La esclava perfecta (2)

Confirmo a mi amo Javier que voy a ser su esclava y continúo con mi segunda sesión de dominación.

Al día siguiente, cuando me desperté, analice todo lo sucedido la noche anterior. Me sentía humillada y vejada, pero aun así noté como tan sólo recordando me había empezado a mojar… Javier ya no estaba, me había dejado dormir, y supuse que habría ido a comprar el periódico y el pan como cada sábado.

En mi almohada había una orquídea morada y blanca. El sabía que eran mis flores preferidas, tan misteriosas, bellas y distintas… También había una nota. Comencé a leerla:

Querida esclava:

"Me has dado todo lo que te he pedido, vas por buen camino, pero si quieres ser la esclava perfecta, aún deberás aprender mucho más. Si deseas seguir tu adiestramiento y complacerme, cuando vuelva deberás estar desnuda y con el regalito que te he dejado en la mesilla colocado visiblemente. En caso contrario, tira la orquídea y el resto de cosas a la basura y nunca volveremos a hablar de lo ocurrido. Te deseo. Tu amo Javier."

Por un momento pensé que era un hombre muy distinto al que yo conocía. Yo creía que el sexo entre nosotros había sido siempre satisfactorio, pero ya lo dudaba. Posiblemente se había aburrido de hacer siempre lo mismo, o quizá se había aburrido de mí. La verdad es que me sentía utilizada, pero a la vez muy excitada y deseada. Las dudas se agolpaban en mi cabeza, no sabía que hacer ni que pensar. Tenía que decidirme rápido. Por un lado me apetecía y me excitaba, pero por otro lado me aterraba no saber los límites y a donde me podía llevar esta "aventura".

Finalmente abrí el cajón de mi mesilla y encontré una bolsa negra. Dentro había un consolador enorme, flexible y transparente. También había una cajita con unas bolas unidas por una cuerda, y por la foto supe que tendría que meterlas en mi culo.

Intenté meterlas, pero no entraban muy bien, así que las unté con la crema que tenía en la mesilla. Empecé a meterlas en mi culo y cuando conseguí tenerlas todas dentro, empecé con el consolador en mi coño. Era realmente inmenso, pero poco a poco lo metí casi entero. Me coloqué de rodillas encima de la cama, y esperé. Ya llevaba al menos treinta minutos en esta posición y empezaba a tener las piernas entumecidas, cuando oí la puerta. Era Javier que ya volvía. Me sentía un poco avergonzada, pero no me moví.

Me dijo: sólo te lo voy a preguntar una vez ¿estas dispuesta a hacer todo lo que yo te pida? ¿Estas dispuesta a ser mi esclava y a someterte a mi?

Dudé unos instantes, pero finalmente moví la cabeza afirmativamente.

Entonces Javier me azotó con una fusta. Uno, dos, tres azotes, y al cuarto ya no pude aguantar y grité, le pedí que no siguiera, pero el siguió. Perdí la cuenta de cuantos, el consolador se salió de mi coño. Entonces paró, me sacó las bolas del culo de un brusco tirón y me metió de golpe su polla, nuevamente sentí dolor, pero no me dejó moverme. Su polla parecía más grande que nunca, entraba y salía y parecía que iba a desgarrarme más y más. Cuanto más rítmicos eran sus movimientos, más me excitaba, el dolor dejó paso a un intenso placer, me estrujó las tetas y pellizcó los pezones con fuerza y un orgasmo nos sacudió a ambos al mismo tiempo.

Se levantó, y me dijo que descansara pues por la noche vendrían unos amigos y quería que estuviera en forma para demostrarles lo buena esclava que era.

Le pregunté ¿que amigos son esos? y respondió que yo nos lo conocía, pero ellos a mi sí, y que no necesitaba hacer preguntas. El resto del día transcurrió con mucha tranquilidad, vimos una película, dormimos la siesta, me preparó una cena frugal, y nos quedamos en el sofá del salón escuchando música.

Sobre las nueve, el timbre rompió esa paz, y empezaron a llegar los invitados de mi marido. No sabía que hacer, ni como comportarme, así que me metí en el aseo, y esperé a que Javier me llamara.

