La esclava de Gor 1. Las tres lunas llenas.

Vivencias de una esclava goreana.

Hoy lucirán las tres lunas llenas en el cielo nocturno de Gor. Intuyo que con las tres lunas llegará mi Amo. Hace ya muchas lunas llenas que marchó para luchar en las tierras del Sur. Desde que hoy me levanté, al salir el sol, mi corazón me dice que mi Amo está a punto de volver. Ya no me he puesto el camisk, la sencilla túnica que usamos las esclavas, mi Amo quiere que vaya desnuda en la casa cuando él está aquí. Me he pasado el día poniendo todo en orden, el corral de los vulos (especie de ave gallinácea del planeta Gor), el huerto, limpiando y ordenando la casa, preparando comida. Sé que es inútil que me esfuerce. Cuando llegue revisará con su mirada escrutadora toda la casa y seguro que encontrará algún defecto, algún error, cualquier excusa para blandir su látigo y azotarme tres veces. Yo diría que se trata de un ritual que tanto él como yo tenemos asumidos. Marcará mis nalgas con finas líneas rojas y el calor de los azotes hará que mi fuego primero arda y luego se inunde. Y entonces me usará con su kiva  y yo me entregaré a él sin restricciones, porque soy su kajira, su esclava, le entregaré mi placer y él entonces me usará con más virulencia para satisfacer su deseo.

Fue muy diferente hace un año cuando me usó por primera vez. Yo llevaba en Gor 9 meses. La mañana de mi 18 aniversario amanecí desnuda en una jaula junto a otras cinco chicas jóvenes como yo.  Todas nos miramos asustadas. ¿Qué broma era esa? La jaula viajaba sobre un carro tirado por una especie de enormes bueyes y conducida por un extraño personaje barbudo vestido con pieles. No podía recordar como había llegado hasta ahí. Sólo me venía a la mente una pesadilla en la que alguien me arrastraba al interior de una nave oscura, que me obligaban a tumbarme sobre una camilla y después perdía el conocimiento. Tres de las chicas hablaban mi idioma. Ninguna de las tres entendía dónde estábamos ni qué pintábamos ahí desnudas, pero no podía ser nada bueno. Gritamos  al hombre que conducía el carro exigiendo explicaciones y que nos soltara pero él ni se inmutó. Las otras dos chicas, que hablaban entre ellas en un extraño idioma gutural que no supe identificar, estaban mucho más tranquilas y nos hicieron señas para que calláramos cuando nos oyeron gritar. Sólo entonces parecieron asustarse. Al cabo de unas horas llegamos a una especie de aldea medieval y nos dejaron en uno de los  edificios más grandes. Ahí nos encerraron en una gran celda con barrotes de hierro, junto a una decena de chicas más. Luego nos separaron en dos grupos,   las vírgenes, incluída yo, a las que nos denominaban kajiras de seda blanca y las que no lo eran, las kajiras de seda roja. A estas últimas se las llevaron y no las volvimos a ver. Para las kajiras blancas se inició un duro periodo de 9 meses de “adiestramiento”, en el que fuimos tratadas como animales, alimentadas con gachas, castigadas con azotes y fustazos por cualquier torpeza o signo de rebeldía. Nos sometieron a agotadoras  jornadas de sol a sol en las que si no trabajábamos en los huertos o en las cocinas, éramos adiestradas en los rituales de servicio a los Amos o en la posición en la que debíamos permanecer junto a ellos y aprendimos los rudimentos de la lengua goreana, justo lo suficiente para entender las instrucciones y responder siempre “Sí Amo”. Las primeras semanas caí en una profunda depresión. No entendía cómo había ido a parar ahí y para qué. Las tres lunas que lucían por la noche y los extraños animales que habitaban el lugar me hacían pensar que estaba en otro planeta pero luego me decía a mi misma que todo aquello debía ser una pesadilla, que no era posible que en el siglo XXI se tratara de aquella forma a las mujeres. Pero el dolor de los azotes era demasiado real para ser un sueño. Al cabo de unas semanas entré en un estado de aceptación resignada. Aprendí a obedecer diligentemente las instrucciones que se me daban y de esa forma evitar los azotes y dejar de pensar en mi situación. Cuando concluyó el adiestramiento, nos llevaron a la plaza de la aldea. Desnudas y encadenadas a postes sobre una tarima, nos subastaron como a animales.

