La esencia de una guerrera iii

Xena se ve envuelta en una posible guerra entre su amigo hectator y lestan padre de jessan

La esencia de una guerrera

Melissa Good

Título original:A Warrior By Any Other Name.Copyright de la traducción: Atalía (c) 2002

—Lo voy a echar de menos —comentó Gabrielle, apoyada en su vara.

—Mm —asintió Xena, apartando a Argo de la larga extensión de árboles—. Pero por alguna razón, tengo la sensación de que lo vamos a ver de nuevo.

—¿Quiénes eran, Jess? —gruñó Deggis al reunirse con su primo al otro lado del río—. No es un buen momento para que unos desconocidos sepan dónde vivimos —el hombre más bajo miraba a derecha e izquierda mientras Jessan y él caminaban por el sendero hacia la aldea.

Jessan miró a su primo con cierta irritación.

—Calma —suspiró—. Me ayudaron a escapar de los humanos y me han traído a casa. ¿Eso no es suficiente? —miró hacia atrás—. En cuanto a quiénes son, eso será mejor que lo oiga mi padre primero — Oh, sí, por supuesto y por cierto, Deggis, ésa de ahí era Xena... ¿sabes, la señora de la guerra que masacró a las mujeres y los niños del valle vecino? Ya —. ¿Por qué, qué está pasando? —preguntó por fin, al darse cuenta de lo que había dicho Deggis.

Su primo suspiró.

—El príncipe humano de la comarca, Hectator, nos vio a unos cuantos cazando —contestó con gravedad—. Se están preparando para una invasión total del bosque —volvió a mirar a Jessan—. ¡Eh! ¿De dónde has sacado esa espada? —soltó un silbido—. Es estupenda...

—Es una historia larguísima —respondió Jessan, divisando la casa de su familia—. Ahora que lo pienso, es una lástima que no haya invitado a mis nuevas amistades. Seguro que nos venía bien su ayuda.

Deggis lo miró como si estuviera loco. ¿Humanos? ¿Amigos? ¿Pero qué le había pasado ahí fuera?

—¿Qué? —sacudió la cabeza—. ¿Qué podrían hacer los humanos por nosotros?

Jessan no le hizo caso y entró corriendo en su casa. Como esperaba, allí estaban su padre y su madre, sentados a la gran mesa, y a su alrededor los mejores jefes guerreros de su padre. Se volvieron para mirarlo sorprendidos cuando entró por la puerta.

—¡Jess! —exclamó Wennid, pasmada—. Nos... —miró a Lestan algo confusa—. Nos habían dicho que te habían capturado.

Lestan dejó que una expresión de alivio le invadiera las facciones marcadas de cicatrices.

—Me alegro de ver que no era cierto —gruñó, echando una mirada de reojo a varios de los guerreros de más edad, que le habían dado la noticia. Ellos le devolvieron la mirada muy desconcertados. Sabían lo que habían visto.

—Era cierto —dijo Jessan, tan tranquilo. Ésta no es la forma en que esperaba revelar mi historia, pero... —. Me capturaron y me ataron a un cadalso y se estaban dedicando a matarme a golpes, la verdad — Ajjj. No debería haberle dicho eso a madre, mira cómo se ha encogido. Jessan, a veces eres un idiota. Se acercó a ella y encajó el cuerpo entre sus brazos abiertos para recibir un abrazo. Qué extraña esta necesidad de contacto físico, en un pueblo tan belicoso, pensó. Pero era real.

—Te escapaste —dijo Lestan, hablando despacio. Frunció el ceño—. Evidentemente —miró a su hijo y ahora, con la luz, vio las heridas recién curadas que tenía en la cabeza y los hombros.

Jessan miró por encima del hombro de su madre y clavó los ojos en los de su padre.

—No —cerró los ojos y saboreó el momento, oyendo el trueno de los cascos de un caballo—. No, me rescataron —sonrió ferozmente—. Me rescató un ser humano —notó que su madre se ponía rígida entre sus brazos—. Dos, en realidad —miró la cara confusa de su madre—. Y un caballo.

Se dio cuenta, al mirar a su alrededor, de que todo el mundo lo estaba mirando. Lestan vaciló y luego hizo un gesto a las demás personas que había en la estancia.

—Marchaos —dejó los planes de batalla en la mesa—. Sé que tenemos poco tiempo, pero tengo que hablar con mi hijo.

Se hizo un silencio ensordecedor cuando todos salieron. Jessan soltó a su madre y se sentó a la mesa, apoyando la barbilla en las manos.

—Un ser humano —repitió Wennid, cogiendo una jarra y un vaso del otro lado de la mesa. Le temblaban las manos.

—Dos —contestó Jessan, en voz baja, observando la cara de su padre por el rabillo del ojo. Lestan tenía una expresión agria—. Y un caballo —añadió.

—No te hagas el gracioso —gruñó Lestan, sentándose en una esquina de la mesa—. ¿Cómo te rescataron? —se echó hacia delante—. ¿Y a qué precio?

Ay. Jessan hizo una mueca.

—Ahuyentaron a los aldeanos, me cortaron las cuerdas y me sacaron de allí —hizo una pausa y se tocó la cabeza con cuidado—. Luego me curaron las heridas y me cuidaron hasta que pude viajar —los miró. Esto está saliendo más o menos como esperaba —. En cuanto al precio... — ¿Mi ira? ¿Mi desesperación? ¿Mi deseo de morir y reunirme con mi amada? Una parte de mi corazón es lo que les he dado. Bien barato me parece —. No me pidieron nada — Y yo les daría... cualquier cosa.

—¿Y los dejaste con vida? —preguntó Lestan, en cuyos ojos empezaba a asomar el horror—. Los has traído hasta aquí ¿¿¿y has dejado que vivan ??? —golpeó la mesa con el puño sano, haciendo saltar la jarra y derramando agua en la superficie—. ¡No me lo puedo creer! —se levantó y se puso a ir y venir, de la puerta a la mesa y vuelta.

Jessan suspiró levemente.

—Oh, sí —ese último abrazo—. Ya lo creo que viven —sonrió por dentro. Papá... ¿cómo podrías entenderlo? ¿Quién tuvo que teñir el bosque con el rojo de su sangre? Ni siquiera mamá, que lleva la paz en el corazón, puede soportar la idea de su existencia. Pero... no son tan distintos de nosotros. No son tan distintos en absoluto.

