La Escritora (4)

Cuando ya estoy suficientemente excitado saco mi pene y me masturbo sentado en el taburete...

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Ya llegamos a la casa, y para mi asombro escucho ruidos extraños, como de animales. Mi madre se alegra y entonces me explica, mientras nos dirigimos a unas cuadras que hay en la parte de atrás de la casa que ha pedido a Cipriano que nos traiga algunos animales de granja para entretenerlos mientras estamos aquí.

Una vez en la nave, enciende la luz y podemos ver que hay gallinas al fondo, un par de cabras en una pared cercadas por un muro de media altura y en frente descubrimos una burrita. Mi madre entra en la habitación donde está y se pone a acariciarla, invitándome a hacerlo, aunque a mí me da bastante reparo, por si se no le gusto y me da una coz. Por lo visto es muy mansa, así que concierto temor me acerco y lo compruebo por mí mismo.

—Ya verás, nos comeremos los huevos de las gallinas y ordeñaremos a las cabras por la mañana, y esta burrita nos puede pasear por el campo, se ve que está bien cuidada. Este Cipriano es un sol, no ha puesto ninguna pega y ha cumplido a la perfección.

A mí lo que me llama poderosamente la atención es la vagina de la burrita, la tiene toda negra. En mi mente surge una idea: “¿y si probase a copular con la burrita?”. Pero inmediatamente me surge la duda sobre cómo reaccionará el animal ante estos tocamientos, tendré que ser cauteloso cuando lo intente.

Tras el largo día estamos cansados así que cenamos y nos vamos a la cama temprano sin ver la tele, por lo visto también habrá que madrugar mañana para echarle de comer a los animales y seguir pintando.

Ya de madrugada mi madre me despierta con un beso y me pide que me vaya levantando. Ella me espera preparando el desayuno en la cocina. De nuevo tostadas con aceite, pero me gusta el menú, hoy además a incluido jamón, con lo que las tostadas saben aún mejor.

Vamos a la nave de los animales y barremos a las gallinas, cabras y burra, después les echamos agua y comida en sus respectivos recipientes. Luego la diversión comienza cuando intentamos ordeñar a las cabras. Otra faceta que desconocía de la madre rural que tengo, es que sabe hacerlo y muy bien.

Cuando yo tomo asiento tras la cabra y cojo sus ubres, no consigo sacar apenas una gotita de leche, mi madre se ríe y se pone a mi lado.

—Tienes que poner el pulgar para adentro y apretar con los dedos, así —me dice mientras coloca su mano sobre la mía y me hace apretar la ubre.

—¡Están muy duras! —digo asombrado.

—Imagina que son tus amigas, las de los melones, ¿no te gustaría apretar esos duros melones? ¡Son como estas tetas! —dice ella riéndose.

Lo cierto es que la comparación es odiosa, pero en el fondo son unas tetas y de ellas sale leche, por lo que me excita tocarlas y apretarlas, me imagino que son las de una mujer y la cosa mejora, ya empiezo a sacar algo de leche.

Hoy toca pintar el salón de la casa, aunque técnicamente aquello sólo es parecido a un salón, pues apenas tiene una vitrina para guardar los platos y las copas y una mesa cuadrada con cuatro sillas a su alrededor. todos los muebles son de estilo provenzal, de pura y maciza madera y las paredes tienen colgados utensilios del campo, junto con una especie del candiles y objetos de bronce. Sin duda todo muy típico, todo muy de campo. El techo está cruzado por vigas de madera que, por supuesto también habrá que pintar, aunque no está muy alto por lo que no nos será muy difícil el hacerlo.

De nuevo sujeto la escalera y de nuevo puedo observar las bragas de mi madre subida a los peldaños superiores de la misma mientras pinta las vigas. Hoy, a diferencia de ayer, son negras. Me gustaban más las blancas, porque dejaban ver más, éstas se confunden en la penumbra del salón y no son tan sexis como las de ayer.

Hemos decidido turnamos pues pintar vigas es cansado y ella me pide que la releve, sujetándome la escalera a mí. Así la mañana transcurre sin nada de particular, más tarde almorzamos y a diferencia de ayer estamos cansados y sólo nos apetece echarnos la siesta tranquilamente en nuestras habitaciones.

La verdad es que apenas he tenido con media hora de sueño, lo suficiente para reponer fuerzas y recuperarme del sopor post—almuerzo. Pero apenas he podido dormirme, pensando en escabullirme mientras mi madre echa la siesta para visitar a mis animalitos de granja.

De este modo echo un vistazo al cuarto de mi madre, oyéndola respirar en profundo sueño desde la puerta. Así que nervioso y excitado me apresuro a salir de la casa, al principio sin hacer ruido para que la durmiente no despierte y una vez fuera casi corriendo hacia la parte de atrás del cortijo.

Al entrar en la nave el calor es considerable, pero nada me va a detener. Paso al corral donde están las cabras y cierro la puerta tras de mí. Con tacto me acerco a ellas y comienzo a acariciarlas por el lomo para tranquilizarlas. Cojo el banco de ordeñar y me siento detrás de la que parece más vieja, entonces pruebo a ordenarla un poco, acariciando sus ubres suavemente y luego las aprieto para sacarles la leche. Tímidamente saco unos chorros, ¡y descubro que esto me excita mucho!

Sigo ordeñándola, sintiendo mi excitación y miro como la leche cae al suelo, me imagino que son las tetas de una mujer y yo se las toco y la ordeño, éstas también echan chorros de leche y me excito mientras la veo caer. Cierro los ojos y lo imagino todo con claridad meridiana.

Cuando ya estoy suficientemente excitado saco mi pene y me masturbo sentado en el taburete. Estoy muy excitado así que no tardo en levantarme y soltar andanadas de semen que caen igualmente al suelo, como la leche de la cabra.

Ya sé que es un poco guarro para un chico de ciudad como yo, pero las ubres de la cabra y su leche, me han ayudado a salir de la monotonía de las pajas y las revistas.

Mi ropa huele a cabra, decido entrar a la casa y darme una ducha, por suerte, mi madre aún no ha despertado.

Nota del autor: Si te ha gustado el capítulo y quieres seguir leyendo la novela completa, búscala en mi perfil o mi blog.