. Tú pide.
—Ya que no puedo convencerte para que te marches, ¿nos harías un gran honor? —Hectator se detuvo, esperando. Iba a ser un día muy duro y quería tener por lo menos un momento de alegría con el que iniciarlo.
—No sé —dijo Xena, enarcando las cejas—. ¡No me has dicho qué es lo que quieres!
—Dirígenos —pidió el príncipe, simplemente.
Xena se quedó pasmada. Contempló su cara en silencio, mientras todos aguardaban su respuesta. Por fin, miró hacia el horizonte y luego volvió a mirarlo a él.
—Está bien —vio el alivio en los ojos de Hectator y el regocijo en los de Jessan. Una sonrisa tensa por parte de Gabrielle, pero acompañada de un ligero gesto de asentimiento—. Pues pongámonos en marcha. No van a esperar todo el día —en silencio, alzó la mirada hacia las estrellas. Ares, espero que estés mirando. Esto va por haber cumplido tu palabra y haberme devuelto mi cuerpo. Habría podido jurar que oyó una risa satisfecha como respuesta.
—No vamos a poder contenerlos en caso de asedio —dijo Xena, mientras se dirigían hacia los soldados reunidos—. Tenemos que situarnos en esa pequeña ladera que hay entre esos dos montículos —señaló hacia la parte de delante del castillo—. Si conseguimos que pasen por entre esas dos escarpas, podremos hacer que avancen más despacio —se detuvo junto a Argo, que la saludó resoplando. La yegua dorada llevaba una cota tejida con relleno debajo de la silla, junto con protectores de patas y pecho. Xena le acarició ligeramente el cuello y se dispuso a montar, sabiendo que Hectator y Jessan se dirigían a sus propios caballos. Gabrielle se acercó en silencio y agarró la brida de Argo para que no se moviera.
Xena se detuvo y apoyó una mano en el lomo de Argo, mientras miraba a su amiga. Gabrielle la miró a su vez, por una vez sin palabras.
La bardo carraspeó por fin.
—Cuídate —dijo, con la voz algo ronca, y soltó la brida de Argo, quitándose de en medio.
—Lo haré —contestó Xena, apartándose de Argo y abriendo los brazos—. No me estrujes —advirtió—. Te vas a pinchar —estrechó suavemente a la bardo contra su cuerpo por un momento y notó que los brazos de Gabrielle se apretaban convulsivamente a su alrededor, sin hacer caso de la armadura. Cerró los ojos y apoyó la mejilla en la cabeza de la bardo hasta que notó que Gabrielle aflojaba los brazos y sólo entonces la soltó a su vez. Las dos retrocedieron un paso, mirándose, sujetas todavía de los brazos.
Algo pasó entre ellas. No con palabras, tal vez ni siquiera con el pensamiento. Xena sonrió levemente y luego se echó hacia delante y le dio un beso a la bardo en la frente.
—Sé buena —le advirtió.
Gabrielle asintió ligeramente.
—Ten cuidado.
—Hasta luego —dijo Xena con humor y se montó en Argo con un ágil movimiento—. Lo prometo —sonrió y dirigió al caballo hacia la puerta.
—Lo prometes —repitió Gabrielle, en voz baja—. Lo recordaré —tomó aliento y luego se volvió y regresó al interior del castillo, donde el mayordomo estaba frenético intentando preparar las cosas para lo peor. Gabrielle se hizo cargo de todo amablemente.
Lestan se apartó de su más viejo amigo, con los anchos hombros hundidos de desesperación.
—Mika, no puedo hacerlo. Tú sabes que no puedo —se volvió y alargó el brazo sano, con un gesto de súplica—. Sí, la mujer me ha caído bien. Sí, mi hijo está implicado. Sí, Hectator es ahora un aliado. Sí, sí, sí... pero arriesgar una sola gota de sangre de nuestra aldea, no —se sentó—. ¿Cómo podría considerarme líder, si os dirijo donde me lleva el corazón, sin tener en cuenta lo que le conviene a nuestro pueblo?
Mika se sentó, acariciándose el suave pelaje tostado de la barbilla.
—Y tu corazón te lleva con él, ¿verdad? —sonrió con profunda comprensión—. Igual que el mío —se levantó inquieto y se puso a dar vueltas—. Igual que el mío —por fin se giró en redondo y se arrodilló ante Lestan—. Por favor —en sus ojos clarísimos había un ruego—. Quiero a tu hijo como si fuera el mío. No puedo... Lestan, no puedo dejarlo ir solo.
—Mika —gimió Lestan—, no puedo hacerlo. No puedo dar esta orden. Simplemente no puedo. Yo... —sus ojos soltaron un destello—. Puedo... ir yo —miró a Mika, arrodillado ante él—. No puedo ordenarle a nadie más que vaya —se volvió y se quedó mirando el cielo del amanecer—. Y de todas formas, probablemente ya es demasiado tarde.
—Pregúntaselo a ellos —respondió Mika, con los ojos brillantes—. Pregúntaselo, Lestan... pregúntales a los guerreros del pueblo qué es lo que quieren hacer. Es lo justo —levantó la mirada cuando entró Wennid, que había oído la última parte de la conversación. Se acercó a la silla de Lestan y le rodeó el cuello con los brazos, apoyando la barbilla en su hombro. Flotaron apaciblemente en su vínculo por un momento y luego ella habló.
—Te quiero —su voz grave se oía hasta en la última esquina de la habitación—. Más que a la vida misma —cerró los ojos y juntó su mejilla con la de él—. Iría hasta el fin del mundo para evitar que sufrieras algún daño. Lo sabes —hizo una pausa—. Pero esto te va a partir el corazón, amor mío, si no lo haces —le susurró al oído—. Lo percibo en ti. Somos lo que somos. Mika tiene razón. Pregúntaselo a ellos.
Lestan se quedó inmóvil durante lo que pareció una eternidad. Por fin, tomó aliento con fuerza y lo soltó de nuevo.
—Lo único que voy a hacer es preguntárselo —gruñó—. Y aceptaré su respuesta como la mía —se volvió y clavó los ojos en los de su compañera de vida—. Y yo también te quiero —la besó, se volvió y se dirigió hacia la puerta, sin ver la mirada que se cruzó entre Wennid y Mika. Observaron su cara cuando abrió la puerta y les dijo—: Pedidle al pueblo que se reúna en el patio.
—No es necesario —murmuró Mika, cuando Lestan volvió la cabeza y miró fuera de la puerta.
La luz de las antorchas creaba sombras caprichosas por el gran espacio y el único sonido era el de la brisa agitando las cotas de combate de trescientos guerreros montados, armados y en silencio. Un caballo resopló. Apareció Deggis, que llevaba a Garan hacia él y se detuvo a diez pasos de distancia, esperando. Con los ojos relucientes.
Lestan sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas y detuvo el discurso que se le estaba formando en la garganta, al tiempo que apartaba el brazo del cuerpo para dejar que Mika le metiera la cota de combate por la cabeza. Su pueblo. Empezó a notar escalofríos por la espalda y notó que le subía la fiebre del combate. Mika le sujetó la espada y tiró por última vez de las correas. Se volvió y lo miró.
—Lo sabías.
—Sí —contestó Mika, con los ojos brillantes—. Claro que lo sabía —se sujetó las correas de su propio equipo y soltó un silbido para llamar a su fiel Esten.
Así se quedó solo en el porche con Wennid, que lo rodeó con los brazos.
—Trae de vuelta a ese hijo nuestro —le dijo ella en tono de guasa, estrechándolo con fuerza—. Tengo unas cuantas cosas que decirle.
Se besaron y se separaron, mirándose profundamente a los ojos. Lestan sintió que su vínculo prendía, llenándolo de una profunda calidez, que devolvió plenamente.
—Volveré —juró. Romper el vínculo era... impensable.
—Más te vale —le advirtió ella, acariciándole la mejilla con un dedo—. O tendré que ir a buscarte —más allá de la comprensión, más allá del buen juicio, más alla de la muerte misma. En su mente resonó el viejo dicho. Más cierto de lo que habían pensado nunca.
—Adelante —gritó Lestan, que se volvió hacia Garan y montó en él de un salto, levantando un brazo ante su pueblo a la espera. Le contestó un grito compuesto de muchas voces y emprendieron la marcha—. Si es que llegamos a tiempo.
El amanecer cubrió una llanura inmóvil y silenciosa. Xena había situado a sus tropas donde las quería y ahora estaba montada en Argo en el extremo de las dos escarpas con Jessan y Hectator a su lado, esperando. El ejército que se acercaba iba creciendo en el horizonte y era evidente que no se iban a detener para negociar.
Xena se levantó en la silla de Argo e hizo un gesto a las tropas a la espera, que le respondieron con un grito. Llevó a Argo a galope corto hasta el centro de la línea montada y le dio la vuelta, colocándose de cara a las tropas y alzando las manos para pedir silencio. Todos los ojos estaban posados en ella.
—No se trata de territorio —gritó y su voz se proyectó por la llanura hasta llegar casi de vuelta al castillo—. No se trata de comercio, ni de botín, ni de cosechas —Xena dio más fuerza a su tono—. Se trata de vuestros hogares y de vuestras familias, que os serán arrebatados si no los defendéis —todos tenían los ojos clavados en ella, absorbiendo lo que decía—. Vuestras familias os quieren y dependen de vosotros y nada... nada en este mundo es más importante que eso —hizo una pausa—. ¿Me oís?
Un alarido como respuesta.
—Este enemigo no tiene nada para luchar contra eso... ¡convertidlo en vuestra fuerza y no podrán venceros! —Xena sintió el escalofrío que empezó a subirle por la espalda al oír el gruñido grave con que le respondieron los soldados, un gruñido que fue creciendo y creciendo y creciendo hasta convertirse en un muro de sonido que la cubrió como una ola del mar. Dio la vuelta a Argo, al tiempo que Hectator y Jessan se acercaban para unirse a ella al frente de la primera línea.
—Pase lo que pase, Xena... para mí ha sido un honor conocerte —dijo Hectator, en voz baja. Alargó la mano sobre la silla, ofreciéndosela. Xena se la estrechó sin decir palabra.