Wennid observó la cara de su hijo en silencio. Era evidente que le había pasado algo, pero no sabía qué. Jessan se había marchado de su bosque natal... atormentado... con los ojos ensombrecidos por la muerte de Devon. No había visto una sonrisa en sus rasgos marcados más que unas pocas veces desde que ella murió. Se había hecho introvertido y su carácter bondadoso y alegre se había nublado, perdido. Este hombre que había vuelto a ella era más parecido al hijo que recordaba. La sonrisa dulce le bailaba en la comisura de los labios, reflejando la tenue sonrisa que se veía en sus ojos. Percibía una paz en él ausente desde hacía mucho tiempo. ¿Pero cómo podían haberle dado ese regalo unos humanos? Además, ¿por qué habrían ayudado a Jessan? Sabía de alguno que otro que, al contrario que la mayoría, parecía haberse librado de su estrechez de miras casi incomprensible, pero... y sin embargo, a su hijo le había pasado algo. Preocupada, miró a Lestan, que daba muestras de estar a punto de perder los estribos.

Lestan se acercó a la mesa y agarró a su hijo por la mandíbula, obligándolo a mirarlo a los ojos.

—¿Quiénes son? —preguntó, en tono tajante. Como si no tuviéramos ya suficientes problemas y ahora tengo que enviar exploradores tras esos dos. Estaba enfurecido. ¿Cómo ha podido Jessan hacerle esto a su pueblo? Conoce los riesgos. Niño idiota.

Jessan se levantó, soltándose de la mano de su padre, y se irguió del todo, superando a Lestan por varios centímetros. Lo aprovechó, cuadrando los anchos hombros y tomando aliento. Ésta era la parte que le daba miedo.

—Padre... —se humedeció los labios, nervioso—. No nos van a hacer daño. No lo entiendes, no puedes... —se acercó a la pared y volvió—. Yo... para mí son familia —no hizo caso de la exclamación sofocada de su madre—. Lo siento... sé que los odiáis, mamá, papá... pero... —un sonoro chasquido cuando Lestan le dio una bofetada en la cara con el brazo sano. Él ni se inmutó y tuvo la satisfacción de ver la momentánea expresión de asombro en los ojos de Lestan.

—¿Que los odiamos? —gruñó su padre, en un tono espantosamente grave—. ¡Idiota! No tienes ni idea de lo poco apropiada que es esa palabra para lo que siento —agarró a Jessan por un lado del cuello y lo empujó contra la pared—. Todos los días de mi vida tengo que caminar en ese bosque sobre la sangre de miles de los nuestros por la incapacidad de los humanos de vivir en paz —tragó con fuerza, volviendo a empujar a Jessan contra la pared—. ¿Cómo has podido traicionarnos así? —acercó más la cara—. ¿¿Quiénes eran??

—No puedo. No te lo voy a decir —fue la respuesta de su hijo, tranquila, suave, inflexible como el granito—. Se jugaron la piel por salvarme. Me cuidaron. Me ofrecieron su amistad. Me trajeron a casa —agarró la mano de su padre y se la quitó del cuello—. ¿Y quieres que revele quiénes son por tu ira? A mí sólo me han hecho el bien, ¿es que somos tan malos como ellos? ¿Les vamos a devolver un daño cuando no han hecho ninguno? No —echó una mirada a la cara atribulada de su madre—. No, no lo voy a hacer —Jessan volvió a mirar a los ojos furiosos de su padre—. No lo voy a hacer.

Silencio en la estancia. Wennid la cruzó y se puso al lado de su hijo.

—Déjame Ver tu corazón —dijo, colocándole una mano en el pecho. Miró a los ojos cuajados de motas doradas de Jessan, percibiendo... ah. Cerró los ojos, con un profundo dolor. ¿Qué clase de humanos eran estos que le hacían sentir esto? Ahondó más y captó apenas unos retazos de las imágenes que se le pasaban por la mente, cosa que sólo podía hacer con su hijo y con su compañero de vida. Una puesta de sol. Agua. Una humana de pelo rojo y ojos verdes como el mar, que se reía. Agua de nuevo, esta vez por encima de su cabeza. Wennid sofocó una exclamación. ¿Habían intentado ahogar a su hijo? No... unas manos fuertes, unos brazos que lo levantaban y lo sacaban del agua. Otra humana. Pelo oscuro y penetrantes ojos azules... Percibió el cariño que se intercambiaban, vio que la humana sonreía a su hijo, supo que era cierto.

Supo que reconocía a la segunda humana, que la había visto con las manos ensangrentadas en medio de una aldea saqueada del valle vecino y de nuevo al mando de una banda de asaltantes atacando a los pastores que había hacia el este.

—Oh, Jessan —exclamó Wennid suavemente, enredando los dedos en el pelo de su pecho—. Dime que me equivoco —lo miró a los ojos, desolada. Dime que lo que le vi hacer en aquel valle, a esa gente, no era cierto. Ah... pero no puedes, ¿verdad, noble hijo mío? Porque yo la vi. Yo misma. No puedes convencerme de que la persona que hizo aquello es digna de tu... Oh, Jessan... No.

Mamá, no... no se lo digas, porfavorporfavorporfavor... no... aulló la mente de Jessan. Su madre era el único factor sobre el que no tenía ningún control. La miró a los ojos claros, rogando. Ella tenía más motivos que la mayoría para odiar a la especie de Xena y ahora conocía el rostro de quien lo había rescatado. No había muchas mujeres guerreras y Wennid la había visto, por lo menos una vez. El aspecto de Xena no se olvidaba fácilmente. Se dio cuenta de que Wennid se debatía con su dilema y aguantó la respiración. Al final, ella suspiró y alzó la mano para acariciar delicadamente la cara de su hijo. ¿Como disculpa? ¿Aceptación? Sólo de pensarlo, se estremeció.

—Lestan... amor mío —volvió la cabeza y miró a su compañero a los ojos. Su vínculo transformó incluso esa mirada fortuita en algo más íntimo, al tocarse sus almas, y ella se sintió flotar en la mirada caoba de él—. Lo que siente es... cierto —frunció los labios—. Creo... que no suponen un peligro para nosotros —sonrió a su hijo, quien cerró los ojos lleno de alivio y cansancio—. Pero Jessan... debes decirle a tu padre quién era esta persona —le tocó levemente la mejilla—. Tiene que saberlo. Porque si te equivocas, suponen un peligro extremo para nuestro pueblo.

