La esencia de una guerrera ii

Xena y gabrielle conocen a un nuevo amigo. este les enseñara algo nuevo en su relación

La esencia de una guerrera

Melissa Good

Título original:A Warrior By Any Other Name.Copyright de la traducción: Atalía (c) 2002

—Me alegro —sonrió Gabrielle y le dio unas palmaditas en el brazo—. Lo conseguiremos sin problemas.

Jessan sonrió con todos sus dientes.

—Pero me gustaría conseguir armas. Me siento... —buscó una descripción en su mente.

—Desnudo —afirmó Xena, tajantemente. Lo miró enarcando una ceja sardónica, pero en sus labios bailaba una ligera sonrisa. Lo miró a los ojos con un brillo comprensivo que... por Ares... podría haber sido una de su propia especie.

—Sí —respondió, encogiéndose de hombros con cierta timidez—. Exactamente.

—Guerreros —suspiró Gabrielle, teatralmente—. Les das una espada y carne cruda y ya están contentos —los miró a los dos poniendo los ojos en blanco.

—¿Carne cruda? —dijeron los dos a la vez, sin mirarse siquiera—. Puaj.

Jessan ya estaba lo bastante fuerte como para viajar un poco al día siguiente, aunque Xena insistió en avanzar despacio para dañar lo menos posible sus heridas en proceso de curación. Pasaron ante dos pequeñas aldeas, pero no los vio nadie y tuvieron la suerte de toparse con un antiguo campo de batalla ya más avanzado el día. Jessan y Xena se pasaron un rato escarbando pacientemente entre los restos hasta que por fin Xena encontró lo que estaba buscando.

—Ah. Esto es —alzó su hallazgo, una reliquia incrustada de barro y mugre, de unas tres cuartas partes el largo de su cuerpo—. No me lo esperaba. Normalmente revisan a fondo los campos de batalla en busca de metal utilizable. No me puedo creer que se les haya pasado esto —miró a su alrededor desde donde estaba—. Ah. Debe de haber estado debajo de una pila de cadáveres —un fémur cayó rodando por la pila donde estaba hurgando y le echó un breve vistazo. ¿Cuánto tiempo me he pasado revisando restos de cadáveres? Suspiró por dentro. Demasiado.

—¿Qué es eso? —preguntó Gabrielle, desde un lado donde había estado echada a la sombra, trabajando en uno de sus pergaminos. Se puso de pie y se sacudió el polvo antes de acercarse donde estaban Jessan y Xena, examinando seriamente lo que fuera que tenían. Jessan cogió el hallazgo de Xena y lo golpeó con fuerza contra el árbol junto al que estaba. Cayó una lluvia de mugre, polvo y escamas de herrumbre, revelando los contornos generales de una gran espada de las que se manejaban con las dos manos. Volvió a golpearla con fuerza, soltando más suciedad y herrumbre, hasta que vieron cómo cobraba forma el firme contorno de una empuñadura.

—Ah. Esto ya me gusta más —comentó Jessan, agarrando la empuñadura con firmeza. Xena agarró la vaina podrida y los dos tiraron en direcciones opuestas. Los resultados los sorprendieron a todos.

—Caray —exclamó Gabrielle, con los ojos de par en par.

Xena enarcó una ceja y soltó un suave silbido.

—Ohhhhh —suspiró Jessan, girando la hoja, que, increíblemente, tenía el borde liso y ni una sola abolladura ni arañazo. El frío metal relucía afilado y mortífero a la polvorienta luz del sol del atardecer. Sonrió encantado—. Y además es de mi tamaño justo —sopesó el arma con regocijo—. ¿Me harás el honor de combatir conmigo más tarde, Xena? —descubrió los colmillos como desafío en broma—. Sería una historia estupenda para contarla cuando vuelva a casa.

¿Lo hará? Eso me dará una oportunidad de matarla, seguro que lo sabe. ¿Confiará en mí? ¿Confiaría yo en ella?

Xena le dedicó una sonrisa igualmente fiera.

—Ya veremos —pero el brillo de sus ojos le dijo que probablemente lo haría. Envolvió con cuidado la espada en un trapo que le prestó Gabrielle, con la intención de fabricar una vaina adecuada en cuanto tuviera ocasión.

—No vais a luchar de verdad el uno contra el otro, ¿verdad? —le preguntó Gabrielle a Xena en voz baja, mientras seguían avanzando por un camino del bosque cubierto de árboles. Echó una mirada preocupada a su compañera—. Quiero decir... ya sé... bueno, que eres tú... o sea, él es...

Xena la agarró del hombro para reconfortarla.

—Calma, Gabrielle. Si es tan bueno como creo que es, será el combate de entrenamiento más seguro que haya tenido en mi vida —se echó a reír suavemente al ver la expresión desconcertada de Gabrielle—. No pasa nada, en serio.

La bardo se quedó callada, sin mirar a Xena a los ojos.

La alta guerrera se la quedó mirando un momento y luego pasó la mano del hombro de Gabrielle a la barbilla de la bardo y le volvió la cara para mirarla a los ojos.

—¿Gabrielle? —habló en voz baja—. No nos vamos a hacer daño. No se trata de eso.

Gabrielle se quedó mirando a su compañera largo rato antes de responder.

—Lo sé. Lo siento. Es que me cae muy bien y tú... Xena, puede haber un accidente —suspiró—. Lo sé, es una tontería, ¿verdad?

—No —murmuró Xena—. No lo es —inesperadamente, rodeó a Gabrielle con un brazo y la estrechó—. Tendremos mucho cuidado, te lo prometo.

Jessan las observaba con interés por el rabillo del ojo sano. Estaba demasiado lejos para oír su conversación y, a decir verdad, se habría apartado más si hubiera podido oírlas. El Pueblo era así, valoraban su intimidad y esperaban el mismo respeto por parte de los demás. Una característica muy útil.

