La Escuela de Jóvenes Talentos (2)

Una universidad misteriosa donde los estudiantes ponen a prueba sus mágicos y esotéricos poderes, se enfrentan a clanes rivales y luchan por encontrar tiempo para estudiar y aprobar.

CAPÍTULO II

Milton hizo esfuerzos para que la enorme pila de libros en precario equilibrio que transportaba a su habitación no cayeran. No era cuestión de peso para él sino de equilibrio. Desde pequeño, cuantas más cosas aprendía, cuánto más se desarrollaba su cerebro, más crecía su musculatura. Y con un coeficiente de más de 200, la situación era preocupante para el rubio estudiante. Por eso había ingresado en la Escuela para Jóvenes Talentos y dentro de ella, en el Clan Arco Iris, aunque Milton nunca terminaba de integrarse del todo.

Entre los empollones como él, tenía poca credibilidad un genio matemático con la corpulencia de un campeón de halterofilia, y entre los deportistas, se aburría con su cháchara insustancial y le veían como un bicho raro.

La excepción era Jay, un inteligente mulato encantador ante cuyos pies caía todo el mundo rendido. Milton le había espiado infinidad de veces, deseándole en silencio. Una vez, incluso, en las duchas, desnudos bajo el caliente chorro de agua, estaban comentando cómo habían ganado a los Ojos Grises, un equipo de rugby rival. Ambos chicos se excitaron comentando alguna de las jugadas, cómo habían placado a sus rivales, más débiles, y los habían aprisionado, frotándose contra ellos. Milton observó cómo el mango de Jay crecía cada vez más, y sin poder contenerse, lo agarró y colocó junto al suyo, logrando poder masturbar ambos con la misma mano. Ambos eyacularon casi a la vez y se dieron un beso, pero Milton sabía que la cosa no iría a mayores: Jay tenía un novio al que era fiel, excepto algún escarceo amoroso ocasional. Y lo peor era que conocía a Aylen, su chico, de las clases de matemáticas y le caía bastante bien, era un empollón como él. Milton fantaseaba con castigarle y romperle el culito a base de bien hasta dejarle tan hecho polvo que no le quedaran más ganas de salir con Jay y reemplazar su puesto, pero Milton no era así.

De pronto salió de sus cavilaciones en cuanto entró en su estancia. Supo que no estaba solo, aunque su compañero de habitación, Sandro, no iba a estar en toda la tarde. Del susto, los libros cayeron al suelo, mientras el intruso ahogaba una risita burlona.

-¿Quién eres?

Una figura pelirroja que sonreía malignamente le observaba desde su camastro, recostado descaradamente. Milton gimió al recocerlo. Era uno de los muchachos del temido Clan Magenta, otro de los Clanes de la Escuela, estudiantes de las Artes Ocultas, la Nigromancia y la Manipulación.

-Oh, pero qué descortés soy. Debería presentarme. Mi nombre es Sash, del Clan Magenta, y tú debes ser Milton. He venido a por algo que vas a darme.

Al musculoso empollón le sorprendió la desvergüenza del chico. Si Milton quisiera, podría sujetar al chico contra el camastro, colocarse encima de él y reducirle aprisionándole entre su pecho y la cama. De repente, comenzó a sentirse turbado. Un repentino calor le azotó, y su miembro comenzó a latir con vida propia. La sonrisa de Sash se acentuó más.

-¿Sabes? Tengo un curioso poder. Creo que son mis feromonas. Puedo lograr que te sientas absolutamente enamorado de mí hasta cumplir mi más oscuro deseo, como vas a hacer. Necesito un libro de conjuros de tu Clan

Los dedos del chico magenta recorrieron libidinosamente los músculos de Milton. -Mmm… Pero el deber puede esperar. La verdad es que estás buenísimo, con todos estos musculazos. Me gustaría convertirte en mi esclavo y que me lamieras cada centímetro de tu cuerpo con tu lengua. Y eso harás… Ahora

Sash sonrió mientras sus feromonas comenzaban a hacer efecto. Milton no podía pensar. Una fina capa rojiza nublaba su visión y su verga erecta luchaba por escapar de sus pantalones. Si no hacía algo, estaba perdido. Milton tocó la sien de Sash y activó un sencillo hechizo de reflejo de poderes, lo que provocó que el poder de Sash se volviera contra él mismo. El muchacho cerró los ojos y su frente se perló de sudor, mientras el deseo le inundaba, como un torrente volcánico. Milton respiró, serenándose, aunque su mango seguía completamente erecto. Siguió acariciando la sien de Sash mientras éste se mordía los labios, incapaz de resistirse.

-Ouoohhh… maldito seas

-Bien, Sash, las tornas han cambiado y creo que te mereces una lección. No está bien jugar con los sentimientos de la gente. Ahora vas a probar tu propia medicina.

Milton se desnudó ante la mirada del chico. Sash no pudo reprimir un gemido ante la espléndida visión de su corpulento cuerpo. Su rostro enrojeció, debido al irresistible deseo y a la humillación de verse sometido a su enemigo. Antes de que Milton le ordenara nada, Sash se arrancó su ropa como si llevarla puesta le quemara y se encontró tendido sobre la cama besando el tremendo falo del muchacho rubio. Apenas cabía en su boca así que tuvo que lamerlo y también sus testículos. Los labios de Sash se posaron por sus pectorales y abdominales hasta que los fuertes brazos de Milton lo tumbaron y abrieron sus nalgas, revelando un rosadito y adorable orificio. Los colegas de Milton del Clan Arco Iris le habrían dicho que el chico magenta se merecía que le rompiera el culito con su tremendo mango sin ninguna floritura y que le sodomizara sin contemplaciones hasta romperle en dos, pero Milton no era así de cruel. En vez de ello, apoyó delicadamente su verga y la fue introduciendo tiernamente, mientras mordisqueaba el lóbulo de la oreja de Sash.

-Unggghhh… Nunca me… Nunca me habían follado así

La saliva de Sash caía sobre las sábanas, al igual que su líquido preseminal. Al poco, Milton sacó su verga y se derramó por la espalda de Sash, mientras gruesos chorros de puré le inundaban la espalda y el pelo. Sash le observó con expresión atontada. Mechones de su rojizo pelo se pegaban a su frente y rostro por el sudor y el semen de Milton. Sin decir una palabra, continuó besando cada centímetro del sudado cuerpo de Milton, tal como Sash le había ordenado hacia unos momentos. Milton se sintió un poco cochino y elevó las caderas y las piernas, revelando su oscuro ano. Sin decir nada, Sash acercó su rostro hasta estar a pocos centímetros del esfínter y lo lamió como si fuera la más deliciosa de las golosinas, enterrando su lengua en sus entrañas y lamiendo con avidez. Aquello excitó tanto a Milton que volvió a poseer al chico otra vez.

-Por favor… bésame… -Milton, sin dejar de empalarle con su falo, accedió a los deseos del atravesado muchacho y le besó. Como si aquello fuera una señal, ambos se vinieron a la vez, los chorros de Milton inundando las entrañas de Sash y los de éste cayeron sobre las sábanas de la cama. Ambos cayeron exhaustos sobre el catre sin dejar de besarse ni gemir.