LA ESCLAVA INFELIZ (9ª Parte)

Historia de una joven que acepta la esclavitud por amor. Pero ese sentimiento puede no ser suficiente para alcanzar la felicidad

LA ESCLAVA INFELIZ (9ª Parte)

Amanecí bastante dolorida. Todavía no había cogido las fuerzas necesarias para ir a orinar, tenía miedo a que alguna zona interna se hubiera visto seriamente dañada. Me palpé el conducto uretral, lo notaba inflamado o al menos eso me pareció. Recuerdo que algunos zurriagazos se habían estrellado en aquel sitio. La verdad que ni un milímetro del contorno de la vagina se había salvado del escarnio. Ya empezaba a tener ganas pero me resistía ni siquiera a intentarlo.

Escuché salir a mi Amo temprano y todavía no había llegado. De su novia desconocía donde estaba. Desde la mañana del día anterior no había sabido nada de ella, supuse que se fue antes de iniciar la sesión de castigo, pero tampoco estaba segura. De todos modos sabía que mi Amo había dormido solo pero nada más.

Mi gran preocupación en aquellos momentos no era otra que saber en qué estado estaría mi vagina, del resto del cuerpo sabia que poco a poco irían cicatrizando las marcas y heridas ya, por desgracia, acostumbrada a tenerlas.

Iban pasando las horas muy lentamente. Continuaba sola en la casa. Calculaba que sería ya medio día. Empezaba a tener hambre. Llevaba desde la mañana del día anterior sin probar bocado. Mi Amo no me dijo nada al respecto y, aunque estuviera autorizada a salir, no me veía con fuerzas para vagabundear por las calles desnuda buscándome el sustento y no digamos si volviera a encontrarme a esos muchachos u otros, tenía el cuerpo, y sobre todo el coño, como para que me follara nadie en mucho tiempo. Seguramente mi Amo habría previsto esta contingencia y me traería algo de comer.

Ya no aguantaba más, literalmente me meaba. Debía coger fuerzas y enfrentarme a ello. Trabajosamente me levanté y me dirigí al cagadero. En cuclillas me dispuse a intentar orinar. Empezó a salir el chorro normal, situación que me calmó bastante. Cuando estaba terminando y las últimas gotas se escurrieron por la vulva fue cuando solté un suspiro de dolor debido al escozor que sufría. No me pareció que saliera sangre mezclada con el pis pero tampoco podía estar muy segura de ello.

Me entraron ganas también de defecar pero no me estaba permitido hacerlo sin el permiso de mi Amo ya que supondría quitarme el tapón anal y no estaba autorizada a tomar esa decisión por mi sola. No estaba en casa, por lo que debía esperar su llegada y pedirle el correspondiente permiso. Me incorporé trabajosamente y me encaminé donde estaba la manta, tapándome con ella, me enrosque en el suelo esperando acontecimientos.

Ya sería muy entrada la tarde cuando escuché que la puerta de la casa se abría. Era mi Amo, iba hablando con alguien. Reconocí al instante aquella segunda voz, era el médico, aquel cirujano que me había deshonrado junto con el resto de componentes de aquella hermandad del diablo.

Como pude me incorporé y me senté en la posición de sumisa para recibirlos. Llegaron al quicio de la cocina y se pararon a observarme. Estuvieron unos segundos sin decir palabra hasta que mi Amo, dirigiéndose al médico;

—Aquí la tienes. Como te comenté esta mañana, anoche la vi un poco «magullada» pero me gustaría saber tu opinión profesional me urge su recuperación.

¿«Magullada»?, si me lo dicen no me lo creería nunca. Después de la paliza que me dieron los cinco, de sufrir azotes en el coño, colgaduras y demás tropelías, solo se le ocurre decir que podría estar «magullada», cuando pensé que por lo menos podría estar mutilada. Era impresionante. La noche anterior pensaba que, al menos, estaría preocupado por mi salud y lo único que le importara es que debería cuando antes prostituirme para pagarle la maldita deuda que todavía no se a cuanto ascendía y por qué la debía.

Fruncí el ceño de enfado pero sin que se notara demasiado, no vaya a ser que encima me ganara otro castigo por insubordinada. El médico se acercó, se puso a tomarme el pulso mientras miraba su reloj. Una vez que hubo terminado, se dirigió a mi Amo;

—De pulso la veo bien. Ahora la realizaré una exploración ginecológica,  veremos cómo se encuentra por dentro —Comentó — Vamos, siéntate en la silla de la cocina con el culo lo más al borde que puedas y abre las piernas voy a examinarte —Me ordenó.

Me levanté del suelo y me puse en la silla como me había ordenado el médico. Tuve que agarrarme con las dos manos en el asiento para no caerme al suelo. Abrió su maletín y sacó un espéculo introduciéndomelo, sin ningún miramiento, dentro de la vagina. Solté un pequeño grito de dolor que mi Amo, como el médico no dio maldita importancia. Sacando el instrumento, introdujo sus dedos índice y anular, a pelo, sin ningún tipo de guante. Estuvo palpando las paredes de la vagina un rato, Miró a mi Amo, todavía con ellos dentro;

—No te preocupes, Eduardo. A tu esclava no le pasa nada. Simples magulladuras, eso sí. Algún rasponazo y poco de hinchazón en la zona genital y nada más. El clítoris lo tiene en su sitio que es lo que más le importará a los compradores, estoy seguro de ello. Te recomendaría que en cuatro días no la expongas a sexo vaginal. La voy a dar unos óvulos que ayuden a aliviar esas «pequeñas» dolencias que tiene. Sobre el resto del cuerpo que siga poniéndose la crema cicatrizante de siempre y también en dos o tres días las marcas estarán muy difuminadas.

Seguía con los dedos dentro de mi coño, más que un reconocimiento médico era un autentico magreo por todo lo alto. Al fin los saco.

—No me importan los estigmas que pueda tener en el cuerpo como consecuencia del flagelo. A los compradores les gusta que sus esclavas estén marcadas por el azote, es síntoma de que su piel esta curtida para recibir castigos. En el fondo estas señales son muy valoradas en las sumisas —respondió mi Amo.

No me lo podía creer, hablaban de mí como un animal sin sentimientos. Y para colmo el médico, con una exploración raquítica, un poco más y dictamina que lo que tengo «es cuento».

Solo pude decir, con la voz más sumisa que pude,

—Doctor, me escuece mucho al orinar

Noté que mi Amo se le fruncía el ceño, quizás por haber hablado sin la autorización pertinente aun y así se contuvo y dejó que el galeno respondiera,

—Eso es normal. No debe preocuparte. Ayer te castigamos muy duro pero en un par de días ira remitiendo ese escozor y podrás orinar sin molestias.

Me entregó una caja de óvulos con la indicación de que me metiera uno cada doce horas en los próximos tres días, al cabo de ese tiempo, en su opinión, estaría lo suficientemente restablecida para poder salir «a trabajar».

—Asegúrate de que se los pone. Si quieres que trabaje en tres días es vital —le dijo a mi Amo—

—No te preocupes, se los meterá —Le respondió mi Amo.

Estaba alucinada. Todo se arreglaba con unos simples óvulos. Quién sabe como estaría por dentro después del flagelo que me dispensaron la noche anterior. Pero había prisa en recuperarme, había mucha prisa en que saliera a trabajar, sin importar en demasía si lo podría aguantar. En aquella época me costaba comprender la deshumanización de ciertos Amos. Ahora, con la experiencia acumulada, puedo decir que esas aptitudes son bastante comunes entre ellos.

Me volvieron a salir lágrimas pero no de tristeza, sino de desesperación. Levanté inconscientemente la cabeza alzando un poco la vista y cuál sería mi asombro que me pareció que el médico estaba mirándome de una manera lasciva. No podía ser verdad. Después de lo ocurrido la noche anterior, todavía, al día siguiente, el galeno pretendía cobrarse sus servicios profesionales, si es que a esa visita podía considerarse como tal, con mi cuerpo. Ahora entendía como, en su opinión, no eran más que «simples magulladuras» y poco más lo que tenía. El médico se acercó otra vez. Yo seguía en la silla de la cocina, ya que nadie me había mandado que me volviera al suelo y noté sus manos masajeándome el trasero de una manera grosera. Y dirigiéndose a mi Amo,

—Eduardo. Ayer me quedé con ganas de probarla por detrás. Me dejó muy caliente tu enculada. Si me dejaras usarla te lo agradecería y no te preocupes que la vagina no la tocaré.

—Si es lo que te apetece, adelante. Me voy al despacho, cuando termines reúnete conmigo, tenemos que hablar —Le indicó al médico— Y tú, ¡compórtate como la zorra que eres!, no quiero quejas del doctor —Me ordenó.

No podía ser cierto. Me encontraba muy magullada. No hacía ni doce horas que me habían sometido a un castigo bestial y ahora debía dejarme usar por el culo ante aquel desalmado. Una vez se hubo marchado mi Amo al despacho, intenté ganar tiempo,

—Doctor, se lo suplico estoy muy dolorida. ¿No sería mejor que me usara dentro de unos días cuando me encuentre mejor? —Le supliqué con la voz más sumisa de la que fui capaz.

—No, pequeña guarrilla —Contestó el galeno— Ayer me pusiste a cien. Solo pude follarte por el coño, ahora quiero probarte por detrás. Ponte de rodillas encima de la silla y apoya los codos a la mesa y pon el culo en pompa —Me ordenó el galeno.

Y encima tenía unas horribles ganas de cagar pero al no disponer del permiso de mi Amo no podía hacerlo. Miedo tenía a que la polla del médico saliera sucia. No me había lavado los intestinos con la técnica que me enseñó mi Amo. Sé que todas las mañana debía hacerlo aprovechando cuando me fuera a duchar, pues siempre debía tener el agujero limpio para quien me quisiera usar. Al estar tan dolorida y sola en la casa no pensé que fuera necesario hacerlo esa mañana. Además no sabía cuál de las dos acciones era prioritaria; ¿debía cagar y realizar los lavados anales a continuación o debía, previamente, pedir permiso a mi Amo para defecar antes? Son asuntos que, en aquella época se me escapaban. Acababa resumido el tema en qué hiciera lo que hiciera siempre me ganaba un castigo por hacerlo mal, asique optaba por cumplir las órdenes cuando se me dieran y no tomar iniciativas propias.

Cogí el valor suficiente y se lo expuse al galeno mientras me iba colocando en la postura que me había ordenado,

—Señor, temo que no he podido lavarme convenientemente y puede salir su pene manchado. Deje que al menos me haga una limpieza de vientre antes de que me use —le supliqué.

—No es necesario. Si sale sucia ya la limpiaras con la lengua. —¡Sube el culo de una vez! —Me ordenó ya impacientándose.

Así lo hice. Alzando el culo esperé.

Agarró la empuñadura del dildo y lo sacó de un fuerte empujón. Me tiró de la coleta para que doblara el cuello y acercándome el tapón a escasos centímetros de mi cara se puso a reñirme

—¡Mira que eres guarra! —Susurró en mi oído— El tapón ha salido sucio con tus inmundicias. Venga, ¡abre la boca y chúpalo!, déjalo reluciente —Me ordenó.

Como pude torcí más el cuello y sacando la lengua fui enfilando cada uno de los contornos del dildo. Sabía a mierda, a mi propia defecación. No era la primera vez que lo tenía que hacer. Ya no me daba arcadas. Estuve lamiendo hasta que quedó suficientemente limpio, al menos, a gusto del médico. Tiró el tapón al suelo.

Estuvo abriendo con las manos los mofletes de mi trasero, alabando lo abierto que lo tenía. Sacó la polla y sin ensalivarla, me penetró hasta los mismos huevos. No me dolió, pero tampoco me dio placer.

Al cabo de cinco o diez minutos de un mete y saca cansino, noté que su cuerpo se arqueaba. Me preparé para su embestida final que no se hizo esperar, corriéndose dentro de mis intestinos. Se quedó con la polla metida un buen rato. Tenía ganas de que la extrajera ya que la posición era bastante incómoda. Mis rodillas estaban soportando mi peso y el suyo. Al fin la saco y, como ya me preveía, salió bastante sucia.

—¡Vuélvete y límpiala! —Me ordenó de inmediato.

Pedí permiso para bajarme de la silla y ponerme de rodillas en el suelo, enfrente de él. Su miembro, ya empezaba a perder algo de dureza pero estaba bastante manchado. Sin pensarlo un segundo me lo metí en la boca y con la lengua estuve limpiando cada centímetro de su piel hasta que la polla empezó nuevamente a endurecerse dentro de mi boca. ¡Vaya!, pensé, va a tener doble ración

—¡Sigue chupando! No pares, me voy a correr en tu boca —Gritaba mientras sujetaba con sus manos mi cabeza para que no pudiera sacarla.

