La entrevista y la apuesta (P.V.e.I.)
Dos amigos hacen una peligrosa apuesta cuya protagonista es una hermosa postulante al estudio de abogados. Precuela de la saga de la infiel Ana de P.V.e.I.
La entrevista y la apuesta (P.V.e.I.)
Mi nombre es Marcos, soy un abogado de treinta y cinco años, y hoy deseo contar una extraña situación que me ocurrió hace un tiempo.
Mi amigo y compañero de oficina Juan Pablo Kohn y yo nos habíamos reunido a beber una copa después del trabajo. Bromeábamos acerca de asuntos laborales mientras supuestamente revisábamos un par currículum de postulantes a nuestro estudio de abogados. Juan Pablo era un tipo bromista, de un humor oscuro, algo sinvergüenza y algunos contactos en el “bajo mundo”. Lamentablemente, era su último mes en la oficina. Las cosas estaban dichas, el se iba y yo, su aprendiz, me quedaba. Hablé con él y me dijo que no me preocupara, de todos modos estaba pensando viajar a Venezuela.
- Me llaman los petrodólares –bromeó-. Son tierras fértiles para la gente con contactos.
Retomamos las carpetas, donde los nombres de los postulantes eran todo lo que habíamos revisado. Dentro de las últimas tareas que le asignaron a JP estaba la entrevista final para aquel puesto de abogado asesor en la división de Jorge Larraín. Lanzamos los dados: yo entrevistaría a Gonzalo Santander y Juan Pablo a Ana Bauman.
Aquel fue el punto de partida para uno de los momentos más extraños en mi vida. Al poco de empezar a leer las carpetas con los antecedentes, Juan Pablo lanzó un silbido, llamando mi atención.
- ¡Marquitos! Amigo mío –clamó con una sonrisa en el rostro mientras mostraba una foto en el extremo superior de una hoja-. Mira. Creo que me saqué la lotería.
Ciertamente, la mujer que salía en aquella fotografía era muy hermosa. Le sonreí a mi amigo y brindamos por su suerte. Las bromas por parte de Juan Pablo comenzaron ese día, pero con el paso de los días los dichos acerca de “jugársela con la chica de la entrevista” se hacían más serios.
A esta muchacha la seduzco en diez minutos –me dijo una tarde JP, “canchero”-. Seguro que a su marido se la devuelvo hecha una puta.
Claro –bromeé-. Y seguro que gano el balón de oro, por sobre Messi y Cristiano Ronaldo.
En serio, Marquitos –dijo Juan Pablo, serio-. A esta princesita le tengo ganas.
Pero si no le has visto más que la cara –repliqué.
¡Ah! Marquito –respondió JP-, pero esta seguro que es un bombón. Jorge está presionando para que de excelentes calificaciones a Ana Bauman. Eso significa sólo una cosa. Jorgito está engolosinado con la Bauman. Y tú sabes: Jorgito la entrevistó en primera instancia y el no da puntada sin hilo.
Jorge… ¿presionando por un postulante? –dije sorprendido-. Ese cabrón se guardaba las garras. Y tan santurrón y fiel esposo que parecía.
Vamos, hombre –reclamó JP-. Pareces una nena… a qué viene eso de santurrón y no sé que. Escucha, Marquito…. Los hombres como nosotros, que nos matamos trabajando día y noche, tenemos derecho a una feliz aventura. Merecemos mojar bien mojada la salchicha de vez en cuando…
A veces eres un vulgar –contesté secamente a JP.
Salió a mostrador la nenita de nuevo –se burló mi amigo-. Vamos hombre, que la vida es para exprimirla. Hay que gozarla, y que mejor manera que tirándose a una hembra como está –precisó mientras mostraba la foto de la postulante.
Pero si Jorge está interesado en la chica también ¿Por qué crees que tu tienes una oportunidad? –pregunté, señalándole los derroteros de sus propias suposiciones.
Que Jorge ni que nada –replicó mi amigo-. Yo soy más hombre que Jorge. Él no sabe que Ana Bauman está hecha para “el papi”. Yo seré el que se coja a este bomboncito.
Vamos, Juan Pablo –pedí, algo cansado-. Deja de hablar sin sentido. Ella está casada y es imposible que los astros se alineen y logres follarte a una desconocida.
Te apuesto que me follo a esta princesita en la entrevista –retó JP sonriente, pero hablando en serio.
No quiero dinero fácil –dije, harto del asunto.
Apuesto cinco mil verdes que me la follo en la entrevista –me retó nuevamente-. Y si no apuestas es porque eres un marica, una nenita.
Aquello me sacó de mis casillas. No me gusta timar a la gente, pero Juan Pablo se merecía una buena lección de humildad.
Acepto –dije resuelto-. Pero con una condición.
¿Cuál? –preguntó expectante JP.
Que yo este presente cuando te la folles –bromeé, definitivamente no quería timarlo con cinco mil dólares y estaba dándole una oportunidad para dar pie atrás con esa absurda apuesta.
Juan Pablo me observó un segundo y me sorprendió su resolución.
Está bien. Acepto tu condición –afirmó risueño-. No sabía que te gustaba andar de mirón, Marquitos. Pero la idea me puso medio caliente.
¡Hey! Estás de broma ¿no? –clamé, pero JP se marchó con una sonrisa resuelta en su rostro.
Pasaron los días y JP apenas me hablaba, aunque siempre parecía tomarme el pelo por lo de la apuesta. Pronto, sin darme cuenta estábamos planeando el asunto y hablando de meterme en un viejo armario que había en la habitación de la entrevista. Era la única forma de ser testigo de la apuesta. Reclamé, pero JP me dijo que yo había pedido esa extraña condición. “Me tenía que aguantar” fueron sus palabras.
De mala gana (pensando que perdía el tiempo) seguí a mi amigo. Fuimos al lugar de la entrevista, examinamos el famoso armario. Era viejo y de madera. Retiramos los estantes y finalmente me metí adentro. Cerré la puerta y me sumí en una oscuridad que era rota a penas por la luz que cruzaba por la cerradura y algunas rendijas en la madera. Juan Pablo había pensado hacer una abertura con un taladro, pero nos dimos cuenta que la cerradura y las hendeduras eran suficientes para observar toda la habitación. Ahora debía encontrar un método para mantener la puerta cerrada desde adentro (para no ser descubierto) y podría ser testigo de la entrevista. Todo por la tonta apuesta que había hecho.
