LA ESCLAVA INFELIZ (Capítulo 8º)

Historia de una joven que acepta la esclavitud por amor. Pero ese sentimiento puede no ser suficiente para alcanzar la felicidad.

LA ESCLAVA INFELIZ (8ª Parte)

*(El pasado 26 de Febrero del 17, hace dos años y casi nueve meses, publiqué el capítulo 7º de este relato. Por diferentes causas ajenas a mi voluntad, tuve que demorar la producción de los últimos capítulos de esta saga. Vuelvo a reiterar mis más sinceras disculpas. Sobre todo aquellos que me escribieron animandome a terminar . Espero que de esta vez pueda terminar, ya quedan pocos capítulos.*

*Finalmente ruego a quien se ponga a leer este capitulo que antes repase los anteriores, sobre todo si es la primera vez que se mete en las andanzas de nuestra protagonista para poder comprender mejor su transformación.- Espero que os guste.)*

La noche transcurrió muy lentamente, podía escuchar con total nitidez los jadeos que mi Amo y su novia proferían desde la alcoba principal. Mis lágrimas se escurrían como auténticos torrentes. Había soportados un calvario por amor y mi Amo me pagaba todos mis sacrificios llevando a su casa una mujer hasta ese momento desconocida para mi, presentándola como su novia y haciéndola el amor con total dedicación en aquella cama en la que me hizo mujer no hacía muchos meses y en la que me convirtió en su esclava sexual.

Todas sus advertencias empezaron a tomar cuerpo aquella noche. La escuché decir que no me quería en la casa, qué debía deshacerse de una perra como yo. Intuía que mi Amo acataría su decisión máxime cuando estaba en juego su relación, pero aun en el caso de que mi Amo lograra convencerla para que me quedara, quizás ahora era yo a quien no le interesara permanecer en esa posición.

Acepté de buen grado la esclavitud porque pensaba o mejor dicho deseaba que, a través de ella, me acercara más a Él hasta el punto de llegar a ser imprescindible en todo su mundo. Al principio creía que el bondage al que me sometía no era más que una desviación que tenía y, por consiguiente, mi sumisión era un roll que adquirí pero siempre como consecuencia de una relación de pareja que teníamos los dos. Poco a poco me fui dando cuenta que mi sumisión no era más que un entrenamiento o, como decía Él, una instrucción como parte de un negocio lucrativo que mi Amo adquiriría con mi futura venta que, según me estaba dando cuenta por los acontecimientos acaecidos en las últimas horas, no tardaría en llegar.

Las horas iban pasando con abrumadora lentitud. No veía el momento de que se hiciera de día para comunicarle la decisión de dejarle. Hacia unas horas que ya no se escuchaban los resoplidos de ambos, supuse que el cansancio de tanto sexo les habría envuelto en un sueño del que no despertarían hasta muy entrada la mañana. Intentaba cambiar de postura, pero todo era inútil no conseguía conciliar el sueño. El frió de aquel suelo de cerámica y la pequeña manta que disponía no ayudaba para nada y eso que cuando llegó por la anoche «tan bien acompañado» no me ató, como hacia todas las noches, desconozco si fue por olvido o por algún rasgo de humanidad. Mi cabeza seguía dando vueltas. ¿Cómo se tomaría mi decisión de abandonar la esclavitud? si era fiel a sus palabras, no podría poner ningún pero, porque siempre decía que mi estado de sumisión era debido solo y exclusivamente a mi decisión voluntaria. Pues bien, si eso era así, ahora con la misma libertad que en un principio, decidía volver a retomar mi vida normal.

Seguía llorando. En aquel momento me acordé de mis padres. Cuánto debieron de sufrir con aquella determinación que tuve de irme a vivir con aquel hombre treinta años mayor que yo y encima amigo de mi padre (nota.- leer capítulo 1º). No quise escucharles y marché dando un portazo. Desde aquel fatídico día no había vuelto a hablar con ellos. Sería lo primero que hiciera, volver a casa y pedirles perdón, estaba segura que disculparían a una hija descarriada. Por supuesto no les contaría nada de lo sucedido en todo ese tiempo. Mi padre podría ir en su busca y llegar incluso a matarle y eso no quería que sucediera, les quería demasiado para hacerles sufrir más de la cuenta.

Estos últimos pensamientos me dieron un poco de energía y consiguieron que mis lagrimas de infelicidad se fueran tornando poco a poco en lloros de esperanza por la vida que iba a volver a retomar « ¿Cuánto tiempo llevaría ejerciendo la sumisión absoluta?» —Pensé—, me di cuenta que deberíamos estar en primavera por lo que, según mis cálculos, no llevaría más de ocho meses. ¡Dios!, sólo ocho meses y a mí me había parecido ocho años, por lo que quedaría muy poco para mi cumpleaños, en apenas dos meses cumpliría veintiún años y parecía que fueran muchos más con todo lo que me había pasado en tan poco tiempo.

Volvería a la universidad y retomaría otra vez los estudios afín de cuentas aunque me habían ocurrido cantidad de episodios, solo habría faltado un curso.

Justo Cuando más esperanzada me encontraba reubicando mentalmente lo que sería mi vuelta a la vida real, escuché ruidos en la habitación de mi Amo. Parecía que se había despertado. Mi corazón empezó a palpitar con velocidad de vértigo. Necesitaba comunicarle  mi decisión inmediatamente y marcharme de aquella casa lo antes posible. Escuché que alguien se acercaba a la cocina.

De manera impulsiva me incorporé sentándome en la posición de sumisa para evitar males mayores. Estaba decidida a seguir comportándome de acuerdo a las normas impuestas por mi Amo hasta el momento en el que le transmitiera mi decisión. La primera figura que apareció en el umbral de la puerta era su novia. Iba vestida solo con bragas y sujetador, vaya, —pensé— «Como se nota la categoría, a ella sí que le permitía ir por la casa en ropa interior». Sin dirigirme la palabra entró en la estancia y se encaminó directamente hacia la cafetera. Mi corazón latía a una velocidad endiablada no sabía cómo debía comportarme ante ella. Mi Amo no me había dado instrucciones al respecto. Esperando acontecimientos opté por permanecer en silencio sentada sobre mis talones.

Mientras se iba haciendo el café, fue preparando las viandas para el desayuno colocándolo todo en la mesa de la cocina. El olor a tostadas recién hechas me hizo salivar en demasía, hacia ya mucho tiempo que no disfrutaba de un desayuno y el aroma a pan tostado me hizo recordar vivencias familiares muy remotas y muy olvidadas, tanto que estuve a punto de que se me saltaran las lágrimas. Una vez que el desayuno estuvo preparado llamó a mi Amo.    Estaba más nerviosa de lo normal, no había previsto comunicar mi decisión de dejar esta vida de «esclavitud voluntaria» estando su novia presente. Desconocía como iba a reaccionar. A los pocos minutos apareció mi Amo en albornoz, se acababa de dar una ducha aromática, el olor dulzón que desprendía su piel, se dejaba notar por toda la estancia. Se fundieron los dos en un largo beso muy sensual y romántico. Seguía siendo transparente ninguno se dirigió a mí para nada, parecía como si los dos estuvieran solos en la cocina, estaba claro que no era más que un animal para mi Amo o, quizás menos que eso ya que solo se acordaba de mi para satisfacer sus más elementales instintos carnales o para castigarme, el resto del día era como un fantasma para Él. Una vez que consiguieron separarse las bocas se sentaron muy acaramelados y se dispusieron a desayunar.

Yo seguía sentada sobre mis talones, desnuda en la despensa a la vista de los dos. Mi cara debía reflejar una tristeza infinita al verles tan felices y enamorados. No hacia ni dos meses que yo ocupaba el lugar de aquella chica, que yo era el centro mismo de todas sus atenciones. Seguía locamente enamorada de aquel hombre que ahora se desvivía en delicadezas ante aquella desconocida para mí. No pude evitarlo, mis ojos volvieron a humedecerse. Me daba cuenta que mi relación con Él estaba llegando a su final por lo que la decisión que había tomado se hacía más firme, debía dejarlo y con ello abandonaría esta vida de esclavitud retomando mi existencia desde el momento en que le conocí como si nunca hubiera existido. Este tiempo debería ser considerado como un paréntesis para olvidar y borrarlo de mi mente. Al menos eso es lo que pensaba aquella mañana.

En un momento dado y cuando hubieron terminado de desayunar. La novia de mi Amo por descuido o a propósito, dejo caer un poco de café al suelo,

—Qué descuido he tenido —Se puso la mano en la frente con cara de pesar— Según me contaste anoche, tienes una perra que se ocupa, entre otras labores, de limpiar el suelo —le decía amorosamente a mi Amo sin tan siquiera dirigirme la mirada.

Yo me limitaba a continuar sentada en la despensa en la posición de sumisa. Desconocía si debía acudir a limpiar aquella mancha vertida dolosamente por su novia. En el fondo no me importaba humillarme ante ella entre otras cosas porque ya hacía bastante tiempo que no se me permitía tomar café y, la verdad, lo echaba mucho de menos.

Levantando la cabeza, mirándome con rictus serio, me hablo;

—¡Perra! —Gritó mi Amo—, ¿no ves que te han dado una orden?, mueve tu asqueroso culo y limpia la mancha del suelo.

No lo pensé dos veces, me puse a cuatro patas y me acerqué a ellos y con absoluta obediencia, baje la cabeza y limpié con la lengua todo el charquito. «Qué bueno está» —pensé—, mientras seguía lamiendo.

Cuando ya no quedaba rastro de líquido en el suelo, me di la vuelta para dirigirme a la despensa, fue cuando escuché la voz autoritaria de mi Amo;

—No te he ordenado que te marches. El pie de mi Novia tiene unas gotas de café. ¡Vamos, límpiaselo!

Tenía que haberlo previsto, estaba claro que lo que trataba era de humillarme delante de ella. Me acerqué lentamente a su extremidad. Tenía un pie muy bien cuidado y bonito. La uñas de los dedos perfectamente lacadas de un rojo muy oscuro. Mi Amo nunca me permitió poder llevar las uñas pintadas, «pensé». Empecé a lamerlo por encima del empeine, donde tenía las salpicaduras de café. Pasé mi lengua varias veces por su contorno hasta quedar brillante por mi saliva. Me daba la sensación que le iba gustando ya que no lo movió un milímetro mientras la realizaba el trabajo. Poco a poco fue moviendo el pie hasta que se fueron introduciendo los dedos, primero el gordo  para, inmediatamente después, el resto de ellos. No sabía qué hacer ni cómo actuar antes esta nueva situación. Me quedé paralizada con sus pequeñas extremidades metidas en la boca.

—Chúpame los dedos. Vamos, perra quiero saber cómo te ha educado tu Amo —me ordenó su novia.

Metí la lengua por dentro de los pliegues de cada uno de ellos. Empezó a suspirar. Parecía que le gustaba. Me sacó el pie de la boca introduciéndome el otro. Realicé la misma operación.

—Vete lamiendo todo el contorno. Empieza por las plantas y ve subiendo hacia los tobillos y sin utilizar las manos, mantenlas por detrás de la espalda —me ordenó mi Amo.

Así lo hice. Saqué el pie de mi boca y bajando la cabeza empecé a lamerle las plantas, estaban limpias, se ve que a ella se la permitía utilizar zapatos. Cuando fueron ensalivadas convenientemente, subió un poco los pies para indicarme que procediera a ascender hacia los tobillos, fueron besados y lamidos durante un buen rato, primero uno y luego el otro.

—Venga, sigue subiendo. Quiero que le comas el coño —gritaba fuera de sí mi Amo mientras se abría el albornoz y empezaba a tocar su miembro.

Nunca había lamido una almeja femenina pero no podía negarme. Quizás este fuera el último servicio que le iba a hacer a mi Amo. Por otro lado, siempre tuve curiosidad por aquello desde mi propia adolescencia aunque nunca me atreví a indagar sobre ello.

Poco a poco me iba acercando al objetivo. Le lamí las espinillas, las rodillas y los muslos, muy despacio, deleitándome en cada milímetro que iba ascendiendo, primero en una pierna y luego en la otra. Los suspiros de la chica iban en aumento a medida que yo incrementaba mis lamidas cada vez más cerca del objetivo final. He de confesar que la piel de su novia era muy suave y muy blanca. Tendría algunos años más que yo, quizás sobrepasaba la treintena pero con un cutis  muy aterciopelado.

Justo al llegar a la costura de las bragas, ella se puso de pie dándome a entender que podía bajárselas. Miré a mi Amo, necesitaba que me autorizara a utilizar las manos para poder quitarla la prenda. Estaba muy enfrascado masturbándose con lo que allí estaba sucediendo, aun y así con la cabeza me autorizó a utilizar las manos. Pude entonces acariciar someramente el entorno de aquella chica, rozaba ya el nacimiento de su pubis mientras muy despacio iba bajando suavemente esa prenda tan femenina hasta quitárselas, quedando abandonada en el suelo de aquella cocina.

