La Escritora (5)

—Bueno hijo, no te pienso regañar porque tengas una revista porno, lo veo normal...

5

Por la tarde nos vamos a la río y nos bañamos hasta que se hace de noche, después vamos al pueblo y nos tomamos unos refrescos y unas tapas en una terraza del bar. La gente nos mira extrañada, incluso algunos comentan que estamos en el cortijo del “Cepri” con nula discreción. Esta situación nos agobia un poco, sobre todo a mi madre, que me dice que los hombres la miran “raro”, como si yo no fuese su hijo. Incomprensiblemente piensan que pueda ser su amante o algo así.

—No creo que volvamos mucho por el pueblo —me comenta mi madre contrariada.

Terminamos por irnos a dormir, no muy tarde para mañana madrugar. Aunque antes mi madre me pide que la acompañe un rato en la cama, que tiene ganas de hablar.

—¿Has visto como nos miraban los del pueblo? —me pregunta contrariada.

—Sí, los he visto, no son muy discretos que digamos, ¿no?

—Pensarán que somos amantes y que soy una pervertidora de menores o algo así.

Yo sonrío y trato de quitarle hierro al asunto.

—Déjalos, que piensen lo que quieran, nosotros sabemos que somos madre e hijo y nada más.

—Pues sí, pero es que choca tratar con gente así.

—Claro, lo entiendo, es agobiante que todo el mundo te mire y te señale por la calle.

Ambos estamos en pijama, y tenemos la habitación en penumbra, únicamente se deslizan por la estrecha ventana los rayos de la luna llena que comienza su ascenso hasta el cenit, iluminando tenuemente la habitación.

—¿Quieres dormir conmigo? —me pregunta de repente mi madre sin yo comprender del todo.

—¿Cómo dices mamá?

—La cama es grande y este cuarto parece más fresquito que el tuyo, a mí no me importa.

—Bueno es que no sé, yo doy muchas vueltas y te puedo despertar —alego yo para intentar negarme a su petición, pues me apetece hacerme otra paja antes de dormirme, con el calor estoy desatado y necesito saciar mi apetito sexual.

—No será para tanto, anda quédate conmigo —insiste ella un poco más.

—Bueno, mejor otro día, vale mamá.

Mi madre parece comprender mi negativa a quedarme, y no es que no quiera, seguro que sería morboso dormir con ella, pero como ya he dicho la naturaleza está desatada en mí.

—Comprendo, quieres tener intimidad —afirma ella cuando me levanto de la cama.

—Otra noche será, vale mamá —le digo dándole un beso en la mejilla.

—Muy bien, que descanses y que... “disfrutes” —comenta enfatizando el disfrutes.

Yo me limito a sonreír, aunque me avergüenza que piense que voy a masturbarme, aunque en verdad así sea.

De modo que tras el alivio nocturno me quedo dormido hasta la mañana siguiente.

Después de las tareas, ya rutinarias: el desayuno y los animales, mi madre me comenta que quiere pintar mi cuarto. Así que emprendemos el desalojo de los muebles y sacamos las cosas de mi habitación.

Para horror de quien esto escribe, la revista del “Private” que anoche me sirvió de inspiración queda al descubierto cuando retiramos el colchón.

—Pero Guille, ¿qué tenemos aquí? —comenta mi madre tomando en sus manos la revista ante de que yo pueda reaccionar.

—¡Oye mamá, eso no...! —no sé qué decir ni qué hacer—por favor no la veas, es algo personal.

—Bueno hijo, no te pienso regañar porque tengas una revista porno, lo veo normal, como ya te he dicho sobre tantas cosas del sexo. Parece buena —me dice ojeándola, mientras yo me muero de vergüenza pensando en las imágenes de coños, pollas y corridas salvajes.

—Me da mucha vergüenza mamá, por favor devuélvemela.

Mi madre se levanta del somier donde se había sentado y me la entrega finalmente.

—Está bien Guille puedes guardarla, aunque te repito que no me avergüenza que tengas algo así y a ti tampoco debería avergonzarte, seguro que tus amigos también las tienen.

—Bueno sí, todos tenemos y a veces nos las intercambiamos cuando nos cansamos de ellas, porque son muy caras.

—Eso está bien así ahorráis —comenta ella socarronamente.

Tras el escabroso incidente continuamos el trabajo. Yo permanezco en silencio, pues estoy bastante avergonzado, pero conforme pintamos se me va pasando el trauma. Mi madre lo respeta, hasta que rompe el silencio y comienza de nuevo a charlar.

—¿Te puedo hacer una pregunta Guille?

—¿Una pregunta? —contesto yo temiéndome de lo que quiere hablar.

—¡Tranquilo, que no voy a juzgarte hombre! Te contaré un secretillo, a nosotras también nos excita mirar el porno en esas revistas, ahora entiendo a lo que te referías cuando me decías que te gustan “con melones” —me confiesa sonriendo.

—¡En serio! —exclamo yo sin poder creerlo—. No lo dices por lo de antes, para que no me sienta culpable.

—¡No en absoluto, es en serio! Me gusta mirar las fotos y me excita, imagino que como a ti, ¿sabes?

Ante la caliente afirmación de mi madre yo me quedo un tanto pasmado y no sé qué decir, me limito a asentir con la cabeza.

