La esclava de Roma - el poder del gladiador.

Una esclava de Roma es vendida al mejor de los gladiadores, quien intentará a toda costa que ella se convierta en su sumisa. No dejará de hacer cosas que le molestan hasta que se convierta en su perra, en su objeto, en un cuerpo en su posesión.

Eran tiempos de gladiadores, todo se podía comprar con el poder de la victoria. Ganar en la arena era la gloria eterna. Claro que, solamente en Roma y los alrededores. En otras tierras no tenía tanta importancia ganar.

Los esclavos se vendían por casi nada, algunos llegaban a ser vendidos a precio de lo que valdría una espada estropeada. Quizá menos.

Lucrecia,una chica de no más de 18 años, era una esclava de un Domine, alguien que poseía más esclavos y los convertía en gladiadores. Su único trabajo era servir, y  algunas veces satisfacer sexualmente a los gladiadores, incluso a Domine.

Un buen día, el mejor de los gladiadores de Domine y de toda Roma, al que habían marcado con el nombre de El extrangero, pidió tener en su posesión a Lucrecia.

Domine, como es lógica, aceptó. El extrangero compró su libertad más adelante, y la de Lucrecia. Debido a su gran fama y gloria, pudo comprar una casa decente, prometiendo a Lucrecia dinero siempre que lo necesitara. Ahora era suya. Su esclava.

La pobre esclava debía de dormir entre paja y arena, en la miseria. Mientras El extrangero Dormía en el sitio más cómodo jamás visto.

Un buen día Lucrecia despertó desnuda, en la paja. Quiso ir corriendo hacia él, pero se dio cuenta de que estaba atada con unas gruesas cadenas que esclavizaban sus puras y delgadas muñecas. Su primera opción fue gritar el nombre de su dueño, pero resultó un fracaso.

Cuando hubo cansado sus fuerzas, El extrangero se acercó.

-Amo...-rogó

-Llámame por mi nombre. No me gusta que me llamen Amo sin sentimiento.

-No...no se su nombre. Pido clemencia, pero no puedo saberlo pues nunca oí que le nombraran de otra forma que no fuera El extrangero.

-Ya no soy "El extrangero". Mi nombre real es César.

-¿Por qué estoy atada, César?

-Eres mi esclava.

-Pero...

-¿Pero qué?-enfureció él-. Si lo prefieres puedes volver con Domine y con su asquerosa polla. Nadie te impide que vuelvas a ser la zorra que masturbe a miles de gladiadores. Ve, ve a él otra vez y suplicale ser su putita.

César la desató, sin embargo, Lucrecia se quedó inmóvil, con los ojos llorosos. Todo eso había resultado un trauma para ella, y él lo sabía.

-¿Por qué no huyes, pequeña esclava?

-Quiero quedarme con usted, señor César.

Él rió.

-Demasiado tarde.

César se fue, aunque antes de salir de ese patio cubierto de paja se giró hacia su esclava.

-Tienes una oportunidad. Claro que no es gratis.

-¿Que precio tiene, señor?

-Se mi sumisa. Quiero follarte y humillarte.

-Pero...yo ya soy su esclava, si quiere que le complazca sexualmente solamente debe pedirmelo.

-No quiero una zorra que me lama los testiculos, quiero a una sumisa fiel y cariñosa.

-No se lo que es una sumisa, Sr.

-Una sumisa es alguien que entrega su cuerpo, su alma, y su mente a un hombre. En ese momento el hombre pasa a ser su Amo. Ese sí es motivo para arrastrarse y rogar con la palabra "Amo" en la boca cada cinco segundos.

-Está bien...seré su sumisa.

-¡No!

César dio una patada a los pechos desnudos de Lucrecia. La cual respondió con un grito.

-Necia, no me entiendes. No quiero que seas mi sumisa por temor a ir con Domine, quiero que seas mi sumisa porqué tu corazón te lo pida.

-Mi corazón no quiere eso, Sr.

-Bien. Te dejaré tranquila, serás mi esclava, pero tienes una semana para pensarte si quieres ser mi sumisa. Si no deseas eso...tendrás libertad.

César iba camino a la puerta cuando fue interrumpido.

-Pero...¿Y mi ropa? ¿Y las cadenas?

-Eres una inútil. Cito tus palabras tal como las dijiste "Yo ya soy su esclava, si quiere que le complazca sexualmente solo debe pedirmelo." Yo tomo la palabraa TODO lo que se dice. Intenta dormir esta noche, te hará falta.

Lucrecia estaba soñando, cuando sintió una sensación extraña. Se despertó, y sentía unas leves caricias en su vagina. Cuando hubo despertado a sus ojos, pudo ver que un desconocido la estaba masturbando. Empezó a gritar, pero César le tapó la boca.

