La esclava de Luis Giner (2)
Adriana comienza a aceptar su nuevo roll en la vida como esclava sexual.
LA ESCLAVA DE LUIS GINER PART. II
Adriana despertó de su sueño lleno de amargas inquietudes y penalidades. Se removió en el suelo, desnuda, y se incorporó lentamente. No sentía frío, el sótano del chalet era un lugar templado en los inicios del verano.
La joven, pronto sintió leves punzadas de escozor por distintas partes de su cuerpo, así como el desagradable tacto del semen reseco pegado en gran parte de su piel, latentes recuerdos de su desagradable y nueva situación.
Sobre todo, le dolían los pezones, que continuaban hinchados de manera considerable, como si llevasen pegados pequeña ascuas a su alrededor.
Adriana frotó suavemente las palmas de sus manos sobre sus pechos, intentando relajarlos, algo que consiguió en parte, pues el escozor bajo en intensidad.
Enseguida, su joven pero despierta mente, recordó con claridad todo lo sucedido desde que aquellos desconocidos la abordaron cerca de la puerta de su casa y la forzaron a abandonar su familia. Después y tras muchas horas de oscuridad, la dejaron en presencia de aquel ogro. Estaba en otro país, España seguramente pues aquel individuo hablaba el idioma que ella conocía bastante bien, pues familiares y paisanos habían emigrado desde hacía muchos años a España y el idioma fluía entre los habitantes del pueblo para las mentes deseosas de aprender como la suya.
Noto como su pecho se contraía en inmensas ganas de llorar. Aguanto. Era una persona fuerte, la pobreza y las penurias al lado de su familia la habían hecho fuerte, pero aquello era diferente, aun así debía de seguir luchando.
Busco entre la penumbra un interruptor y encendió la luz, entro en el aseo y se ducho largamente, frotando su piel enérgicamente.
Se vistió con un vestido abotonado que cubría sus muslos casi hasta sus rodillas, ajustado a su torso de manera que acentuaba el curvilíneo talle de sus pechos, elegido entre la poca ropa que la habían dejado, sin sujetador, ya que se habían cuidado bien de no dejar sostenes.
Anduvo nerviosa un rato por la habitación llegando incluso a golpear con rabia la única puerta que había, comiendo alguna fruta y echando tragos de agua, envuelta en una tremenda inquietud, intentando aceptar el espectacular cambio que había sufrido, y que sin duda iba a sufrir de una manera desagradable.
La cerradura de la puerta crujió. Todos los tiernos músculos de la chica se tensaron en un gesto de miedo y rechazo.
La puerta se abrió dejando paso al hombre de la noche interior, inmensamente corpulento, esta vez vestido elegantemente con pantalón y camisa de sport, con su rostro sereno y agresivo en el que resaltaba su mirada penetrante y autoritaria que no aceptaba ninguna replica.
La miro de arriba abajo y sonrío complacidamente.
El Oso dejo la puerta abierta tras de sí y anduvo lentamente rozando el cuerpo de la chica que lo miraba de reojo.
Se sentó en una silla sin dejar de mirarla.
-Ven aquí putita -dijo serenamente. Adriana indecisa se acerco temerosamente y se paró a un metro escaso del hombre-. Acércate más y arrodíllate.
Adriana dispuesta a sufrir lo menos posible, se arrodillo ante su verdugo, sollozando interiormente, intentando aceptar su suerte.
-Bien puta, escúchame con atención porque no quiero repetir las cosas dos veces, sé que me entiendes bien. A partir de ahora la palabra "NO" no existe para ti, me dirás a todo que si y me llamaras Señor.
Adriana sollozo.
"¡Plaaafff! -La bofetada retumbo en la habitación-. ¿Que tienes que decir putita?
-Si...si... Señor...
-No llores, eres muy sensible perrita.
El hombre estiro sus brazos y sin decir palabra, desgarro el vestido dejando a la chica con tan solo la minúsculas bragas que se había puesto; puso sus manos en los pechos y los sobo durante un largo rato, clavando sus fuertes dedos en la dura y deseada carne.
Adriana gimió cuando noto como los dedos del hombre asían sus pezones como si fuesen pinzas. El Oso dio un fuerte tirón de ellos atrayendo a la joven hacia él.
-Mírame -exclamó. Adriana dirigió sus brillantes y hermosos ojos azules al hombre-. Esto también es difícil para mi putita. Me juego mucho teniéndote aquí ¿sabes? Así que no me disgustes, pórtate bien y se una buena perrita.
El hombreton soltó de golpe los pezones y se levanto sin dejar de mirarla.
-Camina a cuatro patas por la habitación -ordenó.
Para su satisfacción, Adriana obedecido enseguida. Caminó a gatas lentamente alrededor. El hombre extasiado por la obediencia de la joven y atractiva hembra, no dejo de mirarla mientras se desnudaba, observando el movimiento de sus blancos muslos, el temblor de sus sensuales labios, y sobre todo, el insinuante bamboleo de los grandes senos.