Mi lengua prosiguió su lento camino rodeando ya los contornos de su vulva. La tenía totalmente depilada y la raja muy cerrada, parecida a la mía antes de que mi Amo me horadara los labios con aquellas cadenas. La chica parecía que la situación le gustaba pues abrió bastante las piernas para que mi lengua pudiera penetrar en aquella abertura.

Seguía de rodillas y ella volvió a sentarse en la silla con las piernas muy abiertas para facilitarme el trabajo. Alzando un poco la cabeza conseguí que mi lengua pudiera penetrar más dentro de su vagina. Estaba muy mojada. Sorbí sus fluidos con ansiedad. La chica no dejaba de suspirar, se notaba que le estaba gustando. Me encaminé directamente al capuchón buscando descubrir su henchido clítoris que pedía ser chupado, mordisqueado y masajeado convenientemente.

Noté que mi vagina también se empezaba a humedecer. Llevaba tiempo en abstinencia de orgasmos y esta situación, lejos de provocarme nauseas, me estaba excitando sobremanera. Por el rabillo del ojo pude ver que mi Amo seguía masturbándose sin rubor, su polla ya enormemente dura, empezaba a despedir las primeras gotas preseminales.

—¡Sigue, no te pares! —Me ordenó su novia en medio de su tremenda excitación— Ábreme la raja y sigue lamiendo.

Le separé sus labios mayores suavemente con mis manos para que su vulva quedara totalmente expedita y mi lengua pudiera trabajarle la zona de la mejor manera posible.

Escuchaba sus jadeos cada vez más acompasados a mi ritmo. El aroma que desprendía su almeja era exquisito. No podía contener mi excitación, ésta iba en aumento a medida que seguía chupando esa deliciosa vagina. Desconocía si iba a ser capaz de frenar mi orgasmo que ya empezaba a aparecer en todo mi cuerpo.

—¡No se te ocurra correrte!. Te quiero fresca para la fiesta de esta noche —gritó mi Amo intuyendo mi excitación.

—Vamos, sigue lamiendo —gritaba entre jadeos su novia—. ¡No pares, zorra!, voy a correrme de inmediato.

En unos segundos alcanzó un orgasmo brutal. Las convulsiones de su cuerpo fueron tan feroces que temí, por un momento, que me triturara la lengua.

Como al unísono, mi Amo descargó un torrente de leche que fue a parar al suelo a escasos centímetro de donde yo estaba. Sin esperar una orden suya, me retiré del coño de su novia y bajé la cabeza para limpiar del piso hasta la última gota de aquel maravilloso esperma tragándomelo a continuación.

—Ya sabes lo que tienes que hacer después de limpiar el suelo —me ordenó.

Claro que lo sabía. Me metí su polla todavía dura dentro de mi boca y con la lengua fui limpiando su capullo de restos de leche. Estaba supercaliente. Necesitaba un orgasmo como respirar, a duras penas podía contenerme y subiendo la cara le supliqué a mi Amo permiso para correrme.

—¡Ya te he dicho que no! —Gritó—, mientras tiraba fuertemente de mi coleta zarandeándome el cuello.

—Ahora vete, desaparece de mi vista. Ya sabes lo que tienes que hacer, limpia tu cagadero y deposita los excrementos en la bolsa, la vacías en el contenedor de la calle y sal a buscarte la comida y no vuelvas hasta tenerla llena —Me ordenó a gritos.

Debía hablar con Él para comunicarle que lo dejaba, no debía demorarlo un minuto más Antes de levantarme, alcé un poco la cabeza y armándome de valor comencé,

—Perdón mi Amo, ¿podría darme permiso para hablar? —Pregunté con voz temblorosa.

—Ahora no. ¡Vete!, obedece, ya hablaremos a tu vuelta —Me contestó sin mirarme siquiera. En ese momento mi Amo estaba acariciando el culo de su novia, dirigiéndola hacia el dormitorio dispuesto a continuar aquello que había empezado minutos antes en la cocina.

Quería comunicarle la decisión que había tomado la noche anterior de abandonar mi vida de esclavitud. Pero no me había dado permiso para hablar. Está bien, pensé, seguiré siendo su esclava hasta la vuelta por unas horas más no pasará nada.

En ese momento me volvieron a entrar escalofríos. No me acordaba,  tenía que volver a salir desnuda por la ciudad a buscar mi sustento, aun no había olvidado todo lo que me paso el día anterior.

Sin dilatar por un minuto la agonía, limpie el cagadero depositando las deposiciones del día anterior en aquella maloliente bolsa y Salí de la casa. No serían más de las once u once y media de la mañana o eso me pareció. Esta vez ya me daba igual lo que pensarían los transeúntes por encontrarse a una chica desnuda vagando por las calles y husmeando en los cubos de basura.

Las cadenas implantadas en mis labios vaginales iban moviéndose al compas de mis pasos, anunciando mi llegada por el sonido de los cascabeles que tenía al final de ellas. Se notaban cicatrizadas, pues el vaivén de las mismas ya no me ocasionaban ninguna molestia, notaba, eso sí, como tiraban por su peso hacia abajo era algo que, por desgracia, ya tenía asumido y si seguía con ellas puestas, en poco tiempo mis labios mayores acabarían dilatándose. Sería la primera cosa que me quitaría en cuanto dejara la esclavitud —pensé—.

Sin darme cuenta volví al mismo callejón de la mañana anterior y rebusqué en los contenedores que allí había, no sé si serian los mismos o eran parecidos, lo que si tuve que hacer fueron similares equilibrios para poder alcanzar algunas bolsas de basura que allí se encontraban. Rasgué algunos plásticos hasta llenar el zurrón de aquellos desperdicios que me parecieron más comibles.

Cuando me encaminaba hacia casa volví a tropezarme con los chicos de la vez anterior, aunque esta vez podrían ser algunos más. Intenté pasar de largo mirando al suelo apretando el paso cuando uno de ellos me cogió del brazo haciéndome trastabillar y dar con mis rodillas en el suelo;

—No tan deprisa, princesa —Me gritó sin soltarme.

—Ya te echábamos de menos. No pensé que volveríamos a verte más. ¿Verdad chicos? —se reía señalándome a los demás.

—Seguro que le gustó y viene a por más —comentaba otro.

Alcé la vista y pude comprobar que eran cuatro los que allí había. Iban poco a poco rodeándome haciendo un pequeño círculo en torno a mí.

—¡Vaya, nuestra esclava sexual ha venido a por más leche! —Gritaba mientras me señalaba  el tatuaje del abdomen

—Pues nada, debemos complacerla de inmediato. ¡Sujetarla! Qué no escape —Gritó.

Es cierto que mi Amo me había ordenado que si mientras buscaba el sustento diario alguien quería usarme debía complacerle. Pero esta vez ya estaba decidida a dejar la esclavitud y aunque no había podido comunicarle la decisión, mentalmente me sentía liberada de tal obligación y opté por revelarme e intentar salir corriendo. Fue inútil.

Me sujetaron por los brazos y las piernas y en volandas me llevaron al final del callejón adentrándonos en una de las salidas de servicio de uno de los bares, aludidos en el capitulo anterior (nota.- leer capítulo 7º).

—¡Estaremos mejor aquí puta!, lejos de miradas indiscretas —Bramaba uno.

Me tumbaron boca arriba. Dos me sujetaban de los pies a la altura de los tobillos y otro las muñecas. Me quedé inmovilizada con las piernas muy abiertas. El cuarto chico, el que llevaba la voz cantante, se bajó los pantalones y me insertó su miembro sin ningún miramiento hasta los huevos.

—¡Muévete, guarra! —Gritaba sin parar.

No sabía qué hacer. Por la presión ejercida por sus colegas tenia los tobillos y muñecas totalmente aprisionadas al suelo. El tío que me estaba follando lo hacía con mucha brusquedad, un  mete y saca bestial. Empecé a temer por las cadenas horadadas en mis labios vaginales se pudieran enganchar en sus pantalones y ocasionarme algún desgarro en la piel.

Fue en aquel preciso momento con aquel muchacho encima de mí, cuando me di cuenta que no era más que una furcia, una fulana bien entrenada por mi Amo. Quizás en mi fuero interno era lo que yo siempre había deseado sin saberlo si quiera, o tal vez fue a base del entrenamiento llevado a cabo en los últimos meses. No lo sé, pero el caso es que en ese preciso momento me empezó a gustar, deje de revolverme y los permití hacer. Mi coño se fue mojando, ya era mucha abstinencia unida a lo sucedido esa mañana con la novia de mi Amo, o porque no era más que una vulgar puta, el caso es que me iba calentando enormemente y podría llegar al orgasmo deseado que, por otra parte, podría ocasionarme problemas si mi Amo se llegara a enterar.

Empecé a estremecerme como la cerda que soy o que siempre he sido en lo más profundo de mí ser. Los chicos se dieron cuenta y aflojaron la presión de mis pies y manos habida cuenta de que no intentaría escapar, en más, me lo empezaba a pasar de miedo.

—¡Fijaros como Gime la puerca! —Reían sin parar.

El que me estaba follando se corrió dentro de mí. Una espesa capa de leche pringosa me recorrió todo el coño. La sacó inmediatamente. Sentí que unas manos me volvían de espaldas y me hacían doblar las rodillas para que me pusiera a cuatro patas. Unas manos me quitaron el dildo que llevaba ya no tan incrustado pues por todos los zarandeos ocasionados y al tener ya el ano muy flexible se había salido la mitad. El tapón quedó olvidado en algún lugar de la estancia. Noté una polla muy dura apretando la misma entrada de mi botón y sin apenas esfuerzo se incrustó hasta dentro de mis propias entrañas.

—¡Muévete Guarra! —Gritaba sin cesar

Con la experiencia que empezaba a tener en estos menesteres, menee el culo con movimientos circulares intentando dar a mi «violador» más placer del que ninguna puta pudiera haberle ofreció hasta ese día.

Los otros chicos totalmente excitados se echaron mano a sus aparatos totalmente erectos sacándoselos de sus pantalones. Uno se arrodilló con la polla cerca de mi cara y cogiéndome la cabeza con fuerza introdujo su miembro dentro de mi boca. De esta guisa me vi empalada. El que me enculaba me empujaba con sus espasmos al suelo que difícilmente podía aguantar con la mano izquierda, con la otra masajeaba el mango del que estaba chupando. Mi lengua lamía con fervor todo el capullo. Notaba ya las primeras gotas de líquido preseminal acoplándose en mi garganta lo que me hacia prepararme para la llegada del chorro de semen que amenazaba con hacerme ahogar sino era rápida en tragar el inminente torrente de leche.

Un tercer chico me tocaba la vulva de manera bastante brusca, pellizcándome el clítoris y cogiendo mi mano franca, la condujo a su pene para que le pajeara. Ahora ya no me quedaba ninguna libre, entonces ¿con qué aguantaba las embestidas de quien me estaba dando por culo?, pues con la sien que fue golpeada en el suelo siguiendo el ritmo de sus acometidas pues tenía que tener la cabeza girada hacia el lado donde tenía al muchacho que me estaba metiendo su miembro hasta la misma campanilla.

Se corrieron los dos casi al unísono. El que me enculaba me llenó todas las entrañas de su leche y del otro tuve que tragar a marchas forzadas toda su fogosidad.

—¡Como folla la fulana!, me ha dejado seco —comentaba entre espasmos el que me estaba dando por culo mientras la sacaba.

—¡Pues no veas como la mama! —contestó al que se la había chupado.

En aquel momento se corrió el último chico, aquel que estaba pajeando. Su esperma fue a parar a mis pechos y barriga. Cuando se vio saciado, dejó de magrearme el coño. Estaba a punto de correrme. Me manosee con ambas manos tendida boca abajo con las piernas abiertas masajeándome el clítoris de una manera desenfrenada. Gemía y Gemía sin importarme nada el espectáculo que seguro estaba haciendo delante de aquellos chicos.

—¡Date la vuelta, puta! —Me ordenó uno de ellos— ¡Queremos verte como te tocas el coño!

Me volví. Abrí si cabe más las piernas y seguí masturbarme, moviendo rítmicamente mis dedos en la vagina, con movimientos circulares en torno a mi preciado botón. Gemía como una perra en celo. Nunca me había pasado tal cosa pero no me importaba, quería gozar aun a sabiendas del castigo que me esperaría cuando mi Amo se enterara de todo esto.