Así es como pasé a pertenecer a un casta roja, un goreano de la casta de los guerreros, que me llevó a su casa estirando de una correa sujeta al collar que desde el primer día me habían colocado en el cuello. Yo estaba aterrorizada, pensando en lo que sucedería al llegar a su casa. Sabía que las kajiras estábamos destinadas a servir a sus Amos en todo lo que se les antojara, entre otras cosas a complacerles sexualmente. Durante el adiestramiento nos habían enseñado las posturas en las que debemos entregarnos a nuestros Amos para que nos usen, aunque el esclavista nunca llegó a hacerlo, puesto que nos quería mantener vírgenes.  En mi vida anterior había preservado mi virginidad a la espera de conocer al hombre ideal con quien perderla, en absoluto imaginaba que sería de esta forma. Pero ese día mi Amo simplemente comprobó complacido cómo seguía todos los rituales establecidos a la hora de servirle comida y bebida, cuya confección también dió por buena. Por la noche dormí a sus pies sobre las pieles que utilizan los goreanos como cama, pero no me usó.  A la mañana siguiente, me dió un camisk (una especie de túnica de fina tela que apenas cubría mis pechos, ni vulva y mis nalgas) y sujeta de la correa, me acompañó primero al casta verde, el galeno de los goreanos, que me revisó como quien revisa a un ternero, palpó y auscultó mis agujeros y finalmente me hizo beber un mejunje asqueroso que más tarde supe que era el anticonceptivo y afrodisíaco de las kajiras. Por la tarde vino lo más duro. Me llevó al herrero. Sin mediar palabra, éste me sujeto a una especie de potro, dejando mi culo alzado y descubierto, tomó un hierro candente que tenía preparado en la fragua y presionó con él en mi nalga izquierda. Primero oí el chisporroteo de mi piel chamuscándose, luego sentí una oleada de dolor que estremeció todo mi cuerpo y finalmente percibí el nauseabundo olor  de la carne quemada. El herrero se reía  de mis gemidos de dolor y mi Amo me contemplaba serio. Tras aplicar una pomada sobre la piel quemada de mi nalga, volvimos a la casa de mi Amo. Al entrar me desnudé como era preceptivo. Me ordenó que me colocara en posición de uso sobre las pieles de su dormitorio, era una de las posiciones que había practicado durante los últimos meses y que hasta ahora sólo había servido para recibir azotes en las nalgas. Me arrodillé con la cabeza pegada al suelo y mi culo alzado en pompa, con lágrimas en los ojos esperé a recibir los azotes, sin saber la razón.. Entonces note que me sujetaba de las caderas y acto seguido algo presionó sobre mi vulva que se abrió y dejó paso al contundente objeto que la penetraba. Por segunda vez en ese día el dolor estremeció mi cuerpo. Prefería diez azotes al dolor que me producía aquello dentro de mi. Mi Amo metía y sacaba su kiva con golpes bruscos que cada vez me hacían aullar de dolor. Esa vez fue la primera que me usó y pensé que prefería morir a tener que someterme a esa tortura de nuevo. El acto sexual entre los goreanos dura mucho más que en los humanos, especialmente cuando es entre un libre y su kajira. Puede estar usándola más de una hora antes de darse por satisfecho. Aquella primera vez sollocé y gemí de dolor durante la interminable hora en la que me estuvo usando. La primera vez que se corrió dentro de mí, pensé que el suplicio se habría acabado, pero tras un breve momento de descanso en el que mantuvo su kiva clavada dentro de mí, volvió a acribillar mi vagina con saña y siguió violándome hasta que se corrió otras dos veces. Ya era de noche cuando me ordenó que me  tumbara a sus pies para dormir ambos sobre las pieles. Apenas pude dormir, la nalga marcada me palpitaba de dolor, al igual que mi vagina desvirgada y desgarrada por la brutal violación. Sollocé desconsolada y en silencio durante toda la noche.