—¿Has visto alguna película porno? —me pregunta ahondando más en el asunto.

—Pues sí, en casa de un amigo, una vez —contesto yo venciendo mi timidez.

—¿Y qué? Te excitarías muchísimo, ¿no? Os masturbasteis después.

—Verás mamá es que me da vergüenza hablar de eso contigo.

—Bueno hijo, si no quieres no me lo cuentes, no me voy a enfadar ni nada, aunque si quieres yo estoy dispuesta a contarte mis “secretillos” si tú también me cuentas los tuyos.

Tras pensarlo un rato en silencio, decido aceptar el reto que me plantea mi progenitora y comienzo a contarle una caliente experiencia que tuve ese día con mi amigo íntimo.

—Bueno mamá, sí el día que vi la película en casa de mi amigo, estábamos solos, él y yo y la vimos casi entera.

—¿Y os masturbasteis después? —pregunta mi madre muy extrañamente interesada en este asunto.

—Sí, mientras la veíamos yo estaba muy excitado, incluso me había estado tocando un poco a escondidas pues teníamos la luz apagada. Entonces mi amigo me propuso hacernos unas pajas. Yo al principio estuve reticente pero luego acepté.

El caso es que mi amigo me propuso que nos las enseñásemos. A mí me extrañó, pero es de mis mejores amigos y te confieso que yo también tenía curiosidad por ver otro pito aparte del mío.

—¿Y os las enseñasteis? —dice ella muy escandalizada por mis palabras.

Bueno, la verdad es que sí, queríamos compararlas, supongo por saber si éramos “normales”. El caso es que las pusimos duras y las comparamos, y más o menos eran del mismo tamaño y grosor, tal vez un poco más larga la suya, pero no mucho.

—Y luego, ¿qué pasó? —pregunta ella interesándose por más detalles.

—Pues nos volvimos a sentar uno a cada lado del tresillo y comenzamos a meneárnoslas, mientras nos mirábamos como de reojo, la verdad es que me daba vergüenza, pero no podía evitar mirarlo y sentía curiosidad por saber qué sentiría si le dejaba tocármela.

—¡Qué excitante! ¿Y seguisteis?

—Si, la verdad es que me sorprendió que yo estuviese pensando en qué sentiría si me era otro el que me la tocaba y entonces él me preguntó que por qué no probábamos a hacérnoslo el uno al otro, que así nos gustaría más.

—¿Y tú aceptaste? —dice ella casi saltando de la impaciencia.

No sé lo que me pasó mamá, por una parte, tenía dudas y por otra quería experimentar. Pero me daba mucha vergüenza así que le dije que mejor no. ¿Tú crees que pueda ser homosexual por sentir la tentación de hacerlo?

—¡Claro que no Guille, aquello fue curiosidad, nada más! El morbo de que otra persona te tocase tu pene y te masturbase.

—¿Y seguisteis masturbándoos o lo dejasteis ahí? —me pregunta mi madre mostrando interés en ver cómo acabó la cosa.

—Pues sí, seguimos hasta corrernos y limpiarnos con pañuelos de papel—. Admito que fue raro, pero en el fondo me gustó la experiencia. A veces pienso en qué hubiese pasado si yo hubiese aceptado su ofrecimiento, pero no lo hemos vuelto a repetir, así que la cosa quedó ahí.

—Entonces, ¿te hubiese gustado que él te lo hubiese hecho? —insiste de nuevo ella ante mis dudas.

—No sé, me daba morbo, ¡pero también mucha vergüenza!

—Bueno no pasa nada Guille, eso es normal a vuestra edad, queréis experimentar. A mí me pasó algo parecido con un primo mío, me pidió que le enseñara las braguitas y luego él me enseñó lo suyo y a continuación me pidió que me las bajara. Yo sabía ya lo que era el sexo, aunque no se si me masturbaba en ese tiempo. Él era mayor y sabía más, el caso es que acepté, pero luego cuando me ofreció que se lo acariciase me asusté y él paró en ese momento. Realmente no pasó nada, pero al igual que tú, me pregunto qué hubiese ocurrido de haber accedido a tocársela. Incluso a veces fantaseo con el asunto y me imagino que tal vez hubiésemos tenido algo de sexo, no algo completo, ya me entiendes —me explica mi madre.

—¡Vaya mamá, me dejas pasmado! Supongo que todos tenemos historias así de adolescencia.

—Si Guille, como ves hasta yo las he tenido —dijo ella riendo.

—Oye, y cuando te masturbas, ¿cómo lo haces te metes los dedos?

—Pues claro, las mujeres lo hacemos así y nos acariciamos el clítoris, ¿sabes lo que es?

—Sí claro —dije yo con orgullo—, sé que es como un botoncito que está en la parte superior de la vagina, donde se unen los labios menores.

—¡Uf, casi lo describes mejor que yo! Pues eso nos lo acariciamos y bueno, también nos metemos los dedos un poco en la vagina mientras lo hacemos.

—¡Qué excitante mamá! Yo aún no he estado con ninguna chica, ¿sabes? —le confesé.

—No te preocupes, todo llegará a su debido tiempo —dijo ella acariciándome el pelo.

—Mejor pronto que tarde —dije yo en un lamento despertando sus risas.