La esclava maldita (2)

-Pequeña desgraciada tu no tendrás forma de cumplir esa amenaza, empieza a enterarte que, desde que entrataste en esta residencia, has dejado de tener voluntad propia.

De nuevo se abrió la puerta y dos corpulentos individuos seguidos por Frances se dirigieron hacia ella.

Rapidamente los fortachones empezaron a maniobrar con las cadenas para desatarla mientras era observada por el tercero

-Vas a tener suerte pequeña bruja-dijo Frances- el señor ha confiado tu virginidad a un buen amigo suyo, como imaginas no será placentero, pero no será ni una cuarta parte de lo que te espera. Al señor le gustan las esclavas dóciles y éste proceso es necesario. Te lo has ganado a pulso.

-No sois más que una cuadrilla de miserables y os haré pagar todo ésto de una manera u otra.-dijo mietras arañaba la carne de los que la estaban colocando sobre la asquerosa mesa.

-Pequeña desgraciada tu no tendrás forma de cumplir esa amenaza, empieza a enterarte que, desde que entrataste en esta residencia, has dejado de tener voluntad propia.

-Antes arderé en la hoguera que claudicar, podréis usarme, violarme, maltratarme pero no obtendréis el placer de mi rendición y todos cuántos tengáis la desgracia de ponerme la mano encima quedaréis malditos por el resto de vuestros días- sentenció altanera.

-Calla de una vez jodida perra hechicera-gritó- amordazadla y en cuanto acabéis de fijar sus manos y pies, tapadle sus malditos ojos.

Y así lo hicieron, abandonando la estancia tan pronto hubieron acabado.

Cuando él entró en la estancia lo encontró todo, tal como había indicado. Aquella muchacha tenía algo de indómita que lo excitaba. Lo habia visto en sus ojos y sentido en su piel. No pudo evitar una erección al ver su cuerpo desnudo, al igual que en ese instante no podia contener sus ganas de poseerla.

Se la veía tan deliciosa atada a esa envejecida mesa ritual, estaba ansioso por verla convertida en su fiel perra sumisa. Pero para eso aún quedaba mucho.

Por el momento sólo era necesario romper su himen y que el resto actuara.

Le encantaba ser el primero, y de haber sido menos soberbia la muchacha, hasta se lo hubiese hecho placentero, pero en esa morada sólo había una arrogancia, y era la suya propia

Por tanto, sin más preámbulo se colocó tras ella. Y tomando con su mano su grueso aparato fecundador lo sacudió enérgicamente adquiriendo así el tamaño y dureza precisos para llevar a cabo la desvirgación. La punta encontró los labios vaginales y sin pensarlo empujo con su pelvis hasta toparse con la resistencia de la membrana, no habia vuelta atrás, su capullo ardia y exigía más así que atraveso de un fuerte empujón aquella barrera.

El dolor que el desgarro le causó, hizo que ella se agarrarse fuerte a las ataduras y mordiera fuerte el trapo con el que taparan su boca. Dejó su mente en blanco y empezó a regular su respiración para soportar los restantes minutos.

Hubiese deseado oirla gritar, gemir y tratarla como trataba a su séquito de mujeres, pero quería que ella no supiera nunca que habia sido él quien la desflorara, por tanto su trabajo estaba a punto de culminar.

Sólo le quedaba probar su segundo agujero y con tal propósito tomo su mástil y encañonó decidido aquel apretado y rugoso foso. Lo penetró, y tal como ocurriera en la anterior intrusión, el cuerpo de ella se tenso, pero ningún sonido salió de detrás de la mordaza, la chica era tozuda.

Agarrándola fuertemente por las caderas continuó con un ritmo rápido, quería correrse, no merecia la pena contenerse más, así se dejo arrastrar por la sensibilidad de su apéndice. De sus fosas nasales salían sonidos de gemidos apagados y su respiración se aceleraba. Sólo tres empujones más fueron necesarios para notar cómo por el conducto brotaba su leche y salía regando aquella apretada cavidad.

Eso había sido suficiente, tendría días de sobras, para hacerle cuanto deseara. Y así, sin palabras, abandonó habitación, dejando a la joven maltrecha impregnada de jugos oscurecidos por la sangre vertida en la desvirgación.

Los minutos pasaban y el dolor que había sentido, estaba remitiendo lentamente, notaba sus lágrimas mojando la venda, sólo deseaba que pasara cuanto antes esa tortura, quizás hubiese sido mejor abandonarse a su suerte como harían las otras chicas capturadas, aunque ya era tarde para eso, sólo le quedaba mantenerse entera por unas horas más.

Ya llegaban, sus voces resonaban huecas por el pasillo que accedia a la que ahora fuera su prisión particular.

Seis corpulentos hombres entraron riendo, ella no pudo verlos pero por sus voces sabía que se hallaban tras ella.

-Me gusta la idea- decía el más alto de ellos

-Si, contando que tenemos hasta mañana, lo veo bien-dijo otro

El resto se limitó a asentir.

-Estupendo- dijo el que parecia llevar la iniciativa –Trae un tizón de aquellas brasas -ordenó a un compañero señalando un cubo que permanecía en un rincón olvidado.

Entretanto tomo una silla y la colocó tumbaba en el suelo a un metro aproximado de la mesa.

-De acuerdo chico con ese tizón dibuja una diana en el culo de la zorra- dispuso divertido por la ocurrencia.-Bien así ya valdrá- dijo mientras veía como un círculo resaltaba en la blanca piel de la cautiva. – Ahora ya sabéis, desde el límite que lo marca esta silla, todos a darle a vuestros mástiles y a ver quien es el que acierta en la diana con su corrida... el premio-continuó diciendo- el uso exclusivo de la perra durante una hora, pasado ese tiempo el resto hará lo propio.