La escapada del fin de semana
Me voy un finde a casa de una amiga con un amigo, del cual llevo enamorado desde hace tiempo. Después de compartir habitación y bañarnos en la piscina...¿qué más puede pasar?
Era julio. Hacía unas semanas que habíamos acabado las clases. Habíamos pasado todo el curso trabajando duro, estudiando y pasando noches en la biblioteca y ahora solo queríamos disfrutar al máximo del verano.
Por eso, una amiga, Carla, nos invitó a pasar un finde en su pueblo, ya que esos días hacían muchísima fiesta y le hacía mucha ilusión que fuéramos. Lo hablamos y al final fuimos María, Juan, del que llevo enamorado desde hace años y yo. La idea era llegar por la mañana, pasar la noche allí y volver al día siguiente por la tarde.
Partimos a las 11 de la mañana. Los tres estábamos emocionados por ir al pueblo de Carla, al que nunca habíamos ido. Qué día nos esperaba: fiesta por el día y por la noche, un baño en el lago, barbacoa, … Después de hora y media de trayecto llegamos a su casa: una casita pequeña en medio del campo, con piscina y terraza. Pese a estar en la montaña hacía bastante calor, así que un chapuzón refrescante entraba en los planes.
Lo primero que hicimos fue almorzar y luego repartimos las habitaciones. Carla tenía su habitación adjudicada, por lo que nos quedaban dos habitaciones libres: una con una cama enorme y otra con dos camas de tamaño estándar. María escogió la habitación de la cama grande, por lo que a Juan y a mí nos tocó compartir habitación (al ser los dos chicos, era más fácil hacerlo así. Además, ellos ya habían compartido habitación en algunas escapadas, así que separarse era la mejor opción).
Entramos en la habitación y Juan se tumbó en la cama más próxima a la puerta, así que la cama de la ventana sería para mí. Empecé a sentir un cosquilleo en el estómago: iba a ser la mejor noche de mi vida.
Después, fuimos al pueblo a hacer ruta turística, ver a sus amigos, y empezar la fiesta. Estuvimos lo que quedaba de mañana dando vueltas por el pueblo y luego fuimos a una especie de bajo con sus amigos: había música, comida y bebida, así que nos quedaríamos todo el día.
Después de estar horas ahí, decidimos volver a la casa, ducharnos, arreglarnos e ir a cenar por ahí para estar ya en el pueblo para la fiesta. Volvimos y mientras María se duchaba (era la más rápida y por eso fue la primera) nosotros nos quedamos en la terraza.
-¿Por qué no nos damos un baño en la piscina? – sugirió Juan.
-Eso es buena idea, así luego nos vamos duchando en la ducha de aquí fuera. – dijo Carla.
Entramos para cambiarnos y ponernos los bañadores. Íbamos un poco borrachos de beber tanto, así que no encendimos ni las luces. Juan y yo fuimos a nuestra habitación, iluminada simplemente por la luz de la luna. Yo empecé a ponerme nervioso: tenía al lado al chico del que llevo enamorado bastante tiempo, ¡y está desnudándose! Como estaba oscuro, y de espaldas a mí, no pude ver mucho, pero vi que tenía un poco en las nalgas, lo cual fue suficiente para mí y mis fantasías.
Nos pusimos los bañadores, nos dimos un baño en la piscina y nos duchamos por turnos en la ducha de la terraza. Nos secamos un poco y entramos dentro a vestirnos. Fuimos a nuestra habitación, encendimos la luz y yo me senté en mi cama (la de la ventana) y Juan se quedó de pie delante de la suya, dándome la espalda.
Yo me vestí enseguida y empecé a atarme las zapatillas. Alcé un poco la mirada y vi que él se había puesto la camisa y aun llevaba la toalla atada a la cintura. Se abrochó un botón y se bajó la toalla y el bañador al mismo tiempo, dejándome ver mejor su culo: tenía unas nalgas redondas y no muy grandes, con un poco de pelo, sobre todo entre ellas. Parecían duras, pero blandas al mismo tiempo. Se las guardó dentro de unos calzoncillos con rayas rojas y negras. Me puse nervioso otra vez.
Me levanté y me puse a su lado (mi mochila estaba en su cama y, por tanto, mi camisa y mi móvil también) para acabar de vestirme. Ahí pude ver algo por primera vez: su paquete. No paraba de mirarlo, era inmenso. Parecía que estaba bien dotado, o que algo le había puesto morcillón. Parecía que iba a romper la tela de los calzoncillos.
Acabó de abrocharse la camisa, se puso unos pantalones y fue al baño. Habíamos dejado toda nuestra ropa de antes encima de su cama y mientras cogía mi móvil vi que estaban sus calzoncillos usados de esa mañana. Los cogí y los olí: olían a sudor y a hombre, y estaban un poco mojados. Me puse a mil, pero era hora de irse.