Jessan tragó con fuerza, conteniendo la emoción. Ahora ya veía claramente a las tropas que venían hacia ellos y el trueno de los cascos de los caballos le estremecía los huesos. Miró a Xena, que estaba colocándose bien los brazales y comprobando las cinchas de Argo. Ella volvió la cabeza y lo miró a su vez y luego sonrió. Él le devolvió la sonrisa, con perfecto entendimiento.
Se alzó sobre el lomo de Argo, dispuesta a dar la señal para avanzar, cuando su aguda vista captó un movimiento detrás de ellos. Al ver lo que era, en su cara se formó una amplia sonrisa y se echó a reír. Hectator se volvió, sorprendido, y vio lo que estaba mirando ella.
—Pero bueno...
Jessan también se volvió y se quedó mirando, maravillado e incrédulo. Su pueblo, cientos de ellos, armados y montados, se iban sumando a las tropas que tenían detrás. Lestan llevó a Garan hacia delante para unirse con ellos al frente de las tropas, saludando a su hijo con una leve inclinación de cabeza y algo que se parecía sospechosamente a un guiño.
—Lestan —dijo Xena, con una leve carcajada.
—He hecho caso de tu aviso, Xena —comentó el líder del bosque, desenvainando la espada—. Y ahora, creo que tenemos compañía.
Xena se volvió de nuevo y alzó el brazo para avanzar. Hizo un gesto y la ansiosa Argo emprendió la marcha, al frente ahora de casi setecientos guerreros a caballo, avanzando hacia las tropas enemigas.
Jessan mantuvo la cabeza de Eris a la altura de la cola de Argo, observando mientras Xena apretaba las rodillas con firmeza contra la silla y sacaba la espada. Había divisado al que parecía ser el líder del ejército enemigo e iba derecha hacia él. Jessan desenvainó su propia espada y sonrió con un placer intenso y salvaje. Echó la cabeza hacia atrás y soltó un rugido, que fue repetido inmediatamente por los habitantes del bosque que los seguían y luego, como en tándem, se oyó el alarido más agudo como respuesta de los soldados humanos. Ah... iba a ser glorioso.
Xena avanzó poderosamente hacia los guardias enemigos, captando las reveladoras señales de un jefe de guerra estúpido. Estaba rodeado de guardias fuertemente armados y todos llevaban estandartes. Se encontró con el primero de los soldados de primera línea y arrasó, blandiendo la espada en arcos cerrados. De su pecho se escapó un grito explosivo, al sentirse arrebatada por la fiebre del combate, y se dejó ir. A su derecha, Jessan partía a los soldados en dos con su gran espada y Hectator acababa de cortarle la cabeza a un desafortunado jinete de un solo golpe.
Los guardias eran demasiado lentos y no podían competir con su velocidad y mucho menos su habilidad. Detrás de ella, era consciente de que las tropas de Hectator estaban abriendo un gran agujero en el ejército enemigo, luchando con una furia que compensaba su menor número.
Desmontó a uno de los guardias de Ansteles con una patada bien plantada y luego cayó otro bajo su espada. A su alrededor tejió una red que no conseguían penetrar y cuando lo intentaban, allí estaba Jessan, tirándolos de sus monturas sólo con su enorme fuerza.
Un guardia era bueno: saltó desde su silla y la golpeó en el pecho, tratando de tirarla de Argo. Ella lo lanzó por encima de los hombros sudorosos de Argo, tirándolo al otro lado, y luego desmontó para enfrentarse a él, en el momento en que él se giraba y atacaba. Su espada paró la estocada y luego ella se agachó y atacó de nuevo, hiriéndolo esta vez en la muñeca. Él maldijo y estampó su empuñadura contra su peto, intentando doblegarla.
Xena sonrió y empujó a su vez, sorprendiéndolo. Se apartó perdiendo el equilibrio y ella lo golpeó en la barbilla con la empuñadura de la espada. Él volvió a caer y esta vez no se levantó. Ella levantó la vista en el momento en que Ansteles estaba a punto de decapitar a Hectator, que estaba atontado y demasiado cerca para que su chakram resultara eficaz. En cambio, se lanzó contra él, parando a Anteles en el momento en que bajaba la espada, a meros centímetros del cuello desprotegido de Hectator. No había tenido tiempo de hacer algo elegante, sólo un bloqueo corporal básico, pero funcionó. Echaron a rodar y se separaron y Xena se levantó de un salto y de un golpe le quitó la espada de las manos, que intentaban recuperarse.
Ansteles se quedó mirándola, sin dar crédito, y luego le quitó una lanza a uno de sus pasmados guardias y se levantó ciego de rabia. Jessan gritó una advertencia, pero la lanza dio en el aire, pues Xena pegó un salto y una voltereta cerrada, por encima de la cabeza de Ansteles, aterrizando detrás de él. Aprovechó para darle una patada en el trasero, tan fuerte que se estampó de cabeza contra el tocón de un árbol y se desplomó en el barro.
Entonces una ola de guerreros se abatió sobre ellos y Xena tuvo que hacer un gran esfuerzo para conservar intacto el pellejo, al estar rodeados de cien soldados enemigos en grupo. Se encontró luchando espalda contra espalda con Jessan, blandiendo la espada en contrapunto con él como si llevaran años luchando juntos. Despejaron un círculo a su alrededor y luego avanzaron contra los soldados enemigos en retirada. Se pusieron hombro con hombro, obligando a los soldados a retroceder, al tiempo que el rugido atronador de Jessan y el alarido salvaje de ella asustaban de tal modo a los hombres que empezaron a huir corriendo.
Jessan se detuvo cuando los soldados enemigos pusieron pies en polvorosa y aprovechó para recuperar el aliento. A su lado, Xena también se detuvo y aprovechó el momento para ajustarse un brazal que se le estaba soltando.
—No está tan mal como pensaba —comentó Xena y luego se puso rígida, al ver a un grupo de soldados enemigos que rodeaba a alguien que parecía, según consiguió distinguir apenas, uno de los habitantes del bosque. Maldiciendo, montó en Argo de un salto y salió disparada hacia ellos.
Los soldados de Ansteles no la oyeron llegar. Estaban totalmente concentrados en su blanco, la figura alta e inconfundible de Lestan. Éste los mantenía a raya, aunque apenas, con poderosas estocadas con un solo brazo, arrinconado contra una gran peña. Pero dos soldados lo atacaron a la vez y empezaba a perder la capacidad de mantener sus espadas lejos de su cuerpo. Wennid... clamó su mente, amada mía...
El soldado grande consiguió por fin arrebatar la espada de Lestan de sus agotados dedos y le dio un golpe en la cabeza desprotegida. Lestan se desplomó y el soldado sonrió con crueldad, alzando su arma para la estocada final. La hoja bajó... y se estrelló en la roca cuando el soldado cayó al suelo sin sentido a causa de un cuerpo vociferante y vestido de cuero, casi tan grande como el suyo, que se abalanzó contra él. Xena rodó y se levantó blandiendo la espada, cortándole la cabeza al segundo soldado de una estocada limpia. El sorprendido círculo de soldados se detuvo un momento y luego hizo acopio de valor y cayó sobre ella como una manada de lobos.
Esto podría haber sido un error , pensó Xena con gravedad, mientras se esforzaba por mantenerse en pie ante la oleada de cuerpos y armas en movimiento. Se colocó sobre la figura inconsciente de Lestan y a base únicamente de fuerza de voluntad mantuvo a raya al gentío, soltando estocadas y mandobles con la espada hasta que los chorros de sangre estuvieron a punto de cegarla. Ahondó en su interior, buscando unas reservas de fuerza a las que rara vez tenía que acudir, reservas que respondieron más deprisa de lo que había creído. Ninguna banda de soldaditos cochambrosos de tres al cuarto va a poder conmigo... hoy no , se juró a sí misma con total seriedad. Hoy no. Y seguían llegando y ella, tercamente, seguía rechazándolos, depositando una alfombra de cuerpos a su alrededor, negándose a ceder terreno, negándose a dejarles penetrar sus defensas, hasta que por fin, por fin, se acabó. Los soldados estaban muertos, o agonizantes, o dispersándose ante la llegada de refuerzos de las tropas de Hectator.
Xena se apoyó en la peña y respiró hondo, intentando calmar el corazón desbocado. Cerró los ojos y esperó a que su cuerpo dejara de temblar, aferrando la espada con fuerza para que no se le cayera. Bajó la vista para mirar a Lestan, que había recuperado el conocimiento y estaba atontado, mirándola con los ojos brillantes. Se acuclilló a su lado y examinó un largo corte que tenía en el hombro malo.
—Te pondrás bien —le aseguró, dándole una palmada en el otro brazo.
Lestan estudió su cara, memorizando cada detalle. Había abierto los ojos para verla de pie sobre él, sólida como una roca de granito contra la que se estrellaban los soldados enemigos como las olas del mar. Como él mismo había defendido a Wennid en una ocasión. Ni siquiera le importaba que fuera humana, era algo tan, tan glorioso.
—Xena —dijo, con la voz ronca, asintiendo—, en el nombre de Ares, cómo me alegro de no haberte desafiado en el paso del río —le sonrió, con los ojos llenos de deleite—. Parece que mi familia está todavía más en deuda contigo —la miró a los ojos—. Mi compañera de vida también te da las gracias. Otra vez.
Xena le echó una sonrisa de medio lado.
—De nada, Lestan —miró a su alrededor y luego a él de nuevo—. Al fin y al cabo, no podía permitir que se rompiera ese vínculo, ¿verdad?
Se miraron el uno al otro largo rato. Entonces Lestan sonrió y ella también.
—Lo comprendes —suspiró él—. Por fin. Alguien de tu pueblo que ve lo que vemos nosotros —se esforzó por ponerse de rodillas y luego de pie mientras Xena tiraba de su brazo sano—. A lo mejor hay esperanza para nosotros, después de todo.
La batalla duró el día entero, durante la mayor parte del cual las tropas de Hectator se dedicaron a perseguir y eliminar pequeños focos de resistencia. Los supervivientes del ejército de Ansteles desertaron del campo de batalla una vez se puso el sol bajo el horizonte y sólo quedaron unos pocos detalles por terminar.
—Bueno —le dijo Xena al cansado Jessan mientras caminaban despacio por el sangriento campo de batalla—. ¿Te ha gustado? —estaba cubierta de mugre, sangre y sudor y parte de esa sangre era suya, pero no mucha. Él tenía varios cortes, algunos profundos, y también estaba bien cubierto de barro y mugre.