Dicho y hecho, bastó un par de minutos más hasta que volvió a correrse esta vez dentro de mi boca, tuve que tragar todo lo deprisa que pude pues no aflojaba la presión de sus manos y tenía miedo de que me ahogara. Al fin la saco y metiéndosela en los pantalones se dirigió al despacho de mi Amo, no sin antes volverse un segundo,

—Coge el tapón y te lo vuelves a introducir. Sé que tu Amo quiere que lo lleves siempre puesto. Y ponte el primer Óvulo.

Obedecí. Estaba en el suelo, me lo metí de un empellón hasta la misma empuñadura. Me daba cuenta de que el ano estaba muy elástico, apenas tenía que forzar para que entrara cada vez con más facilidad. Saqué uno de los óvulos de la caja y me lo introduje dentro de la vagina. Lo hice con mucho miedo y me costó, me escocía. Acto seguido me senté sobre mis talones esperando lo que ordenara mi Amo.

Al cabo de una hora o más, escuché como despedía al médico. Acto seguido se dirigió a la cocina. Estaba deseando que me autorizara a defecar, ya no aguantaba. En cuanto le vi aparecer le solicité el pertinente permiso. Me lo concedió.

—Cuando termines, te metes el dildo y acude a mi despacho, tenemos que hacer cuentas.

Así lo hice. Una vez terminada mi necesidad y colocándome el dildo  acudí a su despacho. Estaba la puerta cerrada. Toqué suavemente con los nudillos y esperé. Al cabo de unos segundos escuché su voz autoritaria permitiéndome entrar. Una vez dentro me puse enfrente de Él con las manos a la espalda esperando instrucciones.

—Siéntate —Me ordenó.

Me senté en el suelo en la posición de sumisa al lado del sillón donde estaba plácidamente acomodado. Esperé en silencio. Al cabo de unos minutos comenzó,

—He hablado largo y tendido con el doctor. En primer lugar te diré que próximamente serás castigada por tu la falta de limpieza. Entre otras cosas me ha comunicado que cuando te ha usado ha sacado el pene lleno de inmundicias. Es intolerable en una esclava y tú lo sabes.

Intenté decirle que se lo advertí y a él pareció no importarle. Que me encontraba muy débil y dolorida, que no suponía me iban a usar esta mañana por eso no me di un «baño intestinal» con la manguera de la ducha, como solía llamarlo mi Amo,

—Perdón mi Amo, empecé a hablar,

—¡Cállate! —Me cortó— Aún no he terminado de hablar y no te he dado permiso para dirigirte a mí. Serás castigada también por esta insolencia que acabas de tener.

No era justo. Siempre buscaba excusas para azotarme y castigarme. Bajé la cabeza en señal de sumisión y dejé que siguiera con su exposición.

—No te he llamado solo para eso —Hizo una pausa mientras se encendía un cigarro. Exhaló la primera calada y continuo— De momento hoy no comerás. Me ha dicho el médico que deberías guardar reposo por lo que, y siguiendo sus consejos, hoy no saldrás a por tu sustento. De todas formas ya está muy avanzada la tarde y un día de ayuno tampoco te vendrá mal. Mucho cuidado con robar comida de la cocina, si te veo hacerlo el castigo puede ser tremendo y ya sabes que cumplo mis promesas.

No podía creerlo. No injería alimento desde ayer por la mañana, más de día y medio sin probar bocado. Desde hacía varias horas mis tripas no paraban de sonar, síntoma del hambre que tenía. Eso no quiere decir que no conociera mi lugar, no solo en esa casa, sino también en la vida. El único «derecho» de una esclava era obedecer a su Amo y mucho menos robar su comida. Moriría de inanición antes de ser cazada en un robo fragrante. Por otro lado, el castigo que me esperaría por esa acción sería muy duro, ya empezaba a conocer a mi Amo.

—Mañana saldrás a por tu comida. El galeno me ha recomendado, al menos tres días de reposo, yo solo te concedo hoy. Permanecerás en la despensa y te pondrás los óvulos, no cada doce horas, lo harás cada ocho para acortar la recuperación lo antes posible. Da igual como te encuentres mañana, empezarás a hacer vida normal —Volvió a hacer un receso mientras aspiraba varias veces el cigarro hasta que lo apagó suavemente en el cenicero. Al cabo de unos segundos volvió a la carga,

—Pero esto no era lo más importante que te venía a decir. Ya he hecho las cuentas de tu deuda —Hizo otra pausa como releyendo unos números que tenía anotados en unos papeles encima de su mesa. Levantó la vista y continuó— El total asciende a más de diez mil euros, a esto hay que sumar, lógicamente, los intereses y alguna bagatela lo que hacen un total de doce mil euros. Tienes un mes para devolverme esa cantidad, hasta el último céntimo. Pasado ese tiempo he apalabrado tu subasta y venta con algunos financieros árabes que he podido convencer para que acudan a la puja, y que coste que me ha costado convencerlos, no querían volver.

Era increíble, ahora resulta que después de estar esclavizada varios meses y servirle de entretenimiento a Él y sus amigos, de ser castigada, azotada, vilipendiada, humillada, vejada y mil adjetivos más. Pues bien, ahora resulta que después de todo eso le debo doce mil euros y, lo que es peor, solo dispongo de un mes para devolverlo ¡y hasta con intereses! Esto era mucho más de lo que podía aguantar y, por si fuera poco, pasado justo ese tiempo seria vendida a algún jeque árabe, Cerré los puños con toda la fuerza de la que fui capaz, bien es cierto que tenía las manos por detrás de mi espalda y mi Amo no podía verlo. De pura rabia se me saltaron las lágrimas.

Al cabo de unos minutos de estar en silencio, como esperando que fuera asumiendo sus palabras siguió hablando;

—No me des las gracias, pero has de saber que después de tu desobediencia corriéndote con esos patanes ayer, tu precio descendió una barbaridad. Tuvieron mis compañeros de la hermandad y yo mismo que ir a los hoteles donde se alojaban parte de los invitados que ayer estuvieron en la fiesta, si, aquella que no fuimos por tu insolencia y dejarles visionar el video de tu sesión de castigo. ¡Menos mal que pudimos convencer a unos pocos! Y tu precio de salida se ha podido frenar.

Esto era ya demasiado, había gravado la sesión y yo sin saberlo, no puede más y pedí permiso para hablar,

—Perdón Amo. ¿Grabó la sesión? —Le pregunté intentando disimular mi enfado.

—Pues claro. Pero no solo la de ayer, lo tengo registrado todo. Es un material muy sensible y muy cotizado en ciertos ambientes.  No veas el dineral que voy sacando con ello.

Ya sin rubor me puse a llorar de impotencia. A estas alturas que media docena de depravados se pajearan viéndome sufrir ya no me importaba o, al menos, lo aceptaba, pero tuve miedo que mi padre o algún conocido suyo llegara a visionar por casualidad alguna de mis sesiones, podría matarle del disgusto. Como escuchando mis pensamientos, continuo hablando,

—No te preocupes. Estos videos solo son visionados en ambientes exclusivos y fuera de España. No creo que ningún conocido o familiar tuyo pueda llegar a verlos pero, aunque así fuera, que más te da. En un mes estarás viajando al extranjero. Te lo aseguro.

Volví a bajar la cabeza. Esta era una guerra perdida de antemano. Mi Amo tenía razón ¿qué era yo?, ¿en qué me había convertido?, la respuesta a estas preguntas estaba muy clara, era una esclava y me había convertido en ello.

Cómo zanjando la conversación, mi Amo sin proponérselo o, quizás sí, contestó acerca de sus ganancias con mis videos y la deuda que, paralelamente le seguía debiendo. Cuestión última que no se me quitaba de la cabeza pero que no me atrevía a preguntar,

—Una cosa tienes que saber y te lo dije al principio de tu instrucción, todo el tiempo que he pasado en tu adiestramiento no era gratis, eso me lo has pagado con lo que voy sacando con publicar tus sesiones. Los doce mil euros son la suma de lo que me ha costado tu intervención quirúrgica y algunos instrumentos de sado que he tenido que adquirir para dar cumplimiento a muchos de tus castigos, así como tu alojamiento y manutención los días que estuviste convaleciente y no pudiste salir a buscar tu sustento. Todo eso suma doce mil euros, intereses incluidos.

Me limité a escuchar con la cabeza baja y asumir mi negro destino que no tenía vuelta atrás. Ahora me daba cuenta de la cruda realidad. Hiciera lo que hiciera todo era un negocio lucrativo para mi Amo. Y lo que verdaderamente me hundía en lo más profundo de mi corazón, es darme cuenta de que nunca me quiso, nunca le importé salvo en cuestiones económicas, claro está.

Volvió a sacarme de mis pensamientos su voz que, como finalizando la conversación, aseveró,

—Vas a tener que trabajar muy duro. Como te dije ayer la cantidad es grande y muy poco tiempo para reunirla. A partir de mañana serás prostituida si es necesario todo el día, pero al final de la jornada aunque cansada, estarás satisfecha pues el «trabajo bien hecho tendrá su justa recompensa» y llegarás a devolverme todo el dinero. Eso sí, en tus pocos ratos libres que te queden,  seguirás saliendo a buscar tu comida diaria y, por supuesto, desnuda. Si alguien te usara entonces, tómalo como «horas extras» Ya te explicaré mañana como lo haremos. Ahora vete a descansar, te esperan días muy duros.

Me levante todavía trabajosamente y con la cabeza baja me dirigí a la puerta, antes de salir, aun me dijo,

—Todo esto no quita para que me deje caer por donde éstes trabajando y purgue las faltas que hayas cometido, empezando por estas dos de hoy. Tu educación como esclava debe seguir su curso hasta el mismo día de tu venta, independientemente a tu trabajo de puta. Cierra la puerta cuando salgas —Me ordenó

Me quedé de piedra y sin saber qué decir. Me encaminé a la despensa y me acurruqué tapándome con aquella raída manta. Mañana empezaría lo bueno, desconocía si iba a poder soportarlo. Me puse a llorar. Era impresionante tanta inhumanidad, tanto sadismo y tanta locura en un solo hombre, pero era la vida que había elegido libremente, y era mi Amo, al menos durante un mes más, quien me lo ordenaba y yo debía obedecerlo; no hacía más que repetírmelo mentalmente. Volvieron a aparecer los ruidos en mi barriga, tenía mucha hambre y muchas ganas de llorar. Al final me entró un sopor y quedé dormida.

Pase una noche en duerme vela. Llevaba sin comer dos días. Mi Amo, lejos de preocuparse por tal cuestión, solo acudía a la despensa cada ocho horas para recordarme que debía introducirme el óvulo de rigor. No cenó en la casa, cosa que agradecí enormemente. Me hubiera costado verle degustar sabrosas viandas mientras me mantenía en un ayuno prolongado. Una de las veces que acudió al almacén para que me tomara la medicación solo dijo al respecto que el día de mañana le agradecería este entrenamiento cuando algún Amo que tuviera en el futuro me castigara sin comer, mi estomago ya estaría acostumbrado.

Al fin llego la aurora. No pensaba en otra cosa más que en poder salir a buscar mi sustento. Me daba igual que tipo de desperdicios iba a poder hallar, ni tan siquiera lo que me podría suceder en la calle al ir desnuda, solo pensaba en comer cualquier cosa, lo demás, en esos momentos era baladí.

Apareció temprano en la cocina. Estuvo trasteando mientras se iba haciendo el desayuno. Mis tripas ya organizaban un auténtico recital, tanto es así que no pude esperar a que mi Amo se dignara a autorizarme, me adelante y le pedí permiso para hablar,

—Amo, por favor llevo dos días sin probar bocado. Autoríceme a salir a buscar comida —Le supliqué de la manera más sumisa que pude.

—Está bien. Creo que ya estas preparada para la dura jornada que te espera hoy. Sal deprisa y vuelve pronto, no te quedes ganduleando con los patanes que encuentres. —Me recomendó con voz sincera— Hoy te hartarás de follar, no malgastes energías —Comentó con bastante indiferencia.

¡Cómo si yo fuera buscando «guerra» por las calles!, parecía no entender que al obligarme a salir desnuda, lo anormal sería volver intacta. No quise pensar en ello y me dispuse a obedecerle.

Limpié el cagadero de las deposiciones del día anterior y Salí a la calle dispuesta a llevarme a la boca cualquier desperdicio que encontrase por muy asqueroso que fuera.

Iba buscando desesperadamente cualquier cubo de basura que me encontrara, me daba igual si estuviera la calle muy transitada o no, necesitaba llenar la bolsa cuanto antes, volver a la casa de mi Amo y comer.

La gente se me quedaba mirando, unos con desprecio, otros con tristeza, yo solo me fijaba en los contenedores llenos. Con el tiempo que ya llevaba en esa situación, me encontraba «curada de espanto» sobre las miradas ajenas. Al fin pude llenar el macuto de inmundicias y pude encaminarme de vuelta a la casa. Tuve suerte, y llegué sin ningún sobresalto destacable. Llamé al timbre y esperé. Al cabo de unos segundos mi Amo me abrió la puerta.

