LA ESCLAVA INFELIZ (Capítulo Final)

Historia de una joven que acepta la esclavitud por amor. Pero ese sentimiento puede no ser suficiente para alcanzar la felicidad

LA ESCLAVA INFELIZ (Capítulo Final)

Fueron transcurriendo los días y con ellos las semanas. Había perdido la noción del tiempo, no sabría decir en qué fecha me encontraba. La rutina era siempre la misma. De lo único que estaba segura era de que iba cumpliendo los objetivos al final de cada una de las jornadas, nunca antes de las siete y media u ocho de la mañana, luego a descansar en aquel colchón pestilente acompañado de esas muchachas de color.

Como escribí al final del capítulo anterior, a raíz de la sesión de castigo a la que fui sometida por mi Amo en presencia de los colombianos y sus putas, la relación con ellas varió radicalmente hasta el punto que a escondidas de sus chulos, compartían conmigo el poco alimento y bebida que les proporcionaban.

Y de esta manera iban cumpliéndose metódicamente jornada tras jornada de trabajo hasta que llegó sin darme mucha cuenta el último,

Éste, había sido un día especialmente duro. Me tuvieron «parada» más de una hora. El motivo no fue otro que una redada de la policía en las calles del polígono, en concreto en la vía donde solía trabajar. Ya habían aparecido otras veces, se dejaban ver y pedían la documentación aleatoriamente a clientes o putas, pero no pasaba de ahí la cosa.

Esta vez parecía que iban más en serio. Fueron varios coches los que cerraron el perímetro de la calle, no dejando entrar ni salir a ningún vehículo. Tuvimos la suerte que media hora antes o así un cliente asiduo de una de las negras dio el chivatazo pertinente con lo que pudieron los dos colombianos y sus seis putas resguardarse en sitio seguro y no dejarse ver por la aludida calle.

Antes de irse, se acercó el gordo y me dejó el DNI encima de una piedra. Indicándome que siguiera haciendo mi vida normal, puesto que ejercer la prostitución no era delito en este país. Solo perseguían a las ilegales y los proxenetas, es decir, a las negras y, sobre todo, a ellos. Si me paraban, debería entregarles mi documentación y responder a sus preguntas y, sobre todo dejarles claro, que mi caso era un ejercicio voluntario de la profesión más antigua del mundo.

Efectivamente, recordé que el día de mi llegada, mi Amo les entregó mi documentación por si fuera necesario presentar en caso de algún problema con la policia. Mira por donde que iba a suceder hoy, pensé.

Se pararon enfrente. Me encontraba como siempre, completamente desnuda. Era una pregunta que siempre me rondaba por la cabeza y que esa mañana, con motivo de la redada, le plantee al gordo; sabía que era legal o, al menos, alegal la prostitución voluntaria, nada tenía que temer por ello, pero quizás podrían detenerme por ir desnuda en la vía pública. El colombiano me tranquilizó. En España ya no era delito el escándalo público, y el exhibicionismo solo se penaba si había menores delante y quisiera corromperlos con masturbaciones y tocamientos. No era mi caso. Solo trabajaba con mayores de edad y dentro de su coche. Lo más que me podrían imponer seria una falta administrativa que se sustanciaría con una simple multa. De todas maneras no era agradable tener un coche de policía a mi lado, espantaba a los clientes y me ocasionaría más tiempo para poder reunir el dinero de la jornada, pensé irritada.

Se pusieron en marcha hasta la rotonda, girando el vehículo policial en la línea donde me encontraba parando justo a mi lado. Me pidieron la documentación, haciéndome multitud de preguntas sin bajarse del coche pero mirando fijamente mi cuerpo desnudo. Eran dos policías jóvenes, no me hubiera importado hacerles «algún trabajillo» por cuenta de la casa, ya puestos, hacérmelo con polis podía hasta llegarme a gustar. Contesté con naturalidad a todas sus cuestiones, iban siempre dirigidas sobre si era víctima de alguna organización de trata de blancas o si era obligada por algún proxeneta. A todo siempre respondía que no. Simplemente era una chica liberal y española a la que le gustaba prostituirse. Respondí a todo tal cual me había dicho mi Amo el primer día. Solo me instaron a que me tapara, al menos el pubis, de otro modo podría ser «víctima» de algún desalmado. Les di las gracias por su interés y me dejaron seguir ejerciendo mi trabajo.

No creo que se creyeran una palabra, pero no me importó, solo me exasperaba el tiempo que continuaron dando vueltas por la calle, al menos, estuvieron una hora más. Durante ese tiempo los clientes no se atrevieron a parar, no pudiendo trabajar nada. Ese lapsus perdido me supuso un esfuerzo extra para alcanzar los ochocientos malditos euros que debía recaudar diariamente.

Pues bien, ese día, sobre las ocho de la mañana (aunque era el día siguiente a la movida de la policía, para mi seguía siendo la misma jornada ya que, hasta que no reunía el dinero convenido no terminaba mi día de trabajo) salía del coche de un cliente, un seboso gordo al que le tuve que abrir mi culo y ayudarle a introducirme de un empellón su polla mal oliente corriéndose de inmediato dentro de mis intestinos. Se acercó El Gordo, supuse que era para exigirme que debiera quedarme más tiempo como consecuencia de las horas perdidas con la policía me habría bajado la recaudación y no llegaría a los ochocientos euros.

—Ven aquí —Me dijo— Has terminado.

—Gracias a Dios, estoy bastante cansada, he tenido que trabajar contra reloj por lo de los polis —Contesté con todo el respeto— Espero que mañana no vengan

—No me estas entendiendo, has terminado —Paró un instante para dar emoción a la frase— Lo que quiero decirte es que con este último cliente, has completado los veinticuatro mil euros, doce mil para tu Amo y el resto para nosotros.

—¿Lo dice de verdad? —No estaba para bromas de mal gusto. Me encontraba muy cansada.

—Sí y lo que es curioso. Justo hoy se cumplen treinta días de tu llegada. Has recaudado el dinero en el tiempo establecido por tu Amo.

No podía ser cierto. Al fin cancelé la deuda, pensé. Mi Amo, desde el día del castigo no le había vuelto a ver. Había días que pensaba que a quien había sido vendida era a los colombianos. Terminaba mi jornada agotada, buscaba la colchoneta compartida y me echaba a dormir. Hacía tiempo que deje de contar los días y, por consiguiente, no sumaba lo que me quedaba por devolver.

El no ver a mi Amo en tanto tiempo me sumía en una desesperación. Desconocía si seguía de algún modo en contacto con los colombianos. Suponía que, al menos iría recibiendo regularmente su parte del beneficio de mi trabajo pero quizás esos ingresos extras que le reportaba su esclava ejerciendo de puta le llegaría a tentar lo suficiente como para no venderme y obligarme a seguir indefinidamente ejerciendo la prostitución en aquel polígono de tan infausto recuerdo para mí. La voz del colombiano me sacó de mis pensamientos,

—¡Súbete al auto de una vez! tengo un sueño terrible.

Me di la vuelta y disculpándome, me introduje en el coche.

—Al final echarás de menos todo esto —Me empezó a hablar, cosa rara, en el corto trayecto desde la calle hasta la nave.

—No lo creo, Señor —Contesté secamente.

Estaba rumiándome por la cabeza una gran duda; ¿Qué sería de mí ahora?, ¿Vendría a buscarme mi Amo? Porque me parecía que las palabras del colombiano sonaban a despedida, pero ¿Y después qué? Cogí valor y se lo pregunte,

—¿Ha hablado con mi Amo?

—Si —Respondió lacónicamente.

Necesitaba saber que le había dicho, cuales serian sus planes para mí o, al menos, sí vendría a buscarme… Insistí a riesgo de que me soltara una bofetada. Era lo que habitualmente hacia cada vez que reiteraba alguna orden.

—¿Le ha dicho si tiene intención de venir a buscarme? —En ese momento cerré los ojos preparándome a recibir un somero sopapo dado con la mano vuelta. Pero no, no solo no me pegó, sino que se limitó a contestarme con educación,

—Nos ha comunicado que a lo largo de la mañana vendrá a buscarte y a cobrar la última semana de tu trabajo.

—Entonces, ¿ha estado viniendo otras semanas? —Estaba «jugando con fuego» sabía que eran demasiadas preguntas pero necesitaba saber.

—Si te refieres a que si ha cobrado religiosamente cada semana te diré que sí, pero no ha venido por aquí. Matías o yo nos acercábamos a su casa o a donde nos decía a pagarle.

Por un lado respiré aliviada de que siguiera, de algún modo, siguiendo aun a distancia mis «logros» en aquel polígono, pero por otro me entristeció que, salvo aquella vez que vino ex profeso para azotarme, no hubiera aparecido ningún otro día.

Ahora quizás las cosas podrían cambiar. Tenía que «agarrarme a un clavo ardiendo» Quizás había logrado convencer a su novia de que me quedara en la casa o tal vez ya no tendría novia. Un abanico de posibilidades se me podría abrir. Tenía que aferrarme a la idea de seguir con Él. Me daba igual continuar de puta o hacer cualquier trabajo que Él me ordenase, incluso sufrir los castigos por muy dolorosos que éstos fueran.

Me horrorizaba cambiar de Amo. Era algo que hace tiempo lo veía muy lejano y bastante tenía con seguir viviendo el día a día, como para pensar en el mañana. El problema era que «el mañana» había llegado ya y yo no me sentía preparada.

Llegamos a la nave. El colombiano se tumbó en su jergón. Antes de acostarse solo me dijo que desconocía a qué hora vendría a por mí por lo que debería irme a dormir a la colchoneta. No le hice caso, no quería descansar, necesitaba esperar a mi Amo despierta. No quería que tuviese que esperar por mí. Estaba muy nerviosa, desconocía con qué humor llegaría y, sobre todo, qué planes tendría para mí.

Desperté a una de las negras, con la que me llevaba mejor, y le pedí el favor de que me sujetara la manguera para poderme lavar, explicándole que ya había recaudado el dinero y que en un rato vendría mi Amo a buscarme. El gordo, ya bastante dormido, solo atinó a darme la llave para poder salir a la puerta y utilizar la manguera. Cogí lo poco que quedaba de la pastilla de jabón y me lavé lo mejor que pude, sobre todo las partes bajas de mi cuerpo bastante manchado de lefosidades en un día muy duro de clientes, sobre todo de madrugada donde había tenido que atender a un grupo numeroso de chicos que venían de una despedida de soltero, usándome varias veces en los tres agujeros durante un par de horas.

Aprovechando que era la última vez y que el gordo estaba dormido, pude alargar unos minutos más la limpieza. Incluso tuve tiempo para lavarme el pelo y hacerme tranquilamente una coleta ya con el cabello casi seco. Me abracé a la negra y me despedí con lágrimas en los ojos. Siempre pensé que aquella mañana en el que su guardián estaba dormido pudiera haberse escapado pero no lo hizo, cuando terminé de asearme nos despedimos abrazándonos. Volvió a entrar y se metió en la colchoneta junto a sus cinco compañeras. Nunca más volví a verlas. Cerré el portón y entregué la llave al gordo que continuaba recostado en el jergón y me senté en el suelo a esperar que llegara.

A eso de las once de la mañana, llamaron al portón de la nave. El gordo se levantó del jergón y abrió la puerta. Estaba atacada de los nervios, me sudaban las manos pero tenía muchas ganas de verle y de abandonar aquello y, sobre todo, olvidar, cuanto antes, la vida de puta que había llevado.

Era Él. Igual de apuesto que siempre. Fui corriendo a la entrada y me coloqué de inmediato sentada sobre mis talones esperando sus instrucciones. No me dijo nada. Se fue a un rincón a terminar de negociar con el colombiano el último pago de su tan cacareada deuda. Vi que le daba un sobre. Lo medio abrió y tanteo el dinero. Mientras se lo metía en un bolsillo interior de su chaqueta le hizo un ademan con la cabeza y se despidió de él.    Todavía no me había dicho nada. Por un segundo pensé que solo había acudido a por el cobro y nada más. Se acercó donde yo estaba y con la mano me indicó que le siguiera.

Me levanté sin decir nada. Yo no era más que su esclava y no tenía derecho a hablar a menos que me autorizara a ello. Salí de la nave siempre a unos diez pasos por detrás de Él. Llegamos al coche. Un deportivo último modelo, siempre le gustó rodearse de excelentes vehículos. Me quedé de pie cerca del coche esperando que se dignara a indicarme en donde quería que me colocara. Sin decir nada, me abrió la puerta del copiloto mostrándome con aquel gesto, que me metiera dentro. Así lo hice. Me puse el cinturón y, arrancando nos fuimos alejando de aquel lugar donde me hizo trabajar de fulana barata durante el último mes.

Iba escuchando música clásica, sin dirigirme la palabra. Yo miraba de reojo por la ventanilla. Me pareció que nos alejábamos de la ciudad y, por lo tanto, nos distanciábamos también de su casa.

Empecé a ponerme nerviosa. Al cabo de media hora o más nos desviamos por una carretera secundaria. Estábamos en pleno campo. El coche proseguía con su trayectoria sin que mi Amo dijera una sola palabra.

Sentía una gran tristeza. Al menos podía haberme preguntado que tal lo había pasado y cuáles eran mis expectativas o cualquier cosa por el estilo. Hablarme del tiempo si era eso lo que quisiera pero decirme algo. El silencio a veces es muy duro y hace más daño que cualquier insulto.

Después de más de dos horas por carreteras secundarias, se desvió por un camino rural. Anduvimos diez o quince kilómetros, el coche daba muchos tumbos. Recuerdo que pensé que podríamos haber pinchado alguna rueda. Al fin se divisó una casa de campo. Giró en dirección a ella. Al llegar a la puerta detuvo el coche. Sin ninguna prisa se sacó un cigarro de la chaqueta y lo encendió, después de un par de caladas se dignó a dirigirme la palabra,

—Espera en el coche a que yo vuelva. Voy a ver si ha llegado —Abrió la puerta y se dirigió a la entrada de la casa.

¡Vaya!, pensé. En dos horas solo me ha dirigido la palabra para decirme que me quedara en el coche a esperar. No me olía nada bueno. Muchas preguntas abarrotaron mi cabeza; ¿Por qué estábamos en aquella casa tan alejada de la ciudad? ¿De quién era? Y, sobre todo, ¿qué me iban a hacer dentro de ella? Suponía que nada bueno conociendo a mi Amo y sus amistades. Me empecé a ponerme muy nerviosa. Las manos me sudaban cantidad y el corazón me latía a una velocidad que pensaba se me iba a salir del cuerpo. Seguían pasando los minutos y no venia. La espera ante lo desconocido siempre me desconcertó y con mi Amo esos retrasos eran muy habituales.

Al cabo de media hora volvió al coche acompañado de alguien. A medida que se estaban acercando me sonó bastante su cara aunque no podría decir dónde le había visto. Cuando estaban justo al lado del coche mi Amo me ordenó que saliera. Así lo hice. Me situé de pie frente a los dos hombres con la cabeza baja y las manos por detrás de la espalda. En ese momento me vino a la mente de qué conocía al acompañante de mi Amo. Era uno de los componentes de aquella hermandad, los que me castigaron cuando tuve aquel orgasmo no autorizado con los chicos en la calle.

