LA ESCLAVA INFELIZ (3ª Parte).
Historia de una joven que acepta la esclavitud por amor, pero ese sentimiento puede no ser suficiente para alcanzar la felicidad.
LA ESCLAVA INFELIZ
(3º Parte)
Al cabo de unas horas me desperté. La humedad existente en la estancia hacia que tuviera bastante frio. No sentía los brazos, se hallaban dormidos por la postura tan lacerante de llevarlos esposados a la espalda. Me entraron muchas ganas de orinar pero me resistía a hacerlo en el suelo. Estaba muy oscuro, no sabría decir si era ya de día o continuaba la noche. En el sótano donde me encontraba amarrada a aquella columna no había ninguna ventana que me pudiera servir de referencia para saber si ya había amanecido.
No podía aguantar un minuto más. No sabía cuando vendría a buscarme, aunque sospechaba que sería bastante tarde al comunicarme, antes de abandonar el trastero, que sí me entraban ganas no me reprimiese y lo hiciera en el suelo. Me resistía con toda mi alma a mearme en aquel lugar pero el tiempo pasaba lento y no tuve más remedio que claudicar en el empeño. Estiré la cadena al lado opuesto donde estaba con la intención de desahogarme lo más lejos que pudiera. La tensé y, con alguna dificultad, me puse en cuclillas para no mancharme de mis fluidos que estaban a punto de salir. Abrí ligeramente las piernas y descargué la vejiga. El torrente fue tan potente que al chocar contra el suelo acabó por salpicarme los muslos y parte de mis pies. A pesar de ello, me quedé relajada. Volví a situarme en el lado contrario de la columna estirando nuevamente la ajorca pero había salido tal cantidad de líquido y la amarra era tan corta que poco a poco, el charco se iba haciendo cada más grande llegando a alcanzar el lado donde me encontraba sentada, no pudiendo evitar mojarme el culo.
Al menos, las ganas que tenía de defecar todavía eran muy pequeñas, de momento podría aguantar. El tiempo pasaba lento y no se escuchaba ningún ruido. Desconocía cuanto tendría que esperar hasta que mi Amo se dignara a venir. No sentía los brazos, el frio y la humedad eran intensos y ahora habría que sumar el charquerío formado por mis orines.
Al fin, escuché ruidos en la cocina y pasos bajando la escalera. Se abrió la puerta y encendió la bombilla. Por unos segundos me quedé cegada hasta que mis ojos fueron acostumbrándose a la iluminación de la sala.
Era mi Amo, pulcramente vestido con su traje de chaqueta. ¿Has dormido confortablemente?, -me preguntó con ironía-. Espero que te haya servido la noche para poner en claro tus ideas, -seguía hablando-. De repente se fijó en el enorme aguazal que se había formado y comentando con chanza le oí decir; Al menos te has desahogado a gusto, aunque te encuentras toda meada, -sonrió-. Pero basta de parloteo, es mediodía y tenemos mucho que hacer.
Cielos pensé, me ha tenido atada a este poste más de doce horas. Se acercó a mí con cuidado de no mancharse sus pulcros zapatos pisando lo menos posible el cenagal que habían ocasionado mis meados, y sacando un llavero de su chaqueta, me desató las manos. No podía mover los brazos, los tenía totalmente agarrotados. Me costó horrores girarlos y ponerlos en su posición normal. Con mis manos masajee unos segundos mis doloridas muñecas para intentar que la sangre volviera a fluir por esa zona.
Me retrasé en la oficina resolviendo algunas cuestiones, luego de vuelta a casa, te he comprado un pequeño detalle que, por supuesto, me pagarás con tu cuerpo –iba hablando mientras retrocedía hasta la puerta con suma atención de no mojarse sus suelas-. Ahora lo primero que vas a hacer es limpiar estos meados. Me quedé mirando en rededor buscando una fregona o algún utensilio parecido para poder secar todo aquello. -Pareciendo adivinar mis pensamientos, exclamó-; ¡Vamos Zorra!, no tenemos todo el día. Deberás hacerlo con tu lengua, te servirá de bebida matutina. Lo quiero todo pulcro y reluciente, -ordenó-.
No tenía elección. Me puse a cuatro patas y bajando mi cabeza a nivel del suelo saqué la lengua y empecé a limpiarlo. El orín era el primero de la mañana y tanto su olor como su sabor era fuerte. Mi lengua poco apoco fue lamiendo hasta dejar el piso completamente seco. Al principio tuve bastantes arcadas pero pude disimularlas hasta terminar el trabajo encomendado por mi Amo.
Cuando la estancia quedó a su gusto, me ordenó acompañarle hasta la cocina. Le seguí como pude, todavía cojeaba algo del castigo de la noche anterior aunque a decir verdad, la crema cicatrizante había hecho su trabajo y el dolor era totalmente soportable. Tenía hambre, en las últimas veinticuatro horas, solo había comido unos pocos desperdicios que mi Amo se dignó tirarme en la cena.
Cuando llegamos y sin que me dijera nada, me situé en un rincón sentada sobre mis talones con los muslos ligeramente abiertos y las manos a la espalda. Muy bien esclava, veo que vas aprendiendo, -me dijo con aire satisfecho-.
Antes de nada, -empezó a hablar-, tenemos pendiente una charla desde ayer. No sabía qué hacer, tenía hambre y aunque me volviera a obligar comer desperdicios del suelo, eso era mejor que la abstinencia total de alimentos. Pensé que esa conversación podría tener lugar después de engullir algo, pero mi Amo parecía que no quería posponerla un minuto más.
Sin más preámbulos, me miró a la cara y empezó su diatriba; Estoy cansado de repetirte constantemente la voluntariedad de tu sumisión. Esta será la última vez que te pregunte acerca de este tema, -se le notaba tenso, con un rictus serio-. Yo continuaba en la misma posición y con la mirada perdida en el suelo de la cocina.
Colocó una silla justo enfrente de mí y procedió a encenderse un cigarro como dando tiempo a que asimilara cada una de sus palabras. Yo no sabía que decir. La verdad que tenía muchas ganas de poder preguntar a mi Amo acerca de todas las dudas que me estaban asaltando desde hacía tiempo. Le quería con locura, le necesitaba hasta para respirar pero a la vez, quería marcharme de ese lugar de perdición y sadismo en donde me encontraba.
Sacándome de mis pensamientos y como dando contestación a mis quitas, siguió hablando; Quiero hacer de ti una auténtica esclava. Tus pensamientos solo deberán regirse por una única premisa que no es otra que la de obedecer. Hoy soy yo, pero mañana quizás sea otra persona o grupo de ellas. Has de entender que tu sola aspiración en esta vida será la de someterte sin cuestionar ninguna orden por dura o macabra que esta te parezca. Serás azotada habitualmente y tratada peor que los animales porque ellos no han podido elegir su destino, en cambio tú, voluntariamente, has optado por ser el vehículo de placer del Amo de turno.
Se, -continuaba su monólogo- que en el fondo te agrada esta nueva condición aunque también sospecho que tu cabeza lucha por aceptar la sumisión. Mientras me hablaba, se levantó y posó una rodilla al suelo poniéndose a escasos centímetros de donde yo me encontraba sentada sobre mis talones. Me palpó con su mano derecha por encima de mi pubis que permanecía expedito al tener mis muslos ligeramente abiertos y me introdujo lentamente dos dedos dentro de la vagina. Con mucha habilidad, me empezó a frotar el clítoris con ritmo pausado y, sin quererlo, me empecé a mojar hasta tal punto de encontrarme a las puertas de un orgasmo. Poco a poco sus dedos fueron acrecentando el ritmo con lo que, mi excitación, iba también en aumento. Cerrando los ojos y echando la cabeza un poco atrás me deje llevar con fuertes suspiros y, suplicando interiormente, que no dejara de masajear ese bendito botón que tenia entre las piernas.
Mientras me masturbaba tan sabiamente seguía hablando; ves, como eres una zorra, no hago más que tocarte y tu coño destila fluidos. Con esto te estoy demostrando que tu placer va unido al sufrimiento que radica en ser una esclava a mi servicio. En ese momento retiró sus dedos y sin mediar palabra me los introdujo dentro de mi boca. No tuvo que ordenarme nada, sabía muy bien lo que debía hacer y los chupe ávidamente hasta no dejar rastro en ellos de mis propios líquidos.
Una vez terminada la operación, sacó un pañuelo y se los secó. Me encontraba súper caliente, había tenido un orgasmo arruinado y deseaba fervientemente siguiera masajeándome el clítoris, pero no ocurrió, solo se limitó a continuar hablando; Con esto he querido mostrarte lo puta que eres. Solo basta que te toque ligeramente para que pierdas la noción del tiempo y, créeme si te digo, que eso solo les pasa a las esclavas y sumisas en potencia que es lo que tú eres.
Volvió a sentarse. Se mantenía en silencio mientras apuraba su cigarro y apagaba la colilla en el cenicero. Fue entonces cuando volviéndome a mirar fijamente, me interrogó con frialdad; No te lo voy a volver a preguntar, si quieres dejar de ser mi esclava, levántate y vete de esta casa, no volverás a verme. Y por la deuda contraída, no te preocupes, te la perdono.
Pero ¡ojo!, si optas por quedarte será con todas las consecuencias, me servirás de por vida. Podré hacer de ti lo que quiera, serás usada de las formas que crea por conveniente y, ten por seguro que, con el tiempo, no sabrás hacer otra cosa que no sea obedecer y depender hasta para mear de un Amo. Nunca más volverás a tener iniciativa, solo tu dueño podrá marcar tu forma de vida y lo digo en tercera persona, porque, podré venderte a otros si llegara el caso o me aburriera de ti y tú te limitaras a someterte a quien ejerza esas funciones porque tu existencia desde ahora solo pertenecerá a tu propietario de turno. Por eso no debes equivocarte con respecto a mis sentimientos hacia ti. No es amor lo que te tengo, nuca lo tuve. Pero desde el día en que te conocí en casa de tus padres, supe que en el fondo eras una esclava en potencia y solo necesité adentrarme poco a poco en tu mente y conseguir que afloraran en tu cabeza esos sentimientos. De todos modos, te doy una última oportunidad de abandonar esta vida, ¡Tú decides!
No sabía qué hacer. Mi amor por él estaba fuera de toda duda. Pero me había dejado suficientemente claro que yo no le importaba, que solo me quería para ser el vehículo de su propia diversión. Por otro lado, con solo dos dedos me había calentado de tal forma que creí morir de placer en un instante. Quizás fue aquello lo que me auto convenció de que no era más que una furcia a su servicio o quizás fueran ciertas sus palabras de que en mi fuero interno sabía que había nacido para ser esclava aunque yo no lo comprendiera hasta ese instante. Mis lágrimas volvieron a mis ojos y entre lloros y sin saber hoy por qué lo dije, me escuché decir; Amo, mi vida le pertenece haga con ella lo que quiera…
¿Estás segura?, -volvió a repetir-, el camino que estás a punto de emprender ya no tendrá vuelta atrás. Te vas a convertir en un ser sin identidad, bajarás una pendiente abrupta de la cual nunca saldrás. Podré disponer incluso de tu propia vida si llegara el caso o me apeteciera. ¿Eso quieres?, ¿quieres convertirte en una esclava? –Volvió a preguntar- Si, mi Amo, respondí sin comprender muy bien a donde me llevaría ese camino que había comenzado a andar hacia muy pocas fechas.
Muy bien. Ya no tendrás posibilidad de volver a tu antigua vida. A partir de este momento comenzará tu verdadera educación en el campo de la absoluta sumisión. Te aseguro que en pocos meses haré de ti una auténtica esclava sin ninguna voluntad que no sea la de obedecer. Serás marcada con mis iniciales para que quede claro ante todos y, sobre todo, ante ti misma, a quien perteneces. Si en un futuro te vendiera, mis iniciales serian sustituidas por las de tu nuevo dueño.
