La envidia de 110.

Las mujeres competimos, más las amigas de infancia. Y cada una usa sus armas para ser la más apetecible.

La envidia de 110.

Está contenta, sabe que ha jugado sus cartas y no le ha ido mal la partida. Al salir de la casa de Mónica, se ha mirado en el espejo. Lucía se ve preciosa, la más linda. Rubia, los ojos azul claro, nariz respingona, boca bien dibujada que ella usa para sonreír dejando ver su dentadura , blanca y perfecta. Su cuerpo de modelo: 1,62, 51 kilos. Siempre ha sido la muñeca, la que todo el mundo pone de ejemplo de belleza.

Pero tiene envidia de su amiga de la infancia: Mónica desde que con doce años, la empezaron a crecer las lolas y ella seguía plana. Sabía que era más fea, demasiado grande, la piel con su poco de negra (incomparable con el sonrosado de la suya que se dora en verano). Pero los pechos de Mónica, tan grandes, tan tiesos, ella no los tenía. Y esos senos habían hecho que Pepe, el guapo del grupo de los mayores se fijara en ella.

Recuerda cuando su amiga le contó que había debutado, emocionada, feliz, y nada más y nada menos que con Pepe, la ilusión de todas.

Desde los quince años, todos veían a  Mónica  como mujer y a ella, Lucía,  como una adolescente preciosa.

Y aun ahora, pese a haber dado a luz y de mamar, su amiga tenía un 110 de talla, y encima sin apenas caerse y  ella, la modelo, la más elegante, sólo 85 escasos.

Pero era ella, la planita, lo de lolas pequeñas la que se había casado con Pepe y estaba segura que Lautaro , el marido de Mónica, caería en sus redes. Tenía un lomo bárbaro, lo comentaban todas en el gimnasio y ella iba a hacer que besara por donde pisaba. Porque no era sólo quedarse con los machos de Mónica, lo importante era volverles locos, dominarlos, que suspiraran por ella.

Decide jugar con su marido, le ha dado un poco de cuerda para que tontee con su amiga, pero ahora debe tirar del sedal. Le ha dejado tomar tranquilo: tres fernet con cocacola , cervezas, más media botella de vino. Está alegre.

- “Has bebido y si nos para un control ….Hoy es sábado y se suelen poner camino de casa”-

-“ Mejor conduce vos”-

Al ponerse el cinturón Lucía hace que le remarque los senos, separados, duros. Se sube un poco la pollera, deja las piernas al descubierto hasta medio muslo. La mano del hombre busca la suavidad de la piel femenina, mientras el coche avanza.

- “Anda, no seas pesado, que estoy manejando”-

-“Sos preciosa”-

No sabe cuanto le molesta que la digan eso: que es preciosa.

El semáforo en rojo, hace que paren. Un hombre le mira las piernas, y la llama  yegua, sin sonido, marcando sólo las sílabas con la boca.

Eso la alegra y la excita, ser una yegua, un minón, un pedazo de hembra, es lo que quiere ser.

El departamento está cerca, mete el auto en el garaje, cuando entran en el ascensor, su marido la empuja contre el espejo y la besa. Se pega a él, se restriega dejando la mano entre ellos para tener acceso a la pija, la nota gorda. Llegan a su piso y salen, Pepe saca la llave para abrir la puerta. Lucía no suelta su masculinidad. Al quedar en la intimidad, la devora. Su boca, sus manos le recorren el cuerpo, ella perversa le va soltando el cinto, le deja el pantalón en los muslos, repite la operación con el calzoncillo.

La verga está dura, la acaricia con mimo.

- “¡ Cómo está mi hombre!”- le susurra con vicio.

- “Loco por cogerte”-

- “Espera que me desnude.”-

Los dos lo hacen rápido, se quedan parados, mirándose con fiebre sexual.

Lucía se pone en cuatro, sabe lo que quiere. Él se arrodilla tras la mujer. El cipote se apoya en la concha y sin miramientos la penetra.