Hablaban entre ellos sobre mí. Permanecí en silencio,

—Tu esclava no ha cambiado nada, quizás está un poco más delgada. ¿La has tenido a régimen? —Preguntaba a mi Amo

—No. Ha estado trabajando de puta en la colonia Marconi durante un mes. Ese y no otro ha sido el motivo por el que ha bajado algunos quilos —Respondió secamente mi Amo.

—¿La autorizaste a usar preservativo?

—No

—Pues ten cuidado no haya cogido cualquier enfermedad venérea. Deberías llevarla a nuestro común amigo el doctor Ibáñez a que la examine. Las esclavas con venéreas pierden valor en el mercado —Comentó.

Me trataban como un objeto, sin mostrarme la más mínima consideración. No me llegaba a acostumbrar a ello. Suspiré para mis adentros.

—Esta zorra es muy fuerte pero de todos modos, ante eso, solo se puede uno encomendar a Dios o la suerte. No creo que la hayan «pegado nada». De todos modos, para el tiempo que me queda de tenerla, no voy a molestar a Ibáñez.

—Como tú decidas que para eso es tu esclava.

Todo lo que decían era la pura verdad. Había sido montada en el último mes por toda una caterva de depravados sin apenas higiene. Lo normal es que me hubiera pillado cualquier enfermedad venérea. Lo único que podía hacer cada mañana, en los diez minutos de manguera, era intentar limpiar lo mejor posible las partes bajas y encomendarme a todos los santos para no pillar nada no deseado, no podía hacer otra cosa. De momento no me picaba ni me olía mal el interior de la vagina. Estaba de acuerdo con mi Amo, ya lo dijo al principio de mi conversión a esclava y volvía a repetirlo ahora  «De las enfermedades venéreas solo Dios o la suerte me podrían salvar» (nota.- leer capítulo 1º). Ahora bien, de seguir por estos derroteros y tentar tanto a la fortuna, era muy consciente que más temprano que tarde, acabaría contagiada. Pero eso era algo que no estaba en mi mano evitar si se produjera. No era más que una esclava y como tal solo se esperaba de mí una sumisión y obediencia ciega ante cualquier orden aunque a través de su cumplimiento pudiera infectarme de algo serio.

Peor había sido su segunda observación; «para el tiempo que me queda de tenerla». Estaba claro que las ilusiones que concebí durante mi espera, no habían sido más que eso, meros espejismos nacidos de mi desesperación por seguir al lado de Él. Estaba claro que la venta se acercaba. Desconocía en ese momento si iba a poder soportar pertenecer a otro Amo. No quise pensar en ello.

Me sacaron de mis disquisiciones mentales, la pregunta que mi Amo le hizo a su acompañante;

—¿Lo tienes todo preparado de acuerdo a como lo hablamos la semana pasada?

—No tengas cuidado esta todo tal cual lo pediste y las invitaciones cursadas.

Estaba atacada. ¿A qué se referiría con que todo estaba preparado y qué quería decir con lo de las invitaciones? ¿Qué nueva maldad se le habría ocurrido ahora? Estaba atacada de los nervios. Me empezaron a temblar las piernas pero pude disimularlo delante de ellos.

Se acercó el amigo y me empezó a palpar las tetas. Eso no eran caricias, eran auténticos magreos. Tiraba de los pezones como si fueran de goma. Solté un leve suspiro. La verdad, que me metiera mano delante de mi Amo, aunque fuera de esta forma tan tosca, reconozco que me mojaba cantidad. Durante el mes que ejercí la prostitución en aquel polígono no tuve ni un orgasmo, me limité a dar placer a todos los patanes que me usaron. Por otro lado mi Amo no me había dado instrucciones al respecto. Alguna vez con algún cliente de los asiduos sí que pude mojarme algo, pero no pasó de ahí.

Al cabo de unos minutos, dejó de magrearme

—¡Síguenos!, —Ordenó mi Amo.

Empezaron a caminar en dirección contraria a la puerta principal de la casa. Les seguía a unos diez metros de distancia. Recorrimos parte del perímetro exterior de la residencia. La extensión parecía muy grande. Era de esperar que una esclava no pudiera entrar en semejante mansión, pero todavía desconocía a donde nos dirigíamos.

Continuamos transitando por las espaldas hasta llegar a un edificio colindante distante más o menos cien metros de donde estaba la morada principal.

No me lo podía creer, ¡nos dirigíamos a las caballerizas! Entramos. Traspasamos una especie de pasillo de metro y medio de ancho más o menos con habitáculos a ambos lados. Había cuatro en cada flanco. Íbamos lentamente  pasando por cada uno de ellos. Todos estaban ocupados por un caballo. Llegamos al último, estaba vacío. Se pararon en la puerta,

—¡Entra! —Me ordenó mi Amo.

Estaba muy nerviosa pero no me quedó más remedio que obedecer. Penetré en aquel habitáculo. Tendría un metro y medio más o menos de ancho y unos cuatro metros de largo. Supongo, aunque nunca entendí de equinos, que sería medida estándar para que cupiera un caballo de proporciones normales. En una de las paredes había adosado en piedra un comedero con una separación y al final de la pesebrera  había una pequeña viga adosada a la pared a una altura aproximada de un metro o metro y medio, supuse que seria para atar al caballo.

—¡Siéntate de espaldas a la pared!  —Me ordenó mi Amo —

Me situé sentada sobre mis tobillos mirando a la puerta.

Extrajo del bolsillo un collar de cuero ancho, muy parecido al de los perros. Me lo colocó alrededor del cuello cerrando con la hebilla lo más apretado que pudo sin llegar a ahogarme, me quedó muy pegado a la piel. Tenía una argolla dorada adherida al mismo.

—¡Date la vuelta!

Me colocó una muñequera de cuero en cada una de ellas. Apretó las hebillas hasta donde pudo para que quedaran lo más apretadas posibles. Con un pequeño candado en cada una de las argollas unió ambas muñequeras por detrás de mi espalda. Quedé atada.

—Ahora vuelve a ponerte de espaldas a la pared

Trabajosamente pude hacerlo sujetándome por las rodillas.

—¿Has traidor la cadena que te pedí? —Le preguntó a su amigo

—Sí. La he dejado a la entrada de la cuadra voy a por ella.

Fueron unos segundos muy tensos. Estaba con la cabeza baja y mirando al suelo pero suplicaba interiormente que me explicara a qué venía todo esto.

Llegó su amigo. Traía en la mano una cadena de un metro de largo aproximadamente. Con un pequeño mosquetón unió uno de los extremos de la cadena a la pequeña argolla que tenía adherida en el collar de perro que me había colocado en rededor del cuello. El otro extremo lo unió a la pequeña viga que estaba incrustada horizontalmente en la pared del habitáculo. La tenso dándole unas vueltas hasta que mi cabeza quedó bastante rígida, apenas me dejaba espacio para que pudiera mover el cuello hacia abajo.

Se quedó mirando unos instantes y pareció aprobarlo. Fue entonces cuando al fin se dignó a comunicarme lo que iba a pasarme,

—Dentro de tres días será la subasta. Enrique (Era el dueño de la casa y amigo de mi Amo además de miembro de la hermandad), —A quien señalaba en agradecimiento— Me ha prestado su casa de campo para realizar la venta —Dejó de hablar un momento mientras se encendía un cigarro. Continuó,

—Permanecerás en esta cuadra los tres días. Tengo todavía que instruirte en algunas actividades que seguro serán apreciadas entre los potenciales compradores. Por lo tanto vivirás como una yegua más. Cagarás, mearas y comerás dentro de este habitáculo. Ya te habrás dado cuenta que el suelo está lleno de paja. Solo saldrás para realizar estas últimas tareas y para acudir a la subasta —Volvió a aspirar el cigarro dando grandes caladas y expulsando el humo en pequeños círculos.

—Por último —Continuo hablando— El día de la puja y antes de comenzar, serás expuesta delante de los compradores a una sesión de castigo para que ellos puedan comprobar tu aguante en el azote. Viajarás al país de tu nuevo Amo —Volvió a parar de hablar como escrutando la cara de horror que estaba poniendo, continuo— Porque de eso es de lo único que estamos seguros. Todos los invitados son árabes.

Cogió a su amigo por los hombros y se dispusieron a marcharse dejándome en aquella cuadra atada, pero antes se volvió,

—Dentro de un rato te traerá el mozo de cuadras la comida y la bebida. No esperes gran cosa es pienso triturado para animales. Eso es lo que comerás hasta la subasta. Ah, se me olvidaba, le he dado permiso para que te use en estos tres días cuantas veces le apetezca. ¡Mucho cuidado si escuchamos quejas de él! Mañana empezaremos el último entrenamiento.

De mis ojos salieron muchas lágrimas. No me esperaba esto. Lo había planeado todo, de tal manera que, del polígono fuese llevada directamente a una cuadra donde me subastarían a los tres días. Me temblaba todo el cuerpo. La paja seca me picaba las rodillas. Intenté cambiar la postura pero la cadena del cuello me impedía casi cualquier movimiento. Al final tensándola lo más posible pude apoyar un lado del culo en la paja y poder descansar un poco las rodillas.

«La suerte estaba echada», pensé. El pensamiento me decía interiormente que esta situación no debía soportarla ni un minuto más, pero el sentimiento estaba decidido a desobedecer a la cabeza porque interiormente se había convencido de que no era más que una vulgar esclava sexual y así debería ser hasta el fin de mis días.

No había dormido nada, esperando a mi Amo. Quién me iba a decir que iba a echar de menos la colchoneta que compartía con las putas negras, al menos no dormía atada y aunque el espacio era muy reducido podía estar acostada y no de rodillas y con el cuello lacerado.

Quizás, el nuevo Amo que me adquiriera no será tan sádico como Este. Intentaba animarme aunque interiormente sabía que si alguien pagaba por mí no sería, precisamente para agasajarme, sino todo lo contrario. Estando en mis disquisiciones internas no me di cuenta que había alguien dentro de las caballerizas. Los caballos empezaron a piafar y relinchaban ante aquella persona, síntoma de que lo conocían muy bien. Pude escuchar su voz hablándoles cariñosamente, parecía un chico joven.

Al cabo de un rato, quince o veinte minutos de limpiar y cepillar a los caballos, apareció en mi pesebrera. Desde el pasillo no me podía ver porque la puerta descubierta a la altura del cuello del caballo para que pudiera sacar la cabeza, era más alta que mi estatura estando atada y de rodillas. Se abrió la puerta de golpe;

—¡Vaya!, Aquí tenemos a la yegua de las caballerizas —Rio.

Sostenía dos cubos de madera. Llegó a la altura del comedero y volcó una especie de serrín en una zona y agua en la otra.

De una manera muy profesional, abrió el mosquetón que sujetaba la cadena del cuello y de rodillas me llevó al otro lado del habitáculo donde estaba la comida volviendo a prenderlo en un hierro colocado justo en la base del mismo. Quedé aprisionada con la largura justa para poder meter la cabeza en ambos agujeros.

—Tu Amo me ha indicado que te deje zampar durante media hora. Aprovecha el tiempo. No volverás a probar bocado hasta mañana.

Antes de irse a realizar otras tareas, se puso a magrearme una teta mientras comentaba,

—No veas lo que me vas a hacer trabajar, puta. Menos mal que luego me lo «cobraré» en carne. Tu Amo me ha dado permiso para «montarte cuando me apetezca» y no creas, no eres mi tipo —Sonreía maliciosamente, mientras apretaba mas fuerte mi mama— Pero no lo dejaré pasar. ¡Esto es lo mejor de mi trabajo!  Vete comiendo, cuando vuelva ya «jugaremos un rato». Se marchó silbando.

Seguía atada las manos por detrás de la espalda por lo que debía comer metiendo la cabeza. Si bien es cierto que durante el mes que pase en la colonia Marconi podía utilizar las manos, en los meses que estuve en la casa de mi Amo no se me permitía usarlas para esos menesteres. Debía deglutir a cuatro patas, como la perra que era.

Metí la cabeza donde estaba el pienso. Parecía serrín de color marrón. Olía muy fuerte. No me cabía duda que era la comida triturada que les daban a los animales. No podía tener remilgos, llevaba un día sin comer. Al menos no me tenía que buscar la vida en los contenedores de basura, sonreí para mis adentros. Sin pensármelo dos veces comencé a tragar toda esa bazofia sin importarme su sabor asqueroso. De vez en cuando metía la cabeza en el agua. Ese especie de polvillo se me quedaba incrustado en la tráquea debiendo beber para poderlo pasar.

La verdad que, con el líquido, esa especie de harina empezó a hincharse en mi estomago de tal manera que al poco tiempo quedé saciada por completo.

Esperé hasta que volviera «mi cuidador». Ya no tenía más ganas, me sentía atiborrada.

A la media hora apareció, revisando un poco por encima, comprobó que me había ventilado más de la mitad del pienso.

—Eso está muy bien. El ganado tiene que alimentarse para que pueda cumplir con sus cometidos —Hablaba con una sonrisa en la boca.

Abrió el mosquetón y quedé liberada de la tensión del cuello. Estimulé el pescuezo un poco con movimientos circulares buscando que las vértebras se fueran relajando.

—¡De rodillas con las cara pegada al suelo, quiero que pongas el culo lo más en pompa que puedas! —Me ordenó con voz lasciva que invitaba a lo que me iba a hacer.

La paja del suelo me picaba en la frente y en la cara. Las manos las mantenía atadas por detrás de la espalda. Otra vez iba a utilizar mi cara de apoyo. Me podía imaginar lo que pretendía hacer. Me abrió los mofletes del culo y escupió en pleno ano,

—Siempre quise hacer eso. Lo he visto en muchas películas porno —Exclamaba orgulloso.

Se bajó los pantalones hasta las rodillas y torpemente coloco su polla en la misma abertura. Entre la saliva y lo elástico que ya tenía el agujero, no le causó muchos problemas introducirla hasta los mismos huevos. Unas vez con ella dentro, empezó a hacer un mete y saca enérgico, sin ningún tipo de consideración. La embestidas cada vez eran más violentas hasta el punto que creí que me iba a partir el cuello de tanto apretar mi cuerpo contra el suelo. Después de unos minutos intensos se corrió dentro inundándome con su semen el conducto rectal. Se quedó unos segundos jadeando encima de mí. Estaba deseando que la sacara y dejara de soportar su peso muerto encima de mis riñones. Al fin, con movimientos torpes, pudo sacarla y yo conseguí moverme un poco de lado para descansar en el suelo apoyado en uno de mis costados.

Desconozco si salió manchado su miembro. Estaba de espaldas a él y cuando pude volverme un poco para poder mirarle, ya se había metido la polla dentro de sus roídos pantalones.

—Vuélvete a colocar como antes, aun no he terminado —Me ordenó.

No sabía exactamente para qué diantres quería que volviera a la posición tan lacerante de a apoyar mi cuerpo con la cabeza. De todas maneras mi Amo, antes de abandonar el establo, fue muy claro en el sentido de que debía obedecer en todo lo que me ordenara, so pena de recibir un castigo por mi desobediencia. Opté por acatar la orden sin cuestionarla.