Volvió a mirarme fijamente a la cara y exclamó; ¿alguna pregunta? Me quedé en silenció. Eran tantos los interrogantes que me asaltaban que, inconscientemente, opté por el mutismo más absoluto. Qué hiciera de mi lo que quisiera. Me limitaría a obedecer con la esperanza de que de esa forma continuaría conmigo que era, verdaderamente, lo que más deseaba en mi vida. Si ese era el precio que tendría que pagar por estar con él, lo pagaría sin reservas y quizás mi Amo, si acataba ciegamente todas sus órdenes, nunca me vendería a otro postor porque estaba convencida que aunque me dijera que no me quería, en el fondo de su alma tarde o temprano le aflorarían sentimientos hacia mí, al menos así lo deseaba entonces. En último extremo, si todos estos pensamientos que me brotaban fueran equivocados, entonces mi Amo tendría razón y yo solo estaría predestinada de por vida a ser una simple esclava al servició de los dueños más exigentes y depravados, quizás había nacido para ello, quizás no era amor lo que sentía por él sino simple sumisión...
Está bien –escuché la voz de mi Amo sacándome de mis pensamientos-, me agrada que todo te haya quedado suficientemente claro, -dio por terminada la conversación- Se levantó y alisándose con esmero su impecable traje, me dio la primera orden de mi nueva vida;
Vete al cuarto de baño, métete dentro de la bañera y espera a cuatro patas que yo llegue. Me levanté lo más rápidamente que pude y me encaminé donde me había ordenado. Me metí en la bañera y me puse en la posición establecida. Al cabo de un buen rato apareció en la estancia llevando consigo una especie de maletín con diferentes accesorios en su interior.
Voy a explicarte lo que vamos a hacer –comentaba mientras iba sacando artilugios de su interior-, hoy tampoco comerás. Una esclava debe aguantar tiempo sin ingerir alimentos, al menos, comestibles habituales –sonreía-. Es muy importante el ayuno en una sumisa, con ello se obtiene una disciplina en su interior que pueda garantizar el cumplimiento exacto en las órdenes más exigentes que su Amo le ordene ejecutar y a la vez te garantiza que se zampará cualquier cosa que se la mande por muy asquerosa que pueda parecer -volvía a sonreír-. Pero no nos vayamos por las ramas -continuo hablando-, como podrás darte cuenta lo que he traído es una bolsa de enema grande de dos litros. Voy a ponerte esta lavativa que deberás retener durante al menos quince minutos. Al ver mi cara de espanto, intentó tranquilizarme; Pero no te asustes, he traído una ayuda que te vendrá muy bien para aguantar ese tiempo con el liquido en tus intestinos.
Ayer te abrieron bastante el ano, por eso una de las cosas que he hecho esta mañana ha sido comprarte este pequeño detalle, este dildo. Como observarás es más grueso, más adaptado a tu abertura que ya empieza a ser imponente, -reía mientras me abría las nalgas-. ¡Sube más el culo!, quiero probar como te queda –ordenó-. Coloqué el trasero lo más en pompa que pude. Noté como me lo untaba de vaselina y, apretaba la punta en el centro del propio orificio, procedió a empujar lentamente. Era más ancho y grande que el anterior. Me empezaba a doler a medida que iba entrando. Tenía la zona todavía algo inflamada lo que contribuyó a ocasionarme más molestia. Pensé que no cabría entero. A medida que iba penetrando el suplicio se hacía mayor. El tapón iba ensanchando mi ano que tenia que abrirse más y más para poder ir tragando todo aquello. Me estiraba la piel en demasía y temiendo que me rompiera en dos le supliqué que parara. ¡Relaja el culo, joder!, -me gritó, como única respuesta-, y deja de lloriquear o la próxima vez te lo meteré sin lubricante -me amenazó-. Distendí como pude los músculos rectales y poco a poco, el tapón fue introduciéndose hasta la misma empuñadura.
¿Ves como entraba?, -exclamó con satisfacción-. Eres una puta llorona y una esclava debe saber aguantar el dolor sin quejarte. Pero no te preocupes, en poco tiempo resistirás sin rechistar pruebas mucho más duras que esta –concluyó-. Ahora incorpórate un momento, quiero que se asiente dentro de ti –ordenó-.
Me notaba completamente empalada por semejante instrumento dentro de mis entrañas, a duras penas pude ponerme de pie dentro de la bañera. Al ser el tapón bastante más grueso que el que me obligó llevar el día anterior, la empuñadura también lo era. Este si que se verá desde cualquier posición, pensé. Notaba el ano totalmente dado de sí, pero no dije nada intentando disimular todo lo que podía el malestar interno en el que estaba sometida.
Lo que me molestaba era lo que dijo que debería pagarlo con mi cuerpo, al igual que los demás instrumentos con los que me castigaba. No salía de mi asombro. Yo no quería ningún utensilio de bondage, me limitaba a obedecer y ponerme aquellos que él decidía, soportando, de la mejor manera posible, el dolor y la angustia que éstos me producían por mucho placer que le provocara a mi Amo. Encima debía pagarlos con mi esfuerzo, cobrando a los que me usaran, como una vulgar puta. En definitiva, parecía que era otra faceta que quería enseñarme, una esclava no podía tener bienes ni dinero a su nombre ya que todo pertenecía a su Amo. Eso lo empezaba a comprender pero la ironía con que lo decía me causaba más tristeza que otra cosa. De todos modos, como bien me había recordado durante la conversación tenida, una sumisa no debe cuestionar ninguna orden, comentario u opinión de nadie. Debía, por tanto, intentar quitarme de la cabeza todas esa incertidumbre y si mi Amo quería cobrarse los gastos de mi educación, yo no era quien para tan siquiera cuestionarlo porque la única realidad palpable era que todo lo mio le pertenecía; que más da que lo gaste en una cosa o en otra si al fin y a la postre era suyo. A mi solo me quedaría la satisfacción de cumplir con mis obligaciones de sumisa y ser una esclava al servicio exclusivo de mi Amo.
Sacándome de mis pensamientos me ordenó volver a ponerme a cuatro patas y tirando con fuerza del mango lo sacó de un empellón. No pude aguantar y aullé de dolor. Sin importarte lo más mínimo mis gritos, presionó su dedo índice en mi pequeño botón rosa, mientras comentaba; Fíjate, solo con oprimir un poquito puedo meterlo hasta el fondo. Debía estar tan abierto que apenas podía notar como hurgaba en él. La verdad que me agradecerán este trabajo cuando te usen por el culo –concluyó mientras lo sacaba y lo metía como si de una polla follándome se tratara-.
En un momento determinado, por el rabillo del ojo, vi que dejaba de meter su dedo y se dirigía a llenar una bolsa de enema en el grifo del lavabo. Cuando estuvo repleta la colocó en el poste donde solía estar anclada la ducha. De esta bolsa salía una especie de sonda con una cánula al final que me introdujo dentro del ano, abrió el resorte y noté como mis intestinos se empezaban a llenar de líquido.
Ahora te estarás quietecita, -me ordenó- , la bolsa tiene dos litros de agua y quiero que te entre hasta la última gota.
Poco a poco veía que la alforja se iba vaciando y su volumen iba pasando irremediablemente dentro de mí. No podía aguantar más. Pensé que sería incapaz de albergar dentro todo su contenido. En un momento determinado, grite; Amo, por favor, no puedo soportarlo más, quíteme la bolsa y autoríceme a expulsar el agua. La carcajada fue tremenda; te tragarás todo y como sigas protestando te pondré ración extra, así que estate calladita que todavía falta un poco de líquido por entrar. Mientras me lo decía descargó un fuerte cachete en mi nalga izquierda, lo que me hizo trastabillar un poco con lo que estuvo a punto de salirse la cánula aunque, con grandes reflejos, mi Amo consiguió estabilizar mi culo y que el tubo siguiera dentro.
Ahora viene la operación más complicada, -escuché decir-. En cuanto la bolsa se vacíe te quitaré la cánula e inmediatamente te meteré el dildo para impedir que se salga una gota. Quiero que estés quince minutos con los intestinos llenos antes de sacarlo y autorizarte a expulsar el fluido,-me ordenó-. Con una rapidez endiablada que no me dio tiempo ni tan siquiera a prepararme, quito la cánula y lo sustituyó por el tapón anal que introdujo hasta su empuñadura de un fuerte empujón. El daño que me hizo fue brutal, el agua había evaporado parte de la vaselina que me puso al principio por lo que esta operación la hizo sin lubricante, el dolor fue tan bestial que pensé que me había desgarrado el ano. Con esa cosa dentro, me volví a sentir totalmente empalada. El botón me escocía cantidad.
Sal del baño y muévete por toda la casa, sin parar –ordenó-. Como pude salí y comencé a caminar unos pasos pero el abdomen me molestaba, sentía los intestinos llenos de líquido y el tapón impidiendo su salida natural, todo ello hacia que me temblaran las piernas. Me doblé palpándome con mis manos la barriga suplicando a moco tendido que me autorizara a quitarme el dildo y poder evacuar de inmediato.
¡Eres una inútil!, -gritaba sin cesar-, aguantarás quince minutos porque así lo he ordenado, -continuaba vociferando- y sigue moviéndote. Quiero que se desprenda toda la mierda que tienes incrustada porque de otro modo tendremos que repetir la operación tantas veces sea necesario, -seguía ladrando-.
Como podía, medio doblada por el dolor abdominal caminaba por la casa. Los segundos parecían horas y los minutos días, no veía el final de aquel tormento. En un momento determinado y cuando mi Amo calculó que había pasado el tiempo establecido, me ordenó que me sentara en un cubo que había dejado en medio del baño. Colócate sobre él, metes una mano y te quitas el tapón pero ahí de ti si alguna gota cae fuera porque serás castigada, no lo dudes.
Con mucho cuidado, pero agobiada por el dolor, metí mi mano derecha, agarré el tope del dildo y con toda la fuerza de la que fui capaz, lo saqué. En ese momento un torrente de agua con restos de heces fue a descargar en todo el centro del balde llenando gran parte del mismo. Algunas ventosidades se escaparon durante la operación que, como no podía ser de otra manera, no pasaron inadvertidas para mi Amo. ¡Vaya con la guarra, menudos pedos te tiras!, y que olor estás dejando en el baño -parecía divertirse-. Esta cochinada te subirá el numero de azotes que te impondré esta noche, -volvía a reírse-.
Sentada todavía sobre el cubo, pero mucho más relajada después de haber evacuado, esperaba nuevas órdenes de mi Amo. No me atrevía a levantarme. Me avergonzaba el espectáculo tan grotesco que había dado amen de no saber que debía hacer con esa mezcla que me imaginaba había de agua y heces flotando dentro de la cubeta en la que todavía permanecía posada.
¡Levántate y sitúate próximo al borde!, -ordenó-. Así lo hice. Me incorpore de la cubeta colocándome en la posición de sumisa justo al lado del cubo esperando instrucciones. La verdad que el cuarto de baño desprendía un olor nauseabundo, teniendo que aguantarlo en primera persona al estar sentada muy cerca de mi propia evacuación. Notaba como mis talones se manchaban de ese fluido al tener el culo ligeramente mojado.
Como te dije antes, parte de tu educación radicará en el ayuno durante algunos periodos de tiempo, esto te aportará fortaleza de espíritu, humildad y contención ante la adversidad. Por lo tanto es necesario que empecemos a trabajar esta faceta cuanto antes. Hoy solo comerás y beberás lo que tienes en el cubo. No te quejarás, tienes agua en abundancia y algún que otro trozo de mierda flotando. No quiero hacerte esperar, mete la cabeza y bebe –ordenó-.
Con todo el asco del mundo pero no queriendo contrariar a mi Amo, levanté los muslos y de rodillas metí mi boca entre aquellos fluidos nauseabundos salidos de mi propio intestino. Olía mal pero peor era no comer nada durante todo el día. Haciendo de tripas corazón bebí un buen sorbo de aquello, con las manos a la espalda, al estilo perro, como me había ordenado que debía comer y beber. No quería volver a estar engrilletada por incumplir sus órdenes. Con más asco todavía, si ello fuera posible, pude desgranar con mis labios un buen trozo de excremento que flotaba en el balde y poco a poco fui tragando aquella inmundicia.