—¡Chicos, vamos a mearla todos a la vez!, seguro que le gusta a esta guarra

—Una idea genial, —replicó otro

Los cuatro cerraron un circulo rodeándome, sacaron sus pollas y me mearon mientras yo recibía esa «lluvia dorada» en mi cuerpo sin dejar de tocarme, fue en ese momento cuando me asaltó un tremendo e impresionante orgasmo. Acto seguido los chicos se metieron sus pollas en los pantalones y me abandonaron en aquel lúgubre portal que daba acceso a la puerta de servicio de aquel asqueroso bar. Tirada en el suelo, con las piernas aún abiertas, con todo mi organismo meado y lefosidades pegadas en mi piel… pero terriblemente feliz por el orgasmo tan brutal que había tenido.

Al cabo de unos minutos pude levantarme, busqué el tapón anal encontrándolo en un rincón de la estancia. Me puse en cuclillas y sin necesitar si quiera ensalivarlo, ni tampoco importarme lo sucio que pudiera estar, me lo ensarté hasta la misma empuñadura. Con la corrida del que me enculó sumado a lo abierto que ya tenía el ojete no hubo ningún problema para su introducción. Cogí la bolsa de desperdicios y me encaminé hasta la casa de mi Amo.

Ya más relajada, mi cabeza pudo volver a analizar el momento en el que me encontraba. Intentaba sortear las calles más transitadas para no dar tanto el cante, no solo por mi desnudez, sino por lo sucia que estaba. No hacía más que dar vueltas a mi cabeza lo que había sucedido. No podía dar una explicación coherente a mi actitud con aquellos muchachos. Me estaba emputeciendo a una marcha bestial tal era la situación que me di cuenta, en aquel momento, que mi vida ya no tendría marcha atrás. Era una esclava y lo que era peor seguiría siendo una esclava cada vez  más rastrera y sucia. Mi Amo había hecho un formidable trabajo sacando de mí lo más vil y putrefacto o quizás ya era así y no me daba cuenta. Lo cierto es que en aquel camino de vuelta comprendí que mi lugar en este mundo no era otro que seguir siendo esclava sexual. No volvería a mi vida anterior. ¿A dónde podría ir sin un Amo que me guiara?, yo ya no tenía voluntad, no era más que un trozo de carne cuyo fin era cumplir órdenes y satisfacer los instintos más básicos y crueles que cualquier hombre quisiera otorgarme. Con todos esos pensamientos en la cabeza pude arribar «sana y salva» al chalet de mi Amo.

Llegué a la entrada y antes de pulsar el timbre bajé la vista y me observé un poco en que guisa me encontraba, estaba muy sucia, Parte del cuerpo lleno de semen pegado, la coleta totalmente estropajosa debido a los meados que me habían «ofrecido» los chicos. Al menos resistieron las cadenas adheridas a mis labios vaginales y el dildo seguía bien incrustado en el culo. Llevaba en las manos la bolsa putrefacta con los desperdicios encontrados para mi manutención diaria.

Lo que desconocía era como iba a decirle a mi Amo que había tenido un orgasmo bestial con aquellos muchachos. No podía mentirle, es más, no quería mentirle. Una esclava debe asumir sus errores y debe acatar los castigos que pudiera imponer su amo por las faltas o desobediencias que ésta pudiera cometer. Me entró un estremecimiento brutal en toda mi espina dorsal. Conocía sus brutalidades y sabía que esta falta no la pasaría por alto.

Pulsé el timbre y esperé. Al cabo de unos segundos se abrió la puerta. Era mi Amo. Con gesto serio me ordenó;

—Has tardado mucho. Veo por la pinta que traes que te lo has debido de pasar de fábula   —sonrió— Vete a la cocina y «hazte la comida» la viertes en el bol y vas comiendo. Luego hablaremos.

—Si mi Amo —Respondí, mirando al suelo, de la manera más sumisa que pude.

Una vez llegué, traspasé el contenido de la bolsa en la batidora y la puse en funcionamiento. Esperé unos minutos a que el detritus que llevaba se fuera haciendo una papilla lo más triturada posible, lo vertí en el bol y lo deposité en el suelo. Poniéndome a cuatro patas procedí a engullirlo. Parecía que ya me estaba acostumbrando a las cadenas horadadas en mis labios genitales ya no me molestaban, incluso el ruido que producían los cascabeles me resultaban agradables. La verdad que tenía mucha hambre y cualquier cosa que no fuera meter la cabeza en aquel bol y succionar su contenido me hubiera resultado baladí en aquel momento. Deglutía de manera obscena sin importarme ya los ingredientes de aquella pitanza tan nauseabunda.

Cuando estaba rebañando los últimos vestigios de la comida apareció mi Amo. Estaba solo, desconocía si su novia había abandonado la casa o se encontraba en alguna habitación de la estancia. En cuanto le vi aparecer levanté la cara del bol y me senté en la posición de sumisa. Debía tener el rostro lleno de restos de la papilla ya que no me estaba permitido limpiarme con la mano, solía utilizar el cuenco de agua, mientras bebía, para esos menesteres. No me dio tiempo ya que se presentó de inmediato y ante su presencia tenia ordenado, si no había contraorden, colocarme inmediatamente en la posición de sumisa. De todas formas con lo sucia que iba no desentonaría mi cara, es más, iría a la par que el resto de mi cuerpo.

Esperó unos minutos en silencio mientras se encendía un cigarro. Una vez que expulsó la primera calada y sentándose en una silla, comenzó a hablar;

—Antes de nada, dime lo que querías contarme esta mañana cuando te mandé a por la comida.

—No era nada, mi Amo, —Respondí con sumisión.

La noche pasada tenía decidido dejarle, pero mi propia actitud como esclava me empujaba a seguir siéndolo y lo ocurrido con los muchachos me convenció de manera irremediable que el único motivo de mi existencia sería ser solo una sumisa.

—Muy bien, zorrita —continuó hablando— Cuéntame que ha pasado. Quiero un relato sincero y concreto de cómo has llegado tan sucia. Llevas restos de semen pegado por el cuerpo, además de otras inmundicias en el pelo.

—Perdón, mi Amo. Me pasaron cosas desagradables —empecé a responder con la cabeza baja y fijando la mirada en un punto imaginario del suelo. Cogí aire y procedí a relatarle punto por punto todo lo que me había pasado aquella mañana en el callejón —…Le pido clemencia mi Amo. No pude contenerme y me corrí con aquellos chavales…

No sé por qué lo dije. Me salió de dentro aun sabiendo las consecuencias tan nefastas que es acto de «nobleza» me iba a ocasionar. Me estaba convirtiendo en una auténtica esclava incapaz de mentir a su mentor hasta el punto de ganarse un castigo por decir la verdad. El rictus de mi Amo empezó a endurecerse sobremanera hasta tal punto que estrujó el cigarro en el mismo puño si haberlo apagado antes.

—¡Eres una Furcia, una ramera de la peor calaña que existe! —Gritaba encolerizado— Sabes que esa acción tendrá su consecuencia, cuyo resultado no será otro que un castigo ejemplar que no olvidarás en mucho tiempo —Continuaba Gritando— Te dije, mejor dicho, Te ordené esta mañana taxativamente que no tendrías ningún orgasmo durante el día ya que por la noche estábamos invitados a una fiesta especial donde te usarían convenientemente, por eso te lo advertí claramente que no te autorizaba a correrte bajo ningún concepto, ni tan siquiera con mi novia y mucho menos con ningún patán de la calle. —Se levantó de la silla y se puso a dar vueltas en redondo sin quitarme la vista de encima.

Estaba muy asustada. Nunca le había visto tan exaltado hasta el punto de soltar espumarajos por la boca cada vez que profería cualquier palabra. Seguía hablando;

—Esta noche no iremos a la fiesta. En qué lugar me quedaría delante de los asistentes sabiendo que mi propia esclava es incapaz de obedecer mis órdenes.

—Llamaré a los miembros de la hermandad y resolveremos entre todos este lamentable incidente —Farfullaba entre dientes.

Pero, ¿quién serían esos miembros de su «hermandad»?. Nunca me había hablado de tal asociación. Estaba hecha un lio. Me sudaban las manos. En mi fuero interno no esperaba nada bueno de tal sociedad.

Al cabo de unos minutos apareció otra vez en la despensa donde me encontraba temblando de miedo sentada sobre mis talones.

—He hablado con mis hermanos de la Hermandad y han quedado en venir esta noche. Serás castigada como te mereces. ¡Juro por Dios que no lo volverás a hacer! Ahora vete de mi vista. No me apetece si quiera verte comer los restos de semen que hayan quedado en tus agujeros. Lárgate a ducharte y hazlo a conciencia que no quede nada de cochambre en tu cuerpo. Te quiero muy limpia en todos los agujeros, depilada y con las uñas bien cortadas. ¡Vete! —Me gritó como un poseso.

Me levanté aterrorizada, me temblaban las piernas. Si los castigos «normales» eran de una brutalidad exagerada, no quería pensar lo que me esperaría esa noche habiendo desobedecido en algo tan importante para mi Amo.

Intenté calmarme. Tenía el cuerpo lleno de suciedad y algo magullado. Me quité el tapón anal y entré en la ducha. Mientras lo hacía empecé a entender lo mucho que había disgustado a mi Amo. Mi cerebro ya no pensaba en su brutalidad. Sabía que le había fallado como esclava y que, por duro que fuera el castigo, me lo merecía de principio a fin. Mi cuerpo ya no me pertenecía, mi mente tampoco y había hecho lo peor que una esclava puede hacerle a su Amo, había desobedecido una regla básica, me había corrido sin su permiso y debía ser castigada por ello. Me acurruqué debajo del chorro y lloré, pero mis lágrimas no iban encaminadas al castigo que me infringiría esa noche, mis lágrimas y mi absoluta tristeza era producto de haberle desobedecido al que, sin comprender muy bien por qué, quería con locura. Por conseguir su amor me había convertido en su esclava y por haberle fallado sentía esa infelicidad que me abrumaba desde lo más profundo de mi corazón. He tardado en entenderlo, pensé, por eso no puedo o no quiero dejarle.

Me puse otra vez de pie y continué lavándome, extremando la limpieza en mis dos agujeros principales. Cuando ya me estaba secando apareció mi Amo.

—Vuelve a entrar en la ducha. Ponte a cuatro patas dentro de ella. ¿Dónde está el tapón?

—Amo, está limpio encima del lavabo —contesté.

—Muy bien

Me puse en la posición ordenada. Notaba como se iban balanceando las cadenillas. El final de ellas reposaban tranquilamente en el suelo tal era su largura. Por el rabillo del ojo vi que el Amo cogió la ducha y desenroscó el cabezal dejándolo en un rincón del suelo. Agarró el brazo de la ducha y lo estiró hasta poner la punta en la abertura de mi ano.

—Relaja el esfínter, te voy a meter esta «manguera» por dentro del culo.

Cogió la botella de gel de baño y vertió una generosa cantidad en la entrada.

—Metete un par de dedos para que entre el jabón dentro del culo. No quiero hacerte ninguna rasgadura interna.

Así lo hice. Me extendí, con la palma de la mano, el chorro de jabón que había depositado en el culo luego me fue muy fácil introducir varios dedos dentro para que el jabón pudiera meterse por el agujero.

—¡Ya está bien! —Gritó mi Amo— no quiero que vuelvas a tener «otro orgasmo», cerda —Replicó enfadado.

Quité la mano y la volví a posar en el suelo. Seguía a cuatro patas. Noté como el final de la manguera de la ducha se introducía unos cinco o seis centímetros dentro del ano. Me ordenó que permaneciera inmóvil para que no se saliera y abrió el grifo. El agua empezó a salir, no iba a mucha presión no estaba ni fría, ni caliente, digamos tibia. Empezó poco a poco a llenarse mis entrañas del líquido elemento. Cada vez me notaba más hinchada. Intenté no quejarme. Por nada del mundo necesitaba enfadarle más de lo que estaba. Fueron unos segundos que me parecieron eternos. Cerró el grifo y de un movimiento certero me quitó esa especie de manguera y lo sustituyó por el tapón anal. Al estar tan dilatado el esfínter no tuvo que esforzarse mucho.

—Ahora saldrás de la ducha y permanecerás de pie durante el tiempo que yo te indique. Tus intestinos intentaran expulsar el agua pero el dildo te lo impedirá no se te ocurra quitar el tapón hasta que yo te lo autorice.

Desapareció del baño. Dejándome llena de agua en las entrañas y sin poder expulsarlo. Fue una situación muy angustiosa. El dolor en el abdomen fue creciendo en intensidad. No sabía qué hacer para minimizar el suplicio en el que estaba sometida. Pues no tienen que olvidar que hacia una hora o así que había engullido la comida y mi estomago estaba lleno.