El comisario comparo inconscientemente la sensación que sentía en ese momento, con la que llegaba a sentir cuando era un joven y enérgico policía antidisturbios y estaba a punto de empezar una carga sobre un grupo de alborotadores. Pero ahora todo era más complaciente y excitante.
Cuando el policía corrupto acabo de desnudarse, su tremendo miembro estaba plenamente erecto. Comenzó a meneárselo.
-¡Joder que excitación perraaa! -aulló-. Aaaaahh.
La joven continuo moviéndose aumentando sus temores ante las palabras del hombre, con su mirada perdida en el suelo.
El Oso camino al lado de Adriana, excitadísimo, sin dejar de pajearse, soltando intermitentes cachetes en las cada vez más enrojecidas nalgas de ella. Adriana lanzaba leves gemidos. Por fin, el hombre, cogió a la joven de su corto pelo rubio y tiro hasta que la chica quedo prácticamente de rodillas ante él, acerco su boca a la boca femenina y dejo caer un enorme salivazo. La saliva se esparció por los labios de Adriana y entro en su boca. Enseguida, el hombre llevo su miembro a la boca sin dar tiempo a la chica a protestar.
La joven rumana, en precario equilibrio sobre sus rodillas, se agarro a las caderas del hombre para soportar mejor la presión sobre su pelo. Noto como el grueso glande se abría paso entre sus labios introduciendo la saliva que acaba de recibir y mezclándola con la suya propia. Noto una arcada y enseguida recordó la angustia de la noche anterior, por lo que puso todas sus fuerzas en intentar cooperar, entreabrió sus labios y facilito el rítmico movimiento del pene en su boca. El hombre, llevado por el enorme placer que le producía la succión de su pene en la boca femenina, bombeaba sin parar, la saliva de Adriana empezó a caer a chorros entre sus labios, empapando su barbilla y resbalando por su cuello hasta sus pechos. El policía sintió como las primeras gotas salían de su pene perdiéndose en la boca de la chica.
-Jodeeeeeer putaaaa que mamada -sacó su miembro y dando unos golpes en la cara de la chica, intento relajarse entre sonoros gemidos. No quería correrse aun, pero notaba la incontrolable ebullición en sus genitales. Aumento la presión de su mano en el pelo de ella hasta que Adriana quedo de pie, la empujo contra la pared de espaldas a él y de un tirón, bajo las bragas hasta que quedaron por la mitad de los muslos de la chica dando otro fuerte azote en sus nalgas.
El Oso empezó a morder el tierno cuello de la chica, aplastando su cuerpo contra la pared, metiendo su pene entre los muslos, buscando el sexo femenino.
-Ábrete guarra, abreteeee -grito al tiempo que empujaba su enorme pene, mientras que con sus dedos, intentaban abrir los labios de la vagina, bruscamente, sin ninguna delicadeza, esperando que la chica le facilitase el camino abriendo sus piernas, pero Adriana gemía, lloraba, sus muslos apretados, inmovilizados por sus bragas, oponían por su propia cuenta resistencia al belicoso miembro-, ábrete putaa, abreteee.
El miembro por fin, ayudado por los gruesos dedos, encontró la caliente cavidad vaginal, y de un empujón, el comisario introdujo prácticamente todo su miembro. Bombeo con tremenda fuerza, metiendo, sacando, mordiendo el cuello y los hombros de la joven que completamente inmovilizada contra la pared, se limitaba a sollozar y a aguantar los pollazos.
Giner aguanto poco, enseguida se vació entre tremendos gritos de placer, llenado la vagina de Adriana de su jugo.
-Mi putita -gimió al tiempo que tiraba el cuerpo sudoroso y tembloroso de la chica sobre la gran cama-, que bien mi putita umm.
El Oso se sentó exhausto al lado de la joven. Se quedo mirándola durante unos segundos hasta que por fin, con delicadeza, la quito las bragas que ya habían dejado unas rojas marcas sobre los blancos muslos; fue entonces cuando las piernas de ella se abrieron ligeramente y un hilillo de semen resbalo por los labios abiertos y mojados. Paso los dedos por el rizado y rubio vello del pubis hasta que encontró el sexo mojado de la chica y se los impregno de semen. Recorrió con sus dedos mojados el vientre y los senos, dejando un reguero pringoso hasta llegar a la boca de Adriana, introdujo su fuerte dedo entre los suaves labios y lo movió en la boca, volvió a llevarlo a la vagina y se lo volvió a impregnar de semen, esta vez, el dedo del hombre recorrió las nalgas buscando el orificio anal de la chica, lo removió en el estrecho agujero y lo introdujo de un solo impulso. El cuerpo de Adriana dio un respingo y soltó un sollozo.
-Mmmmm que culito estrechitoo zorra -aulló sin dejar de mover su dedo en el ano de la joven. Su pene, que había perdido algo de vigorosidad después de descargarse, volvió a endurecerse-. Date la vuelta, vamos a follar este culito.