—Veo que me has hecho caso —Sonrió al verme llagar sin un rasguño— Hazte el «puré de detritus» y dúchate. Cuando estés preparada espérame en la puerta. —Ordenó.

Mientras batía aquella cochambre me ordenó que, además de la ducha me diera una limpieza en los intestinos tal como me había enseñado la tarde anterior, debía tener el culo limpio y que no me pusiera el tapón anal, donde me iba a llevar, no lo necesitaría.

Me ventilé el bol de una sentada tenía mucha hambre. Se ve que mi estomago ya estaba acostumbrado a esa clase de alimentos, pensé.

Mientras me aseaba, empecé a darme cuenta de lo que se me venía encima. Desconocía a donde me llevaría mi Amo a «trabajar», pero conociendo su sadismo innato no me esperaba un sitio agradable habida cuenta de la rapidez con la que debía ganar el dinero. Solo disponía de treinta días.

La verdad sea dicha, sea por los óvulos o por mi propia naturaleza, lo cierto es que apenas me molestaba el agua cuando resbalaba por mi zona vaginal. Seguía teniendo bastantes laceraciones en mi cuerpo, algunas empezaban a difuminarse otras, en cambio, se mantenían con todo rigor. Me armé de valor. Sabía que me iba a hacer trabajar todas las horas que hicieran falta hasta devolverle el último céntimo de esa deuda más imaginaria que real. De todas formas, aún sabiendo desde el fondo de mi ser que yo no era responsable de esa obligación, quería devolverle hasta el último céntimo pues, entre otras razones,  estaba convencida de que si no lo pudiera hacer, mi Amo se la cobraría a base de castigos que mi sufrido cuerpo debería aguantar.

Me sequé y me hice la coleta pertinente. El dildo, bien limpio, lo guardé en un cajoncito del tocador del cuarto de baño. Me encaminé a la entrada y, sentándome en la posición de sumisa, me dispuse a esperar.

Al cabo de una hora o quizás más apareció. Continuaba esperando en la puerta principal sentada sobre mis talones, muy limpia y muy desnuda.

—¿Estás preparada?

¿Era un pregunta o una afirmación? A estas alturas no entendía nada. Claro que no estaba preparada, pero acaso ¿eso le importaba?, solo quería recuperar un dinero que yo nunca le había pedido, recuperar una deuda sobre una intervención quirúrgica que, en opinión de mi Amo, sería «muy apreciada» entre los hombres dispuestos a comprarme y que yo nunca le solicité. Sólo quería agradarle, solo aspiraba a su amor o, al menos, a que me tuviera algo de cariño, no tanto como yo, es cierto, pero lo suficiente para que este esfuerzo que hacía por Él se hubiera visto compensado de alguna manera. Pero no, sin haberlo pedido, después de haber sido mutilada en mis órganos reproductivos, encima debía reunir el dinero ganado con mi cuerpo para devolvérselo y, además, con intereses. Era un mundo de locos. No respondí, tampoco me había dado permiso para ello, más bien parecía una «frase hecha».

—¡Sígueme! —Me ordenó.

Abrió la puerta. Esperé a que se hubiera alejado unos diez metros para levantarme y seguirle, cerrando a continuación. Abrió el coche. No sabía dónde colocarme, si en el asiento del copiloto o, como en otras ocasiones, debía introducirme en el maletero. Me quedé unos segundos de pie sin saber qué hacer.

Desde dentro, me abrió la puerta delantera.

—Vamos, entra. No tenemos todo el día —Ordenó.

Al menos iré sentada, pensé.

No tenía ni idea de adonde me llevaba, tampoco me atrevía a preguntarlo. Una esclava debe conocer su sitio en la vida que no es otro que obedecer sin cuestionar ninguna orden. Al menos, eso era lo que siempre me decía mi Amo. Asique,  lo que tuviera que saber ya me lo comunicaría cuando lo creyera conveniente.

Permaneció callado casi todo el viaje. Yo no sabía qué hacer. Tenía cerrados los nudillos de mis manos, intentando mantener la compostura dando una apariencia lo más sumisa que me permitieran los nervios que ya los tenía a flor de piel. Me esperaba cualquier cosa de mi Amo.

Poco a poco nos fuimos alejando del centro de la capital. Conducía por los arrabales, esto no me estaba dando buena pinta, el nerviosismo cada vez era mayor. Estaba decidida, mientras me fuera posible, a contener todo lo que pudiera las lágrimas. Necesitaba endurecerme lo antes posible, era vital para mi propia supervivencia, aunque en aquella época de mi vida me costaba horrores mantener las lágrimas.

Al cabo de una hora nos desviamos a una especie de polígono industrial, parecía muy grande. Estaba en un estado de nervios bestial. Se veían chicas haciendo la prostitución en cada una de las calles. Al final de una de esas arterias paró el coche. Vi por la ventanilla que en unos metros a la redonda había algunas chicas de color, africanas, medio desnudas haciendo gestos obscenos a todos los coches que iban pasando muy lentamente como seleccionando la mercancía que iba a elegir. Algunos paraban y con la ventanilla abierta negociaban la tarifa y el coste de los servicios. Me quise morir, esto era demasiado fuerte. No me veía preparada para negociar el precio de mi cuerpo con diferentes clientes a cual más ruin, a cual más depravado.

—Quédate dentro del coche, voy a hablar con alguien, ahora vuelvo —Me ordenó mi Amo.

Caminó unos metros. Me quedé sola y no pude reprimir unas lágrimas. ¡Por Dios, que más quería mi Amo de mi!, grité en silencio. Le vi conversar bastante tiempo con dos personas. No las distinguía muy bien desde mi posición.

Estábamos al principio de la tarde, hacía calor. En el reloj del coche marcaban las cinco de la tarde, pero daba igual, el mercado del sexo en esta ciudad no descansa, de eso me pude dar perfecta cuenta.

Al cabo de una hora de reloj mi Amo volvió al coche. El corazón se me salía de los nervios. Una vez dentro, se encendió un cigarro, después de dar la primera calada me habló;

—Está todo arreglado —Empezó diciendo.

Dando otra calada y después de expulsar el humo, continuó

—Empezarás a trabajar ahora mismo. Ya está todo pactado con «los chulos» que controlan esta calle. Hemos acordado las condiciones para que puedas trabajar con sus putas —Volvió a dar un par de caladas más al cigarro.

Me quedé helada. No podía estar pasándome a mí. Hace menos de un año yo era una chica bastante pija, hija única y mi única preocupación eral el color del rímel que quería comprar, universitaria y súper protegida por mi padre. Ahora convertida en una vulgar puta trabajando en un sórdido polígono industrial de la capital española. Seguía hablando mi Amo,

—Ahora te bajas y te presentas a ellos. Son colombianos. No te preocupe su aspecto, están para protegerte no para atracarte —Sonrió por su sarcasmo— Te van a usar los dos, es lógico, quieren probar la mercancía. Una joven española y blanca como tú no les llega todos los días —Volvió a sonreír.

Empecé a temblar de puro pánico ante lo que se avecinaba. No podía controlar mis lágrimas. Seguía hablando,

—Por supuesto que te usaran gratis, es parte del acuerdo por aceptarte «en su cuadra». Los precios los he negociado con ellos, no es que sean de tu incumbencia pero quiero que lo sepas. Cobrarás lo mismo que sus putas negras. Que conste que yo quería que cobraras mucho menos, pero me han hecho ver que si así fuera, sus putas «no se comerían una rosca» y ellos están aquí para ganar dinero. Me ha parecido lógico su planteamiento.

Los precios que cobrarás son diez euros la mamada, quince follar y veinte que te den por culo —Hizo otra pausa mientras apuraba el cigarro y lo apagaba en el cenicero del coche, continuó.

—No veas lo contentos que se han puesto que te puedan encular los clientes. Ese servicio es muy cotizado y hay muchas putas que no lo hacen. Por supuesto que todo sin condón o con él, lo que el cliente quiera, pero si quiere preservativo deberá traérselo él. Les he dicho a los chulos que no te proporcionen gomas porque las cobran a parte y tú estás para ganar el máximo dinero no para malgastarlo. Verás la fila de clientes que tienes, entre tanta negra, una chica blanca y desnuda no va a pasar desapercibida —Volvió a sonreír por su ocurrencia—, ¡Con lo que les gusta a estos patanes de polígono follar a pelo!, ¡vas a triunfar!

Tenía miedo de no salir con vida de allí. Cogiendo valor le pedí permiso para hablar,

—Después me lo dices, no quiero que se me olvide nada —Se le veía excitado— Dinero que te den, se lo vas dando a los chulos. Ellos me liquidaran cada semana, por cierto, se quedan la mitad de lo que ganes. Es una pena pero te va a tocar «trabajar el doble», es lo que hay —Volvió a hacer un receso, para que fuera asimilando mis condiciones laborales. Al cabo de unos segundos, siguió hablando,

—He acordado con ellos que tu jornada laboral no termine hasta que hayas recaudado ochocientos euros, cuatrocientos para ellos y el resto para mí. Con esto, en un mes me abras devuelto los doce mil euros y podre venderte. Y ahora dime, pero rápido, ¿qué querías decirme?

—Por favor Amo. No me deje aquí, ¿Por qué me hace esto?, ¿nunca me quiso? —Lloraba inmensamente, un dolor punzante me oprimía el pecho. Como única respuesta contestó,

—Eres mi esclava y con eso es suficiente. Supe desde el primer momento en que te conocí allá en la casa de tus padres, que tenías potencial para ser sumisa, no hice más que sacarlo a la luz. Con el tiempo me lo agradecerás y ahora bájate y a trabajar que se hace tarde.

Quizás las palabras de mi Amo resumían toda mi existencia. No era más que una esclava y debía comportarme como tal. Abrí la puerta, pero antes de bajarme le pregunté una última cuestión,

—Perdón mi Amo, a ¿qué hora vendrá a buscarme?

—Se me olvidaba, son tantas cosas en la cabeza, te quedarás con ellos hasta que recaudes el dinero. Me han dicho que las negras duermen hacinadas en un habitáculo o algo así cerca del polígono para que no pierdan tiempo en los desplazamientos, les he dicho que te pongan con ellas. Sobre la comida ellos decidirán cuando te haces merecedora de tal privilegio, supongo que dependerá de lo que hayas recaudado ese día y, sobre todo siguiendo mis normas, ya sabes cuales son. No quiero privilegios en esos temas. Ellos en este mes tienen todo el poder sobre ti, ya me entiendes, podrán castigarte si así lo estiman por cualquier acción tuya que no sea la de obedecer y aceptar lo que te manden. Y ahora vete, te están esperando y no temas, si hubiera alguna redada de la policía, les he entregado tu DNI deberás decir a los agentes que te gusta ser puta y disfrutas con ello.

Una última cosa, Como te dije en el despacho, es posible que me deje caer en unos días para ver cómo vas y para azotarte, no olvides que debo castigarte por lo de esta tarde.

Eso fue lo último que escuché de sus labios. Bajé del coche, arrancó, dio la vuelta y se perdió por aquel polígono tan triste. Más tarde supe el nombre de aquel lugar, el polígono Marconi.

Me quede sola en plena calle, algunos coches al verme desnuda y blanca se pararon rápidamente. No sabía qué hacer. Una cosa era ser usada por cualquier sádico que me trajera mi Amo y otra cosa, bien distinta, era buscarlos yo. Un grito desde la acera contraria me sacó de mis pensamientos,

—¡Vienes o qué! —Gritó a chillidos.

Crucé la acera, supuse que era uno de los chulos con los que había negociado mi Amo, además su acento sudamericano lo delataba. Me dirigí a él.

Era el típico delincuente. Alto, moreno, fuerte y muy tatuado. Se quedó mirándome un buen rato. Me iba taladrando con la vista cada centímetro de mi piel desnuda.

—¡Date la vuelta! —Me ordenó— Buen culo. No estás mal, el tatuaje de esclava sexual facilitará mucho el trabajo. Esos piercing en el coño serán muy cotizados. Sacaremos mucha plata contigo. ¡Hei!, —Llamó a su colega—

Al cabo de unos segundos, de una furgoneta bastante cochambrosa, aparcada cerca de donde estábamos, llegó el otro chulo. Este era más bajo, bastante gordo igual de tatuado pero  más mayor.

—¡Esta muy buena esta mamacita! —Silbó mientras me tocaba obscenamente el culo.

Temblando de miedo. No sabía muy cómo comportarme, pero le dejé hacer.