Por ahora el almuerzo ha terminado, -oí decir a mi Amo- Saqué mi rostro de la cubeta todo mojado y lleno de inmundicias, parte de mi pelo sobre todo el que me nacía cerca de la frente estaba totalmente empapado. Esta noche, comerás y beberás el resto -ordenó-. Deja el cubo en un rincón de la habitación. Ve a ducharte y lávate bien la cara que la tienes manchada de mierda. Por cierto, no te olvides rasurarte el cuerpo, en especial toda la zona púbica, siempre debe estar en perfecto estado. Cuando termines te lubricas el culo y te metes el dildo hasta el fondo, después te reúnes conmigo. Es tarde y todavía tienes que follar para ir pagando lo que me debes, no creas que me he olvidado de ello. El ser usada, es una parte fundamental de tu educación como bien sabes. Ya te indicaré cómo y con quien lo harás hoy –concluyó- mientras abandonaba el baño dejándome sola.
Me salían las lágrimas por la tensión de nervios acumulada, pero como un autómata me dispuse a cumplir sus mandatos. Lo primero que hice fue enjuagarme las boca varias veces. El regusto a mierda me hacia tener unas terribles ganas de vomitar que no sabia como atajar. Me duché a conciencia lavándome cada milímetro de mi piel intentando quitar el olor a orines y excrementos. Mi pelo, bastante pegajoso, fue adecentado con todo el esmero de que fui capaz. Una vez limpia, repasé la zona vaginal, el perineo y el ano. A continuación retoqué las axilas y piernas. La verdad que no tenia casi vello ya que esa operación la llevaba haciendo varios idas seguidos y no daba tiempo a crecer pero, como bien dijo mi Amo, una esclava no esta para cuestionar ninguna orden, solo para obedecer. Al final no pude contenerme por más tiempo y terminé vomitando dentro de la ducha. Bilis de color marrón se escabulleron por mi sufrida boca hasta acabar cayendo al suelo de la ducha. Volví a enjuagarme varias veces más pero el regusto a excrementos no terminaba de quitarse. Me sequé a conciencia. Por último me lubriqué el ano todo lo que pude embadurnándome de vaselina dos dedos e intrudiciendomelos en el recto hasta dejar suficientemente engrasado todo el conducto por fuera y por dentro. Me puse en cuclillas y poco a poco introduje totalmente el tapón anal. Se notaba que este nuevo era más grande y grueso que el anterior, me sentía totalmente empalada y la abertura me tiraba horrores por la posición tan abierta en la que el dildo le obligaba a estar.
Mientras me secaba la mata de pelo con el secador, volvieron más cavilaciones a mi cabeza. No sabría decir exactamente el estado de ánimo en el que me encontraba. Quizás mi mente ya empezaba a desconectar porque en un momento dado había dejado de llorar e inconscientemente de lo único que me acordaba era del orgasmo arruinado que mi Amo me había hecho en la cocina, incluso mi vagina empezó a humedecerse con esos pensamientos. Tal vez me estaba convirtiendo en la puta esclava que él quería, por una parte perdiendo la voluntad y, por otra, estimulándome solo con los pensamientos de las humillaciones que me hacia. Sea lo que fuere deje de pensar en ello. Mi cabello ya estaba seco lo alisé y me hice una coleta, saliendo en busca de mi Amo con la intención de presentarme ante él cumpliendo la orden encomendada.
Le encontré sentado plácidamente en la mesa de la cocina tomándose un café con diferente bollería. Me senté en el suelo al lado de él sobre mis talones, sin hablar, esperando nuevas instrucciones que tardaron un rato en llegar. Me sonaba la barriga de la debilidad que ya empezaba a tener, pero no dije nada, no hubiera servido más que para enojarle. Veo que has cumplido mis ordenes al pie de la letra -comento, en un momento determinado-.
En ese instante percibí voces que provenían del salón, como interpretando mi cara de sorpresa al escuchar esos ruidos, le oí decir; No te preocupes, no han entrado a robar, son un par de amigos. Los he invitado mientras te duchabas, están esperando para usarte. Mientras me lo contaba tiró al suelo un trozo pequeño de uno de los dulces que estaba terminando de merendar. No hice nada, no me moví un milímetro. Satisfecho por mi actuación, continuo hablando; Muy bien, así me gusta, una buena perra espera la orden de su Amo. Ya se que habíamos acordado que hoy solo comerías tus excrementos. Acéptalo como un premio. Acto seguido y antes de autorizarme a poder ir a por él, se levantó de la silla y pisó a conciencia el trozo de comida quedando un poco pegado en su planta del zapato y el resto todo espachurrado en el suelo. Volvió a sentarse y quitándose el calzado me acercó la suela del mismo a donde yo estaba. Ahora ya puedes comer -me indicó-.
Con las manos atrás de mi espalda, acerqué mis labios y sacando mi lengua lamí su suela hasta conseguir despegar el trozo y tragármelo. Tenia mucha hambre y cualquier cosa era mejor que seguir en la abstinencia forzada a la que me tenía sometida. Una vez lo hube engullido me indicó con su dedo que procediera a lamer el piso donde quedaba el resto de bollo, así lo hice. Muy bien, veo que estás progresando convenientemente -comentó satisfecho-. ¿Has merendado a gusto? -preguntó-. Si, mi Amo -respondí sumisamente-.
Ahora vas a preparar una bandeja con dos cervezas para mis dos amigos y las llevas al salón y mucho ojo con coger ningún alimento, no quisiera tener que castigarte por comer sin autorización- me advirtió mientras se dirigía a la estancia-.
Me quedé sola en la cocina, preparé a conciencia las bebidas que mi Amo me había ordenado. Seguía teniendo muchas hambre pero increíblemente ni se me pasó por la mente desobedecer su orden y no cogí alimento alguno. Algo en mi interior parecía estar cambiando, mi sumisión empezaba a ser más importante que mis propias necesidades. Algo que tan solo dos días antes hubiera sido totalmente inviable.
Seguía escuchando las voces de los dos invitados, hablaban distendidamente pero algo no me cuadraba, no hablaban español, era un idioma extraño, no me sonaba ni a inglés, ni a francés, me empecé a poner nerviosa. Con mi mano derecha intenté girar un poco el dildo tratando de que se acomodará mejor dentro del ano que me empezaba a molestar cada vez más, corazones latían dentro de mi maltrecho agujero que ya empezaba a ser un auténtico suplicio por la posición tan dilatada que me obligaba a tener el recto.
Agarré la bandeja y me dirigí al salón donde se encontraban los visitantes. Me temblaban un poco las piernas, desconocía a lo que me iba a enfrentar, ni como serían esas personas pero supuse que, al ser amigos de mi Amo, aunque fueran extranjeros, tendrían una edad y estrato social parecidos lo que me tranquilizó interiormente. Posiblemente podrían tener gustos sádicos como él, pero al menos sabrían controlar este tipo de situaciones, pensé. Llamé a la puerta con mis nudillos y esperé. Al cabo de unos segundos escuché la voz de mi Amo que me ordenaba entrar. Giré el picaporte y abrí. Puedes dejar la vasera encima de la mesa y sitúate sentada frente a ellos, -me ordenó-. Seguía con la vista bajada sin atreverme a ver más lejos del contenido de la propia cubeta que llevaba entre mis manos. Deposité la batea en la consola. Librada ya del peso del azafate, me situé, siguiendo las órdenes, enfrente del sofá donde estaban sentados los dos invitados, en el suelo y en la postura de sumisa. Continuaba mirando al piso. Mi Amo permanecía de pie al lado opuesto de la estancia, al menos su voz me llegaba desde ese lado. Puedes alzar la mirada un momento, -me ordenó-. Subí la vista y lo que vi me dejó la piel helada...
¡Eran dos indigentes! Totalmente desastrados, viejos, sucios, el olor que desprendían era nauseabundo. En definitiva, personas vagabundas de los que suelen dormir en las calles entre trozos de cartones. Hablaban un idioma extraño, pero sus caras destilaban auténtica lujuria al tener delante de sus ojos una chica tan joven, desnuda y con los muslos abiertos dejando a la vista su pubis depilado ante su lascivia recalcitrante. La fetidez a cloaca se dejaba notar en toda la sala, se intuía que llevaban varios días sin lavarse. Me empezaron a sudar las manos agarradas entre si por detrás de mi espalda y un halo de temblor me empezó a recorrer mi espina dorsal, estaba literalmente temblando ante lo que se me venía encima. Como escuchando mis lamentos interiores, oí a mi Amo decir; ¿Qué te creías?, ¿pensabas que ibas a follar con ejecutivos?, sólo mereces que te use escoria como tú. Estos dos caballeros son dos mendigos que he encontrado vagabundeando. Son gitanos rumanos. Llevan viviendo en las calles varios meses, sin asearse y con la misma ropa. No creas, me ha costado elegir a los mas sucios, -reía mi Amo-.
Señores, -se dirigió a ellos- sírvanse de mi esclava para lo que gusten. Me voy a mi habitación a descansar, volveré en un rato. Y tú, -me miró con cara muy seria-, obedece en lo que te manden hacer, si me entero de una indisciplina por tu parte te azotaré hasta reventar tu piel, -me gritó-. Acto seguido abrió la puerta del salón y abandonó el lugar.
Empecé a temblar a medida que se acercaban cada vez más cerca. Uno de ellos se bajó lo que parecían ser unos roídos pantalones y los dejó caer al suelo, no llevaba ropa interior. Me señaló su pene que permanecía en posición de reposo y, por señas, me indicó que se la chupara. Seguía de rodillas y acercándome a él abrí mi boca para que metiera su infecta polla. Olía repugnantemente, su sabor era agrio. No me había autorizado a emplear mis manos por lo que permanecían detrás de mi espalda. Mi lengua empezó a trabajarle el contorno del prepucio, notaba como poco a poco empezaba a empalmarse y el glande comenzó a dejarse ver. A medida que iba saliendo, el sabor se tornaba más nauseabundo. Restos de orín y suciedad iban apareciendo hasta que el capullo se manifestó en todo su esplendor. Se notaba que no se había lavado su aparato en mucho tiempo. Aguanté lo que pude las ganas de vomitar. Con sus manos me acercó la cabeza a la base de su vello púbico para que metiera en mi boca todo su aparato y quise morir ante lo repulsivo del aroma que salia de esa selva de pelos.
Mientras le realizaba la felación, el otro no se quedó parado. Se colocó tras de mi y me subió el culo hasta poderme de rodillas, me separó algo más las piernas y desde su posición me empezó a meter sus infectos dedos en mi raja, primero uno y después dos. Los metía y los sacaba sin ningún control como si me estuviera follando con ellos. Las cometidas del que tenia detrás hacia que me estrujase más al indigente al que se la estaba chupando, esto hizo que su polla chocaba nerviosamente en mi campanilla. Las nauseas no se hicieron esperar. En ese momento tuve que utilizar mis manos para apartar su miembro de mi boca y vomitar algo de bilis en el suelo, tosiendo a continuación. Ese episodio le enfureció sobremanera y cogiéndome por la coleta fuertemente, me empujó la cabeza hasta posar mis labios en el charco de vomitera que acababa de expulsar. Su colega parecía divertirse con la operación de meter sus dedos dentro de mi vagina y seguía con su mete y saca particular sin importarle lo que me estaba obligando a hacer su compañero. Logré intuir lo que quería y sacando mi lengua lamí el suelo de mis imputos y me los tragué como pude.
Eso pareció tranquilizarlo, aunque solo por breves instantes. Empujó al que me estaba penetrando con los dedos para apartarlo y me tumbó boca arriba. Se puso encima y me la introdujo en la vagina sin contemplaciones. Tener su cuerpo fétido encima mío me resultó muy repulsivo. El hedor que desprendían sus ropas era tan nauseabundo que a duras penas podía respirar. Su compañero viendo que ya no podía seguir metiendo sus dedos, se sacó su miembro del pantalón y poniéndose de rodillas junto a mi cara la giró para poder insertarla en la boca. Si cabe, su polla era todavía más asquerosa que la de su colega, el olor que desprendía a orines secos e inmundicia por su total falta de aseo hicieron que rápidamente volvieran en mi las ganas de vomitar. Me la sujetaba con sus sucias manos obligándome a permanecer el rostro volteado para poder seguir mamándosela. Me apretaba la tez con fuerza subiéndola y bajándola buscando un ritmo parecido al que estaba llevando a cabo el otro dentro de mi coño. Esta situación me estaba lacerando el cuello sobremanera.