Fuimos a cenar al pueblo y luego a la verbena que había. Bebimos muchísimo y acabamos emborrachándonos.
-Pues un baño fresquito en la piscina ahora cuando lleguemos me rentaba eh…- dijo Juan mientras bailaba con un cubata en la mano.
-Pues por mí genial. – dijimos Carla y yo al mismo tiempo.
-Yo no sé, si mañana tenemos que hacer cosas… - dijo María.
Abandonamos la verbena cuando estaba acabando, estábamos cansados y la música no nos encantaba. Llegamos a su casa sobre las 5 menos cuarto de la mañana. Quedamos en no poner alarma y despertarse cuando quisiéramos. Cada unos nos fuimos a nuestra habitación, hicimos turno para el baño y fuimos apagando las luces.
Yo fui el último en ir al baño. Llegué a la habitación y cerré la puerta.
-¿Cierro? A mi me da igual. – dije yo.
-A mi también, ya está cerrada, déjala así. – me respondió Juan tumbado en la cama aún vestido.
Yo me senté en la cama, miré un poco el móvil y me tumbé. Llevaba mis pantalones de pijama de Superman, hacia mucho calor en la habitación. Mirando el móvil, vi que Juan empezó a desnudarse: se quitó la camisa y los pantalones y se quedó en calzoncillos. No podía evitar mirarlo de reojo.
-Ha estado bien, pero no tengo mucho sueño. – dijo Juan.
-Yo tampoco. Es más, me he quedado con las ganas de chapuzón nocturno. – le respondí yo mientras dejaba el móvil.
-Ahora cuando se duerman salimos y nos lo damos. – dijo él con un tono sarcástico.
-Pues estaría bien. – le respondí yo.
-Hace mucho calor en esta habitación y la ventana no se puede abrir, ¡vamos a morir! – dijo Juan.
-Bf, ya ves. Imagínate si lleváramos el pijama, nos morimos asfixiados. – respondí yo.
-Yo es que siempre duermo así, o desnudo, pero no es plan de hacerlo hoy jaja – dijo él mientras señalaba con su mano todo su cuerpo.
-Tú sabrás lo que haces, a mi me da igual. – contesté. Decir eso hizo que me entrara un poco de calor por todo el cuerpo. De repente, escuchamos unos ronquidos.
-Qué facilidad para dormir, yo soy lo peor. – dijo.
-Es hora de ir a la pisci – dije bromeando.
-Venga, vamos. – respondió.
Nos levantamos de las camas y fuimos descalzos y sin hacer mucho ruido hasta la terraza. Estaba todo oscuro no se veía ni un alma y hacia una brisa refrescante. Juan subió las escaleras, se quitó los calzoncillos y entró poco a poco en el agua.
-¿Qué haces? El bañador está allí tendido. – le dije mientras le señalaba la cuerda con la ropa y las toallas tendidas.
-¿Qué más da?, no vas a ver nada que no hayas visto y ponerme el bañador para 5 minutos me da pereza. – me respondió mientras entraba en la piscina. Empezó a bucear un poco y decidí desnudarme también. Entré en la piscina, estaba nervioso, como si fuera a presentarme a un examen.
Estuvimos charlando, flotando, nadando un poco, viendo el cielo y las estrellas. Eso era la definición de paz. Yo estaba un poco morcillón por toda esa situación y mis testículos habían decidido encogerse por el agua fría.
-Estoy super bien aquí. – dijo Juan.
-Yo también, podría pasar aquí días.
-Será mejor ir entrando, llevamos bastante rato ya.
-Un poco más y salimos, va. – dije yo antes de empezar a andar por debajo del agua.
Estuvimos un rato más y decidimos salir a secarnos. No pude ver nada, solo que algo colgaba, evidentemente, pero no había nitidez. Nos enrollamos con la toalla y estuvimos unos minutos secándonos fuera.
Entramos en la casa y fuimos directamente a la habitación, enrollados con la toalla aún y con los calzoncillos en la mano.
-Está cama es muy pequeña, me voy a caer durmiendo jaja, ¿te parece si las juntamos? -dijo Juan mientras tocaba su toalla.
-Por mí no hay problema.
Movimos las mesitas y juntamos las camas. Parecía una cama de matrimonio. La luz era tenue, lo que hacía que ese rincón fuera más especial.
-Esta toalla no seca, me voy a dormir mojado. Aunque con el calor que hace aquí… - dije yo mientras me sentaba en la cama.
-Ya ves. Ahora con el calor nos secaremos – dijo Juan mientras se quitaba la toalla para secarse el pecho.
