La Escritora (7)

—¿Y por qué cuando me subo en la escalera me miras las bragas?...

7

Me pongo el mío y una camiseta y bajo las escaleras para esperarla en el salón, finalmente ella baja muy sonriente y para mi sorpresa con el bañador puesto.

—¿Bueno nos vamos? —dice como si tal cosa.

En el camino no hablamos mucho, mantenemos un tenso silencio mientras caminamos.

Al llegar a la apacible persa natural del río, un suave viento de poniente alivia los calores de esta tórrida tarde de verano. No tardamos ni cinco segundos en estar chapoteando en el agua, y una vez dentro decidimos sentarnos en unas piedras sumergidas cercanas a la orilla.

La suave brisa de la tarde nos refresca, aunque aún es un aire cálido que se cuela por nuestras piernas.

El resto de la tarde lo pasamos en el río y por la noche tras almorzar y sentarnos un rato a contemplar este cielo tan estrellado.

—Guille, tu cuarto aún huele a pintura, por lo que tendrás que dormir de nuevo conmigo, ¿puedo confiar en ti? —dice mi madre de repente.

—¡Oh, bueno sí, claro mamá! —le digo sintiendo la excitación crecer en mi interior, ¡volveré a dormir con ella y no podré resistir la tentación!

—Está bien, vámonos a la cama.

Aunque estoy muy excitado, también estoy cansado y esperando a que ella se duerma me duermo con ella y a eso de las tres de la mañana me despierto, como si un reloj interno me dijese que es hora de experimentar.

Mi madre está de espaldas a mí, la observo, su camisón es muy fino y al tocarlo apenas se nota que esté. Ella está recostada de lado, ofreciéndome su espalda y culito, así que pruebo a tocárselo suavemente por encima del camisón. Ella no se inmuta, por lo que aprieto más las manos y palpo la tersura de su culo redondeado.

Debo estar loco, pero tras el excitante momento de la tarde decido continuar y me arriesgo de nuevo.

Le subo el camisón y ahora palpo sus bragas y sus muslos, suavemente, apretando un poco su culo justo donde se une al muslo y el pliegue de piel es más carnoso. Junto sus braguitas y las coloco en su raja, entre cachete y cachete como si de un tanga se tratase, y palpo a placer su culo semidesnudo.

Aunque la tragedia se cierne sobre mí. Sin yo saberlo mi madre ha despertado y siente mi dedo en muy cerca de su intimidad, ¡pero qué torpe he sido!

—Pero Guille, ¡qué haces! —grita girándose hacia mí.

—¡Mamá, lo siento, yo no quería...! —se me ocurre decir mientras trato de guardar mi erección en el calzoncillo. Estoy tan nervioso que no atino a guardarla y cerrar la abertura de éstos.

Entonces mi madre me observa y muy escandalizada, ¡se da cuenta de que la tenía fuera!

—¡Oh, hijo! ¿Pero qué ibas a hacer? —dice ella, cuando es obvio lo que hacía y me ha visto de sobra.

—¡Verás mamá, te lo puedo explicar...! —contesto yo tras guardarla y cruzar las piernas para disimular.

Me doy cuenta de lo tieso que tengo el pene y de que ella me lo está mirando.

—¡Me estabas tocando Guille!

—Bueno sí, mamá, no sé qué me ha pasado, ¡lo siento mucho! —digo muy nervioso rompiendo a llorar.

No se me ocurre nada mejor que decir y es tal la vergüenza que siento en este instante que ha sido mi reacción más lógica. Lloro desconsoladamente mientras mi madre me mira y finalmente me abraza…

—Ya está, no pasa nada, sé que debes de estar muy avergonzado por lo que estabas haciendo, yo misma siento vergüenza por haberte invitado a dormir la siesta conmigo.

—Lo siento, lo que he hecho ha sido una locura que se me ha ocurrido, no sé en qué estaba pensando mamá —le digo una vez más.

—No importa, lo hecho, hecho está, no te voy a meter en el manicomio tampoco, hijo no llores más.

Continúo sollozando unos minutos, ella sigue abrazándome y me consuela unos minutos más hasta que dejo de llorar. Y veo que ella quiere “hablarlo” como todo lo que nos pasa últimamente, aunque decido ser yo quien se lo explique adelantándome.

—¿Te estabas masturbando? —me pregunta.

—Si y bueno, se me ocurrió meterte ahí el dedo, ¡lo siento! —digo por enésima vez.

—¡Vale Guille! He sido una insensata al invitarte a dormir conmigo, tal vez yo lo he provocado. Tú eres un volcán sexual y yo no he sabido verlo.

No sé qué decir así que decido callar por respuesta.

—Bueno, olvidémoslo y sigamos durmiendo, pero sé bueno, ¿vale?

—Vale —le digo en un susurro en la oscuridad.

