La escena lésbica mejor contada

Capitulo XII de las memorias de una prostituta

Capítulo XXII

--Os deseo los mayores placeres. Nos dijo Darío, que yo me voy a acostar, estoy cansado, y la entrepierna se me resiente.

Quedamos solas en el salón de la cafetería del Hotel.

--¿Seguro Marga. que estás decidida?

--Manolita. Cómo estoy segura que pase lo que pase, lo vas a entender, voy tan convencida, que no tengo ningún temor.

--Vamos a hacer una cosa Marga. Yo llevo la iniciativa, iré muy lentamente, poquito a poco. Tú sólo tienes que decir: sigue o para.

--Me parece estupenda esa idea.

Apuramos las copas que estábamos tomando, y nos dirigimos a su habitación, en la mía descansaría placidamente Darío.

Salimos del ascensor que nos elevó a la sexta planta. Como no había nadie por el pasillo, tomé a Marga por el talle, y apoyé mi cara en su hombro.

--¿Te molesta?

--Para nada. Me agrada, puedes seguir. Por cierto; ¿Qué perfumes llevas? Huele que excita.

--Esencia de Loewe

--Huele de maravilla.

--Mañana te regalaré un pulverizador, para que siempre me recuerdes.

Entramos en la habitación, solté mi mano de su talle, y tomé la suya; y así entramos en el “Pórtico de Lesbos”

Margarita se sentó en la cama de matrimonio esperando acontecimientos. Miré su semblante y al parecerme que sus ojos emitían el brillo del deseo, coloqué mi brazo derecho por sus hombros.

--Eres preciosa. A la vez que le daba un beso en la mejilla, muy cerca de la comisura de sus labios, para que fuera notando el emboque de los míos.

Margarita se volvió. Los tenía a escasos diez centímetros. Me acorde de mi primera experiencia lésbica que tuve con otrora su madre Adela, (hoy Darío) gracias a la cirugía; era la misma situación. Y como yo hice, ella hizo lo mismo: probar la miel de mi boca.

Fue un beso fugaz, apenas se rozaron nuestros labios, pero fue lo suficiente para que la niña sintiera lo mismo que yo sentí cuando me besé con su madre: un escalofrío desde la nuca a los pies.

--Sigue, sigue; y no pares hasta que veas que reviento de placer. Me dijo Marga con los ojos entornados.

Estábamos las dos todavía vestidas, suavemente le eché sobre la cama, boca arriba. Desabroché los dos botones superiores de la blusa, y asomó entre ellos el principio de sus pechos. Estaban tan unidos y prietos que formaban una quebradura en el centro.

Desabroché los tres botones restantes y se descubrieron ante mi dos senos que me pedían a gritos que les liberara de aquel wonderbra azul celeste que los retenía.

Eliminé por su espalda el guardián en forma de corchete que les paralizaba, y ¡Voila! Emergieron dos volcanes a punto de erupcionar.

Mi mano derecha, sigilosamente bajaba en busca de la cueva del placer. Descorrí la cremallera que la custodiaba y se posó en un salva slip. No llevaba bragas.

--¿No usas bragas?

--Con pantalones casi nunca. Sólo el salva slip. Pero sigue por favor, no pares. Y cerró los ojos esperando nuevas y sensaciones.

--Aparté el salva slip y no pude reprimir el deseo de olerlo, cosa que hice, y olfatee los exudados de su alma y corazón que emanaban a través de su concha.

--Tu aroma natural, es más excitante que mi perfume artificial. Me figuro que debe ser la esencia de tu paraíso, ¿verdad? Porque parece fragancia de diosas.

--Tonta...

Mis dedos índice y corazón recorrían su hendidura, que cual manantial subterráneo, manaba agua en abundancia. Los movimientos de su pelvis y caderas se agitaban al compás de mis extremos, anunciando que estaba totalmente absorta en la melodía que mis dedos tocaban. Sus suspiros empezaron a convertirse en convulsiones...

--Para, para, para que me matas.

--¿Manolita?

--Dime cielo.

--Si esto es el preludio, me aterra pensar como será el intermedio y el final.

--Ya lo comprobarás, mi amor. Voy a llevarte a una nirvana totalmente desconocida para ti.

Era mi segunda experiencia lésbica, y estaba asombrada. ¿Es que era lesbiana? No lo sé, sólo puedo decir, que, en este momento no cambiaría a Margarita por todos los hombres del mundo. Y me asusté. Me asusté porque al recordar la figura de otrora su madre, me entró un sentimiento muy especial, sentimiento que sobrepasaba al de su nuevo estado. Entre Darío y Adela, que eran el mismo ser y la misma esencia, me quedaba con la de Adela.

Pero por otras parte sabía que entre Margarita y yo no podía haber otra circunstancia aparte del placer; podría perfectamente ser mi hija.

--¿Qué piensas?

--Nada cariño. Que soy tan feliz a tu lado, que me duele que la diferencia de edad, nos lleve por sendas diferentes.

--No pienses ahora en eso, y vamos a gozar las dos como si mañana fuera el fin del mundo. Pero antes voy a hacer un pipi.