Intenté no mirar, pero no pude. Ahí estaba: de pie, desnudo, con la toalla tapando un poco su cuerpo y sus partes. Se puso de perfil, mirando al armario, mientras se pasaba la toalla por el pelo. Pude ver su culo redondo y peludín de perfil: era perfecto. Cambié la mirada y me puse a ver dónde acababa la toalla: estaba viéndole la polla. Parecía gordita, de tamaño normal, con unos huevos grandes y un pubis no muy largo. Empezaba a pensar que el bulto que había visto antes era respuesta de un calentón, y eso que en ese momento su polla no era precisamente pequeña.
Juan se tumbó en la cama y separó los brazos en forma de cruz. Las axilas las tenía muy peludas y los pezones pequeños y sin un pelo. Prácticamente solo tenia pelo en los genitales, las axilas y las piernas. Al tumbarse su polla se movió y se quedó apoyada en su pierna izquierda. Podía verle un poco la cabeza. Empezaba a empalmarme.
Me giré y me tumbé en mi parte de la cama, aún con la toalla.
-¿Vas a dormir con la toalla?- dijo Juan mientras me miraba y ponía sus brazos debajo de su cabeza.
-Jajaja claro que no, pero estoy cansado y no me apetece secarme.
-Pues deberías quitártela, si está mojada no es bueno que estés mucho tiempo con ella.
Me quité la toalla y me quedé tumbado boca abajo.
-Pues no tienes tanto pelo en el culo como yo pensaba, y eso que tienes. -dijo Juan mientras se incorporaba en la cama y se giraba para verme.
-Jajajaja bueno, tú tienes más de lo que yo pensaba, estamos en paz. Los dos nos pusimos a reír.
-No tengo mucho pelo. El poco que tengo ya sabes donde está. – dijo Juan mientras señalaba sus partes.
-Ya lo veo, ya, jajaja.
-Bueno, vladimir ya dormir un poco. – dijo mientras colocaba su almohada correctamente y se tumbaba.
-Buf, yo creo que no tendría ni fuerzas ahora mismo para eso.
-Entonces solo observa. – dijo riéndose.
Se cogió la polla con la mano derecha y empezó a acariciarla, a subir y bajar el prepucio. Cerró los ojos.
-Juan… - dije yo.
-¿Qué?, pensaba que te daría igual.
-Me da igual, pero es raro.
-¿Raro por qué?, somos amigos, ¿no?
-Ya, pero así de repente ver como te tocas el cimbrel…jajaja
-Bueno, voy al baño entonces.
-No, da igual, me giro y ya está, no te preocupes.
-Puedes unirte si quieres, no tengo ningún inconveniente. – dijo al darme un cachete en la nalga.
-No sé, no me había planteado nunca hacerme una paja contigo jajaja – dije yo. Obviamente, mentí. Siempre había esperado ese momento, estaba muy nervioso.
Juan siguió tocándose y pude ver como empezaba a crecer su miembro. Era rosado, con la cabeza grande. Tenía pinta de empezar a lubricar en nada. Yo estaba morcillón. Me incorporé y me tumbé a su lado. Vi como me miró de reojo.
-Muy bien. Y decías que no tenias ganas…- me dijo mientras seguía pajeándose.
-Bueno, los amigos se echan una mano, ¿no? – dije yo riéndome.
Allí estábamos los dos. Las dos camas juntas. Las toallas en el suelo. La puerta cerrada. Las piernas un poco abiertas. Sus ojos cerrados. Nuestras pollas duras. Era lo que siempre había querido. No podía pedir nada más.
Juan empezó a aumentar la velocidad de su mano. Su polla había crecido mucho. Era grande y gorda y de la cabeza ya salían algunas gotas.
-Estás a tope eh…-dije.
-Como tú, no vas mal armado, cabroncete.
-Mira quién fue a hablar.
-Naa, no es tan gorda como la tuya. - dijo mientras se la sacudía. Eso me puso a cien. Significaba que me había escaneado de arriba abajo. No pude conterme: me corrí. Me llené la tripa de lefa caliente.
-Bueno, ahora me toca a mí. – dijo Juan mientras se arrodillaba a mi lado. Tenía los ojos cerrados, se mordí el labio y su mano cada vez iba más rápido. Gimió. Un montón de lefa espesa y caliente salió de su polla. Tenía en mi tripa mi lefa y la de Juan. Mi polla volvía a ponerse morcillona.
-Ha estado bien. - dijo entre suspiros, mientras se levantaba a recoger una toalla. Pude ver como se abrieron sus nalgas peludas al agacharse, dejando ver sus huevos colgantes. Cogió la toalla y me limpió la tripa. Al girarse para dejarla en el suelo, le di un cachete en el culo, como él había hecho, y se rió.
Nos tumbamos y apagamos la luz. La luz de la luna desaparecía. Ya estaba amaneciendo.
-No ha sido un mal finde al final. Buenos días, compi.- dijo Juan mientras se giraba para dormir un poco. Yo cerré los ojos e intenté dormir.