—¡Me la voy a comer en la furgoneta! Antes que los clientes quiero probarla —Le dijo el Gordo a su colega

—Claro que nos la vamos a chingar pero antes hagamos las presentaciones —Me dijo el joven de una manera más cordial de lo que esperaba— Yo me llamo Matías y mi compadre, este seboso y gordo se llama Emiliano. Por si no te explicó tu Amo las condiciones son éstas, —despectivamente señalaba a las putas que estaban en la acera próximas a ellos— Trabajarás de sol a sol hasta alcanzar ochocientos euros, cuatrocientos para nosotros y el resto para tu Amo. Convivirás con las demás, no habrá ningún favoritismo, es más, nos ha pedido que te tratemos incluso peor que a las negras. De ti depende qué lo hagamos —Reía siempre con un palillo roñoso entre los dientes.

—Matías, deja de hablar y subámosla a la furgoneta que no aguanto más, me la quiero comer «estoy arrecho» y necesito metérsela.

No hubo más conversación. El gordo me cogió del brazo y me metió en la parte trasera de la furgoneta. Lo tenían todo muy dispuesto pues había allí una especie de jergón a modo de colchoneta

—Siempre hay que estar preparado por si nos entra un arrechucho y necesitamos «comernos a alguna puta» —Reía— Matías, ¡subes o qué!

—Ya voy, tengo que tratar un pequeño asunto con una negra, vete calentándola tu, ahora subo.

—Es que siempre nos gusta «estrenar» a las nuevas putas los dos a la vez, somos compadres en todo —Rio por la observación.

Dicho y hecho, me tumbó en aquel jergón y me metió mano con tanta dureza que resoplé de dolor. Aun me molestaba un poco la vagina

—Menuda remilgada estás hecha —Protestó— Aquí no tendrás caricias, todos vienen a lo mismo. Además veo marcas en tu espalda, te han zurrado bien. Es lo que yo digo, a la puta hay que darla palos y así irán «tiesas como una vela» —Rio por su ocurrencia. Me gustan esos colgantes que tienes en la «chucha» y a los clientes seguro que también.

Mientras se recreaba en mis «abalorios», me metió dos dedos grasientos en la vagina. Al tenerla reseca me estaba haciendo polvo. No dije nada, no fuera que se pusiera a pegarme. En ese momento se incorporó su otro colega. Este se puso a darme azotitos en el trasero,

—¡Qué culo más rico tiene la jodía!, —No dejaba de mascullar— Veremos lo que dice tu Amo acerca de encularte

Noté que me escupía obscenamente el ano, colocando su capullo en la misma entrada de mi abertura. Un simple golpe de riñón y le entró hasta los huevos

—¡Muévete, puta!

Empecé a mover mis caderas de forma circular buscando su propio placer, como una buena ramera. Su colega se empalmó solo de contemplar la imagen,

—¡Matías, sácala un momento, tu eres más joven y más ágil. Deja que ella se suba encima de mí, quiero metérsela por la «chocha» y cuando la tenga acoplada entonces se la vuelves a meter en el culo. Así la empalaremos los dos a la vez.

Haciendo caso a su colega, la sacó, gracias a Dios salió limpia. El gordo se acostó en el jergón boca arriba, me colocó encima de él y, me la metió sin ninguna contemplación.

—¡Saca el culo, puta que estoy a cien!

Así lo hice. Puse el trasero de la forma que el joven me pudiera insertar. Me abrió las nalgas y volvió a escupir, el lapo se incrustó justo en todo el ojete, la metió de un empujón. Quedé totalmente empalada entre los dos colombianos. El gordo, el que tenia abajo se limitaba a mantener su polla dentro, el joven, el que me estaba enculando, era el que hacia el trabajo, un mete y saca violento. Notaba en mi fina membrana ambos penes frotándose, mancillando lo más profundo de mi cuerpo hasta que se corrieron casi al unísono. Huelga decir, que yo ni tan siquiera sentí un ápice de placer ante aquellos barbaros.

—No se equivocaba, Don Eduardo —Comentó sudoroso el joven que aun descansaba su cuerpo encima de mi espalda— es una puta de categoría. Lástima que quiera que trabaje en un polígono de mierda como este a unos precios de saldo. Podría llevarla a un buen salón de Bogotá te harías de oro y, sobre todo, le harías de oro a tu chulo.

—Quieres levantarte de una vez y sacarla del culo de la chica, me estáis aplastando entre los dos —Protestaba el Gordo, ya bastante agobiado por el peso de ambos.

Al fin extrajeron sus penes de mis agujeros.

—Ahora, para terminar, nos vas a «soplar la verga»  a los dos —Me indicó el gordo.

No sabía a qué se refería exactamente. Nunca había escuchado tal expresión, pero me daba miedo preguntar,

—¿A qué esperas? —Me dio un manotazo el joven en la cabeza ya impaciente.

—Perdón, no les entiendo —Respondí de la forma más sumisa posible para no enfadarles.

—Mira que es fina la tipeja —Respondió el gordo— Que nos la mames ahora mismo. ¿Te ha quedado claro ahora, puta?

No se lo hice repetir dos veces, agarré la primera polla que tenía a mano, era la del joven y la ensalive lo mejor que pude. Tenía un regustillo a mis heces pero, la verdad, no estaba sucia. A medida que iba quedando reluciente, su miembro se iba endureciendo hasta tal punto que en un momento determinado me sujetó con las manos la nuca y me incrustó su pene hasta la campanilla. Me entraron arcadas pero pude reprimirlas.

—Vamos a ver la profundidad de tu «desfiladero»

—¿Vas a hacerla una garganta profunda, Matías? —Le preguntó Emiliano, el gordo

—Es necesario saber si puede hacerlo. Hay clientes que buscan ese servicio y hay putas con el «gañote» muy estrecho, quiero saber cómo lo tiene esta. Su Amo ha insistido que hace de todo sin excepción. ¡Estate quieta! —Me ordenó— Deja que sea yo el que te folle la boca.

Fueron unos minutos extremadamente complicados para mí. El colombiano me incrustaba su polla hasta dentro para luego sacarla y volver a repetir la operación, así estuvo varias veces hasta que no aguantó más y se corrió. Tuve que tragar el semen a toda prisa pues de lo contrario corría el riesgo de ahogarme en su propia leche.

—No está mal —Comentó mientras se metía la polla por dentro de los pantalones.

Su colega, Emiliano, una vez que el joven se había corrido, sin ningún preámbulo me cogió la cara y me la llevó a su miembro queriendo hacer la misma operación. La polla del gordo era bastante más pequeña que la del joven y después de presenciar el espectáculo de su colega no duró mucho dentro de mi boca, vaciándose a los pocos minutos. Para no hacerle de menos me tragué también su leche condensada. Terminada la operación se metió el miembro dentro de sus roídos pantalones.

Salimos los tres del vehículo. No me dejaron limpiarme, decían que una puta usada era lo que más ponía a los clientes. El joven cogiéndome del brazo, me dio las últimas indicaciones antes de mi debut,

—Creo que ya sabes lo que tienes que hacer, te sitúas en media calle, entre esas dos putas negras —Con el dedo me las señaló, eran dos mujeres de edad indeterminada pero con la piel bastante ajada, podrían rondar entre treinta y cinco y cuarenta años, siguió hablando,

—Como vas «en pelotas» no tendrás que insinuarte mucho. Coche que pare, le dices los precios y a trabajar. Por si quiere usar condón le dices que se lo compre que tu no llevas, todo «a pelo» y mucho ojito con pedir gomas a las negras, te ganarías un castigo, tu Amo fue muy claro al respecto. Por eso te hemos «estrenado» nosotros primero, queríamos hacerlo a pelo también. A partir de ahora no nos fiamos si alguien «te pega algo».

Antes de que me fuera al lugar donde me había asignado, concluyó,

—Cobra por adelantado. Como alguien te folle sin pagar me lo dices, primero le ajustaremos las cuentas al cliente y luego a ti también por golfa. Tu Amo nos ha autorizado a castigarte de la forma que queramos si haces algo mal o alguna tontería que no nos guste. Cuando salgas del coche le das el dinero a Emiliano o a mí y vuelta al tajo. Así hasta que te digamos. ¡Vamos, a qué esperas!

Me dio un azote en el culo para que me marchara a ocupar el puesto de puta que me había asignado.

Situada en el lugar que me dijeron, noté miradas asesinas de las dos negras que tenía una a cada lado. Seguramente pensaron que mi competencia era muy dura y podría quitarles trabajo. Me limité a mirar a la carretera y esperar acontecimientos. Sentía en mis dos agujeros como se iba resbalando poco a poco la lefa que me habían obsequiado «mis chulos» colombianos.

No llevaba ni cinco minutos cuando el primer coche se paraba justo a mi altura. Era una persona de mediana edad, un currante. Parecía un pintor de brocha gorda por la cantidad de cachivaches que llevaba en el coche referente a esa profesión. El coche era de una gama muy baja. Bajó la ventanilla y de manera muy tosca preguntó el precio sin quitarme la vista de las cadenitas adosadas a mis labios vaginales.

Estaba muy nerviosa, me sudaban las manos. Iba a ser la primera vez que me iba «a vender». Tartamudeando pude decirlo de forma muy embarullada pero creo que lo suficientemente claro para que el hombre pudiera enterarse,

—Diez euros te la chupo, quince me puedes follar y veinte darme por culo.

Abrió la puerta del asiento del copiloto y me invitó a subir. Le indiqué torpemente donde me habían dicho los colombianos que debía llevar a mis clientes para realizar los trabajos. Era un pequeño descampado a unos cien metros donde estaba situada en la calle. Allí había varios coches todos ellos con putas trabajando. En una zona estratégica se situaba uno de los colombianos para actuar en cualquier momento si el cliente no pagaba o se propasaba con la prostituta. El otro se situaba en la acera, donde captábamos los clientes.

Paró el coche y empezó a bajarse los pantalones. No me decía nada y, lo que era peor, no me especificó que servicio quería y por ende tampoco me había pagado. Se bajó los pantalones hasta la rodilla, al igual que los calzoncillos, supuse que lo que quería era una mamada. Con las manos me indicaba que bajara la cabeza y empezara la faena. Me acordé la norma fundamental de cobrar primero. De no hacerlo podía ganarme una paliza de los colombianos. Ya estaba bien que con el primer cliente me pasaran estas cosas. Me armé de valor,

—Por favor, si quiere que se la chupe ha de pagarme primero, son las normas

—¡Anda, si eres española! —Exclamó el obrero al escuchar mi acento— Era lo último que me podía imaginar. Encontrarme una española en este asqueroso polígono. Perdona, con las prisas no te había pagado —Sacó una cochambrosa cartera y me acercó un billete de diez euros.

Con el dinero en la mano, me relajé. Entonces me acerqué a su polla, estaba muy sucia y mal oliente. Exhalaba un tufillo a sudor, se ve que había terminado su jornada laboral y no se había duchado. Cerré los ojos y aguanté la respiración, metiéndomela en la boca. Estaba muy sudada, con la lengua pude notar pelotillas me dieron tremendas arcadas pero conseguí aguantarlas. Con una mano me agarraba a cabeza de tal forma que casi no me dejaba respirar, con la otra me tocaba sin ningún rubor el culo, metiendo un dedo en mi agujero. Fueron unos minutos interminables, tuve que coger aire, la pelambrera de su pubis casi me asfixia. Al final se corrió de golpe, tragué apresuradamente pues el tío no cesaba la presión de sus manos.

—¡Límpiame el dedo!, ha salido lleno de leche, —Me ordenó muy serio.

No era momento de estrecheces, era mi culo y el semen de uno de los colombianos, lo que me daba asco de verdad es ver esas uñas mugrientas y ese dedo asqueroso. Había que terminar cuando antes. Con toda la delicadeza de la que fui capaz le cogí la mano y me metí en la boca aquel dedo asqueroso, chupándolo con profusión hasta que quedó muy limpio. Acto seguido se subió los pantalones y me pude bajar de aquel coche. Me encontré en mitad del descampado con los diez euros arrugados en la mano, con un mal sabor de boca por aquella limpieza y medio desmayada por el fétido olor de aquel tipo.

Desde unos metros me hacía señas uno de los colombianos para que me acercara, era el joven, así lo hice,

—Dame el dinero

Se lo alargué, me atizó un pequeño manotazo en el hombro,

—Sólo diez euros —Gritó— Yendo en pelotas y solo se la has chupado, te creía más profesional. A este paso no vas a conseguir sacar los ochocientos euros exigidos.

—Por cierto, —Seguía hablando— Te escuché como negociabas con el cliente. Debes aprenderte los términos precisos de este argot. Cuando te acerques les dices, «Francés»  diez, «Follar», quince y «Griego» veinte, todo sin goma, si quieres una la traes tu, yo no tengo. Si son varios los que hay en el coche, multiplica los precios por la cantidad de personas que te quieran usar. Te intentarán que les «hagas precio», les dices que si quieren rebajas vayan un gran almacén que tu no lo eres. ¿Entendido?

—Si —Respondí.

—¡Pues ala!, a seguir trabajando

Pegándome un cachete en el culo, se fue a resolver otros problemas que iban surgiendo con alguna otra chica.