Al cabo de unos minutos, al unísono, los dos descargaron su leche. Mi vagina se llenó de los fluidos de uno de ellos, mientras que el que se corrió dentro de mi boca no aflojó la presión de sus manos en mi cara por lo que no tuve más remedio que tragar apresuradamente todo su requesón mal oliente.
Se levantaron, dejándome tirada, boca arriba con las piernas a abiertas. El que me había follado seguía sin pantalones, desnudo de cintura para abajo, el otro, sin embargo, no se los llegó a bajar del todo y se limitó a abrochárselos. Ya más calmados se dirigieron a la mesa del salón a degustar las cervezas que había traído por orden de mi Amo. Mientras las bebían no me quitaban la vista de encima. Hablaban entre ellos y se reían. No podía entenderlos, su idioma era diferente al mío pero por las miradas que me echaban sabia que la cosa no iba a terminar todavía.
De repente algo ocurrió dentro de mi. Quizás desde ese mismo momento empecé a darme cuenta que el ser una ramera al servicio de mi Amo podría llegar a gustarme. Notaba que algunas gotas de lefa se empezaban a escapar de mi coño y algo en mi interior me empujó a resbalar mis dedos por la raja, sentí que me estaba excitando hasta tal punto que mi vagina empezó a mojarse y mis dedos comenzaron a masturbarme, notaba mi clítoris endurecerse y empecé a gemir como una puerca. Delante de ellos, tumbada en el suelo boca arriba con las piernas abiertas y a las puertas de un tremendo orgasmo.
Esta escena enardeció a los dos indigentes que, inmediatamente, soltaron las cervezas y se dirigieron a mi. El que se había corrido en la boca me colocó con brusquedad a cuatro patas y me ensartó su miembro sin ninguna contemplación. Notaba su polla entrando y saliendo de mi coño a un ritmo brutal. Me sentía totalmente empalada en mis dos agujeros. El dildo seguía dentro de mi culo y su polla, cada vez que entraba en la vagina, notaba empujarlo a través de la fina membrana de separación de ambos conductos. No se si fue por esta causa, por lo caliente que estaba al estar masturbándome momentos antes o por lo puta que me estaba convirtiendo mi Amo, el caso es que me corrí como nunca lo había hecho. Mis gritos de placer debían escucharse por gran parte de la casa, pero eso no fue óbice para estar disfrutando de un tremendo orgasmo que tuvo su culminación cuando el harapiento que me estaba montando descargase toda su leche dentro de mi ya extasiado coño.
No tuve tiempo de descanso; su compañero estaba como loco de deseo al presenciar en primera fila lo acontecido segundos antes. Yo continuaba a cuatro patas intentando recobrar un poco el aliento cuando se abalanzó encima de mí. En ese momento sentí un fuerte tirón que hizo escupir el tapón del culo. El espectáculo con mi ano totalmente expedito le hizo multiplicar su lascivia. No tuve tiempo de prepararme y de una sola embestida me la metió hasta los huevos. No me dolió, el agujero estaba bastante abierto. Me cabalgó con total brusquedad mientras profería unos gritos en su idioma que no lograba descifrar. A medida que entraba y salia me atizaba con fuerza en mis nalgas que no tardaron en colorearse. Seguía caliente, procuraba sujetarme solo con una mano mientras con la otra me intentaba acariciar el clítoris, quería tener otro orgasmo, deseaba enormemente continuar con la excitación que me hiciera olvidar, aunque solo fuera por unos minutos, la situación en la que me encontraba. Tras unos minutos descargó toda su leche dentro de mis entrañas mientras dejaba caer su cuerpo satisfecho encima de mi espalda. Por su propio peso logró hacerme caer a mi también y así permanecí unos minutos haciendo de colchón a ese indigente. La verdad, como he comentado antes, que al llevar todo el día puesto ese dildo tan grueso y no ser el pene de aquel miserable muy grande, no me dolió mucho su embestida incluso durante breves instantes mi coño volvió a humedecerse durante su penetración anal, máxime los momentos en los que me pude tocar el botón aunque no conseguí llegar al clímax debido a que no tardo mucho en correrse.
Al cabo de unos minutos se levantó de encima y se sentó junto a su compañero mientras se ponía sus mugrientos pantalones. Yo seguía tirada en el suelo boca abajo intentando recuperar el aliento. Me sentía muy mal, había tenido un orgasmo impresionante con dos mendigos. Mi cabeza me daba vueltas, me repugnaba mi propio cuerpo, ¿cómo había sido capaz de gozar con semejantes pordioseros? Estaba convencida de que mi Amo empezaba a tener razón de que no era más que una zorra que disfrutaba siendo usada por los más depravados seres. El orgasmo tenido me confirmaba todas mis dudas. Torcí ligeramente las piernas y me coloqué en posición fetal llorando amargamente.
Mi Amo no tardó en aparecer por la puerta del salón. Los indigentes permanecían callados y sentados. Con cara seria los despidió señalándoles la puerta de salida. Yo seguía llorando, tirada en el suelo. Una vez que los pordioseros abandonaron la casa, mi Amo volvió al salón y sin mediar palabra fue directo a donde me encontraba todavía a lágrima viva. Me cogió del pelo tirando de la coleta fuertemente y me arrastró a una esquina de la sala en donde se encontraban los sillones. Por un momento me revolví y con mis manos intentaba zafarme con todas mis fuerzas. Fue inútil, la potencia de mi Amo era muy superior a la mía. Mi piel se vio remolcada por gran parte de la habitación. Una vez que llegamos a los tresillos me soltó del pelo quedando espatarrada muy cerca de uno de ellos donde se sentó plácidamente. Instintivamente me toque el cabello creyendo que me había arrancado gran parte del mismo. Me dolía la cabeza horrores.
¡Siéntate como es debido!, -me ordenó-. Como pude me situé en la posición de sumisa, baje la cabeza y esperé. Me dolía mucho el cuero cabelludo y mis lágrimas seguían saliendo sin control. Mis atormentados ojos empezaban a escocerme pero no me los froté con las manos, éstas seguían a la espalda como me había ordenado que permanecieran siempre que me sentara en esa posición. Desconocía por qué me había tratado de esa manera, creía haber obedecido fielmente sus instrucciones, me había dejado follar por esos dos impresentables, qué más quería que hiciera, pensaba mientras seguía llorando a moco tendido.
Esperó unos minutos a que me calmara un poco y empezó a hablar; ¿Estás satisfecha con tu conducta?, -me preguntó-. Si, mi Amo -respondí entre lloros-, ¿no era lo que usted quería? -le interrogué de manera irónica-. No había terminado de frase cuando me propinó una certera bofetada que me hizo tambalear. Inconscientemente me froté la cara dolorida con una de mis manos y levanté la vista enojada como pidiendo explicación por aquel guantazo. No comprendía el por qué de aquella actitud tan violenta. Ya había tenido suficiente, pensé, con aquellos individuos para que ahora me tratara así.
Cuatro fallos de comportamiento has tenido en estos últimos minutos y una desobediencia clasificada como extremadamente grave cometiste con los indigentes -expuso con voz pausada-. Se dio un pequeño lapsus de tiempo mientras se encendía un cigarro. Después de soltar la primera bocanada de humo, continuó; Todas ellas serán corregidas dentro de un rato. Cada castigo ira en proporción a la falta perpetrada, -volvió a dar otra calada, para continuar hablando-. No puedo consentir de ninguna de las maneras que se vuelva a repetir lo que acaba de suceder estar tarde.
Pero, ¿qué hice para que se pusiera así con migo?, si sólo me había limitado a obedecerlo. No dejaba de preguntarme mentalmente, sin atreverme a decírselo por temor a endurecer los castigos que pretendía darme. Como escuchando mi voz interior, le oí decir;
Voy a enumerarte los cuatro fallos de comportamiento para que nunca más vuelvas a tenerlos porque si volvieras a incurrir en ellos, ten por seguro que la sanción será más dura, acorde a la reiteración cometida -volvió a dar otra calada y al expulsar el humo, continuo con su exposición-; En primer lugar nunca vuelvas a hablar si no eres preguntada y menos con ironía. Una esclava, como te expliqué esta mañana, nunca, me oyes, nunca -empezaba a alzar considerablemente la voz- deberá tener iniciativa ni siquiera para pronunciar una sola palabra sino es preguntaba previamente. Tu único fin en este mundo es y será obedecer sin cuestionar. Esa altivez que tienes te la sacaré a golpes si es preciso.
El segundo fallo de comportamiento es grave, jamás debes mirar a los ojos a tu Amo a menos que él te lo autorice y, de ningún modo, con rictus colérico. Pero, ¿quién te crees que eres?, yo te lo diré, eres una esclava, una sumisa que de su docilidad tiene que hacer su modo de vida. Por muchas cosas que pienses, nunca vuelvas a mostrarte altiva. Tu humildad tiene que ser patente ante quién se encuentre ante ti, sea quién fuere -continuaba fumando-.
El tercer fallo de comportamiento está en consonancia con el anterior. Por mucho que te duela cualquier golpe recibido, nunca llevarás tu mano al rostro sin haber sido autorizada para ello. Cuando estés en la posición de sumisa siempre tendrás que tener las manos a la espalda sino quieres ir engrilletada todo el tiempo. Si te pego una bofetada, tu estarás feliz porque tu Amo se ha dignado a corregir algún comportamiento inadecuado que hayas tenido y si te duele la mejilla, mejor porque de esa manera recordarás lo que debes y lo que no debes hacer por miedo a recibir otra. ¿Estás entendiendo mis palabras?, -me examinó ferozmente mientras me hacia la pregunta-. Mirando el suelo y aun con lágrimas en los ojos conteste, Si, mi Amo.
Volvió a dar otra calada al cigarro y continuó hablando; El cuarto error radica en que cuando hayan terminado de usarte sean quienes fueren y si nadie más te ordena nada, tu deberás volver inmediatamente a la postura de sumisa. Cuando entré en la habitación te encontré llorando y tirada en el suelo. ¡Eso es inconcebible!, -gritaba hecho un energúmeno-. Imagínate que en vez de ser esos rastrojos humanos hubieran sido invitados míos, ¿qué hubieran pensado ellos de ti?, y sobre todo, ¿qué hubieran pensado ellos de como te he educado?. Yo me encontraba sentada sobre mis talones a escasos centímetros de donde él estaba arrellanado en su sillón, solo tuvo que doblar un poco la espalda y volviéndome a tirar fuertemente de la coleta hacia atrás me volvió a preguntar; ¿Entiendes los fallos de comportamiento, estúpida ramera?. Como pude me oí decir; Si, mi Amo, no volverá a ocurrir, se lo juro. Más te vale -respondió un poco más tranquilo y aflojando la presión que hacia al tirar de mi coleta volvió a hablar-:
Como te habrás imaginado tu no eres mi primera esclava y dalo por seguro que no serás la última. Cuando estés más preparada y marcada entonces haré fiestas entre mis invitados donde te presentaré en sociedad -seguía hablando-. A ver si consigo un buen comprador que se quede contigo y recupere la inversión. Volvía a mencionar mi venta y mis lágrimas retornaron a mis sufridos ojos. Claro que podía imaginarme que yo no era la primera. Por su edad era bastante probable que hubiera tenido mas. Lo que yo esperaba es que fuera la última, por eso quería ser una buena esclava pero solo para que mi Amo estuviere orgulloso de mi, no para que, aprovechando mis actitudes, procediera a mi venta más fácilmente. Empezaba a perder mis escasas esperanzas de poder introducirme dentro de los sentimientos de mi Amo. Las lágrimas seguían brotando en mis cuencas.
