La erasmus de 18 años

Continúan las aventuras de un abuelo cualquiera de 81 años

-- Quería agradecer a los lectores la acogida de mi primer relato (y experiencia real), y pedir a las lectoras jóvenes, entre 18 y 20 años, que comenten si han tenido experiencias con hombres mayores de 80 años. --

Han pasado unas semanas desde mi experiencia con Elena. La voluptuosa amiga de mi nieta Susana, de 18 años recién cumplidos, había seguido en contacto conmigo a través del teléfono, e incluso me ha enviado alguna foto sugerente al Whatsapp. Aún me resulta difícil de aceptar que, a mis 81 años, estuve dentro de esa preciosa chica, de enormes pechos y delgada cintura, la reina de cualquier baile de fin de curso.

Elena era bastante explícita en sus conversaciones y era toda una cazadora de abuelos. Su más reciente experiencia había sido batir su record personal, y el último hombre con quien se había ido a la cama era un abuelo de una de las chicas del grupo, que recientemente había cumplido los 87 años. Según Elena, seguirá buscando pollas de ancianos hasta llegar a los 100 años.

Pero la protagonista de hoy es otra, mi vecina Teodora. No os he hablado de ella porque yo mismo no la conocía, hasta una conversación casual al coincidir en el ascensor del bloque de pisos. No la había visto antes, pero no pude quitarle ojo desde que entró al portal. Teodora era una estudiante polaca, según ella misma me contó, de 18 años.

  • Buenos días, me dijo en un perfecto castellano.

  • Buenos días, ¿a qué piso va?

  • Al tercero, soy la nueva vecina, encantada.

  • Vaya, que muchacha más educada, así da gusto. Soy Sebastián, vecino del segundo.

  • Esta ciudad es nueva para mí, me alegro de conocerte.

  • Igualmente, hija, igualmente, ¿de dónde vienes?

  • De Polonia, vengo a estudiar periodismo a la universidad en un programa Erasmus.

  • ¡Una futura periodista!, fenomenal.

Ambos accedimos al pequeño ascensor, apenas cabía una persona. Cruzamos miradas y sonrisas tímidas, e hice lo posible por no desviarme de sus azules ojos a su escote. Lo mío con las tetas era un idilio. Teodora era una chica morena, alta, de físico estilizado, ojos azules...y enormes pechos. Por un momento parecí reconocer a una de las actrices porno que en alguna ocasión aliviaban con sus vídeos mis solitarias noches.

  • Ya casi estamos, espero volverte a ver Teodora

Mi atrevimiento me sorprendió, la chica sonrió y al verme bajar en el segundo comentó

  • Claro, me encantaría.

Tras cerrarse las puertas del ascensor, quedé pasmado como un muñeco. No podía alejar la imagen de su figura de mi mente, y me sentí enfadado conmigo mismo por, a mis 81 años, mirar así a una chica aún más joven que mi nieta. Sacudí la cabeza y entré en casa.

Pasaron los días, y mis encuentros con Teodora fueron muy esporádicos, y básicamente de hola y adiós, por lo que no podí evitar sentirme culpable...Quizás, quizás se había dado cuenta de mi fijación con sus pechos durante nuestro breve viaje en ascensor.

Una tarde, recientemente, cuando esperaba el ascensor, volví a ver a Teodora. Llevaba ropa de gimnasio, ajustada, mallas a media pierna y un top deportivo que apenas disimulaba su tamaño y firmeza. Me sonrió.

  • Hola Sebastián.

  • ¿Cómo estás hija? Vienes de hacer deporte, veo.

  • Sí, me encanta, aún tengo que perder algunos kilos jaja.

  • Hija, tienes un cuerpo precioso, ni falta te hace.

Esperando su reacción, parecí encogerme...pero la chica me agarró del brazo, apretando su pecho contra él, y me dijo.

  • Ay, gracias, usted es un caballero, ¿de verdad lo cree?

  • Claro que sí, hija, eres un monumento.

  • Muchas gracias, Sebastián, dijo, y me plantó un beso en la mejilla.

  • Uy, pues no hacía años que no me besaba así una chica joven y bonita, mentí.

  • Ya será menos, ¡debes de tener un montón de novias!

  • Con 81 años, hija, la única que me aguanta es la televisión.

Con esta frase, bajé del ascensor mientras me despedía, no sin antes ver la sonrisa picarona que Teodora me dedicó, mientras decía.

  • Bueno, eso es porque igual no te has lanzado.

Su despedida con la mano no distrajo mi vista de su top...Sus pezones, claramente excitados, me indicaban que no llevaba sujetador.

La noche se presentaba movida. Arrastraba la erección de mi encuentro con Teodora, y ni siquiera el hecho de aliviarme en solitario pudo calmar mi sed de volver a tener a una chica de 18 años en mi cama. Pero era imposible...solo trataba de ser simpática, seguro.

Al acostarme, resignado, y apagar la luz de la mesita de noche, tuve que agudizar el oído, ya que algo...similar a un gemido, me había sobresaltado.

  • Ummm, ahhh.