—Me ha encantado —contestó Jessan, de corazón—. Tienes que enseñarme esa estocada en diagonal y hacia atrás que haces. Es mortal —le sonrió—. Eres pura poesía, ¿sabes? —sus ojos relucían intensamente—. Me quedé atrapado con un grupo de ellos cuando fuiste a salvar a mi padre y debo decirte que estaba tan distraído viendo cómo masacrabas a esa masa que casi me cortan la pierna —se estremeció de emoción—. Jamás, jamás en la vida he visto nada tan... —vaciló, buscando la palabra adecuada—, hermoso —terminó Jessan, suspirando.
Xena estalló en carcajadas.
—Jessan, estoy segura de que sólo tú me describirías así —sacudió la cabeza—. Pero me alegro de que te hayas divertido —le dio unas palmaditas en la espalda—. Tu pueblo nos ha dado la victoria, ¿sabes?
—No —fue la sorprendente respuesta de Jessan—. Habríamos ganado de todas formas —la miró y en sus ojos brilló algo que no era humano—. Tú nos has dado la victoria.
—Venga ya, Jessan —se burló Xena, poniendo los ojos en blanco—. Yo sólo soy una. ¿Recuerdas? —agitó el brazo izquierdo para indicar el campo de batalla—. Hemos ganado porque tu pueblo ha equilibrado la balanza a nuestro favor. Yo sólo... he ayudado —vaciló—. Y... tenía una promesa que cumplir.
—Mm-mm —respondió Jessan—. Vale, pues cree lo que quieras, Xena... pero cuando erijan una estatua tuya en la ciudad de Hectator y en mi aldea, a lo mejor entiendes mi punto de vista —no hizo caso de la expresión escandalizada de Xena—. Sí, y ya verás a todas las niñas con tu nombre...
—Jessan —gruñó Xena.
—E imagínate la historia que va a montar Gabrielle con esto... —continuó Jessan, divirtiéndose probablemente más de lo que le convenía—. Sí, ya estoy oyéndola... —se detuvo cuando Xena se volvió despacio hacia él, con los brazos cruzados y una expresión amenazadoramente gélida en la cara—. Ahh... perdona. Ya me callo —dijo, soltando un gallo y retrocediendo ante esa mirada gélida.
Xena mantuvo la mirada un momento más y luego alzó una ceja.
—Me alegro de ver que todavía funciona —comentó con humor.
Siguieron adelante en agradable silencio y él aprovechó para entrecerrar los ojos y usar su Vista para Verla. Mercurio, como la había visto por primera vez, con corrientes ocultas y cambiantes. De repente, mientras Miraba, adoptó una tonalidad más suave y dorada ante su Vista. Intrigado, abrió los ojos y la miró, preguntándose qué podía haber causado ese cambio y la correspondiente sonrisa que había en su cara. Como era un cachorro sin tacto, las palabras salieron de su boca antes de que pudiera detenerlas.
—Xena, ¿en qué estás pensando? —se podría haber tapado la boca con la mano, pero ya era demasiado tarde. Ella se volvió para mirarlo, extrañada.
—¿Por qué? —inquirió Xena, preguntándose por qué le hacía esa pregunta en ese momento. Justo en ese momento.
—Oh —se recuperó Jessan—. Por curiosidad —evitó su mirada—. Es que estabas sonriendo, nada más —bueno, eso era cierto—. Parecías estar pensando en algo que te hacía muy feliz.
Xena lo miró, pensativa, y luego sonrió despacio.
—Eso es muy cierto —admitió, y luego—: ¿Puedes leer la mente, Jessan?
—No —se apresuró a responder el habitante del bosque—. No, bueno, mi madre puede, un poco. Bueno, me puede leer la mía —hizo una mueca—. Pero los demás, no —tragó—. Podemos... percibir... la fuerza vital de lo que nos rodea... si una persona es buena o mala y, si está cerca, podemos percibir sus emociones, a veces —la miró, intentando descifrar su expresión.
—¿Por eso decidiste confiar en nosotras, cuando te rescatamos de la aldea? —preguntó Xena inesperadamente, sintiendo ahora auténtica curiosidad.
Jessan le sonrió levemente.
—No. La herida de la cabeza me quitó la percepción del mundo, durante la mayor parte del tiempo que estuvimos viajando juntos. La recuperé la noche en que os conté la historia de mis padres —la miró y advirtió su expresión de interés. Ay ay —. No, eso tuve que decidirlo de la manera tradicional.
—¿Cómo? —insistió Xena, fascinada—. ¿Qué te hizo decidirlo? Sabías quién era yo —lo miró con una ceja enarcada, esperando su respuesta.
¿Se lo digo? Me pregunto si se da cuenta de lo que muestran sus ojos, por lo menos a mí. Probablemente no. Los humanos son... tan inconscientes , reflexionó Jessan pensativo, antes de alzar los ojos para encontrarse con los de ella.
—La primera noche —le divirtió su expresión de sorpresa—. Cuando Gabrielle tuvo pesadillas y tú se las ahuyentaste —ahora sus ojos azules tenían una expresión de pasmo cauteloso—. La expresión de tu cara. Supe que... alguien... que tenía tanto amor en su interior... no me iba a hacer daño.
—¿Mmm? —contestó Gabrielle, inclinando la cabeza hacia su amiga—. ¿Qué pasa?
—¿Te apetece contar una historia a toda esta gente? —Xena señaló la sala con la cabeza—. Creo que les vendría bien un poco de ánimo —observó a Gabrielle mientras ésta estudiaba la sala y luego asentía, comprendiendo.
—Ya veo a qué te refieres —comentó, tomando aliento—. Vale. Creo que me he recuperado un poco. A ver qué se me ocurre —se quedó en silencio un momento y luego se le iluminó la cara con una sonrisa—. Creo que ya lo tengo.
Xena observó a la bardo mientras ésta cruzaba grácilmente hasta la parte delantera de la sala y se sentaba sobre una mesa baja, atrayendo las miradas de los ciudadanos sobre ella. Cuando empezó a contar la historia y la atención de la multitud se centró en ella, Xena reconoció el relato. Oh, Gabrielle... buena elección. Se rió encantada por dentro. Otra historia de una pequeña fuerza contra obstáculos imposibles, en la que las víctimas, superadas en número y habilidad, superaban los obstáculos, la oposición y su propia naturaleza para hacerse con la victoria. Era una de sus preferidas y la bardo lo sabía. Se acomodó para disfrutar, mirando de reojo la cara ahora embelesada de Hectator.
Gabrielle estaba sentada en la habitación donde las habían llevado después de cenar y observaba a Xena mientras ésta hacía unos arreglos de última hora en su armadura y sus armas.
—Un trabajo estupendo con esa historia, por cierto —comentó Xena, mirándola por encima del hombro—. Ha sido perfecto.
—Gracias —contestó Gabrielle, distraída—. Sé que a ti también te gusta ésa —empezó a decir algo más, pero se calló. Al cabo de un momento, volvió a empezar, para cerrar la boca, insegura—. Xena —por fin consiguió preguntar—, no hay forma de que mañana ganemos, ¿verdad?
Xena levantó la vista para mirar a su amiga, advirtiendo la expresión de su cara. Terminó rápidamente lo que estaba haciendo y fue hasta la bardo, sentándose en la cama frente a ella. Con delicadeza, Xena... no la mates del susto.
—Nada es imposible, Gabrielle —se miró el brazal de la armadura y luego levantó la vista para mirar a los ojos verdes de la bardo con franqueza—. Pero no. No tiene buena pinta.
—Ah —murmuró Gabrielle—. Tendrás cuidado, ¿verdad? — Qué tontería acabas de decir, Gabrielle —. Recuerda, me lo prometiste —añadió, con una débil sonrisa.
Xena suspiró suavemente.
—Sí, te lo prometí, ¿verdad? —volvió a examinarse el brazal—. No me gustaría que se me considerara como una persona que no cumple sus promesas —levantó la vista y se encontró mirando directamente a los ojos de Gabrielle a corta distancia. Bueno, ahora o nunca. Odio hacer esto, pero no sé si tengo elección. No si espero cumplir esa promesa —. ¿Quieres hacer algo por mí?
—¿Por ti? —exclamó Gabrielle, desconcertada—. Lo que sea, claro... ¿qué...? —¿Qué podía pedirle?
—Pase lo que pase... Gabrielle, mañana no salgas al campo de batalla —un tono seco, preciso, absolutamente serio.
—Espera un momento —espetó Gabrielle—. No me vas a hacer esto —apretó los puños—. Ni hablar. No me vas a dejar aquí atrás como a una cesta. Ya lo hemos hablado una y mil veces, Xena. Ni hablar.
El tono de Xena se hizo más duro.
—Gabrielle... —empezó, con una grave advertencia en el tono.
La bardo lanzó las manos al aire, molesta e irritada.
—¡Escucha! ¡Estoy más que harta de que se me trate como a una niña pequeña! ¡Puedo cuidar de mí misma, Xena!
Vale. Táctica equivocada. Probemos con el plan B.
—Por favor —Xena le cogió las manos y se echó hacia delante, suavizando el tono y la mirada—. Gabrielle, yo nunca te he pedido nada. ¿Verdad?
Gabrielle quedó atrapada por la pregunta.
—No —susurró por fin—. No me pidas esto. No me pidas que me quede a un lado mientras tú sales ahí fuera, por los dioses, Xena, por favor...
—Te lo pido —los ojos azules de Xena soltaron chispas al tiempo que daba rienda suelta a su poderosa personalidad por un momento—. Prométemelo —su voz bajó de tono—. Prométemelo.
—Vale... vale... —contestó la bardo, rechinando los dientes—. Lo prometo —tenía la mirada tempestuosa—. Pero... Xena, ¿por qué? Quiero decir, sé que es peligroso, pero todo el mundo, incluidos los granjeros con sus horcas, van a estar ahí fuera... —se le apagó la voz al ver la expresión de la cara repentinamente impasible de Xena. Oh oh. Me parece que esto no tiene nada que ver con mi habilidad con la vara, ¿verdad?
Xena bajó los ojos durante un buen rato y luego soltó el aliento que había estado conteniendo. El plan B requiere una explicación, Xena... por eso tenías la esperanza de que el plan A saliera bien, ¿cierto? Cierto.