¿Pero qué era esto? La bardo pelirroja parecía disgustada por algo. ¿Qué, pensó, podía ser? No era su presencia, de eso estaba seguro. Cualquiera podía fingir bien, pero la cordialidad que notaba en la joven Gabrielle era más real y tangible que cualquiera que hubiera notado en su vida, incluso entre su propia especie. No le tenía miedo y no tenía miedo de Xena. Entonces, ¿qué?

Ah... ¡lo que estaba averiguando! Tiene miedo... de repente lo percibió. Ah... por fin. Muy débil, muy desenfocado, pero ahí estaba, un pálido gris donde antes sólo había oscuridad. Se dio cuenta de que se debía a que las emociones de ella eran tan fuertes que estaban atravesando la barrera sofocante que habían levantado sus heridas. ¿Miedo? ¿De qué tenía...? Ah... ahora lo Veía. Tiene miedo de que luchemos. Bardo boba. Teme el sufrimiento, de Xena y... se quedó pasmado... el mío también. Por Ares. Pero ya, Xena se lo ha explicado. Ahora está mejor.

No podía leer pensamientos. Lo que percibía eran oleadas de emociones fuertes, que había aprendido con la práctica a interpretar. Las emociones de Gabrielle eran definidas y muy fuertes: lo sorprendían por su intensidad. Xena... la guerrera, por otra parte, reprimía las suyas con un control excelente. Apenas percibía nada de ella, salvo un poquito aquí... Mmm. Muy interesante e inesperado.

El ojo abierto de Jessan reflejó un asombro momentáneo. Bah. Soy un vulgar cotilla. Se regañó a sí mismo y se adelantó unos pasos. En casa le habrían dado de bofetadas por espiar de tal manera. Supuso que podía defenderse diciendo que su vida corría peligro, pero... sabía que no era así y que no había excusa para ello. Mamá se avergonzaría de él.

—Ven aquí, Jessan —dijo Xena, esa noche después de cenar—. Te voy a quitar la venda del otro ojo y veremos qué tal va.

Nervioso, Jessan se acercó a ella de mala gana y se sentó en el tronco para poner la cabeza a su alcance. ¿Y si no veo? El miedo le revolvía el estómago. ¿Y si me ha dejado ciego a propósito? Cuando se le pasó esta idea por la mente, la miró rápidamente y vio su intensa mirada azul clavada en su herida, sus manos que trabajaban deprisa, pero con delicadeza. No. Al estar así de cerca, estuvo seguro. La que estaba sentada a su lado no era un ser oscuro y malévolo.

Xena cortó con cuidado la venda que le tapaba el otro ojo y examinó su trabajo.

—Vale, ábrelo —le indicó, protegiéndole la vista del resplandor del fuego.

Con el corazón palpitante, abrió despacio el párpado del ojo herido y parpadeó, suspirando de alivio cuando el mundo cobró forma. Casi le dio un abrazo de alivio al recuperar toda su capacidad visual.

—Bien —Xena se echó hacia atrás, con aire satisfecho—. Eso está mucho mejor.

Gabrielle sonrió, apoyada en su vara, y se acercó un poco más para ver mejor lo que ahora era un par de ojos dorados, que reflejaban los últimos rayos del sol y el primer resplandor de su fogata.

—Oye —lo empujó con la vara—. ¿Quieres venir a nadar con nosotras?

—Ehhh... —farfulló Jessan, lleno de pánico—. ¿A nadar? —pasó la mirada recién liberada al arroyo cercano, cascada incluida, que Xena había elegido para acampar—. Es que, mm... pues nosotros no nadamos mucho —intentó mirarlas con aire hosco—. Paso.

—Tienes miedo —afirmó Gabrielle, tajantemente—. No me lo puedo creer.

—¡ No es cierto! —ladró Jessan, molesto—. Es que no me gusta... nadar. ¡Nada más!

—Seguro que nunca lo has hecho —comentó la bardo—. Seguro que no sabes —sus ojos soltaron un destello travieso—. Venga, Jessan... te enseñaremos —se arrodilló delante de él—. Es una habilidad de lo más últil. En serio —echó una mirada a Xena—. A lo mejor Xena te enseña a coger peces con las manos.

Jessan frunció el ceño severamente. Lo había pillado. Sabía la verdad: no tenía ni idea de nadar. ¿Podrían enseñarle? Intentó mantener sus defensas imaginando que se trataba de un truco para ahogarlo, pero su corazón se rió de él con desprecio. ¿Era remotamente posible que estas dos hijas del mayor enemigo de su especie estuvieran empezando a llenar la oscuridad creada por la muerte de Devon? No. Imposible. Pero... suspiró. Maldición. Iba a tener que aprender a nadar. Un momento... ¿¿¿¿coger peces con las manos???? Eso sí que no. Hasta ahí llegaba.

—Bueno, tal vez para... mm... nadar un poco —aceptó de mala gana.

Bajaron hasta la orilla del arroyo, él vacilante, ellas agarrándolo delicada pero inexorablemente de los grandes brazos. El agua estaba más caliente de lo que esperaba y gruñó sorprendido.

—Hay una fuente termal un poco más arriba —comentó Xena, interpretando correctamente el gruñido—. No está muy caliente, pero es mejor que si estuviera gélida —se había quedado sólo con la túnica de cuero para la lección y estaba varios pasos por delante de él dentro del agua. ¿Es que estamos chifladas? se preguntó, pensativa. Enseñarle a nadar. ¿En qué estaba pensando Gabrielle? Le había seguido la corriente porque... bueno, porque a veces los instintos de Gabrielle con este tipo de cosas eran mucho más certeros que los suyos, por eso. Aunque jamás lo reconocería.

Consiguieron que se metiera hasta la cintura y luego se asustó cuando la superficie que tenía bajo los pies se hundió más. Les echó una mirada y vio expresiones pacientes, no asqueadas. Despacio, siguió adentrándose, hasta que el agua le llegó al cuello, pero seguía haciendo pie en el fondo. Era agradable, la verdad. Xena y Gabrielle se mantenían a flote justo delante de él, esperando. Las observó, parecía bastante fácil. Xena demostró cómo dar una brazada... ah, sí, ya comprendía el mecanismo. Lo intentó... caray... sus brazos lo impulsaron con mucha más facilidad de la que podía esperar. Gabrielle aplaudió y lo felicitó.