--Te acompaño. Vamos a hacer ese pipi juntas.

Ella lo hizo en la taza y yo en el bidé. El cuadro podía haberlo pintado un genio de la pintura, y sin duda hubiera sido expuesto en los mejores pinacotecas del  mundo.

No sé. Pero instintivamente tomé un paño higiénico que pendía de una percha adhesiva al lado del bidé, y fui a secar los restos del pipi de Marga. Me agradeció con la mirada el gesto, y pasé el paño con suavidad exquisita por toda la superficie de su conchita.

Me dio un beso en los labios, caricia que retomé con ansias inusitadas, y allí las dos; yo con las bragas por los tobillos, y Marga con los pantalones debajo de las rodillas, nos besamos como dos hespérides al borde del deseo de un abismo infinito.

Y Allí mismo nos desprendimos de las prendas que todavía llevábamos en la piel.

--¿Me dejas que te baje las bragas? Me excita la idea.

--Cómo no cielo.

Marga bajó mis bragas con suma delicadeza y ante mi asombro, las frunció y se las llevó a sus fosas nasales.

Aspiró profundamente como queriendo desprender las incrustaciones de mis flujos vaginales. Sus ojos reflejaban el placer que concede el sentido del olfato.

Amarraditas del talle salimos del cuarto de baño, y como Dios nos trajo al mundo, nos dirigimos al receptáculo del amor. Donde consumimos todas las ambrosías y malvasías que conceden los dioses del Olimpo a los que se aman con pasión.

Narrar una escena lésbica es peliagudo, cuando las dos hembras se han dejado el aliento y la esencia en la alcoba.

Para Margarita fue algo tan sublime que no podía creer que mis labios y mi lengua, lamiendo su cálida y húmeda rosa, pudiera causar en ella tanto placer y sentimientos tan profundos. Es más grandioso que un simple orgasmo material... Pensaba... Se sentía como transportada a un mundo desconocido... Un mundo que ningún varón de la Isla había podido llevarle ...

--¡Por Dios Manolita... Por Dios...! Para que me matas.

Tenía tan bien aferrada a Marga por mis caderas, que su vulva con mis belfos, parecían estar sellados.

-Entró en un estado de excitación que me asustó. Gritaba de una forma tan exasperada, que tuve que abandonar "su jardín sagrado" y subir a acallar su boca con un beso. Pero al igual que me pasó a mi otrora con su madre; al sentir las emulsiones de su propio sexo en mi boca, fue como una explosión en sus meollos, que le hizo estremecer.

Me acordé de "la tijera" que me enseño Adela, e hice lo mismo con ella. Cuando pegué su vulva a la mía, noté algo extraordinario y que no había reparado a ese momento; quedé obnubilada. Del capuchón de Marga, sobresalía un clítoris extraordinario, como de unos cinco centímetros de largo.

Al ver que cesaba en mis fricciones alrededor de su zona vaginal, se percató de la situación. Me dijo:

--¿Te molesta que tenga ese colgajo ahí?

La miré con infinito amor, y sin mediar palabras, volví a bajar a "su jardín", pero no para volver a lamer "su rosa". Bajé " para comerme ese nardo". Nardo que degusté con tal glotonería, que Marga me tuvo que apartar la cabeza, porque no podía resistir más de placer.

Quedamos las dos exhaustas, rendidas, abatidas, mirando a la lámpara del techo como si de un cielo se tratara. Me dijo al rato.

¿Manolita? Es la primera vez que hago el amor con una mujer, y te juro, que ha sido maravilloso...Pero...

--¿Pero qué...?

--Es que me da corte... decírtelo.

--¡Por favor Marga! ¿A estas alturas?

--Que me gustaría lamértelo a ti, pero tengo mis dudas.

--¿Asco quizás? Le pregunté mirándole a los ojos.

--No, no... No sé que es, pero te aseguro que no es asco.

--Mira, vamos a hacer lo siguiente: ponte boca arriba. Yo me montaré en tu cintura, e iré subiendo lentamente mi vientre hasta tu boca; los ojos tenlos como quieras, cerrados o abiertos. Iras notando el perfume de mis exudados cuando esté mi vulva cerca de tu boca, y en ese momento, cuando huelas mi coño, sabrás si te lo quieres comer o rechazar.

--Eres un cielo Manolita. Siempre intentado darme las mayores satisfacciones. --¡Venga! Vamos a intentarlo.

Me pasé un paño por mi vulva, estaba demasiado mojada, y aunque no pretendía restarle sus efluvios naturales, si procuraba que no fuera demasiado húmeda, para que la boca de Marga, en caso de decidirse a lamerme, sus labios notaran las carnosidades de mi sexo. y que su lengua no se deslizara por "mi rajita" por exceso de lubricación.

Me monté en su cintura, mis manos apoyadas levemente en su pechos, ella cerró los ojos. Situé poco a poco mi Monte de Venus a escasos diez centímetros de su boca.

Sólo recuerdo, que sentí como sus manos se aferraban a mis glúteos, y de un leve empujón situó mi coño expectante en su boca. Me lo comió como un niño hambriento devora una galleta.