—Mira, mañana las cosas se van a poner... muy crudas ahí fuera. Voy a necesitar toda la concentración que tengo sólo para... bueno, eso —dijo por fin Xena, observando la cara de Gabrielle mientras apretaba con suavidad las manos de la bardo, que todavía tenía entre las suyas—. Y si tú estás ahí fuera, Gabrielle, mi mente estará donde tú estés, no con el tipo de la espada que tenga delante —levantó los ojos y se encontró con la mirada sorprendida de Gabrielle. Eso nunca lo habías pensado, ¿verdad? Sonrió levemente—. Y me gustaría tener una posibilidad de cumplir esa promesa.
Las palabras resonaron en los oídos de Gabrielle, en medio de un silencio repentino y quieto. Siempre me he preguntado por qué siempre me obliga a mantenerme al margen. Y me lo dice ahora.
—Oh —suspiró—. No me había dado cuenta... —en su mente apareció la imagen repentina de incontables momentos de peligro en los que Xena simplemente parecía encontrarse en el lugar adecuado en el momento adecuado para parar una flecha, un cuchillo, una espada... —. Supongo que tendría que haberme dado cuenta — ¿Se puede ser más dura de mollera? ¿Más ciega? Dioses.
En medio de un silencio tan profundo que Xena habría jurado que oía cómo se encajaban las piedras del edificio, se quedaron sentadas mirándose la una a la otra. Por fin, Xena bajó la mirada hacia sus manos, que seguían unidas, y suspiró. Apretó una vez y luego soltó a la bardo.
—Tenemos que descansar un poco antes de mañana.
—Sí —respondió Gabrielle—. Supongo que sí —la voz le sonaba ahogada.
Xena se quitó la armadura y luego se acomodó contra el cabecero de la cama, medio tumbada. Cruzó las manos sobre el estómago y volvió la cabeza ligeramente para mirar a Gabrielle, que se estaba acurrucando a su lado, demasiado despacio, con una expresión dolida en la cara. Vale, vale... ¿y ahora qué? He agotado todas mis ingeniosidades en esta ronda... y no es que tenga muchas... Ladeó la cabeza morena y se encontró con la mirada atribulada de Gabrielle.
—Eh —dijo suavemente, levantando un brazo y rodeando a la bardo con él—. Ven aquí —continuó, estrechando a Gabrielle. Con un ruidito ahogado, su amiga obedeció.
Eso me ha dado más miedo que la batalla de mañana , pensó Xena. Dioses, qué mal preparada estoy para luchar en este campo de batalla, es patético. Contempló la coronilla de Gabrielle, mientras la bardo se relajaba. Al menos he conseguido que se sienta mejor. Sé que le gustan los abrazos. Sus labios esbozaron una sonrisa irónica. Nunca pensé que me acostumbraría a eso.
Se acomodó, recordando distraída sus primeros viajes con Gabrielle. Le había explicado a la terca muchacha, una y otra vez, hasta ponerse casi morada, que tocar o especialmente agarrar a Xena era una mala idea, por no decir mortal. Mi cuerpo no sabe que eres una amiga, Gabrielle. Da por supuesto que todo el mundo es un enemigo y no se para a preguntarle a mi cerebro qué tiene que hacer. Podrías resultar herida. Si lo haces mal, podrías acabar muerta. Y Gabrielle había sido muy buena desde entonces, asegurándose siempre de que se acercaba a Xena por delante, sin sorpresas... y cuando de vez en cuando se le olvidaba y alargaba la mano para agarrarle un brazo, al menos Xena lo veía venir y conseguía evitar molerla a palos.
De modo que un día, cuando ya llevaban viajando un tiempo, se encontraron con unos bandidos que estaban saqueando una aldea. ¿Cuál? A saber. Detuvieron el saqueo y ahuyentaron a los rufianes, pero fue una lucha dura y difícil. Poco después, Xena estaba sentada junto al fuego, cansada, dolorida y deprimida, y Gabrielle, pensando no se sabe qué, llegó por detrás de ella, le agarró la nuca con las dos manos y se puso a darle un masaje.
Xena se rió ahora por lo bajo, al pensar en ello. Justo después de un combate difícil y yo estaba de pésimo humor. Tendría que haberle roto la mitad de las costillas. Pero no lo hizo y las manos de la bardo relajaron la tensión de sus hombros con sólo tocarla. Ni una muestra de sus reflejos a flor de piel. Ni una muestra de sus cacareados instintos defensivos. Nada.
Debería haberlo sabido entonces , pensó Xena, mirándo a su amiga con cariño. Menuda sorpresa me llevé. Y ella también. ¿Qué comentario sarcástico hice? Ah, sí. "Creo que estaba más cansada de lo que pensaba. Has tenido suerte". Xena puso los ojos en blanco mentalmente. Y ahora míranos. Meneó la cabeza sin dar crédito. Y podría hasta mentirme a mí misma y decir que sólo lo hago por ella. Ya. ¿Y cuánta gente hay en mi vida que confíe ciegamente en mí, de esta manera?
¿Cómo lo sabe? se preguntó Gabrielle, arrimándose de buen grado, echando un brazo alrededor de la cintura de Xena y apoyando la cabeza en el hombro de Xena, donde su oído detectaba los constantes latidos. Siempre sabe cuándo necesito esto. Ni palabras, ni explicaciones, sólo... esto. Vaya si no me paso la mayor parte del tiempo atisbando por la ventana y entonces va ella y abre la puerta y me invita a pasar. Y aquí hay tanto calor y seguridad que no quiero volver a salir nunca.
—Gracias —susurró, levantando la vista—. Sé que por lo general no te gustan estas cosas.
Xena la miró con una expresión inescrutable.
—Por lo general, no —dijo despacio, con frialdad. Entonces sonrió y la sonrisa llegó hasta sus ojos—. Pero tú eres una excepción a la regla, Gabrielle.
—¿Lo soy? —musitó la bardo, contenta de que Xena no pudiera ver la cara de tonta que estaba segura de que se le había puesto.
—Mm-mm —confirmó Xena.
Gabrielle se quedó callada un momento, absorbiéndolo. Luego preguntó, pensativa:
—Xena, ¿alguna vez tienes miedo? Quiero decir, cuando sabes que vas a tener que...
—No —replicó Xena, pensativa—. Cuando lucho, no —vaciló—. La verdad es que no hay tiempo de tener miedo.
Gabrielle la miró parpadeando.
—¿Y en otro momento? —preguntó, con curiosidad. Al tener una oreja pegada al pecho de Xena, oyó que a ésta se le aceleraba un poco el corazón.
Una pregunta sencillísima, con respuestas complicadísimas.
—A veces me asusto cuando pienso en las consecuencias —contestó por fin la guerrera, en tono mesurado—. Si mis planes van a funcionar, cuánta gente va a acabar muerta por su causa, qué va a ser de los supervivientes... ese tipo de cosas.
—Ah —la bardo se quedó pensando un momento—. Bueno, tus planes suelen funcionar... pero ¿alguna vez... o sea, alguna vez tienes...? —Gabrielle se detuvo. Tenía un público cautivado e iba a hacer esta pregunta.
Xena la miró con una sorprendente dosis de compasión.
—¿Que si tengo miedo de morir?
Gabrielle se quedó callada. Se alegraba mucho de que Xena no pudiera oír su corazón ahora mismo, porque le latía con tal fuerza que le sorprendía que no resultara audible.
—Sí. Algo así —farfulló y notó que el pecho de Xena se movía al tomar aliento con fuerza y soltarlo.
—Antes no —reconoció Xena por fin, mientras en su cara se empezaba a dibujar una sonrisa, que la bardo no veía—. De hecho, en cierta época lo habría agradecido —notó que Gabrielle se ponía rígida bajo su brazo protector—. No tenía gran cosa que me preocupara dejar. Ahora... —se rió ligeramente—. Digamos que es algo que me preocupa seriamente.
—Por favor, ten cuidado —dijo Gabrielle en voz baja—. Te echaría muchísimo de menos.
—Lo tendré —replicó Xena, igualmente en voz baja—. Yo también te echaría muchísimo de menos —alargó el brazo libre y apagó la vela que había junto a la cama—. Descansa un poco —añadió Xena y miró pensativa a la bardo, que no daba señales de querer moverse ni un centímetro. La guerrera sonrió con resignación y luego cerró los ojos con firmeza.
Seguía oscuro fuera cuando Gabrielle se despertó al notar un golpecito suave en la espalda. Parpadeó adormilada y luego levantó la mirada y distinguió apenas el brillo de los ojos claros de Xena a la débil luz de la vela.
—Oh... lo siento —murmuró, al darse cuenta de que se había quedado dormida encima del hombro de su amiga—. No deberías haberme dejado hacer eso, Xena. No tiene que haber sido cómodo —miró hacia la ventana—. ¿Cuánto tiempo he...?
Xena se rió entre dientes.
—Está casi amaneciendo —miró divertida la expresión consternada de la bardo y se encogió de hombros—. He dormido muy bien. No te preocupes —bostezó ligeramente—. Me voy a lavar antes de ponerme toda esa armadura.
Gabrielle la vio entrar en silencio en el baño antes de incorporarse y estirarse. Mmm. No tan dolorida como esperaba, dado todo lo que había cabalgado el día anterior. A lo mejor se estaba acostumbrando. De hecho, se sentía asombrosamente bien, teniendo todo en cuenta... increíble lo que una noche de dormir bien... sus pensamientos se detuvieron. Una noche de dormir bien y sin pesadillas , se dio cuenta sobresaltada. Vaya, hacía tiempo que no me pasaba. Aunque no me sorprende , pensó burlándose de sí misma. Cuesta tener tu peor pesadilla cuando te quedas dormida con el corazón bien vivo de la protagonista palpitándote al oído, ¿eh? Qué lástima que no pueda hacerlo siempre. Sofocó un suspiro mientras se ponía las botas y seleccionó una fruta para comer mientras salía al balcón para contemplar la oscuridad.
—¿Ves algo? —la voz de Xena flotó hasta ella y se volvió para ver a la guerrera entrar en la habitación con la túnica de cuero en la mano y escurriéndose el agua del pelo oscuro. Gabrielle sonrió al verlo.