—¡Así se hace, Jessan! ¿Lo ves? No es difícil.

Él se colocó de espaldas y movió un poco los brazos. No, no era difícil, en realidad. Y la sensación del agua, la presencia del mundo a su alrededor, eran embriagadoras. Los breves destellos de percepción interna que estaba sintiendo se iban haciendo más tangibles y ahora que lo rodeaba el agua, le hablaba con susurros ligeros y risueños. Gabrielle era ahora una presencia sólida y cálida. Xena, como el mercurio, entraba y salía vertiginosamente de su Vista. En contra de su buen juicio, notó que su corazón las acogía y no pudo impedirlo. ¡Por Ares! ¿Qué iba a hacer? Éstas eran sus enemigas... y las enemigas de su gente. No era justo...

Xena se sumergió, desapareciendo de su vista de repente. Jessan contempló las ondas creadas al zambullirse y luego miró a Gabrielle a la cara, para ver si debía preocuparse. Al parecer no. La muchacha pelirroja sonreía con aire travieso.

—¡¡¡Aahhhh!!! —gritó él, saltando casi fuera del agua, cuando algo le mordisqueó la pierna. Se giró en redondo y Xena salió a la superficie, con una sonrisa maliciosa y sujetando una enorme trucha con las dos manos.

—La cena —dijo riendo y lanzó el pez a lo alto de la orilla.

Jessan farfulló indignado y luego hizo lo que habría hecho con su hermana Eldwin, sin pensar. Se lanzó contra ella, olvidándose del agua, y se hundió con un gran chapuzón. Lo invadió el pánico, pero antes de que pudiera aspirar el agua o hacer cualquier otra tontería, unas manos fuertes lo agarraron y le sacaron la cabeza fuera del arroyo susurrante.

Tosió, por reflejo, y echó una mirada iracunda de soslayo a Xena, que lo sujetaba. Debería haberla asustado, pero tal vez el hecho de que lo estuviera acunando como a un cachorro echó a perder el efecto. Con tanto contacto físico, casi podía percibir también su calidez... no... un momento... sí. Sí, la percibía. Enterrada bajo esos duros escudos había una persona capaz de sentir profundas emociones. Sentía aprecio por él. No lo podía evitar. Él también sentía aprecio por ella. Sonrió y le devolvió la calidez, aunque sabía que no podía percibirla.

—Gracias —dijo con voz ronca y suave, aunque no podía saber por qué le daba las gracias. Por un momento, sintió una profunda lástima por los humanos. Viven sólo media vida... tal vez por eso matan todo lo que encuentran... caray... qué cosa más profunda... tal vez lo hacen porque no tienen forma de sentir el dolor que causan... mm... no sé...

—Ay ay ay —dijo Gabrielle, colocándose a su otro lado—. No intentes atraparla en el agua. En una causa perdida. Lo sé bien —apoyó un codo en su pecho—. ¿Habéis dicho algo de la cena? Me muero de hambre.

El viaje del día siguiente trajo consigo el problema que Jessan llevaba tiempo esperándose. Justo después de comer, se les echó encima una banda de soldados de a pie bastante bien armados. Xena se colocó delante, interponiéndose entre Gabrielle y Jessan y los soldados. Gabrielle sujetó bien la vara y esperó. Miró a Jessan, que observaba tanto a la guerrera como a los soldados con mucha atención. Él la miró interrogante.

—Vamos a ver qué tiene Xena en mente —le susurró—. Sólo son ocho —sonrió ante su expresión de asombro.

—¿No deberíamos ayudarla? —preguntó él, llevándose la mano a la espada.

Ella lo agarró del brazo para detenerlo.

—No pasa nada, creo... por lo general, si la interrumpo cuando son menos de una docena, se irrita —no la creyó. Gabrielle suspiró por lo bajo. Nadie la creía nunca. Aunque no se lo echaba en cara, puesto que ella había tardado mucho en darse cuenta de que en realidad a Xena le encantaba luchar. De verdad. Igual que a ella le encantaba contar historias. Le había costado mucho aprenderlo y eso casi la había llevado a plantearse renunciar a seguir viajando juntas hasta que por fin lo comprendió. Aunque nunca conseguía descifrar a Xena del todo, por supuesto.

—¿Qué tienes ahí? —preguntó el líder de la banda de soldados, mirando a Jessan de arriba abajo. Sus hombres formaron un círculo cauteloso detrás de él, mirando a Jessan, pero también vigilando a Xena.

—Es un amigo —comentó Xena, escuetamente—. No queremos problemas —hablaba en tono conciliador, pero Gabrielle, por experiencia, advirtió la tensión de la alta figura de Xena, vio el movimiento de la armadura sobre sus hombros que indicaba que estaba preparada y a la espera de un predecible ataque.

—¿Un amigo? —se burló el hombre riendo—. Deberías aprender a elegir mejor a tus amigos, señora —se acercó a ella muy decidido—. Aparta. Te libraremos de él y lo llevaremos a la ciudad —hizo un gesto a sus hombres para que avanzaran.

—Elijo a mis amigos con mucho cuidado, gracias —respondió Xena, manteniéndose firme y agarrando la empuñadura de la espada como advertencia—. He dicho que no queremos problemas. No he dicho que no sea capaz de causarlos.

—Suficiente advertencia —murmuró Gabrielle, sin hacer caso de la mirada de Jessan—. Está mejorando.

Él avanzó, directamente hacia Xena. A Jessan se le aceleró la respiración y vio que Gabrielle agarraba con fuerza la vara que sujetaba. El hombre se plantó justo delante de Xena y alargó la mano para quitarla de en medio.

—No hagas que me enfade, mujer. Sólo quiero hacer mi trabajo —dijo, con cierta exasperación. Esta mujer que jugaba a ser soldado lo estaba irritando.