Fue al día siguiente, unos días antes de la entrevista, que conocimos a la mujer de la apuesta. La joven abogada había traído unos antecedentes que a JP se le habían “perdido”. Ana Bauman era un sueño de mujer, sin duda Juan Pablo tenía buen ojo. Con una altura de metro setenta y cinco aproximadamente, aquella mujer era todo curvas: cintura estrecha, tetas impresionantes y un trasero durísimo. Era hermosa, con unos ojos grandes de color esmeralda que te da un infarto y unos labios carnosos que no te imaginas que hagan. Debo confesar que ese día quedé caliente y me tiré a mi novia pensando en esa “perrita” como la llamaba a veces JP.
Finalmente, llegó el día de la entrevista. Estaba nervioso y habíamos organizado todo meticulosamente para aquel momento. Había hablado con Juan Pablo acerca de su función como entrevistador y el respeto a los participantes. El, con displicencia, dijo que no había problema. Que lo dejara actuar.
El día continuó lento, no podía concentrarme en lo que hacía y esperaba el momento para escabullirme. Había inventado una reunión fuera de la oficina, pero en realidad sólo bajaría hasta el segundo piso y me “infiltraría” en la sala de entrevistas. Cuando decidí que era la hora, le dije a Lizbeth, la secretaria de la sección, que me retiraba a la reunión. Caminé entonces al elevador, lamentando haber aceptado la apuesta con Juan Pablo. Entré al ascensor, apreté el botón del segundo piso y las puertas se cerraron.
Me froté las manos heladas y apuré los pasos hacia la sala de entrevistas. Saqué la copia de la llave de la habitación y abrí la puerta para luego cerrarla por dentro. Comprobé que todo estuviera en su lugar y entré al armario. Una vez adentro, comprobé que el grueso y largo clavo que había doblado hasta formar una argolla y que había clavado al borde interior de la puerta resistiría un buen tirón. Unido a una media de nylon, que podía envolver en mi mano si era necesario, me permitirían evitar que se abriera aplicando fuerza desde mi lado. Apagué las luces de la sala y cerré las persianas de la única ventana para que no me molestara la luz. Mi teléfono móvil lo puse en silencio y sin vibración en mi chaqueta al fondo del armario. Listo, me acomodé lo mejor que pude en una manta que había dispuesto en el lugar.
Aguante un rato, me sentía algo tonto ahí dentro. Todo lo que ocurriera en la entrevista debía quedar grabado en la videocámara, por lo que era una tontería de mi parte estar ahí. Estaba a punto de salir e irme cuando Juan Pablo entró acompañado de una secretaria, empezaron a preparar la entrevista: los papeles de la postulante, lápices grafito, goma de borrar, una botella de agua, etc. Me mantuve en silencio y agarré la media amarrada al clavo, dejándola a medio tensar. Juan Pablo revisó el lugar, encendió la cámara y luego le dio instrucciones a la secretaria antes de retirarse.
Diga a la postulante que pase –dijo muy serio. Se dio un momento para mirar los papeles y buscar algo en ellos-. La Señorita Ana Bauman –mintió, como si no supiera su nombre. La secretaria salió y el se acercó al armario.
Empieza la función, Marquitos –dijo, mirando al armario.
Caminó a una esquina y movió el termostato de la habitación. Se arregló la camisa y la corbata antes de sentarse y adoptar un aire de seriedad. Ordenó varios papeles antes de escuchar dos golpes sobre la puerta.
Adelante –dijo JP con voz clara.
La señora Bauman –anunció la voz de la secretaria, antes de marcharse.
La puerta se cerró y vi pasar a una mujer que me dejó sin respiración. Ana Bauman era una belleza de cine. Lo primero que noté fue la falda negra ajustada, le llegaba unos centímetros sobre la rodilla y marcaba el trasero respingón y carnoso merced del calzado gris oscuro con tacón muy alto que usaba. En la parte superior de la mujer, una camisa ceñida de seda blanca bajo una chaqueta entallada de un gris muy parecido a su calzado, pero de clase ejecutiva. Su maquillaje era ligero, pero hacía resaltar su belleza natural, en especial, sus ojos verde azulados y su boca carnosa. Finalmente, su cabello estaba recogido en un bonito arreglo que la hacía ver distinguida y formal, pero no le hacía perder toda su sensualidad natural. Mi corazón latió fuerte en el pecho.
Buenas tardes –saludó Juan Pablo, levantándose y aceptando la mano que ofrecía Ana. Sin embargo, antes de retirarse a su asiento, JP estampó dos besos en la mejilla de la muchacha que no tuvo más remedio que aceptar la galantería de su entrevistador, que la convino a tomar asiento.
Mi nombre es Juan Pablo Kohn –se presentó el entrevistador y empezó a darle una pequeña reseña de quien era en la firma. Trataba de mostrarse afable y gracioso a la vez, arrancando alguna sonrisa tensa de Ana.
Se siente bien o necesita un vaso de agua antes de comenzar –ofreció el entrevistador.
Un vaso de agua, por favor –pidió Ana.
Un segundo –pidió JP, al ver que no tenía la botella de agua en el lugar que él la había dejado. Juan Pablo finalmente salió de la habitación disculpándose. Ana aprovechó para levantarse y mirar el lugar desde su sitio, masajear su cuello y respirar profundo.
Ana, tu puedes –susurró, dándose ánimos. Luego la muchacha aprovecho de revisar su maquillaje en un espejo.
Juan Pablo volvió luego de un par de minutos, traía la botella y un vaso a medio llenar.
Disculpe, Señorita Bauman –dijo lamentándose Juan Pablo-. La recepcionista creyó que el vaso era para mí y lo sirvió antes de pasármelo. Tuve que hacer equilibrio durante el camino para no derramar su contenido.
No se preocupe –respondió Ana con una sonrisa, dejando el vaso y la botella en la mesa.
Juan Pablo encendió la videocámara, ambos se sentaron y comenzó la entrevista. Podía ver que Ana mantenía las piernas muy juntas y la espalda muy recta. Con los zapatos con taco alto se veía imponente, sus piernas eran largas y sus senos, ocultos bajo la chaqueta, resaltaban bastante. Era una mujer joven, esbelta y segura en sus respuestas. Ana tenía bastante buen hablar y se aseguraba de hacer algunas pausas para reflexionar sus afirmaciones. Dominaba los temas con expresividad y seguridad estudiada. Aquello me pareció extraño, era como si supiera las respuestas de antemano.