—No —comentó, mordiendo la fresca fruta—. Qué prisa te has dado —añadió, volviendo a entrar en la habitación.
—El agua estaba muy fría —dijo Xena, con ironía, mientras se ponía la túnica de cuero y se sujetaba los tirantes de los hombros—. Ahora sí que estoy despierta —comentó, acercándose a donde había dejado la armadura cuidadosamente colocada y metiéndose por la cabeza el peto y la protección de la espalda.
—Espera, déjame —Gabrielle dejó la fruta y agarró una correa. Apretó bien la hebilla, mirando la cara de Xena para que le indicara si estaba bien puesta. Xena asintió, ocupada con el brazal derecho, que siempre era un incordio. Gabrielle terminó con la correa del otro hombro y luego se encargó de atar el terco brazal, con una leve sonrisa—. A veces, esto es peor que un rompecabezas ateniense.
—A veces —sonrió Xena y esperó pacientemente a que la bardo terminara de atarlo. Luego se puso la armadura extra de protección de muslos y brazos, colocándose las hombreras con la facilidad que da la experiencia. Los puñales, el chakram y por fin la espada, bien sujeta a la espalda. Saltó de puntillas unas cuantas veces, para asentar todas las piezas.
—Vale —respiró hondo—. Vamos allá —se pasó los dedos por el pelo oscuro, sacándoselo de debajo de la armadura y luego se dirigió hacia la puerta, justo cuando se oyó un leve golpe desde el otro lado.
Jessan abrió la puerta de la habitación de Xena, al oír la voz de la guerrera diciéndole que pasara. La escasa luz de la vela que había en la habitación se reflejaba en la armadura que llevaba al acercarse a él. Salió otra vez al pasillo para dejarla pasar y saludó con una sonrisa a Gabrielle, que iba detrás.
—Todavía están a dos horas de distancia —le comentó a Xena, que asintió—. Parece que van a intentar un ataque frontal pleno... no vamos a poder defender las murallas. Tenemos que encontrarnos con ellos delante, si queremos tener una oportunidad.
El tranquilo análisis de Jessan coincidía con el de Xena, de modo que una vez más ésta se limitó a asentir. Las tropas de Hectator, al menos, iban todas a caballo y eran soldados bastante experimentados. Podría tener peor material con el que trabajar y lo había tenido en otras ocasiones. Simplemente, no eran suficientes. Caminó a grandes zancadas junto a Jessan por el pasillo hacia el patio, donde empezaba a distinguir la actividad organizada de los preparativos para la batalla. Hectator los vio y dejó a sus hombres inmediatamente, cruzando hacia ellos con paso rápido.
—Amigos míos —dijo Hectator, al llegar a su lado—. Aliados míos —inclinó la cabeza tímidamente hacia Jessan—. Ha llegado la hora de combatir —sus ojos se clavaron en los de ellos—. No siento ningún placer de teneros aquí, dispuestos a alzar las armas en una lucha que en justicia no es vuestra.
—Hectator —dijo Xena, con tono firme—. Deja de decirme en qué luchas debo o no debo participar —lo miró a los ojos—. Mírame y dime que no quieres que luche a tu lado.
La boca de Hectator esbozó una sonrisa. Esa mirada azul veía perfectamente a través de él.
—No —sonrió—. No te lo voy a decir —bajó la mirada y luego la volvió a levantar, esta vez como un ruego—. En realidad, ¿puedo pedirte un gran favor?
Jessan, divertido, miró al humano con una ceja enarcada. Creía saber lo que Hectator estaba a punto de pedir y se preguntó si Xena estaría de acuerdo. Él desde luego que lo estaba. La creciente tensión que lo rodeaba ya le estaba erizando el pelo. En los brazos sentía hormigueos de emoción y olisqueó el fuerte viento del amanecer con ansia y ganas.
Xena lo miró con cautela.
—Claro. Tú pide.
—Ya que no puedo convencerte para que te marches, ¿nos harías un gran honor? —Hectator se detuvo, esperando. Iba a ser un día muy duro y quería tener por lo menos un momento de alegría con el que iniciarlo.
—No sé —dijo Xena, enarcando las cejas—. ¡No me has dicho qué es lo que quieres!
—Dirígenos —pidió el príncipe, simplemente.
Xena se quedó pasmada. Contempló su cara en silencio, mientras todos aguardaban su respuesta. Por fin, miró hacia el horizonte y luego volvió a mirarlo a él.
—Está bien —vio el alivio en los ojos de Hectator y el regocijo en los de Jessan. Una sonrisa tensa por parte de Gabrielle, pero acompañada de un ligero gesto de asentimiento—. Pues pongámonos en marcha. No van a esperar todo el día —en silencio, alzó la mirada hacia las estrellas. Ares, espero que estés mirando. Esto va por haber cumplido tu palabra y haberme devuelto mi cuerpo. Habría podido jurar que oyó una risa satisfecha como respuesta.
—No vamos a poder contenerlos en caso de asedio —dijo Xena, mientras se dirigían hacia los soldados reunidos—. Tenemos que situarnos en esa pequeña ladera que hay entre esos dos montículos —señaló hacia la parte de delante del castillo—. Si conseguimos que pasen por entre esas dos escarpas, podremos hacer que avancen más despacio —se detuvo junto a Argo, que la saludó resoplando. La yegua dorada llevaba una cota tejida con relleno debajo de la silla, junto con protectores de patas y pecho. Xena le acarició ligeramente el cuello y se dispuso a montar, sabiendo que Hectator y Jessan se dirigían a sus propios caballos. Gabrielle se acercó en silencio y agarró la brida de Argo para que no se moviera.
Xena se detuvo y apoyó una mano en el lomo de Argo, mientras miraba a su amiga. Gabrielle la miró a su vez, por una vez sin palabras.
La bardo carraspeó por fin.
—Cuídate —dijo, con la voz algo ronca, y soltó la brida de Argo, quitándose de en medio.
—Lo haré —contestó Xena, apartándose de Argo y abriendo los brazos—. No me estrujes —advirtió—. Te vas a pinchar —estrechó suavemente a la bardo contra su cuerpo por un momento y notó que los brazos de Gabrielle se apretaban convulsivamente a su alrededor, sin hacer caso de la armadura. Cerró los ojos y apoyó la mejilla en la cabeza de la bardo hasta que notó que Gabrielle aflojaba los brazos y sólo entonces la soltó a su vez. Las dos retrocedieron un paso, mirándose, sujetas todavía de los brazos.
Algo pasó entre ellas. No con palabras, tal vez ni siquiera con el pensamiento. Xena sonrió levemente y luego se echó hacia delante y le dio un beso a la bardo en la frente.
—Sé buena —le advirtió.
Gabrielle asintió ligeramente.
—Ten cuidado.
—Hasta luego —dijo Xena con humor y se montó en Argo con un ágil movimiento—. Lo prometo —sonrió y dirigió al caballo hacia la puerta.
—Lo prometes —repitió Gabrielle, en voz baja—. Lo recordaré —tomó aliento y luego se volvió y regresó al interior del castillo, donde el mayordomo estaba frenético intentando preparar las cosas para lo peor. Gabrielle se hizo cargo de todo amablemente.
Lestan se apartó de su más viejo amigo, con los anchos hombros hundidos de desesperación.
—Mika, no puedo hacerlo. Tú sabes que no puedo —se volvió y alargó el brazo sano, con un gesto de súplica—. Sí, la mujer me ha caído bien. Sí, mi hijo está implicado. Sí, Hectator es ahora un aliado. Sí, sí, sí... pero arriesgar una sola gota de sangre de nuestra aldea, no —se sentó—. ¿Cómo podría considerarme líder, si os dirijo donde me lleva el corazón, sin tener en cuenta lo que le conviene a nuestro pueblo?
Mika se sentó, acariciándose el suave pelaje tostado de la barbilla.
—Y tu corazón te lleva con él, ¿verdad? —sonrió con profunda comprensión—. Igual que el mío —se levantó inquieto y se puso a dar vueltas—. Igual que el mío —por fin se giró en redondo y se arrodilló ante Lestan—. Por favor —en sus ojos clarísimos había un ruego—. Quiero a tu hijo como si fuera el mío. No puedo... Lestan, no puedo dejarlo ir solo.
—Mika —gimió Lestan—, no puedo hacerlo. No puedo dar esta orden. Simplemente no puedo. Yo... —sus ojos soltaron un destello—. Puedo... ir yo —miró a Mika, arrodillado ante él—. No puedo ordenarle a nadie más que vaya —se volvió y se quedó mirando el cielo del amanecer—. Y de todas formas, probablemente ya es demasiado tarde.
—Pregúntaselo a ellos —respondió Mika, con los ojos brillantes—. Pregúntaselo, Lestan... pregúntales a los guerreros del pueblo qué es lo que quieren hacer. Es lo justo —levantó la mirada cuando entró Wennid, que había oído la última parte de la conversación. Se acercó a la silla de Lestan y le rodeó el cuello con los brazos, apoyando la barbilla en su hombro. Flotaron apaciblemente en su vínculo por un momento y luego ella habló.
—Te quiero —su voz grave se oía hasta en la última esquina de la habitación—. Más que a la vida misma —cerró los ojos y juntó su mejilla con la de él—. Iría hasta el fin del mundo para evitar que sufrieras algún daño. Lo sabes —hizo una pausa—. Pero esto te va a partir el corazón, amor mío, si no lo haces —le susurró al oído—. Lo percibo en ti. Somos lo que somos. Mika tiene razón. Pregúntaselo a ellos.
Lestan se quedó inmóvil durante lo que pareció una eternidad. Por fin, tomó aliento con fuerza y lo soltó de nuevo.
—Lo único que voy a hacer es preguntárselo —gruñó—. Y aceptaré su respuesta como la mía —se volvió y clavó los ojos en los de su compañera de vida—. Y yo también te quiero —la besó, se volvió y se dirigió hacia la puerta, sin ver la mirada que se cruzó entre Wennid y Mika. Observaron su cara cuando abrió la puerta y les dijo—: Pedidle al pueblo que se reúna en el patio.
—No es necesario —murmuró Mika, cuando Lestan volvió la cabeza y miró fuera de la puerta.