En esa posición pude notar cómo me salía del culo un poco de su leche. No dijo nada. Me abrió otra vez los cachetes y me introdujo, ¡El tapón anal! Entró hasta el fondo sin apenas esfuerzo.

—Es un encargo de tu Amo. Me ha dicho que después de usarte te lo metiera hasta el fondo.

—Pero ¿sí me entran ganas de cagar? —Pregunté un poco asustada.

—Me ha dicho que te aguantes las ganas. El dildo te ayudará. —Seguía hablando— El pienso que has comido lleva una gran proporción de fibra. En un rato supongo que te entrarán bastantes ganas. Debes contenerlas, para eso te he puesto el tapón. Tengo orden de no venir hasta la noche para quitártelo y, solo entonces podrás cagar.

No era justo. Ya estar en esta posición atada era un suplicio para mi cuello, también tenía los brazos y manos dormidos y además no podía defecar después de darme de comer un pienso súper enriquecido con fibra. Desconocía si iba a poder soportarlo. Se me volvieron a salir las lágrimas. No pareció conmoverse el muchacho.

Me ordenó que me situara de espaldas a la pared al final de la pesebrera y con ayuda del mosquetón ató el extremo de la cadena de la correa del cuello a la pequeña viga metálica adosada a la pared. Volví a quedar con el cuello lacerado si poder apenas moverlo. Antes de irse me dijo,

—Me ha dicho tu Amo que no se te ocurra quitarte el dildo Con las manos atadas a la espalda podrías hacerlo, pero si cagas antes que yo te lo extraiga, mañana, cuando venga a instruirte, te castigará muy duro.

Abandonó la estancia. Quedé en una posición todavía peor que cuando me dejó mi Amo, ya que el chaval dio a la cadena una vuelta más a la viga, por lo que quedó mucho más tensa. De esta forma iba a ser imposible colocarme de lado y descansar el cuerpo en un costado de mis glúteos, debería permanecer totalmente de rodillas sobre mis talones. Me quise morir.

Iban pasando las horas, ya no sentía las rodillas. Los brazos estaban adormilados por la posición tan forzada en el que estaban.

Me pareció que ya había oscurecido. Mi silueta casi no se distinguía. Las luces de las caballerizas estaban apagadas. Me empezó a sonar la barriga. ¡Vaya!, pensé, la fibra del pienso empieza a hacer su trabajo. Poco a poco, los ruidos gástricos se tornaron en pequeñas punzadas en al abdomen, síntoma de que me estaban entrando ganas de cagar. Al cabo de unos minutos, esas punzadas se tornaron en auténticos retorcijones. Empecé a sudar. Cada vez se hacía más de noche. Tendría que estar a punto de llegar el muchacho. Imploraba al mismísimo Dios que llegara pronto

En uno de los espasmos abdominales involuntarios que me estaban dando, empujé un poco y me di cuenta que el tapón anal empezaba a ceder. Lógico, pensé, tenía el ano tan dilatado que el dildo se había quedado pequeño y no podría aguantar mucho tiempo. El nerviosismo iba en aumento pues si el dildo no aguantara, acabaría saliendo y con ello también la mierda y el muchacho había sido muy claro al trasmitirme las órdenes de mi Amo. Si me cagara sin su autorización el castigo podría ser terrible. A estas alturas ya «conocía» lo que conllevaba desobedecer una orden de mi Amo.

Seguían pasando las horas muy lentamente o, al menos a mi me lo parecía sobre todo porque a medida que iba transcurriendo el tiempo los retorcijones se multiplicaban y el dildo ya se dejaba ver. Con los talones intentaba apretarlo para dentro, era una lucha sin cuartel entre mis ganas de cagar y mi miedo a hacerlo.

En plena liza por mantener el «tapón en su sitio», escuché abrirse la puerta principal de las caballerizas. Se encendieron unas tenues luces colocadas, sin duda, en la entrada pues aunque los tabiques de separación de los pesebres no llegaban al techo, la luz que me venía era muy escasa. No olviden que mi habitáculo era el último de aquel pasillo.

Esta vez no se entretuvo con los caballos. Fue directamente donde me encontraba. Se abrió la puertezuela,

—¡Vaya! —Exclamó— Aguantaste. Pensé que no podrías hacerlo. El pienso que tu Amo me indicó ponerte, es uno enriquecido en fibra para los animales estreñidos —Sonrió— Al ponerte el tapón me dio la impresión de que no se ajustaba en tu culo, que le faltaba contorno. Tendrás que decirle a tu Amo que te ponga otro más gordo si es que lo venden porque el que tienes es enorme pero se ha quedado pequeño para lo que tú necesitas —Sonrió por la ocurrencia.

—Por favor, autoríceme a cagar, se lo suplico —Le rogué con lagrimas en los ojos.

—Vamos a hacer una cosa. Primero me la vas a chupar y según el interés que pongas en ello te autorizaré a cagar o esperaremos otra horita

Era igual de sádico que mi Amo, Pensé muy agobiada. Casi no podía moverme pero pude ver al trasluz como se bajaba los pantalones. No llevaba ropa interior. Me acercó a los labios su pene completamente hinchado. Lo estuvo frotando por toda la cara, los mofletes y hasta en la frente. Bajo a la boca y la restregó suavemente por mis labios, yo los mantenía todavía cerrados hasta que llegó su orden,

—¡Abre el buzón! Y chúpala como si fuera el caramelo más maravilloso del mundo. Acuérdate de nuestro trato —Sonrió maliciosamente— de esta mamada depende tu «bienestar a corto plazo».

Me introdujo el miembro hasta la misma campanilla. No podía tocarla, ni tan siquiera mover mucho el cuello al tenerlo estirado por la cadena. Solo me quedaba la lengua. Le estuve trabajando el glande lo mejor que pude. Debia hacerlo de la mejor manera posible, que la mamada que le estaba realizando llegara a ser la más importante de su vida. Necesitaba cagar y necesitaba su permiso para ello.

Para ser bastante joven, la verdad es que aguantaba muchísimo y yo requeríaa lo contrario. Tenía que alzar bastante las rodillas para abarcar con la lengua el mayor contorno posible de su polla y, claro, al subirlas, los talones no podían aguantar el dildo y éste amenazaba muy seriamente con salirse en cualquier momento. Si esto ocurría no podría sujetar las heces. Gracias a Dios que, al fin se corrió inundándome toda la abertura de su leche pastosa, tragué hasta la última gota, limpiando después con la lengua los restos que pudieran haber quedado.

—He de reconocer que es una de las mejores mamadas que me han hecho nunca —Hablaba mientras se metía la polla por dentro de los pantalones— Creo que te has ganado poder cagar. Pero quiero que lo hagas tu sola, yo no te voy a ayudar. ¡Venga!, empuja, seguro que saldrá disparado el tapón.

—¿Pero no me va a desatar el cuello? ¿No me va a sacar de aquí para poder hacerlo en otro lugar?, me voy a cagar sobre las piernas y pies —Suplicaba lloriqueándole.

—Eso no es mi problema. Además, tu Amo no me dijo nada de que te desatara para cagar. ¡Vamos! ¿A qué esperas?, ¿No tenias tantas ganas? Si me voy antes de que lo hagas ya no podrás hacerlo hasta mañana.

Fue decir la última frase y darme igual como quedarían mis piernas. Levanté las rodillas y Apreté un poco. El tapón se deslizó por el ano y cayó encima de mis tobillos. Acto seguido salió disparada, como si se tratara de un pequeño chorro, toda la mierda. Al estar el pienso enriquecido con fibra, las heces salieron muy desgranadas, como si estuviera descompuesta. Me manchó piernas, pies y muslos incluso también las manos y parte de las muñequeras al tenerlas atadas a la espalda. El olor era nauseabundo,

—¡Éstas podrida!, ¡Qué asco!, ¡no hay quien aguante este aroma tan fétido! ¡Hueles peor que los cerdos! —Gritaba tapándose como podía las narices— ¡Ahí te quedas, puerca!, no me acerco ni a ponerte el dildo, con lo cagada que estás me mancharía. De todos modos, con lo abierto que tienes el ano, ya no te sirve para mucho.

Me abandonó en aquel pesebre, llena de mierda y con un olor tan repulsivo que acabé vomitándome encima. Al continuar atada sin poderme mover, la vomitera se fue resbalando por mi abdomen, la vagina y la parte frontal de mis muslos.

De esta guisa pasé toda la noche, envuelta en mis propias heces y vomitados. Poco a poco fui acostumbrándome a la fetidez tan pestilente que embargaba toda la estancia. Me costaba conciliar el sueño. La postura en la que me encontraba era muy lacerante además, el alimento que ingerí, cada poco me hacia defecar. Al no tener puesto el dildo, la mierda fue saliendo a lo largo de toda la noche.

Desperté con frio. Había bastante humedad. Sería las siete o siete y media de la mañana. El cuello me dolía bastante, estaba agarrotado y los hombros muy comprimidos. De los brazos ya ni hablar, totalmente dormidos, pensaba que no me llegaba el fluido sanguíneo. Parte de la vomitera y de las heces se iban endureciendo, convirtiéndose en una costra fétida pegada a mi piel.

No se oían ruidos por la zona, solo algún relinchar aislado de cualquiera de mis vecinos de cuadra. Me sentía con el estomago vacio, ese pienso que había ingerido debería haberlo cagado en su totalidad pues empezaba a tener algo de hambre.

Pero nadie venia. Al cabo de un par de horas más o menos desde que me había despertado escuché voces en la entrada de las caballerizas. Accedieron a ella y caminando lentamente fueron aproximándose al habitáculo donde me encontraba atada, sucia y mal oliente. Se abrió la puerta, pude distinguir a mi Amo, su acompañante y el mozo de cuadras.

—¡Mira que eres guarra!, ¡Esto huele que apesta! —No hacía más que gritar, mientras se sacaba un pañuelo y se lo llevaba a las narices— ¡Es intolerable!, cómo has dejado el establo. Lo tuyo es estar con los cerdos, has manchado la cuadra con tus pestilencias. No olvides que somos invitados y así pagas su hospitalidad —Cada vez alzaba más la voz intentando humillarme en presencia de las otras dos personas.

No sabía que decir, no podía bajar la cara al tener muy tensa la cadena del cuello. Me estaba denigrando a conciencia. Pero era verdad, debía de tener un aspecto deplorable y el olor que despediría la estancia debía ser repugnante.

—¡No podemos empezar! Primero hay que lavarla. ¡Mozo, échale un manguerazo a esta cerda! Cuando esté limpia la llevas a la puerta. Nosotros esperaremos fuera, ¡No aguanto este hedor!

Desaparecieron de la cuadra. Estaba llorando totalmente avergonzada por el espectáculo que les había ofrecido. A los pocos minutos volvió el chico, traía una manguera, la conectó y apuntó la boquilla donde me encontraba.

—No puedo desatarte, antes te tengo que lavar. Me ensuciaría las manos —Gritó.

El chorro que escupió la manguera fue a estrellarse con toda su potencia en mi piel y, sobre todo, en la cara. Al no disponer de las manos para tapármela, solo pude cerrar los ojos mientras el agua fría recorría todo el frontal de mi cuerpo. La mierda y toda la suciedad fueron desprendiéndose poco a poco de la piel. Continuaba con la manguera a todo gas. En el suelo empezaron a aparecer pequeños charcos que la paja no podía absorber. No le importó, siguió martilleándome con el agua a presión. Al cabo de un buen rato, cuando comprobó que más o menos estaba la piel libre de mierda y suciedad cerró la llave de paso. Acto seguido penetró en el interior y me soltó la cadena del cuello.

—¡Levántate y gírate! —Me ordenó

Con bastante trabajo pude ponerme de pie. Tenía las piernas agarrotadas por la cantidad de horas que llevaba sentada sobre mis talones. Cuando conseguí ponerme de pie me puso mirando a la pared y apuntó la boquilla a esa parte del cuerpo. Volvió a dar máxima presión y el agua se estrelló ahora en el culo, piernas y espalda. Al cabo de unos minutos que me parecieron eternos, cerró el grifo.

—Creo que ya estas algo presentable —Comentó el zagal— Sígueme, tu Amo nos espera.

Le acompañé hasta la entrada de las caballerizas. Allí estaba tranquilamente fumándose un cigarro con su colega de hermandad, mantenían una distendida charla hablando de banalidades.

El mozo me situó a unos tres o cuatro metros enfrente de Él. Continuaba con las manos atadas por las muñequeras a la espalda, muy empapada y tiritando de frio. Cuando me tuvo enfrente, bajé instintivamente la cabeza en actitud de respeto. Esperé acontecimientos en silencio. Al cabo de unos minutos, dio por finalizada la conversación. Giró la cabeza y me miró fijamente, escrutándome cada centímetro de mi piel. Al final habló,

—Al menos te han dejado presentable

Se acercó todavía más y tiro ligeramente de las cadenillas que tenía adosadas a los labios vaginales. Por ese efecto sonaron ambos cascabeles. Se puso a explicarle a su amigo la operación que estaba realizando,

—Fíjate, ya los tiene bastante deformados. Si le quitáramos las cadenas, ya no volverían a su ser. El trabajo ha quedado según lo había previsto —Volvió a tirar de ellas, pero esta vez un poco más fuerte, tanto que me salió un pequeño suspiro de dolor.

—Parece que le gusta a esta zorra, esta gimiendo —Comentó el acompañante de mi Amo

—Desde el día en que la conocí sabía que solo serviría para ser una esclava, solo se puede excitar a través del dolor —Respondió satisfecho mi Amo.

Eso no era del todo exacto. Mis suspiros no eran de placer, sino todo lo contrario, me estaba molestando tanto tironcito en la vagina. De todos modos, de lo que si decía la verdad era que mi coño se veía deformado. No me podía explicar cómo podría gustar así más que como lo tenía antes, todo cerrado. De todos modos, si mi Amo le gustaba deformarme yo no era quien para negarme. Como bien comentó a su amigo, yo no era más que una esclava, o bien convertida por amor, como yo creía, o por mi propia naturaleza, como no dejaba de decir mi Amo.

En un momento determinado, dejó de tirar de mis cadenillas y dirigiéndose al mozo de cuadras, le ordenó,

—¡Trae a los perros!

Le faltó cuadrarse. Se fue corriendo a cumplir la orden. No sabía para qué los requería pero no  me esperé nada bueno. Empecé ligeramente a temblar y no precisamente de frio.

Esperamos varios minutos. Yo seguía de pie con la cabeza baja, continuaba con las manos atadas a la espalda. Mi Amo y su acompañante volvieron a hablar de trivialidades.

A fin llego el mozo con tres perros. Eran pastores alemanes o de raza similar. Ladraban. Le costaba al chico mantenerlos a raya, algo que conseguía con bastante esfuerzo.

Fue en ese momento cuando mi Amo se dirigió a mí,

—Hoy dará comienzo otra etapa importante en la instrucción que empecé, hace ya casi un año —Dejó de hablar, mientras se encendía un cigarro, después de la primera calada continuo— Cuando pasado mañana pases a ser propiedad de otro Amo, éste podrá hacer de ti lo que estime conveniente. Los árabes son muy caprichosos. Eres joven, es cierto, pero tu juventud se irá marchitando con el tiempo y deberás competir con otras esclavas más jóvenes que tu, por lo que se te pedirán cada vez más esfuerzos o te relegaran a realizar otras actividades más ingratas.

