La esencia de una guerrera iv

Ansteles trata de atacar el pueblo hectator. jessan llega como apoyo de hectator por cortesia

La esencia de una guerrera

Melissa Good

Título original:A Warrior By Any Other Name.Copyright de la traducción: Atalía (c) 2002

¿Por qué tardan tanto? Jessan estaba frenético y daba vueltas en pequeños círculos. Se irguió y entrecerró los ojos. Espera... ¿son ellos? Se temió...

Ah... un destello de flancos dorados. Argo, sin duda. Ahora veía a su padre, que caminaba solemnemente junto a la figura oscura y ágil de Xena, con la cabeza inclinada, hablando y haciendo gestos con las manos. Lo inundó una oleada de alivio. Ahora también vio a Gabrielle, que caminaba al otro lado de Xena, escuchando. A lomos de Argo iba... Hectator. Increíble. Bueno. Una vez más, había justificado su fe en ella. Suspiró lleno de felicidad y recreó la vista en ellas con una sonrisa.

Deggis le clavó un dedo en las costillas.

—¿Así que... ésas son tus nuevas... amigas? —le susurró a Jessan, apartándose cuando el guerrero de mayor tamaño se volvió enfadado—. Espera a que todos se enteren de que una de ellas te derrotó... —sonrió con aspereza—. Y no tienen mal aspecto, para ser humanas —ladeó el corto cuello y observó con interés—. Ése es... no... no puede ser... es... ¡es Hectator! —echó la cabeza hacia atrás y soltó una breve carcajada—. Eso nos ahorra la incomodidad de tener que salir a buscarlo. Qué amigas tan amables tienes, Jess.

Jessan se limitó a cerrar los ojos y sacudir la peluda cabeza dorada. No tardarían en verlo por sí mismos, ¿verdad?

Xena escuchaba la voz grave de Lestan mientras caminaban hacia el bosque. La distancia hasta los árboles era bastante corta y por el camino se les había sumado una escolta. Unas formas oscuras se movían de árbol en árbol y varios de los inmensos habitantes del bosque formaron un grupo a su alrededor. Todos tenían cierto parecido superficial con Jessan, pero cada uno tenía diferencias individuales, en el color del pelo, la altura, los gestos. Cuando llegaron al borde de la aldea misma, una de las figuras que aguardaban inmóviles soltó un rugido atronador y echó a correr hacia ellos. Xena oyó la exclamación de Hectator y sonrió por dentro, al tiempo que Jessan lanzaba su inmenso cuerpo hacia ellos y estrechaba a las dos mujeres entre sus brazos.

—Jessan, Jessan —rió Xena—. Tranquilízate, ¿quieres? —su afición a los abrazos le hacía sospechar que Gabrielle y él tenían un antepasado común—. Seguro que no pensabas que nos ibas a volver a ver tan pronto —echó una mirada a la multitud pasmada y desaprobadora de habitantes del bosque que los rodeaba.

—Xena —gorjeó él—. Os dije que me dejarais que los fuera haciendo a la idea. Esto no es lo que tenía pensado —se echó a reír y rodeó los hombros de ambas con los brazos mientras continuaban hacia el centro de la aldea—. Y encima nos traéis un invitado —las miró sacudiendo la cabeza—. Yo que me había pasado tanto tiempo pensando en cómo les iba a decir a mis padres no sólo que os conocía, sino que además os consideraba familia... y zas, os metéis en el bosque, dando un susto tremendo a todo el mundo —se volvió para mirar a Argo, que los seguía pacientemente—. Y venís con Hectator.

Xena se volvió entonces hacia Hectator, a quien le había cortado las cuerdas de las piernas antes de cruzar el río, con una advertencia amenazadora de que no huyera, ni causara problemas, ni atacara a nadie ni nada.

—Hectator, éste es nuestro amigo Jessan.

Hectator miró al habitante del bosque con cauteloso interés. No era un hombre estúpido, sólo de visión limitada, y se había tranquilizado bastante por el hecho de que estos habitantes del bosque no le habían hecho el menor dañor. Todavía. Aunque reconocía que la escena entre Lestan y Xena lo había intrigado y le había dado esperanzas de que Xena pudiera realmente cumplir su promesa de protección. Ciertamente, había detenido a Lestan, que era mucho más grande que ella. Interesante. Así que a lo mejor tenía razón y no eran animales. Sonrió entristecido por dentro. Normalmente, uno pensaba en Xena, cuando lo hacía, a la luz de su habilidad al luchar. Se le había olvidado, como les ocurría a tantos otros con frecuencia, que también era lo bastante lista como para haber dirigido uno de los ejércitos más grandes que esta parte de Grecia había visto jamás. Había una inteligencia bien despierta en esa cabeza morena y algo más que un ligero toque de genialidad táctica. Eso había sido un error. Intentaba no cometer el mismo dos veces y si Xena consideraba amigo suyo a este ser del bosque, bueno... Ademas, se frotó con cuidado la mandíbula, daba un puñetazo que podía tumbar a un caballo y no tenía el menor deseo de volver a padecerlo.

—Hola —dijo por fin y al cabo de un largo momento, le ofreció la mano a Jessan. El guerrero de pelaje dorado ladeó la cabeza algo sorprendido, pero aceptó la mano de Hectator y se la estrechó.

Argo se detuvo ante la casa de Jessan, donde Wennid estaba esperando, y los ojos de Xena pasaron rápidamente por encima de ella, absorbiendo información sin ofender por mirar abiertamente.

La madre de Jessan era un ejemplar de los habitantes del bosque más pequeño y de color amarillo más pálido, pero no por ello dejaba de ser grande y tenía la fuerza imponente de todos ellos. Tenía un rostro dulce y sus ojos eran del mismo color que los de su hijo. Ahora mismo, esos ojos observaban a sus invitados con una desconcertante expresión calculadora.

Xena esperó a que Hectator desmontara de Argo y luego envió a la yegua hacia un arroyo cercano. Se volvió y observó a Lestan y Hectator, que se miraban, y luego sonrió por dentro cuando los dos asintieron ligera y casi imperceptiblemente.

—Creo —gruñó Lestan—, que tú y yo podemos conversar. ¿Quieres entrar, compartir mi hospitalidad y hablar de nuestras diferencias conmigo?

Hectator tomó aliento.

—Sí —echó una mirada a Xena y Gabrielle—. Sí quiero —esperó a que Lestan ascendiera los pequeños escalones y lo siguió al interior de la cabaña.

Wennid observaba a las dos mujeres mientras tenía lugar esta conversación. Así que ésta es Xena. No parece tan terrorífica como la recuerdo. A lo mejor es la sonrisa... No había sonreído cuando arrasó la aldea del valle vecino ni la otra ocasión en que Wennid la había visto. Esta mujer había matado niños, mujeres indefensas y ancianos en sus ataques legendarios. Y aquí está, a la puerta de mi casa, como si no tuviera nada de especial presentarse en un territorio desconocido con un príncipe de la comarca atado al lomo de su caballo. ¿Qué ve Jessan en esta mujer, en este monstruo del pasado? Respirando hondo para calmarse, cerró los ojos con decisión y, temiéndose lo peor, alargó los sentidos. Un momento después, abrió los ojos de golpe, sintiendo una oleada de pasmo que la calaba como lluvia fina. Vaya. Ha cambiado algo más que la sonrisa. Inesperado. Muy inesperado. Y Jessan lo ha visto, es más... ha entregado su corazón a esta... humana.

Xena contempló a Lestan y a Hectator entrando en la casa con no poca satisfacción. Se le había ocurrido el plan, como solía pasar, sobre la marcha cuando Gabrielle y ella estaban entrando en el castillo. El hecho de que hubiera funcionado como estaba funcionando le producía una cálida sensación de triunfo, cosa rara, cuando la mayor parte de sus victorias suponían algún tipo de violencia. Notó la sonrisa de Gabrielle incluso antes de volverse para mirarla y la bardo le guiñó el ojo cuando se cruzaron sus miradas.

—Jessan —dijo Xena—, creo que podemos dejarlos a solas por ahora —soltó un profundo suspiro—. Pero yo tendría cuidado con sus guardias... estoy segura de que nos han seguido.

Jessan posó en ella su mirada dorada y asintió.

—Estaremos alerta —volvió a rodearlas con los brazos, sonriendo a su madre—. Madre, me gustaría presentarte a mis amigas Xena y Gabrielle —sonrió—. Chicas, ésta es mi madre, Wennid —miró a su madre con los ojos chispeantes, recordando la sonora bronca que le habían echado esa noche. Ahora que se había demostrado que tenía razón, no estaba dispuesto a dejar que lo olvidara tampoco. Había visto a su madre cerrando los ojos y había sentido que extendía la Vista para ver por sí misma lo que él mismo sabía sin lugar a dudas. La expresión de Wennid le dijo todo lo que necesitaba saber. Había Visto.