Unos minutos más tarde Javier aporreaba mi puerta. Entro en el aseo y me gritó, me decía que era una imbécil sin palabra. Me dijo que si no iba a cumplir lo prometido que hiciera la maleta y me fuera a casa de una amiga y volviera el lunes, pues el tenía por delante una noche fantástica. Yo me puse a llorar, le decía que no me quería ir, que solo quería complacerle, pero que estaba perdida y no sabía que tenía que hacer. Entonces me abrazó, me lavó la cara y me pidió que dejara de llorar. Me puso un pañuelo alrededor de los ojos y me desabrochó la blusa, yo no llevaba sujetador. También me quitó las bragas, pero me dejó puesta la falda. Finalmente me colocó un collar en el cuello, y me dijo que llevaba una plaquita grabada que decía: "la esclava perfecta", y ató mis manos a la espalda.

Me dejé hacer, estaba más relajada, y quería pasarlo bien también. Al fin y al cabo si yo era el juguete de todos, me merecía pasar un buen rato.

Me tumbaron sobre algo duro, una especie de potro. Me ataron las manos y las piernas. Comenzaron los azotes. Creo que era un látigo con varias terminaciones, pues sentía un gran dolor en varios puntos a la vez. Gritaba y lloraba, pedía que pararan, pero los golpes eran cada vez peores. Cuando por fin pararon, alguien me puso una crema o una pomada en la zona golpeada, luego siguió acariciándome todo el cuerpo. Sentí una lengua en mi ano, y después en mi coño expuesto, luego sentí algo frío en mi culo. Me metieron unos cubitos de hielo, también pasaron alguno por mis pezones y mi clítoris. Entonces me pusieron las pinzas de la otra vez, una en cada labio, y otra en el clítoris. Me desataron y me pusieron de rodillas en el suelo, y me metieron la cara en un coño. Yo no había chupado uno en la vida, me daba asco, pero no me quedó más remedio. Una voz me increpó a hacerlo más rápido, me dijo que si la mujer a la que estaba comiendo el coño no quedaba satisfecha, me castigarían duramente. Metí mi lengua tanto como pude, succioné su clítoris y le mordisqueé hasta que se corrió. Aun así me dijeron que había sido muy lenta y que sería castigada después de que usaran todos mis agujeros.

Me quitaron las pinzas y me fueron metiendo varias pollas en mi coño y mi boca o mi culo y mi boca. Perdía la cuenta, estaba agotada y me dolía todo el cuerpo, pero me corrí al menos dos veces. Cada vez que me corría me azotaban las tetas como castigo pues una puta esclava como yo no tenía derecho a correrse sin permiso.

Cuando todos estaban satisfechos llegó la hora de mi castigo aplazado.

Me volvieron a atar y me sujetaron el cuello con una cadena enganchada a mi collar de esclava perfecta. Estaba boca arriba y con las piernas completamente abiertas. Seguía con los ojos tapados, y entonces me taparon también la boca. Estaba algo asustada. Entonces me introdujeron algo por el culo y empezó a entrar un líquido, era molesto pero no doloroso, así que me relajé un poco. Hice mal. Estaban poniéndome un enema, y luego me taponaron con algo para que mantuviera el líquido dentro de mí. Comenzaron los azotes, esta vez en la cara interna de los muslos, las tetas, el vientre, eran muy dolorosos, y alguno caía también en mi coño. Cuando pararon los golpes, quitaron el tapón de mi culo y salió el agua a presión, se reían de mi, de la mierda que salía con el agua. Entonces me colocaron un consolador en cada agujero y los sujetaron con un cinturón a mi cadera. Escuche a un hombre con una voz muy varonil que decía que era suficiente por esa noche, pero le dijo a Javier que debía azotarme y castigarme un poco todos los días, y que esa semana debía llevarme a poner la argolla para que estuviera lista para la siguiente sesión.

Yo no daba crédito ¡una argolla! ¿Dónde? ¿Para que?. Enseguida iba a encontrar respuesta a todas mis dudas y preguntas. Esa parte os la contaré en la tercera parte de "la esclava perfecta".