Llevaba un rato en silencio, absorto, mirando al infinito. Apuró el cigarro y estrelló la colilla en el cenicero, entonces pareció volver al mundo de los vivos y mirándome fijamente enfureció su semblante hasta tal punto que me puse a temblar. No albergaba nada bueno de lo que a continuación me iba a decir;
Pero sobre todas los errores que has cometido – comenzó a hablar- hoy el más grave, con diferencia, es haber tenido un orgasmo sin autorización. ¿Cómo se te ha ocurrido correrte con esos indigentes?, -empezaba a alzar nuevamente la voz-. No sabía que decir. La verdad que ese era el motivo por el que había llorado cuando terminaron conmigo. Pero, por otro lado, ¿no era eso lo que mi Amo perseguía?, ¿no me estaba educando para que gozara con cualquier indeseable que me usara?, estaba hecha un lio.
Volvió a tirar de mi coleta con más fuerza si cabe lacerándome el cuello hasta llevar mi cabeza a la altura de su cara elevándome por el impulso algo las rodillas y, con una aparente tranquilidad, situando sus labios cerca de mi oreja me espetó; Una esclava nunca debe correrse sin la autorización de su Amo. Esta mañana ya tuviste un amago de orgasmo cuando te toqué el coño que pude arruinar a tiempo ya que no te había autorizado a tenerlo. Lo pasé por alto -continuaba hablando-. Pero esta segunda vez te has pasado. Correrse con dos indigentes de una manera tan ordinaria sin ninguna autorización mía es motivo para un castigo ejemplar. No dudes que lo recibirás de inmediato. Jamás vuelvas a tener un orgasmo sin pedirme permiso ya te darás cuenta de las consecuencias de tu acción. Si ayer te resultó dura la sesión hoy maldecirás el propio momento de tu nacimiento, estúpida zorra -gritaba ya sin control-.
Me puse a temblar de miedo. El pelo me dolía horrores por los fuertes tirones que me estaba propinando gritando a escasos centímetros de mi sufrida oreja. Me puse a llorar. Desconocía si sería capaz de controlar mis orgasmos hasta tal punto de contenerlos si eran negados por mi Amo. No entendía nada. Se supone que tenia que ser una ramera acostumbrada a gozar en todo momento y ante cualquiera que me usara, pero a la vez tendría que aprender a controlar mis convulsiones sea cual fuere la situación en el que me encontrara y ante quien me estuviera usando. Era de locos, pensé. De todos modos, no tenía opción alguna y desconociendo como sería capaz de hacerlo respondí con toda la humildad que me fue posible; perdón mi Amo, no volverá a ocurrir.
Eso hizo que relajara un poco la situación y soltara mi pelo, volviendo mi ser a su posición habitual. Más tarde nos ocuparemos de sancionar tus faltas de disciplina -empezó a decir un poco más calmado-, ahora toca que cumplas con tu Amo, ¡Vamos, empieza a sacarte la leche! -me ordenó-.
No tuvo que decírmelo dos veces, sabía muy bien lo que me tocaba hacer. Me situé justo enfrente de donde se encontraba sentado. Me coloqué de rodillas en el suelo y abriendo las piernas me metí dos dedos en la vagina y empecé a sacarme la leche que me quedaba dentro con la intención de llevármela a la boca mientras mi Amo se masajeaba el pene. Cuando la cosa pringosa se acercaba a mis labios me imaginé los dos harapientos que se habían corrido dentro y unas arcadas aparecieron en mi ser. ¿Cómo iba a ser capaz de tragarme semejante asquerosidad?. No tenía alternativa, mi Amo parecía entusiasmarse ante semejante situación pues, por mi rabillo del ojo, podía ver como su polla se empalmaba cada vez más. Disimulando las arcadas pude meterme los dos dedos y chuparlos con fingida avidez hasta tragarme toda esa cochambre. ¡Venga, ahora sácate lo que te quede del culo!, -hablaba entrecortádamente poseído por la excitación-. Me di la vuela para que pudiera ver mis nalgas en primera fila y utilizando los mismos dedos que usé en mi coño, me los metí haciendo un poco de palanca pudiendo sacar la leche que me quedaba del harapiento que me usó por detrás. Acto seguido me los metí en la boca y los sorbí con total dedicación. Mi Amo se corrió de inmediato manchando gran parte de la tapicería del sillón. He de confesar que se me mojó un poco el coño, quizás al meterme los dedos rocé ligeramente el clítoris o tal vez la propia situación me empezaba a excitar. Estaba convencida de que me estaba convirtiendo en la fulana que mi Amo quería que fuese pero previniendo males mayores, pude contenerme.
¡Vamos!, ¿a qué estás esperando?, limpia todo esto -me ordenó-. Me puse a cuatro patas y con mi lengua repasé todo el revestimiento del sofá donde habían caído lefosidades de mi Amo hasta dejarlo todo reluciente.
Se levantó, se acomodó los pantalones y me ordenó que le siguiera. Fuimos hasta el cuarto de baño. Al llegar a la puerta se quedó unos minutos en silencio esperando a que llegara y me situara al lado de él sentada en el suelo en posición de sumisa. Cuando lo creyó conveniente empezó a hablar; hoy también has tenido un día duro, supongo que tendrás hambre. No quiero hacerte esperar, tu cena te está esperando. Vas a tragarte lo que queda del cubo y después te ducharás, desinfectarás tus agujeros y te tomarás la pastilla. Cuando termines vienes a la cocina. Yo también voy a cenar, claro que otro tipo de comida -reía por la ocurrencia-. Todavía nos quedan los castigos antes de dormir. Por cierto, cuando acabes de asearte te vuelves a poner el dildo.
Me quedé de piedra. Después de todo lo que había pasado pretendía que me terminara lo que quedaba de mis inmundicias del enema que me había puesto en la mañana. No había sido suficiente lo mal que lo pase al tener que beber y comer semejante asquerosidad que me hizo vomitar en la ducha, ahora debía terminármelo y quedaba más de medio cubo.
¡Vamos!, ¿a qué esperas?, no tenemos toda la noche. No me iré a cenar hasta que no te vea con la cabeza dentro de la cubeta degustando esos ricos manjares -gritó-. Me levanté y a duras penas conseguí llegar al rincón de la habitación donde estaba el aludido cubo. Llegué a su altura y me arrodille ante él. Miré dentro pensando que, por arte de magia, el contenido hubiera podido sustituirse o cambiado por algo con aspecto más agradable. Pero no fue así, continuaba estando con parte de mis excrementos flotando entre el agua expulsada por mis intestinos. Olía mal pero su sabor, como bien pude apreciarlo esa mañana, era mucho peor. Mi Amo se empezaba a impacientar y sin pensármelo dos veces hundí mi cabeza aspirando con mis labios todo lo que fui capaz.
Al cabo de unos segundos levanté el rostro. Autenticas arcadas acompañado de una fuerte tos se escapó de mi garganta. A consecuencia de estas convulsiones se me resbalaron por mi boca hilillos de baba negruzca fruto de las excreciones que estaba tragando. El pelo chorreaba agua manchada de detritos y mi cara debía de estar patética totalmente mojada de toda esa inmundicia. Mi Amo continuaba en el quicio de la puerta. ¡Vamos esclava!, todavía no has terminado tu cena. Una buena sumisa ha de obedecer en el acto. O vuelves a meter tu asquerosa mollera en el cubo y terminas tu comida o seguirás degustando lo mismo unos cuantos días más. Tu decides -me amenazó-. No tenía elección, me armé de valor y, cerrando mis ojos, volví a meter la cabeza con la convicción de terminar de una vez por todas esa bascosidad. Tragué y bebí toda la deyección que allí había. Cuando no quedaba nada más que una fina película de líquido saqué la lengua y repasé a conciencia todo la acuosidad que quedaba hasta dejar la cubeta totalmente seca.
Tráemelo -ordenó-. Lo cogí por las asas y se lo llevé al quicio de la puerta donde él se encontraba, arrodillándome en el suelo a su lado con la cabeza baja esperando su aprobación. Después de mirarlo detenidamente me lo volvió a entregar. Muy bien esclava. Lávate bien el cuerpo, sobre todo la cara y el pelo lo tienes lleno de mierda, pero antes ve al salón y coge el dildo que está tirado en el suelo. Pero no me manches nada que te tocará limpiarla con la lengua -gritó-.
Me levanté y con cuidado de no salpicar la porquería que llevaba pegado al rostro, me dirigí a la sala. No sabía muy bien donde estaría. Vagamente me acordaba de que el indigente que me enculó lo quitó antes y lo tiró por el suelo. Busqué y al final pude dar con él debajo de la gran mesa de comedor que ocupaba un lugar preeminente en el centro de la estancia.
Lo cogí y me encaminé corriendo a la ducha. Mi cara me olía a mis propias heces, me salia de la garganta un resabor de auténtica inmundicia. Me duché largamente y lo mejor que pude me estuve desinfectando mis agujeros. Esa operación la hice varias veces. Empezaba a tener bastante miedo de que hubiera cogido alguna afección venérea. Lo que había pasado por la tarde me asustaba tremendamente, estaba claro que esos indigentes no se habían lavado en mucho tiempo y temía de veras que me hubieran contagiado algo. Pero, por otro lado, el orgasmo que tuve fue tan real que todavía me calentaba solo en pensar en ello. Pude controlarme a duras penas, por nada del mundo podía pillarme mi Amo masturbándome en la ducha. Me cepillé la boca bastante tiempo enjuagándomela posteriormente con el propio desinfectante y aun así todavía creía tener un ligero regustillo a excremento. Al menos no vomité esta vez, quizás mi estómago iría acostumbrándose a esa clase de “alimentos”, aunque seguía soñando en poder comer algo decente, aunque fuera desperdicios tirados al suelo pero al menos que fuera comida. Me volví a lavar el pelo.
Una vez terminado mi aseo personal, me tragué una pastilla del día después. En aquellos momentos desconocía que no se podía abusar de tales medicamentos aunque, por desgracia, muy pronto dejaría de usarlos. Ya limpia, procedí a meterme el tapón anal. Ya lo había lavado suficientemente en la ducha, solo quedaba lubricarme el ano y metérmelo poco a poco. Me costó horrores. Después de los acontecimientos acaecidos esa tarde y, aunque ya lo tuve puesto varias horas, no me acordaba de lo grueso y largo que era. Después de un par de intentos pude meterlo hasta la misma empuñadura. Volvía a sentirme totalmente empalada.
Ya estaba casi preparada para presentarme a mi Amo, me quedaba secarme y cepillarme el cabello, labor que empecé a ejecutar. Tenía miedo. El castigo que había prometido imponerme por haber tenido un orgasmo inconsentido, además de otras pequeñas incorrecciones de comportamiento, como las denominó, me hacia entrar en pánico. Ya se encargó de recordarme que sería una sesión ejemplarizante. Me salieron las lágrimas aunque no ya por la penitencia que iba a imponerme sino porque, en realidad, pensaba que no tenía culpa de ello. Él nunca me anunció esa norma, jamás me dijo hasta ahora, que no debía correrme sin su autorización. Quizás si lo hubiese sabido hubiera pedido permiso pero ¿a quién?, esos desarrapados no hablaban español, no me hubieran entendido y mi Amo no se encontraba en la sala y si no estaba en la habitación, ¿cómo pudo saber que había tenido un orgasmo?, quizás escucharía mis espasmos. Pero la casa es muy grande, es un chalet de dos plantas y su habitación quedaba bastante lejos de la sala. Podría tener cámaras de seguridad, o acaso lo intuyó al entrar y verme llorar tirada en el suelo. Lo ignoraba y lo que era peor, nunca podría saberlo porque no se me permitía hablar sino para responder a sus preguntas. De lo que estaba convencida es que iba a ser castigada por incumplir una regla que desconocía.
En ese instante me dí cuenta que había ejecutado sus órdenes de manera autómata, incluso los momentos en qué recordé algunos acontecimientos pasados durante la tarde lo había hecho con gran excitación, humedeciéndose mi coño, evocando el orgasmo tenido con los dos indigentes. ¿Quizás esos momentos fueran suficientes para justificar de algún modo mi voluntario sometimiento?, ¿acaso estaba empezando a olvidar mi reciente vida pasada para centrarme en el único dominio de mi Amo sobre mi ser?, o lo que era aún más dramático, quizás ya me encontraba agusto en mi nueva condición de esclava. Aunque, inmediatamente después, me sentía sucia porque mi cuerpo fuera capaz de gozar con cualquier desconocido y mi mente ya no se opusiera a ello. Iba a ser castigada esa noche precisamente por ello. Seguía en un mar de dudas...