Wennid, tras una vida entera de convivencia con Lestan, era una mujer muy terca. Sin embargo, también era incurablemente justa y tenía la capacidad admirable de reconocer cuándo se equivocaba.

—Bienvenidas las dos —dijo en tono suave y sereno—. Mi hijo me ha contado todo lo que habéis hecho por él. Por favor, compartamos la mesa y contadme... —echó una mirada guasona a su hijo—, la verdadera historia.

Gabrielle soltó una carcajada y hasta Xena se rió entre dientes. Subieron los escalones y entraron en la vivienda familiar que era el hogar de Jessan. Xena era bien consciente de que la madre de Jessan, a pesar de su cordialidad, no confiaba en ninguna de las dos. No la culpo. La mujer de más edad las llevó a una zona de estar grande y cómoda y les señaló los asientos. Entró en la siguiente estancia y apareció de nuevo minutos después con una bandeja cargada de comida y bebida.

—Aquí tenéis —Wennid colocó la bandeja en la mesa y se sentó en una butaca grande y bien rellena—. Creo que aquí somos todos carnívoros, ¿verdad? —preguntó cortésmente—. Y Lestan está muy orgulloso de su hidromiel. Por favor, servíos.

Xena se rió entre dientes.

—Se me ha acusado de muchas cosas, pero ser vegetariana no es una de ellas —cogió alegremente un trozo de carne de la bandeja y mordió un buen pedazo, manteniendo el contacto visual con Wennid. La carne estaba hecha a la parrilla, sabía ligeramente a hierbas y era probablemente venado. Eligió un vaso de hidromiel y se acomodó en su asiento, con una expresión divertida en la cara. Pruebas. Siempre tienen que ponernos a prueba. ¿Seré civilizada? ¿Aceptaremos su hospitalidad? Uno de estos días, le voy a decir a alguien que sólo bebo sangre y que necesito dos cubos enteros al día. Y que sea humana. Intercambió una mirada con Jessan, quien, a juzgar por la mueca que tenía en la cara, se estaba esforzando por no echarse a reír. ¿Crees que eso tiene gracia? Tú espera a que empiece Gabrielle. ¿Ves esa chispa que tiene en los ojos? Tú espera.

—Qué bueno está —comentó Gabrielle, masticando con entusiasmo—. Y tienes una casa preciosa —añadió, mirando a su alrededor con aprecio—. Me gustan esos cuernos de ciervo —dirigió su vivaz mirada hacia Wennid—. ¿Los cazaste tú misma? —habría percibido el pequeño desafío de Wennid incluso sin haber visto la chispa de los ojos azules de Xena, pero el intercambio de miradas divertidas entre la guerrera y la bardo le había confirmado que también Xena se había dado cuenta y estaba devolviéndole la pelota a Wennid.

Wennid tuvo que reconocer que se había quedado descolocada. Los humanos eran muy difíciles de juzgar. Había tenido la esperanza de demostrarle a su hijo cómo se burlarían de lo que consideraban el hogar y las costumbres de un animal, ¡y aquí estaban estas dos! Comiendo carne alegremente con las manos y haciendo preguntas sobre la caza de ciervos. ¡Aaajj! Y aún más, Xena sabía perfectamente lo que pretendía, lo percibía en su sonrisa perezosa y en las miradas que habían intercambiado ella y la humana más joven de pelo claro. Había algo familiar en ese cruce de miradas... Wennid estrechó los ojos y echó una mirada desconfiada a su hijo. No. Imposible.

Jessan se encontró con la mirada de su madre, adivinando con notable precisión lo que estaba pensando. Sí... es posible, madre mía... Mira y Ve por ti misma. Nos compadecemos de ellos por su carencia... ahora Mira y ve lo que es para ellas estar bendecidas, igual que lo estáis padre y tú... y apénate por ellas, mamá... porque ni siquiera saben qué es lo que sienten. Las distrajo un momento, al ver que los ojos de su madre se cerraban apenas un instante y luego se abrían con una expresión inescrutable. Bueno.

Wennid se obligó a salir de su trance.

—Pues sí, la verdad es que los cacé yo misma —dijo, contestando a la pregunta de Gabrielle—. Eres muy amable por fijarte —qué ojos tan penetrantes tenía esa joven, pensó Wennid. Ve más de lo que sabe. Pero no lo suficiente... pobres humanos ciegos. ¿Cómo pueden tener un vínculo tan fuerte y no notarlo?

Echó una mirada a su hijo, que sonreía muy ufano, de una forma disimulada que sólo ella reconocía. ¡¡Mocoso!! Oh, bueno , suspiró por fin. El muy cabroncete tenía razón. Más me vale reconocerlo y dejarme de jueguecitos estúpidos.

—Bueno. Ahora contadme toda la historia. ¡No os saltéis nada!

Ante su sorpresa, fue Gabrielle la que carraspeó y empezó a hablar. ¿Qué? Ah... ¡una bardo! Echó una mirada aviesa a Jessan. Eso no lo había mencionado. Al menos, aunque sólo fuera, sacaría un nuevo puñado de historias de todo esto.

Cuando la curiosidad de su madre quedó satisfecha del todo, Jessan las llevó a una pequeña habitación situada al fondo de la vivienda.

—Seguro que os vendría bien dormir un poco —comentó, señalando la cama con la mano—. Lo más probable es que papá se pase el resto del día hablando con Hectator. Ya sabéis, tienen que ponerse a prueba, hacer tratos... lo de siempre —se calló y puso la mano en el hombro de Xena—. Por cierto, todavía no lo hemos dicho, pero gracias —Jessan la miró a los ojos—. Si esto sale bien, será la primera vez y un hito en la historia de mi pueblo —sonrió con timidez—. Y en la del vuestro, creo.

Xena le echó media sonrisa y se encogió de hombros ligeramente.

—Después de todos los problemas que hemos tenido para traerte a casa, no nos parecía buena idea ver cómo atacaban tu aldea —se detuvo y luego—: Pero de nada. Y sí, dormir un poco sería estupendo. Algunas no nos echamos una siesta de camino a la ciudad —con una mirada burlona hacia Gabrielle.

—Venga —intervino Gabrielle, pasando al otro lado de Xena—. Armadura —soltó una hebilla mientras Xena le echaba una mirada risueña.

Jessan se rió entre dientes.

—Parece que te cuidan muy bien —sus ojos dorados soltaron un destello de luz oculta por un momento y luego las dejó sin decir nada más.

—No me mires así —la reprendió Gabrielle, soltando otra cincha—. Hasta la gran Xena la Pacificadora tiene que dormir en ocasiones —desabrochó la última hebilla y clavó un dedo en el brazo de Xena—. Así que a dormir, oh grandiosa.

Xena se echó a reír y se arrodilló para quitarse las últimas armas. Puso juntas las armas y la armadura, colocándolo todo hasta quedar satisfecha.

—Creo que todo este asunto podría salir bien —levantó la vista hacia su amiga, que estaba dando golpecitos con el pie con aire de irritación fingida—. Será mejor que dejes de hacer eso o te...

Gabrielle estrechó los ojos hasta convertirlos en ranuras.

—O me... ¿¿¿qué??? —avanzó amenazadora—. ¿Mmm?

—Esto —respondió Xena y se abalanzó de repente, pillando a Gabrielle por sorpresa, agarrándola por la cintura y tirándola en la cama—. Ya te tengo —aumentó el ultraje haciéndole cosquillas, hasta que la bardo se puso morada por el esfuerzo de aguantar la risa—. Amenazas a mí, ¿eh? —gruñó Xena, haciéndole más cosquillas, hasta que Gabrielle estalló en carcajadas y agitó los brazos indicando su rendición. Xena sonrió y se tumbó en el otro lado de la cama, sujetándose la cabeza con una mano y mirando a su amiga, que seguía riendo.

—Ohh —la bardo por fin recuperó suficiente aliento para hablar—. Vale... vale... tú ganas... —se volvió de lado para mirar a Xena, quitándose el pelo de los ojos—. Algún día aprenderé a no hacer eso —entonces sus ojos soltaron un destello—. O averiguaré dónde tienes cosquillas.

Xena enarcó una ceja y estuvo a punto de hacer un comentario, pero se lo pensó mejor.

—Yo no tengo cosquillas —afirmó, pero sus labios se curvaron en una ligera sonrisa. Se estiró y luego se colocó de lado para dormir, con la cabeza apoyada en un brazo.

Gabrielle se la quedó mirando un momento y luego se acomodó para dormir ella misma, todavía riendo un poco. Hacía ya algún tiempo que se había dado cuenta de que esta faceta traviesa y amable de su amiga era una que sólo ella llegaba a ver. Oh, a veces alguien más conseguía entreverla, como Jessan cuando le había mordisqueado el pez, pero en general no... lo que el resto del mundo veía era a la guerrera fría y sobre todo severa. Eso le hacía entender lo lejos que habían llegado desde que se conocieron, cuando se pasaba la mitad del tiempo muerta de miedo de ir a hacer un movimiento equivocado y perder el brazo por ello.