Él la miró, desconcertado. ¿Acaso no lo entendía? Pensaba que había...

—¿Y exponerla a ella a su castigo? —preguntó suavemente—. Mamá, no puedo.

—¿¿Ella?? —interrumpió Lestan, por primera vez desde lo que parecían horas. Parte de la ira salvaje había desaparecido de su tono, consumida por la mirada de Wennid—. ¿¿A ella?? —frunció el ceño al mirar a su hijo—. Por Ares, hijo, ¿qué me estás diciendo, que una humana te ha salvado? —arrugó el entrecejo muy molesto. Matar mujeres no era lo suyo, ni siquiera humanas, estaban tan indefensas como unos cachorros—. Está bien, está bien... puedes contármelo. Ya sabes lo que siento al respecto —frunció el ceño y apoyó la barbilla en la mano sana. Wennid se colocó detrás de él y se inclinó sobre su cuello, estrechándolo entre sus brazos.

Jessan respiró hondo.

—Era Xena —luego cerró los ojos con fuerza y esperó a la explosión. Cuando no se produjo, entreabrió un párpado y miró a su padre. Lestan lo miraba con una curiosa mezcla de pasmo, incredulidad e intriga—. Es muy agradable —añadió Jessan con cautela—. ¿Os acordáis de que habíamos oído que había dejado de atacar? Ahora va por ahí ayudando a la gente... es cierto —miró preocupado a su madre, quien frunció los labios, con gesto grave.

—Agradable —dijo Lestan despacio—. Jessan, he oído muchos términos usados para describir a Xena. Agradable nunca ha sido uno de ellos —tamborileó con los dedos en la mesa, intrigado a su pesar—. Casi no puedo creerlo. Pero... aquí estás —intentó disimular su repentina curiosidad—. Xena, ¿eh?

Jessan tuvo la súbita sospecha de que su padre no desaprobaba tanto a su nueva amiga como había pensado. Debe de ser porque es guerrera , sonrió por dentro.

Wennid alzó la cara hacia su hijo.

—Yo... he visto las pesadillas que ha causado esa humana. ¿Y ahora esperas que me crea que se ha transformado en una especie de heroína? Jessan, te estás engañando —apoyó la mejilla en el pelo de Lestan y continuó—: Seguro que te das cuenta de lo imposible que es.

—Mamá... —Jessan vaciló—. Yo tampoco lo creía al principio... —entonces se detuvo y repasó sus recuerdos—. No. Eso no es cierto —en su boca se dibujó una curiosa sonrisa—. En cuanto la vi, mi corazón supo que no suponía ningún peligro para mí. Pero mi mente tardó un tiempo en aceptarlo. No tenía la Vista para ayudarme... cuando la conozcáis, lo veréis —levantó las manos ante sus miradas de sobresalto—. Oh... no ahora mismo... pero algún día, la traeré aquí. Quiero que lo veáis vosotros mismos... pero dejad que os cuente toda la historia...

—Bueno —quiso saber Gabrielle—. ¿Y ahora a dónde? —miró hacia delante, donde el camino parecía ir ensanchándose y haciéndose más definido entre la hierba.

Xena contempló pensativa el horizonte.

—Pues podríamos ir a hacerle una visita a Hectator. Tengo entendido que su nueva capital es muy grande —echó una mirada de reojo a su amiga y le sonrió con aire de guasa—. También tengo entendido que se pueden hacer compras muy buenas —ladeó la cabeza y miró a la bardo un momento. Se le ocurrió una idea—. Sí, de hecho, vamos a hacer eso.

Gabrielle la miró con una ceja enarcada.

—Pues me parece genial —¿Qué se traía ahora Xena entre manos? Tenía esa sonrisita en la cara que se le ponía cuando estaba tramando algo. Ah, bueno, supongo que no tardaré en descubrirlo. Cuando estaba a punto de emprender de nuevo la marcha, Xena se montó de un salto en la silla de Argo y le alargó el brazo.

—Venga —la urgió Xena—. Me gustaría llegar a la capital antes del anochecer.

Gabrielle arrugó la frente con desconcierto, pero se encogió de hombros y se adelantó para coger el brazo que se le ofrecía. Xena levantó a Gabrielle detrás de ella y azuzó a Argo con un breve apretón de rodillas.

Suspirando, la bardo se puso la correa de la vara al hombro y se sujetó a la cintura de Xena con los dos brazos. Dioses, odio montar a caballo, pero al menos si somos dos tengo algo sólido donde agarrarme. Sonrió ligeramente. Argo emprendió un buen paso y al cabo de un rato, sosegada por el ritmo y el sol, Gabrielle se quedó dormida apoyada en la espalda de Xena.

—Qué novedad —murmuró Xena por lo bajo, risueña. Sujetó con un brazo los dos con que la bardo la había rodeado, para evitar que se resbalara, y se echó a reír entre dientes. Más tarde podré tomarle el pelo con esto.

Xena esperó hasta que se estaban acercando a la ciudad antes de poner a Argo al paso y volvió la cabeza para mirar por encima del hombro.

—Eh, princesa —le dijo a su compañera y notó el sobresalto de Gabrielle al despertarse.

—¿Qué? —miró a su alrededor asombrada—. ¿Dónde... cuánto tiempo he estado durmiendo? —preguntó, advirtiendo la sonrisa divertida de Xena. El sol se estaba poniendo sobre las torres de la ciudad. No me digas que me he quedado dormida encima de este maldito caballo y que me he pasado horas durmiendo, Xena, por favor.

—Un par de horas —confirmó la morena alegremente, echándose a reír suavemente ante la expresión mortificada de Gabrielle—. Y yo que creía que no estabas cómoda en un caballo.

Gabrielle suspiró y apoyó la cabeza en la espalda de Xena. ¿Cómo puedo haber hecho eso? Debe de haber sido el sol. De repente, se dio cuenta de que seguía abrazada a la mujer más alta y que tenía los brazos bien sujetos. Pobre Xena... hasta ha tenido que impedir que me cayera , se recriminó Gabrielle, irritada.