Desconozco el tiempo que pase, solo puedo decir que me parecieron horas. Quizás no fueron más que minutos, pero fueron eternos. Al cabo de un rato volvió mi Amo al cuarto de baño. Me indicó que me metiera en la bañera y que me quitara el tapón. Huelga decir lo que salió de ahí en el momento justo de retirar el dildo. Parecía un surtidor, salía un agua de color marroncilla con trozos de mierda, todo sazonado con algunas ventosidades que no pude evitar soltar aún estando en presencia de mi Amo.

—¿Ves lo guarra que eres? Cagas y te tiras pedos como las cerdas—exclamó

—Sí, mi Amo —Respondí avergonzada.

—Esta operación las repetirás varias veces hasta que el agua salga limpia. Mucho ojo con desobedecer. Si alguno de la hermandad quisiera usarte por el ano y sacara el más mínimo rastro de mierda, el castigo que te impondré se duplicará en intensidad. ¡Quedas advertida!

Se marchó del cuarto de baño y allí me quedé dentro de una bañera llena de excrementos y agua fétida pero dispuesta a repetir la operación tantas veces fuera necesaria hasta que el agua saliera de mis entrañas limpia, no podía volver a desobedecerle.

Reiteré la operación cuatro veces más. La tercera ya me pareció que el agua salía limpia pero aún y así insistí una vez más para cerciorarme que el líquido salía totalmente impoluto. En cada una de las veces lograba aguantar con el tapón puesto varios minutos pero nunca tanto como la primera vez.

Una vez adecentada por dentro y por fuera y antes de secarme, procedí a lavar el baño de mis propios excrementos dando gracias a Dios que no me obligara a comerlos como ya hizo en alguna otra ocasión cuando me colocó mi primer enema (nota.- leer capitulo 3º). Una vez aseada la bañera, me di una última ducha secándome a continuación. Me cepillé el cabello y con el pelo seco procedí a hacerme la coleta. Si no había orden al contrario siempre debía peinarme con una trenza. Desconocía la hora que era.

Me encaminé sin saber bien qué hacer hasta la despensa y allí me senté en posición se sumisa a esperar nuevas órdenes. Estas llegaron más pronto de lo que creía. Le vi aparecer en el habitáculo a los  quince o veinte minutos;

—Sube a la sala de correcciones y sitúate en el centro de la habitación. Espera a que llegue. He dejado abierta la puerta. ¡Vamos, muévete, zorra! —Me vociferó.

Me levanté de un salto y corrí a la sala de tan malos recuerdos para mi anatomía. Subí las escaleras de dos en dos, no quería enfadar a mi Amo más de lo que ya estaba. Abrí la puerta despacio. No quise encender la luz, nada me había dicho al respecto. Estaba la estancia totalmente a oscuras, las cortinas permanecían echadas. Cerré la puerta quedándome en una completa oscuridad. Me movía lentamente tanteando entre los diferentes muebles y artilugios de torturas que allí se encontraban. El corazón se me salía de tan rápido que latía, no sabía que me iba a hacer delante de aquella «hermandad» de la que hasta hoy no había nunca oído hablar. Desconocía en qué iba a consistir el castigo pero no me esperaba nada bueno, de eso estaba completamente segura. Cuando calculé que estaba más o menos en el centro de la sala cerca de lo que me pareció una gran mesa de juntas o comedor, me senté en el suelo sobre mis talones, abrí ligeramente las piernas y coloqué mis manos por detrás de la espalda esperando lo que me depararía mi negro destino.

No puedo calcular el tiempo que estuve sola en aquella indómita habitación, quizás una hora o tal vez más a mi me pareció una eternidad. Las rodillas me empezaban a doler por la posición forzada en la que me encontraba aunque prefería mil veces estar en aquella posición a que viniera mi Amo y sus invitados, desconocía que clase de tormentos me estaban reservados en aquella velada pero me olía que éstos no serían agradables.

Pasado ese tiempo empecé a escuchar voces, conversaciones informales en la planta baja. Por los sonidos podría calcular en torno a cinco hombres o quizás fueran más no lo sabría decir con seguridad. El corazón cada vez me latía con mayor velocidad, estaba literalmente muerta de miedo.

Al cabo de unos minutos, las voces fueron escuchadas mucho más nítidas, iban subiendo la escalera, se acercaban. Mis manos me sudaban enormemente, la inquietud era atroz. Me empezó a temblar todo el cuerpo, mi desasosiego era palpable hasta el punto de que, producto de los nervios,  comenzaron a asomar las primeras lágrimas en mis ojos. Se abrió la puerta y se encendieron las luces. Quedé cegada por unos instantes.

—Pasar, no os quedéis en la puerta —escuché a mi Amo dirigiéndose a sus invitados— No hagamos esperar a mi esclava que se muere de ganas por «expiar sus culpas» —Le oí decir.

—Cuánto tiempo hacia que no entraba en esta sala —Comentó uno de ellos.

—La verdad que ya echábamos de menos estas reuniones nocturnas —Expresó otro.

—Creo que hace casi un año que vendí a mi última esclava, ¿os acordáis de aquella sesión? —Preguntó mi Amo.

—No me lo recuerdes, tuve que llevármela al hospital de urgencias. Casi se nos va, ¡Qué susto pase!

Aquella voz me era muy conocida. No podía ser. Giré unos centímetros el cuello para poder distinguir a quien había hablado en último lugar. Si, era él. El cirujano que me operó y que me llevó al clímax justo el día en que me dio el alta (nota.- leer capítulo 6ª). Al menos estaba en buenas manos si algo me pasara podría actuar. Además no tenía cara de sádico y podría frenar de algún modo las perversiones de mi Amo. Puedo confesar que en aquel momento respiré un poco aliviada de que no fueran vagabundos (nota.- leer capítulo 3º) sino personas de la alta sociedad madrileña.

Iban todos muy pulcramente vestidos, creo recordar que llevaban esmoquin oscuro, con camisa blanca y pajarita también oscura.

Seguían hablando entre ellos sin mostrarme la más mínima consideración. Era normal, no era más que una simple esclava para ser usada como divertimento, pero para nada más. Lo que me entristeció fue que el cirujano no me preguntara al menos como estaba ya que fue él quien me operó vaciándome por dentro (nota.- leer capítulo 5º).

—Serviros una copa. En el mueble bar hay una gran selección de licores que espero sean de vuestro agrado, ya sabéis donde se encuentra. Se avecina una noche larga.    —Comentó mi Amo.

Todos fueron a servirse una copa. Alguno se encendió un puro habano. Poco a poco todos iban sentándose en diferentes butacones que había en rededor de una gran mesa en el centro de la sala justo al lado donde me encontraba. Fue entonces cuando mi Amo requirió la atención de todos los presentes;

—Caballeros, os he reunido para tratar un tema de suma importancia para mí  y por extensión también para la hermandad. Esta mañana ha ocurrido una insubordinación muy grave de mi esclava que no puede pasarse por alto. Es verdad que a estas horas deberíamos todos estar disfrutando de una velada muy diferente, que, entre otros motivos, serviría para «presentarla en sociedad». Como os comenté hace unos días quería pulsar la opinión de nuestros amigos los árabes y conocer si alguno estuviera interesado en comprarla ya que ninguno de vosotros podéis ocuparos de ella debido a vuestras múltiples obligaciones y yo, como sabéis, empiezo una relación que me iba a privar de poder usarla convenientemente.

Ahora tendré que citarlos ex profeso y estoy seguro que su preció bajará habida cuenta primero, de que no podrán venir todos los que estaban hoy, ya que no solo se presentaba a esta esclava, también iban a asistir otros Amos con sumisas en venta y al haber más oferta, también habría mucho más demanda y el precio seguro podría subir considerablemente. Y segundo y, más importante, que iba a presentar una esclava indisciplinada y rebelde y estas cualidades bajan el precio. Los árabes dan valor a lo contrario. Cuanto más sumisa y más obediente mejor pagan.

Mirarla bien, puesto que más que esclava ha demostrado ser una furcia asquerosa, esa que está sentada en el medio de la habitación —Calló un momento para que todos pudieran mirarme con atención.

No podía creerlo, la fiesta en cuestión solo era para que los moros me usaran y pudiera venderme a algún musulmán adinerado para formar parte de su harén de esclavas. Ahora todo encajaba, la venida de su novia y la fiesta posterior. No era para ser usada sin más por amigos o conocidos, era mucho más, ¡era mi propia venta! Mis días en su casa estaban contados. No lo puede aguantar, mis ojos volvieron a humedecerse. Entre tanto pude escuchar algunos comentarios dirigidos a mí, a cual más obsceno y desagradable. Me sentía morir siendo el centro de sus falaces comentarios.

Moviendo la mano para que le siguieran escuchando, subió el volumen  y señalándome con su dedo aseveró;

—Me ha faltado al respeto, mejor dicho, nos ha faltado el respeto a toda la hermandad. Ya que ella sabía que esta noche era su presentación y posible venta y la muy guarra, la muy cerda desobedeciendo una orden mía cuando ha salido por la mañana a buscar su sustento, ha tenido la osadía, que digo osadía, la desvergüenza de follarse a cuatro patanes y correrse con ellos

—¡Es intolerable! —Decía uno llevándose las manos a la cabeza

—¡Qué desfachatez! —Respondía otro de los presentes

—Espero, por su bien, que la hayas reprendido como se merece. Una actitud como esa no debe pasarse por alto. ¡Qué falta de respeto y consideración hacia su Amo! —Exclamaba otro de los asistentes.

—Y lo qué es mucho peor —aseveró otro— Estas desobediencias corren muy deprisa en este mundillo. Seguro que ya son conocidos sus desenfrenos entre alguno de los potenciales compradores. Deberás corregirla de un modo ejemplar para que, al menos, su precio pueda estabilizarse y no siga bajando.

—No os preocupéis por ello. Será castigada de acuerdo a sus actos. Y ya me preocuparé de que se conozca en el mundillo, ¡Ninguna esclava desobedece a Eduardo Stholle!—Paró un momento para beber un poco de licor y retomó el hilo— Por eso he convocado a la hermandad. Vosotros, mis hermanos en esta aventura de formar y educar a nuestras esclavas, debéis ayudarme a corregir de manera fulminante las desobediencias más fragrantes para que quede constancia por vosotros de que esta furcia no vuelva a desobedecer a ningún Amo sea yo u otros que pueda tener en el futuro —Aseveró alzando la voz para que todos quedaran satisfechos con su proclama.

Volvieron mis peores presagios. Seguía sentada en la posición de sumisa. Empecé a temblar ya sin poderme contener no queriendo imaginar esas mentes sádicas lo que estaban tramando contra mí. Al respecto de la cantinela de corregirme para cuando tuviera otro Amo y supiera comportarme ya no le daba mucha importancia. Desde ayer que apareció su novia pude comprender muchas cosas, pude hacerme a la idea de mi autentica condición de esclava sobre todo por lo ocurrido con los muchachos esta mañana y, sí mi Amo decidía mi venta yo no sería quien para no cumplir su voluntad. Al menos eso era lo que yo pensaba entonces, quizás deseando en lo más profundo de mí ser y después de «haber servido a su novia» que no fueran más que amenazas. De todas formas debía dar tiempo al tiempo y preocuparme más en el ahora que en el mañana.

Me sacaron de mis pensamientos las órdenes taxativas de mi Amo;

—Zorra, ¡Levántate y sitúate debajo de la polea! —Me ordenó tajantemente.

Alcé la vista y busque la ubicación de la maldita polea. La hallé en un rincón de la sala. Una pequeña rueda adosada cerca del techo donde salían dos cadenas con sendas muñequeras ajustadas al último eslabón de cada una de las leontinas. Me situé debajo de las mismas. Mi Amo apretó un botón de una especie de pulsador y las cadenas comenzaron a bajar hasta que estuvieron a la altura de mis hombros. Apretó fuertemente las hebillas de las muñequeras y volvió a apretar otro botón del aludido mando con lo que las cadenas comenzaron a subir, haciéndome elevar en la misma proporción los brazos. Cada vez se elevaban más hasta que tuve que ponerme de puntillas pues con mis plantas ya no llegaba al suelo. Fue en ese momento cuando pararon de subir esas argollas del demonio. Quedé fijamente amarrada. Parecía un «salchichón» colgado.

Los asistentes animados por el espectáculo, empezaron a meterme mano. Sentía varios dedos sin ningún rubor introducirse en mi raja. Algunos solo querían profundizar en el interior de mi agujero, pero otros me tocaban obscenamente el clítoris. Noté que otras manos me quitaban el dildo y se divertían metiéndome varios dedos por mi conducto rectal que debía estar bastante abierto según escuchaba los comentarios. Era una situación muy agobiante pero a la vez bastante placentera. En un momento determinado empecé a mojarme. Necesitaba que siguieran metiéndome mano en ambos agujeros. No pude contenerme y solté un suspiro.