No entendía nada de lo que me estaba diciendo. Parecía verdad que la venta era irremediable y también era cierto, por lo que contaba, que la vida con mi nuevo Amo no iba a ser muy cómoda para mí. Pero todavía no llegaba a captar qué papel iban a jugar los perros en mi adiestramiento. Seguía hablando,

—Hay árabes muy potentados que quizás te compren como esclavas para sus criados o, incluso, para sus perros. Por lo tanto, para que tu precio sea lo más alto posible, deberás haber cumplido con todo el ciclo de aprendizaje que debe poseer una esclava que se precie para que así, su nuevo Amo, pueda usarte en las formas y con los ornamentos que más le plazca —Aspiró la última calada y tiró el cigarro al suelo, pisándolo a continuación.

—No quiero extenderme más. Hoy serás usada por los tres perros. No te preocupes, ellos ya saben lo que es follarse a una humana. Lo haremos aquí mismo —Dirigiéndose al mozo,

—¡Prepárala! —Le ordenó

Esto ya era demasiado. Había sido usada por mucha gente, casi todos depravados primero, a la salida de aquella fábrica y después en aquel polígono de mierda. Me habían azotado de mil maneras distintas, me había horadado la piel con aquellos piercing, me había mutilado mis órganos reproductivos, incluso había comido mis propias heces, dormido en cuadras y mil cosas más… pero ¡hacerlo con perros!

Alcé la vista un poco y supliqué que parara con esta locura

—¡Por favor mi Amo!, no me haga fornicar con los perros

La bofetada que recibí fue de las más fuertes que me han dado nunca y he recibido unas cuantas. Al no esperármela, caí de culo en la gravilla. En el suelo noté un hilo de sangre en el labio superior producto del soplamocos que me arreó. Como pude, me levanté del suelo apoyándome de las rodillas y me situé en la misma posición en la que estaba antes. Me mantuve callada. Seguía  hablando,

—La sesión de castigo que te tenía preparada ante los compradores iba a ser dura, no lo niego. Pero ahora ¡prepárate!, esta insolencia a dos días de la subasta es del todo punto inadmisible —Y volviendo a dirigirse al mozo,

—¡Prepárala de una vez! —Gritó.

El chico había atado a los perros en el picaporte de entrada a las caballerizas. Se dirigió a mí. Me soltó las manos. Cosa que agradecí enormemente. Me masajee un poco los hombros y el antebrazo y me toqué suavemente el labio dolorido por la bofetada.  Mi Amo se empezaba a impacientar.

—Ponte a cuatro patas —Me ordenó el mozo de cuadras.

No tenía más remedio que obedecer. Tenía mucho miedo, nunca había, ni tan siquiera imaginado que, alguna vez, me dejaría montar por un animal. Había leído algo al respecto pero siempre lo consideraba una perversión.

—Ponle las manoplas al perro que la vaya  a montar. No quiero arañazos en la espalda a dos días de la subasta —Le ordenó mi Amo al mozo.

Estaba alucinada. Nunca había escuchado lo de las «manoplas» al perro. En breves instantes iba a averiguarlo.

El chico untó el coño con una especie de melaza, lo dejó todo grasiento, a continuación desató a uno de los perros y lo puso justo detrás de mi culo. Le acercó su hocico a mi vulva para que pudiera olerlo. Debió ser por fragancia que desprendía el pringue que me había puesto, el caso es que empezó a lamerme el coño cada vez con más frenesí. Se notaba al animal más nervioso de lo habitual. La verdad que tantas lamidas me empezaron a gustar, notaba como la raja se empezaba a humedecer de manera alarmante pues suponía que no estaría autorizada a correrme.

Al cabo de un buen rato de lengüetear mi vulva, noté que su miembro empezaba a salir del capuchón, se agrandaba por momentos. Me puse a temblar. Mis piernas empezaron a temblequearse por lo que se avecinaba. El can estaba bastante nervioso. Con las dos patas delanteras se subió a mis riñones con la intención de montarme. En ese momento entendí lo de las manoplas, en caso de no habérselas puesto me hubiera arañado toda la espalda. Me encontraba cada vez más asustada, desconocía cuál iba a ser su siguiente movimiento. Me pareció que intentaba meterla pero no atinaba. Chocaba su polla por las partes internas de mis muslos. Me puse a llorar de los propios nervios y de la ansiedad que me estaba produciendo tener a ese animal encima de mi espalda. Las rodillas cada vez me temblaban con más intensidad, no sabía qué hacer.

—¡Guíala de una vez a su coño! —Gritó mi Amo al mozo de cuadras

El chico obedeció de inmediato. Se notaba que no era la primera vez que hacía de «mamporrero». Con bastante habilidad fue guiando el miembro erecto del perro colocándolo justo en la entrada de mi abertura. En ese momento fue empujando ligeramente el espinazo del perro. Lo demás fue «coser y cantar» para el animal, sentí como poco a poco se fue introduciendo hasta tenerlo entero dentro de mi vagina.

Grité horrorizada cuando la sentí dentro.

—¡Relájate y disfruta! —Gritaba mi Amo.

Las patas delanteras del animal se restregaban por toda la espalda. Volví a dar gracias internas de que le pusieran esa especie de guante que impedía que me arañara.

En un momento dado, sentí como dentro de mí, el pene del perro empezaba a hincharse sobremanera y bamboleaba en mi interior. Fue una sensación impredecible. Antes de eyacular el perro se enganchó dentro con una especie de bola. El mozo estaba supervisando el coito del perro. Me habló al oído; «cuando se abotone no te asustes». No entendí el término. Posteriormente he podido comprenderlo pues he tenido sexo con diferentes perros en mi vida posterior de esclava.

Fue en ese preciso momento cuando el can eyaculó dentro de la vagina, fue un torrente de semen que me inundó de una manera bestial, en cantidad mayor que la segregada por los humanos. Una vez se corrió el animal se quedo pegado. Sentía la vagina como inflada y el miembro del animal dentro de mi coño. El mozo, continuaba diciéndome «relájate y no intentes separarte bruscamente, podrías dañarte».

No era mi intención separarme de él, todo lo contrario, empezaba a gustarme tener aquel miembro encajado dentro de mi vulva. El perro gruñía y parecía que se quejaba, eso me asustó, pensaba que le estaba haciendo daño. Miré al mozo un poco alarmada,  el chico me tranquilizó,

—No pasa nada, solo está gozando como tu —Sonriendo pícaramente.

Al cabo de unos minutos, la bola se fue relajando y el animal pudo despegarse y sacar la polla de dentro de mí. Continuaba a cuatro patas, mi Amo no me había autorizado a cambiar de posición. Al cabo de unos segundos un pequeño reguero de leche perruna se fue escurriendo por el coño e iba bajando lentamente por uno de mis muslos.

—¿Qué se hace esclava?, ¡Actúa como una perra!, límpiale al animal —Gritaba mi Amo.

No podía desobedecer ya me había ganado un extra al castigo no quería que me cayera más. Despacio me acerqué al perro. En ese momento se estaba chupando la verga. Retiré con mi mano su hocico y me introduje entre sus patas traseras. Subí lo necesario la cabeza y pude alcanzar su pene, lo chupé limpiándole con la lengua los restos de semen. He de confesar que, lejos de desagradarme la acción, me empezó a gustar hasta tal punto que me estaba volviendo a mojar.

—¡Deja de lamerlo, guarra! —Ordenó mi Amo —Ahora ya sabes lo que debes hacer. ¡Abre las piernas y sácate el semen que te quede en el coño!, ¡métete dos dedos y chúpalos!. ¡Cerda quiero ver cómo te lo tragas! —Gritaba como un poseso mientras se desabrochaba la bragueta del pantalón e iba sacando su polla con la intención de meneársela.

Para que todos pudieran ver el espectáculo, me senté con el culo en el suelo enfrente de mi Amo y abrí las piernas todo lo que pude. Me introduje los dedos corazón en índice haciendo cuchara y rebañé los restos de leche perruna que todavía se mantenían dentro de mi vagina. Me los llevé a la boca y estuve largo rato chupándome los dedos. La verdad que el sabor no difería mucho de la humana. Cada vez estaba más excitada y el hecho de lamerme los dedos pringados de lefosidades perrunas todavía me puso más a cien. De todas formas me contuve todo lo que pude, no quería estropear la masturbación a mi Amo y su acompañante que, sacándose la verga también, se tocaban con fruición.

—¡Desata a otro perro y que la encule! —Gritó mi Amo al mozo de cuadras, sin dejar de masturbarse.

El chico, se veía acostumbrado a estas sesiones ya que no parecía violento con lo que estaba pasando.

—Vuelve a colocarte a cuatro patas, pero esta vez baja la espalda todo lo que puedas para que quede el culo en pompa —Me indicó el mozo de cuadras.

Estaba muy caliente. Llevaba mucho tiempo sin tener un verdadero orgasmo. Hubiera hecho cualquier cosa que me hubieran ordenado. Me volví a poner a cuatro patas y bajando el espinazo hasta casi rozar el suelo con la cara, pude elevar el culo bastante. Estaba sin tapón que quedó abandonado el cualquier lugar de la cochiquera cuando lo expulsé para poder cagar.

Desató al segundo perro y lo acercó donde me encontraba. Al oído me dijo el chico,

—No te asustes cuando se corra. El abotonamiento en el culo da una sensación un poco más agobiante ya que la piel no se estira tanto como en la vagina, relaja el ano. Cuando te usé esta tarde comprobé que tenías el ano muy dilatado, puede que quizás hasta te guste.

Para evitar desgarros internos, me acercó una pequeña botella de vaselina. Me metí en el culo el gollete y apreté el frasco para que saliera una generosa porción. Saqué el recipiente de la abertura y procedí a introducirme varios dedos para ir acomodando el gel por todo el contorno interior. Posteriormente, sacando los dedos,  fui masajeando el exterior del pequeño botón hasta que todo quedó pringoso y preparado.

En ese momento ya me daba todo igual. Opté por tomar la iniciativa. Estaba muy caliente y creí que de ese modo tal vez mi Amo me autorizara a tener un orgasmo. Alcancé con mi mano suavemente el glande del animal y delicadamente se lo masajee. El perro se puso muy excitado descapullando muy rápido. Se subió encima de mi espalda y el chico guió su pene, pero esta vez a la abertura de mi culo. Le costó un poco más acertar hasta que al tercer o cuarto intento noté como su capullo entraba dentro de mí.

Desplacé el culo levemente con movimientos circulares buscando que el animal se acoplara lo más dentro posible. Empezó a follarme. Este segundo perro también tenía puestos el guante en las patas para evitar los arañazos en la espalda. Le notaba crecer, cada vez más grande. Mi recto se iba hinchando a una velocidad endiablada. Podía prever que el perro estaba a punto de correrse y así lo hizo. Me inundó literalmente las entrañas con su leche. Sacó la bola y se abotonó dentro de mí. Fueron diez o quince minutos intensos. Con una de mis manos empecé a masajearme el clítoris mientras sujetaba el peso del animal y el mío propio con el otro brazo.

No tenía más remedio que pedirle permiso, estaba a punto de tener un orgasmo brutal. Levanté levemente la cabeza para ver a mi Amo. Estaba a punto de correrse al igual que su acompañante. Aproveché el momento de éxtasis de ambos para pedir autorización,

—Amo, por favor. ¿Me autoriza a correrme?

Cerré los ojos en la espera de su dictamen. Tenía mucho miedo a que me dijera que no pues no iba a ser capaz de contenerme, aun a riesgo del castigo brutal que me iba a dispensar por ello. Cuál fue mi sorpresa que le escuché decir,

—¡Vamos Gime como la perra que eres y córrete para tu Amo!

No se lo hice repetir dos veces llegué al orgasmo en cuestión de pocos segundo de manera brutal. Los gritos esta vez eran de placer contenido. Me temblaban las piernas y me corrí como la perra que era. Al cabo de unos minutos cuando ya me estaba relajando, escuché como mi Amo llegaba al éxtasis eyaculando ferozmente, A los pocos segundos, su acompañante hacia lo mismo.

En cuanto el perro pudo desengancharse de mí, me tiré a los pies de mi Amo por si le apetecía que le limpiase la verga como siempre hacia después de cada corrida. Esta vez tenía dudas ya que se la había chupado al primer perro y desconocía si le daría asco mi boca. Todo lo contrario, no se hizo esperar, me cogió de la coleta y tirando para arriba me hizo ver que debería «limpiarle el sable». Así lo hice, la chupé con precisión matemática y con la lengua fui repasando cada milímetro de los pliegues de su pene hasta dejarlo inmaculado. Una vez que comprobó que había terminado mi trabajo, volvió a tirarme de la coleta,

—¡Límpiasela a mi amigo y luego al perro! —Me ordenó soltando la coleta.

Me tiré a la cola del acompañante  y me la metí en la boca, haciendo la misma limpieza que segundos antes había realizado a mi Amo. Cuando terminé la operación fui detrás del perro y tumbándome de espaldas le cogí suavemente su verga para introducirla. Casi no me dejó al tenerla bastante limpia pues en cuanto la sacó de mi culo se dedicó a lamérsela mientras yo hacía lo propio con mi Amo y su acompañante

—¡No te preocupes, zorra! —Gritó mi Amo— Todavía te queda un perro. Podrás mamar una polla más. ¡Quiero que se la chupes hasta que se corra en tu boca!

Previniéndolo, el chico ya había desatado al tercer can. Le hizo tumbarse sobre su culo, de esta forma se abrieron sus patas traseras. Suavemente con una mano le fui acariciando. En un momento determinado desenvainó. En ese momento me dijo el mozo,

—Con tu pie sácale delicadamente la bola. Encórvate lo que puedas y chúpala hasta que se corra. No te preocupes, estos perros están hartos de fornicar con mujeres, no han probado hembras de su raza, solo esclavas. Se dejará hacer.

Hice lo que me ordenaba el mozo. Cuando sacó su pene lo sujeté fuertemente para que no lo metiera en la vaina y con el pie fui resbalando hasta que sacó la bola. Me encorve y me dispuse a chuparlo lentamente. Mi lengua iba restregándole todo el glande. El perro bufaba de placer aunque en ese momento parecía lo contrario. Me dio miedo de que le estuviera haciendo daño y miré sobresaltada al mozo. Con la mano me dijo que continuara, que no le estaba doliendo, sino todo lo contrario.

—Ten cuidado con los dientes, no lo lastimes —Escuché a mi Amo.

Abrí más la boca preocupándome de no rozar con los dientes nada del glande del animal, dejaba hacer solo a la lengua. El perro cada vez se revolvía más, notaba que estaba a «punto de caramelo» y me preparé para recibir el «torrente de semen». Por sus dos compañeros anteriores podía imaginarme lo que iba a soltar. Eyaculó. Efectivamente, fue un torrente abismal que fui tragando apresuradamente. Se me escurrió un poco por los labios, goteándome la garganta y llegando hasta el canalillo de mis pechos.