—Qué idiota —susurró Gabrielle—. Está frito.

Jessan estaba a punto de moverse cuando se oyó un súbito y breve chasquido y un golpe sólido. Vio que Xena golpeaba primero al hombre directamente en la entrepierna y luego lo lanzaba de una patada a su círculo de seguidores.

Con un grito, los demás soldados corrieron hacia Xena, que esperaba y que entró en un frenesí de movimiento casi demasiado rápido para seguirlo con la vista. Jessan nunca supo en realidad qué le hizo a cada soldado después de soltar un grito salvaje de batalla, sacar la espada de la funda que llevaba a la espalda y lanzarse al ataque.

En un momento dado, salió catapultada por el aire y dio un salto mortal por encima de las cabezas de los desventurados soldados. Aterrizó detrás de ellos y tumbó a uno con la parte plana de la espada, luego agarró a otros dos e hizo chocar sus cabezas. Jessan notó que se quedaba boquiabierto. Cuando se posó el polvo, sólo había un montón de soldados polvorientos e inconscientes y Xena, que mascullaba por lo bajo y regresó con ellos como si hubiera salido a dar un paseo. ¡Por Ares! ¡Ni la han tocado!

—Penoso —suspiró ella—. Vamos —cogió las riendas de Argo y tiró de ella y luego notó la expresión vidriosa de Jessan—. ¿Qué? ¿Te han herido? —miró a Gabrielle, que sonreía burlona—. ¿¿Qué??

La bardo puso su expresión más suficiente.

—Oh, nada. Acaba de ver a la Princesa Guerrera en acción —sofocó una risita ante la mirada asesina de Xena y clavó un dedo en las costillas de su amiga—. Y has estado deslumbrante, como siempre.

—Gabrielle... —gruñó Xena, en tono de advertencia, con lo cual su compañera se rió aún más y le volvió a clavar el dedo.

—Vamos, Xena, sabes que te encanta hacer eso —la bardo se fue animando con el tema—. Aplastarlos como un torbellino con toda facilidad... —se calló por fin al ver la expresión impasible y pétrea de Xena.

Jessan salió por fin de su trance y emprendió la marcha, siguiendo a Argo. Y yo que me preguntaba si sería capaz de hacer justicia a su reputación. Se dio una bofetada mental. Caray, chico. Resopló suavemente.

—Gracias de nuevo, por cierto —dijo, en voz baja.

—Bueno —comentó Xena—, a fin de cuentas, tengo una reputación mortífera que mantener —y consiguió mantener una expresión seria cuando los otros dos se volvieron y se la quedaron mirando pasmados—. Y ya sabéis que la única manera de hacerlo es dejando un reguero de sangre —los miró con una ceja enarcada y una expresión totalmente seria que se le extendió incluso a los ojos. Puso lo que sabía que era una mirada gélida y la clavó en los otros dos. Ellos se miraron nerviosos y Gabrielle tragó con fuerza, una vez. Xena los dejó así un poco más y luego pasó a su lado y siguió por el camino, tirando de Argo, en silencio. La verdad es que no debería ser tan sensible a las bromas. Suspiró por dentro. Y no debería haberle hecho eso a Gabrielle.

Jessan soltó el aliento con evidente alivio.

—Caray —echó un brazo por encima de Argo—. Caray, Argo... no quiero que se enfade nunca conmigo —le susurró a la yegua, que apuntó una oreja hacia él con aire compasivo. Él agachó la cabeza y siguió adelante.

Gabrielle estuvo en silencio largo rato después de aquello, caminando al lado de Xena, que estaba también muy callada. Claro, que Xena no era especialmente habladora ni en las mejores circunstancias, pensó Gabrielle, con el estómago aún encogido por esa "mirada". Maldijo en silencio por dentro. Estúpida, pero qué estúpida, Gabrielle. ¿Cuándo vas a enterarte de que tiene poca tolerancia a las bromas? Miró a su silenciosa compañera.

—Supongo que me lo merecía —dijo por fin y Xena volvió la cabeza y la miró con cariño risueño, mirada que Gabrielle no captó en absoluto.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Xena, sabiéndolo muy bien.

—Ya me conoces... siempre intento encontrar la gracia de una situación. A veces se me olvida... o sea, creo que tengo derecho a... y no lo tengo y sé que estabas enfadada, pero he seguido dale que dale y... —qué mal se estaba expresando. Mentalmente, se pegó un grito a sí misma por no ser capaz de enunciar la más sencilla de las frases cuando estaba tensa y con Xena. Menuda bardo.

—Gabrielle —la voz grave era cálida. Xena la agarró del hombro más cercano. Dejaron de andar y se miraron un momento—. Sí que tienes derecho.

¿Comprendes lo que te estoy diciendo, amiga mía? La mayor parte de nuestra comunicación la hacemos sin palabras. A mí no se me dan bien.

—¿Sí? —preguntó la bardo, con seriedad.

—Sí —afirmó Xena—. Además, ¿cuántas personas conoces que puedan clavarme un dedo en las costillas sin que les rompa la mano? —esperó a ver una sonrisa como respuesta por parte de su compañera y luego siguió adelante para alcanzar a Jessan y Argo, tirando de la bardo—. Vamos.

Caray. ¿Es posible que, por una vez, haya sabido llevar bien el tema? Gabrielle se había relajado y seguía sonriendo. Puede que sí.

Jessan contempló el paisaje que los rodeaba esa tarde.

—Ya no estamos lejos... creo que dentro de dos días estaremos muy cerca de mi casa —se terminó el pan y la carne con gran satisfacción y dedicó a Gabrielle una leve reverencia—. Pero voy a echar de menos tus guisos. No se lo digas a ella, pero son mejores que los de mi madre —vio que la bardo se sonrojaba y sonrió. Miró a Xena, que estaba apoyada tranquilamente en un árbol cercano y también sonreía.