Jessan las despertó cuando terminó la conferencia, aunque Xena ya estaba despierta cuando entró. Estaba sentada, con la espalda apoyada en el cabecero mullido de la cama, reparando una cincha de la armadura al tiempo que observaba a su amiga dormida. Lo miró con una ceja enarcada cuando entró.

—Victoria —fue su único comentario. Le sonrió de oreja a oreja.

Xena asintió.

—Me lo imaginaba —comentó, alargando la mano para sacudir el hombro cercano de Gabrielle—. Gabrielle... —la bardo la miró parpadeando adormilada y luego se despertó por completo y se dio la vuelta para mirar a Jessan.

—¿Ha funcionado? Sí... lo sé por tu cara. ¡Genial! —soltó Gabrielle de carrerilla—. Caray... qué historia más buena va a ser... —se le puso una expresión introspectiva, mientras empezaba a planear cómo organizar verbalmente la aventura, y luego salió de su trance con una sonrisa—. Me muero de ganas de contársela a Iolaus. Es muchísimo mejor que la última que me contó él.

—Se ha organizado un pequeño banquete —les informó Jessan—. Hectator ha mandado un mensaje a su guardia para que depongan las armas —sonrió ante la expresión de Xena—. Tranquila, no es un banquete formal, no hemos tenido tiempo de organizar una cosa así —miró por encima del hombro con miedo fingido—. Puedes dar gracias.

El banquete se celebró en el exterior, alrededor de una gran hoguera al otro extremo de la aldea. Había bancos bajos y anchos colocados alrededor para sentarse y empezaron a circular carnes asadas e incluso algunos tubérculos y verduras. El narrador de la aldea se levantó y se puso a contar lo que, a juzgar por la respuesta, eran las historias preferidas de la tribu.

Gabrielle lo absorbía todo como una esponja, mientras sus ojos registraban con avidez no sólo las palabras, sino también el ambiente y los movimientos físicos del narrador, que tenía mucho talento. No se dio cuenta de que ella misma estaba siendo observada hasta que Lestan habló con su voz grave y profunda.

—Ah... tengo entendido que una de nuestras invitadas, que ha estado disfrutando de nuestras historias, es también bardo. ¿Es eso cierto? —la miró con una chispa en los profundos ojos ambarinos.

—Pues... —vaciló Gabrielle—. O sea, bueno, más o menos...

—Es cierto —intervino Xena con tono resuelto, dándole un empujoncito—. Venga, Gabrielle. Te acaban de encargar una actuación —ignoró alegremente la mirada indignada de Gabrielle y le dio a su amiga un segundo empujón más fuerte—. No me obligues a llevarte en brazos hasta ahí —sonrió para quitarle hierro a la advertencia.

Xena observó a Gabrielle ocupando el centro del escenario y luego se acomodó para mirar al público mientras éste miraba a la talentosa bardo. Y Gabrielle se superó a sí misma. Los mantuvo hechizados con tres buenas historias y un poema épico. Hasta Xena, que se sabía el final de las tres historias y había oído ese poema más veces que árboles había en el bosque, se quedó enganchada en la narración. Los habitantes del bosque le sonrieron de verdad cuando terminó y se dejó caer en el banco bajo junto a Xena.

—Buen trabajo —le susurró Xena al oído—. Muy bien hecho.

Gabrielle se sonrojó, pero con expresión contenta.

—Gracias. Creo que ha salido muy bien —contestó, susurrando a su vez—. Les ha gustado el poema.

—Claro que sí. A mí también me gusta —replicó Xena y cuando estaba a punto decir algo más, unos murmullos bajos le llamaron la atención. Volvió la cabeza ligeramente para captar mejor las palabras de unos cuantos habitantes del bosque, que estaban de pie detrás de la hoguera. Vio a Jessan entre los que parecían ser algunos de los hombres más jóvenes. Las pocas palabras que había oído le hicieron sospechar que el tema de la conversación era ella misma y que Jessan estaba siendo objeto de unas bromas bastante crueles.

Gabrielle se había percatado del cambio de humor y miró hacia el grupo.

—¿Qué ocurre? —escudriñó a través del humo del fuego—. ¿Están discutiendo? —miró a Xena a la cara, que había adoptado una expresión severa.

—Quédate aquí —masculló Xena—. Está visto que yo también voy a tener que hacer una actuación por encargo —se levantó y se estiró y luego se dirigió hacia el grupo, que había aumentado y ahora había levantado la voz.

Jessan estaba acorralado contra un árbol y tenía una expresión de rabia en la cara. Tenía las manos alzadas, como si intentara calmar a la gente, y entonces vio a Xena apoyada en un poste cercano, observando. Bueno. Lo había oído. Dejó que sus labios esbozaran una ligera sonrisa agria. La Xena tranquila y relajada que toda su aldea había visto durante la cena había desaparecido, sustituida por esta guerrera tensa, concentrada y peligrosa.

Se había corrido la voz, gracias a Deggis, de que ella lo había derrotado... sabía que sucedería. Ahora todos sus compañeros se lo estaban pasando en grande con sus bromas pesadas y sus comentarios estúpidos.

—Siempre he sabido que no tienes lo que hay que tener —reía Ectran con regocijo. Era el más grande de este grupo, casi tan grande como el propio Jessan, no tan alto, pero con un pelaje mucho más oscuro y un cuerpo más pesado—. ¿Cómo puedes levantarte siquiera y pisar el suelo de esta aldea, pedazo de rumiante? —escupió al suelo con desprecio—. ¡Una humana! ¡Encima una mujer! Seguro que yo podría...

—Seguro que no puedes —apareció simplemente... ahí. Jessan se estremeció. Ahí e irradiando tal grado de amenaza que el pelo del cuello se le erizó por pura respuesta. Con esa voz grave y sedosa que se oía claramente en todo el grupo, ahora silencioso, mientras Xena se enfrentaba a Ectran—. ¿Pero qué tal si lo averiguamos? —continuó, con una sonrisa, sin apartar los ojos de los de él ni por un instante. Vio que tragaba, con fuerza—. ¿Qué pasa, es que no tienes lo que hay que tener?

La respiración de Ectran cambió, se aceleró. Alcanzó la espada que llevaba a la espalda y ella retrocedió un paso, haciéndole sitio para desenvainar. Cuando su espada salió de la vaina y se lanzó hacia ella, lo esquivó ágilmente y lo dejó pasar. Él se volvió, ultrajado, y se lanzó de nuevo contra ella, moviendo la espada en una compleja serie de estocadas. Xena esperó a tenerlo casi encima y entonces desenvainó su propia espada y paró las estocadas, desviando su mayor peso y penetrando su guardia con unas estocadas rápidas y hábiles que le afeitaron el pelo del pecho. Se separaron y se movieron en círculo y entonces él avanzó y se lanzó contra ella con más determinación, golpeando con auténtica fuerza. Xena se mantuvo en su sitio, contrarrestando cada estocada con una sólida parada y de repente pasó al ataque, encontrando los huecos de su defensa, obligándolo a retroceder, echando entonces el peso hacia delante y, al final de la serie, desarmándolo con un poderoso y sólido revés que atrapó la espada de él a mitad de la empuñadura y la envió por los aires por encima de las cabezas de los demás.

Lo único que se oyó por encima del chisporroteo del fuego fue el golpe de la espada al caer a tierra. Ectran se sujetaba la muñeca con la otra mano, con una mueca de dolor. Se quedó mirando a Xena, quien se puso la espada al hombro y se relajó, contemplándolos.

—¿Queréis más? —preguntó Xena, con frialdad—. Por mí, encantada —se volvió en círculo despacio y observó al grupo silencioso y pasmado—. ¿Alguien quiere? —siguió habiendo silencio—. ¿No? Pues parece que no —la espada volvió despacio a su vaina y sus manos se apoyaron en su cinturón—. Las suposiciones son peligrosas —dijo Xena suavemente, recorriéndolos con la mirada—. Pero yo también —terminó, echando una mirada a Jessan junto con un ligerísimo guiño y saliendo entonces del círculo de habitantes del bosque para regresar hacia el fuego. Se apresuraron a abrirle paso.

—Os lo dije —suspiró Jessan—. Ectran, vamos a ocuparnos de tu muñeca —miró enfurecido al guerrero más joven—. Has tenido suerte. No tienes ni idea de la suerte que has tenido.

Ectran lo miró, con los ojos como platos.

—Caray —balbuceó por fin—. Lo siento muchísimo, Jessan... Es que... una humana, y encima mujer, y chico... caray. Nunca me han golpeado la espada con tal fuerza, ni siquiera tu padre —se frotó la muñeca, con un gesto de dolor, y luego sonrió a Jessan con aire taimado—. Me encantaría verla en acción —miró al grupo ahora sonriente—. Siempre y cuando no fuera yo contra quien estuviera luchando, claro —soltó un silbido bajo y prolongado y luego miró a Jessan con una ceja enarcada—. Oye... espera un momento. ¿¿¿Tú aguantaste más de una ronda con ella???