—No quiero que desperdicies una gota de semen —Me ordenó mi Amo.

Con las manos fui recogiendo los restos que se estaban resbalando por mi cuerpo y fui chupándome los dedos, tragándome ese néctar perruno.

El mozo se llevó a los tres perros. Yo me quedé totalmente extasiada. Jadeando todavía con las piernas abiertas y tendida de espaldas en el suelo gravoso de la entrada a las caballerizas.

Al cabo de unos minutos, regresó de encerrar a los perros. Yo ya me encontraba un poco más calmada y sentada en el suelo en la posición de sumisa esperando instrucciones que no tardaron en llegar,

—Con esto ya eres todo lo puta que puede llegar a ser una esclava —Exclamó mi Amo

Dirigiéndose al chico,

—Mañana y pasado la sacas del pesebrero y que la vuelvan a montar los tres perros, ya sabes, cada uno por un agujero distinto. Esa operación la haces dos veces al día por la mañana y por la tarde. Quiero que ella sola aprenda sin tu ayuda a introducirse las vergas. Nosotros nos iremos a la ciudad a preparar la llegada de los invitados. No volveremos hasta entonces.

—No quiero a mi vuelta escuchar una sola queja del mozo —Me miraba con un semblante muy serio. Continuó—  Podrías lamentarlo. Quedas a su cuidado. Él ya sabe los horarios de tus comidas y todo lo demás.

Sin decir nada más se alejaron los dos.

—¡Ya lo has oído, perra!, ¡andando a la pesebrera! —Ordenó el Mozo.

Me levanté trabajosamente. Todavía la cabeza me daba vueltas por el placer tan inesperado que me habían ofrecido aquellos canes y lo que era aun mejor tenía orden de que me montaran varias veces más en los dos días siguientes. Cuando llegamos me ató las manos a la espalda y con la cadena me aseguró el cuello en la misma posición que había pasado la noche anterior.

La cochambrera estaba llena de agua, con la paja del suelo muy mojada y restos de mis heces bailando por el entorno. Calculaba que sería ya media tarde. Tenía un poco de hambre y, cogiendo el valor necesario le pregunté al chico,

—¿Me va a dar de cenar?

—Si te refieres a comida, no. Tengo orden de solo darte una vez al día asique hasta mañana no te toca —Mirándome de manera distinta concluyó— Pero cuando se hayan ido vendré a qué me des mi ración, que todos os habéis corrido  y yo también tengo derecho.

Estaba cansada pero no me quedaba más remedio que complacerle. No soportaría que a la llegada de mi Amo diera quejas sobre mí. En la posición en la que estaba sentada todavía noté como un pequeño canalillo de semen se iba escurriendo por mi culo y coño. A diferencia de sentirme mal o depravada por lo que me habían obligado a hacer, me sentía terriblemente relajada. Había sido un orgasmo excelente y en verdad mi cuerpo lo necesitaba. Esperé pacientemente a que el chico viniera a por su regalo.

No se hizo esperar mucho, a la hora más o menos de estar atada apareció  para «cobrarse su deuda».

—He venido lo antes que he podido. Hasta ahora no se fueron a la ciudad

La verdad que lo decía de corazón, como si a mí me importarse yacer con él. Quería descansar y eso que, en la posición en la que estaba atada, me sería muy difícil por no decir imposible. Se acercó y abriendo el mosquetón me liberó el cuello de la postura tan forzada en la que se encontraba. Mientras hacia la operación le pregunté,

—¿Me vas a traer paja seca?, aquí hay mucha humedad y después de la limpieza que me has hecho con la manguera todo esto está infectado de porquerías y charcos de heces.

—Me ha dicho tu Amo antes de marcharse que no te cambie nada. Que estarás muy bien porque solo entre la mierda te encuentras cómoda —Sonrió por su comentario— Pero no perdamos tiempo estoy a cien. Échate boca arriba que te voy a follar.

No tuvo la delicadeza de soltarme las manos. Se limitó tumbarme. La posición era muy incómoda. La espalda estrujaba a mis pobres brazos. Además, al estar todo el habitáculo encharcado, la situación era totalmente asquerosa.

Metió varios dedos dentro de mi vagina, muy torpemente pero lo suficientemente profundos para que sacara restos de semen perruno,

—¡Abre la boca! —Ordenó

Intuía lo que pretendía hacer. No me importó. Abrí la boca y me introdujo unos dedos sucios con resto de la leche. Se los estuve chupando un rato. Parece que la operación le excito más de lo que estaba. Sin mediar más palabras, me metió su polla hasta los huevos.

El peso de su cuerpo estrujaba si cabe, más a mis pobres brazos atados a la espalada. El dolor era inmenso, pensé que o se corría pronto o me podría partir un brazo.

—¡Muévete, puta! —No hacía más que gritarme al oído, mientras seguía fallándome sin ninguna consideración. Un mete y saca tremendo buscando su único placer.

No podía moverme mucho. La posición era bastante dolorosa. Aún y así meneé las caderas lo justo para que se corriera. Su semen se mezcló con los restos del perro que me había usado un par de horas antes. Se quedó adormilado un rato encima de mío, sin sacarla. No podía aguantar mucho, me estaba estrujando literalmente los brazos. Al cabo de unos minutos la sacó. Pero no se incorporó,

—¡Ahora me la vas a limpiar como hiciste con tu Amo! —Me ordenó.

Se subió unos centímetros hasta ponerse de cuclillas encima de mi cara y me introdujo su polla ya bastante flácida dentro de la boca. Tuve que chupar hasta dejársela limpia. Cuando creyó conveniente, dio por terminada la «limpieza», sacandola.

—Ahora me vas a hacer un lavado de huevos y culo

No tenía otra opción. Succioné con mis labios sus huevos mientras iba pasando la lengua suavemente por todo el contorno, por la parte del perineo hasta llegar a su abertura. Ese tipo de «limpiezas» ya había tenido ocasión de hacerla en el polígono. Tenía el ano bastante limpio para lo que estaba acostumbrada en aquella colonia. Se abrió los cachetes para que pudiera introducirle la lengua más profundamente. Ahí sí que me topé con algunos restos de heces. La verdad que la mierda masculina no se diferenciaba mucho de la mía. Chupé y babee todo aquel contorno, metiendo y sacando la lengua de su ano. Fue un autentico «beso negro» que le puso a cien otra vez. Quitó el culo de encima de mi cara y volvió a meter su polla totalmente dura dentro de la boca. Se la estuve mamando unos minutos hasta que las primeras gotas de líquido preseminal se dejaron salir, lo que me daba pauta para su pronta corrida, ésta no se hizo esperar mucho y a los breves segundos descargó toda su leche dentro de mi boca. Tuve que tragar a toda velocidad para no quedar ahogada ya que no la sacaba y yo no podía hacer nada por impedirlo al tener las manos encajonadas entre mi espalda y el húmedo suelo.

Al final la extrajo y se la metió en los pantalones. Me ordenó que volviera a la posición en la que estaba originalmente y me amarró la cadena a la correa del cuello. Éste retornó a la misma posición lacerante de siempre, no le importó. Ya se había corrido y por dos veces, lo demás poco le interesaba.

Me dejó sola y dolorida. Habían sido muchas emociones en un solo día y lo que quedaba por venir no era poco. Intenté coger una postura lo menos incómoda posible y cerré los ojos. Mañana volvería a follar con los perros algo que en el fondo me mojaba la vagina.

Los siguientes dos días fue más de lo mismo. Por la mañana me desataba y me sacaba a que me montaran los perros. Los tres me usaban indistintamente uno por la vagina, otro por el culo y al tercero se la chupaba hasta que se corría en mi boca. Algunas veces podía reprimir el orgasmo, pero otras acababa llegando al éxtasis como la puta que soy. El chico o no se daba cuenta, pues siempre aprovechaba para masturbarse o lo pasaba por alto. Sea como fuere el caso es que nunca se lo contó a mi Amo.

Posteriormente me metía dentro del pesebre y atada a los comederos me daba la bazofia de siempre. Aquella especie de serrín enriquecido con fibra que me hacia cagar pasadas unas horas como un autentico torrente. Pero antes de ello y justo después de comer, me obligaba a introducirme el dildo para aguantar las ganas hasta que venía por la tarde. Era en ese momento cuando me autorizaba a cagar expulsando yo misma el tapón anal. Luego vuelta a una ducha a base de manguera con agua fría a presión y vuelta a salir a ser usada por los perros. Para después regresar al pequeño habitáculo más sucio cada vez, con más charcos y más cochambre donde era atada y usada por el mozo de cualquier manera y en cualquiera de mis agujeros. Luego me preparaba para pasar la noche. Todavía hoy no me explico cómo no padecí en algún momento un esguince en el cuello o una pulmonía pues los tres días los pasé atada con aquella cadena que me tenía la extremidad enormemente tirante y envuelta en una humedad constante.

La mañana del cuarto día se presentó el mozo de cuadras más pronto de lo habitual. Todavía estaba adormilada. Me dio una patadita el los muslos para despertarme,

—Hoy es el gran día. Ya están llegando los invitados —Me dijo muy serio.

—Tengo orden de llevarte dentro de la casa. Tu Amo te ha autorizado a darte un baño. Debes estar muy relajada y limpia para la subasta.

Me soltó el extremo de la cadena que estaba sujeta a la pequeña viga, tirando suavemente de ella me instó a levantarme. De toda la noche, tenía las piernas entumecidas. Al fin pude incorporarme.

—Ahora me seguirás como la perra que eres.

Tirando de la cadena iba siguiéndole como podía. Continuaba con las manos atadas a la espalda.

Me condujo hacia la casa. Entramos por la puerta de servicio. Pasamos por las cocinas. Había un gran movimiento, se notaba que se estaba preparando un importante almuerzo. Se trabajaba a destajo. El mozo de cuadras continuaba tirando de la leontina. Los operarios disimulaban muy bien nuestra presencia, sobre todo la mía tan sucia como iba. Cada uno realizaba sus labores sin prestarme atención cuando pasaba por delante de ellos. Yo, sin embargo, me detuve unos segundos mirando en una mesa auxiliar algunos platos con abundantes manjares,  mi boca salivaba solo con oler el aroma que despedía aquella comida, sentí el tirón de la cadena en mi cuello lo que indicaba que siguiera caminando sin detenerme.

Salimos de la cocina y nos adentramos en lo que parecía un pasillo, al final del mismo había un tramo de escaleras. Las subimos llegando a otro corredor que parecía fuera la zona de los dormitorios aunque tampoco podría asegurarlo, las puertas estaban cerradas.

Nos paramos delante de una de ellas. El chico tocó suavemente con los nudillos. Esperamos unos segundos hasta que se abrió. Era un cuarto de baño muy espacioso. Entramos. En el interior había dos muchachas, jóvenes de pelo largo y rubias. Llevaban, como única prenda de vestir, una especie de túnica blanca muy corta apenas les llegaba al nacimiento de los muslos, sonreí al verlas.

—Muchas gracias por traérnosla —Se dirigió una de ellas al mozo de cuadras— Ya te puedes marchar, nosotras nos encargamos.

El chico le dio el extremo de la cadena que sujetaba y abandono el baño.

Me quedé de pie sin saber exactamente qué hacer, en silencio en el centro justo al lado de una gran bañera redonda. La estaban llenando de agua. Una de las chicas vació un frasco de sales aromáticas en su interior y otra volcaba una especie de gel que iba cubriendo de espuma la totalidad del baño.

Me quitaron las muñequeras de cuero. Debía de haberle dado mi Amo las llaves del candado que sujetaba las argollas pues no tuvo que forzarlas. Pude volver a poner los brazos a su estado natural. Me dolían de llevar tantas horas atada. También me liberaron de la correa del cuello. Se lo agradecí interiormente. No me atrevía a hablar sin una autorización preceptiva.

—Por favor, métete en la bañera —Su voz era muy melosa. No estaba acostumbrada a que me hablaran con tanta delicadeza.

La bañera era de esas circulares empotrada, por lo que había que bajar un par de escalones para zambullirse en el agua. A medida que me iba introduciendo notaba el calor de aquella agua aromatizada. Me pareció estar en la gloria. Estaba muy sucia y mi piel en verdad que lo necesitaba, llevaba más de un mes sin poder darme una ducha decente. Me acurruqué en un rincón y cerré los ojos. El agua estaba a temperatura justa de calor.

Volví a abrirlos justo en el momento en que las dos muchachas se quitaban sus túnicas blancas quedándose totalmente desnudas, metiéndose las dos también en la bañera.

Eran autenticas musas. Poseían una piel suave y blanca. Unos pubis perfectos y totalmente depilados.

La tina era de proporciones grandes. Estábamos metidas las tres y todavía hubieran podido albergar a tres o cuatro personas más, diría que era como una mini piscina. Me quedé un poco cohibida al estar compartiendo baño con esas muchachas tan perfectas con cuerpos de escándalo, pensé.

—Dame tu espalda, por favor

Me giré. Una de ellas empezó a frotarme suavemente pero con decisión el espinazo con abundante jabón oloroso. La otra se dedicaba a enjabonarme los pechos bajando por el estomago hasta que todo mi cuerpo fue embadurnado de aquellas esencias aromáticas. Me sentía en la gloria siendo atendida por aquellas muchachas de trato tan educado y afable. Con el mismo mimo me deshicieron la coleta y lavaron el pelo hasta quedar brillante y sedoso.

Cuando ya estuve limpia, una de ellas me dijo al oído,

—Ahora toca relajarte

No se lo hice repetir dos veces. Llevaba tres días atada en aquella caballeriza y envuelta en mis propias heces. Violada por aquellos canes de manera regular y usada por el mozo de cuadras. Me parecía un autentico sueño estar en aquella bañera de agua caliente en compañía de aquellas agradables muchachas.

Noté unos dedos que empezaban a insinuarse cerca de mi vagina. Al principio cerré las piernas como medida de precaución

—No te preocupes por nada —dijo cariñosamente una de ellas— Debes relajarte. Estás autorizada para gozar. Nosotros también somos esclavas. Hemos pasado por esto y te aseguro que necesitas coger fuerzas. Ella pertenece a un jeque de Arabia Saudita —Me señalaba a la otra muchacha— Yo soy de un potentado árabe de Bahréin. Nos han dado órdenes de prepararte para la venta. Debemos comprobar el estado de tu cuerpo, ¿comprendes?, asique cierra los ojos y déjate llevar.

Me quedé de piedra. Eran auténticas preciosidades. No me hubiera importado ser comprada por cualquiera de sus Amos y llegar a ser compañera de alguna de estas dos muchachas. Pero también me di cuenta de lo que había dicho mi Amo acerca de que cabía la posibilidad que me compraran para algún uso diferente del mero disfrute del Amo. Estas chicas eran mucho más bellas que yo, nunca podría competir con semejantes criaturas. Me asusté. En ese momento unas manos, ya sin ningún rubor, se iban lentamente introduciendo en mi vagina. Abrí ligeramente las piernas para facilitarles el trabajo y las deje hacer.