Por la mañana bajo a desayunar, ella ya se ha levantado y como cada día me prepara el desayuno. Le doy los buenos días y tomo asiento.

—Siento lo de anoche mamá —digo una vez más.

—Bueno Guille, tampoco ha sido para tanto. Me has tocado las bragas si, y te estabas masturbando sí, pero no ha pasado nada más. Por cierto, ¿te gustó?

Su pregunta me desconcierta y no sé qué decir.

—Te sentiste atraído por mi cuerpo, ¿verdad? ¿Qué sentiste al acariciarme? —insiste.

—No sé, excitación, te acaricié el culo y luego se me ocurrió lo del dedo bajo tus bragas, pero no lo metí dentro, ¡lo prometo! —me apresuro a aclararle.

—Si, eso lo hubiese sentido, ¿estarías muy excitado, no?

Ella insiste y yo no sé con qué fin.

—Si bueno, fue excitante mamá —le digo sin tapujos.

—¿Y por qué cuando me subo en la escalera me miras las bragas?

—¿Las bragas? —pregunto como si la cosa no fuese conmigo—. No sé mamá, me llaman la atención, la verdad.

—Está bien Guille, no pasa nada, admito que me gusta que me mires, es algo extraño y anoche al sentir que me tocabas ahí, primero me sorprendí, pero luego me asusté —me confiesa.

—¿Cómo te pasó con tu primo? —pregunto recordando su historia.

—Si, algo así, te confieso que para mí también ha sido excitante.

—¿En serio? —pregunto sin poder creer lo que oyen mis oídos.

—Si Guille, en serio. Según las normas sociales está mal Guille, pero bueno, supongo que entre nosotros podemos ser sinceros, ¿no?

—¡Claro mamá! No sabía que fueses tan comprensiva —digo respirando aliviado.

—Yo tampoco que fueras tan atrevido Guille —responde sonriente.

Terminamos de desayunar y seguimos con el trabajo. Volvemos a colocar los en mi habitación. Apenas la mesilla de noche, una cómoda y la cama tenemos que mover así que acabamos pronto. Hoy toca pintar el cuarto de ella, de modo que hacemos la misma operación que el día anterior y terminamos la faena cerca de la hora del almuerzo.

Comemos y algo cansados como ayer nos echamos la siesta, aunque hoy, con los cambios de ubicación del mobiliario decidimos echar el colchón de su cama en el suelo del salón y dormimos así más mosquitos. Realmente estoy cansado, anoche me desvelé un poco con mis prácticas nocturnas así que en la siesta me dedico a dormir y relajarme, no quiero arriesgarme a que me vuelva a pillar.

A eso de las seis de la tarde mi madre me despierta y me pregunta si quiere que nos vayamos a bañar. Yo acepto, por lo que ella se va al cuarto de baño a prepararse mientras yo me desperezo.

Cuando estamos saliendo de la casa el sol aún es muy fuerte, entonces me dirijo a ella.

—Oye, ¿mamá te has masturbado desde que estamos aquí? —le pregunto a ella sin que se lo espere.

—Pues, la verdad es que no Guille, bueno como estamos tanto tiempo juntos no he tenido ocasión la verdad y encima ahora que dormimos juntos…

—Te confieso que yo lo hago todos los días —le digo para su sorpresa.

—¡Uf! ¿Eso debe ser un récord, no? —dice ella sonriente.

Seguimos caminando y mirando el paisaje. Cuando llegamos al río nos bañamos y jugamos en el agua a alguna peleilla de contacto. En el fondo nada ha cambiado entre nosotros por el incidente y me alegro un montón por ello.

Cuando nos entra frío, pues el agua está helada, salimos y nos liamos en las toallas para calentarnos al sol, como las higuanas.

—¿Oye, y por qué no buscas un sitio tranquilo aquí y te masturbas mamá? —le digo para su sorpresa.

—¿En serio me lo estás proponiendo?

—Si, esto está tan solitario que quien te va a ver —le digo de manera muy natural.

—Vale, ¡lo haré si tú también lo haces! —me propone ella, tal vez recordando la paja compartida con mi amigo.

—No sé mamá pero, ¿dices que lo hagamos juntos?

—¡No! ¡Juntos no, tonto! —exclama ciertamente avergonzada—. Cada uno por su lado.

—Está bien, ¡vale! —digo sin saber muy bien a dónde me levará esto.

Buscamos cada uno un sitio aparte y echando las toallas en el suelo nos disponemos a masturbarnos. cuando estoy oculto entre unos arbustos pienso en ella, no puedo evitar pensar en su cuerpo desnudo masturbándose en este abandonado paraje. Y este pensamiento me excita, ¿podría expiarla?

—¡Ah y no se te ocurra espiarme! —dice ella a una docena de metros en alguna parte como si estuviese adivinándome el pensamiento—. ¡Increíble!

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