La escuela de modales
Este es el relato de mi Cerdita Sissy que me inspiró la saga Dos sissies y un retorno, la publico aquí aunque la autoria no sea mía para que tengáis todo en un mismo contexto y porque soy su Ama y no se puede interponer en mis deseos, además, como podéis comprobar, su prosa es infinitamente peor
La escuela de modales 1
LA ESCUELA DE MODALES
En la escuela de modales había dos tipos de alumnas. Las de clase avanzada, que eran criadas que iban a aprender o esclavas que habían sido convertidas en criadas. Vestían una minifalda de cuadros muy corta, calcetines blancos de encaje, zapatos negros con tacón o bailarinas negras, braguitas blancas o tanguita blanco y una camisa blanca de algodón. Además tenían que llevar un maquillaje discreto. Las alumnas en recuperación, también llamadas “las putillas”, incluso por las profesoras, eran esclavas díscolas, criadas rebeldes que necesitaban mucha más disciplina y que no querían aprender. Éstas discípulas llevaban una minifalda mucho más corta, que tenía que dejar ver un poco de las nalgas, calcetines rojos o las medias de ese color que mandaran las profesoras, sandalias de tacón, mulés o bailarinas varios números por debajo de su pie para que recordaran su condición; maquillaje llamativo y exagerado y ningún tipo de ropa interior o braguitas que permitieran un fácil acceso a los agujeros de las alumnas, porque las clases eran compartidas y la única diferencia que había es que los asientos de las putillas tenían consoladores de distintos tamaños para estar penetradas durante todas las clases. Como esos dildos no estaban para procurar placer, sino para recordar la sumisión a las esclavas, se colocaba un tubo de acero en los penes de las putillas feminizadas para evitar erecciones y las otras, si lubricaban demasiado se les sacaba el consolador del parrús y se les obligaba a introducirse los falos por vía anal.
Cerdita está en la escuela de modales para aprender a ser una criada obediente y modosita. Pero en la clase de lamer calzado doña Chus considera que se está portando como una putilla, así que hace que la azoten y que le den una buena ración de rabo.
En clase la única diferencia entre los asientos de las alumnas modelo y de las alumnas putillas era que los de estas tenían consoladores de distintos tamaños para estar penetradas durante todas las clases. Como esos dildos no estaban para procurar placer, sino para recordar la sumisión a las esclavas, se colocaba un tubo de acero en los penes de las putillas feminizadas para evitar erecciones y las otras, si lubricaban demasiado se les sacaba el consolador del parrús y se les obligaba a introducirse los falos por vía anal. Para facilitar las penetraciones las alumnas díscolas no podían llevar ropa interior y siempre tenían que llevar calcetines rojos para que cualquiera supiera que iban con todo al aire y podían ser folladas con facilidad.
Cerdita había tenido suerte y la habían sentado en un banco con un plug bastante pequeño y no muy largo. A su izquierda sentaron a la criada Virginia, que como alumna modelo llevaba libre su pollón, más del doble que el del cerdita en longitud y grosor. A su derecha estaba Lena una alumna muy avanzada a la que le encantaba acosar a Cerdita y hacer que le lamiera el coño y el culo en el recreo.
Doña Chus estaba dando una clase de lamer calzado y pies cuando Lena empezó a masajear los testículos y el glande de Cerdita, que gimió ligeramente y miró a la criada Lena sin entender. Mientras cogía apuntes Lena siguió masajeando las partes de la esclava, hasta que un gemido llamó la atención de la maestra.
–¿Qué pasa por allí?
–Nada, señora profesora –respondió con rapidez la esclava.
–Está lubricando –dijo Lena señalando en el suelo unas gotas que había, fruto de los tocamientos que había hecho a su compañera.
–Pero, señora profesora –dijo Cerdita, pero no siguió porque Lena le pasó un papel en el que decía: “Si te chivas digo que me has metido mano tú a mí. ¿A ver lo que te hacen?
–¿Pero señora qué? –preguntó la profesora.
–Nada, nada –respondió la esclava bajando la mirada al pupitre.
–Yo creo que estaba moviendo el culo para darse placer –comentó Lena con voz de niña buena.
–Ya, ya me decían que te gusta tener cosas metidas por ahí, zorrona, pues te vamos a dar placer. ¡Ven aquí!