En las siguientes semanas, en las que mi Amo permaneció en la casa, cada noche me usó de esa forma. No era tan doloroso como lo fue la primera vez, pero aún así me hacía gemir de dolor, sentía como si un hierro candente penetrara dentro de mi. Pasadas las semanas, mi Amo se fue a una de sus campañas bélicas, en las que durante una o dos lunas llenas (meses) se ausentaba de la aldea y me dejaba sóla a cargo de la casa. Al principio me alegré, me libraría de sus azotes y de la tortura nocturna antes de dormir sobre las pieles. Pero con el paso de los días empecé a echarle de menos. Añoraba su presencia, la seguridad que sentía junto a él, las caricias que me daba tras azotarme o usar mi fuego. Cuando al fin volvió mi corazón empezó a palpitar desbocado. Tras entrar en la casa, se puso furioso. Yo no sabía por qué. Entonces se acercó a mí y me arrancó el camisk que yo tenía prohibido usar en la casa. Luego tomó su látigo y me dió los tres azotes de rigor que se da a las esclavas desobedientes, esta vez con especial saña. Yo sollozaba desconsolada pero algo me sorprendió. Noté que mi fuego, mi vagina, se había inundado de flujos y que mi vientre vibraba de deseo. Cuando mi Amo me ordenó ponerme en la posición de uso, allí en medio de la sala y penetró mi fuego, por primera vez sentí un inmenso placer en vez de dolor. Me poseyó como siempre durante casi una hora durante la cual experimenté cuatro veces un éxtasis que nunca antes había sentido. La cuarta vez que le entregué mi placer, mi Amo me dió el suyo. A partir de ese día mi Amo casi siempre me usa de esta forma y consigue que yo me entregue como lo que soy, su kajira.

Ensimismada en todos estos recuerdos, arrodillada en posición nadu junto a la entrada de casa, levanto la vista y por la ventana veo que las tres lunas llenas han aparecido tras las montañas. Veo pasar la silueta de un hombre. Mi corazón se desboca cuando oigo abrir la puerta. Me apresuro a humillar la mirada y separar más mis piernas.

  • Saludos pequeña - me dice mi Amo con su potente voz
  • Saludos mi Amo - susurro embargada por la emoción de sentir a mi Amo de nuevo cerca de mí.

No espero más palabras de él. Son pocas las que me dirige normalmente, siempre órdenes o reprimendas. Sin moverme de mi sitio, arrodillada sobre la fría losa de piedra y sin levantar la mirada del suelo, oigo sus pasos en la sala. Sé lo que realmente desea mi Amo en esos momentos, pero él quiere disimular su ansia por usarme con una previa inspección de la casa.

  • Acércate pequeña - me dice con voz tranquila pero severa.
  • Sí mi Amo - respondo con voz temblorosa.

Gateo hasta sus pies y vuelvo a arrodillarme mostrando mi fuego abierto y disponible.

  • Dime pequeña, ¿recuerdas dónde debe guardarse el fuelle?
  • ¿Junto a la chimenea mi Amo? - susurro asustada
  • Así es pequeña. Y dime, ¿dónde está ahora mismo?
  • ¿Junto a la lumbre de la cocina mi Amo? - digo ya casi sollozando al recordar que lo dejé ahí tras encender la lumbre.
  • ¿Sabes qué significa eso, verdad pequeña?
  • Sí mi Amo.