—Disculpa —murmuró, moviéndose y soltando los brazos—. No sé qué me ha entrado.

Xena volvió a mirar por encima del hombro.

—No te preocupes. Parecía que te hacía falta dormir y he pasado por cosas peores —dejó que Argo avanzara trotando un poco más y luego miró a Gabrielle a la cara, que seguía seria y en silencio—. Gabrielle —dijo amablemente, volviéndose a medias en la silla—. No pasa nada. No tiene nada de particular. Vale, te has quedado dormida encima de Argo. ¿Y qué?

—Lo siento —masculló Gabrielle, con el ceño fruncido—. Nunca te veo a ti echarte una siesta sin motivo alguno.

Xena resopló.

—Bueno, no, pero con una de las dos siempre a punto de saltar es más que suficiente, ¿no crees? —contempló las puertas de la ciudad que ya tenían cerca—. Parece que hay mucha actividad.

La bardo atisbó alrededor del alto hombro de Xena y observó la puerta. Actividad, sí. Hombres y caballos entraban y salían con aire decidido.

—Parece que hay...

—Problemas —terminó Xena gravemente, con un hondo suspiro—. ¿Es que nunca podemos ir a algún sitio donde no esté ocurriendo algo? —sacudiendo la morena cabeza, volvió a poner a Argo al trote largo, lo cual hizo que Gabrielle se agarrara a ella de nuevo.

Entraron trotando por las puertas, esquivando soldados a la carrera y carros de combate en movimiento. No cabía duda de lo que significaba toda aquella actividad: los preparativos para la guerra eran evidentes. Había soldados por todas partes equipándose, afilando armas, reparando armadura. Apenas se fijaban en la yegua dorada que trotaba tan decidida y en sus insólitas jinetes. Por fin, Xena vio a alguien a quien conocía.

—Eh, Alaran —se bajó de Argo e hizo un gesto a Gabrielle para que siguiera montada.

El canoso soldado levantó la mirada sorprendido.

—¡Xena! —resopló—. Pero bueno... —se adelantó y le estrechó el brazo—. Cuánto tiempo. ¿Qué te trae por aquí? Aunque llegas bien a tiempo... —la sujetó alargando los brazos—. Estás estupenda —sonrió—. Da gusto mirarte.

Xena se echó a reír y le dio unas palmadas en la barriga.

—Pues tú parece que no has estado trabajando mucho —hizo un gesto señalando el ajetreado patio—. ¿Qué ocurre?

—Ah —rezongó Alaran—. Hemos descubierto un nido de... no sé, unos seres, podríamos decir. Medio humanos, medio no sé qué y más malos que la quina. Hectator está organizando una gran fuerza para expulsarlos —levantó la mirada, advirtiendo por fin la expresión de Xena—. ¿Qué? ¿Qué pasa?

—Tengo que ver a Hectator —gruñó Xena—. Está a punto de cometer un grave error —se montó de nuevo en Argo y le volvió la cabeza hacia el castillo, azuzándola—. Me alegro de verte, Alaran —gritó por encima del hombro.

—Ni la mitad de lo que me alegro yo de verte a ti, Xena —le gritó el veterano, meneando la cabeza. Por Zeus, qué mujer tan bella pero peligrosa. Se preguntó qué se proponía.

Gabrielle carraspeó.

—No sabía que tenías viejos amigos que se alegraban tanto de verte —dijo, sonriendo, antes de darse cuenta de cómo debía de sonar aquello—. Mm... quiero decir, bueno, eso no es lo que quería decir.

Xena sofocó una risa.

—Sí que lo es —dio unas palmaditas a Gabrielle en la pierna—. Pero no pasa nada, normalmente es cierto. Alaran era una excepción. Nos conocemos desde hace mucho tiempo —suspiró—. No creo que Hectator se muestre tan amistoso —dirigió a Argo hacia el rastrillo del castillo—. Espero poder convencerlo de que ponga fin a esto.

Detuvo a la yegua y desmontó, alargando los brazos y atrapando a Gabrielle cuando ésta se disponía a hacer lo mismo. La bardo estaba a punto de protestar diciendo que era capaz de desmontar de un caballo cuando llegó al suelo y se habría desplomado si Xena no la hubiera tenido agarrada.

—Ay —se quejó Gabrielle—. Gracias —se tomó un momento para estirar las piernas doloridas y luego le hizo a Xena un gesto de asentimiento—. Estoy bien —dijo y la guerrera la soltó y le dio una palmadita en la espalda.

El castillo era de tamaño medio, pero bien hecho, y la puerta estaba guardada. Xena se detuvo delante del guardia de la puerta y esperó a que le hiciera caso. Al cabo de un momento, el guardia levantó la vista y se echó hacia atrás sorprendido. Seguro que no se esperaba ver a una mujer guerrera, que le saca varios centímetros de estatura, plantada ante su puerta , pensó Xena.

—Necesito ver a Hectator —habló en su tono de voz más grave y más imponente.

El guardia tragó.

—Está ocupado —se atrevió a decir—. Está muy ocupado.

—Más ocupado va a estar si no me dejas pasar a verlo —gruñó Xena, añadiendo una dosis de la mirada a la exigencia y avanzando un paso más. Venga, amigo, déjame pasar. No me obligues a molerte a golpes, ¿vale? He tenido un día muy largo , masculló por dentro. ¿Sólo por esta vez? ¿Por favor?

El guardia la miró de arriba abajo, alzó las manos y meneó la cabeza.

—Señora, soy lo bastante listo como para saber que no puedo detenerte, así que adelante. Pero espero que de verdad necesites verlo. Estamos preparándonos para la guerra.

Xena alzó los ojos al cielo y dio las gracias a quienquiera que hubiera estado escuchando.

—No te preocupes. No le diré a nadie que me has dejado pasar —cruzó las puertas, seguida de Gabrielle, que se reía en silencio. Xena intentó echarle una mirada ceñuda, pero fracasó y convirtió el intento en una sonrisa irónica—. Me alegro de haberte divertido —comentó.

Encontrar a Hectator fue fácil. Llamarle la atención fue un poco más difícil. Había varios comandantes de guerra moviéndose por su sala de reuniones, arrastrando mapas y planes de batalla. El propio Hectator, un hombre alto y bien formado de pelo y ojos oscuros, pasaba de un grupo a otro, dando órdenes.