Me dirigí a mi posición en la acera. La verdad que tenía algo de razón. Empezaba a anochecer y solo había ganado diez euros. No hacían falta muchos conocimientos matemáticos para darme cuenta que todavía me faltaban setecientos noventa euros para poder dar por concluida mi primera jornada como puta. Debería espabilarme, de otra manera no llegaría y recibiría los castigos de los chulos o de mi Amo. Pues estaba convencida que al final de cada jornada, los colombianos le llamarían dándole cuenta detallada de mis ingresos diarios, y si éstos no eran acordes a las expectativas de mi Amo, estaba segura que solicitaría me impusieran un castigo ejemplar.

No llevaba ni cinco minutos, cuando paró otro coche. La verdad que una chica blanca y joven totalmente desnuda entre negras ligeras de ropa y con edades indeterminadas, daba el cante total.

Era un chico de unos treinta años, mejor vestido que el anterior. Bajó la ventanilla. Me fije como se acercaban las otras chicas a los coches de posibles clientes, las imité. Me apoyé con mis codos en el filo de la ventanilla y poniéndole una sonrisa lo más pícara que pude me puse a recitar los precios con las nuevas nomenclaturas que me explicó el colombiano,

—Cariño, ¿Quieres pasar un rato inolvidable?, hago todo lo que pidas

—No eres fea —Me descolocó su comentario— Si que me gustaría pero ¿cuánto vales?

—Según lo que quieras hacer, francés diez, follar quince y griego veinte

—No me lo puedo creer, ¿estás de broma?

No sabía el motivo de su pregunta. Me puse a la defensiva y muy nerviosa. Nunca supe en qué precios oscilaba la prostitución y pensaba que eran unos precios muy normales, incluso tirando a la baja, solo atiné a decir,

—¿Te parecen caros, cariño?, no puedo rebajarlos, si se enteran, me castigaran

—No, no es eso. No quisiera que te castigue tu chulo. Me refería a todo lo contrario. Con lo joven y guapa que tu eres, deberías pedir mucho más. Sube que te llevo a un hotel y te pago el día entero. Tu pon el precio, no me importa pagar mucho más.

No sabía que contestar. El chico no estaba nada mal, quizás con un servicio podría cumplir las expectativas del día entero,

—Espera, voy a preguntarlo, ahora vuelvo —Le dije, dándole un beso en el aire.

Me encaminé donde estaba el colombiano, esta vez era el gordo, al llegar a su altura, le pedí permiso para hablar (ya estaba acostumbrada a no hablarle a un hombre sin pedir la correspondiente autorización). Me dijo que no me andara con tonterías y le dijera qué quería, había muchos coches y no podía perder el tiempo,

—Perdón, aquel chico, el del coche negro, quiere llevarme a un hotel a pasar lo que queda de tarde y toda la noche, dice que ponga precio, que me pagara lo que diga, ¿cuánto le debo pedir?, —Daba por hecho que me iba a decir que si, y solo quedaba fijar la cuantía. Cuál fue mi sorpresa con su contestación,

—Dile que busque a otra. Tiene, entre todas las negras para elegir —Contestó sin darme más explicación— y sigue trabando.

Me quedé de piedra. Pero ¿acaso no era eso lo que buscaba mi Amo, que ganara la mayor cantidad de dinero para devolverle todo lo antes posible? Pues ahora tenía la ocasión de ganar un buen dinero,  no lo entendía. Tanto es así que, no pude por más que volver a insistir, no fuera que lo hubiera entendido mal,

— Perdone, es que quizás no lo ha entendido bien, me refiero a… —No me dejó terminar. Me atizó una bofetada en pleno rostro que, al no esperarla, me hizo caer de rodillas al suelo. Con mi mano me palpé la cara con miedo a que me hubiera sacado de raíz alguna muela. Se me saltaron algunas lágrimas. Continuaba en el suelo cuando el colombiano, dando por terminada la conversación, aseveró;

—¡No me hagas repetir las órdenes dos veces seguidas! Lo entendiste perfectamente la primera vez. Pero para que te quede claro en el futuro. Tu Amo fue muy diáfano al respecto de que no abandonaras, bajo ningún concepto, el polígono y mucho menos que te fueras a zorrear con ningún cliente fuera de nuestra vista. Tu deuda ha de quedar saldada trabajando las horas que sean necesarias, pero aquí, a nuestra vera. Lo demás sería demasiado fácil para ti y es, precisamente, lo que no quiere tu Amo. Y ahora, vuelve al trabajo, solo llevas ganado diez míseros euros te queda mucho para terminar tu «jornada laboral». ¡No me oyes, lárgate a trabajar! —Me gritó fuera de sí, dándome, de paso, una patada en el culo para que me levantase y me fuera.

Como pude, magullada por la bofetada y con algunos arañazos en las rodillas por la caída me dirigí donde estaba el chico esperando. Debió ser testigo de la escena, pues el coche ya no estaba.

Me pase la mano por la cara, todavía me escocía la bofetada recibida por ese energúmeno. No era la primera vez que me atizaban, eso era verdad, pero nunca se llega una a acostumbrar a semejantes «caricias», al fin de cuentas, no era más que una simple esclava sexual, con menos estatus que las propias putas. Poniendo la mejor de mis caras me dispuse a «trabajar» en la busca del mayor número de clientes.

Las horas iban pasando. Aun estando a los albores del verano, empezaba a refrescar, calculaba que sería en torno a las dos o tres de la madrugada. Tenía bastante frio, los pezones muy duros, precisamente, por la temperatura ya bastante baja a esas horas de la noche. Llevaría más de quince clientes. A estas alturas de la noche ya me habrían usado por los tres agujeros. Tenía lefosidades pegadas por los muslos, el estómago y las tetas ya que a muchos les daba cosa correrse dentro y lo que hacían era sacarla y vaciarse en la parte de mi cuerpo que le quedara más a mano. Los colombianos tenían razón, cuando más sucia me encontraba, más coches paraban. Estaba muy cansada pero calculaba que con los servicios que llevaba no debería llegar a los doscientos euros, ni la mitad de lo que me exigían.

Las negras más veteranas hicieron pequeñas hogueras donde iban casi todas a calentarse mientras esperaban que fueran llegando los clientes. Ninguna me dijo nada. En este primer día no me dirigió la palabra nadie, seguramente me veían como una brutal competencia a la busca del cliente despistado por lo tanto, no pude calentarme en ninguna hoguera. Permanecía sola en la parte que tenía asignada de acera. De todos modos pensando en el incidente del chico que quería llevarme al hotel, sería muy posible pensar que los colombianos, si me hubieran visto acercarme a alguna hoguera, lo hubieran impedido.

A esas horas ya bastante avanzadas de la noche los pocos coches que pasaban, siempre terminaban parándome a mí y eso, lógicamente les iba minando la moral y enervándolas contra mí, pues suponía que ellas también estarían obligadas a cumplir objetivos.

Sobre las cuatro de la madrugada apareció por nuestra zona el colombiano joven con una bolsa llena de bocadillos y botellines de agua mineral. Iba repartiendo a todas las putas un bocadillo y un botellín.  Ya empezaba a tener hambre. Desde la papilla de la mañana, no había vuelto a probar bocado.

Pasó por mi lado, pero no me dio mi ración. Como seguía andando sin decirme nada le llamé respetuosamente, no quería que éste también me atizara una bofetada como el gordo,

—Perdón, Señor —Le hablé con la voz más sumisa de la que fui capaz— ¿No me va a dar un bocadillo como a las demás?, llevo trabajando desde media tarde y no he comido ni bebido nada

—Para ti no hay nada. Tu Amo fue muy claro con respecto a tu comida. Mañana, antes de salir a trabajar tendrás que buscarte la vida en los cubos de basura que haya por la zona y lo que es peor, no tendrás tiempo para triturarla, tendrás que comer el desperdicio en la misma calle. ¡Y deja de hablar! a seguir trabajando, te queda mucho, no llevas ni la mitad de lo que debes sacar.

Me quedé de hielo. Mi Amo no había descuidado ningún detalle. Me quería emputecida hasta el punto de preferir mi muerte de inanición, si llegara el caso, que un pequeño atisbo de humanidad y a fe que estos colombianos cumplían al pie de la letra su acuerdo, había sabido elegir muy bien.

En ese momento se paró un coche, grande, del tipo todo terreno. Había en su interior cinco chicos jóvenes, bien vestidos, se notaba que el coche era del padre de uno de ellos. Iban cargados de alcohol, se les olía el aliento a kilómetros.

—Hola, guapa —Se dirigió el conductor después de bajar la ventanilla—

Me acerqué, iba moviendo las caderas lo más obscenamente que podía.

—¿Queréis pasar un buen rato? —Les pregunté con voz cariñosa

—Depende. He de reconocer que estas muy buena, aunque algo sucia —Se oyó que lo decía una voz de los que iban sentados detrás.

—Seguro que llegamos a un acuerdo. Solo son diez euros el francés, quince follar y veinte el griego. Daros prisa que estoy de oferta —Les incitaba a que aceptaran.

—¿No haces precio especial a grupos? —Preguntó el que conducía mientras me manoseaba una teta.

—¿No os parece un precio bastante ajustado?, no puedo bajar más. «Mi chulo» me mataría si cobro menos —Tuve que mencionarlo pues al ser cinco, aunque jovencitos todos, debían saber que no estaba sola por lo que pudiera pasar.

—¿Qué hacemos colegas?, —se volvió preguntando al resto— ¿Lleváis pasta?

Observé como entre todos sacaban el dinero intentando hacer un fondo común a ver si les llegaba. Era tan barata que hasta con la paga semanal de un niño bastaría, pensé.

—Vale. Tenemos para todos —Habló el que conducía— ¿Dónde lo hacemos?

Como estaba lleno el coche les indiqué con la mano el descampado donde les iba a realizar «el trabajo», indicándoles que yo les seguiría a pie.

—Perfecto, así echamos a suerte quien empieza

Gracias a Dios, eran los típicos jóvenes heterosexuales, necesitaban su intimidad y, por nada del mundo, querían sacar «su aparato» delante de los colegas.

Cuando llegué ya habían establecido los turnos. Me introduje en la parte trasera del coche. He de confesar que era un vehículo de esos grandes y espaciosos, al menos durante un rato podía calentarme del frio que estaba teniendo. Cada vez iba pasando uno distinto mientras los demás quedaban fuera del coche, a cierta distancia, como buscando la intimidad del compañero que me estaba usando.

Todos pidieron follarme vaginalmente. Me dieron por anticipado setenta y cinco euros. Antes de meterme en el coche corrí a dárselos a uno de los colombianos, no quisiera que ningún billete se me quedara perdido dentro del coche.

Sobre el «folleteo», poco que decir, eran jóvenes, fogosos, impetuosos y rápidos. Todos se corrieron dentro, salvo el último que una vez se la endurecí con la mano y me iba a colocar sentada encima de él me dijo,

—¿No tienes goma?

—No, cariño —Le contesté— Pero no te preocupes, aunque voy un poco sucia, hasta hoy no he cogido nada. Si quieres usar condón debes de traerlo tú, yo no tengo.

—Es que me da cosa correrme donde se han vaciado mis amigos y todos los clientes que hayas tenido esta noche. Créeme, y sin quererte faltar, eres una prostituta, eres más propensa a tener enfermedades. No me fio

No podía decirle nada. No decía más que la verdad. Mi Amo me había convertido en una ramera de la más baja clase posible. Podía haber cogido algo esa noche o las siguientes. Los clientes que tuve eran de lo más variopinto pero sobre todo rastreros y de la más baja estopa.

—No pasa nada. Pero si no me dejas que te haga algo, tendré problemas. Mi «chulo» no va a consentir que te devuelva el dinero —Le dije con voz temblorosa.

—Ah, por eso no te preocupes. Me haces una paja mientras toco esas cadenillas que tienes en el coño que me han puesto a cien. Yo tampoco podría salir sin hacer nada, ¡Qué hubieran dicho mis amigos!

Era verdad, el machito español ante los amigos no puede fallar. Me puse a su lado y se la menee mientras él me acariciaba los piercing. Se corrió rápido.

Estaba muy cansada. Empezaba a amanecer y seguían apareciendo coches. Lo que es el folleteo, pensé. A todas horas «en busca de la puta perdida», sonreí por el chiste para mis adentros.

Hacía tiempo que había perdido la cuenta de los clientes que había tenido en este primer día pero debían ser muchos. Estaba muy sucia y tenía el cuerpo cada vez más pegajoso.

En un momento determinado, no sabría decir cuándo pero ya había bastante claridad, el colombiano gordo se metió en la furgoneta y la arrancó. Puso las luces largas y acto seguido las cortas, debía ser la consigna pues, en ese momento, todas las negras cogieron sus escasos bártulos  y se dirigieron a toda prisa al vehículo. Se acomodaron en la parte trasera.