Terminada la operación, me hice una coleta y salí de la ducha encaminándome a la cocina donde se encontraba mi Amo plácidamente comiendo. El olor de las viandas que emergían por el pasillo me recordó que seguía teniendo mucha hambre pero ya me había hecho a la idea de que hoy tampoco comería nada a excepción del pedazo de dulce pegado en su suela del zapato y mis propios excrementos. Llegué a la cocina y sin decir nada me senté en el suelo, en la posición de sumisa, justo al lado de la silla donde se encontraba sentado. Permanecí en silencio con la mirada en el piso.
Cuando terminó de cenar y mientras se encendía un cigarro, me ordenó con voz pausada; sube al cuarto de las correcciones y espérame en la puerta.
Una corriente eléctrica me recorrió mi espina dorsal al recibir la orden dada por mi Amo, ya se acercaba el momento del castigo, desconocía si iba a ser capaz de soportarlo. Me levanté lo más sigilosamente posible y me encaminé lentamente al piso de arriba a donde se encontraba la mencionada sala. Estaba la puerta cerrada con llave. Me senté en el suelo sobre mis talones justo en la entrada y esperé.
No sabría calcular el tiempo que permanecí aguardando pero a mi me pareció mucho. El dildo se me iba incrustando cada vez más en mi interior por la posición en la que me encontraba sentada. Aguanté sin moverme un milímetro, no quería apoyarme en una nalga para minimizar la molestia por si mi Amo se diera cuenta cuando llegara y pudiera complicar más la situación. Apareció en el umbral, estaba muerta de miedo, ignoraba la intensidad que iba a tener la sesión. Como referencia tenía muy acentuada en mi memoria la que tuvimos el día anterior donde acabé marcada y dolorida por ese látigo del demonio. Todavía me quedaban algunas laceraciones en mi culo producto de las caricias de esa disciplina espantosa. Me miró con suavidad mientras sacaba la llave de su bolsillo. Giró el picaporte, abriéndose la puerta de los horrores.
Encendió las luces de la estancia. En mi fuero interno albergaba la esperanza de que esos artilugios de tortura no estuvieran o que todo hubiere sido un mal sueño del que, al fin, me tocaba despertar. Pero no ocurrió nada de eso. Allí estaban todos y cada uno de los aparatos y utensilios dispuestos a ocasionarme mucho sufrimiento sabiamente guiados por la mano de mi Amo. Me sudaban las manos agarradas a mis propios antebrazos por detrás de mi espalda. Entonces, escuché su voz;
Esclava, hoy las faltas que vas a expiar son importantes, los cuatro fallos de comportamiento y la más grave el haber tenido un orgasmo con los dos indigentes y, digamos, otro arruinado porque retiré mis dedos a tiempo, pues de otro modo hubieras llegado a correrte de inmediato. Te dije que habría pasado por alto este último pero como esa misma tarde te corriste agusto y sin autorización, te castigaré por los dos -paro de hablar mientras se encendía un cigarro-. Seguía sentada en el suelo sin pasar el umbral de la puerta ya abierta y suficientemente iluminada. Volvieron mis lágrimas a los ojos y eso que intentaba con todas mis fuerzas no llorar, pero los puros nervios que sentía hicieron descargar los llantos, más por temor a lo que me iba a pasar que a mi ánimo de poder, de algún modo, ablandar el semblante de mi Amo.
Una vez expulsó el humo de la primera calada, volvió a la carga; sitúate al lado de aquella rueda grande que esta en la pared opuesta a donde nos encontramos -su voz era tenue pero a la vez firme-. Alcé mi vista intentando vislumbrar el aparato en cuestión donde me había ordenado colocarme. Pude verlo inmediatamente, sobresalía por su tamaño. Era una rueda grande, de unos dos metros de diámetro. Me levanté y trabajosamente me encaminé hacia aquel artilugio de tortura sentándome justo al lado en la posición de sumisa.
¡De pie! -me ordenó-. Me levanté. Estira tus brazos hacia arriba. Así lo hice. Me colocó las sujeciones que estaban en la parte alta del disco que eran muñequeras de cuero apretándolas todo lo que daba de si la hebilla. Una vez que tuve fijada las manos a ese artefacto me indicó que metiera un pie dentro de la tobillera también del mismo pellejo que había como sujeción en la parte de abajo. Procedió de igual modo, cerrándome el broche en el agujero mas apretado que pudo. Menos mal que la rueda se mantenía fija lo que facilitaba la operación. Sin mediar palabra, se puso rodilla en tierra y cogió suavemente el pie que me quedaba como apoyo al suelo y lo ató a la otra tobillera apretando el pasador con fuerza. Me quede de esta guisa en aspa, amarrada a ese anillo del terror. Estaba muy asustada, desconocía hasta que punto iba a maltratar mi cuerpo.
Se fue hasta la estantería donde tenia todos los útiles de tortura. Gotas de sudor me resbalaban por mi cuello y, en finos surcos bajaban por el canalillo de mis pechos hasta llegar al centro de mi estómago. Apagó la colilla y volvió de aquella vitrina con algo en las manos que no pude ver bien debido a que cuando llegó a mi altura se los metió en un bolsillo de su chaqueta. Se puso enfrente de mi y empezó a masajear con sus dedos a ritmo creciente mis pezones. Cuando éstos empezaron a endurecerse tiró de ellos tensando mis senos. Suspiré, una mezcla de dolor y placer me embargaba mi sistema nervioso. Disfruta lo que puedas con estos prolegómenos -habló de repente-, más tarde suplicarás piedad.
Cuando ya los tenia suficientemente erectos, sacó de su bolsillo una especie de pinza, de las llamadas japonesas. Apretó de ambos lados de las tenacillas y éstas se abrieron lo suficiente para poder ponerla en el mismo centro de mi pezón. Aflojó la presión de los extremos y ésta se cerró dejando aprisionado la mencionada mama. Sentí, en ese momento, un fuerte pellizco que me laceró enormemente esa zona tan delicada de la anatomía femenina. Grité de dolor. Sin amedrentarle mis lamentos, hizo la misma operación con mi otra glándula sacando de su chaqueta otra pinza idéntica que la colocada momentos antes. Volví a aullar de angustia ante ese segundo pinchazo.
Veo que ya no suspiras de placer -comentó en tono sarcástico-. Pero no te preocupes que no todo ha terminado. Volvió a sacar de su bolsillo una especie de pesa con una arandela en uno de sus lados. Metió dentro de la anilla un cordel y lo ató al extremo de una de las pinzas que tenia apretando mi pezón. El peso tiró de la tenacilla hacia abajo y me aprisionó todavía con más fuerza mi mama. El dolor empezaba a ser tremendo. Notaba que mi pecho comenzaba a perder su tersura natural y quedaba curvado hacia abajo por la carga soportada. Pero no se quedó ahí, saco tres pesos más y los fue colocando uno a uno debajo del primero que, imantados entre si, quedaron totalmente adheridos al primero. El lastre era muy fuerte y mi pezón, junto con todo el pecho quedó, producto de la gravedad tan fuerte que aguantaba, bastante caído. El dolor en mi aureola y, sobre todo en mi glándula mamaria era impresionante. Lloraba desconsoladamente pero lo único que conseguí fue que repitiera la operación en mi otra mama.
Se apartó un par de metros como observando su obra y satisfecho comentó; Tampoco te quejes tanto. Solo te he puesto en cada teta cuatro pesas pequeñas de doscientos cincuenta gramos cada una. La presión en tus pezones, al ser la primera vez que los llevas puestos, puede ser dolorosa pero aguantable. No dudes que más adelante soportarás cargas más superiores -sonreía por su comentario-. Esto lo llevarás puesto un buen rato. Cada tirón que te den será un acercamiento más a tu sumisión, y ten por seguro que llegará a ser absoluta ante cualquier orden que te de yo o alguno de mis invitados. En un momento dado dejó de hablar y cogiéndome por la cintura me ladeó de un lado a otro con fuerza. Seguía amarrada de pies y manos a esa rueda de locura pero los pesos y sus correspondientes pinzas se volteaban en la misma dirección lacerando, si cabe, más dolorosamente mis ya sufridos pezones. Gritaba de dolor y angustia, pero mis lamentos no parecieron suavizar el sadismo de mi Amo.
Volvió a la estantería, dejándome durante unos minutos sola con mi sufrimiento. El pellizco cada vez más punzante que sentía en mis pezones se tornaba casi insoportable. Notaba el sudor resbalándose por mi cuello en tanta cantidad, que ya parecían auténticos riachuelos corriendo por el canalillo de mis pechos y, resbalando por la cintura, se dejaba entrever en todo el entorno de mi monte de venus. Lloraba en silencio con la cabeza totalmente caída hacia un lado.
Seguía estudiando entre los diferentes artefactos de la vitrina cual elegiría para castigarme. Se decantó por un flagelador de tiras de bambú de más de medio metro de largo con un mango de madera. Tendría unas veinticinco o treinta tiras unidas en la empuñadura. Me quedé muerta de miedo al ver ese instrumento de tortura, desconocía, en ese momento, en que lugar de mi cuerpo iba a utilizarlo. No me dejó mucho tiempo en la duda. Acariciando mi estómago con aquel artefacto fue explicándome como iba a emplearlo; Ahora daré una vuelta a la rueda para que te quedes boca abajo -seguía explicándome-, y te azotaré fuertemente el coño. La próxima vez que tengas ganas de tener un orgasmo te acordarás de este suplicio y, seguramente, la vagina se te reseque en vez de emitir fluidos -se reía por la ocurrencia-.
Notaba la rugosidad de las finas tiras de madera acariciándome la barriga y lloré todavía con más fuerza sin buscar compasión alguna de mi Amo, simplemente por el terror que me causaban sus palabras. De repente quitó el tope de la rueda y giro lentamente ciento ochenta grados el disco. Quedé boca abajo. Los pesos se voltearon en dirección a mi cabeza y tiraron de las pinzas que, aprisionadas a mis pezones, hicieron que quedara al descubierto la piel oculta de mis pechos. Éstos permanecieron caídos a la altura de los hombros. Las piernas abiertas dejaban expedita la vagina para el suplicio que se avecinaba. Mis tobillos, fuertemente atados a la rueda, aguantaban el peso de mi cuerpo. No pude más y le supliqué clemencia.
Grita y llora cuanto quieras. Ya sabes que nadie te oirá. Este es un chalet independiente sin vecinos cerca, pero te advierto que con tus lamentos puedes cabrearme hasta tal punto de azotarte con más fuerza. No eres más que una puta esclava, que voluntariamente quiere que la eduque y que debe expiar una falta muy grave. Deberías de estar orgullosa de que pierda mi preciado tiempo en corregir tus desmanes -le oía decir-.
Se quitó la chaqueta que dobló cuidadosamente en el asiento del potro en el que me había castigado la noche anterior y, remangándose la manga derecha de su camisa, empezó a golpear al aire el flagelador como sopesando el golpe que pensaba atizarme. Era tan aterrador el zumbido que se escuchaba cuando las tiras de madera sacudían a la nada que bastaron para que volviera a orinarme de miedo, con la diferencia que al encontrarme en una posición boca abajo el fluido de orín se escurrió por mi estómago llegando a surcar mi propia cara, resbalándose por la coleta que estaba apuntando al suelo y cayendo en intermitentes gotas al piso en el que se iba formando un pequeño charco.
Parece que si no te meas no te quedas tranquila -comentó mi Amo al darse cuenta de lo ocurrido-. Tendrás que limpiarlo con tu lengua cuando terminemos -concluyó-.
Con su mano acarició mi vagina algo húmeda por los fluidos que acababan de salir, lo pasó por alto o, al menos, no dijo nada al respecto. Solo se echo a reír viendo mi cara de horror por lo que se avecindaba de inmediato y con voz risueña le oí decir; Vamos a empezar de inmediato, sé que tienes ganas de que te azote el coño. Lo haremos como ayer, me darás las gracias y me pedirás que el siguiente sea más fuerte.