Tras varios intentos de interrumpir, Xena perdió por fin la paciencia y decidió tomar medidas drásticas. Levantó un extremo de la enorme mesa de reuniones y la volcó entera, mandando por los aires mapas, comandantes de guerra y objetos diversos. Además del horroroso estrépito cuando la mesa cayó al suelo. A continuación se hizo el silencio. Xena se colocó en el centro ahora despejado de la sala y se cruzó de brazos.

—Hola, Hectator —dijo despacio—. Tenemos que hablar.

Creo que disfruta con esto , pensó Gabrielle, observando la reacción. Creo que le gusta de verdad estar ahí plantada, en medio de esta sala llena de hombres armados, sabiendo que ella es lo más peligroso que hay aquí y sabiendo que todos ellos lo saben también. Sonrió por dentro. Y creo que yo disfruto viéndolo. Eso es terrible, ¿no? Pero es cierto.

—Mm. ¿Nos disculpáis, por favor? —dijo Hectator, carraspeando—. Hola, Xena. No te había visto entrar —hizo un gesto a sus hombres, que salieron a toda prisa de la sala, dejándolos a los dos cara a cara. En los ojos de él se advertía un respeto cauteloso mientras contemplaba a su inesperada invitada—. Supongo que te has enterado de nuestro pequeño problema. ¿Quieres ayudarnos? —la miró enarcando una ceja con gesto interrogante—. Nos vendría bien la ayuda, por supuesto.

Xena se acercó a él, lo agarró del brazo y lo llevó a un asiento cercano.

—Siéntate —ella se sentó en la mesa a su lado—. Gabrielle, ven aquí —la bardo cruzó la sala y se acomodó en un banco—. Escucha. Estás cometiendo un grave error —lo miró a los ojos—. Esos monstruos con los que vas a combatir no son monstruos — Gabrielle siempre me insiste para que intente solucionar las cosas hablando primero. Vale. Pues lo intentaré.

Hectator sofocó una risotada.

—Vamos, Xena. Los he visto. No puedes decirme que no son peligrosos —se cruzó de brazos y sacudió ligeramente la cabeza.

—¿Peligrosos? —Xena enarcó una ceja—. Por supuesto que son peligrosos. Tú eres peligroso. Yo soy peligrosa —le clavó la fría mirada—. De hecho, yo soy mucho más peligrosa que ellos —le puso una mano en la manga—. Escucha, los conozco. Están bien si los dejas en paz. ¿Te han hecho algo? ¿Han matado a alguien?

Hectator se levantó de golpe y se puso a pasear muy agitado.

—No sé qué es lo que te propones, Xena. No puedes esperar que deje a unos animales peligrosos en mis fronteras, ni aunque fueran granjeros y no guerreros, cosa que evidentemente son. Ahora, si no nos vas a ayudar, haz el favor de dejarme que termine de hacer lo que tengo que hacer —la miró ceñudo—. Y apártate de mi camino.

Xena suspiró y se volvió hacia Gabrielle.

—¿Sabes? Tenía muchas ganas de que esto de hablar saliera bien. Estoy cansada, ha sido un día muy largo y pensé que a lo mejor, sólo por esta vez, lo iba a intentar —se puso en pie, a tiempo de interceptar a Hectator cuando éste se acercó más a ella. Con una mano, lo agarró del cuello de la chaqueta. Su otra mano formó un puño y golpeó su mandíbula con un fuerte chasquido. Él se desplomó fláccidamente en sus brazos sin emitir el más mínimo ruido—. Supongo que no era el momento.

Sacudiendo la cabeza, se agachó y lo agarró por la chaqueta y el cinturón, levantándolo con un fuerte impulso y echándoselo sobre los hombros.

—Vamos —dijo, haciendo un gesto a Gabrielle para que fuera delante de ella—. Va a ser una noche muy larga.

—¿Dónde lo vamos a llevar? —preguntó Gabrielle, con curiosidad.

—A la aldea de Jessan —contestó Xena, colocando a Hectator en una postura más cómoda para llevarlo a cuestas—. A lo mejor consigo que Lestan y él solucionen las cosas hablando. Aunque sólo sea, a lo mejor consigo que Hectator se dé cuenta de que lo que tiene en sus fronteras no son unos animales estúpidos.

—Mmm —comentó Gabrielle—. ¿Y si deciden librar al mundo de tres humanos más? —su tono era ligero, pero no pudo evitar cierto grado de preocupación en la pregunta.

Xena la miró, con una ligera sonrisa en la comisura de los labios.

—¿Estás preocupada?

—Sí —contestó la bardo, con sinceridad—. A Jessan le preocupaba mucho que estuviéramos cerca del territorio de su pueblo.

—Bueno, Gabrielle —murmuró Xena, mientras bajaban por la escalera, manteniéndose en las oscuras sombras que ya habían caído sobre el castillo—. Hectator no me preocupa. Pero... —se detuvo y sonrió—, para llegar a ti, tendrán que pasar a través de mí.

Gabrielle sintió que se le cortaba la respiración por un instante.

—Vale. Ya me siento mejor —dijo, con la voz algo ronca—. Seguro que todo va bien —miró de reojo a Xena, que estaba observando su reacción con una ligera sonrisa. Qué extraña mezcla de reacciones. Quiero decir... es cierto. Lo sé. Y me pregunto si se da cuenta de lo mucho que eso me asusta. O del por qué.

La bardo siguió a Xena y su carga hasta el patio, contenta ahora de haber tenido ocasión de dormir anteriormente. Aunque más bien era una excusa de cuatro horas para un abrazo. Se rió de sí misma, como reacción. Pobre Xena. El contacto físico había sido una parte muy importante de la vida familiar de Gabrielle: en casa nunca hacían falta excusas para que todos ellos se dieran abrazos. Para ella era algo tan natural como respirar. Por desgracia, Xena tenía una actitud muy distinta al respecto: le gustaba mantener las distancias y no le gustaba nada que la gente invadiera su espacio personal y mucho menos que la tocaran. Se ponía muy nerviosa y las personas con reflejos instantáneos y un montón de armas afiladas no son gente que convenga poner nerviosa.