La esclava sabía que no podía replicar a la profesora, así que se levantó, pasó junto a Lena, que le pellizcó el culo, y salió al pasillo con la mirada baja.
–¿Qué prefieres primero, gorda, el dolor o el placer? –preguntó la maestra.
–Señorita, ¿puedo lameros los zapatos? –contestó la esclava intentando parecer muy sumisa.
–Está bien, pero recuérdame que te doble el castigo por no responder.
–Si. profesora –respondió la gorda arrodillándose y acercando la lengua a los zapatos negros de de la profesora.
Al hacerlo la minifalda de cuadros dejó a la vista gran parte de su culo y las braguitas rojas con abertura que llevaba. Esa ropa interior si estaba permitida. La exhibición del culo provocó la risa de algunas alumnas y Lena gritó el apodo que le habían puesto en el recreo: “Es que es la gorda putona” y todas se rieron con ganas incluida la profesora..
Mientras tanto la esclava limpiaba el borde de los zapatos, cerca de las medias, sin ni siquiera rozarlas. Esto gustó mucho a la maestra que le dijo que podría lamerle los zapatos siempre que se cruzara con ella a lo que la chupona contestó que muchas gracias.
Nada más terminar de lamer la gorda se puso en el banco de los castigos sin descalzarse y la maestra dijo: “¿Qué quieres, que te azote las suelas?”, lo que provocó de nuevo la risa de toda la clase. La esclava se quitó las bailarinas y se quedó con los calcetines rojos de lycra superfina.
–¿Me los quito también?
–No, el castigo terminara cuando se rompan.
La gorda entonces se colocó en el banco de los castigos, dejando el culo en pompa y las plantas de los pies a la altura perfecta para los azotes. La esclava no estaba muy asustada porque había visto la fusta tan fina y mientras juntaban sus pies con los grilletes y le ponían un cepo que consistía en un collar de metal con dos barras para separar las manos, pensaba que los calcetines se romperían muy pronto.
No podía mirar atrás así que cuando notó como caía una palmeta de madera sobre la planta de los pies aulló de dolor y supo que el castigo iba a durar mucho más tiempo.
Entonces Lena volvió a hablar: “Profesora, no ha recordado lo de la doble ración”.
–Es cierto. Coge la fusta y ven a castigar las nalgas de la foca.
–Piedad, por favor...
–Cállate o te amordazo, putilla –dijo la profesora mientras iniciaba de nuevo los zurriagazos en la planta de los pies y a la vez que Lena le levantaba la falda y sacudía con la fusta fina el culo de la esclava, que empezó a lloriquear de forma m*a.
A los dos minutos tenía las nalgas muy rojas, marcadas por los zurriagazos, y retorcía los pies, intentando que uno protegiera al otro de los palmetazos, mientras lloraba y se removía sin parar.
–Virginia, silencia a la gorda con la mordaza de carne, que esto va a durar un buen rato –espetó la profesora sin dejar de golpear a la esclava, que se retorcía por el dolor y que empezó a temblar porque sabía que significaba la mordaza de carne de Virginia.
Virginia, que era una alumna muy modosita, caminó despacio hasta la pizarra mientras la pobre Cerdita aullaba ya por el dolor y solo decía: “Piedad, piedad” a los zurriagazos de Lena y doña Chus.
Virginia se acercó a Cerdita, levanto su falda de tablas, bajó sus braguitas blancas y dejó al aire su polla flácida, que aún así era de buen tamaño.
–¿A qué esperas, tonta? Amordaza a tu compañera, que voy a darle más fuerte a ver si se rompen ya las medias y no quiero m*ar a las otras clases con sus aullidos de dolor.
Cerdita no podía mover las manos, abrió la boca tímidamente y susurró a su compañera:
–Por favor, solo la puntita.
Pero Virginia era muy buena alumna así que contestó: “Lo siento”, y cogió a Cerdita por las coletas y le metió entera la polla hasta el fondo. La pobre gordi se revolvía con la nariz pegada a la piel de su compañera y los labios rozando los huevos depilados, casi sin poder respirar, notaba como la polla de Virginia comenzaba a convertirse en una tranca venosa que temía pudiera asfixiarla. Los gritos de súplica fueron sustituidos por unos ruidos guturales y babas.