La entrevista continuó con un ritmo lento y de pronto noté mucho calor. El lugar estaba realmente caluroso y Juan Pablo interrumpió la entrevista para invitar a Ana a tomar un poco de agua y sacarse la chaqueta si deseaba.
La calefacción tiene un leve desperfecto –se excusó, sospechosamente-. Espero que no sea un inconveniente para usted, Señorita Ana.
Para nada, Señor Kohn –dijo con una sonrisa la joven abogada mientras dejaba la chaqueta a un lado y bebía otro sorbo de agua.
Perfecto –continuó sonriente el entrevistador-, pero insisto que me llame Juan Pablo.
Muy bien, Juan Pablo –respondió Ana con cierta coquetería-. Entonces llámeme Ana.
Tanto el entrevistador como yo podíamos ver el tronco privilegiado de Ana bajo esa estrecha camisa de seda de manga tres cuartos. Se veía realmente encantadora. Una mujer que da placer mirarla, pensé.
- ¿Me puede dar un segundo? –interrumpió de improviso Juan Pablo-. Tengo que hacer una llamada afuera por lo que pausaré la grabación. Aproveche de darse un respiro y tomar algo de agua para refrescarse.
El entrevistador salió y Ana aprovechó para pasar un pañuelo por su frente, cuello y entre sus senos, para lo que tuvo que abrir un par de botones de su camisa. Luego corrigió el maquillaje y se estiró en el lugar. Aprovechó para beber agua y echar un vistazo a las anotaciones del entrevistador antes de volver a su silla.
Juan Pablo regresó después de un par de minutos. El entrevistador continuó, pero noté que lo hacía con parsimonia. Aquella lentitud en la entrevista empezó a afectar a Ana, su discurso ya no era tan claro y cometió pequeños deslices. Quizás era el calor o la lentitud de la entrevista, pero Ana parecía más y más desenfocada. Sus respuestas iban por el camino correcto, pero perdía el foco y terminaba confundida y enredada.
En el armario, Yo estaba tenso. Aquella apuesta era una estupidez de mi parte. Notaba el cuerpo agarrotado al interior del armario, tuve que moverme con cuidado para recuperar la circulación y evitar el dolor de piernas y brazos.
La pregunta final –dijo finalmente Juan Pablo -. Siento que se alargara la entrevista.
Está bien. No hay problema –dijo Ana, algo incómoda en su silla.
Aquel era el momento en que llegaba la pregunta de la información privilegiada, una de las más importantes del cuestionario. Según los psicólogos, daba muchos indicios del carácter del postulante. Pero Juan Pablo, saliéndose del protocolo, la cambió, complicándola en buen grado.
La respuesta de Ana mostró cierta sorpresa y desconcierto. La hermosa entrevistada superó la pregunta final, pero con altos y bajos. Ciertamente, Ana Bauman había terminado la entrevista de manera torpe.
Yo sonreí, al final Juan Pablo no había sido capaz de seducir a la veinteañera. Le iba a cobrar los cinco mil dólares. JP iba a ser objetivo de mis burlas un tiempo. Por lengua suelta, pensé.
Eso es todo, Ana –empezó a despedirse Juan Pablo-. Muchas gracias.
Gracias a usted –contestó Ana, visiblemente contrariada. Tal vez molesta por su desempeño final. Juan Pablo dio fin a la grabación y apagó la cámara.
¿Cómo se siente? –preguntó Juan Pablo, apoyándose en la mesa-. Tome un sorbo de agua.
Gracias –respondió Ana, aún en el asiento-. Hace calor.
La verdad es que si –concedió el entrevistador-. Estas entrevistas son más duras de lo que piensan los postulantes. Hay muchos factores que afectan al entrevistado. A veces una persona viene preparada, pero el climatizador está averiado y la entrevista no sale como tenía planeado.
Es verdad –coincidió Ana.
El sistema pide que se haga un proceso imparcial, por lo que se graba, se hacen test psicológicos y se toman notas de todo tipo. Por ejemplo, en este informe que he llenado contiene sus respuestas correctas… y sus fallos –continuó el entrevistador, mostrando las hojas en su mano-. Es una lástima que tanta gente quede en el camino.
Así es ¿Pero cómo ha sido mi desempeño, señor Kohn? –preguntó Ana, apurando un sorbo de agua.
Verá, Ana –empezó con parsimonia y sutileza Juan Pablo-. No ha estado mal. De hecho, a empezado muy bien, pero se ha desinflado usted al final ¿me entiende?
Entiendo –dijo Ana, algo decepcionada.
Aquello me empezó a oler mal. JP no debería estar dando todo ese discurso. Estaba absolutamente fuera de los protocolos del estudio.
No se desanime, Señorita Bauman –empezó a decir Juan Pablo-. Aunque no hayan salido las cosas como usted había planeado, aún puede conseguir el empleo ¿Quizás pueda realizar otra entrevista y mejorar su desempeño?
¿Perdón? –dijo Ana, algo confundida -. ¿Cómo? ¿Cuándo puedo repetir la entrevista?
Verá, Señorita Bauman –confesó Juan Pablo, algo enigmático y confiado-. Tengo contactos en el departamento de personal y Jorge, el jefe de la sección que necesita un abogado, es un buen amigo mío. De hecho, hoy en la noche vamos a juntarnos a tomar un trago. Puedo hablar de usted de buena forma e influir para que sea tomada en cuenta para el puesto.
¿Por qué haría usted algo así por mi? –preguntó Ana, desconfiada.
Dentro del armario, me empecé a preguntar hasta dónde llegaría Juan Pablo por la apuesta y follarse a la chica.
- A veces, los contactos pesan más que una buena entrevista –Ana asintió suspicaz mientras Juan Pablo hablaba-. Obtener el puesto que tanto desea le daría acceso a una firma internacional, con clientes de gran peso en el mercado. Estar con nosotros le aseguraría un salario que la posicionaría dentro del quintil más rico de nuestro país. Pero sobretodo le daría el estatus laboral y social para codearse con gente de poder, por no mencionar el prestigio que podría obtener. Es por eso qué desea ser la nueva abogada de nuestra firma ¿no?
Ana asintió, Juan Pablo había llamado su atención completamente.
Mi opinión también contará a la hora de imponer un candidato sobre otro a la hora de tomar la decisión final –continuó. Se dio un segundo antes de seguir.
Dígame –empezó a preguntar JP-. ¿Es cierto que renunció a su trabajo por esta entrevista?
¿Cómo lo sabe? –preguntó Ana, sorprendida. Era una pregunta que yo también me hacía-. Así es.
