La esclava perfecta (1)

Mi primera sesión de iniciación en el sado como esclava de mi marido.

Hasta ese mismo momento no me había dado cuenta de donde me había metido. El amor a mi marido, y puede que también mi propia curiosidad y cierto morbillo me habían hecho prometerle que aceptaría ir a una reunión de intercambio de parejas, y lo que es más, que aceptaría a ser su esclava sexual durante todo el tiempo que pasáramos allí.

Y allí estaba yo, en el asiento trasero de un coche –supongo que el nuestro-, con los ojos tapados, sin bragas ni sujetador, con un vestido de lo más sugerente y con las manos atadas a la espalda con unas esposas.

Cuando mi marido, Javier, detuvo el coche, comencé a temblar de miedo y de excitación a la vez. Noté como mi coño empezaba a humedecerse. Como lo llevo prácticamente todo rasurado, podía notar como mis flujos mojaban mis muslos e incluso notaba húmedo el asiento del coche.

Cuando se abrió la puerta, Javier me ayudó a bajar. Luego me guió por el camino hasta lo que supongo era la entrada de la puerta de una casa. Una vez allí, noté como varias manos comenzaban a sobarme por encima del vestido. Incluso noté unos labios sobre mi cuello y luego bajaban para detenerse y mordisquear mis pezones, todavía con el vestido puesto. Aunque parezca increíble, mis pezones estaban tiesos, y yo estaba muy animada y ronroneaba como un gatito.

De repente se apartaron de mi los labios y las manos y con un brusco tirón me llevaron a otra zona de la casa, me soltaron las esposas, alguien tiró de mi vestido y rompió todos los botones, me lo quitaron y desnuda quedé atada con las manos a lo que creo era un poste.

Otra vez empezaron los sobos, los mordiscos en los pezones e incluso dedos dentro de mi vagina y de mi culo. Empecé a protestar y a llamar a Javier, pues me hacían daño. Al cabo de un rato me contestó y dijo que si quería me desataba y nos marchábamos pero que las promesas hay que cumplirlas y que estaba empezando a decepcionarle…. y rollos así

Mi cabeza no dejaba de dar vueltas y más vueltas, pero seguía entregándome a gente que no conocía ¡ni siquiera sabía cuantos eran!. Como dicen que el que calla otorga, siguió la juerga, por supuesto a mi costa.

Una vez atada a una columna, y con los ojos tapados, el siguiente paso fue taparme la boca. Me metieron una bola en la boca, y la verdad era algo agobiante y se me caía un poco de baba por las comisuras de los labios.

Luego se precipitaron los acontecimientos, sentí algo duro que se metía en mi vagina de golpe. Me taladraba en el sentido más estricto de la palabra, después varios dedos me untaron con algo viscoso el ano. Inmediatamente sentí algo que también se hundía en mi culo. Lloré de dolor, intenté gritar, soltarme, pero no podía.

Después noté como me pellizcaban los pezones, y tan pronto como se pusieron duros, me colocaron unas pinzas. Lo mismo en los labios de mi coño, dos pinzas más. Pensé que me volvía loca de dolor, cuando de repente me quitaron los consoladores y la bola de la boca. Entonces me metieron una polla enorme en la boca, yo se la había comido bastante a mi marido y a alguno de mis novios, pero nunca de esa forma, la punta me llegaba a la garganta, me ahogaba y casi me hacía vomitar. Me insultaban, luego me pegaron con un cinturón o con un látigo muy ancho. En ese momento me derrumbé por completo. No podía más. Me desperté, sin saber cuanto tiempo había pasado, y ya no tenía pinzas en mis tetas y mi chocho, pero me ardía cada trozo de piel. Estaba tumbada en un potro, y atada boca arriba de pies y manos, con mis agujeros completamente accesibles. Rápidamente me di cuenta de que la postura era precisamente para eso. Noté como me chupaban el coño, las tetas, mordiscos y lametones por todo mi cuerpo y en unos minutos, cuando iba a correrme, pararon y me abofetearon, prohibiendo que me corriera sin permiso.

Entonces noté una polla entrando y saliendo de mi coño, y al mismo tiempo una mano pegaba algo en mi clítoris. Pronto descubrí que se trataba de algún tipo de juguete con corriente, que cada varios segundos me producía una descarga, que hacía que yo me moviera cada vez mas y más rápido. Noté que esa polla se corría, y antes de que pudiera siquiera recuperarme, nota otra polla, pero esta vez en el culo. Otra vez el dolor lacerante, y ahora más manos en mis tetas, mi boca, mi coño, y otra descarga, más fuerte, y en ese momento, entre insultos, varias voces decían: ahora, puta, ahora puedes correrte, y por supuesto me corrí, y no una sino tres veces, pues la verdad creo que me lo merecía. Me desataron y Javier me cogió en brazos y me llevó a casa. No hablamos ni una palabra en todo el camino, y cuando llegamos a casa me di una ducha y comprobé mi cuerpo dolorido, el culo rojo, y mis pezones a punto de reventar, pero cuando fui a la cama, Javier me folló como nunca lo había hecho, y eso solo fue el principio de una gran historia como la esclava perfecta