—Esta Guarra está gozando. Fijaros lo húmedo que tiene el coño —Escuche decir a uno

—¡No podemos consentirlo!, es una zorra desobediente. Esta aquí para recibir su justo castigo no para gozar —Gritó con voz enfadada otro.

—Tranquilos que todo está previsto. Por eso está atada a la polea. Ir a la vitrina y elegir el azote que más os guste. Vamos a «calentarla el cuerpo», ya veremos si continúa disfrutando cuando terminemos  —Escuché a mi Amo.

Todos dejaron de meterme mano y se fueron a la vitrina de marras a elegir el instrumento de tortura que me iban a aplicar. Empecé a sentir escalofríos.

Por el rabillo del ojo pude ver como unos habían escogido diferentes flogger con tiras de cuero y mangos de madera. Alguno me pareció que llevaba un látigo de unas dimensiones considerables. Sudaba de manera irremediable.

—Muy bien señores —Anunció mi Amo— Cada uno a escogido el azote que ha creído conveniente. Ahora por riguroso turno vais a azotar a esta zorra todo lo fuerte que estiméis oportuno. Debéis comprende que su falta ha sido muy grave y como tal debe pagar.

Acercándose a centímetros de donde estaba atada, le escuche decir,

—La próxima vez que te vayas a correr pedirás permiso, no lo dudes —Dirigiéndose a sus invitados les exhortó— ¡caballeros, pueden empezar cuando deseen!

Recibí un primer trallazo en todos los riñones. La quemazón fue extraordinaria y el grito que solté debió escucharse nítidamente en toda la sala.

—¡Un momento caballeros! —Gritó mi Amo— Esta Ramera no nos ha dado las gracias por el tiempo que estamos perdiendo corrigiéndola. ¿Qué se dice, zorra?

—Perdón mi Amo —Grité ya con las lagrimas saliendo por mis ojos— No volverá a ocurrir. ¡Muchas gracias Amo!

—Eso está mucho mejor —Respondió— Pero falta algo más, ¿verdad, cerda?

En ese momento recordé la segunda petición que me había, desde el principio, obligado a decir cuando era castigada. Me sudaba todo el cuerpo. Hilos de secreción recorrían ya parte de mi cuello e iba bajando por entre el canalillo de mis pechos. Con una voz muy débil atiné a decir;

—¿Pueden azotarme un poco más fuerte?

—¡No te oímos Zorra!, ¡Repítelo más alto! —Gritó mi Amo.

No podía estar pasándome a mí. No tenía otra alternativa. Si no lo hacía el castigo podría, incluso, llegar a ser peor. Sacando fuerzas de flaqueza me escuché decir en voz muy alta;

—¡Por favor, azótenme más fuerte!

—Eso está mucho mejor. Ya lo han escuchado, caballeros, complazcamos a esta zorra y azotémosla más fuerte

Fue dicho y, por desgracia para mi, hecho. Empecé a recibir zurriagazos a cual más duro y certero. Se iban estrellando en todo mi cuerpo. Como poniéndose de acuerdo unos me «trabajaban» la espalda, glúteos y las partes internas de mis piernas. Otros, en cambio, azotaban sin piedad mi parte frontal, mis pechos, muslos y, sobre todo, la zona vaginal.

Unos delante y otros detrás se iban turnando en flagelar mi atormentado cuerpo, sin piedad, con una severidad extrema. Su sadismo parecía no tener límites. Lloraba, gritaba, me salían espumarajos por la boca que se iban resbalando por mi estomago. Pero nada de mis lamentos les ablandaron un ápice. Marcas azuladas empezaban a dejarse notar por toda mi epidermis. En zonas concretas de la misma empezaban a salir puntos rojos prueba de la inminente aparición de sangre. Esta brutalidad parecía no tener fin.

—Hagamos un receso en el castigo, que pueda respirar la esclava.

Me pareció que era la voz del cirujano. Sin duda tenía miedo de que mi propia vida pudiera peligrar o quizás lo único que pedía era un descanso para ellos. Se les notaban jadeantes y sudorosos por el esfuerzo en azotarme. Me daba mucha pena en el fondo que mí «querido doctor» fuera uno de aquellos salvajes y disfrutara con el flagelo a que me estaban sometiendo él y sus colegas de hermandad. Pero en el fondo pensé que quizás, al no ser más que una puta esclava sexual, estas personas y, por supuesto, el médico, no eran una excepción, tenían el único derecho de castigarme y yo debería estar contenta y satisfecha por el trato recibido por ellos.

Sea por una cosa u otra, el caso es que dejaron de azotar. Me encontraba al borde del desmayo. Mis piernas ya dobladas por el sufrimiento no apoyaban las puntas de mis pies al suelo. Era un cuerpo inerte sujetado a la polea mediante las muñequeras de cuero fuertemente adheridas a mis doloridas muñecas.

Pude notar como dos manos soltaron las hembrillas y, cogiéndome en brazos para no caer con mis huesos en el piso, me depositaron suavemente en el suelo. Allí me dejaron un buen rato, diez, quince minutos o tal vez más tiempo, mientras mis verdugos fueron a refrescarse o simplemente a descansar. No lo sé,  estaba muy dolorida y sufriendo en silencio como para darme cuenta de lo que hacían mi Amo y sus acompañantes.

Al cabo de ese tiempo, escuché la voz de mi Amo dirigirse de manera muy autoritaria;

—¡Levántate zorra!, Todavía no hemos acabado contigo. Esto solo ha sido el precalentamiento —Bramó.

No lo podía creer, pensaba que ya había acabado todo. Trabajosamente pude poco a poco ponerme en pie. Bajé la cabeza y con las manos a la espalda esperé sus nuevas órdenes.

—¿Qué os parece si la atamos las ubres y la colgamos? —Pregunto uno de ellos

—Me parece una idea excelente —Contestó mi Amo. No sé cómo no se me había ocurrido, con esas tetas tan voluminosas seguro que quedará perfecta.

—Y seguro que hasta disfruta —Se oyó que alguien lo decía. Todos rieron la ocurrencia.

Pude observar de reojo que mi Amo se iba a la estantería donde guardaba todos los utensilios de tormento. Al cabo de unos minutos volvió con un manojo de cuerdas. Me parecieron unas de algodón, de esas especiales para bondage. Eran de color negro y otras más largas y gruesas podían ser de yute o cáñamo o algo similar.

Ya lo dije en el primer capítulo, era una chica no muy alta y con pechos turgentes y bien formados. Temí por ellos. Volvieron a asomarse muchas lágrimas por mis cuencas ya castigadas y muy enrojecidas de tanto sufrimiento.

—¡Estate quietecita ahora mientras te ato esas ubres! ¡Pon los brazos detrás, tocándote el culo! y ¡deja de llorar!—Me ordenó mi Amo.

Permanecía de pie, con la cabeza baja y los brazos a la espalda con las palmas de las manos tocándome el culo como me había ordenado. Estuvo comprobando sobre el terreno  decantándose por la que parecía de cáñamo, según explicaba a sus compañeros porque era más larga y, en su opinión, más resistente para lo que quería hacer. Me encontraba en un estado de shock brutal, sin saber muy bien cuál era el suplicio que me quería «dispensar» mi Amo y lo que me podría doler.

Pasó la cuerda por todo el contorno de uno de mis pechos repitiendo la operación varias veces. Pensaba que se me iba a explotar el busto de tanto que apretaba con la amarra. Seguidamente hizo lo mismo con mi otro seno, volviendo a rodearlo con el mencionado cabo. Se me quedaron los pechos como globos apretados a medio hinchar, totalmente estirados y en apariencia mucho más grandes de lo que ya eran. Me empecé a asustar muchísimo. La cuerda era de una extensión muy larga por lo que una vez terminadas de atarlas le quedaba bastante. La siguiente fase fue pasar la cuerda por detrás, es decir, por la espalda. De tal forma que pareció que me hacia un sujetador, del tipo cruzado mágico. Una vez terminada la operación me puso los brazos juntos y con el resto de la cuerda los fue atando los dos unidos con dos puntos de unión, uno cerca de los hombros y el otro a la altura de las muñecas por lo que podía doblar los brazos a la altura de los codos. Al final me hizo colocar las palmas de mis manos posadas a la altura del coxis. Con el sobrante de cuerda pasó del final de las muñecas por dentro de la raja del culo y justo en medio de la vagina atando el extremo que quedaba a la cuerda que unía ambos pechos.

Una vez terminada esta primera fase, me ordenó que me tumbara en el suelo, boca abajo. Era molesto con las tetas ya fuertemente atadas e hinchadas, tuve que subir la cabeza para poder acomodarlas en el suelo. Me hizo doblar las piernas y con otro ovillo de cuerda de similar características a la anterior, ató cada uno de mis tobillos al muslo correspondiente quedando ambos piernas dobladas por la rodilla y los pies por encima de la espalda.

Estaba totalmente inmovilizada y tumbada en el piso. Mi amo se levantó y admiró su trabajo,

—Ahora solo falta colgarla —Explicó a los presentes.

Bajó la cadena de la polea con ayuda del mando eléctrico y con  varios mosquetones unió el final de las cadenas a los nudos de cuerda que había realizado tanto a la altura de mi omoplato como a la altura de los muslos. Una vez bien agarrada le dio al mando y empecé a subir lentamente. Me empezaron a tirar horrores la cuerda que era realmente la que sujetaba mi cuerpo. Como las tetas las tenía atadas con el mismo cabo, el efecto de subir mi peso hizo que tiraran del pecho y se tensaran en demasía, creí que se iban a explotar como vulgares globos. Me subieron una altura de metro y medio o algo más.

—No acaba de gustarme la composición. ¿Vosotros qué opináis? —preguntó mi Amo a sus invitados

—Creo que lo que necesita es unas pinzas con peso en los pezones, esas ubres lo van pidiendo a gritos —Respondió uno de ellos. Se escuchó una gran carcajada.

Ya conocía de otras sesiones el dolor que producían esas pinzas (nota.- leer capitulo 3º) Me entró valor, seguramente por la desesperación que tenía en aquel momento y supliqué compasión,

—¡O te callas o no sales viva de aquí! —Gritó mi Amo

Agachándose un poco, quedó justo debajo de mis tetas. Colocó dos pinzas japonesas, una en cada pezón. Rabiaba de dolor. El pellizco me dolía muchísimo. Sobre todo al tener los pechos atados y la piel de los mismos muy estirada, no pudo masajear los pezones y estos no se endurecieron lo suficiente por lo que pilló al colocarlos piel de la aureola, lo que me hizo chillar de puro dolor, acción de no le importó nada. En cada una de las terminaciones de las pinzas puso varias pesas que iban uniéndose entre sí con una especie de imanes.

Los pesos que llevaban adheridos las pinzas japonesas tiraban una barbaridad y el pellizco de éstas se multiplicaba por mil. Era un calvario insoportable. Empecé a gritar y llorar. Al estar sujetada solo con dos puntos de apoyo, las cuerdas me marcaban en la zona del pecho y de los muslos, una marca que se hacía cada vez más lacerante, el movimiento además  era constante lo que hacía que se movieran también las pesas  y éstos me produjeran todavía más dolor.

Parecía un candelabro con sus adornos pues a los pesos bamboleando había que añadir las cadenillas adheridas a la vagina con sus cascabeles sonando cuando mi Amo o cualquiera de sus compañeros se entretenían en moverlos, peor era cuando tiraban de ellas, con lo que se tensaban los labios vaginales hasta el extremo de hacerme gritar. Más humillante no podía ser la escena.

—Todavía nos queda un par de pequeños detalles que hacerle a esta ramera —Comentó mi Amo.

Se acercó y sacando un pequeño cordel del bolsillo ató el extremo a la base de mi coleta y la llevó al punto más alejado que pudo de la cuerda principal la que estaba unida a la cadena de la polea. Para realizar esta operación tuvo que subirse a una silla. De esta forma la cabeza se levantó con respecto al resto del cuerpo y mi cuello quedó supertenso.

Acto seguido volvió a la vitrina y cogió una vela roja de grosor y longitud estándar. Apartó la cuerda que me pasaba por la raja del culo lo suficiente para que pudiera introducir la base varios centímetros dentro del ano hasta que ésta pudo mantenerse tiesa. No fue doloroso, al tener el esfínter dilatado, la vela entró sin ningún problema. Una vez estuvo fija, la encendió.

—Te ira cayendo cera en el culo. No creo que te importe la sensación es caliente aunque no creo que este sea el peor de tus problemas. —Rio por su ocurrencia— Lo que tienes que rezar es para que volvamos antes de que se consuma pues, en caso contrario, tu «hermoso trasero» puede que quede «algo chamuscado» —Esta vez la risotada fue de todos al unísono.