Una decisión arriesgada –afirmó el entrevistador- ¿Por qué lo hizo?
Porque deseo este trabajo y me propuse obtenerlo a cualquier costo –afirmó Ana luego de un breve silencio-. Como Cortés cuando quemó sus naves yo tampoco me voy a rendir o dar marcha atrás.
Es una mujer de armas tomar –concedió JP, con una sonrisa enigmática-. Sin embargo, su entrevista deja dudas y hay otro candidato que también compite por el puesto. Dígame Señorita Bauman ¿Cree que su entrevista estuvo bien?
Ana reflexionó un segundo antes de contestar.
Creo que mi entrevista estuvo bien, pero pudo ser mejor –respondió Ana, calculadora.
Yo igual creo lo mismo –confesó JP, levantando las hojas de su informe-. Pero la entrevista oficial terminó y en estas hojas está su desempeño. Lo que este entrevistador pudo constatar hoy, por escrito.
Ana asintió, comprendiendo que tal vez no obtendría el puesto que tanto soñaba. En aquel momento empecé a imaginar que JP había maquinado un plan muy raro para ganar la apuesta. Por nuestro bien, esperaba que las cosas no se salieran de sus manos.
Claro –continuó Juan Pablo-, le puedo dar una oportunidad de corregir sus errores.
¿Si? –preguntó Ana, esperanzada.
Si, pero ¿Estaría dispuesta a participar de una entrevista especial? ¿Ahora? –renovó aquella extraña conversación Juan Pablo. El engaño que empezaba a montar empezaba a tomar forma. Conocía a JC lo suficiente para intuir que era lo que se proponía.
¿Una entrevista especial? ¿Ahora? –preguntó confundida Ana.
Más que entrevista es un… -se tomó tiempo para pensar-. Un juego para cambiar tu destino, Ana. Un juego que te permitirá obtener el puesto que deseas con mi ayuda.
Juan Pablo empezó a tratarla de manera informal. A tutearla.
¿Pero qué tengo que hacer en este juego? – preguntó Ana, muy alerta.
Si participas de este juego hablaré con Jorge. Ocuparé todo mi poder e influencias para que “Tú” seas la nueva abogada de la firma –ofreció Juan Carlos con seguridad-. Pero tendrás que darme algo a cambio. Tendrás que participar del juego que sólo mencionaré si aceptas mi oferta.
Pero que está diciendo –prorrumpió Ana molesta, levantándose de la silla ofendida-. ¿Quién piensa que soy? Yo jamás haría…
Espera –interrumpió el estallido de la mujer-. Déjame ponerlo así. Dejaré estos papeles aquí.
Juan Pablo puso el informe de la entrevista de Ana en el escritorio, frente a ella.
- En estas hojas están mis anotaciones de tu desempeño en la entrevista. He escrito todo con lápiz grafito –dijo. Aquello estaba fuera de todo protocolo. Que mierda se proponía JP me pregunté-. Ahora, saldré un momento y dejaré esta goma de borrar sobre la mesa. Esta goma de borrar es sólo parte del poder que te ofrezco para cambiar tu destino. Si utilizas la goma de borrar significará que aceptas entrar en el juego y aceptas las reglas que yo impondré en este juego. A cambio, yo te ayudaré a conseguir el empleo con todo mi poder e influencia en la firma. Como ves, es un juego de ganar o ganar para ti.
Ana estaba callada e inmóvil. Yo no sabía que iba a hacer esa mujer, pero me imaginé que saldría corriendo por la puerta en cualquier momento. Sin embargo, la voz del entrevistador volvió a escucharse.
Si sales por esa puerta ahora –continuó- entregaré mi evaluación tal como está, con todo lo bueno y lo malo de tu entrevista. Sin malos sentimientos. Olvidaremos este impasse. Pero sabrás también que habrás perdido una oportunidad de oro en tu carrera por este importante puesto. El puesto de tu vida.
Pero esto es acoso y tráfico de influencias… -empezó a decir Ana, insegura. Pero fue interrumpida nuevamente por Juan Pablo.
Todavía no termino, Preciosa. También hay reglas que se aplicarán a mi persona en el juego, si esto te hace sentir más tranquila –dijo sonriente y seguro de si mismo-. La primera regla para mi persona es: en este juego “Yo no te tocaré”. La segunda regla es: en este juego “Yo no me moveré más allá del asiento tras este escritorio”.
¿No me tocará y no se moverá de aquel lugar? –preguntó Ana, algo confundida-. ¿Qué clase de juego?
Eso no lo diré a menos que quieras jugar –dijo el entrevistador-. Pero te aseguro que yo cumpliré mis reglas. Ahora saldré unos minutos, dejaré estos papeles con mis anotaciones y esta goma de borrar. Pero me llevaré todo el resto, lápices incluidos. Aprovecharé de retirar esta botella agua y el vaso.
Desde el umbral de la puerta Juan Pablo se giró y se encontró con la mirada dura de la mujer.
- Sólo te ofrezco la oportunidad de cambiar tu destino y de obtener lo que quieres –sentenció, antes de cerrar la puerta y dejar la habitación en silencio.
Pensé que Juan Pablo había perdido la apuesta. Ella saldría corriendo de aquel lugar para alejarse de aquel acosador y pervertido entrevistador. Nadie podía imaginar un buen pasar con un monstruo como Juan Pablo trabajando a su lado. Que canalla había sido con la pobre muchacha. Tendría que asegurarme, pese a nuestra “amistad”, de dar una buena reprimenda a aquel bastardo degenerado.
Estaba tan inmerso en mis pensamientos que no noté que Ana se había movido hasta el escritorio y leía con absoluta concentración el contenido del informe.
- ¡Mierda! –le escuché maldecir-. Partí muy bien y decaí tanto en la entrevista. Este maldito calor me tiene muy mal.
Era verdad, el calor no se aguantaba en la habitación, en el armario me movía con cuidado, ya me había quitado la corbata y desabotonado un par de botones de la camisa. Ana continuó revisando por largos minutos los papeles. Por momentos se paseaba de un lado a otro. De pronto, abrió la puerta dispuesta a irse, pero quedó inmóvil en el umbral.
Luego regresó, cerrando la puerta tras de sí.
- Mierda ¡Mierda! –empezó a subir la voz, en una escena confusa-. Este hijo de puta…
Se detuvo un momento y luego caminó al armario. Revisó el mueble, buscando algo. Otra cámara o algo. Intento abrir la puerta que me ocultaba, pero opuse resistencia justo a tiempo y dejó de forcejear. Buscó algo en su chaqueta y luego volvió a revisar el armario. No sé que buscaba, pero luego de un breve momento retomó la lectura de los papeles. En ese momento volvió Juan Pablo.