Me llevaron al paroxismo. Eran cuatro manos expertas en el arte amatorio. Me trabajaron el clítoris como nadie antes lo había hecho, se introdujeron en mi ano, tocaron con suavidad mis pezones y todas las zonas erógenas de mi cuerpo. Tuve varios orgasmos seguidos, me llegaba uno e inmediatamente se enganchaba con el siguiente. Suspiré, Jadeé y me corrí varias veces seguidas.

Cuando las esclavas confirmaron que todos mis órganos sexuales y erógenos funcionaban a la perfección, cogiéndome de la mano, me sacaron de la bañera. Con delicadeza me secaron.

Me guiaron a una cámara contigua al baño, en ella había una camilla bien posicionada en el medio de la estancia. Me hicieron tumbar en ella y procedieron a depilarme aquellas partes del cuerpo que ya empezaba a tener algo de vello. Cuando estuve en el polígono me dejé un poco, pues a los clientes no les importaba ese asunto y tampoco los colombianos me dieron útiles de depilación, por lo que llevaba un mes sin hacerlo y el vello era, en algunas zonas del cuerpo, bastante prominente. Lo hacían con mucho cuidado. Bandas depilatorias fueron pegadas y extraídas con total suavidad en toda la piel. También me cortaron a ras las uñas de pies y manos ya bastante crecidas por mi dejadez en el último mes. Cuando me tuvieron en perfecta condiciones, me aplicaron varias clases de aceites a cual más oloroso. Fue un masaje dado a cuatro manos. Me trabajaron todos los poros de la piel. En particular los pies. Sabía que mis plantas estarían muy encallecidas, llevaba casi un año siempre descalza. Aun y así estuvieron moldeándolos y trabajándolos más de una hora hasta que poco a poco fueron recobrando parte de la tersura de antaño.

Subieron por el contorno de las piernas y muslos. Miedo tenía que siguieran a la vagina. Ya me había corrido varias veces en el baño y no sé si sería capaz de aguantar más masajes por esa zona. Creo que ellas ya lo intuían. Actuaban con mucha sabiduría y seguridad, era obvio que no era la primera vez que preparaban a esclavas para su venta ya que hábilmente se limitaron a masajear con los aromas el contorno del pubis rodeándolo con naturalidad hasta pasar a otra zona del cuerpo. Lo que si hicieron con mucho mimo fue enjabonar y abrillantar los abalorios que llevaba adheridos a los labios vaginales. Quedaron relucientes, como recién puestos.

Me hicieron poner boca abajo. Desde esa postura, una de las chicas se subió encima y con sus pechos fue deslizándolos por mi espalda hasta llegar a los glúteos. Fue una sensación maravillosa, tanto que volví a mojarme temiendo tener otro orgasmo. Mientras hacia su masaje cuerpo a cuerpo, la otra muchacha me estuvo colocando en los tobillos, sendas tobilleras. Parecían de plata, con diferentes abalorios adheridos en la cadena.

—Los Amos árabes valoran mucho en sus esclavas que tengan unos pies pequeños, bonitos y bien cuidados —Me hablaba con mimo mientras me colocaban los oropeles en los tobillos.

Cuando dieron por terminado el masaje me sentaron en la camilla y cepillaron con mucha dulzura mi mata de pelo negro. Lo alisaron y me hicieron una coleta de caballo, al final de la misma, en vez de una goma, me ataron un pequeño cordel dorado con unas minúsculas lentejuelas adheridas a él.

—Estás preciosa —Me decía una de ellas mientras  me acariciaba la cara y con sutileza poso sus labios en los míos. No fue más que un pico pero me gustó bastante.

Llamaron A la puerta. Una de las chicas se apresuró a abrir. Seguían desnudas.

Era mi Amo,

—Veo que te han preparado a conciencia. Tienes hasta apariencia de humana —La ironía era uno de sus fuertes— Ha llegado el gran momento. Espero que estés a la altura de lo que espero de ti. Pronto dejaras de ser mi esclava.

Le pedí permiso para hablar,

—Amo. Yo querría seguir con usted.

—No puede ser. Ya te lo dije hace semanas. Mi novia no lo autoriza y además necesito dinero para montar una «boda de escándalo» —Sonrió por la ocurrencia.

—Si me hubiera vendido en aquella fiesta hace un mes, no hubiera podido devolverle la deuda —Pregunté algo sonrojada— Si no puede tenerme en su casa, lléveme a cualquier polígono trabajaré para usted, pero no me venda. Se lo suplico.

—Si no me hubieras desobedecido con aquellos patanes, tu precio se hubiera incrementado una barbaridad tanto que la deuda que tenías conmigo habría quedado compensada con creces. Ahora, tu cotización esta a la baja por eso te castigué a devolverme la deuda en aquel polígono de mierda, así compensará algo lo que voy a dejar de percibir hoy.

—Y no, no voy a dejarte trabajando para mí en ningún polígono. No soy ningún chulo.

Mi tristeza volvió a aflorar en mis ojos. Ahora me daba cuenta que todo era verdad. Mi venta se acercaba, aun y así pregunté intentando comprender este mundo,

—Mi Amo, ¿cómo va a justificar usted el dinero? La venta de mujeres está prohibida.

—Voy a contarte algo. En breve ya no me pertenecerás por lo que no me importa darte una información que en otras circunstancias estaría vedada para ti,

Las dos chicas viendo que era una conversación particular entre Amo y esclava, se excusaron ante mi Amo y desaparecieron de la habitación. Yo permanecía de pie junto a la camilla con las manos a la espalda y la cabeza baja en señal de sumisión. Atendiendo sus palabras, quería saber cómo iban a «legalizar mi venta» Siguió hablando,

—Pues veras. Efectivamente la compra y venta de esclavas sexuales está prohibida en medio mundo. Lo que se hace es maquillar la venta como si se vendiera un barco, una obra de arte, un coche o una simple carretilla depende del precio que se pague por la esclava. Por ti, al menos intentaré sacar el precio de un vehículo. El árabe que te compre, de cara a las autoridades españolas, aparecerá como si comprara un coche pero, en realidad, lo que se llevará es una esclava. Tengo ya preparado los papeles de un coche imaginario, con un número de bastidor asignado que se adjuntará al contrato de venta. Solo falta poner su nombre y la cantidad, de esta forma el dinero que reciba por ti estará legalizado —Dejó de hablar un momento esperando que asimilara sus palabras— Así es como se compra y se vende en este mundillo.

—Por cierto, mientras estuviste en el polígono te hice el pasaporte. Uno de los componentes de la hermandad es un alto cargo policial que ha podido sacarte el documento sin problemas aunque tú no hayas acudido a firmar ni a dejar la huella. Se lo entregaré junto a tu DNI y los documentos de compra venta al Amo que gane la subasta. Porque tu salida de España y llegada al país donde vayas a residir será todo legal, otra cosa será el modo en el que viajes,  eso ya depende del Amo en cuestión.

—Pero ten presente una cosa. En el momento de tu venta ya no habrá marcha atrás. Tu condición de esclava que hasta ahora ha sido voluntaria, pasará a perdurar durante toda tu vida. Ya no podrás cambiar ni decirle a tu nuevo Amo que lo dejas. Él ya ha pagado por ti y podrá venderte o regalarte a quien desee siguiendo un procedimiento similar a éste pero claro tú precio ira reduciéndose, a medida que vayas cumpliendo años. Cuanto mayor es la esclava, menos valor tiene, pues sus usos van siendo más marginales. Asique disfruta el tiempo que te quede de juventud pues mucho me temo que de aquí a diez o quince años acabarás en un burdel de cualquier barrio marginal del sudeste asiático, calentándole la cama a borrachos, marineros y demás ralea. —Una última cosa. Solo podrás recobrar tu libertad si tu Amo te la concediera expresamente y en este mundo eso es muy difícil que eso ocurra. Yo no conozco ningún caso.

Me miró fijamente. No podía aguantarle la mirada. El respeto y la sumisión que tenía hacia ese hombre eran superiores a todas mis fuerzas.

¿Era el momento de revelarme? Sabía que ya no dispondría de ninguna otra posibilidad. Que concedía a mi comprador el poder sobre mi propia vida y que, además, esta cambiaria a peor a medida que fuera cumpliendo años hasta convertirme en una perfecta escoria humana. Pero, por otro lado, ¿no era eso lo qué deseaba?, sin quererlo, ¿no había otorgado a mi Amo ya ese poder sobre mi?, quizás tenía toda la razón al decir que cuando me conoció se dio perfectamente cuenta de mi potencial de sumisa y no había hecho otra cosa que sacarlo a luz. Me escuché horrorizada,

—Soy una esclava y así quiero seguir siendo hasta el fin de mis días. Obedeceré ciegamente al Amo que se digne comprarme.

—Era eso justo lo que quería escuchar de tus labios. ¡En unos minutos saldremos a escena!, tendré el placer de castigarte por última vez ante los compradores y tú tendrás por última vez la dicha de ser azotada por mí.

Ya hacia unos minutos que había dejado de escucharle. En mi cabeza se repetían como un martillo mis palabras; «era una esclava y quería seguir siéndolo hasta el fin de mis días» ¿cómo pude haber tenido el valor de decirlo, complicando así mi propia existencia?, no lo sabía y lo que era peor, no creía que nunca podría dar respuesta a tamaña pregunta.

Me volvió a colocar las muñequeras de cuero y ató las argollas. Quedé con las manos atadas a la espalda. Me colocó al cuello la correa tirando suavemente de la cadena adherida a la anilla para comprobar que todo estaba como Él quería.

—¡Vámonos! —Salimos de la habitación. Le seguía a unos pocos metros de distancia, lo que la longitud de la leontina daba.

No se veía a nadie. Fuimos recorriendo a la inversa el mismo pasillo que hice a la ida con el mozo de cuadras. Volvimos a retornar a la cocina. De ahí traspasamos una pequeña puerta que daba a una escalera, la bajamos. Estaba muy nerviosa. Desconocía ante quien me iba a vender y como sería mi vida a partir de ese momento. Nos paramos ante una puerta. Al otro lado se oían voces.

—Ha llegado el momento. Ahora entraremos y haz todo lo que se te ordene. Compórtate con la sumisión que has aprendido estos últimos meses y verás como todo sale bien y, sobre todo, comprobarás como tu precio aumenta. Has de saber que cuánto más paguen por ti, mejor puede ser tu vida, al menos durante un tiempo. En caso contrario, si la subasta no sube y tu valor se empobrece, puede que quien te compre te use para labores más desagradables y tu vida sea un autentico calvario. De cómo transcurra la subasta dependerá tu futuro.

En aquel momento no pude comprender las palabras de mi Amo. No era muy consciente de lo que me estaba jugando en aquella velada. No pude pensar más, un tirón en mi cuello me indicó que traspasábamos el umbral de la puerta. ¡Los dados están al aire!, pensé. Tragué saliva y entramos en la sala.

Era el garaje. Estaba preparado especialmente para la velada. Había bastante gente. En cuanto nos vieron aparecer se hizo un silencio sepulcral. Hicieron un pasillo y penetramos en él. De reojo pude comprobar los asistentes, habría unas veinte o treinta personas. Unos pocos vestían con una especie de túnica o suriyah que les cubrían hasta los tobillos, parecían que eran los más importantes. Los demás vestían el traje normal europeo parecían miembros de seguridad y guardaespaldas de los que iban con el suriyah.  En un extremo había un pequeño grupo de caras conocidas, eran los amigos de mi Amo de la hermandad. Pero aparte de ellos, me pareció que la gran mayoría eran de rasgos árabes.

Subimos a una especie de pequeño escenario de unos cuatro o cinco metros de largo que habían montado para la ocasión o lo tendrían allí fijo, desconocía si esta había sido la primera subasta en aquella casa o era habitual. Fueron tres escalones, de lo nerviosa que me encontraba casi me tropiezo en uno de ellos. Podría ser la subida al mismo cadalso el día de mi ejecución y no estaría más nerviosa que entonces. Gracias a Dios no paso de un pequeño traspiés. Subieron detrás de nosotros las dos muchachas que me bañaron, iban vestidas con la pequeña túnica blanca con la que me recibieron en el baño. Me desataron las manos de la espalda y ataron cada una de las argollas adheridas a mis muñequeras a una especie de viga vertical que sobresalía a ambos lados del escenario con ayuda de sendas cuerdas. Quedaron mis brazos haciendo un ángulo recto con el cuerpo, es decir con los brazos en cruz.

Empezaron a oírse diferentes comentarios, unos hablaban en algo que podría ser lengua árabe y otros se expresaban en inglés. No entendía nada. Cada vez estaba más nerviosa, atada a dos postes sin conocer mi inminente destino.

Con la mano, mi Amo pidió silencio y empezó a hablar,

—Caballeros, les he reunido para celebrar la venta de mi esclava —A su lado una especie de secretario, muy bien vestido, iba traduciendo a lengua árabe y al inglés cuanto decía mi Amo— Explicaba los pormenores de cómo iba a realizarse la puja. Alguien interrumpió la alocución de mi Amo,

—¿Esta no es la esclava que tenía que haber acudido a la subasta de hace un mes? —Preguntó en su idioma un árabe gordinflón que vestía un suriyah impecable (Como he comentado, lo que se decía se iba traduciendo al español, inglés y árabe por el secretario aludido anteriormente para conocimiento de todos los asistentes. Por una mayor comprensión escribiré todas las conversaciones en español)

—Efectivamente —Respondió mi Amo— Tuvo su castigo por aquella desobediencia que me impidió llevarla a la subasta. Creo que ustedes ya tuvieron ocasión de ver la grabación de su castigo —Hacia pausas para que el secretario pudiera traducir sus palabras— Pero, por si acaso ha quedado alguna duda, ahora será nuevamente azotada para que puedan comprobar que no paso por alto ninguna desobediencia y, además, para que puedan ser testigos del aguante de esta sumisa. Por eso les pido mis más humildes disculpas al tener que acudir a una segunda venta en tan poco espacio de tiempo.

En ese momento me encontraba como en una nube sin dar mucha importancia a las palabras que estaba recitando mi Amo. Continuaba hablando,

—Como comprenderán solo me limitaré a azotarla en la zona posterior del cuerpo. No voy a flagelarla el pubis que, como ustedes saben, debería ser la zona a castigar por haber tenido un orgasmo inconsentido. Pero ello podría ocasionarla daños que tardarían en curar algunos días y no voy a privar a su nuevo Amo de poder utilizarla de inmediato en lo que estime más conveniente. De todos modos, para su tranquilidad en el video pudieron comprobar cómo fue fustigada sin piedad en aquella zona.

Los asistentes, a medida que iban traduciendo las palabras de mi Amo, daban signos de aprobación.

—Ahora, si me lo permiten, daré cumplimiento al castigo. Pueden sentarse tranquilamente a observarlo —Concluyó mi Amo.

Me sudaba todo el cuerpo. Los castigos más duros que recibí fueron siempre cuando era azotada públicamente. Por tanto, en esta ocasión en presencia de mis potenciales compradores era consciente de que iba a flagelarme muy duro. Tensé lo que pude el cuerpo. Tiré un poco de los brazos, las ataduras me impidieron cualquier movimiento. Me habían atado tensando una barbaridad las cuerdas por lo que mis extremosidades quedaron fijadas fuertemente. Cerré los ojos y me dispuse a aguantar lo más estoicamente el suplicio.

