La esclava de mi amo.

A veces no tenía ganas de ser usada, pero, ¿tenía derecho a quejarme? sólo era su puta y vivía para complacerle.

Los fines de semana vivo en casa de mi amo. Cuando entro por la puerta siempre me pregunta que cómo estoy, y que si acepto sus normas. Siempre digo que sí. A partir de ese momento paso a su entera disposición durante los dos días siguientes, en los cuales puede hacer conmigo lo que le apetezca: nada o todo.

Normalmente, si ha tenido una semana dura en el trabajo, se desahoga follándome la boca, el coño o el culo (aunque suele preferir la boca) o golpeándome (con sus manos o con cualquier cinturón), o me ordena que se la chupe cuidadosamente.  Y cuando no quiere usarme tengo aprendido cuál es mi lugar: de rodillas en una esquina de su salón, hasta nuevo aviso.

Una de las primeras cosas que aprendí con mi amo (hace ya más de tres años), es que una puta siempre ha de tener las piernas abiertas, así que cuando no quiere usarme, estoy de rodillas, desnuda, con las piernas ligeramente abiertas, en una esquina en su salón. En esa esquina he llegado a estar un día entero, sin poder moverme. Mi amo casi siempre me deja un reloj a mi lado: tengo derecho a descansar 5 minutos por cada 10 que paso de rodillas, y así, cada diez minutos, puedo sentarme en el suelo, aunque no puedo masajearme las rodillas (que cuando llevas varias horas de rodillas ya duelen bastante) o estirarme. Cuando no me pone el reloj, tengo que aguantar hasta que no pueda más, y suplicarle que me deje sentarme. A veces me hace caso, si le suplico de una manera correcta: con la cabeza baja, pidiéndoselo por favor, y siendo respetuosa con Él. Otras veces pasa de mí hasta que mi cuerpo empieza a temblar por el dolor, o yo comienzo a llorar, y es entonces cuando me recoge y me sienta en el suelo. Otras veces, he llegado a gritar suplicándole que me dejase sentarme, mientras lloraba y las palabras a penas podían salir de mi boca.

Mi amo es mucho mayor que yo, yo tengo 18 años y él 44. Lo más importante para mí, desde entonces, ha sido aprender a servirle siempre, aprender que yo no tengo por qué recibir placer, pues no es el propósito de una puta, sino darle placer a Él, complacerle y contentarle. Por este motivo estuvo sin follarme dos años: durante dos años nunca me tocó, me folló o permitió que yo lo hiciese. Durante dos años mi único propósito era llegar a su casa, chuparle la polla, suave o atragantándome con ella, aprender a controlar mi respiración, hacer garganta profunda, etc, para aprender a adorar su semen sin obtener nunca nada a cambio, sólo el placer de que mi boca sirviese como contenedor de sus corridas. No niego que muchas veces quisiese yo obtener un orgasmo, y que muchos fines de semana fuese a su casa pensando que ese sería el día en que por fin mi amo me follase, pero eso no pasó hasta hace un año.

Ese fin de semana llegué a su casa, y tras la pregunta de si aceptaba sus normas, me puso, mientras me miraba, unos calcetines en mi boca, la cual posteriormente tapó con cinta aislante. Tras esto me ordenó desnudarme, y cuando estuve desnuda frente a él, con mis pequeñas tetas de niña visibles, y mi coño perfectamente depilado y virgen, me puso un antifaz en los ojos. No podía ver nada ni podía quejarme de nada.

  • Pon tus manos detrás de tu cuello, puta. - escuché. Y así lo hice.

Sentí cómo me ataba las manos y me llevaba andando hacia la esquina donde siempre estaba de rodillas.

  • Ponte de rodillas, cariño mío. Con las piernas abiertas, como te he enseñado.

Me empujó con sus manos hacia abajo, hasta que mis rodillas tocaron el suelo. En ese momento me di cuenta de que en el suelo había algo que se clavaba en mis rodillas: ¿granos de arroz? ¿sal?

Mi primera reacción fue intentar levantarme, pero mi amo me empujó de nuevo la cabeza hacia abajo y mis rodillas volvieron a posarse sobre los granos de arroz y sal.