—Se lo llevo diciendo desde hace meses. Creo que piensa que se lo digo sólo porque no tengo elección —comentó la guerrera, observando a su compañera, que se sonrojó de nuevo, esta vez hasta las raíces del pelo rubio—. Me alegro de tener una segunda opinión. A lo mejor ahora me cree —luego miró a Jessan—. Bueno, ¿estás listo para ese combate que me pediste?

El enorme y peludo guerrero sonrió mostrando los dientes.

—Sí —se estiró—. Tenemos que bajar esta excelente cena de algún modo y no se me ocurre una manera mejor —corrió a su zurrón y sacó la espada, casi dando brincos de emoción. Su espeso vello relucía al sol y se movía sobre su musculoso cuerpo como si fuera agua. Era la esencia misma de una naturaleza primitiva y se regocijaba con la sensación del cálido sol del atardecer en la espalda y la tierra firme bajo las potentes piernas. Levantó la espada hacia el sol y alzó la cara, absorbiendo el calor. ¡Lo va a hacer! ¿Confía en mí? ¿Puedo confiar en ella? ¡Oh, padre! Podría vengar tantas muertes con este momento, ella es todo lo que tú odias de ellos. Mi nombre viviría en nuestra aldea para siempre... pero papá, oh, papá... miro en mi corazón y no puedo, no puedo... ya me ha derrotado. Sonrió con tristeza por dentro. Qué razón tenía ella. El amor era el peligro más grande.

Xena se echó a reír al verlo y luego se encaminó hacia un pequeño claro cercano, se volvió y esperó. Se habían detenido algo temprano, por lo que el sol del atardecer todavía daba mucha luz. Jessan desenvainó la espada y al aproximarse al claro y colocarse ante ella, la saludó con la parte plana. Ella inclinó la cabeza como respuesta y esperó a que él hiciera la primera finta, sin desenvainar aún su propia arma. Espero saber lo que estoy haciendo , pensó, observando mientras él se acercaba. Se lo prometí a Gabrielle... pero de verdad que espero ser tan buena como creo que soy, si no esto podría acabar con sangre. Se planteó la posibilidad de que él intentara aprovechar esta oportunidad para librar a su pueblo de una enemiga peligrosa y luego se encogió de hombros. Como había dicho, la vida era peligrosa y si ella lo hacía lo mejor posible, daría igual. El corazón le empezó a latir con fuerza.

Ah... no te confíes tanto, Xena... canturreó Jessan por dentro, sintiendo el júbilo del combate que se alzaba en su interior. Sé que eres buena, pero yo también lo soy... Balanceó un poco los brazos, para relajarse, y avanzó. Sus ojos dorados se clavaron en los azules de ella, vigilando cualquier leve movimiento que pudiera indicarle sus planes, que pudiera revelar sus maniobras. ¿Se traicionaría a sí misma? No, los ojos estaban clavados en los suyos, la cabeza firme como una roca. Ahí no iba a haber suerte. Se lanzó hacia delante, echando el brazo de la espada hacia atrás siguiendo el movimiento del cuerpo, con la intención de darle un ligero golpe con la parte plana de la hoja para enseñarla a respetar su habilidad. Al esperar el leve hormigueo del contacto, se quedó sorprendido cuando no se produjo, sino que ella penetró su defensa con una gracilidad ágil y fluida, le dio un cachete en la mejilla y volvió a quedar fuera de su alcance antes de que él pudiera reaccionar siquiera. Parpadeó. Por Ares, esta mujer estaba tocada por Hermes, con esa velocidad. Respiró hondo para calmarse y se reagrupó.

Una sonrisa traviesa y entonces ella desenvainó su arma y volvió a esperarlo.

Fascinada, Gabrielle estaba sentada en un tocón justo fuera del claro y los observaba.

Una sólida estocada, entonces, por parte de Jessan, hábilmente parada por Xena y seguida de un encuentro circular de ambas espadas, que provocó un siseo primigenio por el claro. Otra estocada, otra parada, cada vez más deprisa, hasta que el metal se hizo borroso ante sus ojos y los movimientos demasiado rápidos para poder verlos. Jessan descubrió que tenía el corazón desbocado, con la esperanza de que su habilidad estuviera a la altura de las circunstancias. Era mejor de lo que había imaginado y si uno de los dos cometía un error, el resultado sería doloroso. Podría resultar mortal, porque ninguno de los dos se estaba refrenando. Pero la adrenalina lo impulsaba, el fuego palpitante de su sangre lo mantenía en el combate y en su cara se formó una sonrisa fiera. Sus brazos se movían trazando los arcos precisos, definidos y disciplinados de un magnífico espadachín, buscando los huecos en las defensas de ella, algún punto débil en su técnica. Llevaba practicando para esto desde que tuvo edad suficiente para levantar una espada, cuando su padre lo llevó a la parte de atrás de su cómoda casa, colocó las pequeñas manos de su hijo alrededor de la empuñadura y asestó un mandoble... incontables horas de combate desde entonces. Estaba considerado como uno de los mejores entre los de su especie y, ahora, en este claro bajo el sol poniente de un largo día, se había encontrado con alguien que era igual de bueno que él y mejor.

Xena dejó que su cuerpo actuara y reaccionara sin pensarlo conscientemente, lo cual habría sido demasiado lento para este combate. El fornido guerrero era tan bueno como pensaba y este enfrentamiento estaba poniendo a prueba su propia habilidad, cosa que no ocurría con la suficiente frecuencia. Con él podía dar todo lo que tenía, sin temer por su vida o la de ella, y en su cara apareció una sonrisa fiera equiparable a la de él. Ah, qué divertido. Era divertido de un modo que nunca podría explicar a nadie que no viviera por la espada y ni siquiera a la mayoría de los que vivían de esta manera. Se fueron moviendo en círculo, avanzando, retrocediendo, avanzando de nuevo. Era muy bueno... posiblemente el mejor adversario al que se había enfrentado jamás y se había enfrentado a muchos durante los largos años desde que fue atacada su aldea. Ella tenía cierta ventaja en materia de velocidad, él la tenía en fuerza. Pero poco a poco, empezó a ver pequeños fallos en su técnica y se lanzó a por ellos.