Se mueve rápido como un poseso, la polla desliza por la vagina lubricada.

Ella sabe que al hombre le va costar correrse. Le ha hecho una mamada antes de ir al asado y encima ha bebido mucho. Le gusta que no acabe enseguida.

-“Aaaahhhh….me matas cabrón….Ya me he venido.”- Lucía simula el orgasmo, su marido no se da cuenta.

- “Vos no has soltado la lechecita. Sácala y rómpeme el orto”-

Sabe que le vuelve loco cogerla por detrás. Se apoya en sólo una mano y con la otra recoge los flujos de su concha y se embadurna el esfínter para facilitar la entrada del ariete.

Nota el glande apoyado en el pequeño orificio, Pepe va entrando despacio. – “Asiiii…despacito….me rompes….para…me duele un poco…sigue…aayyyy….qué lindo”-

Tiene toda la verga dentro, nota los huevos rozando sus muslos, suspira, con voz de gatita en celo le susurra.

- “Házmelo despacito, mi amor, pero por favor no pares.”-

Sabe que va a durar poco, la poderosa metida en la concha le ha puesto cerca del final, la estrechez del camino trasero aprieta la pija como un guante que desliza. Sonríe cuando él no puede evitar acelerar el ritmo, ella vuelve a chillar.

- “No puedo más…… tu leche……dámela toda…….uuuyyy …qué gusto…yo he vuelto a acabar ..y ¿vos?”-

Sabe que a su marido no le queda ni gota de semen y nota como su arma se va aflojando y sale de la empuñadura.

-“Me vuelves loco. Sos la puta más maravillosa del mundo y sos mía.”- dice Pepe al ponerse de pié. Ella se levanta, toma la mano de él para que le tape el ano de modo que no se caiga la lefa en el suelo. Van al dormitorio, ella entra en el baño, él abre y se tumba en la cama.

Lucía se mira en el espejo, se gusta, la carne ha tomado un color más rosa por el ejercicio sexual. Los pezones enhiestos se levantan orgullosos en las colinas de su pecho. Se sienta en la taza, espera , sabe que la leche le sirve de lavativa, nota como le viene la mierda, la suelta.

Va al bidet y se lava a fondo la concha y el ano. Antes de dar al agua mira los excrementos, marrones, livianos con mezcla de leche. Cuando aprieta el botón de la bomba observa como desaparecen. Desde la puerta ve como su marido se ha quedado dormido.

Busca en un cajón, entre sus pinturas, encuentra lo que busca: una falsa barra de labios. Es un pequeño vibrador. Cierra la puerta, parada ante el espejo, lo pone en marcha, está muy caliente, pero no ha llegado al orgasmo. Le encanta engañarle, hacerle creer que la lleva al más allá, sólo lo consigue pocas veces, pero a los hombres les gusta sentirse súper buenos cogiendo y  ella sabe que con eso les deja felices. No le importa. Es más, la gusta fingir. Pone en marcha el aparato, se lo aplica en el clítoris, se agarra los labios para que la maquina actúe más directamente en el botón rosado e inflamado.

No tarda mucho en sentir cómo le llega el placer, no cierra los ojos, quiere ver su orgasmo en el espejo. Es una pequeña explosión, se encoge en los últimos estertores.

Limpia en el agua el vibrador. Lo guarda y se acaricia las nalgas, se gira para ver su cola: es perfecta, parada, redondita. Y sonríe. Esa es su arma. Frente a las pechugas de Mónica , su compañera, ella tiene ese culo maravilloso que deja que lo usen. Con él volvió loco a Pepe. Con él apresará  a Lautaro. Su amiga nunca se ha dejado dar por detrás, le parece una cochinada. La sonrisa de Lucía se amplía, casi se convierte en carcajada. A todos los hombres les apasiona sodomizar a las mujeres. Esa es su arma.

Esta historia puede leerse independiente, pero los personajes han sido presentados en el relato de esta autora: Cena de amigos.