-Esclava. No rechistes. Cállate y ni se te ocurra disfrutar. Pagaron por masturbarte, y te masturbarán.

Lucrecia lloró, pero tuvo un orgasmo increíble con unos dedos desconocidos entrando y saliendo de su sexo mojado.

El desconocido se fue, despidiéndose de César, pero ignoró a Lucrecia. No era más que una esclava. Y para él, no era más que una vagina con piernas.

-¿Ahora entiendes algo? Una esclava puede ser usada por quien diga su dueño. Una sumisa únicamente es masturbada por su Amo.

Lucrecia estuvo llorando todo el día sumida en la oscuridad, hasta que César volvió por la noche para darle la comida.

-¿Quieres comer?

-Sí...por favor-suplicó ella

-Ponte en posición animal.

Lucrecia se puso a 4 patas enseguida.

César dejó la comida en el suelo, y ella empezó a comer. Pasó de ser esclava a ser sumisa. El antes llamado "El extrangero" empezó a masturbarla. Ella paró de comer.

-Sigue comiendo, tienes hasta que llegues al orgasmo. Una vez hayas sentido el éxtasis, no habrá más comida, así que por tu bien más te vale ser frígida y no calentarte demasiado rápido. Sabes que no te conviene.

Lucrecia consiguió comer todo sin llegar al esclavizante orgasmo. Aunque el tacto de los dedos de su dueño le hacían sentirse vil, débil, entregada. Y que las mujeres fueran claramente inferiores en esa época tampoco ayudaba demasiado a sus pensamientos. Se sentía inferior ante su dueño.

Una vez terminada la comida, César se fue. Dejando a Lucrecia al borde del orgasmo. Con ganas de llegar al éxtasis. Ella le miró suplicante.

-Otra ventaja de ser sumisa, tienes mil orgasmos a diario. Siendo esclava te permitiré pocos.-rió

César estaba claramente manipulando psicológicamente a Lucrecia para que aceptara ser su sumisa. Pero Lucrecia era fuerte, no se dejaría manipular de esa forma tan fácilmente.

César siguió haciendo lo que hasta ahora había hecho. Manipularla.

un buen día Lucrecia despertó con el Sol dándole en la cara, estaba desnuda y al aire libre.

Cuando hubo abierto los ojos se dio cuenta de que estaba en la arena donde luchaban los gladiadores. Con el público riendose de su desnudo cuerpo. Algunos aplaudían, y la mayoría se masturbaba.

Lucrecia era una chica de muy buen ver, así que podía llegar a excitar a cualquiera.

Entraron 6 hombres en la arena, y rodearon a Lucrecia.

-El trato es el siguiente-dijo uno de ellos-. Te masturbas. Y nos masturbamos. Si te corres antes que nosotros te irás de aquí, y si no...

No terminó la frase. Pero Lucrecia estaba asustada, así que comenzó a masturbarse como si por los Dioses estuviera poseida. Dos de los hombres se apartaron para que Lucrecia estuviera expuesta a una gran parte del público.

Se sentía expuesta, entregada, vioalda. FORZADA. Era objeto sexual de todas aquellas personas del público. Y de los seis hombres. Era la puta oficial de Roma.

Y seguro que cualquiera de los ciudadanos de Roma le haría saber que no era más que una esclava inútil, de una forma u otra.

Llegó al orgasmo. Todo el mundo empezó a aplaudir. Una lágrima cayó de sus ojos. Se sentía ridícula y humillada.

Aún así, habiendo ganado el trato, los seis hombres se corrieron encima de ella. El llanto se transformó en una llúvia de lágrimas y sollozos.

Se la llevaron de ahí a rastras, y la llevaron a su casa.

Ahí estaba César esperándola.

-Ahora entiendes por qué te conviene ser mi sumisa, ¿No?

-Sí...-dijo ella, aún con lágrimas en los ojos

-Entonces, suplica serlo.

-Señor...le suplico que acepte mi decisión...-César tenía una sonrisa en la boca- De no ser su sumisa.

El gesto facial de César cambió. Ahora era Lucrecia quien sonreía.

César dio un grito de fúria, que una mujer le rechazara era lo peor que le podía pasar. Y más si era una simple e inútil esclava.

La encadenó en una posición incómoda, ya que le obligaba a tener los brazos pegados a los pies, y se fue.

Eso no había terminado ahí. Y ahora iba a ser peor, mucho peor.

César ya no sentía aprecio por Lucrecia. Ahora era simplemente un cuerpo. Un cuerpo que usar y torturar hasta que el motor de éste, el corazón, dejase de latir.

Lucrecia estaba condenada eternamente por los Dioses. Y solo ellos podrían salvarla.