Sigues acá, Preciosa –dijo, observando los papeles-. ¿Has tomado una decisión?
No me tocarás y no te moverás de aquel lugar ¿cierto? –preguntó para mi sorpresa Ana.
Así es –aseguró Juan Pablo.
Además, nadie sabrá jamás lo que pasó en esta habitación ¿cierto? –solicitó seria Ana.
Nadie, salvo nosotros dos –continuó asegurando el entrevistador, pero un instante miró hacia el armario.
Y tendré el empleo ¿no? –preguntó la mujer, decidida.
Lo tendrás si juegas bien el juego –aseguró Juan Pablo.
No me tocarás – aseveró Ana nuevamente.
No, no lo haré –repitió el hombre.
Dame esa goma de borrar –dijo decidida Ana.
Muy bien –concedió Juan Pablo, cerró la puerta con llave y se dirigió tras el escritorio.
Pero a cambio –interrumpió Juan Carlos a Ana, que iba a borrar una línea- quiero que desabotones tu camisa o te subas un palmo de la falda por cada pregunta en la que borres algo ¿Tú eliges?
¡¿Qué?! –clamó Ana indignada-. Pero dijiste…
Dije que no te tocaría, pero no dije que no deseaba mirar –se defendió Juan Pablo-. Además, supongo que te imaginabas que algo tendrías que hacer o dar a cambio. Un botón de tu camisa o subir tu falda un palmo ¿Tú eliges?
Mierda –protestó impotente Ana, con pudor y con los colores subiendo por su rostro. Con vergüenza, la muchacha desabrochó un botón de su camisa. Luego, tomó el borrador y eliminó una larga frase de texto bajo la mirada atenta de Juan Pablo. Y la mía.
Aquello tenía algo morboso. Algo que yo reprochaba, pero que una parte de mi quería presenciar (y disfrutar). Me moví con cuidado, no sólo para devolver algo de movimiento y circulación a mi cuerpo, también deseaba recuperar mi celular de mi chaqueta. Tal vez podría grabar la escena, pensé.
Otro botón fuera de su sitio y una nueva frase borrada, Ana tenía el hermoso rostro teñido por la vergüenza, lo que la hacía ver adorable. Luego la falda subió un palmo antes de subir otro poco, acercándose peligrosamente a la parte superior de sus muslos, que se mostraban carnosos y sensuales. Luego, ella tomó la opción de abrir otro botón de la camisa.
Bonito corpiño –bromeó Juan Pablo. Ana le miró con rabia, pero continuó borrando línea tras línea. Iba a pasar a la siguiente hoja, pero Juan Pablo la detuvo.
Otra hoja requiere un cambio especial: un vistazo rápido a tu tanguita –“puso precio” el entrevistador.
Serás hijo de puta –exclamó Ana, indignada. Sin embargo, levantó su falda para mi sorpresa y deleite. Mi teléfono temblaba en mi mano, pero esperaba captar algo de aquel momento a través de las rendijas del armario.
Que boquita más linda y con un lenguaje tan feo, señorita Bauman –dijo divertido Juan Pablo-. Pero quiero ver la tanguita por detrás también, por favor.
-Hijo de puta –repitió Ana. La hermosa mujer giró, dándole la espalda al entrevistador antes de subir la falda y mostrar la prenda interior. Desde mi incómoda posición, estaba “apreciando” con cierta claridad la ropa interior de aquella escultural fémina: un brasier de media copa blanco y un culotte (o cachetero) del mismo color, pero de encaje, muy sexy y que se ajustaba muy bien al pubis plano, las cadenciosas caderas y los armoniosos glúteos de Ana. Luego bajó el vestido hasta la mitad de los muslos, ocultando nuevamente el calzón.
Ana tomó la goma de borrar y eliminó una nueva línea en el informe.
- ¿Falda o botón, Ana? –recordó el entrevistador. Ana miró a Juan Pablo con exasperación, luego eligió desabrochar otro botón. La camisa estaba abierta casi hasta el ombligo.
Ana terminó de revisar aquella hoja y se dio cuenta que debía revisar la última lámina de anotaciones. Miró a Juan Pablo que no le quitaba los ojos de encima con una sonrisa en el rostro.
-Veo que empiezas a comprender el juego –recalcó satisfecho Juan Pablo-. Camisa afuera o falda levantada en la cintura.
¿Un vistazo? –preguntó indecisa la joven y sensual mujer.
Vistazos he tenido suficientes – aclaró el entrevistador-. Quiero una “panorámica permanente” de buena parte de tus curvas, ya sea arriba o abajo. Tú eliges.
Ana miró el papel y luego subió su falda hasta la cintura maldiciendo en susurros. El cachetero blanco apareció, despertando la lujuria en la entrepierna del entrevistador (y en la mía). Una parte racional en mi se preguntaba por qué Ana deseaba tan desesperadamente el empleo ¿A tanto estaba dispuesta a llegar? ¿Cuál sería el límite de una mujer ambiciosa como ella?
Mis elucubraciones terminaron cuando un nuevo botón de la camisa fue desabrochado y asomó el ombligo en el vientre perfecto de Ana Bauman. Dios que mujer has creado pensé. A mi pesar no podía estar más incómodo dentro del armario, con el celular entre las manos y la verga erecta reventando y palpitando dentro del pantalón.
¿Terminaste? –preguntó Juan Pablo. Ana había terminado de borrar una línea, dejado la goma de borrar a un lado y hacía el amago de bajarse la falda, pero algo la detuvo.
Eres una chica inteligente –le dijo JP, condescendiente-. Borraste todos los comentarios negativos de mi informe, pero la hoja de papel está lejos de estar perfecta. Ahora, el informe está a medio hacer. Y para lograr el empleo necesitas más que algunas frases y borrones. Para eso, necesitarías “esto”.
Juan Pablo mostró un lápiz grafito, entre sus dedos.
- ¿Lo quieres? –preguntó sínicamente Juan Pablo-. Este es el mismo lápiz con el que escribí los comentarios mientras te entrevistaba. Este lápiz es “Poder”, te da la capacidad de escribir tu misma los comentarios en el informe y obtener lo que deseas: Ser abogada de nuestra firma.