Jessan percibió el nuevo respeto del que estaba siendo objeto. Ya van tres, Xena. Voy a tener que pensar en algo bien espectacular para darte las gracias. Se rió por lo bajo y dirigió a Ectran hacia el sanador de la aldea.

—Sí y, chico, qué miedo pasé todo el rato, esperando no resbalarme —sonrió de mala gana—. Habría perdido una pierna o algo —se estremeció al recordarlo—. Es tan rápida... —chasqueó los dedos como un látigo—. Es como... es como... —se encogió de hombros, algo cortado—. Es precioso —levantó los ojos y se encontró con sus miradas, que ahora eran de admiración y cierta envidia.

Gabrielle estaba sentada con las piernas cruzadas en la plataforma baja, mirando a Xena mientras ésta regresaba hacia ella tras su pequeña demostración. La bardo observó con interés las miradas que seguían a su amiga por el centro de la aldea. Cuando Xena llegó de nuevo a su altura, dio unas palmadas en el banco y apoyó la barbilla en una mano que a su vez tenía apoyada en la rodilla.

Xena se dejó caer en el banco, suspirando. Se echó hacia atrás y miró a Gabrielle.

—Bueno, pues ya está. En realidad, ha sido más fácil de lo que esperaba —se rodeó una rodilla con los brazos y se quedó contemplando el fuego, con aire de haber encontrado algo de interés en su ardiente centro. En sus ojos todavía había un brillo acerado y sus hombros se estremecían de tensión.

La bardo esperó en silencio hasta que Xena cerró los ojos un momento, tomó aliento con fuerza y se relajó al soltarlo despacio. Entonces advirtió la mirada de Gabrielle y ladeó la cabeza para mirarla a su vez.

—¿Un dinar por tus pensamientos? —preguntó, con tono ligero.

—¿En serio quieres oírlos? —respondió Gabrielle, con un tono igual de ligero—. Mira que un dinar es un precio muy alto — Eso, Gab... ¿y si dice que sí? ¿Se lo vas a decir? Más vale que se te ocurra algo rápidamente.

—Sí —dijo Xena, arrastrando la palabra—. Quiero. Tenías una expresión muy interesante en la cara.

Oh oh.

—Mmm... ha sido muy bonito lo que has hecho para proteger a Jessan —la bardo carraspeó—. Creo que has impresionado a sus amigos —sonrió—. Mucho —Gabrielle echó un vistazo a la cara de Xena, donde había una ligera sonrisa indulgente y una ceja enarcada devolviéndole la mirada. Vale, no se lo traga. Pero no va a insistir. Será mejor... que empiece a trabajar en esta historia, antes de que se me desboque la imaginación.

—Mm-mm —comentó Xena con humor—. Lo que tú digas —observó el rubor que subía despacio por el cuello de Gabrielle mientras la miraba y entonces se echó a reír ligeramente. A veces... podría jurar que sabía exactamente lo que estaba pensando Gabrielle. Era... una idea muy extraña. Su mente lógica le dio una respuesta: probablemente captaba el lenguaje corporal subliminal de la bardo, lo cual sería normal, dado todo el tiempo que pasaban juntas. Dio vueltas a esa idea en la cabeza durante un rato y luego la abandonó y se quedó mirando el fuego, sin ver.

Desayunaron con Lestan y Wennid a la mañana siguiente, mientras se preparaban para regresar a la ciudad de Hectator. Sus guardias habían sido bien tratados, pero Hectator estaba deseoso de volver a casa y desmovilizar a las tropas que probablemente seguían preparándose.

—Bueno, han sido dos días inesperados pero estupendos —dijo Hectator en tono de guasa, mirando a Xena, que entraba en ese momento seguida de Jessan.

Xena se encogió de hombros, pero sonrió.

—Primero te ofrecí una explicación —comentó, sentándose al otro extremo de la mesa—. No es culpa mía que decidieras no escuchar.

Hectator se frotó la mandíbula, que seguía dolorida.

—Una lección para mí —pero le sonrió—. Se me había olvidado lo fuerte que pegas —obtuvo una ceja enarcada como respuesta—. Intentaré recordarlo para la próxima.

Lestan los miraba algo desconcertado. Humanos. Bromeando. En su casa. Imposible. Se sacudió y ofreció caballos a sus invitados para el regreso. Se reunieron fuera para despedirse: la guardia de Hectator, que seguía acampada en el río, se estaba poniendo nerviosa. Hectator se montó en un hermoso semental ruano de mirada dulce y le dio una palmadas en el cuello con aprecio. Xena se montó en Argo y luego, al ver la dolorida expresión de Gabrielle mientras contemplaba el caballo que le habían ofrecido, una bonita yegua pía, se echó a reír y alargó un brazo.

—Vamos —la bardo la miró mortificada, pero con alivio—. Odia cabalgar —le comentó a Hectator, que las miraba divertido, e izó a Gabrielle, colocándola detrás de ella sobre la paciente Argo—. Argo está acostumbrada a llevar doble carga.

Jessan les agarró las rodillas como gesto de despedida, pues ya las había abrazado en el suelo.

—Cuidaos —les aconsejó—. Volved por aquí cuando tengáis ocasión.

Lestan se acercó a ella por el otro lado y colocó una gran mano sobre el cuello de Argo.

—Como dice mi hijo, volved por aquí. Tengo la sensación de que tenemos muchas historias que contarnos —la miró a los ojos—. Además —ahora sonrió y se pareció mucho a su hijo—, todos mis guerreros me están exigiendo que te pida lecciones —sus ojos y los de Xena se encontraron e intercambiaron una mirada risueña de entendimiento—. Por favor, venid, cuando podáis —terminó Lestan, alzando la mano para estrechar la de ella.

Xena asintió.

—Lo haremos —volvió la cabeza de Argo y la azuzó para que se dirigiera hacia la puerta de la aldea.

Gabrielle intercambió un guiño con Jessan y saludó a Wennid agitando la mano. Una larga visita, con la oportunidad de absorber las historias de una cultura totalmente nueva... sonrió alegremente.

—Eso sí que va a ser divertido —murmuró al oído de Xena y la guerrera le respondió con una risa baja.

—Sí —asintió Xena, guiando a Argo con movimientos expertos—. Tengo la sensación de que lo va a ser y además no va a pasar mucho tiempo hasta entonces.

—La cosecha ha sido buena —le comentaba Hectator a Xena mientras cabalgaban deprisa hacia la ciudad, rodeados de su desconcertados guardias—. Y hemos empezado a construir un pabellón dentro de los muros de la ciudad. Ya lo verás —echó una mirada a la mujer que cabalgaba a su lado—. Os quedaréis unos días, ¿verdad? Te debo por lo menos un banquete.

Xena se echó a reír.

—Claro —miró por encima del hombro a Gabrielle, que por el momento estaba callada. Probablemente trabajando en otra historia—. Veníamos hacia aquí antes de desviarnos —se estiró en la silla de Argo y volvió a acomodarse—. Lo decía en serio: habría preferido contribuir a tu economía local.

Hectator se rió entre dientes como respuesta.

—Pues ha salido bien —miró hacia delante, donde se veía una pequeña nube de polvo—. Ah. Un comité de bienvenida —se quedaron mirando la nube de polvo, que se iba haciendo más grande, y entonces Xena se puso tensa. Su vista más aguda había distinguido algo que Hectator no: los rostros llenos de pánico y los flancos sudorosos de los jinetes y los caballos que se dirigían hacia ellos.

—Parece que hay problemas, Hectator —puso a Argo a medio galope, seguida rápidamente por el príncipe y sus guardias. Se reunieron con los jinetes que se acercaban en medio de un remolino de patas en movimiento y animales resollantes. El jefe de los jinetes desmontó a toda prisa de su animal y se acercó al estribo de Hectator, con el pecho jadeante.

—Mi señor... un ejército... viene hacia la ciudad —tosió—. Mi señor, son miles —se quedó mirando a Hectator, con los ojos desorbitados.

—Por Hades —musitó el príncipe—. Debe de ser Ansteles —se volvió hacia Xena—. Sal de aquí, Xena... lo digo en serio. Ésta no es tu lucha y yo sólo puedo movilizar a cuatrocientos hombres —luchó con las riendas de su caballo, ahora inquieto al percibir las emociones de Hectator—. Al menos tenemos la posibilidad de evacuar a los no combatientes.

Xena se quedó sentada en Argo en silencio por un momento, observándolo. Era absolutamente consciente de la presencia de Gabrielle, que esperaba aguantando la respiración justo detrás de ella. Por fin, suspiró.