La luz de las antorchas creaba sombras caprichosas por el gran espacio y el único sonido era el de la brisa agitando las cotas de combate de trescientos guerreros montados, armados y en silencio. Un caballo resopló. Apareció Deggis, que llevaba a Garan hacia él y se detuvo a diez pasos de distancia, esperando. Con los ojos relucientes.
Lestan sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas y detuvo el discurso que se le estaba formando en la garganta, al tiempo que apartaba el brazo del cuerpo para dejar que Mika le metiera la cota de combate por la cabeza. Su pueblo. Empezó a notar escalofríos por la espalda y notó que le subía la fiebre del combate. Mika le sujetó la espada y tiró por última vez de las correas. Se volvió y lo miró.
—Lo sabías.
—Sí —contestó Mika, con los ojos brillantes—. Claro que lo sabía —se sujetó las correas de su propio equipo y soltó un silbido para llamar a su fiel Esten.
Así se quedó solo en el porche con Wennid, que lo rodeó con los brazos.
—Trae de vuelta a ese hijo nuestro —le dijo ella en tono de guasa, estrechándolo con fuerza—. Tengo unas cuantas cosas que decirle.
Se besaron y se separaron, mirándose profundamente a los ojos. Lestan sintió que su vínculo prendía, llenándolo de una profunda calidez, que devolvió plenamente.
—Volveré —juró. Romper el vínculo era... impensable.
—Más te vale —le advirtió ella, acariciándole la mejilla con un dedo—. O tendré que ir a buscarte —más allá de la comprensión, más allá del buen juicio, más alla de la muerte misma. En su mente resonó el viejo dicho. Más cierto de lo que habían pensado nunca.
—Adelante —gritó Lestan, que se volvió hacia Garan y montó en él de un salto, levantando un brazo ante su pueblo a la espera. Le contestó un grito compuesto de muchas voces y emprendieron la marcha—. Si es que llegamos a tiempo.
El amanecer cubrió una llanura inmóvil y silenciosa. Xena había situado a sus tropas donde las quería y ahora estaba montada en Argo en el extremo de las dos escarpas con Jessan y Hectator a su lado, esperando. El ejército que se acercaba iba creciendo en el horizonte y era evidente que no se iban a detener para negociar.
Xena se levantó en la silla de Argo e hizo un gesto a las tropas a la espera, que le respondieron con un grito. Llevó a Argo a galope corto hasta el centro de la línea montada y le dio la vuelta, colocándose de cara a las tropas y alzando las manos para pedir silencio. Todos los ojos estaban posados en ella.
—No se trata de territorio —gritó y su voz se proyectó por la llanura hasta llegar casi de vuelta al castillo—. No se trata de comercio, ni de botín, ni de cosechas —Xena dio más fuerza a su tono—. Se trata de vuestros hogares y de vuestras familias, que os serán arrebatados si no los defendéis —todos tenían los ojos clavados en ella, absorbiendo lo que decía—. Vuestras familias os quieren y dependen de vosotros y nada... nada en este mundo es más importante que eso —hizo una pausa—. ¿Me oís?
Un alarido como respuesta.
—Este enemigo no tiene nada para luchar contra eso... ¡convertidlo en vuestra fuerza y no podrán venceros! —Xena sintió el escalofrío que empezó a subirle por la espalda al oír el gruñido grave con que le respondieron los soldados, un gruñido que fue creciendo y creciendo y creciendo hasta convertirse en un muro de sonido que la cubrió como una ola del mar. Dio la vuelta a Argo, al tiempo que Hectator y Jessan se acercaban para unirse a ella al frente de la primera línea.
—Pase lo que pase, Xena... para mí ha sido un honor conocerte —dijo Hectator, en voz baja. Alargó la mano sobre la silla, ofreciéndosela. Xena se la estrechó sin decir palabra.
Jessan tragó con fuerza, conteniendo la emoción. Ahora ya veía claramente a las tropas que venían hacia ellos y el trueno de los cascos de los caballos le estremecía los huesos. Miró a Xena, que estaba colocándose bien los brazales y comprobando las cinchas de Argo. Ella volvió la cabeza y lo miró a su vez y luego sonrió. Él le devolvió la sonrisa, con perfecto entendimiento.
Se alzó sobre el lomo de Argo, dispuesta a dar la señal para avanzar, cuando su aguda vista captó un movimiento detrás de ellos. Al ver lo que era, en su cara se formó una amplia sonrisa y se echó a reír. Hectator se volvió, sorprendido, y vio lo que estaba mirando ella.
—Pero bueno...
Jessan también se volvió y se quedó mirando, maravillado e incrédulo. Su pueblo, cientos de ellos, armados y montados, se iban sumando a las tropas que tenían detrás. Lestan llevó a Garan hacia delante para unirse con ellos al frente de las tropas, saludando a su hijo con una leve inclinación de cabeza y algo que se parecía sospechosamente a un guiño.
—Lestan —dijo Xena, con una leve carcajada.
—He hecho caso de tu aviso, Xena —comentó el líder del bosque, desenvainando la espada—. Y ahora, creo que tenemos compañía.
Xena se volvió de nuevo y alzó el brazo para avanzar. Hizo un gesto y la ansiosa Argo emprendió la marcha, al frente ahora de casi setecientos guerreros a caballo, avanzando hacia las tropas enemigas.
Jessan mantuvo la cabeza de Eris a la altura de la cola de Argo, observando mientras Xena apretaba las rodillas con firmeza contra la silla y sacaba la espada. Había divisado al que parecía ser el líder del ejército enemigo e iba derecha hacia él. Jessan desenvainó su propia espada y sonrió con un placer intenso y salvaje. Echó la cabeza hacia atrás y soltó un rugido, que fue repetido inmediatamente por los habitantes del bosque que los seguían y luego, como en tándem, se oyó el alarido más agudo como respuesta de los soldados humanos. Ah... iba a ser glorioso.
Xena avanzó poderosamente hacia los guardias enemigos, captando las reveladoras señales de un jefe de guerra estúpido. Estaba rodeado de guardias fuertemente armados y todos llevaban estandartes. Se encontró con el primero de los soldados de primera línea y arrasó, blandiendo la espada en arcos cerrados. De su pecho se escapó un grito explosivo, al sentirse arrebatada por la fiebre del combate, y se dejó ir. A su derecha, Jessan partía a los soldados en dos con su gran espada y Hectator acababa de cortarle la cabeza a un desafortunado jinete de un solo golpe.
Los guardias eran demasiado lentos y no podían competir con su velocidad y mucho menos su habilidad. Detrás de ella, era consciente de que las tropas de Hectator estaban abriendo un gran agujero en el ejército enemigo, luchando con una furia que compensaba su menor número.
Desmontó a uno de los guardias de Ansteles con una patada bien plantada y luego cayó otro bajo su espada. A su alrededor tejió una red que no conseguían penetrar y cuando lo intentaban, allí estaba Jessan, tirándolos de sus monturas sólo con su enorme fuerza.
Un guardia era bueno: saltó desde su silla y la golpeó en el pecho, tratando de tirarla de Argo. Ella lo lanzó por encima de los hombros sudorosos de Argo, tirándolo al otro lado, y luego desmontó para enfrentarse a él, en el momento en que él se giraba y atacaba. Su espada paró la estocada y luego ella se agachó y atacó de nuevo, hiriéndolo esta vez en la muñeca. Él maldijo y estampó su empuñadura contra su peto, intentando doblegarla.
Xena sonrió y empujó a su vez, sorprendiéndolo. Se apartó perdiendo el equilibrio y ella lo golpeó en la barbilla con la empuñadura de la espada. Él volvió a caer y esta vez no se levantó. Ella levantó la vista en el momento en que Ansteles estaba a punto de decapitar a Hectator, que estaba atontado y demasiado cerca para que su chakram resultara eficaz. En cambio, se lanzó contra él, parando a Anteles en el momento en que bajaba la espada, a meros centímetros del cuello desprotegido de Hectator. No había tenido tiempo de hacer algo elegante, sólo un bloqueo corporal básico, pero funcionó. Echaron a rodar y se separaron y Xena se levantó de un salto y de un golpe le quitó la espada de las manos, que intentaban recuperarse.
Ansteles se quedó mirándola, sin dar crédito, y luego le quitó una lanza a uno de sus pasmados guardias y se levantó ciego de rabia. Jessan gritó una advertencia, pero la lanza dio en el aire, pues Xena pegó un salto y una voltereta cerrada, por encima de la cabeza de Ansteles, aterrizando detrás de él. Aprovechó para darle una patada en el trasero, tan fuerte que se estampó de cabeza contra el tocón de un árbol y se desplomó en el barro.
Entonces una ola de guerreros se abatió sobre ellos y Xena tuvo que hacer un gran esfuerzo para conservar intacto el pellejo, al estar rodeados de cien soldados enemigos en grupo. Se encontró luchando espalda contra espalda con Jessan, blandiendo la espada en contrapunto con él como si llevaran años luchando juntos. Despejaron un círculo a su alrededor y luego avanzaron contra los soldados enemigos en retirada. Se pusieron hombro con hombro, obligando a los soldados a retroceder, al tiempo que el rugido atronador de Jessan y el alarido salvaje de ella asustaban de tal modo a los hombres que empezaron a huir corriendo.
Jessan se detuvo cuando los soldados enemigos pusieron pies en polvorosa y aprovechó para recuperar el aliento. A su lado, Xena también se detuvo y aprovechó el momento para ajustarse un brazal que se le estaba soltando.
—No está tan mal como pensaba —comentó Xena y luego se puso rígida, al ver a un grupo de soldados enemigos que rodeaba a alguien que parecía, según consiguió distinguir apenas, uno de los habitantes del bosque. Maldiciendo, montó en Argo de un salto y salió disparada hacia ellos.
Los soldados de Ansteles no la oyeron llegar. Estaban totalmente concentrados en su blanco, la figura alta e inconfundible de Lestan. Éste los mantenía a raya, aunque apenas, con poderosas estocadas con un solo brazo, arrinconado contra una gran peña. Pero dos soldados lo atacaron a la vez y empezaba a perder la capacidad de mantener sus espadas lejos de su cuerpo. Wennid... clamó su mente, amada mía...