No puede ser...parecía la voz de Teodora. Acompasada del crujido de los muelles de lo que parecía una cama en el cuarto encima de mi habitación.

  • Ahhh, ahhh, ahhh.

Mi silencio era tal que incluso evita respirar demasiado fuerte, saboreando cada segundo en el que oía a la que parecía ser Teodora llegar al orgasmo...¿Estaría masturbándose?

Con el final de los ruidos terminó mi tercera paja del día, algo que a mis años, me parecía una gesta digna de figurar en el libro de los récords.

Al día siguiente, volviendo del bar y mientras comprobaba los buzones en el portal, sentí como dos manos inocentes tapaban mis ojos.

  • Adivina.

  • ¿Teo...Tedora?

  • Sííí, exclamó mientras apretaba su pecho contra mi espalda, provocándome una nueva erección.

  • Qué susto, casi me matas, que uno ya tiene sus años, jaja

  • jajaja, ¿subes?

  • Sí, hija, no estoy para escaleras...¿vienes del gimnasio?

  • ¡Como siempre! de trabajar el culete, dijo con un guiño mientras se daba la vuelta.

  • Madre mía....

No pude evitar suspirar entre dientes.

  • Anda, vamos.

Subimos al ascensor, y apenas pasado el primero, Teodora abrió la conversación.

  • Ay, tengo que pasar por el trastero, ¿me acompañas?

  • Sí, hija, pero...lleva cerrado años, ¿qué tienes allí?

  • Unas cosas que traje de mi país, no sabía donde ponerlas y el presidente de la comunidad...me dijo que había hueco.

  • Vale, vale, subamos.

Mientras pasábamos de largo su planta y la mía, ambos volvimos a cruzar miradas.

Al bajar en la buhardilla los dos, vi a Teodora acercarse a la puerta...y volverse con una sonrisa frente a esta...

  • Sebastián...te he gastado una bromilla, no tengo llaves jiji.

  • Hija, vaya día me llevas dado, anda, vamos a bajar, es tarde y mañana tendrás clase.

  • Vale...pero he pensado Sebastián...que podriamos aprovechar y que me dieses una clase aquí.

  • ¿Una...una clase?

  • Sí...Se que anoche me oíste.

Con esta frase, desabrochó su sujetador deportivo, dejando a la vista sus enormes pechos, que botaron tras liberarse.

  • Eres un viejito muy guarro...he notado tu erección.

Al acercarse, puso la mano en mi pantalón, masajeando mi ya visible erección.

  • Hija...tengo 81 años, podría ser tu abuelo, eres aún más joven que mi nieta...

  • Ummmm, me gusta como suena eso.

Guiando mi mano a su entrepierna, noté como la humedad de su vagina había mojado las mallas.

  • Teodora...estamos en el portal, podrían vernos...

  • Nadie sube aquí...vamos Sebastián, demuestrame como lo hace un hombre mayor.

Nuevamente me dió la espalda, y contoneándose, se inclinó apoyando ambas manos en la puerta del trastero, tras bajar sus mallas y dejar al descubierto su rosado coñito, depilado al completo.

  • Vamos, metemela, lo estás deseando...y no tenemos mucho tiempo.

Mi duda duró unos segundos que parecieron años. La cabeza me daba vueltas. En qué me había convertido.

  • Fóllame, viejo hijo de puta.

Oír esto de una chica en apariencia tan dulce, terminó de romper mis esquemas. Bajé mis pantalones, y sin llegar del todo a quitarme la ropa, agarre a Teodora por detrás, recreándome en sus melones, y acomodando mi polla en sus labios vaginales, sin meterla.

  • Vuelvemelo a pedir...niñata maleducada, esta vez por favor.

  • Ahhhh....vamos, abuelo, lo estoy deseando...

Agarrándola del corto pelo negro, comencé a introducirme lentamente en ella, para después embestirla con rabia.

  • Ahhhh, hijo de puta, ahhhh

  • Lo primero que aprendeis los extranjeros siempre son palabrotas, eh.

  • Me corro, cabrón, me corro, dijo, alternando estas palabras con otras en polaco, que no acerté a descifrar.

La escena era cómica. Un anciano de 81 años, con los pantalones por los tobillos, embistiendo con rabia a una chica de 18 años, con las mallas por las rodillas y ambos pechos botando con fuerza hacia adelante y atrás.

  • Quiero tragarmelo, avísame.

  • Ponte de rodillas.

En ese momento, Teodora se dio la vuelta con agilidad de gimnasta, y ya en el suelo, y mirandome con sus azules, ojos, recibió mi corrida en su lengua, jugando con ella y tragándosela más tarde.

  • Vaya vaya con el anciano...dijo riéndose.

Mientras me apoya en la verja del ascensor...no podía creer tener ante mí a una chica de 18 años, una nueva conquista, una nueva aventura de este abuelo de 81 años al que aún parece quedarle cuerda.

Teodora se vistió con rapidez, y bajando por el ascensor sin darme tiempo a recuperarme, se despidió con esta frase.

  • Queda mucho curso por delante...esperaré tu próxima lección, jiji.