—Lo siento, Hectator —una ligera sonrisa, una repentina tensión en los brazos de Gabrielle—. Vas a tener que aguantarme un tiempo —un apretón por parte de la bardo. Respondió con una leve risa entre dientes que sabía que Gabrielle podía notar—. Vamos. Tenemos que hacer planes —se le ocurrió una cosa y volvió la cabeza para hablar con Gabrielle.

—Ah, no —soltó la bardo, echándole a Xena una mirada de advertencia—. Ni lo pienses siquiera.

—Gabrielle... —empezó Xena, haciendo un gesto tranquilizador con una mano.

—He dicho que no. Ya está —contestó Gabrielle, con una mirada furiosa. Abrió la boca para añadir algo más, pero Xena se adelantó a ella, tapándosela con la mano.

—Sshh. No te voy a enviar lejos del peligro —apartó la mano con cautela y obtuvo un silencio relativo.

—¿No? —preguntó Gabrielle, extrañada.

—No —respondió Xena—. Pero me gustaría que cogieras el caballo de Hectator y que avisaras a Lestan. Si Ansteles toma la ciudad, su aldea será la próxima —vio las nubes de tormenta que se acumulaban en los ojos de su amiga—. Luego vuelve aquí lo antes posible —sus ojos enviaron un ruego a Gabrielle—. Se merecen un aviso.

Por fin, la bardo asintió despacio. Pasó una pierna por encima de los cuartos traseros de Argo y se deslizó hasta el suelo. Ante su sorpresa, Xena hizo lo mismo, de modo que las dos quedaron ocultas a los guardias que esperaban. Gabrielle vaciló, mirando a Xena a los ojos en busca de una explicación.

—¿Qué? —preguntó, al ver que la guerrera no hablaba.

—Escucha —contestó Xena, buscando las palabras con evidente esfuerzo—. Si dependiera de mí, te quedarías en la aldea de Lestan. Esto no va a ser bonito, Gabrielle —alzó una mano para atajar las protestas que ya se estaban formando en los labios de su amiga—. Pero sé que no depende de mí y que no te quedarás. Así que, por favor, date prisa y ten cuidado.

Gabrielle respiró hondo y asintió.

—Vale. Me daré prisa — Espero. Aceptó de mala gana las riendas del ruano de Lestan de manos de Hectator, que se ofreció para ayudarla a subir al caballo. Le echó una sonrisa irónica—. No hace falta, gracias. No me gusta, pero sé hacerlo —se montó en el caballo y le dio unas palmaditas en el cuello—. Venga, caballo. Vamos a volver a casa.

Xena la vio marchar con una mezcla de orgullo triste y auténtica preocupación. Bueno, ha salido mejor de lo que esperaba siquiera , pensó, resoplando en silencio. Mi técnica debe de estar mejorando. Se volvió hacia Hectator, que se estaba montando de nuevo en uno de los caballos de su guardia.

—Vámonos —dijo—. Ese ejército no va a esperar.

Hectator la miró.

—Xena... —su atractivo rostro se puso muy serio—. No tengo fuerzas suficientes para detener a Ansteles, si es que se trata de él. Y los dos nos odiamos desde hace muchísimo tiempo. No habrá posibilidad alguna de negociar —acercó su montura a Argo y bajó la voz—. Por favor... no quiero verme en el Tártaro con tu muerte sobre mis hombros también.

Xena lo miró con una ceja enarcada.

—Primero, si piensas que vas a morir, morirás —se le desenfocó la mirada un momento y luego volvió a centrarse—. Segundo, siempre hay posibilidades —permitió que una sonrisa acudiera a sus labios—. Tercero, si me veo en el Tártaro contigo por culpa de esto, te garantizo que lo lamentarás —le dio un leve puñetazo en el hombro—. Veamos qué opciones tenemos antes de dedicarnos a planear nuestra vida en el más allá.

Hectator vaciló, pero se dio cuenta de que sus guardias a la escucha miraban a Xena con algo parecido al alivio. La miró y luego suspiró.

—Bueno, tenía que intentarlo —masculló cortado—. Y seguiré intentándolo —volvió la cabeza de su montura e hizo un gesto a sus guardias para que emprendieran la marcha—. Vamos allá.

Gabrielle no vaciló al llegar al río que marcaba la frontera, sino que se lanzó de lleno a él. Los cascos del caballo levantaron una ligera espuma, que la caló de agua helada. Brr. Pero sólo duró un segundo y de nuevo se encontró entre la hierba.

Cuando estaba a medio camino de la línea de árboles, una gran figura se alzó delante de su montura y levantó la mano para detenerla.

—Tengo que hablar con Lestan —le dijo al guardia—. Es importante.

El alto habitante del bosque la miró solemnemente y luego le hizo un gesto para que siguiera adelante.

—Puedes pasar —dijo con voz grave.

—Gracias —asintió ella. Volvió con decisión la cabeza de su montura y se dirigió hacia los árboles. Ahora se sentía presa de la urgencia e hizo algo que nunca había hecho: puso al galope al caballo, que estaba bien dispuesto a ello. Era terrorífico... y emocionante, se reconoció a sí misma con franqueza. Ya no controlaba al inmenso animal: éste había olido su hogar y tenía ganas de correr. Aunque la verdad es que parece mucho más fácil cuando lo hace Xena. Xena parece tan a gusto a caballo... dioses, ojalá yo pudiera hacer lo que hace ella... debe de estar muy bien eso de poder hacer sin más todas esas cosas.

Gabrielle notó que el caballo echaba a correr a galope tendido, haciendo que el pelo se le echara hacia atrás dolorosamente. Se agarró a su cuello con todas sus fuerzas y él no bajó el ritmo hasta que llegaron a las puertas de la aldea misma y así y todo no frenó gran cosa. Entraron al galope y Gabrielle apenas consiguió dirigirlo a la casa de Jessan. A su alrededor se oían pisadas de carreras, como reacción a su violenta llegada.

Gabrielle detuvo con dificultad al sudoroso caballo y se dejó caer de su lomo, agarrándose a la espesa crin para sujetarse. Miró a su alrededor y vio a Jessan, que venía hacia ella, tras haber saltado del porche con una expresión de pasmo al reconocerla.

—¡Gabrielle! —exclamó Jessan, extrañado por su repentina aparición—. ¿Qué haces aquí? ¿Ha ocurrido algo cuando volvíais? —la agarró de los hombros con delicadeza, mirándola a los ojos con expresión preocupada.

—No, bueno, sí, pero no es lo que estás pensando —consiguió decir Gabrielle entre jadeos—. Es un ejército.

Jessan se puso pálido bajo el pelaje.

—Espera —se volvió a su primo más cercano—. Llama a Lestan.

—Estoy aquí —la voz grave sonó por encima de su otro hombro. Lestan miraba por encima del hombro de su hijo con preocupación—. ¿Un ejército? —observó a Gabrielle—. ¿De quién? ¿Dónde? ¿Cuándo?

La bardo se lo explicó rápidamente, ahora que había recuperado el aliento.

—Así que Xena quiso que os avisara... porque cree que si toman la ciudad, pues... —terminó.

Lestan la miró con desconfianza.

—¿Y qué quiere que hagamos? — Aliados o no... ésta no es nuestra lucha, pequeña bardo.

Gabrielle se quedó parada y lo miró fijamente.

—No me dijo que os pidiera que hicierais nada —contestó, extrañada—. Sólo me dijo que os merecíais un aviso —observó a los habitantes del bosque que la rodeaban, advirtiendo el interés en sus rostros—. ¿Hay algún problema con eso?

—Ah —fue lo único que contestó Lestan—. Nos tomamos el aviso muy en serio. Gracias —hizo un gesto a varias personas para que lo precedieran a su sala de reuniones y cerró la puerta, sin hacer caso de los crecientes murmullos de interés.

Jessan la miró preocupado.

—¿Y Xena cree que tomará la ciudad? —preguntó, en voz baja. Todavía la rodeaba con los brazos para sostenerla y ella no protestó.

Gabrielle se quedó pensando un buen rato en las palabras de despedida de Xena y en la expresión de su cara.

—Pues no lo ha dicho, pero sí... creo que eso es lo que piensa —se mordisqueó el labio—. Hectator sólo puede movilizar a cuatrocientos hombres —volvió a levantar la vista para mirarlo—. Me tengo que ir. Le prometí a Xena que me daría prisa.

Jessan echó hacia atrás la cabeza dorada y se quedó contemplando las estrellas pensativo.

—Espera un momento —le dijo suavemente a la bardo. Esto es, lo noto. A esto es a lo que estoy destinado. Los dioses han conspirado para reunirnos a todos justo para esta ocasión. Percibo la astuta mano de Ares... lo sé y me dirijo a ello con los ojos abiertos y la espada en alto —. Te llevaré de vuelta —dijo por fin, apoyando la barbilla en el pecho y mirándola—. Deja que coja mis cosas —la llevó al interior de su casa y abrió una puerta de la zona del fondo. Su cuarto, al parecer.