El soldado grande consiguió por fin arrebatar la espada de Lestan de sus agotados dedos y le dio un golpe en la cabeza desprotegida. Lestan se desplomó y el soldado sonrió con crueldad, alzando su arma para la estocada final. La hoja bajó... y se estrelló en la roca cuando el soldado cayó al suelo sin sentido a causa de un cuerpo vociferante y vestido de cuero, casi tan grande como el suyo, que se abalanzó contra él. Xena rodó y se levantó blandiendo la espada, cortándole la cabeza al segundo soldado de una estocada limpia. El sorprendido círculo de soldados se detuvo un momento y luego hizo acopio de valor y cayó sobre ella como una manada de lobos.
Esto podría haber sido un error , pensó Xena con gravedad, mientras se esforzaba por mantenerse en pie ante la oleada de cuerpos y armas en movimiento. Se colocó sobre la figura inconsciente de Lestan y a base únicamente de fuerza de voluntad mantuvo a raya al gentío, soltando estocadas y mandobles con la espada hasta que los chorros de sangre estuvieron a punto de cegarla. Ahondó en su interior, buscando unas reservas de fuerza a las que rara vez tenía que acudir, reservas que respondieron más deprisa de lo que había creído. Ninguna banda de soldaditos cochambrosos de tres al cuarto va a poder conmigo... hoy no , se juró a sí misma con total seriedad. Hoy no. Y seguían llegando y ella, tercamente, seguía rechazándolos, depositando una alfombra de cuerpos a su alrededor, negándose a ceder terreno, negándose a dejarles penetrar sus defensas, hasta que por fin, por fin, se acabó. Los soldados estaban muertos, o agonizantes, o dispersándose ante la llegada de refuerzos de las tropas de Hectator.
Xena se apoyó en la peña y respiró hondo, intentando calmar el corazón desbocado. Cerró los ojos y esperó a que su cuerpo dejara de temblar, aferrando la espada con fuerza para que no se le cayera. Bajó la vista para mirar a Lestan, que había recuperado el conocimiento y estaba atontado, mirándola con los ojos brillantes. Se acuclilló a su lado y examinó un largo corte que tenía en el hombro malo.
—Te pondrás bien —le aseguró, dándole una palmada en el otro brazo.
Lestan estudió su cara, memorizando cada detalle. Había abierto los ojos para verla de pie sobre él, sólida como una roca de granito contra la que se estrellaban los soldados enemigos como las olas del mar. Como él mismo había defendido a Wennid en una ocasión. Ni siquiera le importaba que fuera humana, era algo tan, tan glorioso.
—Xena —dijo, con la voz ronca, asintiendo—, en el nombre de Ares, cómo me alegro de no haberte desafiado en el paso del río —le sonrió, con los ojos llenos de deleite—. Parece que mi familia está todavía más en deuda contigo —la miró a los ojos—. Mi compañera de vida también te da las gracias. Otra vez.
Xena le echó una sonrisa de medio lado.
—De nada, Lestan —miró a su alrededor y luego a él de nuevo—. Al fin y al cabo, no podía permitir que se rompiera ese vínculo, ¿verdad?
Se miraron el uno al otro largo rato. Entonces Lestan sonrió y ella también.
—Lo comprendes —suspiró él—. Por fin. Alguien de tu pueblo que ve lo que vemos nosotros —se esforzó por ponerse de rodillas y luego de pie mientras Xena tiraba de su brazo sano—. A lo mejor hay esperanza para nosotros, después de todo.
La batalla duró el día entero, durante la mayor parte del cual las tropas de Hectator se dedicaron a perseguir y eliminar pequeños focos de resistencia. Los supervivientes del ejército de Ansteles desertaron del campo de batalla una vez se puso el sol bajo el horizonte y sólo quedaron unos pocos detalles por terminar.
—Bueno —le dijo Xena al cansado Jessan mientras caminaban despacio por el sangriento campo de batalla—. ¿Te ha gustado? —estaba cubierta de mugre, sangre y sudor y parte de esa sangre era suya, pero no mucha. Él tenía varios cortes, algunos profundos, y también estaba bien cubierto de barro y mugre.
—Me ha encantado —contestó Jessan, de corazón—. Tienes que enseñarme esa estocada en diagonal y hacia atrás que haces. Es mortal —le sonrió—. Eres pura poesía, ¿sabes? —sus ojos relucían intensamente—. Me quedé atrapado con un grupo de ellos cuando fuiste a salvar a mi padre y debo decirte que estaba tan distraído viendo cómo masacrabas a esa masa que casi me cortan la pierna —se estremeció de emoción—. Jamás, jamás en la vida he visto nada tan... —vaciló, buscando la palabra adecuada—, hermoso —terminó Jessan, suspirando.
Xena estalló en carcajadas.
—Jessan, estoy segura de que sólo tú me describirías así —sacudió la cabeza—. Pero me alegro de que te hayas divertido —le dio unas palmaditas en la espalda—. Tu pueblo nos ha dado la victoria, ¿sabes?
—No —fue la sorprendente respuesta de Jessan—. Habríamos ganado de todas formas —la miró y en sus ojos brilló algo que no era humano—. Tú nos has dado la victoria.
—Venga ya, Jessan —se burló Xena, poniendo los ojos en blanco—. Yo sólo soy una. ¿Recuerdas? —agitó el brazo izquierdo para indicar el campo de batalla—. Hemos ganado porque tu pueblo ha equilibrado la balanza a nuestro favor. Yo sólo... he ayudado —vaciló—. Y... tenía una promesa que cumplir.
—Mm-mm —respondió Jessan—. Vale, pues cree lo que quieras, Xena... pero cuando erijan una estatua tuya en la ciudad de Hectator y en mi aldea, a lo mejor entiendes mi punto de vista —no hizo caso de la expresión escandalizada de Xena—. Sí, y ya verás a todas las niñas con tu nombre...
—Jessan —gruñó Xena.
—E imagínate la historia que va a montar Gabrielle con esto... —continuó Jessan, divirtiéndose probablemente más de lo que le convenía—. Sí, ya estoy oyéndola... —se detuvo cuando Xena se volvió despacio hacia él, con los brazos cruzados y una expresión amenazadoramente gélida en la cara—. Ahh... perdona. Ya me callo —dijo, soltando un gallo y retrocediendo ante esa mirada gélida.
Xena mantuvo la mirada un momento más y luego alzó una ceja.
—Me alegro de ver que todavía funciona —comentó con humor.
Siguieron adelante en agradable silencio y él aprovechó para entrecerrar los ojos y usar su Vista para Verla. Mercurio, como la había visto por primera vez, con corrientes ocultas y cambiantes. De repente, mientras Miraba, adoptó una tonalidad más suave y dorada ante su Vista. Intrigado, abrió los ojos y la miró, preguntándose qué podía haber causado ese cambio y la correspondiente sonrisa que había en su cara. Como era un cachorro sin tacto, las palabras salieron de su boca antes de que pudiera detenerlas.
—Xena, ¿en qué estás pensando? —se podría haber tapado la boca con la mano, pero ya era demasiado tarde. Ella se volvió para mirarlo, extrañada.
—¿Por qué? —inquirió Xena, preguntándose por qué le hacía esa pregunta en ese momento. Justo en ese momento.
—Oh —se recuperó Jessan—. Por curiosidad —evitó su mirada—. Es que estabas sonriendo, nada más —bueno, eso era cierto—. Parecías estar pensando en algo que te hacía muy feliz.
Xena lo miró, pensativa, y luego sonrió despacio.
—Eso es muy cierto —admitió, y luego—: ¿Puedes leer la mente, Jessan?
—No —se apresuró a responder el habitante del bosque—. No, bueno, mi madre puede, un poco. Bueno, me puede leer la mía —hizo una mueca—. Pero los demás, no —tragó—. Podemos... percibir... la fuerza vital de lo que nos rodea... si una persona es buena o mala y, si está cerca, podemos percibir sus emociones, a veces —la miró, intentando descifrar su expresión.
—¿Por eso decidiste confiar en nosotras, cuando te rescatamos de la aldea? —preguntó Xena inesperadamente, sintiendo ahora auténtica curiosidad.
Jessan le sonrió levemente.
—No. La herida de la cabeza me quitó la percepción del mundo, durante la mayor parte del tiempo que estuvimos viajando juntos. La recuperé la noche en que os conté la historia de mis padres —la miró y advirtió su expresión de interés. Ay ay —. No, eso tuve que decidirlo de la manera tradicional.
—¿Cómo? —insistió Xena, fascinada—. ¿Qué te hizo decidirlo? Sabías quién era yo —lo miró con una ceja enarcada, esperando su respuesta.
¿Se lo digo? Me pregunto si se da cuenta de lo que muestran sus ojos, por lo menos a mí. Probablemente no. Los humanos son... tan inconscientes , reflexionó Jessan pensativo, antes de alzar los ojos para encontrarse con los de ella.
—La primera noche —le divirtió su expresión de sorpresa—. Cuando Gabrielle tuvo pesadillas y tú se las ahuyentaste —ahora sus ojos azules tenían una expresión de pasmo cauteloso—. La expresión de tu cara. Supe que... alguien... que tenía tanto amor en su interior... no me iba a hacer daño.
Le había hecho mella y vio cómo reaccionaba ante sus palabras. Tal vez demasiado. Era el momento de retroceder.
—Lo siento —le puso la mano en el brazo en un gesto conciliador—. ¿Te has enfadado?
Xena siguió avanzando en silencio varios pasos más y luego soltó una carcajada grave.
—No —lo miró de reojo—. No estoy enfadada —unos pasos más—. Eres muy perspicaz —en sus labios se iba dibujando una sonrisa de mala gana.
—Es un don de mi pueblo —contestó él, mirándose las botas manchadas de sangre.
Xena resopló.
—Tu pueblo tiene muchos dones interesantes —lo miró por el rabillo del ojo.
Jessan se mordisqueó el labio un momento.
—Sí, así es —se calló y tomó aliento con decisión—. ¿Sabes, Xena? Hay algo que... veo... entre Gabrielle y tú.
—Lo sé —contestó Xena, volviendo la cabeza del todo y mirándolo con una sonrisa tensa.
—Oh —respondió Jessan—. ¿Lo sabes? — ¿Por qué me sorprendo ante esta mujer? ¿Esta humana?
—Sí —suspiró Xena, con expresión resignada pero apacible—. Pero no es lo que más le conviene a ella, así que intento no pensarlo.
Jessan dio un respingo.