Gabrielle lo respetaba, pero le resultaba imposible recordarlo todo el tiempo, especialmente después de llevar un tiempo viajando con Xena y estar más cómoda con la guerrera y lo que la rodeaba. Y al menos hacía ya tiempo que Xena había dejado de encogerse o ponerse tensa cuando se le olvidaba y la tocaba para hacer hincapié en algo o como gesto fortuito. Arrugó el entrecejo, súbitamente pensativa. En realidad, se dio cuenta sobresaltada, últimamente Xena había bajado un poco la guardia y se permitía tocarla a su vez, una palmadita en la espalda, o un apretón en el hombro, o un abrazo cariñoso cuando Gabrielle más lo necesitaba. Aunque nunca osaría mencionarlo, por supuesto. Ah, no. Su boca esbozó una sonrisa.

Esquivaron a los guardias que se movían por el patio del castillo, mientras la oscuridad ocultaba lo que Xena llevaba al hombro. Argo relinchó al verlas y se acercó trotando al oír el suave silbido. Xena colocó a Hectator sin gran ceremonia sobre el lomo de la yegua, tapándolo con un pliegue de una manta, y salieron por la puerta y emprendieron el largo camino de regreso al bosque antes de que a nadie se le ocurriera detenerlas. O se dieran cuenta de lo que transportaba la yegua.

Hectator iba atado de pies y manos y cuando recuperó el conocimiento, no se mostró muy agradable. Se pasó varios minutos soltando improperios.

—Xena, no te vas a salir con la tuya. ¿Qué crees que estás haciendo? Mis hombres nos encontrarán por la mañana ¡y haré que te encadenen! —se retorció furioso en sus ataduras, echando miradas asesinas al perfil que veía a medias en la oscuridad.

Xena bostezó.

—Pues ponte a la cola. Hay por lo menos un dios y muchísimos hombres más peligrosos que tú que ya me han amenazado con eso —se rió cansada—. En cuanto a lo que estoy haciendo, estoy intentando hacerte entrar en razón y evitar que se pierdan vidas inocentes, así que dame un respiro, ¿quieres? —lo miró con aire risueño—. No te harán daño. Sólo quiero que hables con ellos.

Hectator se quedó callado un momento.

—De verdad crees que me van a dejar salir con vida de esa guarida... —su tono chorreaba sarcasmo—. Se te han ablandado los sesos, Xena.

Xena le hizo una mueca.

—Más te vale preguntarte si se me ha ablandado alguna otra cosa —lo miró, divertida—. Hectator, no dejaré que te hagan nada, te lo prometo.

—Qué segura estás de tener razón, ¿verdad? —comentó él, volviendo la cabeza sobre el cuello de Argo para mirarla.

—No, Hectator. Acabo de raptarte y te estoy llevando por la fuerza a la base de quienes consideras tus enemigos porque esta noche no tenía nada mejor que hacer —le soltó ella—. Créeme, preferiría estar sentada en una de tus posadas, contribuyendo a tu economía local.

Gabrielle la alcanzó y le pasó un odre de agua que Xena no se había dado cuenta de que necesitaba hasta ese mismo instante. Miró la forma en sombras de su compañera y sonrió.

—Gracias —susurró—. ¿Sueno tan cansada como me siento? —la luz de la luna bastó apenas para permitirle ver la sonrisa con que le respondió Gabrielle—. Eso me parecía.

—¿Quieres que nos paremos un rato? —le susurró la bardo a su vez.

—No —suspiró Xena—. No hay tiempo, por desgracia —se volvió para mirar el camino por el que acababan de bajar—. Sus guardias empezarán a perseguirnos... en cuanto se den cuenta de que nos lo hemos llevado —miró a Hectator con aire de guasa—. Y se recuperen de la vergüenza.

Gabrielle asintió y luego le ofreció un poco de pan y queso.

—Pues más vale que cenemos.

Xena la miró con una sonrisa irónica y maliciosa.

—¿Qué más podría pedir? —aceptó los alimentos y se puso a comer. Gabrielle caminaba en silencio a su lado, masticando su propia porción. Hectator también guardaba silencio, intentando encontrar una postura cómoda en el lomo de Argo. Xena se apiadó de él y cortó las cuerdas que le ataban las manos, advirtiéndole de que si intentaba escapar, haría el resto del viaje debajo de Argo, en lugar de encima.

—Así que me dejaron cerca del río y siguieron su camino —terminó Jessan, que sentía la boca como si un ratón hubiera estado correteando por ella. El agua no le había servido de nada: le dolía la lengua de hablar. Wennid y Lestan habían escuchado más bien en silencio, con algunas preguntas pertinentes, hasta el final. Ahora se miraron pensativos. Jessan suspiró. Podían comunicarse más cosas con una mirada que la mayoría de su pueblo con una conversación entera. En momentos como éste, su vínculo era casi tangible. Los envidiaba... había querido a Devon, por supuesto, pero no había sido un vínculo vital.

—Bueno —suspiró Lestan por fin—. Menuda historia —se apartó de la mesa y bebió un largo trago de hidromiel—. No puedo decir que yo habría hecho lo mismo que tú, Jessan... —lo miró ceñudo—, pero ya está hecho... no puedo cambiarlo —miró a su compañera, que estaba sentada con las fuertes manos unidas ante la cara, sumida en sus pensamientos. Dioses, qué bella es , pensó Lestan, mirándola con cariño, a la espera de que se pronunciara sobre el relato de su hijo.

—Me alegro de que hayas conseguido volver a casa —dijo por fin Wennid, mostrando toda la aceptación que estaba dispuesta a mostrar por ahora. Alzó bruscamente la cabeza, al igual que ellos, al oír unos pasos que se acercaban a la carrera. Sonidos de tierra y luego un golpe cuando el que corría subió de un salto a su porche.

—¡Lestan! —jadeó Deggis, que apareció en la puerta—. Humanos. Vienen hacia aquí.

Lestan soltó una maldición.

—¿Cuántos? —su mente ya estaba preparando maniobras de defensa. ¡Qué pronto! ¿Pero cómo?

—Mm... tres —contestó Deggis—. Y un caballo.

Todos se lo quedaron mirando.

—¿Tres? —preguntó Lestan, extrañado. Entonces no se trataba de una partida de guerra.

—Descríbelos —pidió Jessan se repente, volviéndose hacia su primo—. ¿Qué aspecto tienen?