Gabrielle miró a su alrededor, con curiosidad. La habitación era bastante pequeña y no tan atestada como esperaba. Había una gran cama redonda en una esquina, parecida a la que habían usado Xena y ella, cubierta con unas gruesas colchas en tonos azules y verdes. De las paredes colgaban esteras de caña, pintadas con representaciones bien hechas del bosque que los rodeaba.

—Qué bonito —comentó.

—Gracias. Las he pintado yo —contestó Jessan, distraído, mientras sacaba varios objetos de un baúl situado al pie de la cama—. Espada, cota de combate, armadura para las piernas... creo que eso es todo —se levantó con los brazos cargados y sonrió ante la sorpresa que se veía en la cara de la bardo—. ¿Qué... creías que sólo sabíamos hacer flechas o algo así? —sus ojos dorados chispeaban risueños—. Y yo que pensaba que tenías una mente abierta.

Gabrielle se sonrojó.

—Me lo merezco —reconoció con una sonrisa cortada—. Ya debería saberlo, después de llevar tanto tiempo viajando con Xena.

—Oh —dijo Jessan, con una sonrisa maliciosa—. ¿Ella también pinta? —en sus ojos bailaba la risa—. No tenía ni idea.

—¿Que si pinta? No —se rió Gabrielle—. Pero sabe hacer muchas cosas —otra risita al ver su fingida expresión de inocencia y sus cejas arqueadas.

—Bueno, eso... —dijo Jessan despacio con una amplia sonrisa—. Eso sí que me lo creo —volvió a levantar la armadura y se volvió hacia la puerta justo cuando se estrellaba hacia dentro por la fuerza de la mano de Lestan.

—Jessan... —se detuvo en seco, al ver lo que llevaba su hijo en los brazos—. ¿Qué es esto? ¿Dónde te crees que vas? —entró en la habitación, echando una mirada algo desconfiada a Gabrielle.

—Voy a luchar con nuestros nuevos aliados, padre —contestó Jessan, dejando su carga en el suelo y, en cambio, empezando a armarse—. Les vendría bien un poco de ayuda —esquivó los ojos de su padre.

—¡¡¿¿Qué??!! —el rugido de Lestan sacudió la casa como un terremoto. Sus ojos ambarinos atravesaron a su único hijo como una llamarada, mientras Jessan se armaba muy tranquilo—. ¡Esto no es asunto tuyo! —se acercó a su hijo—. ¿Es que estás loco? ¡Tienes tantas posibilidades de morir a manos de nuestros nuevos aliados como a manos de sus enemigos! —golpeó el baúl con el puño—. No, Jessan... te prohíbo que lo hagas.

Jessan se detuvo y luego levantó la vista para mirar a Lestan.

—No puedes —dijo con calma—. Elijo este camino sabiendo dónde termina, padre —se puso la cota de combate y se colocó las placas en capas sobre los anchos hombros. Se volvió y miró a Lestan a los ojos—. Además, ¿qué símbolo más tangible de nuestra nueva alianza podrías desear tener que tu hijo luchando en defensa de su ciudad? —descubrió los colmillos—. Padre... esto me está llamando. Tengo que ir —se puso la correa de la espada, colocándose con firmeza a la espalda la larga espada de una batalla pasada. Luego se volvió y, clavando los ojos en la cara atribulada de su padre, se arrodilló ante él. Oyó la exclamación sofocada de su padre.

—Bendíceme —rogó Jessan, suavemente. El ruego tradicional cuando un hijo del bosque partía hacia el campo de batalla por primera vez—. Eres mi padre y el río que ha engendrado el arroyo que soy yo —tragó y siguió adelante—. Envíame al combate con tu bendición. Respeta mi decisión —por un momento, pensó que Lestan no lo iba a hacer y luego vio las lágrimas que llenaban los ojos de su padre.

—Eres mi hijo —consiguió decir Lestan—. Eres la antorcha encendida con el fuego de mi corazón y te envío a tu futuro con mi bendición —colocó las dos manos sobre la cabeza dorada de Jessan—. Mi corazón se estremece al enviarte por este camino, Jessan, pero... por Ares... tu decisión y la mía habrían caminado juntas por el bosque —agarró la cara de Jessan y se quedó mirando a su hijo a los ojos largo rato—. Respeto tu decisión —añadió por fin, con voz áspera. Luego se fue y la habitación quedó en silencio. Jessan se alzó, algo estremecido, y se volvió para mirar a la silenciosa Gabrielle.

—Es hora de irse —susurró.

—¿Estás seguro, Jessan? —susurró Gabrielle a su vez—. Ésta realmente no es tu lucha.

—Ah... Gabrielle —sonrió su alto amigo—, qué equivocada estás. Es precisamente mi lucha —señaló hacia la puerta y luego vaciló—. Pero... tú podrías quedarte aquí, ¿sabes? Eres muy experta con la vara, pero eso no sirve de mucho contra espadachines a caballo —supo su respuesta antes de que ella se la diera. Por supuesto. Qué estupidez por su parte mencionarlo siquiera. Para ella era tan imposible mantenerse al margen como para él.

—No —suspiró la bardo—. No, tengo que ir —se dirigió hacia la puerta por delante de él—. No sé explicarlo bien...

Jessan se rió suavemente.

—No, no sabes, ¿verdad? —murmuró por lo bajo, pero ella lo oyó y lo miró sorprendida—. Aahh... quiero decir... Bueno, vámonos —le hizo un gesto para que lo precediera y en ese momento los detuvo su madre, que lo miraba con dolorosa tristeza. Sus ojos se encontraron y ella lo estrechó entre sus brazos sin decir palabra y lo acunó como a un niño. Luego se echó hacia atrás y le dio un beso en la cabeza. Sólo cuando él le devolvió el beso, se volvió hacia Gabrielle.

—Niña, tráelo de vuelta de una sola pieza y yo te lo explicaré. Creo que lo comprendo mejor que mi hijo —Wennid le sonrió con tristeza. ¡Ni siquiera se da cuenta! Qué ciegos son los humanos.

Gabrielle esperó a estar fuera y, de hecho, hasta que Jessan estuvo montado en Eris antes de soltar:

—¿¿Pero de qué estaba hablando?? —cogió el brazo que le ofrecía Jessan, que la subió a los anchos cuartos traseros de Eris.

Aaiijj. Ahora Jessan estaba atrapado. ¿Debía explicárselo? Caray... era un tema en el que no creía que debía entrar con ella... ahora no, no en la víspera de una batalla. No... sin hablar también con Xena.

—No me lo preguntes ahora, por favor, Gabrielle —volvió la cabeza de Eris hacia la puerta y emprendió el largo camino a la ciudad—. Pregúntamelo cuando haya acabado todo esto.

Gabrielle le clavó puñales visuales en la espalda. Secretos, otra vez. Los odiaba. ¿De qué hablaban Jessan y su madre? Sabía que tenía que ver con ella, de una forma difusa. ¿Explicarme el qué? ¿Que comprende mejor el qué? ¿Qué tiene Wennid que pueda llevarla a explicar algo que comp... Oh. Un momento. La bardo se quedó quieta, atónita ante una súbita idea. Qué va. Qué tontería. Se encogió de hombros y se acomodó para esta cuarta ronda de lo que se estaba convirtiendo en un trayecto muy desagradable. Tenía tiempo más que suficiente para pensar en lo tonta que era su idea.

Xena y Hectator estaban en la muralla, observando una nube lejana que se acercaba y escuchando los chasquidos mientras el viento hacía trizas sus estandartes. Los dos estaban de un humor sombrío, pues sólo tenían trescientos noventa y dos hombres para proteger el castillo y se enfrentaban a un ejército cada vez más cercano que sumaba cerca de mil doscientos y contaba con buenas armas y buenos caballos. Xena se había puesto la armadura extra que rara vez se ponía ya y se había guardado en varios sitios unos cuantos puñales más con sus correspondientes fundas. Estaba sentada con calma en la parte superior de la muralla y sus ojos contemplaban las tropas que se avecinaban.

Hectator la miró, impresionado a su pesar. Ella sabía que se trataba de una causa perdida. No habría amnistía ni tratados: con Ansteles no. Su rencor hacia Hectator era antiguo y bien alimentado. Sólo le cabía la esperanza de plantar cara con valor y evacuar a todos los no combatientes a los alrededores. Mañana moriría en este campo, lo mismo que sus tropas y, muy probablemente, esta hermosa mujer que estaba sentada con engañosa tranquilidad en su muralla.

Una vez más.

—Xena —con osadía, la agarró del hombro y ella se volvió para mirarlo a los ojos. Él se estremeció—. No hagas esto. Aquí no tienes nada que demostrar. Márchate... llévate a Gabrielle —le tocó su punto débil con delicadeza. Lo sabía y ella también—. No la obligues a ver esto.

Despacio, ella le sonrió.