Ana lo miró con cautela. Intuía, tanto como yo, que aquel juego empezaba a ser peligroso. Pero los hombres en la habitación empezábamos a disfrutar del show, en cambio ella parecía coaccionada a jugar. Sin embargo, su resignación y su actuar no eran normales. Algo no cuadraba en todo esto.
Juan Pablo tomó las hojas y la goma de borrar, esta última la guardó en el bolsillo de su chaqueta.
Uno, dos, tres cuatro y cinco –enumeró las hojas lentamente, echando un vistazo a las respuestas-. Dos páginas y media de respuestas perfectas y la misma cantidad de respuestas con borrones, donde hay que redondear ideas un poco… o bastante –puntualizó el entrevistador, mientras Ana seguía callada.
Ok, toma –animó sospechosamente Juan Pablo, extendiendo las primeras hojas del escrito-. Toma las dos primeras hojas y echa una mirada a las respuestas. Luego me dirás si necesitas este lápiz o no. Pero suéltate ese pelo, quiero ver tu cabellera suelta.
Ana así lo hizo, el pelo recogido calló sobre sus hombros y espalda mientras se adelantaba a tomar las hojas que Juan Pablo le ofrecía. De pié y con el pulgar en la boca, la nerviosa y bella muchacha leía con cierta premura.
No pude evitar en ese momento repasar las largas y hermosas piernas, el rostro enmarcado en el cabello suelto (un rostro de ensueño pensé), los grandes senos asomando en el sujetador blanco.
Ana devolvió las hojas y extendió sus manos exigiendo las dos páginas restantes. Pero Juan Pablo las mantuvo en su poder.
¿Qué quieres? –preguntó Ana, resignada.
Te daré estas hojas, pero quiero que bailes para mí mientras las lees –pidió el entrevistador.
¿Bailar? –interrogó confundida Ana.
Si, Preciosa. Mueve tu cuerpo en aquel espacio –ratificó su petición Juan Pablo, medio en broma-. Los pies y las caderas muévelos un poco para allá o para acá, gira en tu lugar mientras terminas de leer el informe. Sólo será un momento, y podrás leer todas las hojas. No me parece una petición descabellada.
Ana resopló de rabia antes de extender sus manos para tomar las dos últimas hojas. Luego se alejó un metro y empezó a moverse con timidez bajo la atenta mirada del entrevistador. Ana parecía algo complicada con el ritmo, los pasos eran inseguros y mecánicos. Empezaba a leer los primeros párrafos, sin embargo, fue interrumpida.
- Seguro que puedes bailar mejor que eso, Ana querida –se alzó la masculina voz desde el escritorio en un reclamo-. Eres una mujer muy hermosa y sensual, pero falta de ritmo al parecer ¿O no siempre bailas como una bailarina coja de un burdel de tercera?
El reproche tomó desprevenida a Ana, que pareció ofenderse con las palabras de Juan Pablo. Entonces, dejó las hojas en la silla e impulsada por dios sabe qué idea empezó a moverse cadenciosamente. Aquel baile, las caderas yendo y viniendo, los brazos y las manos gesticulando al ritmo de una música imaginaria, los dedos que acariciaban disimuladamente los contornos de aquellas curvas que despertaban la lujuria. Todo aquel momento era una visión, una fugaz ilusión que terminó cuando Ana se detuvo, cogió las hojas y retomó la lectura, bailando esta vez a un ritmo pausado y armonioso.
- ¡Uy Uy! ¡Uy! –exclamó el entrevistador mientras aplaudía-. Ese cuerpo arde en la pista ¡Bravo! Extraordinario.
Observé a Ana, su rostro oculto detrás de las páginas pareció esbozar una sutil y fugaz sonrisa de satisfacción. Pero quizás sólo era mi morbosa imaginación. Yo también quería alabar a la guapa e improvisada bailarina. Incluso sentí celos de Juan Pablo. Deseaba cambiar de lugar. Pero en el fondo sabía que me sería imposible dominar la situación como lo hacía Juan Pablo.
Ana terminó de examinar el documento, dejándolos sobre el escritorio. Su mirada era decidida.
- ¿Qué quieres por ese lápiz? –preguntó sin rodeos.
El entrevistador también habló sin rodeos.
- Quiero ver tu coño –fue la cruda petición-. Un buen vistazo. Digamos… diez segundos de una clara exposición de tu “florcita”.
Ana se lo pensó sólo un instante. Se iba a bajar el calzón, pero Juan Pablo la detuvo.
- Espera. Hazlo sentada en el borde de la silla –ordenó el entrevistador-. Con la espalda apoyada en el respaldo. Y acerca más esa silla.
Ana no se detuvo a pensar o reclamar. Estaba determinada a obtener el empleo. Acercó la silla, se sentó en el borde y se acomodó en la silla, apoyando su espalda en el respaldo. La falda enrollada en la cintura, la camisa casi totalmente abierta y el pelo suelto le daban un aspecto sensual y salvaje. Sus grandes y firmes senos se agitaban por la respiración agitada bajo el sujetador blanco, subiendo y bajando. Las manos de Ana bajaron lentamente a las caderas, dejando el dedo pulgar de cada mano bajo el culotte. Así, lentamente bajo aquel sensual calzón hasta el tobillo, sacó la prenda por un pie y luego abrió las piernas. Desde mi lugar, no podía ver el coñito de aquella belleza, pero lo que si observé fue la expresión lasciva de Juan Pablo.
- Uno, dos, tres, cuatro -contó Ana, mirando a los ojos del entrevistador mientras exponía su entrepierna-, cinco, seis, siete, ocho, nueve y diez.
De inmediato, Ana subió el calzón a su lugar. Luego tomó el lápiz y las dos hojas que le ofrecía Juan Pablo.
- Me encantan los coños como el tuyo –comentó el entrevistador mientras la mujer se instalaba entre la silla y el escritorio para comenzar a escribir la respuesta-. Coños depilados totalmente, listos para ser besados y lamidos.
Ana sonrió mientras escribía. Había desaparecido el pudor inicial y ahora estaba decidida a terminar la larga entrevista. Sentada en la silla, ya no tan cabreada como en un principio y bajo la atenta mirada del entrevistador. Juan Pablo ya no disimulaba, acariciaba la erección bajo el pantalón, en especial cuando la mujer lo miraba de reojo. Ana se tomaba pausas para pensar sus respuestas o para observar a su interlocutor, antes de volver a escribir sobre el papel. Luego de un rato, levantó la cabeza y tras una pausa dijo:
Su redacción deja mucho que desear, Señor Kohn. Dame las hojas que quedan –reclamó aparentemente molesta.