Ya veo lo que quería decir , pensó Gabrielle, dándose cuenta. Los dos son tan buenos que pueden combatir sin hacerse daño. Los observó y por primera vez vio el arte que había en ello, más allá del miedo puro que a menudo sentía cuando Xena cruzaba su espada con las legiones de personas a las que se enfrentaban. Siempre se había sentido maravillada por la habilidad de Xena para el combate, que parecía estar a varios niveles por encima de la media, a juzgar por la facilidad con que derrotaba a la mayoría de sus adversarios, pero esto era distinto.

Jessan era mucho más alto que ella, pero ahora, hasta Gab se daba cuenta de que Xena estaba haciendo retroceder a su adversario más grande, que su espada empujaba a la de él detrás de su cuerpo con cada estocada por la fuerza bruta de los golpes. Por fin, con una finta espectacular, capturó su espada con el borde de su empuñadura y, con un movimiento de increíble fuerza, lo desarmó y lanzó la espada por el aire. Antes de que pudiera aterrizar y clavarse en el suelo, dio una voltereta en el aire y atrapó la espada por la empuñadura y luego saltó por encima de la cabeza de Jessan y le dio un azote en el trasero con su propia espada. Luego lo saludó inclinando la cabeza de nuevo y le entregó la espada, presentándole la empuñadura, cuando él se giró en redondo para mirarla.

Jessan cogió la espada, sin dejar de mirarla, memorizando cada detalle. El sonido de su respiración agitada, la de ella mucho menos. El sonrojo de la sangre que oscurecía la piel de ambos, la chispa brillante y salvaje de sus ojos azulísimos, la admiración que él sabía que se reflejaba en los suyos. Su sonrisa. La de él. Era glorioso.

Ella suspiró con fuerza y luego envainó la espada.

—Bueno, qué falta me hacía —le echó una sonrisa perezosa—. Hacía mucho tiempo que no tenía un adversario tan bueno como tú —se acercó a él y lo miró a los ojos largamente—. Gracias... tenemos que volver a hacerlo —alargó la mano y le dio una palmada en el brazo y él se derritió con su aprecio. Ya no podía considerarla una enemiga.

—Xena —murmuró, por fin—. Eres hermana de mi corazón —tomó aliento de nuevo y envainó la espada con cuidado—. ¿Vamos a escuchar la nueva historia de tu bardo?

Regresaron juntos a la hoguera y Jessan fue al arroyo para beber agua. Xena se acercó donde estaba sentada Gabrielle.

—¡Eh! —gruñó, arrodillándose al lado de la bardo—. ¿A qué viene esa cara? Te lo prometí, ¿no? ¿Que no habría ni un arañazo?

Gabrielle meneó la cabeza rubia ligeramente y carraspeó.

—Has cumplido tu promesa... Xena, ha sido asombroso.

La guerrera se encogió de hombros con timidez.

—Ya me has visto luchar otras veces.

—Sí —dijo Gabrielle—, pero no así. Esto ha sido...

—¿Una chulería? —interrumpió Xena, en voz baja. Sardónicamente.

—No, una belleza —dijo Gabrielle, terminando su propia frase, sin hacer caso de la interrupción—. Y nunca pensé que pudiera opinar eso de algo tan violento.

Bueno... Se guardó ese pensamiento y sonrió por dentro. Había hecho callar a Xena, que no tenía ni idea de cómo responder a esta sorprendente afirmación. Gabrielle se habría echado a reír, pero sabía que eso sólo haría enfadar a Xena. Y eso no era lo que quería hacer en estos momentos. Ahora tendría que hacer un comentario ligero, para disipar la tensión.

—Bueno, ¿qué historia te apetece escuchar? —alzó una ceja interrogante mirando a su amiga, que estaba ahí sentada, con cierto aire de estar pensando que le habían colado una, pero sin saber en realidad cómo ni por qué. Disfrutó en privado de la tan poco frecuente sensación de haber conseguido desconcertar a Xena.

—Mm... —Xena se esforzó por pensar en un título. Todavía estaba intentando descifrar el sentido de la última conversación—. No lo sé, pregúntale a Jessan. Ha dicho que tenías una nueva, ¿es eso cierto? —eso, así tenía un momento para respirar. Era consciente del fulgor de los ojos de Gabrielle, lo cual quería decir que la bardo sabía que la había afectado, pero que no iba a aprovecharse de su ventaja.

—Ah, sí —Gabrielle se dejó desviar del tema—. Es ésa en la que tú...

Xena levantó la mano.

—Mm-mm. Por favor, Gabrielle, esta noche nada sobre mí, ¿vale? —sonrió—. Tienes una nueva sobre Herc, que te la contó Iolaus, lo sé... te oí ensayarla la semana pasada.

El fulgor seguía allí.

—Bueno, tal vez podrías convencerme para no contar nada sobre ti, ¿pero qué gano yo con ello? —Gabrielle no pudo resistir pincharla un poquito. Sabía dónde estaban los puntos débiles de esa armadura tan sólida.

—Gabrielle... —el gruñido de advertencia de Xena, pero con una sonrisa—. Vale, esta noche no te levantaré cuando estés dormida para tirarte al río. ¿Qué te parece?

Un último pellizquito.

—Mmm. Pues podría gustarme —y Gabrielle se alejó trotando por el campamento antes de que Xena pudiera responder. Aunque no habría sabido en absoluto qué contestar a eso , pensó para sí misma. ¿Qué mosca le ha picado? Meneó la cabeza y se levantó, sacudiéndose la túnica de cuero. A lo mejor se había comido unas setas raras con el guiso que habían cenado. Daba igual. A veces creía que tenía calada a Gabrielle, pero esa idea nunca duraba mucho. De simple aldeana, a bardo de talento, a princesa amazona. Gabrielle nunca dejaba de asombrarla. Xena sabía que se estaba acercando el momento en que Gabrielle tendría que sostenerse sobre sus propios pies y dejar su huella en el mundo. Su destino no era seguir a una ex señora de la guerra medio loca y de malos modales en la mesa. Ya, y ella misma hasta podría convencerse de que eso sería lo mejor para ambas, si se empeñaba lo suficiente. Pero sería lo mejor para Gabrielle, ni siquiera ella era tan ciega como para no darse cuenta de eso. Suspiró y se encaminó a donde Jessan se estaba acomodando junto al fuego.