Seguía llorando. En la posición que me encontraba boca abajo con las piernas abiertas y atada a esa rueda del demonio me sentía totalmente vulnerable. La sangre se me iba acumulando en la cabeza y notaba mi corazón latiendo muy deprisa. No me acordaba que además del castigo que iba a sufrir debería dar las gracias y pedir que el siguiente fuera más fuerte. No podía más. Pero, ¿cuantos me iba a dar?, no había dicho un número. Dentro de mi cabeza giraban cantidad de cifras, por Dios que no fueran muchas -pensé-. Como adivinando mis reflexiones, le escuché decirme; el total de azotes lo iremos decidiendo sobre la marcha. Después de hoy ten por seguro que nunca más se te ocurrirá disfrutar de un orgasmo sin antes preguntar si lo puedes tener.
Sin mediar más aviso y, en un momento que me encontraba con los ojos cerrados intentando calmar mis lágrimas, recibí en plena vulva un fuerte trallazo que me hizo retorcerme de dolor. Nunca pensé que el daño fuera tan tremendo en esa zona tan sensible. Se acrecentaron sobre manera mis lloros y mis súplicas. Los labios mayores se empezaron a enrojecer. Intentaba por todas mis fuerzas zafarme de mis ataduras girando mi cintura de un lado a otro pero todo el afán resulto baldío, lo único que conseguía es que las pinzas con sus pesos correspondientes, con el movimiento se bambolearan, aprisionandome con más dureza mis aplastadas mamas.
Si no te estas quieta voy a tener que ponerte los correajes de seguridad -gritó mi Amo-. Me duele mucho, por favor suélteme, -lloraba mientras intentaba zafarme de las ataduras-. No me dejas otra alternativa voy a colocártelas -concluyó-. Desenrolló unas correas de cuero ancho que salían de la rueda, situadas a la altura de mi abdomen y las apretó todo lo fuerte que la hebilla lo permitía. Lo mismo hizo con otras dos pretinas que surgían en cada pierna, a la altura del muslo y la espinilla. Por último colocó otras dos, una en cada brazo a media altura entre el hombro y el codo. Apretó todos las traíllas lo más fuerte que pudo. De esta manera quedé totalmente prensada a aquella rueda y mi movilidad se vio reducida muy considerablemente. Sólo me quedaba llorar de impotencia.
Ahora podré azotarte sin problemas. Te lo advertí qué te estuvieras quietecita -seguía gritando-. Sin más prolegómenos, descargó otro flagelo, pero esta vez me alcanzó en el pliegue de piel que hay entre el muslo y el borde de mi coño, la llamada ingle. Repitiendo el mismo azote a la altura de mi otro aductor. Aullé de dolor ante ambos trallazos seguidos. Se me enrojecieron ambas zonas al instante. Estos son los extras por las molestias que me has causado al tenerte que entrabillar el cuerpo -gruñó-.
Una vez que estamos a la par, empieza a pedirme que te azote el coño, fuerte y claro -volvió a gritar-. Azóteme el coño por favor, logré decir entre lamentos. Sentí otro trallazo justo en mitad de mi raja que me hizo sacar espumarajos de mi boca, resbalándose los mismos por la comisura de mis labios y con un hilillo de baba se iba amontonando en el suelo ampliando el charco que ya había de mis orines. Entre lloros y gimoteos le di las gracias.
No voy a esperar toda la noche a que me supliques que te azote más fuerte -gritó en un momento determinado-, este castigo es por lo puta que eres, no hace falta que me lo ruegues, pensaré que, en tu fuero interno, es eso lo que deseas. Pero sigue dándome las gracias por el tiempo que pierdo en corregir tu educación -me ordenó-.
No había todavía asimilado sus palabras cuando volvió a estrellar el flagelo de tiras de bambú sobre mi lacerada vagina con más fuerza que el anterior. La brutalidad de esa madera tan elástica hacia que sus golpes llegaran justo en el lugar donde previamente había apuntado. Mi coño me ardía tremendamente sobre todo mis labios mayores que ya parecían amasijos de carne triturada por el flagelo. Mi Amo esperaba unos segundos a que le diera las gracias para a continuación recibir otro trallazo más fuerte que el anterior en mi vulva maltrecha. ¡Zas!, volvía a atizarme la misma zona y yo intentaba, más por inercia que por otra cosa, revolver mi cuerpo lo poco que me dejaban las ataduras para minimizar en algo el dolor pero lo que conseguía era el efecto contrario, es decir, por cada azote que recibía en mi pubis, aparte del dolor punzante en la vagina, mi cuerpo espasmódicamente se giraba todo que le permitían los amarres, con lo que facilitaba que las pesas se bambolearan de un lado a otro en un vaivén frenético produciendo, como efecto inmediato, que las pinzas apretaran con más virulencia mis atormentados pezones
Me dolían tremendamente los ovarios y el útero. La cabeza me daba vueltas y me empezaba a marear, quizás por estar ya bastante tiempo boca abajo y, sobre todo, por la virulencia de los golpes que estaba recibiendo en toda mi zona vaginal. Esto parecía no tener fin. Mi Amo seguía esmerándose en producirme el mayor dolor posible. Una vez más seguía azotando la zona, con más furia, con más sadismo, con más brutalidad... Ya no me quedaban fuerzas para moverme, el dolor era insoportable.
En un momento determinado paró de azotar. No podría saber cuantos trallazos me atizó aunque mi Amo, gentilmente tuvo la consideración de comunicármelos. Creo que ya es suficiente castigo, -comentó-, te he dado treinta y tres azotes en tu coño. Calculo que no volverás a correrte sin permiso porque la próxima vez que ocurra serán muchos más de eso no te quepa la menor duda. Paró de hablar mientras se secaba el sudor con un pañuelo, acto seguido sacó de su bolsillo interior de la chaqueta un cigarro con intención de encendérselo.
Pude dar gracias al cielo de que el martirio al fin terminara. Estaba bastante mareada por la postura tan incómoda en la que me tenía la maldita rueda. Mi coño, aunque no me lo podía ver, lo sentía en carne viva. Auténticos corazones me latían en mi entrepierna. Tanto era el dolor que por unos instantes se me olvidaron lo lastimados que tenia mis pezones y los pellizcos que las pinzas me producían como consecuencia de los pesos que empujaban mis pechos al contrario del sentido de la gravedad. Del dildo que llevaba puesto ya me había olvidado. Los nervios previos y el suplicio posterior, habían hecho que el llevar aquel tapón anal tan grueso fuera el menor de mis problemas.
Pasaban lentamente los minutos. Mi Amo fumaba tranquilamente y yo cada vez más intranquila viendo que no me soltaba de la rueda. Necesitaba que al menos me pusiera en posición vertical y me quitara esas pinzas en los pezones. Desconocía si por el castigo recibido me impediría durante algún tiempo poder cerrar las piernas ya que tenía un dolor punzante en mi vagina. Estaba pensando en todo ello, cuando escuché la voz de mi Amo y no pude dar crédito a sus palabras;
La infracción por el orgasmo recibido ya ha tenido su castigo. Espero que no se te vuelva a ocurrir correrte sin permiso -apagó la colilla, continuando su monólogo-; Pero quedan por corregir las cuatro faltas de comportamiento. Acuérdate de esos pequeños deslices que te enumeré antes. Aunque sin tanta importancia como la anterior, no por eso podemos pasarlos en alto, ¿verdad? -me miró buscando una contestación por mi parte-.
Alcé mi cuello todo lo que me permitía la posición tan lastimosa en la que me encontraba. Ya no me quedaban lágrimas en mis ojos, pero mucho peor era el dolor que sentía en mi pubis y en mis pezones. Corría el riesgo de que éstos pudieran capsularse como consecuencia de llevar bastante tiempo las pinzas puestas y la falta de riego sanguíneo en la zona. Solo atiné a decir, por favor Amo, apiádese de mi. No volveré a tener faltas, me esmeraré todo lo que pueda, se lo suplico... ¡¡¡¡¡No puedo más!!!!! Vociferaba sin parar.
¡Deja de llorar! -Gritó-. Eso no te salvará del castigo que mereces. Por eso te estoy educando. Esa soberbia y altivez que te sale a veces hay que extirparla de raíz. Llegarás a ser una esclava obediente y cumplidora de todas tus obligaciones, no lo dudes -seguía bramando-. Si cometes una falta, por muy baladí que ésta sea, tendrá su correspondiente corrección sin excepción alguna -continuaba vociferando-. Quiero que tu comportamiento sea siempre el adecuado para una sumisa, si no te entra mecánicamente, al menos, que sea por miedo a las consecuencias que tendría una conducta errónea a tu condición de esclava -dejó de hablar un segundo mientras se dirigía a la estantería-. Al cabo de un breve espacio de tiempo ya desde la misma vitrina, volvió a hablarme;
Te azotaré tus tetas en la parte interna de ellas. Los pesos que llevas en las pinzas tersan esa piel lo suficiente para su castigo. Esa postura en la que estas boca abajo lo facilita bastante, -sonrió-. Dejó el flagelo de tiras de bambú en uno de los estantes y, para mi sorpresa, apareció con una fusta de algo más de medio metro de largo. En la punta tenía una especie de mano rígida de cuero. El mango parecía de piel trenzada y tenía incorporada una tira del mismo tejido que llevaba colocada en su muñeca a modo de sujeción.
La sanción consistirá en quince fustazos en cada pecho. Después de esto se te terminará esa arrogancia y ese orgullo que te hacen tener un carácter altanero. Te dije una vez que te lo quitaría a golpes si era preciso y eso es lo que voy a hacer. Ya te lo he explicado mil veces, una esclava tiene que ser siempre sumisa y obediente y no olvidar nunca que cuando no la estén ordenando nada o usando, permanecerá sentada en el suelo en la postura que te enseñé. Tu única ambición será respetar, agradar y obedecer a tu Amo. La próxima vez que tengas alguna tentación de la clase que sea que no sea acatar mis órdenes al pie de la letra, te acordarás de este castigo, Y no lo dudes un segundo, si vuelves a recaer otra vez en alguna de éstas faltas, la corrección a la que te someteré será mucho más dura.
Seguía llorando pero ya apenas mis lamentos eran perceptibles por mi Amo. El dolor en mi pubis se acrecentaba a medida que se iba enfriando. Mis pezones estaban tan aplastados por la presión que ejercían las presillas de las pinzas japonesas que cualquier movimiento del cuerpo, por pequeño que este fuera, me producían terribles sufrimientos, máxime cuando éstas estaban fuertemente agarrados por cuatro pesos en cada una lo que multiplicaba el suplicio a medida que se bamboleaban y tiraban de mis castigadas mamas.
Mis tetas quedaban por debajo de su cintura pero eso no fue óbice para que descargara con violencia un primer fustazo en la zona interior de mi teta izquierda. El dolor fue espantoso. Con la laceración, las tenazas se voltearon y los pesos pegados a ellas se balancearon de izquierda a derecha con ritmo frenético lo que multiplicó por mil el dolor en toda la mama. Aullé de puro desconsuelo. Un segundo fustazo en la misma teta me hizo suplicar al mismo Dios que parara ese calvario. La Piel se iba poniendo de color rojizo amoratado marcando la silueta de la mano, copia exacta con la que estaba siendo azotada. Y yo, sacando fuerzas de donde no las tenía, debía agradecer a mi Amo por cada uno que recibía en mi castigado busto.
Así fueron sucediéndose uno tras otro los quince trallazos dados en mi pecho izquierdo, fuertes, lacerantes, sin compasión. Sin darme tiempo para poder tomar algo de aliento, prosiguió su tortura en mi otra teta. Fue todavía más doloroso habida cuenta que ya me esperaba lo que iba a pasar por lo que mi Amo se esmeró en hacerlo todavía más cruel. ¡Zas!, otro fustazo en mi castigada piel. Mi seno se bamboleaba de un lado a otro. Mis babas ya se escurrían en auténticos hilos bastantes gruesos que dejaban en el suelo charcos enormes de saliva. Los agradecimientos a cada fustazo ya prácticamente era inaudibles.