Creía que no llegaría el momento de descansar, pensé. Me encaminé hacia la furgoneta siguiendo a las putas negras. No me había sentado ni un momento salvo en los coches cuando realizaba el servicio. Estaba muy cansada y dolorida. Además, al ir descalza, se me había clavado algo en las plantas que me hacia ligeramente cojear desde hacía varias horas. Debía pedir unas pinzas y quitármelo donde nos llevaran a dormir, el descampado donde llevábamos a los clientes era de tierra y piedrecitas que me hacían polvo los pies.  Cuando estaba a escasos metros de la furgoneta me agarró del brazo el colombiano joven,

—¿A dónde te crees que vas?

—Pues, como todas. —Respondí bastante intrigada.

Me zarandeo fuertemente de la extremidad que seguía teniéndola bien sujeta. Tal fue el vaivén que perdí el equilibrio y volví a caer sobre de rodillas en el áspero cemento. Me puse a llorar de impotencia y de cansancio, no podía más.

—¿Qué más queréis de mí? —Grité con toda mi alma, sin importarme las consecuencias que pudiera tener ese grito. Era la impotencia la que hablaba.

Se agachó y cerró el puño a escasos centímetros de mi cara,

—Una palabra más y te comes el puño —Me amenazó.

Me quedé de piedra. La cara que me puso de asesino, me hizo comprender que la amenaza no era baladí. Seguía llorando. Mientras en bajito no dejaba de decir, no puedo más, no puedo más…

—¡Tus lloros no me conmueven, puta! —Seguía con el rictus áspero— Según las instrucciones que tenemos de tu Amo, no terminarás la jornada hasta que hayas ganado ochocientos euros.

—Pero señor, llevo desde la tarde haciéndome coches. Ya perdí la cuenta de los que me han follado. Estoy sucia, necesito una ducha urgente. Me salen ríos de semen por todos los orificios, me duelen el coño y el culo de follar tanto. Tengo los pies destrozados. No he comido ni bebido nada desde que llegue aquí. ¡Necesito descansar, se lo suplico! —Lloraba y lloraba mientras pedía clemencia.

—¿Te crees que me importan tus lamentos, zorra? —Ahora era él quien alzaba la voz— Yo también estoy cansado de verte zorrear tanto. ¡Yo también quiero irme a dormir!, puta de mierda  —Me cogió muy fuerte de la coleta, tanto que creí me la iba a arrancar. Grité de dolor.

Me soltó el pelo y saco del bolsillo a una pequeña libreta en donde iba apuntando los servicios de todas,

—Vamos a ver. Según mis anotaciones. Eres, sin la menor duda, la que más ha sacado de todas las putas a mi cargo, doblas por mucho a la segunda. No te creas que algunas de estas negras, las que menos han sacado, tendrán su castigo cuando lleguemos a la nave. Pero es insuficiente. Llevas cincuenta servicios. No está nada mal para ser el primer día, pero con los precios que ha fijado tu Amo, no has recaudado lo suficiente. De los 50 servicios, diecisiete te han follado, veinticuatro se la has mamado y nueve te han dado por culo eso hace seiscientos setenta y cinco euros. Todavía quedan ciento veinticinco. Hasta que no los recaudes seguirás en el polígono, asique andando. Yo me quedaré contigo. Lo único bueno que tienes es que ya no tendrás ninguna competencia quedas tú sola. ¡Vamos, a trabajar!

Como pude me levanté y trabajosamente me dirigí a la acera donde había pasado las últimas catorce o quince horas. Ya era de día. Se veían mezclarse los últimos coches que iban a recogerse después de una juerga con aquellos que iban a trabajar a alguna de las empresas ubicadas en el polígono, eran esos últimos los que asombrados me miraban al pasar. Debía tener una estampa desastrosa, desnuda, muy sucia y llena de semen por todos los lados.

Según mis cálculos debería hacer, al menos, ocho o diez servicios más según que se tratara de un precio u otro. Me quise morir. No me veía capaz de cumplir el encargo.

En ese momento paró un coche, fui directamente hacia él. Era un hombre de unos cuarenta años. No parecía que volviera de juerga, más bien lo contrario, iba a trabajar. Supe después, pues llegó a ser un cliente fijo durante el tiempo que pasé allí, que era un directivo de una de las empresas ubicadas en el polígono. Paró el coche y bajando la ventanilla,

—Estas hecha polvo, chica. ¿Necesitas ayuda?

—No, gracias señor —respondí— ¿Quiere pasar un rato agradable conmigo? —Mi tono de voz, ya había dejado de ser sensual, era más un sonido implorando amparo. Mecánicamente empecé a recitar los precios— Son diez eros el francés…

—No sigas —Interrumpió— Me los conozco de memoria. Trabajo en este polígono desde hace años. Sube

Me abrió la puerta del coche y nos encaminamos al descampado de siempre. Una vez paró el coche, le intenté meter mano a su bragueta con intención de sacarle el miembro mientras decidiera que servicio quería que le hiciera, fue cuando con la mano me dijo que parara,

—Ahora no me apetece —Me dijo muy cortésmente—

—Entonces, ¿por qué me ha parado? No puedo entrar en los coches sin más, si no trabajo me pueden castigar. ¿No ve que me vigila «mi chulo»? —No era cuestión de ponerle en antecedentes de que, en realidad no tenía chulo, tenía algo peor, un Amo despiadado que me había puesto a cargo de esos desalmados para pagar una deuda que nunca quise tener—

Abrí el picaporte del coche y me dispuse a bajar de inmediato. Sabía que me estaría mirando el colombiano y no quería que acudiera a saber qué estaba pasando. Me cogió la mano suavemente para evitar que abriera la puerta

—No te preocupes por eso —Me dijo con dulzura— Ya sé cómo funcionan estas mafias. Si quieres arranco el coche y nos presentamos en la primera comisaria y denunciamos a esta gente. ¡No pueden tenerte en ese estado!

Pude ver como estaba haciendo el ademán de arrancar el coche. Algo dentro de mí impidió que lo hiciera. No era, de momento, carne de trata de blancas ni nada por el estilo. Aunque seguramente no me creyera era una simple esclava sexual, como indicaba mi tatuaje del abdomen. Mi estado fue buscado voluntariamente y, al menos, teóricamente podría dejarlo cuando quisiera, ese era el problema que algo en mi interior me obligaba a obedecer ciegamente a mi Amo y por ende a las personas a las cuales les encomendaba mi custodia. Me escuché decir,

—No me lleve a ningún sitio. Si me lleva a la policía solo diré que me ha secuestrado usted. Estoy aquí por mi voluntad, nadie me obliga a ello.

El hombre se quedó de una pieza, sin saber muy bien qué decir,

—Si de verdad quiere ayudarme, —Le dije con voz suave pero firme y mirándole a los ojos— págueme ciento veinticinco euros. Es lo que necesito para poder ir a descansar. Hasta que no los consiga tendré que seguir en este polígono.

—Si es lo que quieres, no voy a meterte en problemas —Sacó la billetera y me los dio.

No podía creerlo por fin había llegado a la cantidad exigida. Me puse a llorar mientras estrujaba el dinero,

—Muchas gracias caballero, me ha salvado usted.

—Paso todos los días por aquí para ir a trabajar. Si alguna vez tienes problemas o quieres ayuda llámame —Hizo el ademán de darme una tarjeta de visita, pero se dio cuenta de lo obvio, iba desnuda, no podría esconderla y si el colombiano la veía podía buscarme otro problema. La volvió a guardar en la billetera— De todos modos te pararé a menudo y me vas contando (He de decir que cumplió con su promesa, me paró casi a diario pero no para hablar. Fue uno de los clientes que más veces me usó durante ese mes y disfrutó de todos los servicios, bien es cierto que siempre pagó muy bien, incluso por encima de los precios oficiales).

—Lo que usted quiera —Contesté. Ya más preocupada de que no se me callera el dinero, qué de lo que me estaba diciendo.

Me bajé del coche, viendo como arrancaba y se perdía entre las calles del polígono. Corrí a darle el dinero al colombiano que estaba bastante mosqueado con lo que estaba pasando dentro del coche y presto a actuar en cualquier momento.

—Aquí están los ciento veinticinco euros que faltaban. Abriendo mi puño se los entregué.

—¿Cómo que te ha dado tanto dinero?, habéis estado diez minutos, solo os he visto hablar, ¿Qué le has contado? ,¿era madero?, ¡Vamos, responde! —Me gritó cogiéndome fuertemente del brazo.

—No es de la policía. Le he debido caer bien. Le hice un trabajito rápido y quedó tan satisfecho que me dio propina. ¡Créame, por favor, eso es lo que ha sucedió! —Se lo decía en un mar de lágrimas.

Sea porque el cansancio también le estaba haciendo mella y quería irse a dormir, o porque le convencí, el caso es que dio por buena mi respuesta y me ordenó que me metiera en un vehículo aparcado a pocos metros de donde nos encontrábamos.

—¡Vamos, métete en el coche! Pero ten cuidado y no me ensucies el asiento de leche—Me ordenó— Por hoy hemos terminado.

Creía que no llegaría el fin de mi «jornada laboral». Miré de reojo el reloj del coche, eran las nueve de la mañana. Había estado más de dieciséis horas trabajando ininterrumpidamente sin comer, sin descansar y sin lavarme. Me acurruqué en el asiento con cuidado de no mancharle la carrocería aunque, a decir verdad, el coche estaba muy destartalado y alía a cochambre. No sabía a dónde me llevaría.

Estuvo conduciendo poco tiempo, diría que menos de diez minutos. Creo que no llegamos a salir totalmente del polígono. Paró el vehículo en una especie de nave industrial. Parecía abandonada o, al menos, desocupada.

—Vamos, baja —Me ordenó.

Obedecí. Estaba un poco asustada, no sabía dónde me llevaba. Creía que me conduciría a una especie de piso patera que suelen tener estas  organizaciones clandestinas de trata de mujeres donde, al menos, me darían un jergón para  poder descansar. Lo que no había previsto era esa especie de nave que parecía abandonada.

El colombiano abrió el portalón que daba acceso a la entrada, había una cadena amarrada a un gran candado, se encontraba abierto y, junto con la leontina, tirados en el suelo. Alguien había llegado antes que nosotros, pensé. Con la mano me indicó que pasara. Así lo hice. Estaba nerviosa, desconocía lo que me iba a encontrar al traspasar aquella puerta. Estaba muy oscuro. Al final de lo que parecía ser una nave alargada  se vislumbraban unas pequeñas luces.

—Bienvenida a tu nuevo hogar, princesa

Me volví, era la voz del otro colombiano, el gordo, como yo le llamaba. Estaba en calzoncillos y camiseta sin mangas toda roída.

—Os esperábamos más tarde —Hablaba con el joven— ¿Tuvisteis algún percance con la pasma?

—Nada de eso, —Respondió, mientras atrancaba por dentro el portón y ponía la cadena cerrando a continuación el candado —El caso es que esta puta cuando quiere trabajar lo hace de miedo. Paró a un cliente y le debió de dejar tan satisfecho que le dio una buena propina, justo el dinero que la faltaba para completar el día. Estoy agotado, me voy a descansar.

—Cuando salgas, acuérdate de poner el candado —Le recordó el gordo.

Estaba de pie, junto a los dos, sin saber muy bien qué hacer y, sobre todo donde podría ducharme y luego descansar. El gordo pareció comprender mis dudas,

—Dirígete al final de la nave. Veras a las negras durmiendo en una colchoneta. Túmbate junto a ellas y duerme, lo vas a necesitar.

—¿Podría antes lavarme un poco?, estoy muy sucia y huelo a semen por todo el cuerpo.

La carcajada debió oírse en todo el polígono, al menos seguro que despertaron a las negras,

—¿Has visto alguna ducha por aquí? —Me preguntó irónicamente— Si te portas bien y no das mucho la tabarra, quizás cuando os levante para ir a trabajar te deje un poco la manguera para que te refresques. Ahora a dormir —Y mirando su reloj, dio por terminada la conversación— Son las nueve y media, a las doce tienes que estar haciendo la calle. No te quedan más de dos horas para descansar. ¡Venga, vete con las negras y acuéstate!

Fui caminando, había poca luz, solo algunos ventanales muy mugrientos pegados al techo. Efectivamente a medida que llegaba al final de la nave escuché algunos quejidos y toses, las vi. Había seis mujeres hacinadas en una colchoneta tirada en el suelo de anchura no más grande que una cama de matrimonio de uno treinta y cinco. Casi no cabían. Solo una manta para todas. Huelga decir que las que estaban situadas en los extremos no les llegaba el cobertor. No sabía muy bien cómo podría encajar entre aquellas mujeres. Me quedé de pie estudiando como podría meterme entre ellas.

Escuché al Gordo que venía detrás de mí, me volví,

—Señor —Le dije— No hay sitio

—Ya verás como si

Le dio una patada a la muchacha que dormía más al filo de la colchoneta,

—¡Córrete, puta, que tiene que entrar otra! —La chilló.