—Tengo una idea —dijo Gabrielle, cuando se sentaba—. Creo que esta vez Jessan nos debe una historia —sonrió al sorprendido guerrero.

Xena alzó una ceja intrigada.

—Mmm. Oye, creo que tienes razón, Gab —se acomodó encima de la gran piel negra de dormir y se apoyó en un tronco caído, observando la cara nerviosa de él—. Apenas sabemos nada de tu gente. Debéis de tener historias.

Él se quedó un momento pensando, mientras las luces y sombras del fuego creaban extraños reflejos en su curioso perfil.

—Bueno —dijo por fin—. Lo intentaré, pero yo no soy bardo —y saludó con la cabeza a Gabrielle, que le sonrió dulcemente como respuesta. Se deslizó hasta donde estaba sentada Xena y se apoyó en el mismo tronco, de modo que las dos quedaron sentadas la una al lado de la otra, frente a él. Qué distintas eran, pensó, dedicando un momento a poner en orden sus ideas. Como la oscuridad y la luz en persona. Cerró los ojos y cruzó los dedos y, como si un dios lo hubiera tocado, su percepción interna volvió a él por completo. Casi temeroso, se extendió delicadamente y Miró. Ah... su espíritu se tranquilizó. Había tenido razón, al fin y al cabo. Gabrielle era un familiar calor dorado, pero la mujer que estaba a su lado, ahora que por fin sus sentidos se habían despejado, era un fuego de plata bruñida. Vio el vínculo que había entre ellas y se preguntó si lo sabían... no, probablemente no. Su especie no era capaz de percibirlo. Lástima. Pero... bueno, a lo mejor... oye...

—Os voy a contar la historia de Lestan y Wennid —dijo por fin, con una pequeña sonrisa por dentro—. Y del vínculo que se produce entre dos de nuestra especie, cuando tenemos mucha suerte —y se lanzó a contar la historia, que hablaba de dos miembros de su Pueblo, de tribus distintas, que se encontraron una noche en un claro iluminado por la luna en las profundidades de un bosque oscuro.

Mientras hablaba de su encuentro, que empezó con un combate y terminó con un aprecio a regañadientes, observaba sus caras. ¿Se darían cuenta de lo que estaba intentando mostrarles? Probablemente no. Suspiró.

—Sus tribus no eran amigas. Procedían de mundos diferentes. La tribu de él era guerrera y quería enfrentarse a vuestra especie cuando se adentraba en el bosque. Y la de ella era de talante pacífico y se ocultaba en las sombras cuando se acercaban los humanos —les habló del romance que mantuvieron de mala gana, de dos mundos que se repelían por naturaleza y que se unieron por una fuerza demasiado poderosa para poder resistirla. Lestan y Wennid, sin esperarlo, estaban vinculados entre sí, sus almas se habían conectado sin hacer caso de su historia, de su mente consciente, hasta de su buen juicio.

—Entonces, ¿se enamoraron? —preguntó Gabrielle, embelesada con la historia.

—El vínculo es más que amor, Gabrielle —contestó Jessan suavemente, intensamente—. Es una conexión entre dos almas que va más allá de nuestro conocimiento, más allá de nuestra comprensión, algunos dicen que más allá de la muerte misma —eso provocó una reacción en ellas para la que no estaba preparado. La disimularon rápidamente, pero él la vio, en los ojos de ambas. ¿Qué he dicho? pensó, desconcertado. Creo que aquí hay algo que se me escapa. Carraspeó y continuó la historia—. Eso no ocurre a menudo —les habló de la larga lucha entre los dos, para reconciliar a sus respectivas tribus, con poco éxito—. Entonces, una noche, un gran grupo de miembros de vuestra especie descubrió la aldea de ella, que estaba en lo más hondo de nuestro bosque, donde creíamos que ninguno de vosotros llegaría jamás —le temblaban las manos, no podía evitarlo—. Los persiguieron por el bosque, clavándoles lanzas.

Xena apretó la mandíbula con rabia y notó que Gabrielle se agitaba a su lado por la angustia. Se miraron.

—Lestan había salido de caza y oyó a los atacantes —aquí, como siempre, su sangre bulló por el orgullo—. Hizo que su Garan girara hacia la aldea de ella y cabalgó como un dios a través del bosque —sabía que había captado su atención por completo—. Wennid se había plantado contra un árbol caído, protegiendo a su madre y a tres pequeños. No era guerrera, pero se enfrentó a ellos como pudo, con un palo. Lestan le había estado enseñando un poco y para agradarle, se había permitido aprender algo sobre el arte del combate —su voz se hizo más intensa—. Dos de ellos cabalgaron hacia ella, con lanzas largas. Vio la muerte que se le echaba encima, pero abrió los brazos de par en par, para proteger a los demás y aceptar ella misma los golpes —ahora tenía el pelo del cuello erizado, tan vivos eran sus recuerdos—. Llegaron a ella y justo cuando las lanzas estaban a punto de atravesarle el cuerpo, Lestan y Garan saltaron por encima del árbol caído y los atacaron, haciéndolos retroceder —vio sus expresiones de alivio y asombro—. Y entonces, sacó la espada y, como si estuviera poseído por el espíritu de Ares, se enfrentó a todos ellos. Pero eran muchos —se le encogió la garganta—. Luchó hasta que todos estuvieron muertos o dispersados por el bosque, hasta que su cuerpo se tiñó de rojo por su propia sangre y el suelo quedó empapado de ella.