Mi Amo sudaba bastante por el esfuerzo y, con voz entrecortada, dio por finalizado el castigo. Espero que te haya servido de lección -concluyó-. Se dirigió a la vitrina y colocó en su lugar la fusta. Se volvió a donde me encontraba amarrada y giró la rueda hasta dejarla en la posición original. Colocó el tope. Noté como la sangre volvía a fluir en mi cabeza con normalidad, pero el dolor en mis mamas eran indescriptible. Al colocarse mis tetas según el sentido de la gravedad, los pesos tiraron hacia abajo con brusquedad y rozaron la piel lastimada por el castigo, eso hizo que el desconsuelo llegara a limites de la propia locura. Por si esto fuera poco, creía no sentir mis pezones de lo aplastados que estaban cada vez más oprimidos por las tenazas, siempre tirando hacia abajo obligados por el peso que aguantaban, aunque lo peor estaba por llegar.
Sin ningún miramiento apretó los bordes de una de las pinzas japonesas y estas se abrieron liberando mi pezón de aquel pellizco que con el tiempo transcurrido y el peso soportado habían hecho que los mismos se quedaran bastante tiempo sin riesgo sanguíneo, al retornar la sangre en ellos, la sensación de dolor se multiplicó por mil. Las pocas fuerzas que me quedaban fuero utilizadas para aullar acompañados de auténticos espasmos de dolor. La misma operación fue realizada en el segundo pezón y el mismo tormento, acompañados de más gritos, si cabe, ocasionó tal liberación.
Me encontraba al borde del desmayo. Tenía miedo cuando me soltara los tobillos si sería capaz de mantenerme en pie y, por supuesto, poder cerrar las piernas después del escarnio sufrido en mi coño.
Me soltó primero los tobillos desabrochando la hebilla y abriendo la tira de cuero que me los aprisionaba a la rueda. Quedé con los pies tocando el piso pero si poder hacer presión con mis plantas. Hizo la misma operación con mi primera muñeca y su correspondiente sujeción de seguridad. Deje caer el brazo pegado a mi estómago, como inerte. Desabrochó las demás sujeciones de seguridad en abdomen y piernas. Solo me quedaba un punto de fijación al artefacto y era la otra muñeca. Previniendo mi Amo que al soltarla acabara tirada de bruces contra el suelo, antes de aflojar la hebilla me sujetó por las axilas. De esta forma al liberarla me sostuvo con fuerza y caí en sus brazos. Tuve una sensación extraña, por un lado me había sometido a una tortura inhumana pero por otro, al encontrarme sostenida por él, me sentí protegida sin importarme en aquel momento lo que me pudiera pasar en un futuro. Su aroma volvió a impregnar mis enamoradas fosas nasales. Me colocó suavemente la coleta en su lugar, acariciándome brevemente la frente y la cara. Yo mantenía mi cabeza apoyada en su regazo. Quizás el castigo había valido la pena al poder sentir nuevamente sus caricias o quizás todo era ficticio hasta tal punto de estar empezando en mi, la transformación de mujer a esclava sin voluntad.
Pero, como todos los episodios románticos tenidos con mi Amo, éste también tuvo un final amargo. Me colocó suavemente de rodillas cerca de la rueda donde había estado amarrada momentos antes. Para no caerme de lado tuve que sujetarme con las manos al suelo, por lo que de estar de rodillas pasé a estar a cuatro patas. En esa posición mis pechos cayeron producto de la gravedad sintiendo una aguda punzada en ellos que me hizo gemir una vez más de angustia.
No creas que me he olvidado de la limpieza -le escuché decir-, ve repasando con la lengua tus babas y tus meados. Venga, empieza a chupar, -me ordenó-. Ya no me quedaban fuerzas pero traté de obedecer, tenía como pinchazos en los ovarios, era un dolor intenso. Pero no quise incumplir su voluntad, bajé la cabeza y lamí todo el contorno de los charquitos que había en el suelo. Cuando todo quedó a su gusto me ordenó que me levantara y le siguiera. A duras penas pude ponerme en pie y cuando lo conseguí noté entre mis muslos una humedad que salia de mi vagina. Todavía no había podido mirarla pero suponía que estaría muy inflamada por los azotes.
Me toqué con mi palma el muslo y vi que la tenía mojada con algo rojizo. Me asusté, pensé que el castigo en mi pubis habría tenido consecuencias todavía peores que lo que me imaginaba. Me quedé paralizada mirando mi mano manchada con algo de sangre. Mi Amo, al ver que no le seguía se detuvo y dio media vuelta llegando a donde me encontraba, después de observar el flujo me miró y con cara disgustada me comentó; ¡Vaya!, sabia que esto llegaría. No temas, sólo te ha bajado el periodo. Era normal, abusamos de las pastillas del día después y se te ha adelantado unos días. Al menos no estas embarazada -concluyó-.
Me quedé un poco más tranquila. Solo era la menstruación. Lo que me molestaba era su forma de hablar siempre en plural. No hubiera tenido que abusar de las pastillas si no me hubiera obligado a follar a pelo con toda esa gente durante los últimos días. Al menos habían hecho su función y no estaba preñada cosa que me tranquilizó enormemente.
Me sacó de mis pensamientos la voz de mi Amo; este inconveniente tenemos que atajarlo. No podemos permitir que una esclava como tu en pleno proceso de adiestramiento se vea la evolución frenada por un maldita regla -seguía maldiciendo-. Sígueme, -ordenó- y ponte las manos en tu coño no quiero que manches el suelo de mi casa.
Le obedecí. Puse las palmas tapándome la raja. El mero roce me hacia ver las estrellas. No se distinguían mis labios mayores de los menores todo parecía un amasijo de carne inflamada y ahora el periodo. La verdad que todo eran problemas y yo no quería bajo ningún concepto enfadar a mi Amo. Le seguí. Con los brazos intentaba apretarme los pechos para que se desplazaran lo menos posible pues el roce de éstos, con el simple movimiento, me hacía recordar el terrible castigo sufrido en ellos.
Llegamos a la cocina y nos dirigimos a las escaleras que daban al trastero. Vaya, me va a llevar al mismo sitio donde pasé la última noche -pensé-. No me equivocaba, allí estábamos, frente a la columna donde permanecí amarrada. La cadena, las esposas y los candados se encontraban todavía allí, tirados en aquel suelo rugoso de hormigón.
Sitúate arrodillada de espaldas al pilar y pon las manos detrás -me ordenó-. Obedecí. Me las engrilletó a la espalda y colocó la cadena en la misma posición que la noche anterior. Quedé nuevamente atada a la columna, con las manos a la espalda sin saber muy bien por qué lo había hecho. El castigo había sido durísimo. Mis tetas y mi coño me dolían horrores y ahora también me había bajado la regla. ¿No era suficiente para, al menos, descansar en una cama?, llevaba ya con esta, tres días seguidos, una en el suelo del dormitorio y dos atada a esta columna en aquella habitación tan húmeda e inhóspita. No podía entender como después de todo lo que había pasado me obligaba a dormir otra vez encadenada en aquel lugar. Yo misma di contestación a mis lamentos e, inconscientemente, me indigné con migo misma. Volvía, aunque solo fuera de pensamiento, a cuestionar una decisión de mi Amo y no debía hacerlo. Sabía que esto me iba a costar una barbaridad, anularme la mente hasta el punto de acatar y obedecer como un robot, desconocía en ese momento si sería capaz de alterar tanto mi voluntad. De momento me dije a mi misma; Si él quería que estuviera atada, allí me quedaría intentando no cuestionar ni tan siquiera en mi cabeza su decisión.
Volvió a sacarme de mis pensamientos su voz; Mientras no resolvamos este problema te quedarás amarrada a la columna todos los días que te dure la menstruación. -Seguía hablando-. No te preocupes de manchar el suelo con tus fluidos, es de cemento ya lo limpiaras cuando te libere. Mientras tanto cagarás y mearás atada al poste. Ten cuidado donde lo haces -sonrió-. La cadena, como sabes, no tiene más de metro y medio de largo y calculo que, al menos, estarás unos cuatro días encerrada. Esto también es parte de tu educación como esclava -se encendió un cigarro y antes de abandonar la estancia concluyó-, Mañana te traeré agua y comida. Esta noche la pasarás en ayunas, no podemos alterar mis ordenes por mucha hambre y sed que tengas, además, ya merendaste en al baño -rió-. Acto seguido apagó las luces, cerró la puerta y abandonó la habitación.
Me quede sola, el dolor en mis tetas y coño no remitían incluso aumentaban a medida que se iban enfriando las zonas. Me pinchaban los ovarios. Tenía sed pero debía contener las ganas hasta que mi Amo me trajera agua. Al menos no me había apretado mucho las esposas. Notaba que cada vez mi mente divagaba menos acerca de mi nuevo estado. Podría comprender su trato vejatorio, como decía, todo era parte de mi educación pero echaba de menos algún afecto por su parte. Es que no se daba cuenta que por él era capaz de hacer todo lo que me ordenara y aguantar todos esos castigos. Solo buscaba algún momento de ternura, como cuando me cogió de la rueda para que no me cayera, sentirme protegida y acariciada por él. Sin duda eso me reconfortaría y me haría mucho más llevadero mi nueva condición de esclava y sobre todo me acercaría a la felicidad. Si, quizás era una esclava en potencia, incluso podría disfrutar siendo una ramera, pero necesitaba saber si con esto me acercaría más a él porque una esclava además de obedecer y no cuestionar ninguna orden también debería tener como principal objetivo buscar la dicha de su Amo a través de su propio sometimiento y conseguido ésta, ella también seria feliz.
Soñaba en conseguir que se sintiera orgulloso de tener una sumisa las veinticuatro horas, los siete días de la semana pero parecía que eso no era suficiente para él. Ya me lo dijo por la mañana que no significaba nada que solo quería adiestrarme para su propio beneficio o para mi cesión o venta a otro Amo. De todos modos, seguía albergando la posibilidad de que, con el tiempo, poder cambiar sus sentimientos y que, al igual que yo no podía vivir sin él, a mi Amo pudiera pasarle algo parecido. Esa era la infelicidad que me embargaba. Pero esto ya no dependía totalmente de mí, seguiría obedeciendo ciegamente con la esperanza de que con el tiempo pudiera cambiar la situación.
Estos fueron los últimos pensamientos que se me pasaron por la mente antes de acurrucarme y cerrar los ojos. El cuerpo me dolía. Me di cuenta de que mi Amo no me había dado la crema cicatrizante al menos para la piel interna de mis pechos fuertemente castigados esa noche, sin duda me hubiera venido bien. Para el coño y mis pezones desconocía si serviría. Mis ovarios también me molestaban mucho, podía haberle pedido una pastilla para el dolor menstrual pero ya empezaba a no tener iniciativas ni siquiera para amainar mis molestias y si mi Amo no me la había ofrecido yo no era nadie para pedirla...
Tenia frio, aunque estábamos a las puertas del verano, la humedad en el trastero era agobiante y no me dio ni una manta para tapar mi desnudez, tampoco se la hubiera pedido. Él sabría si la necesitaría o no. Menos mal que no tenia ganas de mear con aquello tan inflamado tenía miedo de que me escociera. Con las manos pude palpar el dildo, no me había dado cuenta de que lo llevaba puesto, no me lo quitó durante la sesión de castigo. Menos mal que ya no me molestaba tanto, quizás mi ano ya se había abierto lo suficiente para albergar semejante instrumento. De todos modos no me dejó órdenes acerca de si debía retirarlo cuando tuviera ganas de cagar. Entre la lavativa que me puso y que estaba casi en ayunas no tenia deseos de defecar aunque si en el transcurso de la noche las tuviera aguantaría hasta que mi Amo llegara para pedirle permiso. Estaba decidida a no hacer nada que no estuviera autorizada.
Poco a poco el sueño fue venciendo al propio dolor, al frio y a las molestias de tener las manos engrilletadas a la espalda. El cansancio me dominaba. Puse la mente en blanco y quedé finalmente dormida.