Deggis se volvió hacia él.

—Hay un hombre atado al caballo y dos mujeres caminando a su lado. Una es alta, de pelo oscuro y con una espada. La otra es más baja, de pelo claro y con una vara —miró a Lestan y Wennid, que estaban petrificados—. ¿Por qué?

Jessan miró a sus padres y asintió, confirmándolo.

—Son ellas —se volvió hacia Deggis—. ¿Hay alguien atado al lomo del caballo? —su primo asintió—. Me pregunto qué será todo esto —entonces se le ocurrió una idea, que no expresó. ¿Y si Xena y Gabrielle se habían enterado del ataque que planeaba Hectator? ¿Y si estaban haciendo algo al respecto? Sería muy propio de ellas. Se echó hacia delante—. Deja que vengan —le instó a su padre.

Lestan sonrió.

—Ah, eso pretendo —miró a su hijo con frialdad—. Eso pretendo —se levantó y alcanzó sus armas—. De hecho, voy a recibirlas yo mismo.

Ooohhh... no... chilló la mente de Jessan. Mala idea. ¿Pero cómo hacérselo entender a su orgullosísimo padre? Para él no eran más que un par de humanas, fáciles de eliminar.

—Deja que vaya contigo —rogó—. Por favor...

Lestan nunca había podido resistirse a un desafío, incluso con un solo brazo era uno de sus mejores campeones vivos... y Xena era un desafío demasiado importante para pasarlo por alto. Pero había un pequeño problema... una cosita que sólo su padre y él sabían: que de los dos, Jessan era el que mejor luchaba. Lo habían descubierto hacía poco, en un claro del bosque no muy lejos de aquí en una mañana de primavera.

En muchos sentidos, había sido como si llegara a la mayoría de edad y lo recordaba con gran orgullo y cierta tristeza. Lestan podía soportar la idea de ser derrotado por su hijo. No podría, no debía soportar la idea de ser derrotado por un humano. Por una mujer humana. Eso acabaría con él. Y Jessan sabía, con la misma certeza con que sabía que el sol subía por el cielo cada mañana, que sería derrotado, a menos que los dioses le dieran suerte o Xena se apiadara de él.

—No —gruñó Lestan—. Tú te quedas aquí. Tienes la mente nublada con este tema —se puso una ligera cota de combate sobre los hombros y luego estrechó a Wennid en un rápido abrazo—. Sólo son tres. No tardaré.

Por Ares , gimió Jessan por dentro. ¿Por qué tiene que ser todo tan difícil?

—Padre —exclamó, llamando la atención a todos—. Es... peligrosa. Por favor... no te dediques... a jugar con ella —se le aceleró la respiración.

Lestan sofocó una risotada.

—Voy a poner al descubierto las fanfarronadas de esta humana, hijo mío. Pero intentaré no hacerle mucho daño, ya que nos ha hecho un gran favor al ayudarte —echó una mirada exasperada y cariñosa a su hijo, que había heredado, lo sabía, el corazón de su madre, así como la especial intuición de ésta.

Jessan suspiró por dentro. A veces... Se levantó y bloqueó el camino de su padre hacia la puerta, sin hacer caso de la ira que se veía en los ojos de Lestan.

—Padre, por favor... no lo entiendes.

—Entiendo que estás en mi camino, hijo, y que más te vale apartarte —gruñó Lestan, ahora en serio—. Creo que puedo ocuparme de una guerrera humana sin tu ayuda. Quiere venir a hacernos una visita... pues veremos si se lo permito.

—Padre, no la retes — Ganará ella , gritó su mente, y eso no puedo decírselo a la cara —. Es... — Ah, ya sé. Vergonzoso, pero era una forma de salir del paso y una forma de advertir a su padre sin que éste quedara en ridículo—. He luchado con ella —soltó una carcajada breve—. Varias veces. Lo hice con todas mis fuerzas, dándole todo lo que tenía. Intenté... de todo —ahora Lestan le estaba prestando atención. Bien —. No pude ni tocarla —incredulidad en los ojos de todos—. Me quitó la espada y me dio un azote en el trasero con ella —incredulidad total—. No fanfarronea —terminó en voz baja—. No le hace falta —miró a Lestan a los ojos. Ah... se da cuenta. Espero.

—Lo tendré presente —rezongó el alto líder—. Quédate aquí —y salió, seguido de Deggis, que estaba confuso. Wennid se quedó mirando la puerta largo rato y luego volvió la penetrante mirada hacia su hijo. Le hizo un gesto de asentimiento y le echó una sonrisa conspiradora.

—Eso ha sido muy amable por tu parte, Jessan.

—No te lo crees —suspiró Jessan. Claro que no. Sólo son humanas, ¿no?

—Todo lo contrario —contestó su madre. Se acercó a él y le cogió la cara entre las suaves manos—. Eres hijo mío, además de suyo —le dio un beso en la cabeza—. Sólo espero que estés en lo cierto con respecto a ellas —lo miró pensativa—. ¿Quieres a esta humana, a este... monstruo?

Jessan cerró los ojos, agachó la cabeza y no contestó. No necesitaba hacerlo.

Era cerca del amanecer cuando llegaron al río que marcaba la frontera del territorio de los habitantes del bosque. Xena se detuvo cuando llegaron a la orilla, bebió un largo trago de agua y volvió a colocarse bien la armadura y las armas. Esperaba poder hablar con los habitantes del bosque antes de que se iniciara ninguna lucha, pero nunca se sabía. Jessan podía haberse ido o estar durmiendo o lo que fuera. Y sabía que tendría muy pocas posibilidades de dar explicaciones una vez cruzado el río. Se volvió para mirar a Gabrielle, que estaba charlando con Hectator, al tiempo que observaba la línea de árboles. Debería enviarla de vuelta. Lo mismo de siempre, ¿no? Pero ahora ya no hay tiempo y se pondría como una furia si lo intentara. Xena suspiró. Espero que este pequeño plan funcione.

—Bueno —dijo con frialdad—. Vamos —agarró la brida de Argo y entró en el río. El agua estaba fría y la despertó de golpe, como había esperado. Gabrielle avanzaba a su lado, tanteando el camino con la vara. La bardo se resbaló ligeramente en las piedras redondeadas y se habría caído de no haber sido por el rápido brazo de Xena sujetándola por el hombro—. Cuidado —le advirtió, dejando el brazo en esa posición como medida de seguridad hasta que llegaron al otro lado.