Para la redacción están las secretarias. La idea es lo que cuenta –se defendió Juan Pablo-. Para las siguientes hojas hay otro juego.
Ana espero, entregada a aquel arbitraje parcial. Juan Pablo echó su silla un metro atrás y rebuscó con parsimonia en el bolsillo del pantalón. Él sabía que la mirada de Ana no perdía detalles de sus movimientos, por lo la joven postulante notaba seguramente la erección en el pantalón. Finalmente, de uno de los bolsillos sacó un dado de seis caras, era rojo y más grande de lo habitual.
- Este es mi dado de la suerte –explicó Juan Pablo-. Lo compré en París a mis dieciséis años, en mi gira de despedida del colegio francés en que estudié. Un recuerdo muy apreciado de esos años. Como puedes observar no tiene números, pero tiene escrito en blanco una palabra en cada lado ¿Sabes francés?
Ana negó con la cabeza, concentrada en el pequeño objeto.
Si no sabes no importa –continuó el entrevistador-, en letras más pequeñas y negras bajo las letras blancas tiene la traducción al inglés, justo abajó. En total hay seis palabras como puedes inferir ¿Puedes leer la leyenda escrita en ingles?
Claro –respondió Ana, tragando saliva-. Estudié en un prestigioso colegio inglés.
Y seguro que jugaste hockey sobre césped también –bromeó el entrevistador, pasándole el dado a Ana -. Pues toma el dado y lee las palabras en cada cara, en voz alta.
Ana tomó el dado y leyó en silenció. Miró al entrevistador con suspicacia antes de hablar.
Cuello, Boca, Culo, Pezón, Coño y Pie -fue enunciando Ana mientras giraba las caras del dado y tragaba saliva por el calor de la habitación.
Muy bien –dijo Juan Pablo, bebiendo un sorbo corto de una botella de agua que había sacado de un cajón del escritorio-. Hace calor en este lugar ¿no?
Ahora –prosiguió JP-, antes de corregir una respuesta del informe deberás lanzar el dado y mostrarme “Muy Sensualmente” -quiso recalcar sus palabras- la zona que salga en la parte superior del dado. Te daré la siguiente hoja, pero haré ligeras modificaciones cuando quieras una nueva hoja para corregir. Son sólo tres páginas las que quedan. Toma la primera.
Ana tomó la primera, su mirada fue de la hoja al dado, calculadora. Miró la botella sobre la mesa y sin pedir permiso la tomó. Bebió varios sorbos para calmar la sed y el calor. Juan Pablo sonrió seguro de si mismo, Ana estaba totalmente inmersa en aquel juego. Finalmente, Ella tomó el dado y lo lanzó sobre la mesa.
- Pie –leyó Juan Pablo, bajo la atenta supervisión de Ana-. Malditos franceses fetichistas, no pudieron colocar algo más interesante. No entiendo esa obsesión por los pies de algunas personas –dijo risueño, pero contrariado el hombre.
Ana se apoyó en la silla y tratando de no perder el equilibrio mostró el pie enfundado en aquel calzado de plataforma y taco alto gris. Luego se sacó un momento aquel calzado y mostró su pie desnudo. La verdad es que me pareció un pie acorde al hermoso cuerpo de aquella mujer, pero ni el entrevistador ni yo nos entretuvimos mucho en el pie, pues, la posición que había adoptado Ana permitía una buena visión de otras zonas de aquella figura femenina y perfecta. Ana dio por finalizado el espectáculo y comenzó a redactar la respuesta mientras esperábamos el siguiente lanzamiento del dado.
Así continuó el juego, en la siguiente tirada Ana tuvo que mostrar un pezón, que Juan Pablo disfrutó con una sonrisa de lado a lado, pero que yo no pude observar desde mi posición. Luego el cuello (que Ana mostró con excesiva sensualidad a mi parecer) y el pezón nuevamente. Esta vez pude observar algo más: el pezón parecía alzarse sobre una zona rosada, más bien pequeña en relación al voluminoso seno. Las voluminosas mamas desafiaban la gravedad, firmes y armoniosas en el femenino y esbelto torso.
Así terminó esa hoja. Quedaban dos y Juan Pablo introduciría una nueva regla. Tanto Ana como yo estábamos muy atentos mientras el entrevistador pensaba.
Muy bien jugado, Ana –concedió Juan Pablo-. Ahora, agregaré algo más. Mejor dicho, tú agregarás algo más. Ahora no solo te mostrarás muy sensualmente haciendo resaltar la parte de tu cuerpo que salga en el dado. También añadirás alguna caricia y toques sensuales de tus manos a esas zonas ¿entiendes?
¿Quieres que me acaricie? –preguntó Ana mientras bebía de la botella y se limpiaba el sudor de la frente.
Así es –respondió el entrevistador-. Pero la caricia debe durar al menos treinta segundos.
Ok –aceptó Ana-. Dame la hoja.
Yo no podía creer lo que escuchaba. Con cuidado, dentro del armario, me desabroché el pantalón tan rápido y sigiloso como pude. Mi pene salió del pantalón dispuesto también a recibir alguna caricia.
Ana leyó la hoja y sin pensarlo mucho lanzó el dado: “Boca”.
Ana se acercó a la mesa y frente al entrevistador comenzó a acariciar aquellos labios carnosos. Lo hacía con una sensualidad natural, liberada ya de toda moralidad. Los dedos pasaban entre los labios y subían hasta la oreja para apartar un mechón del cabello suelto. Un dedo entró y fue lamido por la lengua, antes de fingir una felación. Fueron uno, dos, tres movimientos de ida y vuelta del dedo pulgar en la boca. Y todo terminó.
Que boquita más linda –piropeó el entrevistador a la entrevistada-. Quiero besarla.
Pero no puede romper sus reglas, Sr. Kohn –dijo Ana, interrumpiendo la redacción. Había cierto aire coqueto en el aire-. No puedes tocarme.
Lo sé –respondió a regañadientes Juan Pablo.
La siguiente tirada fue nuevamente fue “Pezón”. Ana hizo a un lado el sujetador y acarició con los dedos tímidamente antes de pasar a ocupar la mano en movimientos cortos y fluidos que subían por el centro o por el costado terminando en su cuello. Juan Pablo ya no se cortaba y desvergonzadamente acariciaba su pene por sobre el pantalón.