No entendía el por qué de tanto sadismo, tanta saña y crueldad que tenían conmigo solo por haber desobedecido y encima haber tenido el valor de reconocer mi error. Empecé a chillar como una loca

—¡Deja de chillar zorra!, ¡Aún no hemos empezado el castigo! —Gritó mi Amo— Y no te muevas mucho si la vela se apagara antes de que volvamos te arrancaré tu asquerosa piel de furcia y las manos fuera del alcance de la cera, esta tiene que caer en el culo también me fijaré en ese detalle cuando volvamos.  ¡Cállate! Y medita en cómo ser una buena esclava.

—Ahora, caballeros, nos iremos a picar algo. La corrección de las esclavas la verdad que abre el apetito —exhortó mi Amo a sus invitados— dejemos, mientras tanto, que esta ramera se «retuerza de placer»  —Bajemos al comedor.

Acto seguido salieron todos de la estancia, apagando las luces y cerrando la puerta.

Ahora sí que parecía un autentico candelabro, a los adornos se sumaba la luz de una vela que alumbrada la oscuridad de la estancia.

Me quedé colgada, muy dolorida y, sobre todo, maldiciendo el orgasmo que tuve con aquellos muchachos por la mañana, como consecuencia de ello me encontraba purgando de esta guisa mi desobediencia. Seguramente de no haber contado mi error y poder acudir a la fiesta de presentación que me tenía reservada mi Amo con los árabes no me hubieran atormentado de esta forma y no estaría sufriendo como ahora, ¿o sí?, quizás en la mente tan calenturienta de mi Amo, le sirvió de excusa para esta sesión y que, en caso contrario, ya hubiera inventado otra.

No sé el tiempo que permanecí de esa manera, me parecieron siglos. Los pechos me daban autenticas punzadas, la cuerda cada vez se tensaba más y los estrujaba con vehemencia. Los pezones estaban cada vez más doloridos, sobre todo la piel de la aureola próxima a ellos por el pellizco de las pinzas. Cada vez sentía los senos más tirantes por el lastre que, irremediablemente, empujaba para abajo. Las cuerdas que sujetaban mi cuerpo me estaban desgarrando la piel que debía soportar todo su peso. El cuello me dolía horrores por la posición tan tensa en la que estaba sometido, la postura de la cabeza era muy forzada. Pero sobre todo mi gran preocupación era la vela, se iba agotando, cada vez quedaba menos. En la base de mis glúteos se iba acumulando la cera, algo que, efectivamente, aún siendo incómodo no me molestaba en comparación a otros dolores más lacerantes que estaba sufriendo. Mi miedo radicaba en que no llegaran antes de que el cirio se terminase ya que podía sufrir mi culo quemaduras serias. Efectivamente tenía los brazos atados a la espalda y las manos estaban tocando el coxis, podría estirarlas y quizás llegaría a la vela en caso de que esta me empezara a quemar pero entonces, estaba segura que mi Amo, como había amenazado, me arrancaría la piel. No quise bambolearme pues las pesas también se moverían con lo que aumentaría mi umbral del dolor y además podría apagarse la vela y el temor a enfadar más a mi Amo era superior a las quemaduras que pudieran ocasionarme cuando la candela se consumiera en mis glúteos.  En resumidas cuentas quería morir de aflicción.

Al cabo de una hora o quizás más, se volvieron a encender las luces de la sala. Eran mi Amo y sus invitados. Hablaban entre ellos distendidamente y alababan las viandas selectas que a buen seguro le había ofrecido. Al llegar a mi altura, noté varias manos acariciándome las tetas, tirando de las cadenas del pubis y, lo que era más doloroso, tirando de las pesas de mis pezones. Grité de dolor, pero nadie parecía hacerme caso. La vela estaba consumida casi en su totalidad, empezaba a notar el calor de la llama. Pero no parecían tener mucha prisa por apagarla. Al cabo de unos minutos mientras jugaba con «mis abalorios» del coño, escuché a mi Amo,

—Vamos a bajarte. Estos prolegómenos han sido muy interesantes, pero el verdadero castigo va a empezar ahora.

No me lo podía creer, resulta que el estar colgada como un jamón, con los pezones y, posiblemente la piel que bordeaban las aureolas en carne viva por el pellizco que me estaban ocasionando las pinzas japonesas, era solo un juego. El cuello lo tenía cada vez más rígido. Necesitaba que alguien me bajara de allí, no pensaba que hubiera otro castigo peor que el que me habían «obsequiado». Cuánto me equivocaba…

Con un pequeño soplido mi Amo apagó la vela instantes antes de que empezara a quemarme la piel de los glúteos,

—Ha ido de poco, ¿verdad?, reía mientras  acariciaba la dermis donde se había acumulado la cera.

—Venga, ¡Echarme una mano!, vamos a bajarla—Pidió a sus acompañantes.

Entre todos me descendieron cuidadosamente y me desataron, quedando tumbada en el suelo, boca arriba. Estaba muy dolorida. Los pechos poco a poco volvieron a su ser, aunque tenía las marcas lacerantes en la piel. Mis muslos y parte del contorno de mi epidermis también dejaban entrever los desgarrones que me había producido las cuerdas. Todavía tenía colocados las pinzas en los pezones. Miedo tenía al momento en que las trabillas se soltaran de las dos glándulas pues ya conocía, por experiencia, que si el dolor era grande mientras las llevara puestas, peor sería el momento de quitarlas y que el torrente sanguíneo volviera a pasar por ahí. Sin ningún rubor, ni pesadumbre, mi Amo apretó los topes de las trabillas y estas se despegaron de mi pezón y de un poquito de piel de las aureolas pilladas por ellas. El grito que solté fue tremendo. Tenía dos pequeñas heridas en torno a ambas coronas, no pareció importarle se limitó a masajea las ubres tirando intencionadamente con sus dedos cada uno de los pezones, aullé de dolor.

—Vamos, Vamos, no es para tanto —escuché a mi Amo, mientras seguía tirando de las mamas con sus dedos— Vuelve a colocarte sentada en posición se sumisa —Me ordenó de inmediato.

Así lo hice. Tenía los muslos amoratados y la piel me tiraba enormemente por la posición en la que estaba sentada. Los pechos me dolían horrores y los pezones los tenía inflamados con sangre en los puntos de la aureola más próximo. Me costaba horrores permanecer quieta sin poder tocarme, para aliviar mis sufrimientos. En resumen, me quería morir.

Mi Amo, junto con el resto de miembros de la hermanad fueron retirando los sillones que bordeaban la gran mesa rectangular que presidía el centro de esta magna sala. Cuando todo estuvo retirado, escuché su voz;

—Zorra, levántate y sitúate sentada en el filo de la mesa

No le hice repetir la orden dos veces. Cómo pude me puse en pie y me encaminé a la mesa de marras. Era bastante alta, al menos si la comparamos con mi estatura. El cirujano muy atento aunque igual de sádico que sus compañeros, pues me azotó con toda la saña del mundo, dicho sea de paso, cogiéndome suavemente de la cintura me subió al borde de la mesa.

Permanecí unos minutos sentada, mis piernas colgaban del quicio de la tabla. Mi Amo seguía en la vitrina donde guardaba todos los artilugios de tortura. No distinguía desde mi posición que cosas iba cogiendo. Estaba muy nerviosa y, sobre todo dolorida por la sesión que llevaba. No entendía que más me podrían hacer. Pensaba que mis errores del día con estos castigos sufridos ya estarían suficientemente purgados. No se me ocurriría volver a correrme sin permiso, de eso podía dar fe el mismo Papa de Roma si se lo preguntase. La voz de mi Amo volvió a sacarme de mis pensamientos;

—Ya tenemos todo lo necesario. ¡Zorra!, lo que ha pasado hasta ahora no ha sido más que la expiación de pequeños errores ocurridos en los últimos días. Ahora se purgará tu gran falta, te aseguro que cuando terminemos contigo no volverás a correrte en tu vida sin permiso.

Lo que dijo mi Amo me llenó de angustia. Si todo lo que había pasado, ser azotada sin compasión por todos los lados de mi cuerpo y, después, ser colgada con los pechos atados, con pinzas en los pezones y con una vela en el culo a punto de abrasarme el trasero durante más de una hora era poco, no podía imaginar lo que se me venía encima. Empecé nuevamente a sudorar por todos los poros, las lágrimas volvieron a salir de mis ojos, no ya por buscar una clemencia que sabía de antemano que no iba a obtener, era una reacción de mi cuerpo, pienso que por los nervios ante lo desconocido y terror ante el nuevo dolor que me podían producir esta pandilla de desalmados.

—Túmbate de espaldas en la mesa —Me ordenó

Así lo hice. Bajé la espalda hasta posar el tablero. De tal forma que mi culo y muslos descansaban en la mesa, quedando las piernas a la altura de las rodillas bamboleando por fuera de la misma.

—¡No, puta!, arrímate más, hasta que tu culo este justo en el filo de la mesa. —Me gritó mi Amo.

Resbalé los glúteos hasta el mismo borde. Al ser ésta rectangular me encontraba en uno de los dos lados estrechos, donde estaba el sillón principal que tuvieron que quitar para dejar sitio. No sabía lo que iba a ocurrir pero no presentía nada bueno. Las tetas me dolían a rabiar y los pezones eran auténticos amasijos en carne viva, el mero roce suponía un gran suplicio, aunque en esos momentos de tensión cualquier tormento pretérito quedaba en un segundo lugar ante lo venidero, que no me esperaba fuera baladí.

Una vez que estuve en la posición exacta que mi Amo quería, me agarraron dos fuertes manos y me separaban las piernas.

Con las extremidades separadas, me ataron en cada tobillo una cuerda larga. El otro extremo lo anudaron a cada una de las patas situados en los bordes del aludido tablero. De esta guisa quede inmovilizada con las piernas muy abiertas. Me empezó a sudar la espalda y los glúteos. Tenía pequeños temblores que mi Amo y sus invitados parecieron pasarlos de largo.

Se puso enfrente de mí, observándome. Posaba su mano en la barbilla como queriendo escudriñar su pensamiento acerca de terminar el trabajo, fue cuando le escuché comentar;

—Acercarme un par de cordeles de la vitrina.

Le dieron la bolina. Con una pequeña navaja la cortó en dos mitades. El extremo de una de ellas la pasó por el final de la última argolla de la pequeña cadena que tenia adherida a los labios vaginales, como si estuviera enhebrando una aguja y amarró ambos extremos al muslo que tenía más cerca. Repitió la operación con la otra cadena, atándola a la otra extremidad. Con esta operación no solo mantenía las piernas muy abiertas atadas a cada una de las patas de la mesa, sino que también encordonó las cadenitas a cada uno de los muslos quedando el interior de mi vagina totalmente expedita y abierta a cuantas atrocidades pudiera generar el sádico de mi Amo.

Esto no me olía nada bien. Sé que no serviría para nada, incluso enajenaría más a mi Amo y sus acompañantes, pero volví a suplicar clemencia,

—Por favor, Amo, le prometo que no volveré a correrme sin su autorización, ¡se lo suplico! ¡Apiádese de mí! —No dejaba de gritar y llorar. Apelando, sino a su benevolencia que dudaba a estas alturas que le quedara algo si, al menos, a la de alguno de sus invitados que pudiese parar ese tremendo desatino. Pero nadie dijo nada, nadie rompió una lanza por mí. Es más, por las caras de los presentes, rostros sádicos, parecía que disfrutaban con los preparativos macabros que se estaban llevando a cabo.

—¡Cállate! O será mucho peor —Gritaba mi Amo— Haberlo pensado antes. Ya te castigué hace tiempo por una acción similar (nota.- leer capitulo 3º), ¿te acuerdas?, cuando te corriste sin permiso con los dos indigentes que traje para que te usaran. Te até en la rueda, esa que está en aquella esquina, —me la señalaba con su dedo índice—.

—Creo recordar que recibiste treinta y tres azotes en el coño y ¿de qué sirvieron? —Cada vez gritaba más fuerte— de nada. Volviste a desobedecer ¿Y qué te dije cuando terminé? Qué la próxima vez que desobedecieras una orden de tal alto calado, la corrección sería mucho mayor. Pues atente a las consecuencia porque «ese castigo mayor está a punto de realizarse».

Dio por terminada la explicación y con otro manojo de cuerdas me ató las dos muñecas juntas. Yo todavía estaba reclinada en la mesa con las manos libres y en mis súplicas me había incorporado lo que buenamente podía juntando las manos a modo de rezo.

Una vez me ató las muñecas pasó la cuerda al otro lado de la alargada mesa. Mis brazos quedaron rectos por encima de la cabeza y atados a las patas posteriores de la aludida tabla. Quedé totalmente inmovilizada y expedito todo mi cuerpo para el castigo inminente.