—¿Cómo? Espera... Xena... no lo entiendes.
La guerrera lo miró.
—Sí que lo entiendo —se quedó contemplando el horizonte—. Pero nosotros no somos como tu pueblo. Podemos elegir —se volvió para mirarlo a la cara y en sus ojos se advertía el peso de todos sus años y todo lo que había pasado en la vida—. Y yo elijo no permitirle entrar en un futuro que sólo ofrece oscuridad y peligro y... —alzó el brazo e hizo un gesto señalando lo que los rodeaba—, esto.
—Ella podría cambiarlo —dijo Jessan, armándose de valor.
Xena negó con la cabeza.
—No —le sonrió de medio lado—. Puedo fingir que no es así, pero esto es lo que soy —le dio unas palmaditas en el brazo—. Además, es una gran bardo. Tengo que llevarla a algún sitio donde pueda dedicarse a dejar crecer ese don. No a vagabundear por el campo.
Ah, Xena , pensó Jessan en silencio. Crees que controlas esto. Mis padres también lo creyeron. Durante un tiempo.
—Lo que tú digas, Xena —respondió, con tono ligero.
Ella se quedó callada y contempló las grandes puertas de la fortaleza de Hectator. Varios soldados la vieron y su nombre empezó a resonar a gritos por el patio abierto. Ella echó una mirada fulminante a Jessan, que se limitó a encogerse de hombros con gesto cohibido.
Dos pajes se acercaron corriendo, ofreciéndose a ocuparse de sus caballos. Xena se arrodilló para ponerse a la altura de los ojos de uno de ellos.
—¿Sabes cómo atender las heridas de combate de un caballo? —preguntó solemnemente. Él la miró con los ojos como platos y luego le mostró su bolsa, que contenía vendas y desinfectante—. Bien —dijo ella y le entregó las riendas de Argo—. Cuídala bien —le revolvió el pelo y a cambio recibió una mirada de adoración. Su compañero y él se llevaron a los dos cansados animales, dejando que sus jinetes cruzaran el patio delantero del castillo y subieran las escaleras hasta la puerta principal.
El patio estaba lleno de restos de la batalla y heridos ambulantes, así como sus compañeros sanos. Xena notaba sus miradas posadas en ella mientras cruzaba las losas y se esforzó por mirar a los ojos a todos los que pudo antes de empezar el largo ascenso hasta la puerta. Bueno. Así que esto es lo que debe de sentir Hércules todo el tiempo , se dijo burlonamente. Si hubiera estado al frente del ejército de Ansteles, no creo que estuvieran tan encantados. Podría haber tomado esta ciudad, con habitantes del bosque o sin ellos. Me pregunto si son conscientes de ello. Me pregunto si les importa. ¿Es que no se dan cuenta de que tienen que adorar a héroes que den la vida, no a un caballo de guerra maldito por los dioses y sumido en la oscuridad como yo, cuya mayor habilidad es matar a la gente?
Una figura oscura se interpuso en su camino.
—Alaran —dijo Xena, deteniéndose para mirarlo a la cara. Había sufrido algunas heridas leves, pero estaba de una pieza—. Me alegro de que hayas conseguido salir de ahí —le sonrió con cansancio.
—Xena —murmuró el canoso soldado—. ¿Sabes? Se me había olvidado lo que era luchar bajo tu mando —alargó una mano y le tocó la maltrecha armadura—. Has vuelto a conseguir que me olvidara de las probabilidades, Xena. Dijiste que éramos imparables y así ha sido. Se me había olvidado que eras capaz de hacer eso —se rió ligeramente—. No han tenido nada que hacer. No has perdido ni un ápice, ¿lo sabes? De hecho, creo que eres aún mejor. ¿Cómo lo has conseguido?
Xena suspiró resignada. Luego se le puso expresión traviesa y susurró algo al oído de Alaran que le provocó a éste un ataque de risa.
—Pero no vayas diciéndolo por ahí —le advirtió y le dio un breve abrazo. Se rió un poco entre dientes mientras Jessan y ella seguían subiendo por las anchas escaleras hacia la puerta iluminada que había en lo alto.
Gabrielle había empezado observando la batalla desde la torre más alta, pero lo dejó al ver a Xena saltando de Argo y emprendiendo el combate cuerpo a cuerpo. Se alegraba de ver a los habitantes del bosque, pero era consciente de que las fuerzas de Hectator seguían superadas en número. Empleó el tiempo en organizar a los sanadores y a las personas encargadas de los suministros e intentó no prestar atención a los ruidos que venían de fuera.
Cuando empezaron a llegar los heridos y los moribundos, no tuvo tiempo de pensar en gran cosa salvo para intentar salvar a todos los soldados que fuera posible y dedicó su exceso de energía a asegurarse de que el reabastecimiento de suministros funcionara como estaba previsto. Los jefes de guerra habían sido los primeros en salir y serían los últimos en volver, eso lo sabía y, además, así era como hacía las cosas Xena. Sabía que Xena estaba viva: ése era el rumor que había llegado del campo de batalla, que todos los jefes de guerra habían sobrevivido, aunque Lestan estaba aquí para que le vendaran el hombro y se decía que Hectator había sufrido un golpe muy fuerte en la cabeza. Pero saberlo no le deshacía el enorme nudo que tenía en el estómago. Quería ver la prueba con sus propios ojos.
Habían ganado, casi todo el ejército de Ansteles estaba dispersado o destruido y ellos mismos habían sufrido unas pérdidas relativamente bajas, de modo que Gabrielle suponía que había sido un éxito, para tratarse de lo que se trataba. Mientras atendía a los heridos, empezó a oír historias sobre los habitantes del bosque, sobre Hectator, sobre Jessan, pero especialmente sobre Xena y lo que todos habían hecho en una lucha a la que ninguno de estos hombres había esperado sobrevivir. Había hecho buenas migas con este grupo de soldados y estaban contando unas historias de lo más increíble. Con curiosidad, Gabrielle fue en busca de Lestan y por fin lo encontró rodeado sobre todo de habitantes del bosque, junto con dos cirujanos de guerra humanos.
—¡Gabrielle! —gritó Lestan, al verla—. Chica, menudas historias vas a contar sobre esta batalla —se rió, sin hacer caso del intento de los cirujanos de coserle el hombro herido—. Y yo soy testigo ocular de una de las mejores.
—Eso he oído —sonrió Gabrielle, sentándose en la banqueta que había junto al camastro donde estaba echado él—. Pero cada vez que lo oigo, el número de soldados enemigos no para de aumentar —miró a algunos de los habitantes del bosque que los rodeaban—. Iba por... mm... los doscientos o así la última vez que lo oí. Así que... ¿cuál es la historia de verdad?
Lestan se acomodó con expresión satisfecha.
—No lo sé con exactitud —reconoció—. Me enfrentaba a un círculo de soldados enemigos y me tiraron la espada de la mano y luego me dieron un golpe de lado en la cabeza. Me desmayé tal cual —chasqueó los dedos—. Pensé que todo había terminado —tomó un sorbo de agua que uno de los otros cirujanos le ofrecía con insistencia—. Gracias. El caso es que cuando me quiero dar cuenta, lo único que oigo son gritos y el choque de las espadas, pero ninguna me alcanza. Levanto la mirada y ahí está Xena, manteniendo a raya a... ah... me parecieron... no sé. Cientos de ellos, durante horas. Nunca —meneó la cabeza—, nunca he visto nada semejante —en sus ojos se veía el asombro—. Había tantos y, por los dioses, cómo lo intentaban, pero ella no les permitía ni acercarse. Fue increíble.
—Fue una idiotez —le corrigió una voz grave, con tono divertido y cansado. Los ojos de todos se volvieron hacia la puerta, donde estaba apoyada Xena, cruzada de brazos, mirándolos.
Gabrielle sintió que la opresión que había tenido en el pecho desde por la mañana se evaporaba, dejándola casi mareada por el alivio. Cubierta de sangre y suciedad, pero entera, con sus ojos azules que sonreían a los suyos verdes.
—Lo prometido es deuda —comentó Xena, con una chispa en los ojos—. Aunque creo que me he traído la mitad del campo de batalla de vuelta —hizo una mueca de fastidio, mirando el barro y la mugre, y luego miró a Gabrielle y se encogió de hombros.
La bardo se echó a reír.
—Me daría igual que volvieras cubierta de fango negro de la laguna Estigia —dijo, acercándose, y le dio un abrazo a Xena, con armadura, mugre, sangre y todo—. Pero probablemente te estropearía la armadura —tiró de la armadura en cuestión—. Venga. Vamos a quitarte todo esto antes de que te oxides en el sitio.
Xena la siguió apaciblemente a una pequeña estancia, donde se sentó en una caja y empezó a soltarse las correas de la armadura. Levantó la mirada cuando Gabrielle regresó de un almacén situado fuera de la estancia, con las manos llenas de trapos. Xena se quitó la hombrera y oyó la súbita exclamación sofocada de Gabrielle.
—Caray —murmuró la bardo, mirando más de cerca el corte que tenía la guerrera en un lado del cuello—. Eso ha estado muy cerca.
—Sí —dijo Xena, con una mueca de dolor al flexionar el brazo de ese lado—. No me quedó más remedio... Ansteles estaba a punto de cortarle la cabeza a Hectator. Lo único que había lo suficientemente cerca para detenerlo era yo —se ocupó de quitarse los brazales—. La estocada iba dirigida contra su nuca... a mí me rozó cuando me estampé contra él.
—Voy a buscar desinfectante —contestó Gabrielle, con voz apagada. Salió de la estancia y Xena empezó a quitarse la armadura de las piernas. Con cuidado, soltó la de la izquierda, revelando la magulladura que se esperaba por haber desviado al guardia que había intentado tirarla de Argo. No estaba demasiado mal, la verdad. Levantó la mirada cuando regresó Gabrielle, con varias vendas y un desinfectante de hierbas.
Xena se quedó sentada en silencio, con los ojos cerrados, mientras la bardo le limpiaba el largo corte y le daba unos puntos para mantenerlo cerrado.
—Gracias —suspiró cuando Gabrielle terminó—. Ya lo tengo mejor —sonrió a su amiga—. Tienes buenas manos.
Gabrielle se ruborizó ligeramente y miró al suelo y luego subió la vista de nuevo para encontrarse con los ojos de Xena.