La chica, protestando guturalmente, se junto más si cabe a la que tenía a su lado, dejándome un resquicio donde casi no entraba. El colombiano me indicó con la mano que me tumbara. Así lo hice. Estaba muy cansada y solo teníamos dos horas para recuperar algo de sueño. La chica que tenia pegada a mi despedía una pestilencia a sudor. No me importó, seguramente yo olía peor. Por supuesto que no me llegó la manta. Menos mal que al estar las siete mujeres tan juntas nos dábamos «calor humano», aunque más que combustión, era cochambre por lo mal que olíamos todas. No me importó. Había sido un día muy largo y todavía me quedaban veintinueve más. Me sonaban mucho las tripas, tenía hambre, pero el sueño era mucho más fuerte. Antes de quedar dormida aun escuché que el colombiano me decía,

—Si tienes ganas den mear, o algo más lo haces en este cubo. Cuando os despertéis lo limpiáis, las negras ya saben cómo hacerlo.

Torcí un poco el cuello y vi una especie de balde, no muy grande lleno de meados y con algún trozo de mierda flotando. Era un barreño comunitario. Eso fue, quizás, lo que menor efecto me produjo ya llevaba varios meses haciendo mis necesidades en un cagadero similar al de los gatos. La cubeta, en comparación, me resultaba casi un lujo. Ya no escuché más, quedé dormida en el acto.

Al cabo de un rato, a mi me parecieron minutos, sentí una patada en mi trasero. Era el gordo que nos estaba despertando de una manera muy brusca,

—¡Vamos putas, que no se os paga para dormir! Son las once y media de la mañana, hay que prepararse para trabajar!, seguía gritando.

Dos horas, eso era lo que había dormida. Me levanté trabajosamente. Me tiraba toda la piel, la lefa estaba súper pegada. El estado en el que me encontraba era nefasto, claro que las demás no estaban mucho mejor que yo.

Mecánicamente, las negras iban repartiéndose las tareas. Antes de ello, una a una fuimos yendo al balde a orinar. Cuando terminamos, una de ellas, seguramente lo harían  por turnos, cogió el barreño y se lo llevó para vaciarlo. No sabía qué hacer. Permanecía de pie esperando instrucciones y sobre todo aguardando que alguien me dijera como podía lavarme y, sobre todo, comer algo.

Apareció el gordo. Traía, en una bolsa de plástico roída, una especie de panecillos. Fue distribuyendo a cada una un chusco. Pasó por mi lado pero a mí no me dio nada. Ya me lo había advertido el joven por la noche cuando repartió «la cena» a las negras.

—Como tú no tienes derecho al desayuno —Si es que a un simple panecillo se le puede llamar desayuno, pero no dije nada— vete a la entrada de la nave, una de las putas te acompañará, ella sabe dónde está la manguera. Que la sujete y te lavas un poco. Después ya te indicaré donde puedes ir a «buscarte la comida». ¡Vamos, muévete. No tenemos todo el día! —Me gritó bastante cabreado— Sólo dispones de media hora para hacerlo todo y ya han pasado diez minutos.

—Tú, —Señalando a una de ellas— Acompáñala.

Con bastante cabreo, lo percibí en su cara, se dirigió sin decir nada a la puerta de la nave. Yo la seguí en silencio unos pasos por detrás. Salimos fuera. En un rincón estaba la manguera, era de esas utilizadas para el riego. Me acercó una pastilla de jabón, toda mugrienta y roída. No hablaba muy bien español pero algo la entendí, parece ser que esa tableta era para todas y tenía que durar una semana por lo que no debía utilizarla mucho. Quedé alucinada.

Me deshice la coleta, estaba, como el resto del cuerpo, estropajosa de semen seco. Colocándome enfrente de ella, abrió el grifo y la manguera empezó a expulsar agua. Muy fría y con bastante presión. Hay que ver lo que son las cosas. Ya había sido lavada con una manguera y a mucho más a potencia que esta (nota.- leer capítulo 4º). No me asustó en demasía. Era, incluso reconfortante, ver como mi piel se desprendía de esa costra mal oliente de lefosidades de todo un ejército de clientes. Con la pastilla de jabón me restregué todo lo que pude, cabello incluido, frotándome con las palmas de las manos. La esponja era otro «artículo de lujo» al que no podíamos aspirar.

—Ahora, cuando termines, te secas al sol —No tenemos presupuesto para toallas— Reía el gordo por su ocurrencia desde la puerta de la nave.

Todavía no me explico cómo no cogí una pulmonía. Se ve que las esclavas somos «de otra pasta». Solo me dio tiempo a volverme a hacer la coleta con el pelo mojado, cuando el gordo se dirigió a mí,

—Sígueme y deprisa. Son menos diez, te quedan escasamente diez minutos para «desayunar».

Salimos del perímetro de la nave. Cerca había otras fábricas y almacenes industriales. No se veían viviendas. Algunas colonias de adosados podían vislumbrarse de lejos, pero estas estaban, al menos, a medio kilometro o más.

—Revisa los contenedores de esta zona. No te puedes alejar mucho —Me lo decía mirando a lo lejos donde se vislumbraban las viviendas— Hay prisa. Debes estar a las doce «en tu puesto de trabajo», como parecían disfrutar estos «chulos» de pelo y medio en abusar de nosotras, sobre todo de mi, que al ser Española y haberles autorizado mi Amo a vejarme cuanto quisieran, se tomaban al pie de la letra su condición de «Amo en funciones».

Disponía de diez minutos. Corriendo me dirigí al único contenedor que había cerca. Lo abrí como pude. Estaba casi vacío pero se me iluminó la cara, parecía que en el fondo, había restos de lo que debía ser un par de bocadillos. Debía «competir» con algún roedor que andaba merodeando por dentro. No me lo pensé dos veces tenía muchas hambre. Me introduje dentro y agarré con ansiedad aquellos restos de lo que una vez fueron emparedados. Menos mal que los ratones salieron corriendo. Más tarde, pensando en aquello, me entraron escalofríos si alguno me hubiera mordido. Iba desnuda y descalza como siempre.

—¡Vamos, puta se te acabó el tiempo! —Escuché al gordo que me llamaba— Recogí para el camino algunos otros desperdicios que me parecieron «comibles» y Salí como pude del contenedor.

Cuando llegué a la puerta, ya estaban las seis negras preparadas y dentro de la furgoneta, me estaban esperando. Me introduje como pude y partimos al trabajo. Íbamos las siete como «sardinas en conservas» en la parte de atrás.

Me extrañó que, desde que nos despertaron, sólo estuviera el gordo. No había visto al joven desde que me dejó en la nave. Con el trascurso de los días, pude enterarme. Se turnaban. Solo uno de ellos se quedaba en el almacén a dormir con nosotras, pues debían vigilarnos. Eso sí, disponían de un jergón para ellos solos. El otro se iba a dormir a un hotel que había muy cerca. Un hospedaje ubicado estratégicamente en el mismo polígono y en donde, algunos clientes más adinerados en vez de hacerlo en el coche, se llevaban a las putas. Salvo a mí que me estaba totalmente prohibido abandonar mi zona de trabajo. Por lo tanto, por las mañanas solo había uno, el otro se dejaba caer por nuestra zona ya bien entrada la tarde.

Nos dejaron en la misma acera y nos situaron en posiciones parecidas a las que tuvimos el día anterior. Cuando me dirigía a mi posición, me dijo;

—Ya lo sabes. No te moverás hasta que consigas la plata de rigor. ¡Ponte las pilas y a trabajar duro!

No hacía más que empezar y ya estaba cansada. No había dormido más de dos horas escasas, y solo tuve diez minutos para comer. Terminé de apurar un pedazo de pan que había cogido del contenedor y lo llevaba en la mano. Estaba un poco mohoso pero no me importó me lo comí en dos bocados.

Y así, de esa manera fue transcurriendo la primera semana. Todos mis agujeros iban siendo mancillados una y otra vez por un puñado de euros. Había momentos en que tenia cola de coches esperando. Salía de uno, iba corriendo a entregarle el dinero al colombiano de turno y entraba en otro. Una chica blanca, joven, desnuda y muy complaciente, haciendo cualquier servicio por pocos euros era «un dulce» demasiado apetecible para los currantes asiduos de aquel polígono.

No había día en que «mi jornada laboral» terminara antes de las siete o siete y media de la mañana. Luego, la misma rutina, me llevaban a dormir con las demás. Al ser siempre la última en llegar (las negras se recogían en torno a las seis) siempre me tocaba descansar en un extremo minúsculo de aquella colchoneta raída y mal oliente tirada en el suelo y, como siempre, rezumando semen por todos mis agujeros y con la piel tirante por la «leche» pastosa y seca que llevaba adherida.

Siempre nos despertaban a las once y media. Las negras disponían de media hora para adecentarse, vaciar el balde y comerse el panecillo (a ellas se les permitía lavarse cuando llegaban de trabajar en la madrugada, unas lo hacían y otras no, pues era mucho el cansancio acumulado de todas). En mi caso siempre por la mañana, diez minutos para la ducha de manguera y veinte para poder comer cualquier desperdicio que encontrara en los basureros de aquel lugar. No volví a perder tiempo como el primer día.

Nunca me dieron los colombianos un simple bocadillo o chusco de pan. Lo único que me facilitaban era un botellín de agua cuando empezaba mi jornada que debía racionármelo para todo el día.

Con la experiencia, mientras hacia los servicios y cuando el cliente era asiduo siempre le pedía que me trajera algo de comer y, sobre todo, agua. Mientras me follaba aprovechaba para engullir y beber. Siempre dentro del coche y fuera de la vista de mis guardianes.

Mis necesidades fisiológicas, al igual que las demás, las hacíamos donde podíamos. Lo habitual era buscar algún lugar apartado del descampado donde traíamos a los clientes y ahí ponerse a hacerlo. Al ser una llanura sin árboles, lo de «buscar un lugar apartado» era imposible, además había que hacerlo rápido, en mi caso, muy deprisa, siempre solía tener algún cliente esperando. Al final terminaba haciéndolo en cualquier lado y, casi siempre, a vista de todos, clientes y putas, que se encontraran en ese momento trabajando.

Lo malo es que no me estaba permitido llevar ni tan siquiera clínex para limpiarme y mucho menos tener algún papel higiénico. Si en ese momento no tenía a nadie esperándome aún podía buscar alguna planta o restos de rastrojos allí tirados para, al menos, asearme el culo, si me estaban aguardando, entonces ni eso. Lo malo que al ser una de las pocas que hacia el «griego» y, encima, a pelo, debía andarme con cuidado de ensuciar el miembro de los clientes, con el consiguiente enfado de ellos. Pude solucionarlo haciéndoles siempre, después de cada servicio, una «limpieza de sable» con la lengua hasta dejarlas impolutas. Como siempre les decía,  ese trabajo va «por cuenta de la casa».

De vez en cuando, era usada por cualquiera de los colombianos. Siempre decían que «eran horas extras que debía hacer». Me llamaban entre servicio y servicio y me hacían entrar dentro de la furgoneta y ahí se desahogaban de la manera que les apeteciera en aquel momento. Eso sí, salvo la primera vez, siempre utilizaron condón. Intentando humillarme con comentarios al uso de; «Estás siendo montada por cientos de personas, no queremos arriesgarnos a pillar algo».

Aún y así, la primera semana pude, con mucho esfuerzo, «cumplir los objetivos» marcados por mi Amo y sus colegas colombianos.

Al empezar el octavo día, me despertó Matías, «el chulo» joven, ese día le tocaba a él dormir en la nave con nosotras.

—¡Levántate puta! —Me gritó de peores modos que habitualmente lo hacía.

Me pareció que era más pronto que de costumbre. Pensé que quería desahogarse antes de que empezase mi «jornada laboral», pero tampoco era lógico. Precisamente fue él quien me usó a primera hora de la mañana, justo antes del último cliente. No era lógico dos veces en tan poco espacio de tiempo, solo atiné a contestar medio dormida,

—Por favor, estoy muy cansada. Todavía no es la hora. Mañana le haré lo que quiera pero déjeme dormir un rato más, se lo suplico.

—¡Puta!, si te digo que te levantes lo haces hayas o no dormido —Me gritó a escasos centímetros de mi cara, mientras me cogía fuertemente del pelo.

—¡No quiero chingarte, so puta! —Seguía tirándome de la coleta muy fuerte— Ha venido tu Amo y quiere verte. Está en la entrada de la nave.

Me dio un vuelco al corazón, se había dignado a venir, seguramente a saber cómo me encontraba. Abrí los ojos. Me estaba tirando muy fuerte del pelo, temía que me lo arrancara, pero ese dolor ya no me importaba,

—¡Ha venido Él! —Atiné a decir,

Soltó la presión del pelo y me pude levantar todo lo deprisa que pude. Corrí a la entrada y le vi. Igual de apuesto y guapo que siempre. Nunca entendí después de las pruebas tan duras que me hacia realizar, cómo le seguía queriendo hasta el punto de convertirme en la esclava que soy, todo por Él.