Cuando llegaron a la orilla opuesta, el agudísimo oído de Xena empezó a captar movimientos muy leves y sutiles a su alrededor.

—Están aquí —dijo en voz baja. Detuvo a Argo y se colocó delante del caballo, con las manos bien lejos de sus armas. Estaba empezando a salir el sol, tiñendo el cielo de un primer tono de delicado rosa. El viento del amanecer era fuerte y le echaba el pelo hacia atrás mientras esperaba, percibiendo que se iban acercando cada vez más. Clavó los ojos en el punto donde sabía que estaba el más próximo y por fin habló—. Puedes salir.

Una forma oscura se alzó inmediatamente de la alta hierba de la orilla, sobresaltando a Hectator, pero no a Xena ni a Gabrielle, tras haber viajado con Jessan. Su pelaje era más oscuro que el de su amigo y era tal vez un poco más bajo y un poco más pesado. Iba totalmente armado y sujetaba una larga espada competentemente con una mano inmensa. Sus ojos, de un tono dorado más oscuro que los de Jessan, se clavaron en los de ella, intensamente. Xena lo observó con la misma atención y se dio cuenta de que le pasaba algo en el brazo derecho. Sonrió ligeramente.

—¿Lestan?

En los ojos de él se advirtió la sorpresa.

—Sí —contestó por fin—. Y tú debes de ser Xena —la saludó con la cabeza y luego la inclinó hacia la mujer rubia que estaba detrás de ella—. Y Gabrielle —volvió la mirada fría hacia la carga de Argo—. ¿Y éste quién es?

Xena bajó los brazos y se acercó a él, tirando de las riendas de Argo.

—Éste es Hectator. Creo que los dos tenéis que hablar —se detuvo a una distancia de ataque de él y se limitó a esperar. Gabrielle se quedó a unos pasos detrás de ella, apoyada en la vara, pasando la mirada de la cara de él a la de ella.

Lestan se la quedó mirando desconcertado.

—¿Traes al gran enemigo de mi pueblo a mi territorio y me dices que tengo que hablar con él? ¿Qué te hace pensar que no le voy a cortar la cabeza? —trazó un arco con la espada desnuda, acercándola a ella y observando sus ojos, sin ver en ellos nada de lo que estaba buscando.

—Dos cosas —afirmó Xena, mirándolo con total confianza—. La primera, que conozco a tu hijo —soltó las riendas de Argo y se plantó ante él, sin hacer caso de la espada desenvainada y de su inmenso tamaño—. La segunda, que le he dado mi palabra de que lo mantendría a salvo aquí —se calló y esperó.

—¿Y a mí qué me importa tu palabra, humana? —dijo Lestan, con tono frío. ¡Cómo se atrevía!—. ¿Crees que podrías detenerme?

Xena sonrió y se quedó muy quieta.

—¿Que si lo creo? —preguntó suavemente y luego hizo un gesto negativo con la cabeza—. Lo sé —y notó que todos sus sentidos se aguzaban y la sensación intensa y exquisita de sus reflejos preparándose para reaccionar en cuanto él hiciera el más mínimo movimiento. Están tan equivocados sobre nosotros como nosotros sobre ellos , pensó, distraída. Interesante.

Esta mujer está loca , pensó Lestan sin dar crédito. ¿De verdad se cree lo que ha dicho? Observó esos ojos azules como el hielo. Vio un convencimiento absoluto. Por Ares, ¿en qué está pensando? Él era mucho más alto que ella y se había pasado la vida entera combatiendo. Sabía que su propia habilidad, incluso con un solo brazo, era absolutamente formidable. Sin duda, ella lo sabe y sin embargo...

¿De verdad derrotó a Jessan? ¿Cómo ha podido hacerlo? No es más que un ser humano y además mujer... seguro que... pero Jessan no mentiría. La expresión de los ojos de su hijo había destilado verdad y reconocer la derrota delante de sus padres y su primo... no, había dicho la verdad. ¿¿Pero cómo?? Arrugó el entrecejo y volvió a mirarla, esta vez viéndola como guerrera, como miraría a uno de su propia especie.

Ah... humana, sí, pero en ella había una gran fuerza y mucho valor en esos ojos claros y el inconfundible sello de Ares en esa postura. Estaba preparada para reaccionar ante su más mínimo movimiento y le entró la incómoda sensación de que no podía predecir en absoluto lo que pasaría si efectivamente se moviera. ¿Quería arriesgarse? ¿Jugársela con ella? Ni un parpadeo, ni un solo movimiento de la mirada que tenía clavada en él. Lestan no habría vivido tanto tiempo de haber sido un estúpido. Saboreó, con cauteloso interés, el conocimiento de que en este momento de silencio estaba más cerca de la muerte de lo que nunca lo había estado, enfrentado a esta humana que era más de lo que parecía y menos de lo que indicaban sus numerosas leyendas.

Bueno. Ésta es Xena, la que no fanfarronea. A quien mi hijo aprecia tanto que la considera familia. Que ha pasado de incendiar y saquear a ayudar a los indefensos. Increíble. Lestan inclinó ligeramente la cabeza y luego envainó despacio la espada.

—Mi hijo me ha hablado mucho de ti —la miró a los ojos—. Pero ya veo que no me lo ha dicho todo —hizo un gesto hacia el bosque—. Venid. Hablaremos.

Gabrielle soltó en silencio el aliento que había estado conteniendo.

—Casi —se dijo en un susurro, echando un vistazo a Xena, que ahora caminaba tranquilamente junto a Lestan, escuchándolo. Se alegraba mucho de que Lestan hubiera decidido dejarlos pasar: no tenía el menor deseo de ver herido al padre de Jessan y si había interpretado correctamente las reacciones de Xena, así habría sido y probablemente Xena también habría resultado herida. Gabrielle no era muy aficionada a apostar, pero... en sus labios se dibujó una sonrisa desganada. Reconócelo... te lo pasas tan bien viéndola hacer esas cosas como ella haciéndolas. La bardo soltó una ligera risa sofocada. Sí, mucha montaña de músculos y colmillos, pero ella habría apostado por Xena.

Delante de ellos, la oscura línea de árboles los esperaba.