La epidemia (1)
Una extraña afección que desencadena los deseos sexuales y los hace irrefrenables recorre la ciudad.
La epidemia (1)
Una extraña afección que desencadena los deseos sexuales y los hace irrefrenables recorre la ciudad.
Me he despertado poco antes de que sonara el reloj, un extraño apetito me ha desvelado. En mi es habitual levantarme algo empalmado, pero es que hoy, pese a la mala noche que he tenido, sudores y yo creo que hasta fiebre, mi cuerpo me pide urgentemente sexo. Le he metido mano al pubis de mi habitual compañera y sufridora, mi mujer, pero esta aunque al principio ha abierto un poco las piernas y me ha dejado catar su calido triangulo, se ha dado después la vuelta dejándome nunca mejor dicho con el rabo entre las piernas.
Mi mujer y yo tenemos ritmos circadianos distintos, a ella le gusta follar por la noche y a mi al alba. Que se le va a hacer, algunas veces hasta logramos coincidir. Un poco de vicio solitario debajo de la ducha solucionará el tema. Nada de eso, el calentador casi no funciona, y mi anatomía se ha encogido hasta el límite, pero mi mente sigue calenturienta.
Desayuno rápido, corbata al cuello, beso casto a la parienta que sigue amodorrada, y al coche. Atasco a las siete de la mañana, como siempre, uno entra de noche al trabajo y sale de noche, y yo con la mente bruta, pensando en las tetas de la del coche que se ha calentado, que espera a la grúa en la cuneta. A esa yo le calentaba la espera.
En mi trabajo, una agencia de noticias, no se para, de día y de noche siempre hay gente, es una actividad febril, faxes, teléfonos y gritos varios. Un placer, vamos. Me meto en mi despacho, ventajas de ser jefecillo, viene la nueva, no se casi ni como se llama, pero mientras me cuenta no se que historia, le he pasado desde atrás la mano entre las piernas. No se como se me ocurre, esta buena la chica, pero no suelo ser de esos acosadores sexuales, seguro que me da una hostia y con razón. Sorprendentemente ha sonreído, se ha sentado en mi regazo, y deja que mis manos la exploren, aprisiono sus duros pechos, una mano ya se aventura hacia su monte de Venus, a lo mejor tiene un piercing, ya tiene uno en la lengua, no me extrañaría nada, estos jovenzuelos son muy raros.
De repente se ha cortado, me dice que prefiere hacerlo en una cama, en casita. No me extraña, la oficina no es muy agradable, tiene poco encanto. Respeto su criterio, me quedo con el calentón, y pienso como planear un encuentro en terreno cálido, la idea de su lengua acariciándome me pone todavía peor. Vete, vete a llevar esos papeles, que me pierdo.
La actividad sigue, llegan noticias de desastres, hambrunas, accidentes y guerras, uno ya esta habituado y es fácil discernir lo que la prensa quiere, lo que la gente desea, lo que es mejor ni mostrar, lo que no vende. Uno es un profesional curtido aún cuando tenga la mente puesta en los culos de todas las mujeres de la oficina, y mejor así pues sino no hay quien viva.
Me acerco al servicio, deben estar limpiándolos, la pobre mujer de la limpieza siempre tiene que currar con gente en medio. Oigo un sonido como de gemidos, me acerco con cuidado. En una cabina abierta, sin ningún reparo, sentada en la taza y despatarrada esta la señora de la limpieza, uno de los del turno de noche le esta comiendo el coño, la respetable trabajadora me mira con cara insinuante y sudorosa, se esta corriendo de gusto. Sería un sistema de desahogar la tensión pero no me parece serio. Seguro que piden horas extras, y al intrépido periodista se las conceden.
Una noticia empieza a recorrer los despachos, a veces pasa, un rumor, una intuición, las fuentes no siempre son fiables, pero a veces son las mejores noticias, las que te dan la primicia. Parece ser que hay una extraña plaga, una epidemia, que se extiende por toda la ciudad y que las autoridades sanitarias no pueden controlar. Los móviles están que arden, hay que confirmar la historia. Parece cierta, una extraña afección que desencadena los deseos sexuales y los hace irrefrenables recorre Madrid. Voy con el cuento a mi superior. En el despacho del susodicho me encuentro al jefe dando por culo, pues no parece haber dudas respecto a su actividad a uno de los becarios. Creo que esto confirma las noticias, la de que al jefe le gustan los chicos jóvenes, lo cual ya era sospechado, y lo de la epidemia, pues este señor será maricón pero siempre ha sido un caballero muy discreto y nadie esperaría sorprenderle así, con los pantalones bajados y el rabo en ano extraño. Le cuento la noticia desde el umbral, él asiente complacido.
Vuelvo a mi despacho antes de que me pillen por banda. Seguro que el virus o lo que sea ya se ha extendido por el trabajo, eso explicaría mi conducta y la de la chica nueva, de hecho me he encontrado de ella de nuevo por el pasillo, estaba fotocopiando y su culo me tentaba de nuevo, nos hemos mirado y hemos comprendido que nuestra relación es patológica, que es insana, fruto de fiebres y mocos. Que horror, me encierro tras mi mesa y me pego al ordenador.