—Hectator, agradezco tu preocupación. En serio —volvió a mirar al horizonte—. Gabrielle conoce el peligro. No es como si no hiciéramos esto todo el tiempo — Me ha visto morir dos veces. Nada nuevo —. Digamos que me estoy jugando la vida contra mi propio buen juicio —se levantó, cruzó el estrecho muro y se quedó mirando hacia la puerta del castillo. De la oscuridad del bosque, diminuto en la distancia, surgió un animal negro al galope cuyo primer jinete atrapaba los últimos rayos del sol, que hacían arder su pelaje dorado. Bajando la vista, Xena se sonrió en silencio.

—Ahí está el castillo —comentó Jessan, volviéndose hacia Gabrielle, que guardaba silencio. No había dicho gran cosa durante el trayecto, lo cual era inusual—. ¿Estás bien?

Gabrielle asintió.

—Bastante —contempló las torres del castillo, donde apenas distinguía una figura alta que se destacaba contra el cielo teñido de ocaso. A esta distancia no le veía la cara, pero la forma y una sensación interna que Gabrielle hacía poco que había empezado a percibir le dijeron quién estaba allí, observando. En su cara se dibujó una leve sonrisa—. Vamos dentro.

El guardia de la puerta se sobresaltó al ver a Jessan, de eso no cabía duda. Gabrielle se apresuró a tranquilizarlo, mientras el alto habitante del bosque observaba en silencio. El hombre asintió cuando ella se lo explicó.

—Sí, conocemos el tratado. Es que no nos esperábamos... —levantó los ojos hacia Jessan—. No es que no nos venga bien tu ayuda.

Está asustado , pensó Jessan, sorprendido. Ah... a los humanos no les gusta el combate en realidad, salvo a unos pocos. Se me había olvidado.

—¿Podemos entrar? —preguntó, apaciblemente, mirando al guardia con una ceja enarcada.

—Claro... claro —el guardia, avergonzado, se quitó de en medio—. Mm... —se volvió hacia Gabrielle—, Xena me dijo que estuviera atento a tu llegada... Hectator y ella están...

—En lo alto de la muralla. Gracias —contestó Gabrielle, distraída. Cruzó la puerta y se dirigió a la gran entrada, que estaban preparando para el asedio.

Jessan corrió detrás de ella, agarrándola del brazo y frenando su avance.

—¿Cómo lo sabías? —preguntó, ladeando la gran cabeza con una expresión cómica—. Dónde estaban, me refiero —a esta distancia, él desde luego que no podía percibir a Xena, de modo que...

Gabrielle se encogió de hombros.

—Porque la he visto ahí arriba, claro —lo miró con curiosidad—. ¿Cómo creías que lo sabía? —frunció el ceño—. No te me irás a poner todo místico, ¿verdad? O sea, es una explicación perfectamente razonable.

—Aaiijj —farfulló Jessan—. Sí. O sea, no. O sea... oh, Hades —le puso una mano en el hombro y la guió hacia las escaleras—. Olvida la pregunta —pero sabía que ella no lo iba a hacer. Sabía que iba a tener que darle alguna explicación estúpida. Por Ares, qué imbécil era en ocasiones—. No, es decir, no olvides la pregunta.

Gabrielle se limitó a mirarlo y a esperar, mientras continuaba el largo ascenso.

—Uuf... vale... —suspiró él por fin—. Pensé que tal vez podíais... es decir, nosotros podemos... así como... percibir... a la gente —Jessan la miró a la cara un momento—. Así que... pensé que a lo mejor... aunque por lo general los humanos no pueden... pero vosotras sois únicas, así que tal vez... mm... vosotras también podíais.

—Ah —Gabrielle reflexionó sobre ello un momento—. Pues sí. Es decir, Xena lo hace todo el tiempo —comentó—. Y supongo que yo también puedo, al menos con ella, un poco —lo miró, aliviada—. ¿Eso es todo? Pues podrías haber preguntado. Dado como te habías puesto, pensé que era algo... no sé qué pensé que era.

—Xena lo hace todo el tiempo —repitió Jessan, sin comprender—. ¿Todo el tiempo? —siguió subiendo en silencio durante un buen rato—. Increíble.

—Pues sí —Gabrielle se rió ligeramente, agarrándose al pasamanos para ayudarse a subir—. Yo creía que era una de esas... ya sabes, esas cosas de los guerreros. Como lo que os enseñan en la escuela para guerreros o donde sea que aprendéis todas esas cosas —miró irritada el final de las escaleras allá en lo alto—. En lo más alto de la torre, ¿eh, Xena? Te vas a enterar.

Jessan siguió subiendo, profundamente pensativo. Por fin:

—Gabrielle.

—¿Sí? —contestó la bardo, mirándolo—. ¿Qué?

—¿Te puedo hacer una pregunta sin que te enfades conmigo? —Jessan la miró, con cierta preocupación. Xena es mucho más fácil de calibrar que ésta. Ésta tiene unas honduras que yo no comprendo.

Gabrielle se paró en seco y se puso en jarras.

—¿Qué? ¿Qué podrías preguntarme para que me enfadara , Jessan?

El alto habitante del bosque se detuvo también y la miró, con expresión seria en sus ojos dorados.

—¿Recuerdas cuando os conté la historia de mis padres? —vio que arrugaba la frente.

—Sí —contestó Gabrielle, despacio. ¿A dónde quiere ir a parar con esto? ¿De verdad quiero saberlo? Probablemente no.

—¿Recuerdas cuando me preguntaste si se habían enamorado? Y yo dije que un vínculo vital es más que amor, es un vínculo que va más allá... —se detuvo al ver la expresión de su cara. Un espejo de lo que había visto al contarlo la primera vez—. ¿Por qué eso quiere decir algo para ti? —Jessan esperó, incómodo, sin saber si ella iba a contestar. Se maldijo por entrometerse, por abrir la boca para empezar. Esto no era asunto suyo. Además, no se lo iba a decir, lo veía en sus ojos.

Gabrielle se volvió y siguió subiendo las escaleras. Al cabo de un momento, Jessan se reunió con ella.

—Perdona —dijo, con cautela—. No pretendía...

—No, no pasa nada, Jessan —murmuró Gabrielle—. Es lo de más allá de la muerte. Nosotras hemos pasado por eso —miró su cara pasmada—. Supongo que me ha afectado.

—Oh —contestó Jessan, en un tono muy apagado—. Eso expli... caray. Lo siento, Gabrielle — Bueno. Lección número uno. No des nada por supuesto con respecto a los humanos. Especialmente éstas.

—No pasa nada, Jessan —replicó Gabrielle—. Ahora ya puedo con ello bastante bien —le sonrió—. Cosas que pasan, ¿no?

—Sí —contestó Jessan, en el mismo tono exacto que empleaba la propia Xena cuando quería decir precisamente todo lo contrario. Llegaron a lo alto de las escaleras y Jessan alargó una mano enorme para abrir la puerta.

Pisadas en las escaleras superiores. Los dos se volvieron para mirar cuando se abrió la puerta de la parte superior de la muralla y salió Gabrielle, seguida de la mole y el color inconfundibles de Jessan. Xena se fijó en la bardo al acercarse a ellos y notó la expresión algo tensa de Gabrielle.

—¿Estás bien? —preguntó en voz baja cuando estuvieron más cerca.

—Sí —contestó Gabrielle escuetamente—. Sólo un poco cansada —sonrió a Xena fugazmente—. Demasiados caballos para un solo día —Xena asintió y luego prestó atención al habitante del bosque.

—Jessan —Xena pronunció su nombre como si lo saboreara—. No tienes ninguna obligación de estar aquí —levantó los ojos para mirarlo—. Esto no va a ser una práctica de combate —sus ojos azules capturaron los dorados de él.

—Lo sé —contestó Jessan, con una carcajada grave resonando en su pecho—. Como le he dicho a mi padre, entro en esto con los ojos abiertos —sonrió, lo cual revistió su rostro feroz de una expresión increíblemente dulce—. Me ha bendecido, me ha enviado a la batalla y ya lo estoy pasando en grande —se le iluminó la cara—. Estoy deseando luchar a tu lado.

Xena frunció los labios pensativa y luego su mirada se hizo más cálida con la comprensión que hay entre personas afines.

—Ya me siento mejor —comentó, viendo cómo se le iluminaba la cara de placer ante el cumplido. Al contrario que Hectator, al contrario que la inmensa mayoría de los soldados que se preparaban abajo, Jessan era el único que sentía la intensa punzada de emoción que ella también sentía. Él lo vio en sus ojos y los suyos lo recibieron con un destello solemne.

Ella se levantó y señaló hacia la puerta.

—Deberíamos descansar un poco mientras podamos —echó una mirada al horizonte—. Estarán aquí hacia el amanecer —miró a Gabrielle, que estaba apoyada en el muro cercano, con aire exhausto—. Tú también. ¿Cuánto has montado a caballo hoy? —añadió la guerrera, en broma—. ¿Crees que ya te va gustando?