Adriana escucho las palabras del hombre, debía de obedecerle, su existencia ya estaba ligada a la de él, era su dueño quisiese ella o no, pero su cuerpo, lleno de marcas punzantes en su cuello y hombros provocadas por los mordiscos, y su trasero totalmente rojo de los azotes, se removió en actitud de rebeldía, sin ninguna intención de obedecer.
-Perra vaga y perezosa, hoy tengo mucho tiempo, así que vas a complacerme quieras o no quieras -sentenció el policía y acto seguido, se levanto y se dirigió a por unos artilugios.
La chica miro alucinada al hombre desnudo cuando se volvió a acercar a ella con 4 juegos de esposas metálicas, la autentica imagen de un coloso dictador; sin poder hacer nada, sintió como la abría de piernas y brazos y ataba un brazo y una pierna a la cabecera de la cama y las otras dos extremidades a los pies de la cama.
El ogro después de atarla busco en el aseo los instrumentos necesarios y empapo de espuma el vello que cubría casi de manera salvaje el sexo de Adriana. Con movimientos expertos, el comisario había depilado más de una vagina en su agitada vida sexual, paso la cuchilla entre la piel y los tiernos pliegues, dejando en pocos minutos bien visible las curvas que dibujaban los labios vaginales; después, busco un pañuelo de seda autentico, regalo de le regente de un prostíbulo de lujo en gratitud de ciertos favores, y vendo los ojos de la joven.
Adriana intentaba removerse inquieta, tirando de sus manos y tobillos prisioneros, pero según la habían esposado las expertas manos del policía, su margen de movimiento era 0.
La sonrisa se acentuó en los labios del Oso, cuando cogió las dos velas de cera iraní, las coloco sobre los senos duros y turgentes y las acoplo perfectamente sobre las erectas protuberancias que formaban los pezones, debido a la hendidura que las velas tenían en su base. Los tacos de cera roja comenzaron un leve movimiento al compás de la respiración de la chica, como si de dos casitas rojas se tratasen colocadas sobre la cima de dos blancas montañas y fuesen movidas por un suave seísmo.
Prendió las mechas con su mechero de oro. Ansioso. Su enorme miembro volvía a estar en una dolorosa erección.
La cera enseguida se calentó.
Adriana empezó a gemir. Lentos pero gruesos chorretes de cera empezaron a deslizarse desde la punta por los blancos y grandes senos. Las manos del hombre sobaban los senos notando el calor de la cera sobre la tersa piel.
-Qué tetas mi puta mm, no te preocupes, esta cera es inocua y no te dejara señal alguna sobre tus preciosas tetas -la aseguró recordando las palabras de su confidente iraní sobre la excitación que le produciría ver en funcionamiento aquellas pequeñas velitas, "para que disfrutes del sado", a decir verdad, fue cuando el delincuente islámico le dio aquellos consejos el momento en el que nació la idea de tener su propia sumisa.
Los pechos comenzaron a cubrirse de regueros de cera roja. Los gemidos de la chica empezaron a hacerse sonoros en la habitación. Solo en el sótano de Giner, porque nadie más escuchaba sus lamentosos quejidos. La cera se derretía lenta pero imparable, cubriendo poco a poco los senos, tiñéndolos de un rojo brillante intenso.
El comisario se agarro su miembro y lo acerco a los orificios femeninos, perfectamente visibles y expuestos a su antojo, paso su rojo glande por el sexo recién rasurado de la chica y soltó un largo grito de placer. Lo clavo lentamente entre los labios vaginales y bombeo varias veces, estimulando la vagina que empezó a producir fluidos de manera instintiva; después de unos segundos, saco su pene ya completamente mojado de la caliente cavidad vaginal de Adriana, la miro y la insulto varias veces, las velas ya prácticamente derretidas se habían convertido en una capa roja que cubría los pechos, la joven con sus ojos cubiertos, gemía y sollozaba. Esta vez, el hombre acerco su glande al minúsculo orificio que dibujaba el conducto anal de ella, y en dos violentos empujones, lo introdujo por el estrecho conducto que cedió abriéndose ante el impetuoso empuje del duro miembro masculino.
Adriana soltó un tremendo grito notando como el miembro duro y gordo se introducía con violencia en su ano, intento removerse pero era inútil, noto como el hombre bombeaba su pene sin parar hasta que quedo incrustado todo dentro de ella, enseguida noto el severo bombear y el rozamiento de la piel rugosa del pene en sus paredes anales, su gritos perdieron intensidad a medida que se iba dilatando su ano, la chica comprendió mientras sentía los poderosos bombeos del pene en su culo, que estaba ligada a aquel hombre aunque lo odiase, comprendido cuando noto al hombre temblar y aullar como un poseso y su pene palpitar con tremenda fuerza dentro de su ano al tiempo que soltaba su jugo caliente y pringoso, que su existencia estaba ligada a la de su verdugo, quisiese o no su nuevo roll en la vida era servir a los deseos de aquel hombre, su amo.
FIN SEGUNDA PARTE