El mozo de cuadras se acercó al estrado y entregó a mi Amo el látigo. Era de unos dos metros de cuero trenzado muy parecido sino el mismo que el que empleó el día que me castigó en aquel almacén del polígono. Aquella disciplina me marcó la piel durante una semana. Mi cuerpo se estremeció solo de recordar el dolor que dejaba

Agarró la tralla y golpeó al suelo a modo de calentamiento. El sonido fue estridente. Si mi Amo era muy cruel en los castigos, delante de aquellos árabes acostumbrados a disciplinar esclavas, seguramente se comportaría de la manera más sádica posible. Cerré los ojos y pedí a lo más alto que terminara el suplicio cuanto antes. Justo cuando iba a comenzar, uno de los árabes se levantó del sillón y solicitó hablar. Era una voz potente. Cuando terminó el secretario se puso a traducir,

—Dice que puesto que su falta es de las más graves que puede cometer una esclava le parece que el látigo que va a emplear es poco apropiado para ello.

Mi Amo se quedó perplejo. No estaba acostumbrado a que nadie le «emendara la plana». Levantando la cabeza con aire altivo buscó con la mirada quien era el árabe que había hablado y que continuaba de pie. El musulmán en cuestión era un hombre alto y fuerte con una crueldad en la mirada que asustaba solo con verlo. ¡Dios!, pensé, cualquiera menos ese. No podría tener tan mala suerte si ese tipo acabara comprándome. Cerré los ojos todo lo fuerte que pude y esperé acontecimientos,

—No dispongo de otro. Esta casa es de un amigo. No he traído otras disciplinas, pero insisto, creo que este látigo es apropiado para el castigo —Insistía mi Amo.

—Creo que no me ha entendido —Esperó el árabe hasta que le tradujeron— Nosotros vamos a comprar, nosotros decidiremos la disciplina con la que se le va a azotar.

Dio una orden ininteligible y en segundos aparecieron dos escoltas sujetando una pequeña caja de madera con diminutas incrustaciones de marfil que le entregaron a mi Amo,

—Por favor abra la arqueta —Le instó el árabe.

Alzó la tapa y descubrió en su interior un látigo enrollado. Lo extendió en toda su amplitud. Era tremenda la visión de aquella cosa de engendrar dolor que apareció ante mi vista. Tanto es así que mi Amo intentó hacer comprender al árabe que, de azotar con aquello podría poner en serio riesgo la integridad de la esclava,

—¿Usted sabe lo que me está entregando? No puedo azotar a la sumisa con semejante instrumento —Protestó mi Amo.

—Creo que no me ha entendido. Usted hará lo que nosotros le digamos. Esta esclava debió de salir en la subasta del mes pasado. Usted mismo canceló la venta alegando indisciplina y desobediencia grave. Ahora nos quiere contentar con un simple castigo como si se tratara de una falta venial —El secretario se afanaba por traducir a toda prisa la conversación que estaban llevando los dos. Sin apenas respiro, continuaba el diálogo,

—Este látigo es de una dureza excesiva. Además tiene en su extremo dos cabezas lo que proporcionará un doble sufrimiento. Las marcas que pueden dejar en la piel  pueden llegar a ser permanentes y, entonces, no habría Amo que quisiera comprarla a un precio razonable. No señor, me niego a utilizar semejante artefacto en la piel de la esclava y mucho menos el día de su venta —Apostilló

Parecía que mi Amo se resistía a utilizar aquello. Le agradecí su gesto. Solo verlo helaba la sangre de cualquiera. Era un látigo de dos metros o más de cuero, muy trenzado y en el extremo final se dividía en dos finas correas también de cuero con un gran nudo al final en cada una de ellas. El daño que podía generar en la piel podía ser durísimo.

—Si no utiliza la disciplina que le he ofrecido, abandono la venta

En ese momento se levantaron otros tres o cuatro y también amenazaron con marcharse.

Veía la cara de mi Amo, tenía una expresión de no saber muy bien qué hacer. Parecía que la subasta iba a fracasar antes de su comienzo. Más de la mitad de los asistentes ya estaban de pie con la intención de irse. Yo seguía atada a aquellos postes muerta de miedo esperando acontecimientos. Fue entonces cuando escuché la voz del doctor que, al ser miembro de la hermandad, también estaba en la sala aunque hasta ese instante su presencia era meramente testimonial.

—¡Un momento señores! Les propongo un acuerdo —A medida que el secretario iba traduciendo aquellas palabras los asistentes se pararon antes de abandonar la sala— Comprendo y entiendo que el castigo que se merece la esclava debe ser en proporción a su falta y ésta ha sido muy grave. También entiendo que la corrección que su Amo dio a la esclava y que nosotros, como miembros de la hermandad, dimos fe de ello, les parece baladí. Pero entiendan ustedes que si aplicamos el castigo que usted dice ¿quién nos dará garantías de que su precio no bajara en proporción a los daños que pueda sufrir en su piel? —Paró un instante a que fueran traducidas sus vocablos— Yo les propongo que pujen y quien se quede con ella proponga el castigo a realizar. Creo que es una propuesta justa

Se oyeron murmullos entre los asistentes. Unos no atendiendo siquiera a la última oferta del médico abandonaron la sala definitivamente. Sin embargo el árabe causante de esta discusión se detuvo antes de traspasar el umbral de la puerta y girándose, gritó a mi Amo,

—¿Cuál es el precio de salida de esta golfa? Quizás me interese adquirirla para que desfogue a mis criados y a mis perros y puede que amenice las fiestas cumpliendo cualquier depravación que se me antoje. Lo único interesante es que es blanca y europea, eso excitará mucho a mis obreros que trabajarán más contentos sabiendo que al final de la jornada podrán usarla a su antojo.

Se me fue helando la sangre a medida que iban traduciendo sus palabras al español. Tanto es así que no pude evitar orinarme encima. Tantos nervios me estaban entrando que no podía dejar de temblar. Nadie pareció darse cuenta de mi meada.

Levanté la vista buscando a mi Amo implorándole con una mirada angustiosa que desoyera la indicación de aquel hombre. Pero a mi Amo solo le importaba el dinero. Ya había conseguido de mí todo el negocio posible y le bastaba cerrar un acuerdo seguramente no tan beneficioso para Él como le hubiera gustado pero lo suficientemente bueno como para aceptarlo de inmediato. Le escuché decir con voz clara y alta,

—¡Treinta mil euros!, ese el precio de salida de esta esclava

Los demás parecieron ni tan siquiera valorar ese importe y seguían abandonando el local. Pasaron unos minutos angustiosos y cuando empezaba a respirar creyendo que la subasta se había terminado por no pujar nadie, se oyó la voz de aquel depravado árabe,

—¡Ofrezco Quince mil euros!, es todo lo que vale esa zorra.

—Podría bajar hasta los veinte cinco  mil —Repuso mi Amo intentando argumentar su respuesta— Comprendo que ha sido una indisciplinada y eso rebaja el precio, pero también le digo que es muy buena amante, hará las delicias de sus criados y animales si es a ellos a los que la quiere destinar. Acérquese y compruebe la mercancía.

Esto parecía surrealista. Se suponía que en una subasta la gente pujaba sobre el precio de salida, y no al revés. Me sentía una autentica escoria. Atada y expuesta a los más horrendos insultos ante aquellos hombres depravados y egoístas. No tuvo ningún efecto las miradas suplicantes a mi Amo y éste no tuvo ninguna intención de frenar aquello, al revés me seguía humillando bajando el precio para convencer a aquel moro.

El árabe se acercó lentamente al estrado. Subió los escalones y se colocó a escasos centímetros de donde me encontraba atada.

Sentí como su fría mano me sobaba el pubis. Tiraba de las cadenillas de mis labios mayores hasta hacerme un poco de daño. Mi Amo se encontraba junto al moro. Llamó al secretario para que subiera y tradujera la conversación,

—Mire el ano lo dilatado que lo tiene —Me separó bruscamente los cachetes del culo para que lo comprobase— Fíjese en la piel. Todavía le quedan marcas de los castigos anteriores.

—Eso me preocupa. Seguramente es más indisciplinada de lo que usted dice. Tiene marcas lacerantes en la espalda y culo. Los abalorios no están mal, puedo comprobar que están muy fijos y colocados de manera permanente. Lo malo es que le ha desgarrado parte de los labios y le sobresalen sobre la abertura, eso no me gusta —Respondió el árabe mientras tiraba ya con fuerza de las cadenillas.

—Soy consciente de esas imperfecciones, por eso el precio de salida ha bajado. Pero le aseguro que en líneas generales es obediente. Ha recibido castigos, no lo niego, pero éstos han sido más que por desobediencias, que alguna ha habido, por instruirla y curtir su piel. Sé que cometió un error imperdonable pero ya fue suficientemente corregida por ello. No niego que su porte no podría llegar a calentar la cama de un señor, pero podría ser ideal para  ser usada por el servicio o para desfogue de los animales —Respondió mi Amo.

—¿Observo que está vaciada? —Preguntó el árabe fijándose en los pequeños puntos del abdomen disimulados por el tatuaje.

—Sí, fue operada. No tendrán con ella problemas de embarazos y menstruaciones desagradables que puedan dilatar, de algún modo, cualquier uso que quieran darle en ese momento —Respondía con prontitud mi Amo.

El secretario se afanaba a traducir la conversación a un ritmo vivaz para que el sentido de las palabras no se perdiera en el tiempo. Yo me encontraba como en una nube. Hablaban de mí como si se tratara de la venta de un televisor o cualquier otro electrodoméstico. Me dolía que hablaran así  y que me consideraran solo para uso doméstico. Mi propio Amo, aquel en quien me enamoré perdidamente y al que en los primeros meses «calenté la cama» sin que en aquel momento se sintiera ofendido por ello, aunque pude comprobar, con el tiempo,  cuál era el verdadero fin de aquello. Continuaban dialogando los dos hombres,

—El tatuaje del abdomen está escrito en español. Si llegamos a un acuerdo, quiero que la tatúe la misma leyenda en inglés y justo encima de la raja, en pleno pubis, en árabe. No quiero que mis criados se confundan con ella al no entender lo que lleva escrito en la piel.

—Por eso no se preocupe. Entre los invitados esta el tatuador que realizó el trabajo. Siempre lleva en su coche una máquina de esas. Hará el trabajo de inmediato para que se puedan llevar a la esclava con los tatuajes que quieran, yo corro con los gastos.

Seguía poniendo toda clase de trabas a la compra y mi Amo contraatacaba con soluciones inmediatas. Sabía que era muy perspicaz en los negocios por lo que debía prepararme para lo peor.

—No sé, continuaba el moro husmeando mi cuerpo. Mire las plantas de los pies, están cuarteadas —Las señalaba cogiéndome del tobillo y doblándome la rodilla por la espalda como si fuera un caballo— En mi cultura los pies de las sumisas deben estar muy bien cuidados. Los abalorios que se les ponen en los tobillos las hacen gráciles y apetecibles para sus Amos. En las dependencias de mi palacio, donde residen mis esclavas favoritas, está perfectamente pulido el suelo para que puedan ir descalzas sin desgastarse las plantas. Esta se nota que ha caminado descalza toda su vida por cualquier terreno. Tiene las plantas encallecidas y endurecidas. Poco apetecibles para los árabes potentados como yo.

Se le veía bastante enojado. Continuaba hablando. A medida que iba traduciendo el secretario me iba hundiendo más en la miseria. Qué si el tiempo malgastado en hacer este viaje para ver una mercancía defectuosa, que ya se lo decían, que no se fiara de los europeos y cosas por el estilo. Por un lado estaba triste por los improperios que soltaba sobre mí, pero por otro me encontraba animada. Prefería mil veces continuar con mi Amo por muy duro que éste fuera, que pasar a ser propiedad de aquel moro tan despiadado.

Justo al terminar la conversación. El moro dio la vuelta y empezó a descender los escalones con intención de irse

Mi Amo se volvió a su interlocutor y aceptó cabizbajo su oferta,

—Está bien. Cerremos el trato en quince mil euros. Prepararé y entregaré los documentos de compra a su secretario.

Era lo peor que me podía pasar. Me acababa de vender al ser más depravado de todos, a precio de saldo, para divertimento de sus criados y animales y qué sé yo a quien más. Lloraba en silencio sin esperanza. Fue entonces cuando escuché al árabe,

—En vista de que esta esclava ya forma parte de mi propiedad, proceda al flagelo con el látigo que le fue entregado. Veinte latigazos estarán bien pero aplíquelos sobre la espalda y culo. Deje el abdomen sin trabajar para que los tatuajes se puedan realizar inmediatamente después del castigo, así sabrá esta cerda lo que le espera si se le ocurriera desobedecer.

Descendió del escenario y se sentó en uno de los butacones. Los demás, al enterarse que la operación estaba cerrada y que se iba a proceder a un castigo, volvieron a sus asientos con ganar de asistir al espectáculo.

Estaba atada e indefensa. Intenté revolverme lo que pude pero las ataduras no me dejaban,

—Si gritas o suplicas serán el doble. Calla y prepárate a recibir el castigo —Gritó ya mi antiguo Amo mientras desplegaba en todo su extensión aquel macabro látigo.

—¡Vamos! ¿a qué espera para empezar? —Se oyó vociferar a mi nuevo Amo

El primer zurriagazo se estrelló en la mitad de la espalda. Aullé de dolor. Sin esperar se descargó el segundo que me dio de lleno en los riñones. Lloraba, gritaba, suplicaba piedad. El dolor era con mucho insoportable. Notaba en cada trallazo como la piel se rasgaba. Otro se estrelló en la parte interna de los muslos. Uno a uno fue dilapidando mi epidermis. A partir del cuarto o quinto latigazo aparecieron diferentes puntos de sangre en la espalda y, sobre todo, en los glúteos donde más se afanaba en golpear con aquel instrumento de martirio. A medida que me iba dispensando aquel brutal castigo, la piel se fue abriendo y la sangre empañando cada vez con más intensidad mi lacerado cuerpo. Cada trallazo era multiplicado por dos debido a las terminaciones del flagelo y los nudos que, al estrellarse en la piel, producían el dolor de auténticos puñetazos dirigidos en todo el espinazo.

Al fin dio por concluido el suplicio. Estaba de rodillas, mis piernas ya no podían sujetar el peso del cuerpo. El árabe subió al estrado y con un pequeño cuchillo, rasgó las cuerdas que me maniataban las muñecas a esas columnas. Caí al suelo de bruces.

—Reanimarla y prepararla para el viaje. No os olvidéis de tatuarla según lo acordado. La veré en Qatar —Ordenó a su séquito.

Varias manos me cogieron en volandas y me llevaron a la antesala donde horas antes había sido masajeada por las maravillosas manos de aquellas esclavas. No sabía si alguna de ellas pertenecía a aquel depravado. Pero ahora eso no me importaba. Me quería morir. El dolor que sentía en la espalda era tan abrasivo que hasta el mismo aire me hacia dentellear.