Perlas de sudor iban apareciendo por mi estomago y en los muslos. Por la posición en la que estaba atada podía prever sin ningún error en que zona me iba a castigar, con el coño abierto y las cadenitas de mis labios atados a los muslos el dolor que podría recibir iba a ser enorme en todo el centro de la vulva. Ya no me quedaban lágrimas. Escuché como mi Amo acompañó a sus invitados a que cogieran los artilugios de azotar del triste aparador. Ya no había marcha atrás. Bien sabe Dios que mi orgasmo con esos chicos fue la consecuencia clara de mi oposición, en ese momento, a seguir siendo esclava. Estaba entonces decidida a dejarlo. ¿Por qué diantres cambie de opinión?, ¿por qué cuando me lo preguntó por la tarde mi Amo no quise hablar de ello? Y, sobre todo, ¿Por qué le dije la verdad?, podía haberle ocultado el orgasmo, Él nunca lo hubiese sabido. La respuesta sólo podía ser una, porque ya era una esclava, una vulgar ramera cuyo destino no sería otro que ser tratada como los animales de carga y lo que era peor quizás quería serlo.

Alcé un poco el cuello, lo que me permitían las ataduras de los brazos y pude ver a mi Amo y sus acompañantes llegar hasta donde estaba atada. Cada uno traía un instrumento de dolor. Deje caer la cabeza y me dispuse a soportar el castigo. Habló mi Amo;

—Como veras, zorra, cada uno de nosotros ha cogido del aparador un instrumento distinto. Somos cinco por lo que tendrás diferentes azotes que seguro, «la mayoría serán de tu agrado». —El sarcasmo de mi Amo, no tenía límites.

Esa ironía para mí era más dolorosa que los propios golpes, era llevar su crueldad a un grado de perversión inimaginable. Seguía hablando,

—Tenemos un flogger de piel y mango de madera con más de treinta tiras de auténtico cuero argentino muy curado. También un látigo de pellejo de bovino muy trenzado con una longitud de más de un metro para que «te acaricie esa piel de puerca que tienes». Otro ha escogido una fusta dura también de cuero. Incluso hay quien ha querido elegir una «pequeña palmeta», eso sí, bastante alargada, ideal para azotar los coños de rameras desobedientes como tú. Ahora bien, «como eres bastante especial» —Remarcó todo lo que pudo ese adjetivo— le he recomendado que eligiera la que tiene unos pequeños remaches metálicos en su base que harán «un poco» más doloroso el azote, estoy seguro que sabrás agradecerlo

Paró un momento de hablar mientras se sacaba un cigarro de uno de los bolsillos interiores del esmoquin. Estaba disfrutando el momento. Una vez lo hubo encendido y expulsado el humo de la primera calada, continuó hablando;

—Para mí no me he podido resistir elegir unas varas de rattan unidas a un mago. Perdona, quizás no sepas que es, es una madera parecida al bambú pero mucho más flexible que impedirá que se rompa pero el azote podrás apreciarlo sobremanera, estoy seguro «harán tus delicias».

No podía creérmelo, me iban a azotar en la parte más íntima de mi anatomía, teniendo los labios mayores abiertos con un elenco de diferentes tipos de azotes. Tal fue el susto que me oriné encima.

Pero aún el suplicio no iba a terminar con eso, mi Amo continuaba hablando;

—¡Guarra asquerosa, has vuelto a mearte!, supongo que de gusto. A estas cerdas cuando las azotas se mean de placer —Todos rieron su gracia— Por cierto, cada uno te azotará veinte veces y después te usará. Yo seré el último. Quiero que lo disfrutes y qué menos que dar las gracias fuerte y alto a cada azote que recibas por hacernos perder nuestro precioso tiempo en corregir tus desmanes. ¿Comprendes? —Gritó mi Amo—

—Si Amo —Pude responderle entre sollozos

—Ahora sí estas autorizada «a correrte» cuantas veces quieras —Todos volvieron a reír— ¡Qué empiece el espectáculo! —Gritó mi Amo.

No me lo podía creer. Eran cinco, a veinte zurriagazos, ¡me iban a dar cien! Si el otro día con treinta y tres azotes acabé sin poder cerrar las piernas durante dos días, con cien no sabría lo que me iba a pasar. Recordé la operación quirúrgica de la que estaba recientemente operada. Suspiré de miedo. Quizás pudiera verse afectada habida cuenta de la cantidad de golpes que me iban a dar. De todos modos el médico que me operó iba a ser uno de ellos. La cabeza me daba vueltas, el miedo era insuperable. Debía prepararme.

El primero de los asistentes estaba ya preparado para empezar, con la chaqueta del esmoquin quitada y remangado la manga derecha de la camisa. Estaba dando golpes al aire con el flogger, se veía que no era la primera vez que hacían una cosa igual.  El ruido que desprendía al chocar con el aire las tiras de cuero era ensordecedor, ya no había tiempo. Tensé las piernas todo lo que pude o lo que me permitían las cuerdas atadas a los tobillos y me dispuse a recibir los azotes; ¡Zas! El primero fue en toda la vulva, aullé de dolor. El siguiente lo recibí pasados unos segundos, el mismo dolor o quizás más. Volví a gritar. El tercero fue a parar en medio del clítoris, bramé como un animal al que se le esta aplicando un sacrificio. Uno a uno fui recibiendo golpe tras golpe. Zurriagazos dados con maestría, buscando ocasionar el mayor desenfreno posible. Los labios menores empezaron a hincharse sobremanera. Toda la zona era un hervidero de puro dolor.

—¡Da las gracias, que te oigamos, zorra! —Gritaba mi Amo

Sacando fuerzas de flaqueza iba dando las gracias a cada uno de los azotes que recibía de aquel energúmeno. El coño me ardía cada vez más y solo había recibido una quinta parte de lo que me esperaba. Pensaba que no iba a ser capaz de soportarlo. Mientras me calmaba unos instantes no me acordé de la segunda parte. El que me había atizado los primeros veinte azotes se bajó los pantalones y sacó un miembro erecto, muy grande. Sin contemplaciones me lo introdujo de una certera envestida en mi vagina dolorida. Aullé de dolor. Los demás le jaleaban mientras me iba follando sin ninguna contemplación. No podía mover las caderas por las ataduras en los pies y las manos por lo que no podía ayudarle y tardaría más tiempo en correrse. Seguía metiendo y sacando su pene de mi dolorida abertura, veía las estrellas a cada roce. Supliqué interiormente que se corriera cuanto antes. Al fin lo hizo inundándome la cavidad con su leche.

—¿Te corriste, verdad zorra? —Preguntó mi Amo— ¡Habla! Chillo a escasos centímetros de mi oreja— ¡Te ordeno que te corras, puerca! —No paraba de chillar.

Llorando pude mover la cabeza haciéndole saber que sí.

No se había subido los pantalones el primer invitado, cuando entró en su lugar el segundo. Este iba provisto con una palmeta alargada. En la base de la misma había incrustado pequeños fragmentos metálicos para agudizar más el dolor. Sin ningún preámbulo y sin esperar el golpe ya que tenía los ojos cerrados llorando recibí el primer palmetazo. Bien directo al centro de la vagina. Volví a aullar de dolor, dando inmediatamente las gracias por el golpe recibido. El segundo apuntó certeramente en pleno clítoris, la descarga eléctrica que me produjo semejante golpe tensó todos mis músculos de las piernas y casi rompo las ataduras. Siguió uno a uno ofreciéndome toda un repertorio de azotes a cual más doloroso, a cual más humillante. Con cada golpe rezumaba la lefosidad del anterior que ya tenía dentro, una auténtica tortura, sabía perfectamente cómo trabajar la zona causando el mayor dolor posible.

Las cuerdas empezaban a marcar mis tobillos y muñecas de una forma alarmante, pues con cada golpe tensaba los músculos al máximo. Al fin terminó con sus veinte palmetazos a cual más fuerte, a cual más certero. Se bajó los pantalones. Estaba empalmado, diría que a punto de correrse. Este sadismo le debía excitar hasta el paroxismo. Me penetró sin ningún preámbulo, de una embestida,  igual que el compañero que le precedió. El dolor iba siendo insoportable. Eran ya cuarenta zurriagazos en la misma zona, estaba todo muy inflamado por lo que la penetración se hacía muy dolorosa. Se corrió rápido y dejó su lugar para el tercer invitado.

Esto no era más que una orgía sádica de sangre y esperma. Pensaba que no iba a salir con vida de aquella experiencia, al menos entera, pues daba por hecho que alguna mutilación de mi cuerpo se llevaría esta crueldad sin límites. Y todavía faltaban tres, entre ellos mi Amo que estaba segura sería el más duro entre todos.

El tercero llevaba una especie de látigo de un metro o quizás metro y medio de largo. Desconozco si era muy ducho en el manejo de semejante instrumento de tortura o no. El caso es que apuntó a los muslos muy cerca de donde tenía atado las cadenillas y que obligaban a los labios mayores a abrir totalmente el agujero. Esa parte de la anatomía es muy dolorosa pero menos que si me hubiera dado de lleno en la vagina ya muy inflamada por los cuarenta zurriagazos anteriores. Las ingles de ambos lados y la parte interior de mis labios externos expuestos, me revolvían las entrañas de dolor cada vez que golpeaba con el látigo esas partes tan sensibles.

¡Zas!... Gracias señor, seguía recitando entre lágrimas. El moco me salía por las narices en cantidad suficiente que me empezaba atragantar pues se me iba colando por la boca, estaba medio asfixiada.

Cuando terminó, ya no solo el interior de mi coño, sino también la zona de los aductores, los muslos internos y la parte interna de los labios mayores que quedaban por fuera al haber atado los cordeles a las cadenillas, estaban a flor de piel. Pequeñas perlas rosadas iban anunciando la inminente llegada de la sangre, el mismo líquido que ya aparecía por todo el contorno e interior de la vagina. Pero esa situación no le fue óbice para que este individuo se sacara el miembro y me la metiera de un estacazo. Con todo el contorno en carne viva y muy inflamado, la penetración de su polla fue de un dolor espeluznante que poco le importó a quien me estaba follando. Se veía que su sadismo no tenía fin y les ponía ver ese tipo de situaciones. Siguió metiendo y sacándola con toda la vileza y escarnio que era capaz. El frotamiento que ocasionaba su pene en mis paredes vaginales me ocasionaba tal aflicción que estuve a punto del desmayo y, como los dos anteriores, se corrió yendo a parar su esperma junto al de sus otros colegas dentro de mi azorada vagina.

—¡Cómo estás disfrutando, cerda!. Te lo veo en la cara. Pero no te preocupes que ahora viene lo mejor —Reía mi Amo.

Se acercó el cirujano que me había operado. Me di cuenta que iba a ser el próximo. Llevaba una fusta en una mano, antes de hacer uso de ella se acercó a observar el interior de la vagina, revisó también mis muslos y me tomó el pulso. Todo muy profesional según las caras que ponía. Yo estaba muy dolorida, llena de mocos, llorando. Me estallaba la cabeza por el esfuerzo, al tensar los brazos y piernas cada vez que me atizaban, los nudos de las cuerdas se habían apretado más si cabe por lo que resultaba difícil el flujo sanguíneo por esas zonas.

—No le pasa nada, tranquilos. Magulladuras, arañazos e inflamaciones sin importancia, nada grave. No veo secuelas más importantes. Podemos continuar

No me lo podía creer. Con una simple prueba visual se daba por convencido y daba su aprobación a continuar el suplicio. No sabía si iba a poder terminarlo. Los dolores eran impresionantes y quedaba lo peor, mi Amo.

Pero antes que Él, el médico también quería azotar. Era su turno. No lo hubiera podido imaginar con lo amable que fue siempre. Ahora me acuerdo cuando me dijo en su consulta que «era un habitual en las fiestas de mi Amo» (nota.- leer capitulo 3º), y ya me había dejado un pequeño «botón de muestra» cuando fui azotada al principio de la sesión colgada de la polea. Pero ahora sentiría en primera persona el sadismo del que era capaz.

Estaba hecha una mar de lágrimas, dolorida y no advertí el primer palmetazo que me llegó al centro mismo de mi inflamado clítoris, en todo el capuchón. Tensé el cuerpo entero aullando de dolor. Con la voz entrecortada por el sufrimiento, tuve que darle las gracias a continuación. Así fue atizando uno a uno y yo contestando y gritando de desconsuelo. Notaba que me rezumaba la leche de los que me habían follado mezclada con sangre acumulada por las heridas internas que me estaban causando tantos golpes en la misma zona. Y así hasta veinte fustazos sabiamente dirigidos y dados con una fuerza abismal.