–Muy bien, Virginia –concluyó la profesora mientras seguía castigando los pies de la alumna.
Cerdita notaba como el pollón crecía en grosor, pero sobre todo en longitud, tanto que llegó una arcada y luego otra. Su cuerpo quería expeler ese trozo de carne caliente e invasor, pero Virginia no se movia y tampoco le soltaba las coletas. Las lágrimas le caían y a la vez que las babas, que se deslizaban por los huevos de Virginia.
–Al final la gorda putona se nos ahoga.
La gorda estiraba los pies y los removía porque empezaba a asfixiarse notando el glande de su compañera en la campanilla. Movía las manos en círculos, como intentando llegar al culo de Virginia, pero las barras separadoras lo hacían imposible. El vómito estaba a punto de salir cuando se rasgó una de las medias cortas.
–Ya está bien –ordenó doña Chus.
El enorme pollón salió de la boca de Cerdita todo recubierto de babas blancas y jugos gástricos de los accesos de vómito, parecía que Virginia se hubiera corrido, pero no era así. La gorda cogió aire mientras el reguero de babas iba de su boca al falo bien lubricado.
–Y ahora a disfrutar, zorrona –concluyó la profesora señalando a Virginia el culo enrojecido por los varazos de Lena.
–Ay, Señora, por favor…
Pero la gorda no puedo terminar la frase porque notó como Virginia le separaba las nalgas, así que hizo lo único que podía, que era relajar el ano para que el enorme mango no la desgarrara.
–Señora, ¿y yo qué hago? Que azotarle el culo a la gorda cansa mucho –pregunta Lena haciéndose la buena.
–Que te lama el culo o el coño, lo que quieras.
–El ojete, que me ha sudado mucho de tanto varazo.
Cuando la puntita entró la cerda no hizo casi ruido, pero cuando el rabo de Virgina fue abriéndose paso por sus tripas no puedo evitar más que gemir y luego gritar de dolor por la violación anal.
Lena se subió la faldita, se bajo las braguitas blancas de encaje y puso su carnoso culo delante de la cara de la putilla. Justo en ese momento Virginia comenzó a bombear y la gorda comenzó a suplicar para que fuera más despacio.
Lo único que consiguió fue un varazo en la planta del pie derecho y luego otro. Así que metió la lengua entre las nalgas de Lena y comenzó a buscar su ojete para lamerlo sin dilación.
Lena gimió de gusto y doña Chus detuvo los fustazos, no así las embestidas de Virginia que incrustaba la punta de su polla en las tripas de la cerda.
El timbre del recreo sonó y Virginia detuvo la follada. Cerdita resolló, pero dos bofetones de Lena le hicieron comprender que tenía que seguir lamiendo.
–La desatamos ya –preguntó Virginia.
–No, en el recreo se va a quedar aquí atada para que podáis jugar con ella.
–Que bien lo vamos a pasar –dijo Lena, agarrándola de las coletas y haciendo que casi se asfixiara con su culo convirtiendo las súplicas de la esclava en gemidos incomprensibles.
–Y tú, tonta, –espetó doña Chus– sigue empotrando a la Cerda hasta que llegue otra a darle otra ración de rabo.
Cerdita vio los zapatos de Doña Chus cuando salía de la clase.
–¿Podemos azotarla si no cumple? –preguntó Lena.
–Claro, pero amordazada que no haga ruido –concluyó doña Chus.
La profesora salió y Lena se dirigió a Virginia mientras el resto de alumnas se ponían en pie dispuestas a disfrutar de Cerdita.
–Amordaza a la puerca otra vez, que la quiero bastinar otro poco.
El agujero del culo de la esclava se relajó, pero antes de que pudiera disfrutar de su esfínter cerrado Lena le metió un consolador todavía más gordo que la polla de Virginia. La gorda aulló de dolor y cuando empezaron los zurriagazos en las plantas de los pies empezó a chillar como una cochina.
Las alumnas se reían mientras Lena ordenó:
–Amordaza a la foca de una vez.
La polla tiesa manchada con su mierda apareció erecta delante de los ojos lloroso de Cerdita.
–Lo siento –dijo de nuevo Virginia antes de meterle en la boca la barra de carne recubierta de heces.
Iba a ser un recreo muy largo.