  • Shhh, no te he dado permiso para moverte.

Intenté quejarme pero los calcetines en la boca y la cinta aislante me lo impedían, además no veía nada y tampoco podía usar mis manos, que estaban atadas detrás de mi cuello.

Agaché la cabeza y respiré intentando olvidar el dolor que me estaban produciendo  aquellos granos de comida sobre mi piel desnuda.

Oí cómo mi amo se movía por el salón durante unos minutos, cogía una lata de cerveza y se sentaba en el sofá, encendiendo la tele y viendo un programa de comentaristas de fútbol.

Mis rodillas me ardían y mis brazos me dolían de tenerlos en aquella posición.

Pasaron, calculo, unos 10 minutos que se me hicieron interminables, y no escuché a mi amo dándome la orden de poder sentarme a descansar las rodillas.

Seguí allí sentada, soportando el dolor, hasta que mis piernas empezaron a temblar, al principio no mucho, pero luego cada vez más considerablemente. Con los temblores de las piernas, los granos de arroz y sal se clavaban más en mis rodillas, me empezó a escocer muchísimo y a darme calambres, en ese momento supe que las rodillas me estaban empezando a sangrar, lo cual, en unión a la sal, hacía que me ardiesen. Intenté aguantar un par de minutos más, intentando controlar la respiración y los movimientos de mi cuerpo, mientras oía a mi amo comer y beber en el sofá mirando la tele, pero no aguanté más. Había pasado unos 25 minutos en aquella posición y esos granos me estaban matando, así que mi cuerpo se puso instintivamente de pie, aunque por el dolor de la rodillas perdí el equilibrio y me caí al suelo, con la cara por delante, quedando tumbada boca abajo y con las piernas temblando. Comencé a llorar pero no me moví, pues tampoco tenía fuerzas para hacerlo.

Oí cómo mi amo se levantaba y cogía algo del armario de la cocina. Yo seguía sollozando en el suelo.

Mi amo vino hacia mí y levantándome por los brazos, escuché cómo echaba más sal y arroz en el suelo del salón.

  • Que sepas que vas a ser tú la que limpie todo esto, pedazo de puta, es que mira lo que me haces hacer, zorra asquerosa.

Tras sus palabras me empujó hacia el suelo sin importarle que yo estuviese llorando y mi cuerpo desnudo cayó boca-abajo sobre todo ese nuevo arroz y sal.

  • Quédate ahí, tumbada, puesto que no sabes estar de rodillas. Y abre las piernas, joder, qué te tengo dicho: que las putas tienen siempre las piernas abiertas.

Abrí las piernas sobre el frío suelo e intenté dejar de sollozar, pero me seguían matando de dolor las rodillas y ahora sentía cómo los granos de arroz y sal también empezaban a incrustarse en mis pequeñas tetas.

Estando allí, en el suelo, sollozando y con dolor, fue la primera vez que mi amo me folló.

Sentí como se posaba desnudo encima mía, levantaba mi culo y metía un cojín debajo, entre mi cuerpo y el suelo, haciendo que yo quedase en pompa, con mi cara y mis tetas apoyadas en el suelo.

Me separó mis labios vaginales con las manos, y empezó a introducir, con bastante fuerza, su polla en mi coño virgen.

  • Hora de que madures, pequeña zorra. Ahora tu coño también es mío, y pronto lo será tu culo.

Sentí como me desgarraba en dos, cómo mi coño se abría con dificultad para que su polla pasase por él.

Por supuesto, no se puso condón, desde que le conozco me hace tomar las pastillas para que no me quede embarazada. Así que podéis imaginar dónde terminó corriéndose.

Pero no penséis que fue rápido, estuvo, aunque no tenía en ese momento noción del tiempo que pasaba, más de 40 minutos bombardeando mi coño con su gran polla, quitándome la virginidad sin importarle mi dolor, pues ni siquiera estaba lubricada, o si sangraba (que lo hacía).

  • Eres mi puta y a partir de ahora este agujero es también para mi placer. Tú eres sólo 3 agujeros andantes.

Me decía cuando me quejaba.

(Continuará)