Ahí mismo me coloco en la posición de castigo, que es la misma que la de uso: arrodillada, el torso inclinado hacia el suelo, mi cara pegada a éste, mis nalgas alzadas para recibir los azotes y las piernas abiertas para dejar también expuesto mi fuego. Contengo la respiración esperando el primer azote. Primero oigo el silbido de las tiras de cuero del látigo. Y justo después mis nalgas arden de dolor

  • Zas!!!
  • AARRRGGH! Uno! Gracias mi Amo!
  • Zas!!
  • ARRRGGH! Dos! Gracias mi Amo

Mi Amo se demora un rato en lanzar el tercer azote, el definitivo y más contundente. Mis ojos están inundados de lágrimas y mis nalgas arden, pero noto que  mi fuego ya está empapado.

  • ZASSSSS!
  • AAAAARRRGGHHHHH! TRES! GRACIAS MI AMO!

Cuando recibo mi tercer azote mi fuego chorrea y noto mis flujos resbalar por los muslos. Mi Amo me sujeta de las caderas con sus enormes manos y acto seguido noto su kiva penetrar dentro de mí. Me penetra con un golpe seco y violento. Su kiva no encuentra ninguna resistencia para hundirse en mi interior. Mi fuego está abierto y lubricado. Yo aullo de placer al notar la deliciosa plenitud de mi vagina poseída por ese enorme miembro. La noto tensa, a punto de desgarrarse, pero esa sensación me produce más placer aún.

Nunca he visto la kiva de mi Amo. Siempre que me ha usado yo he permanecido en posición de castigo o uso, desde la cual no puedo ver a mi Amo. Sólo la he sentido dentro de mí. La siento dura y enorme, cuando avanza en mi interior. Noto que su piel es suave, pero con  ciertas rugosidades o bultos  que incrementan el placer de la penetración. La kajira del casta azul me dijo que ella sí había visto la kiva de su Amo porque a menudo usa su boca. Mi Amo nunca ha hecho eso, siempre ha usado mi fuego. Dice la kajira que la kiva de su Amo es como un enorme pepino, deformado en su extremo y que alguna vez también le ha usado el culo. Eso si que debe doler, no puedo imaginarme que la enorme cosa que noto dentro de mi vagina pueda entrar en el culo.

En todo caso, disfruto del uso que mi Amo está haciendo ahora mismo de mí. Saca su kiva lentamente, noto cada una de sus rugosidades frotando las paredes de mi tensada vagina. Y cuando solo falta sacar la punta, me penetra de nuevo con un golpe seco y violento. Y yo aullo de placer. Cuando hace 15 minutos que me esta usando de esa forma, le suplico permiso para entregarle mi placer. Pero él me lo deniega e incrementa la intensidad de sus embestidas. Sollozo conteniendo mi placer, deseo liberarlo pero sé que hacerlo sin el permiso de mi Amo supondría un castigo implacable.  Por tres veces más le imploro permiso para correrme antes de que me lo otorgue. Mi fuego empieza a contraerse espasmódicamente y desencadena la explosión de la kiva de mi Amo. Nuestros flujos se inyectan dentro de mi fuego, lo llenan y pugnan por encontrar una salida, taponada por la gruesa kiva de mis Amo. La siento palpitar dentro de mí. Cuando mi Amo saca parte de su kiva, siento el chorro de semen que encuentra al fin un resquicio por donde colarse y fluir como un manantial por mis muslos.

La kiva de mi Amo sigue medio medida en mi fuego. La siento igual de dura. Yo me recupero lentamente de mis jadeos y mi fuego deja de palpitar de placer. Entonces noto que mi Amo sujeta con más fuerza mis caderas y vuelve a clavar su kiva dentro de mí con un brutal golpe de caderas. Vuelve a usarme, pero ahora es diferente. Yo ya le he entregado todo mi placer. Ahora me usara para el suyo propio y exclusivo. Me entrego a él sin reservas y seré su kajira, su esclava, cuya única razón de ser es procurar placer a su Amo.

Continuará. En el siguiente capítulo la vida de la kajira dará un giro con la visita de los Amos del Sur.