El día ha pasado rápido. El notición de la extraña infección prácticamente ha eclipsado las otras informaciones. Además el trabajo no va muy rápido, pues estamos padeciendo en nuestras propias carnes el mal. El mensajero esta siendo medio violado por unas secretarias, medio violado, pues parece que no opone mucha resistencia. La señora de la limpieza no para de limpiar por debajo de las mesas, ya sean de hombres y mujeres, y por no molestarles no les hace levantarse, se mete debajo de la mesa y allí se pone a sacar el polvo y el brillo donde sea menester. Varios móviles se han estropeado por el uso indebido en cavidades corpóreas húmedas.
Vuelvo a casa, ya es de noche, he logrado tener un estado permanente de erección casi todo el día pero me he mantenido fiel a mi esposa, se que esto es pasajero, que un antibiótico o unas pastillas y se curará. En el atasco un camionero harto de echar humo, se ha bajado de su vehículo y se ha puesto a follar a una señorona de collares y pieles que iba en un Audi. Sorteo los vehículos parados, y logro discernir a la mujer saltando feliz encima de su rudo amante. Esto es grave, a ver como lo cuentan por las noticias de la tele, mienten más que hablan.
En el garaje de casa, aparco en la pequeña plaza asignada, la vecina también llega en ese momento. Nos saludamos y casi sin más, o sea, sin más, nos hemos abrazado, y hemos caído sobre el capó de su coche, mejor así no abolló el mío. Se ha levantado la falda, viene sin bragas, y lleva las medias sujetas con un liguero. Esta debe llevar un día movidito. Ella medio sentada y yo medio de pie, en medio de la penumbra de aire viciado del garaje, hemos follado casi con desesperación. Alguna vez había fantaseado con joder a la vecina, pero nunca me lo hubiera imaginado así, al final su boca ha limpiado mi glande felizmente liberado de la tensión del día.
Hemos subido juntos en el ascensor, callados, cada unos en un rincón del pequeño cubículo, como avergonzados de nuestra acción, nos hemos despedido con un discreto buenas noches.
En casa mi mujer ya ha llegado. ¿Se habrá infectado ella también? Esta madrugada parecía estar sana, púdicamente sana. Mi gozo en un pozo, esta en el sillón delante de la televisión apagada, un calabacín colocado desvergonzadamente en su vulva me indica que esta también enferma. La verde hortaliza contrastando con el negro vello de su pubis me excita, y pese al reciente esfuerzo del garaje, mi pene saca fuerzas de flaqueza y se pone en marcha. Caemos en el suelo del salón. Hacía tiempo que la pasión no nos envolvía de esta manera. Ella encima de mi, se mueve con pequeños movimientos controlando su energía y mi excitación, le dejo hacer, gime quedamente y parece que ya se corre, me dejo llevar y eyaculo dentro su ardiente vagina.
Hemos quedado quietos, sus manos descansan en mi pecho, su cuerpo se vence un poco hacia mi, mientras mi pene se va desinflando en su interior. Le confieso mi infidelidad con la vecina, no le puedo mentir ni engañar, la amo y ahora tras este polvo aún más. Mi mujer se levanta perezosa, no parece enfadada, me mira y me dice que eso es por la enfermedad que hay, que lo ha oído por la radio, que se lo va a aclarar ahora mismo con la vecina, que seguro que lo comprende. Se arregla la ropa, que había quedado un poco mal por el numerito carnal.
Efectivamente se ha ido a llamar a la puerta del piso colindante. Mientras me dedico a recoger, el calabacín esta un poco asquerosillo, le voy a comprar un consolador de esos metálicos, son más higiénicos ¿Quién me podría asesorar?¿Alguna tía de la oficina?. Ya veremos. Mi mujer tarda, no parece que haya gritos, que civilizadas. Voy a poner la tele, y una cervecita. jeje.
En el telediario, la noticia de la epidemia la están relegando para el final, no quieren asustar a la población. Más me asustan las invasiones coloniales y los políticos pero bueno, así son las cosas. La presentadora por fin ha hablado de la dolencia, habla de casos aislados y controlados ¡Serán embusteros! Como destrozan las noticias que les remitimos. La presentadora, una chica mona y muy maquillada ha empezado a suspirar, la razón se ofrece ante todos los televidentes, mientras habla de vaguedades una de sus manos debe estar excitando sus partes pudendas debajo de la mesa. La cámara no corta el plano, el operario y el realizador deben estar disfrutando de lo lindo viendo como la muy guarra se reclina hacia atrás en su sillón, pone los pies calzados con zapatos de fino tacón encima de la mesa y delante de millones de miradas se masturba libidinosamente. Mejor información de lo que es la plaga no habrían podido ofrecer. Un corte publicitario ha venido piadosamente a cubrir a la desvergonzada.
Al final ha llegado mi querida esposa, viene acalorada, me dice que todo esta arreglado, que la vecina ha sido comprensiva. Me comenta que podemos hacer tríos salvajes, o que si me da reparo ella se lo hará con la otra, que ha descubierto que lo del lesbianismo no esta mal. La idea de las dos mujeres de mi piso acariciándose y lamiéndose mutuamente los pliegues de sus húmedas vulvas me pone de nuevo a cien, mi cónyuge amablemente me informa que de follar nada, que el clítoris ya lo tiene irritado, y para apaciguarme me hace una mamada, recreándose en mis testículos y mi culo, donde su lengua tímidamente me roza el ano, como nunca me había hecho antes, mi semen se derrama en su cara, lo lame gustosamente y nos vamos a dormir. Estamos agotados (yo desde luego, tres polvos, ni me lo creo), y enfermos.
(Continuara, si la fatal enfermedad me lo permite)