—¿Murió? —preguntó Gabrielle, en voz baja, con angustia, sin mirar a la mujer morena sentada tan cerca de ella.

Jessan la miró.

—No, no murió —sonrió, ligeramente—. Pero pagó un gran precio y perdió el uso de un brazo —respiró hondo—. Y, después de eso, las dos tribus decidieron unirse, porque se dieron cuenta de que tanto las costumbres de una como de otra merecían la pena. Lestan y Wennid fueron elegidos como líderes de la nueva aldea.

—¿Y fueron felices? —preguntó Xena, rompiendo su silencio por primera vez desde que empezó la historia.

—Sí —contestó Jessan, pensando que era una pregunta bastante rara.

—Pareces muy seguro —comentó la guerrera, mirándolo con una ceja enarcada.

En su cara leonina se formó una sonrisa pícara.

—Son mis padres —se echó a reír al verles la cara—. De modo que sí, estoy seguro.

¡Ja! ¡¡¡Las he pillado!!! se regocijó por dentro, satisfecho con su historia y con sus reacciones. A lo mejor hasta han captado lo que les estaba mostrando... no, seguro que no. Qué ciegos eran los humanos. Se levantó y se estiró, bostezando.

—Voy a beber agua... —comentó y se encaminó al río.

—Bueno —dijo Gabrielle, suspirando—. Le he pedido una historia, ¿no? —miró a Xena con una sonrisa traviesa.

La mujer más alta se cruzó de brazos y contempló la cara de Gabrielle.

—Sí, se la has pedido —dijo, pensativa—. Deberías tener cuidado con lo que le pides a la vida, Gabrielle. A veces los dioses te lo conceden —en su boca se dibujó una sonrisa.

La bardo la miró.

—Si pudieras pedir una sola cosa, Xena, y te fuera concedida, sin más, ¿qué pedirías?

No es justo, Gabrielle... la regañó su mente. No es justo... no deberías haberle preguntado eso. Puede que no te guste saber la respuesta... seguro que dice algo sobre evitar ciertas aldeas pequeñas...

Xena resopló y apoyó la cabeza en el tronco. ¿El qué, efectivamente? Su aldea, Cirra, César, Marcus, Callisto... M'lila, de cambiar cualquier de esas cosas, no sería la persona que era. La mayor parte del tiempo no le gustaba ser quien era, ¿pero le habría gustado más cualquier otro camino? En una ocasión, los dioses le habían mostrado un camino alternativo y ella lo había rechazado. Por fin, suspiró y giró la cabeza hacia Gabrielle.

—Nada.

La bardo se quedó sorprendida.

—¿Nada? —frunció el ceño—. ¿Cómo que nada? —el instinto le decía que se callara, que dejara de insistir, pero no pudo—. ¿Quieres decir que no hay nada que quisieras cambiar? —se volvió de lado y miró atentamente a Xena—. ¿Nada?

—No —dijo Xena, sabiendo que Gabrielle se estaba enfadando. Tenía que tranquilizarla—. Prácticamente cualquier cosa que cambiara significaría que habría estado en otro lugar y no en un pequeño claro a las afueras de Potedaia hace dos años —disfrutó en silencio de la expresión atónita de Gabrielle—. Y no querría haberme perdido eso.

Ah... no te esperabas esa respuesta, ¿verdad, amiga mía?

—¿Y tú qué? ¿Qué cambiarías si pudieras? —preguntó, más por distraer a la bardo que por otra cosa. Estaba bastante segura de que había muchas cosas que a Gabrielle le gustaría que fueran distintas. Pérdicas, por ejemplo.

Gabrielle se mordisqueó el labio en silencio, enredada en su propia trampa. ¿Cambiaría las cosas? Bueno, sí, siempre había pequeños detalles, cosas molestas, tanto en Xena como en ella misma, que a menudo le resultaban fastidiosas. Deseaba que Xena hablara más, aunque había estado de lo más charlatana durante este pequeño viaje. ¿Pero cambiar cosas? Suspiró por dentro.

—Me gustaría... —alargó la mano y agarró el brazo de su compañera con firmeza—. Me gustaría... quitarte todo tu dolor, Xena —no era exactamente lo que quería decir, pero se acercaba bastante. Y la respuesta fue un largo abrazo, tan largo que se quedó dormida en él, en toda esa paz.

Jessan, acurrucado en sus propias mantas al lado opuesto del fuego, se sonrió mientras se quedaba dormido.

Dos días después, estaban contemplando un ancho río y al otro lado una región cubierta de bosque que se extendía hasta el horizonte. Xena y Gabrielle miraron interrogantes a Jessan, que sonrió asintiendo.

—Mi casa —afirmó, con una sonrisa satisfecha—. Nunca pensé que volvería a ver este río.

Se volvió hacia ellas.

—No hay palabras suficientes para expresaros mi agradecimiento —abrazó primero a Gabrielle, levantándola del suelo y estrujándola. Ella se echó a reír, causando una vibración en sus brazos, y le devolvió el abrazo, con toda la fuerza que pudo. La dejó en el suelo con delicadeza y luego se volvió a Xena, que le echó una mirada fría, antes de rendirse y sonreír. A ella la abrazó con más fuerza, porque sabía que no le iba a hacer daño—. Voy a hacer esto, porque puedo —le susurró y luego la levantó del suelo y dio vueltas con ella entre sus brazos. Su risa suave resonó en su oído. Por fin la dejó en el suelo y se sonrieron el uno al otro—. Algún día, cuando los haya acostumbrado a la idea, vendréis a conocer a mi gente —dijo, con seriedad—. Pero las dos siempre seréis familia para mí.

—Y tú para nosotras, Jessan —contestó Xena, estrechándole el brazo. Gabrielle se limitó a asentir. Lo observaron mientras se daba la vuelta y corría hacia el río. Mientras cruzaba, Xena distinguió apenas los indicios de unas figuras oscuras que salían de la línea de árboles para recibirlo. Al llegar a las primeras, se volvió y las saludó agitando el brazo. Ellas le devolvieron el saludo.