Gabrielle consiguió sonreír, aunque no veía nada que mereciera una sonrisa. Al ver la armadura extra que rodeaba a su amiga, había sentido un escalofrío por la espalda como reflejo. También percibía la fiebre reprimida de Xena que iba en aumento y sabía que ésta era una faceta de la guerrera que no entendía, que no le era posible comprender, del mismo modo que Xena no podía concebir cómo ella reunía los detalles deslabazados para crear un impresionante relato. Bueno, ahora no podía pensar en eso.

—Sé que mañana lo lamentaré —se apartó del muro y se acercó a ellos—. ¿He oído a alguien mencionar la cena?

Xena se rió entre dientes y la llevó hacia la escalera con una mano en el hombro de Gabrielle.

—Tú siempre igual —hizo un gesto a Hectator y Jessan para que las precedieran y los observó mientras desaparecían en la oscuridad de la escalera. Entonces se volvió hacia Gabrielle y el humor desapareció de su cara—. ¿Seguro que estás bien? —Xena examinó la cara de la bardo—. Pareces un poco tensa.

Gabrielle le sonrió brevemente.

—Sí, estoy bien. Sólo cansada, de verdad. Pero gracias por preguntar —empezó a bajar las escaleras—. Y me muero de hambre —añadió, con una sonrisa guasona en dirección a Xena.

Xena resopló.

—¿Y cuándo no? —dijo, sofocando una risa.

Bajaron a un patio inmerso en una sombría actividad. Ahora que había oscurecido, hasta los ruidos parecían apagados, mientras los soldados y los ciudadanos de la ciudad de Hectator se preparaban para el ataque que tan rápidamente se avecinaba. El patio mismo estaba inundado de pilas de armas y armadura y del ruido de las antorchas agitadas por el viento constante.

Jessan era consciente de las miradas subrepticias que recibía, sorprendido de que no hubiera más hostilidad de la que percibía, y entonces cayó en la cuenta de que estas personas estaban mucho más preocupadas por la idea de la pérdida y la muerte que por unos extraños seres del bosque caminando entre ellas. Lo veía en sus caras, en sus movimientos constantes y precisos, en sus miradas ceñudas. Tan fuerte era la sensación que pesaba sobre este lugar como un sudario, nublándole la Vista más que la visión. Echó una mirada a Hectator, que caminaba a su lado, sumido en sus propios pensamientos lúgubres, y se acercó un poco más a él.

—Hectator —murmuró, suavemente. El príncipe levantó la mirada, algo sobresaltado—. Sé que no te será de mucho consuelo, pero me alegro mucho de estar aquí para ayudar —continuó el habitante del bosque, en voz baja—. Tal vez las cosas vayan mejor mañana de lo que esperas.

Hectator suspiró.

—Jessan, no sé por qué estas aquí siquiera. No es que no lo agradezca —miró al hombre más alto con desesperación en los ojos—. ¿Por qué? ¿Por qué te juegas la vida en esto, cuando hace dos días me estaba preparando para atacar tu aldea? ¿Por qué nos ayudas? No lo entiendo. No te entiendo a ti y no la entiendo a ella —echó una rápida mirada por encima del hombro a las mujeres apenas visibles que los seguían—. Yo que tú, saldría al galope de aquí todo lo deprisa que pudiera llevarme mi caballo.

—¿Eso harías? —preguntó Jessan, apaciblemente—. Lo dudo —le echó su sonrisa cálida y dulce—. La vida es una lucha, Hectator. Todos lo sabemos. Supongo que cuando puedes elegir el sitio donde hacer frente a algo, lo haces —bajó la mirada al suelo y la subió de nuevo—. Al menos yo lo hago —un vistazo hacia atrás—. Y no puedo hablar por Xena, claro está, pero creo que ella también lo hace.

—¿La conoces desde hace mucho? —preguntó Hectator, olvidando por un momento su melancolía gracias a una vaga curiosidad.

Jessan se echó a reír.

—Quince días —sus ojos destellearon—, que me parecen toda una vida —se encontró con la mirada asombrada de Hectator—. Me rescató de una aldea al otro lado de esta región —adivinó fácilmente la pregunta tácita en el rostro del príncipe—. Y sí. Esto lo hago más por ella que por ti. ¿Contento?

Hectator se quedó callado un momento, asimilando esta información. Luego asintió y sonrió a Jessan tensamente.

—Puedo... comprender... tus motivos —reconoció—. Pero creo que estarías aquí de todas formas —miró con una ceja enarcada a Jessan, que le sonrió mostrando los dientes como respuesta.

—Los humanos no estáis tan mal después de todo —comentó alegremente—. Al menos algunos de vosotros —el habitante del bosque levantó una mano para abrir de un empujón la puerta de la cámara interna, donde los trabajadores del castillo habían reunido alimentos para los habitantes de la ciudad—. Mmm... qué bien huele —comentó con aprobación.

Hectator los llevó a la mesa principal, levantando la mano para saludar a medida que sus capitanes advertían su presencia. Alrededor de las mesas de caballetes esparcidas por la sala había pequeños grupos de hombres y mujeres y algunas de las mujeres tenían niños pequeños en brazos, evidentemente familiares que estaban pasando el rato con sus padres y maridos soldados. Hectator hizo una mueca. Él no tenía dama, todavía, aunque había varias posibilidades en perspectiva. Echaré de menos la posibilidad de haber conocido eso , pensó para sí mismo. No se hacía ilusiones de sobrevivir: Ansteles se encargaría de ello, aunque permitiera a parte de sus fuerzas rendirse y dispersarse. Suspirando, apartó una silla en la mesa principal y se sentó y sus tres acompañantes hicieron lo mismo. Un criado del castillo se acercó a ellos, con una jarra y una bandeja de pan.

—Gracias —musitó Hectator, distraído, pasándole el pan a Jessan. Una mano le tocó el brazó y lo sobresaltó. Miró a la izquierda y quedó capturado por los claros ojos azules de Xena. Alzó una ceja interrogante.

—Hectator —dijo Xena, en voz baja—. Tienes que controlarte. Así no puedes dirigir a tus tropas.

—¿Así cómo? —contestó Hectator, apaciblemente, apoyando la barbilla en una mano—. Lo siento, Xena, no puedo fingir entusiasmo ni optimismo cuando no los siento en absoluto —hizo un gesto señalando la sala—. ¿Sería justo para ellos? Lo saben, Xena. Mira sus caras. Míralos a los ojos. Mañana no tenemos la más mínima posibilidad. Y algunos de ellos puede que consigan escapar al bosque —bajó la voz y le devolvió la intensa mirada—. Así que, por última vez, ¡quieres hacer el favor de irte de aquí! Y llévate a Jessan contigo.

—Escucha —dijo Xena, agarrándolo por las solapas y sorprendiéndolo con su repentina violencia—. He vivido ya lo mío, lo suficiente como para saber que en la guerra puede pasar cualquier cosa, Hectator. Cualquier cosa. Pero si entras derrotado, sales derrotado. Si quieres creer que vas a morir ahí fuera, muy bien. Pero a todos los demás les tienes que dar una oportunidad. Eso incluye a Jessan. Eso me incluye a mí. No voy a salir mañana ahí fuera pensando que no voy a volver. No puedo —su voz se apagó hasta convertirse en un susurro sibilante—. No puedo —miró rápidamente hacia la derecha, donde Jessan hablaba en voz baja con Gabrielle. La mirada no le pasó desapercibida a Hectator—. Así que más vale que decidas si puedes hacer una buena actuación delante de tu gente o voy a tener que hacer algo al respecto. ¿Me oyes?

Hectator la contempló en silencio, comprendiendo mínimamente y por primera vez a esta extraordinaria mujer.

—Está bien —contestó, lanzando su vida, sus creencias, su honor al río revuelto del destino. No creía en su futuro, pero, ineludiblemente, creía en ella. Eso tendría que bastar, al menos por ahora—. Te oigo —tomó aliento con fuerza y luego lo soltó. Cuando alzó los ojos, en ellos ya no se veía la derrota. Recorrió la sala con la vista, intercambiando miradas con sus capitanes, dedicando a esos rostros marcados de cicatrices una ligera inclinación de cabeza, una leve sonrisa. Inexplicablemente, la pesadumbre que había en la sala disminuyó, las voces adoptaron un tono más normal. Hectator sintió un leve estremecimiento de emoción que le bajó por la espalda. Eso lo he hecho yo. Miró a Xena, vio la leve sonrisa que le bailaba en los labios y la correspondió—. Siempre me olvido de que ya has pasado por esto —reconoció, cortado.

Xena sofocó una risa.

—Sí. Una o dos veces —se reclinó y mordió pensativa un trozo de carne mientras escuchaba a Gabrielle relatar una historia a Jessan, que estaba fascinado. De repente las palabras le llamaron la atención y sonrió. Cómo no, le está contando esa historia. Un momento. Esta mujer es bardo... —. Gabrielle —interrumpió Xena, echándose hacia delante para llamarle la atención.