Me tumbaron en la camilla de bruces con la espalda en carne viva. El doctor me ofreció un par de pastillas que tragué en el acto, eran calmantes muy fuertes. Con mucho cuidado me limpió las heridas, posteriormente untó una especie de pócima en todo el dorso. Lloraba de angustia cada vez que sus dedos untados de aquella vaselina se iban esparciendo por todo el contorno. Quiso consolarme a su manera,

—Ha sido muy duro pero ya pasó. Ahora no pienses en nada.

—Pero, ¿por qué yo?, pregunté entre sollozos

—Estuviste en el momento y lugar equivocado. No ha sido más que eso. Te ha comprado un ser despreciable. Pero no podemos hacer otra cosa más que aceptarlo. El único consejo que te puedo dar es; «aprende a sobrevivir, lo vas a necesitar».

Me dejaron varias horas en aquel estado, quizás para que las pastillas y el ungüento hicieran efecto. Me escocía mucho la espalda y el culo debía de tenerlo en carne viva. Fue cuando vi aparecer a las dos muchachas que me lavaron y me llevaron al éxtasis. Venían a despedirse. Sus Amos les habían autorizado a ello,

—Hubiera sido muy bonito que hubiéramos compartido Amo —Me dijo al oído una de ellas.

—Hemos sufrido mucho por el castigo que te han dado, pero no queda otra que aguantar. El Amo dispone de nosotras a su antojo —Me habló la otra mientras acariciaba con su mano la frente.

—Tenemos que irnos. Nuestros Amos marchan esta noche en sus jet privados y debemos irnos con ellos. Ten valor, te ha tocado en suerte un Amo riguroso. Obedécelo ciegamente en todo lo que te ordene. Es lo único que se espera de nosotras y quizás pueda apiadarse de ti suavizando algo los castigos.

Con estas palabras desaparecieron. No las volví a ver. Mi antiguo Amo tampoco se dignó a despedirse, quizás por cargo de conciencia hacia donde me había entregado o tal vez porque ya tenía lo que iba buscando desde que me encontró allá en la casa de mis queridos padres. Sea lo que fuere nunca más volví a verle desde el día de mi venta y mi posterior sesión con aquel látigo sabiamente dirigido por su experto brazo.

No le guardo rencor porque quizás solo se limitó a sacar a la luz mi verdadera personalidad que no era otra que servir a un Amo, sufrir sus castigos y obedecer en todo aquello, por muy depravado que sea, que quiera ordenarme.

Por la mañana apareció el hombre, aquel que me tatuó el abdomen y me insertó las cadenillas en los labios vaginales. Según mi antiguo Amo había asistido a la subasta pero, la verdad no se debió dejar ver entre los asistentes.

—He venido a tatuarte. Según se ha acordado en la venta. A ver como lo podemos hacer. El espinazo lo tienes en carne viva y yo necesito para tatuarte que te acuestes de espaldas.

Me ayudaron entre varios asistentes de mi nuevo Amo. Incorporándome pusieron debajo una toalla. Con mucho cuidado me torcieron el cuerpo hasta posar el culo. El dolor fue considerable pero aguanté sin decir nada. Poco a poco fueron empujando los hombros  y la espalda descendió hasta apoyar el piso de la camilla. Tenía mucho miedo al momento del contacto de ésta con la toalla. No pude evitarlo y pegué un grito de dolor.

—Lo peor ya ha pasado. Ahora piensa en algo bonito mientras hago mi trabajo.

El secretario estaba presente y fue indicando el lugar exacto donde debían tatuarme las dos leyendas; la inglesa, justo al otro lado, es decir, el ombligo dividía ambos tatuajes a la derecha se podía leer en español «esclava sexual», a la izquierda me iban a tatuar «Sex Slave», lo mismo pero en ingles. Se puso manos a la obra. El dolor que tenía en la espalda era tan fuerte que las agujas horadando mi epidermis me parecieron meras cosquillas.

Una vez terminado la versión inglesa, el secretario observó mi maltrecho cuerpo pero solo para buscar el sitio exacto donde tatuar la leyenda en árabe. Efectivamente iba a ser en pleno pubis justo encima del nacimiento de mi raja. Las esclavas me habían depilado toda la zona por la tarde por lo que el tatuador podía efectuar su trabajo sin ningún problema. La leyenda quedo de esta forma,  الجنس الرقيق.

Al fin concluyó. En esa zona púbica me dolió un poco más. El secretario insistió en que los trazos fueran bastantes gruesos y en negro para que resaltara sobre las otras leyendas. Comentaba con el tatuador mientras éste trabajaba que ya en Catar, cuando curase de las heridas en la espalda, me seguirían adornando el cuerpo con más tatuajes y piercing. Me taparon con apósitos los tatuajes y le dio al secretario una pomada analgésica que debía ponérmela durante los dos o tres días siguientes. Ignoraba, en aquel momento, si me la iban a dar. Estaba tan dolorida que no atendía mucho a sus indicaciones. Quería que terminara cuanto antes, necesitaba descansar había sido un día muy largo y doloroso.

No tuve esa suerte. Al cabo de unas horas vinieron a buscarme. No había tan siquiera amanecido. Eran cinco hombres fuertes, iban vestidos con el suriyah y turbante o kafiyyehka. Les acompañaban varios sirvientes. Con bastante brusquedad me colocaron un chador o túnica negra que me tapaba todo el cuerpo, el roce con la espalda fue brutal, chillé y pataleé todo lo que pude, que no fue mucho. Mi resistencia fue vencida fácilmente por aquellos energúmenos. Estaba muy cansada y bastante dolorida. Con ellos iba el secretario que fue el único que se dignó a dirigirme la palabra, aunque mejor hubiera sido que permaneciera callado, lo que me dijo me hundió todavía más,

—Aprenderás árabe muy pronto. Mientras tanto las órdenes te las traduciré. Has sido comprada para servir a los sirvientes del Amo. Ni siquiera te podrán usar los guardaespaldas ellos tienen un estatus superior y pueden optar a otro tipo de esclavas.

Me quedé helada. Iba asimilando como podía sus palabras y ninguna de ellas me aventuraban días placidos, todo lo contrario, me había metido en el mismo infierno. Ya no me quedaban ni lágrimas. Opté por bajar la mirada e intentare escuchar con la mayor de las indiferencias aunque por mi rictus más parecía la cara de un condenado a muerte al escuchar su sentencia. Seguía hablando,

—Vivirás en las dependencias del servicio y serás usada por ellos a su antojo y conveniencia, bien para trabajar en lo que ellos te manden o para fornicar cuando quieran y de la forma que les parezca. También podrán usarte los perros del Amo y en aquellas fiestas que quiera utilizarte serás llamada para ocupar el puesto que Él decida, pero te puedo adelantar que no servirás más que para ser azotada en público, eso les gusta mucho, o servir de orinal humano o labores parecidas. También, un par de veces al año, el Amo gusta hacer labores de caridad entre los más pobres de la ciudad. Tú serás el regalo. Te usaran lo más depravado y mugriento de Doha.

—Métete en la cabeza que por debajo de ti no hay nadie, hasta los perros estarán por encima, a todos obedecerás y harás lo que ellos te manden desde el Amo al ultimo sirviente.

—No te quiero asustar pero has caído en el peor sitio del mundo ya te irás dando cuenta. Por cierto, cumple lo mejor posible cualquier tarea que te manden los sirvientes. Una queja al Amo de cualquiera de los criados puede suponerte castigos tan brutales que este te parecerá una simple caricia.

—Nunca olvides tu roll en el palacio del Amo. Eres la última escoria, y repito, por debajo de ti no hay nadie. Si tienes suerte podrás estar con nosotros bastante tiempo. Caer más bajo supondrá venderte a cualquier burdel de beduinos y eso no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Las mujeres que llegan allí no llegan a vivir con mucha suerte más de dos o tres años.

—Ya habrá tiempo de seguir hablando a tu llegada a Qatar. Ahora te prepararán para el viaje. El Amo y su séquito principal, entre los que yo me incluyo, viajamos en avión privado. Tú te trasladarás en  un barco mercante dentro de un contenedor de mercancías, junto a dos esclavas más que ha adquirido y a las que se les dispensara el mismo trato que a ti.

Al menos no era la única. Siempre se ha dicho en mi país; «mal de muchos, consuelo de tontos», ese era mi único consuelo, poder compartir mi desconsuelo con dos chicas más. Continuaba hablando, aunque yo a penas entendía lo que quería decirme, estaba bastante dolorida y triste.

—La travesía durará algo más de dos semanas. El barco sale de Lisboa y bordea el continente africano hasta llegar a Doha, capital de Catar. Os dejarán algo de comida y bebida para esos días y un cubo para hacer las necesidades. A la llegada a puerto os estarán esperando para conduciros a «vuestro nuevo hogar».

—Una última cosa, dentro de tu macuto de comida he ordenado que te entreguen la crema que me dio el tatuador. Ya puedes ponértela los primeros días. Si cualquiera de los tatuajes que te han realizado llegara en mal estado el Amo te castigará y ya sabes cómo las gasta.

Sin decirme nada más abandonó la estancia. Me ataron las manos a la espalda. El dolor que sufrí al estirarse la piel fue tremendo, pero ya nada me importaba iba al mismo infierno.

Me montaron en un camión en la parte de la carga y después de una noche de viaje, llegamos a Lisboa. Me llevaron al puerto. Una vez allí, permanecí en aquel vehículo encerrada durante varias horas, hasta que oscureció. Llevaba dos días sin comer ni beber. Tumbada de costado en aquel camión dolorida por todos los lados. Me mee encima a nadie le importó.

Por la noche me condujeron a la zona de carga. Iba siguiendo a dos hombres del personal de mi nuevo Amo. Llegamos a un contenedor, de una medida estándar para lo que se suele transportar en barco, diría que, aproximadamente, tendría unos ocho o diez metros de largo por algo más de dos metros de ancho y un metro y medio de alto. Esta última medida nos obligaría a permanecer siempre sentadas, en cuclillas o acostadas. Había una especie de puerta, esta permanecía cerrada. Me desataron y, por señas, me hicieron quitar la túnica, parece que iba a realizar el viaje desnuda. No me importaba, estaba más acostumbrada a ir así que vestida y al país donde me dirigía el calor es asfixiante, según contaban.

Abrieron la portezuela y me introduje dentro del contenedor. En él había otras dos muchachas, como ya me había indicado el secretario de mi nuevo Amo,  también desnudas pero mucho más asustadas que yo, se ve que no tuvieron la misma instrucción, pensé.

Me acurruqué en un rincón. Todavía no habían cerrado la cancela. Nos tiraron tres macutos, uno para cada una, con comida y uno más de mayores dimensiones, lleno de botellas de agua, podría haber unos nueve o diez bidones de cinco litros cada uno. Calculé entonces que nuestra ración de bebida debería consistir en una media de un litro al día para cada una, un poco justo, pensé.

Antes de cerrar nos tiraron una linterna. Iba a ser nuestro único punto de luz para las tres, al menos habían tenido el detalle de que no pasáramos a oscuras toda la travesía. Pero nos advirtieron que no la encendiéramos mucho rato seguido pues si se consumían las pilas, no habría más luz el resto del viaje.

En un rincón había depositada un cubo de basura con su tapadera, era para las deposiciones y orines de las tres. Muy poco para tantos días. Calculé que con ese cubo tendríamos para la mitad del viaje, para la segunda parte nos tendríamos que hacer las necesidades allí mismo. El olor sería insoportable. Alcé la vista y revisé el contenedor buscando los puntos de ventilación. No había muchos. Cuatro o cinco pequeños agujeros en un extremo del techo era nuestra única entrada de aire. Nos asaremos de calor y nos costará respirar, protesté. Como única respuesta a mis súplicas nos contestaron en un mal español que si a alguna de las tres le pasaba algún percance durante la travesía aguantaríamos con el «fiambre» hasta Doha. No podríamos pedir ayuda a nadie y mucho menos golpear las paredes del contenedor para llamar la atención. Los marineros desconocían que íbamos nosotras dentro. Teníamos que ser sigilosas bajo castigos muy severos como nos encontraran.

La puerta se cerró y nos quedamos las tres acurrucadas y llorando en silencio. Al cabo de una hora el contenedor se empezó a mover. Parecía como si lo elevara una grúa. A medida que se levantaba del suelo se bamboleaba cada vez más. Por un acto instintivo nos abrazamos las tres situándonos en el centro del conteiner. Seguíamos llorando en silencio. La caja continuaba moviéndose pero ya no de abajo a arriba sino en movimientos horizontales. Al cabo de unos minutos que se nos antojaron interminables, el contenedor empezó a bajar suavemente hasta que se posó en la bodega del barco. Estaba claro que nos había trasladado de puerto al buque. Después volvió el silencio durante dos o tres horas. Al cabo de ese tiempo nos empezamos a mover, parecía que zarpábamos.

Durante el trayecto pude conocer de donde venían estas dos chicas que iban a Qatar a correr la misma suerte que yo. Por supuesto que también eran esclavas.  Fueron compradas en dos burdeles de la ciudad, una era española como yo, la otra de nacionalidad portuguesa. Teníamos las tres una edad parecida. Me fijé que también tenían marcas lacerantes en su piel, síntoma de haberlas azotado hacia poco tiempo. Seguramente sus chulos ya no sacarían el dinero que esperaban de ellas. En la prostitución, el cliente se cansa muy rápido de la puta y tiende a variar. Eso lo pude aprender durante el mes que pasé en el polígono Marconi. Por lo tanto seguramente las compraron a precio de saldo para divertimento de los criados y animales de mi nuevo Amo al igual que yo.

Durante la travesía podíamos escuchar de vez en cuando las voces de algunos marineros que bajaban a las bodegas del barco. El resto del día silencio absoluto.  Intentábamos hacer el menor ruido posible. Encendíamos la linterna unos cuantos minutos al día solo para saber que seguíamos con vida. La comida fue muy justa. Algunas latas de sardinas, pan de molde y un poco de embutido, nada de cerdo a donde nos dirigíamos estaba prohibido. El agua nos llegó muy justa. Al cabo de unos días perdimos la noción del tiempo, no sabíamos cuando llegaríamos y si habría agua y alimentos suficientes para las tres. Huelga decir que no utilizamos nada del líquido para nuestra limpieza corporal por miedo que no hubiera suficiente para nuestra propia supervivencia. Durante la travesía nos mantuvimos en un silencio riguroso por pánico a ser descubiertas y para no malgastar energías innecesarias. Sobre cómo hicimos nuestras necesidades mejor no contarlo y dejarlo a la imaginación del lector, solo adelantar que el cubo se llenó en los primeros días. Pasamos mucho calor, en ocasiones costaba respirar el poco aire que nos llegaba del precario conducto de ventilación. Éramos tres mujeres encerradas en aquel armazón abandonadas a su suerte.

Solo me resta decir que conseguimos llegar a Doha. Todavía no me explico cómo lo pudimos lograr, pero llegamos, eso sí, muy debilitadas pero con vida. Lo que allí me ocurrió lo reservo para contarlo en un segundo libro de estas memorias sobre mi propia vida, la de una muchacha que se convirtió en esclava por amor y de manera voluntaria, ¿fue infeliz?, quizás… o no.

-Fin La Esclava Infeliz-