Me quedé a escasos metros de donde estaba. No sabía cómo actuar, no me atrevía a hacer ningún gesto que pudiera mal interpretar y, por consiguiente enojarlo. Bajé la cabeza con los brazos a la espalda en señal de sumisión y respeto esperando acontecimientos.

Estuvo callado unos minutos, escrutándome detenidamente, hasta que al fin,

—Estás muy sucia y llena de esperma pegado por todo el cuerpo. Este aspecto que tienes me da una idea bastante concreta de lo que «has disfrutado» esta semana —No había perdido un ápice de su ironía mordiente.

—Perdón, mi Amo —Respondí bajando más la cabeza, síntoma de la vergüenza que sentía al presentarme así.

—¿Te tratan bien estos señores?

—No tengo queja, mi Amo —Le mentí.

—Me parece muy bien. Veo que estas aprendiendo a marchas forzadas —y cambiando de tema— Me han comentado que estas cumpliendo a la perfección los objetivos marcados.

Parecería una tontería, pero en aquel momento me sentí feliz. No era masoquismo ni nada por el estilo, era amor con mayúsculas. Para un esclava, eso era lo más bonito que le podía decir su Amo. Quién no haya experimentado y vivido una esclavitud voluntaria por amor, no lo entenderá. Una esclava es feliz cuando su Amo reconoce por acción o por omisión que sus órdenes han sido cumplidas a rajatabla y sus deseos realizados por ella. Así me encontraba yo en aquel momento.

—Gracias mi Amo —Fue lo único que pude decirle pero con la cara feliz. Era, quizás, la primera vez desde que me convertí en su esclava, que hablaba bien de mí.

—Pero no todo tienen que ser parabienes, ¿verdad esclava? —En ese momento cambió su rictus, más acorde a lo que estaba acostumbrada de Él.

No sabía a qué se refería realmente. Me mantuve en silencio hasta que decidiera explicarse. Al cabo de unos segundos, me bajó a empujones de «mi pedestal».

—Como te dije cuando te dejé a cargo de estos caballeros —Señalando al colombiano joven que me había despertado, único de los dos que en ese momento estaba presente en la conversación— Iba, de vez en cuando a pasarme por aquí y a seguir con «nuestra instrucción».

Desconocía, en aquel momento, a que se refería con «nuestra instrucción», pero empecé a ponerme un poco nerviosa y temerme lo peor. Se encendió un cigarro. El colombiano raudo y solícito le ofreció lumbre. Cuando expulsó la primera calada, se me vino el mundo encima;

—He venido a azotarte

Creí morir en aquel momento. Después de cómo estaba pasando la semana. Durmiendo una media de cuatro horas. Comer de la basura y lavarme en una manguera con agua fría todo en menos de media hora y trabajar de puta durante casi veinte horas al día dejándome mancillar todos los agujeros de mi cuerpo para pagar una deuda que yo nunca pedí, mejor dicho, doblar el débito, pues debía pagar también otro tanto a «mis cuidadores».

Ahora venía a quitarme una hora de descanso… ¡para azotarme! En ese momento las fuerzas me fallaron y caí de rodillas a sus pies, totalmente derrotada.

Estuvo callado, mientras se fumaba el pitillo, sin decir nada. Observando mi humillación o, quizás debería decir, disfrutando de mi humillación. No había cambiado, era el mismo sádico de siempre y disfrutaba con la visión de verme vencida.

Levanté un poco la cara y pedí permiso para hablar. Al concedérmelo, solo atiné a preguntar,

—¿Por qué me hace esto?, ¿no estoy cumpliendo a rajatabla con lo ordenado por usted?

—No es personal —Respondió fríamente— ¿No recuerdas las dos faltas que cometiste el día que te traje al polígono y que prometí me pasaría para cumplir con el correspondiente castigo? Pues hoy es el día.

—No me acuerdo Amo —Repliqué con lágrimas en los ojos.

—¡Ahí que ver como sois las sumisas de olvidadizas! Pero para eso tienes a tu Amo, para recordarte las faltas; La primera cuando el cirujano te usó por el culo y la sacó sucia y la segunda por tu insolencia al hablar sin permiso en mi despacho —Mirando el reloj, aseveró— No perdamos más el tiempo. Son las once de la mañana y en una hora debes estar en tu puesto de puta y no seré yo quien te retrase. Eso sí, un poco marcada, pero seguro que eso a los clientes les gustará.

—¡Átela, por favor! —Indicó al colombiano.

—Ya has oído a tu Amo. ¡Dame las manos!

Con una cuerda, me ató las muñecas y con el resto lo pasó por una viga que había en el techo de la nave. Tuvo que realizar varios intentos, pues la traviesa estaba alta. Al final pudo pasar el extremo de la cuerda. Tirando de ella fue elevándome los brazos hasta que estos quedaron por encima de la cabeza. Siguió tirando y me fue alzando hasta que quedé de puntillas, fue en ese momento cuanto ató el cabo a una columna próxima.

Mientras me ataba el colombiano, mi Amo había desaparecido. Escuché que abría el maletero del coche, volvió a cerrarlo y apareció con un látigo de metro  o metro y medio de extensión todo de cuero trenzado., Me estremecí solo con verlo.

Me entró un ataque de pánico y empecé a gritar y a suplicar

—¡Por favor mi Amo!, ¡Se lo suplico! ¡Tenga Piedad de mí!

—¡Una esclava no suplica! —Me gritaba cada vez más alto— ¡Una esclava acepta su castigo!

Mientras decía esas frases iba golpeando con el látigo el aire. El ruido que despedía me hizo orinar de pavor. A su lado el colombiano parecía disfrutar del espectáculo y, en algún momento, debió llamar al gordo, porque en mitad de mis ruegos le vi aparecer por la puerta y saludar a mi Amo muy cortésmente. Se ve que no quería perderse el espectáculo.

—¿Habéis despertado a las negras?, deberían estar presentes y observar como se castiga a una zorra desobediente, por  si  vosotros  queréis  en  un  futuro  amenazarlas  con  algo  parecido —Comentó mi Amo.

—No se preocupe. Ya las hemos llamado. Están recogiendo y limpiando. Ahora vienen.

—Muy bien —Hizo tiempo siguiendo golpeando el látigo al aire, hasta que comprobó que las negras estaban presentes— Ya estamos todos —Comentó— ¡Empecemos!

No me lo podía creer. Iba a ser castigada en presencia de las pobres mujeres que estaban también obligadas a prostituirse y de sus chulos. Intenté tensar el cuerpo todo lo que me dejaban las ataduras que era bien poco y me dispuse a recibir el castigo.

¡Zas!, el primer latigazo me alcanzó de lleno en los riñones. Se me tensaron todos los músculos de la espalda. Grité, más que de dolor de pura rabia e impotencia.

—¿Qué se dice, puta? —Gritaba

—¡Gracias, mi Amo! —Chillé con fuerza, soltando toda la energía contenida en aquella semana trágica en la que fui mancillada de todas las maneras y formas inimaginables.

¡Zas!, el segundo se estrelló con virulencia en el centro de mis glúteos. Aullé de dolor.

Mi Amo me conocía perfectamente y pudo darse cuenta que mis propios gritos de desconsuelo eran fruto de toda la rabia contenida, pues a medida que iba descargando los latigazos gritaba la misma cantinela;

—¡Tendré que rasgarte toda la piel, pero ten por seguro que acabaré domando tu orgullo!

—Este para que aprendas a obedecer como es debido, ¡Zas!,

¡…..Ahhhh! Me retorcía, lloraba y gritaba todo a partes iguales. Pensé que de seguir así cumpliría sus amenazas y me rasgaría toda la piel.

Entre latigazo y latigazo, pude llegar a ver como las negras intentaban dejar de mirar. Algunas lloraban por el castigo que estaba recibiendo. Otras se tapaban los ojos con sus manos.

Y seguía azotando y yo agradeciéndoselo. Parecía que mi Amo intentaba atizarme cada vez más fuerte para que llegara un momento en que no pudiera por mor del dolor poderle dar las gracias. Él sabía perfectamente que el mero hecho de hacerlo me otorgaba un halo de dignidad que quería destrozar a toda costa.

Pero como todo, llegué a mi límite. Con auténticos espumarajos que me salían de mis propias entrañas, me vi derrotada y llorando con apenas un hilo de voz le supliqué clemencia.

En ese momento mi Amo, dándose cuenta de su victoria ante mi propia dignidad, dio por concluido la primera parte del castigo. Estaba sudoroso, pero satisfecho. Tiró el látigo al suelo. Dirigiéndose a los colombianos,

—¡Traer la manguera, deprisa!

Los chulos se miraron entre sí, pero no discutieron la orden. Al cabo de unos minutos llegaron con el extremo del tubo donde escupe el agua. La agarró mi Amo y dio instrucciones para que abrieran el grifo con la máxima potencia. Cuando empezó a salir el fluido apuntó a mi maltrecha anatomía y metiendo un dedo a mitad de la boquilla el líquido salió disparado con la máxima presión que pudo otorgarme. Grité con toda mi alma. Las marcas lacerantes en mi cuerpo, producto de los latigazos, se vieron seriamente dañadas por el golpeo insistente del agua a presión. Mis lamentos eran guturales, parecía un autentico animal en el momento mismo de su sacrificio. Pero nada ablandaba el corazón de mi Amo que quiso, en presencia de los colombianos y sus putas, darme una lección de humildad que nunca olvidaré.

Después del castigo, me dolía el cuerpo horrores. El sufrimiento en mi torso fue terrible cuando el agua, disparada con tanta presión, chocaba violentamente en toda mi epidermis.

En ese momento sentí escalofríos en mi organismo. Sacando fuerzas de flaqueza me revolví todo lo que las ataduras me dejaron, que fue muy poco. Tanto sadismo asustó incluso a los colombianos que empezaron a mirar la escena con bastante pavor pero, lógicamente, no se atrevieron a intervenir. Al cabo de varios minutos, ordenó a los «chulos» que cerraran el grifo. Estaba totalmente empapada, muy dolorida y tiritando de frío.

—¡Desatadla y llevadla a trabajar! —Ordenó mi Amo a los colombianos.

Pude entrever por el poco halo de vista que me quedaba, como mientras me estaban desatando, mi Amo recogió el látigo y metiéndose en su coche, se perdió por las calles del polígono sin despedirse de nadie.

Me tuvieron que sujetar, pues en el momento que las cuerdas dejaron de hacer presión en mis brazos, noté como mis piernas no aguantaban mi peso y corría el riesgo de caer al suelo  de golpe.

Me colocaron suavemente en el piso y me dejaron unos minutos para que pudiera recobrar un poco el aliento. Tenía marcas lacerantes en la espalda, el pecho, el estomago, las piernas y, sobre todo, en el culo donde se cebó más en los latigazos. No sabría decir cuántos me dio pero debieron ser muchos.

En ese momento, mientras que los colombianos fueron a recoger o quizás a recuperar ellos también el aliento de lo que habían presenciado, vi como las seis negras que, hasta ese día me habían visto con cierta envidia y habían evitado dirigirme la palabra más que lo estrictamente necesario, se acercaron y una a una me ofrecieron parte de su panecillo que tenían para desayunar. Se dieron cuenta que, aun dentro de su propio infortunio y adversidad, todavía había alguien que lo estaba pasando peor y, lo que era incomprensible para ellas y para cualquier mortal, que lo hiciera voluntariamente.

El acto de humanidad de aquellas mujeres me llegó al alma. Volví a llorar pero esta vez era por el acto tan altruista de aquellas mujeres. Desde aquel día y hasta que terminé de pagar la deuda, es decir, los siguientes tres semanas, la relación con ellas fue de total gratitud y amistad.

Al cabo de un buen rato, llegaron los colombianos. Estoy convencida, aunque nunca me lo dijeron, que fueron testigos de aquel acto de humanidad que tuvieron aquellas negras conmigo y conscientemente me dejaron más tiempo para que pudiera reponerme algo y, sobre todo, comer aquellos panecillos, pues mi Amo no había dado instrucciones al respecto aquella mañana, limitándose a ordenar que me desataran y me llevaran a trabajar.

Ese día, lo pasé peor que de costumbre. Tenía mucho picores y raspaduras del azote y aún y así pude completar la jornada y recaudar los ochocientos euros exigidos. Muchos clientes, sobre todo lo «fijos» me preguntaron por los vergazos que tenía en mi piel. A todos les respondía lo mismo; «no ha sido nada», «me lo he ganado a pulso», luego les ponía una sonrisa angelical y me abría de piernas para que el cliente solo se preocupara de su placer y dejara de pensar en las dolencias de una simple esclava que, accidentalmente, estaba trabajando de puta en uno de los polígonos más sórdidos de la ciudad.

  • FIN DEL NOVENO CAPITULO-