Al fin terminó. Tenía los labios vaginales totalmente congestionados. Desconocía si sería capaz de insertarme su polla o si le entraría un último raciocinio de compasión y descartase follarme. Tenía los ojos cerrados, muy enrojecidos. Me pareció que una mano amable me acariciaba la frente toda llena de sudor, los entorné un poquito, le vi mirándome. Acercó más sus labios a mi boca y me besó. Creí que había tenido algún rasgo de humanidad muy propio de los galenos o tal vez le hubiera entrado algún tipo de compasión por mí, por la paliza a la que me estaban sometiendo. Le abrí los labios y volvió a besarme metiendo su lengua dentro de mi cavidad sin importarle las babas y mocos que habían salido de mis oquedades durante la dura sesión a la que estaba siendo sometida. Quizás era eso lo que necesitaba, un pequeño rasgo de benevolencia, de dulzura si se me permite la expresión. En medio del beso sentí un fuerte dolor en mi coño. El cabrón me la estaba metiendo sin ninguna consideración, como los anteriores. Intenté apartar la cara, pero me la estaba sujetando con fuerza con una de sus manos. Solo pude resoplar por el dolor que me estaba ocasionando el frotamiento de su pene en mi dolorida pared vaginal, fue, cuando le escuché decir,

—No me gusta follar sino me besas. ¿Qué te creías que yo era mejor que los demás?, no princesa.

Siguió montándome sin compasión, estrujándome las tetas doloridas de por sí. Me seguía besando con fiereza, con lujuria. Sólo le importaba su propio placer y al fin lo consiguió, fue tensándose hasta descargar todo su choro dentro de mi atormentada vagina. Creí morir.

—Bueno, zorra. Solo quedo yo. Prepárate. Vas a probar estas varas de madera y te aseguro que cuando termine no te van a quedar ganar correrte sin permiso —gritaba orgulloso.

Ya no me quedaban fuerzas, los ochenta azotes dados por sus colegas más todo lo que llevaba encima de la sesión se me antojaba imposible de soportar. Tenía toda la zona vaginal extremadamente hinchada, con bastantes fluidos mezcla de sangre y lefosidades, muy dolorida y todavía me quedaba el «fin de fiesta» que me iba a dispensar mi Amo con la brutalidad y sadismo del que era portador y que yo, por desgracia, ya lo había probado en otras ocasiones. Ya no me quedaban lágrimas, ni fuerzas. Tenía la vista perdida en un punto imaginario del techo y no pude prepararme, al menos mentalmente, a la primera sacudida de aquel ingenio del mal en manos de mi Amo.

La descarga fue brutal, infinitamente mayor que las dadas por sus invitados. Ya no sé si fue por lo inflamada que tenía toda la zona o por el instrumento tan maquiavélico que había elegido para mi tortura o por las dos cosas a la vez; solo sé que el grito que pegué me salió de dentro de mis entrañas. Fue un dolor sórdido. Las membranas ya de por si súper congestionadas y doloridas antes este golpe todavía reaccionaron con mayor intensidad. Pensé que quedaría mutilada de mis órganos genitales y lo peor, todavía quedaban diecinueve zurriagazos más.

Aguardó unos segundos antes de atizarme el segundo. Al recibirlo creí morirme en vida. Esperó un buen rato

—Zorra, ¿no me das las gracias?, o lo dices de inmediato o te daré cinco más después que termine con los veinte prometidos, tú decides —aseveró mi Amo.

Con un hilo de voz pude decirle de manera casi inteligible;

—Gracias, mi Amo.

—Eso está mejor, pero las siguientes veces, habla más alto casi ni se te entiende.

Acto seguido descargó un tercer golpe, certero, veraz, muy doloroso.

Parecía que el tormento nunca tocaba a su fin. Poco a poco fue dando el resto de azotes, dando las gracias a cada uno de ellos. Todavía no se cómo pude ser capaz de sacar las fuerzas necesarias para agradecerle cada uno de los zurriagazos que me estuvo dando. Al fin termino.

No podía creerlo estaba como un amasijo de agonía viviente, si es que se podía decir de mi en aquellos momentos que era un ser vivo, más bien parecía un trozo de carne masacrado y torturado hasta la extenuación. Nunca pensé que hubiera podido resistir tal aquelarre de sadismo y dolor.

—¡Desatarla! —Indicó mi Amo

Sentí que varias manos me desataban. No podía mover un solo músculo, ni tan siquiera cerrar las piernas por lo tumefacto que tenía todo el contorno e interior de la zona vaginal. Continuaba inerte acostada encima de aquella mesa en la misma posición en la que estaba cuando empezó el suplicio. De repente con unas pequeñas tijeras cortaron los cordeles que separaban los labios mayores genitales y que estaban atados a mis muslos por dentro de las argollas de las cadenillas. Al volver a su ser por el peso de los piercing, el alifafe fue mayúsculo, pues al tener los labios internos tan inflamados y volver los mayores a su posición originaria y tirando de ellos las cadenillas el cimbrón fue de órdago. Creía que no me quedaba aliento alguno, pero el grito que pegué fue ensordecedor.

—Darla la vuelta. Quiero follarla por el culo —Ordenó mi Amo

Desde que fui esclava, mi Amo nunca me folló vaginalmente. Siempre por el culo o se pajeaba viéndome meter los dedos en el coño después de haber sido follada por cualquiera mientras chupaba mis dedos llenos de lefosidades. Menos mal que en ese momento no se le ocurrió tal aberración no hubiera podido meter nada entre aquellos labios inflamados. Me dieron la vuelta. Parecía un trozo de carne inerte o un amasijo de puro dolor.

—Ponerla a cuatro patas, con el culo en pompa

Chillé como una loca cuando me pusieron de esa postura. Me tiraban las cadenillas de los labios vaginales hacia abajo ocasionándome una aflicción espantosa. Una vez me colocaron a gusto de mi Amo, tuvieron que sujetarme las piernas pues tendía a tumbarme. No llevaba el tapón me lo quitaron al principio de la sesión cuando me azotaron colgada de la polea. Lo demás fue fácil. Me ensartó su polla sin ningún miramiento dentro del culo, en unos minutos su semen se perdió entre mis entrañas. Allí me quedé, totalmente inerte, sin ganas de vivir.

Mi Amo les acompañó hasta la salida. Seguía aturdida en aquella mesa del suplicio, hecha un ovillo, llorando y maldiciendo el mismo momento de mi nacimiento.

A los diez o quince minutos volvió a la sala de las correcciones. Se sentó en el sillón preferente y se encendió plácidamente un cigarro. Cuando llevaba varias caladas dadas, tuvo a bien dirigirme la palabra. Yo, continuaba en la misma posición encima de la mesa, tumbada de lado, sujetando mis rodillas con las dos manos y llorando desconsoladamente,

—Espero que te sirva de lección. Te lo volveré a repetir. Nunca vuelvas a desobedecer una orden mía y menos vuelvas a correrte sin autorización. El próximo castigo que te imponga por esta falta será mucho peor a éste, no quieras imaginarte como.

Solo atiné a decir entre lágrimas,

—Suplico su perdón, mi Amo. No volveré a desobedecerle

Ya más calmado. Apagó el cigarro y se levantó acercándose donde yo estaba. Me atusó paternalmente la cabeza mientras pausadamente decía,

—Ahí mi pequeña zorrita. Cuánto tienes que aprender. En un futuro darás las gracias por los desvelos que he tenido que pasar con tu adiestramiento, ya lo verás. Venga, bájate de la mesa y vete a ducharte y ponerte la crema analgésica, luego iras al cagadero e intenta hacer tus necesidades. Acuérdate de colocarte el dildo y vete a dormir. Mañana ya recogerás todo esto. Hoy no te ataré en la despensa espero que sepas agradecer ésta merced que tengo contigo, soy consciente que has sufrido mucho pero era menester. Toda mala acción, tiene su consecuencia ya te lo he dicho cien veces. Venga, vete. Luego pasaré a verte.

—Gracias mi Amo —Logré decir entre sollozos.

Como pude me bajé de la mesa. Las piernas me temblaban. Creí que no podrían sostenerme. Busqué con la mirada donde estaba el dildo, lo encontré tirado cerca de donde se ubicaba la polea con sus cadenas. Lo cogí. Bajando las escaleras fue todo un suplicio. El roce de los muslos en la acción de bajar los peldaños se me hacia un mundo de pavor. Agarrándome del pasamanos y muy despacio conseguía bajarlos poco a poco. Me dolía mucho el bamboleo de las cadenillas taladradas en mis labios vaginales que con el movimiento tendían a desplazarse de un lado a otro y rozaban con los labios internos o, mejor dicho, con el amasijo de carne inflamada en que se habían convertido. Al final pude llegar al baño.

El contacto del agua tibia por mi castigada piel fue tremendo. No pude ni pasar la esponja por el cuerpo, tenía bastantes puntos de sangre, sobre todo en torno a las aureolas por las pinzas japonesas que tuve que tratar con mucho esmero para que no se infectasen y mucho menos en la vagina, el mero roce del agua me hacia palpitar de miedo. Más que un alivio el escozor que sentía era un autentico drama. El extenderme la crema cicatrizante todavía fue un calvario mayor. No paraba de llorar. Al fin pude terminar el aseo. El dildo estaba limpio, el baño anal que me obligó hacer mi Amo, al menos en ese punto, cumplió a rajatabla su función.

Con el tapón en la mano me encaminé al cagadero, miedo tenia al momento en que tuviera que orinar. Antes, trabajosamente pude colocarme a cuatro patas, mi Amo no había dado orden al contrario, por lo tanto debía obedecerle y adoptar la posición requerida por Él para comer o beber, ingerí casi un bol lleno de agua. La sesión me había dejado totalmente  la garganta reseca.

No fui capaz de orinar, me daba miedo. La otra vez en que fui castigada por mi primer orgasmo inconsentido, aun siendo mucho menor el sufrimiento en mi vagina, me costó mear, huelga decir el dolor que me iba a suponer el liquido salado resbalándose por esa zona tan castigada. De todas formas al no haber bebido durante la tarde me ayudó a no tener, de momento, ganas de mear. Quizás a lo largo de la noche, si me entraban ganas, cogería el valor que me faltaba en aquellos momentos. Gracias a Dios que mi Amo me prometió que no me ataría esta noche.

Me acurruqué hecha un ovillo debajo de la manta raída en un rincón de la despensa y cerré los ojos. Me escocía el cuerpo por la crema cicatrizante, sin duda, tenía mucho que curar y me lo había embadurnado entero, pocas eran las zonas donde no me habían maltratado. Me dolía mucho la cabeza por tantos lloros y los nervios pasados pero, sobre todo, la vagina me estallaba. Corazones latiendo en mi entrepierna. Rogué al cielo que no se hubiera visto afectado algún órgano  ni alterado cualquier cosa de mí reciente operación quirúrgica. Quería dejar de pensar y dormir, lo necesitaba.

Poco a poco iba entrando en un pequeño sopor preámbulo de un sueño reparador pero justo en ese momento apareció mi Amo. Intenté incorporarme y sentarme sobre mis talones. No quería por ahora más castigos. Con la mano me indicó que continuara acostada. Pensaba que, al menos vendría para interesarse de cómo me encontraba después de la paliza a la que había sido sometida. Empezó a hablar,

—Vengo a decirte un asunto importante. Mañana o pasado, en cuanto te hayas medianamente recuperado de este castigo, saldrás a prostituirte. Tiene que empezar a pagarme lo que me debes y cuanto antes. No sé si eres consciente pero ya va siendo una cantidad «bastante indecente». Ya conociste esta mañana a mi novia. No es partidaria de que convivas con nosotros cuando ella se mude a vivir conmigo y eso que le gustó bastante tu «limpieza de lengua» —sonrió ligeramente—. Quizás sea el mes que viene por lo que voy a tener que venderte en breve y antes deberás haberme liquidado la deuda. Eso es lo que venía a decirte. Descansa, lo vas a necesitar.

Se marchó echándome a la cara ese «jarro de agua fría». ¿De qué había servido todo mi sacrificio?, resulta que debía salir de puta  y después me vendería a otro Amo, quizás más sádico y perverso que Él. No quería recordar la experiencia de la fábrica, cuando fui prostituida por primera vez (nota.- ver capítulo 2º), pero seguro que algo de eso debía tramar pues, según parecía, le debía mucho dinero y había poco tiempo para liquidarlo. Quería venderme en un mes. Ya no me quedaban lágrimas. Mañana pensaría que hacer o quizás no habría que pensar nada pues no era más que una sucia ramera, una esclava sexual del Amo de turno al cual estaba obligada a obedecer. Estaba muy cansada y muy dolorida. Cerré los ojos y quedé dormida. Mañana será otro día.

  • FIN DEL OCTAVO CAPÍTULO -