El juego prosiguió y Ana lanzó el dado nuevamente. Esta vez la tirada dictaminó que debía mostrar y acariciar sensualmente su “culo”. Esta vez Ana se giró y con las rodillas sobre el asiento rozó con una mano al compás de un movimiento eléctrico de sus caderas. El movimiento, sensual e íntimo, se extendió hasta un punto en que pensé que Ana había perdido la noción del tiempo. Pero finalmente cesó y Ana se dedicó, algo azorada, a terminal la última pregunta de la página.
Aquí tienes –devolvió la página- Dame la siguiente.
Sabes que hay una nueva variante al juego ¿no? –preguntó el Juan Pablo, dominante.
Ana sólo asintió con el brazo extendido. Estaba seguro que uno de sus pezones asomaba sobre el corpiño.
Quiero que ahora no sólo muestres y te toques –empezó a decir Juan Pablo-. Ahora quiero que también hables. Quiero que digas algo mientras te muestras y te tocas. Que te insinúes, digas que sientes al tocarte, que te quejes o grites, lo que quieras o desees hacer. Quiero que trates de seducirme desde tu lugar. Deseo que vocalices el deseo de tu cuerpo, que me calientes ¿Te parece?
Eres un pervertido –dijo Ana, mientras le quitaba de la mano la última hoja-. Terminemos de una vez –exclamó mientras lanzaba el dado: Boca.
Ana se acercó a la mesa y comenzó a acariciar su boca.
Te gusta mi boca ¿no? –empezó a decir-. Es suave –dos dedos viajaban en medio de los labios entreabiertos-. Es carnosa y dulce. Y doy unos besos que no imaginas ¿Quieres besarme?
Si –respondió Juan Pablo.
¿Realmente quieres besarme? –repitió Ana, rodeando parte de la mesa y estirando sus labios en un pucherito. Un dedo entró y salió de su boca repetidamente.
Ven acá nena –pidió el entrevistador-. Dame esa boquita rica.
Pero no puedes tocarme –dijo Ana, simulando contrariedad-. Ni besarme.
Las reglas pueden romperse –replicó Juan Pablo-. Si quieres.
Ana sonrió, haciendo un mohín sensual con su boca y con uno de sus dedos en el centro de sus labios.
- Esa regla no, ni ninguna otra –finalmente concluyó-. No romperemos ninguna regla.
Con eso la sensual muchacha dio fin a aquel primer show, volvió al papel y a la redacción. Una parte de mi se preguntaba, mientras seguía el ejemplo de Juan Pablo y masajeaba mi entrepierna, que había sido de la mujer fría, altiva y elegante que había llegado a la entrevista. Ahora Ana era alguien diferente. El dique se había desmoronado de improviso dejando un río de lujuria que desbordaba todo el lugar. El ambiente en la habitación era denso y el calor no ayudaba a que fuera de otra forma.
Ana tomó el dado nuevamente y jugueteó con él en la mano.
- ¿Qué saldrá en el dado?-preguntó una juguetona y desvergonzada Ana al entrevistador.
Me pregunté lo mismo también: ¿Pie, Cuello, Boca, Culo, Pezón o Coño?
Ana lanzó el dado y exclamó: ¡Pezón nuevamente! ¡Este dado esta cargado!
Pero aquello no pareció molestarle. Dejó el dado sobre la mesa, bebió un sorbo de agua y hecho a un lado no sólo uno de las copas del sujetador, sino las dos. Dejando sus senos totalmente expuestos. Entonces, sin vacilación empezó a acariciar las globosas formas de sus senos.
- Sientes que suavecita está mi piel – empezó a decir, sus manos rozaban el interior de sus senos-. Están duros y son naturales. Se siente tan rico cuando los acaricio así. Mis pezones están muy duros y paraditos. Me baja un escalofrío por mi cuerpo cuando los toco así.
Las manos manosearon los senos, apretando un seno con cierta brusquedad. Luego tomó un pezón y lo estiró.
- Mmmmmmmm ¿Quieres lechecita, amor? –dijo Ana, mientras apretaba muy sugerentemente su seno.
- Si, nena –contestó Juan Pablo. Desabrochando su pantalón, dejando ver una buena erección en su ropa interior, un bóxer negro con rayas-. ¿Y tú? ¿Quieres tu biberón, bebota?
La muchacha, con los senos desafiantes al aire, observó unos segundos el bulto en la entrepierna de Juan Pablo y decidió poner fin al lascivo espectáculo. Con la respiración agitada y un brillo extraño en la mirada volvió al lápiz y el papel. Esta vez se demoró mucho menos en responder la pregunta. Ana empezó a juguetear con el dado en sus manos.
¿Apuesto que saldrá pezón nuevamente? –dijo coqueta-. ¿Qué apuestas tú?
¿Quieres apostar, nena? –preguntó Juan Pablo.
¿Por qué no? –dijo ella, desenfadada.
Está bien –respondió el entrevistador-. Pero si gano quiero no sólo lo que corresponde sino también un beso.
Pero eso sería romper las reglas –reclamó de inmediato Ana.
No –replicó el hombre-, porque este juego de la apuesta es tuyo no mío.
Ana lo meditó un instante antes de agregar.
- Ok, un beso pequeño –accedió-, pero si adivino podré escribir la pregunta sin tener que tocarme o hacer el vergonzoso espectáculo.
Juan Pablo lo meditó.
Un beso pequeño o largo, como quieras –accedió-, a cambio de la liberación de una de mis “penitencias”.
Bien –apostó a continuación Ana-. Apuesto que el dado mostrará: Pezón.
Yo apuesto por… -se tomó unos segundos Juan Pablo-. Culo.
Ana lanzó, ambos concentrados en los dados.
¡Coño! – dijeron casi al unísono.
Mierda –se lamentó Ana. Hasta el momento aquella zona se había mostrado esquiva para Juan Pablo, que tenía una sonrisa triunfal como si hubiera ganado la apuesta.
Ana caminó nerviosa por la habitación antes de volver a la silla y sentarse en el borde. Esta vez se sacó el calzón con movimientos lentos de una mano y cubriéndose la entrepierna con la otra.
¿Quieres ver lo que tengo aquí? –susurró insinuante la mujer.
Si… muéstramelo –pidió Juan Pablo. Ana agitaba el calzón en el aire antes de lanzárselo al entrevistador.
Juan Pablo la observó mientras tomaba el calzón y lo llevaba a su cara para olerlo, una de sus manos acariciaba su pene ya fuera del bóxer. Ana pareció apreciar un poco el tamaño del pene antes de continuar.
Está excitado el nene –dijo Ana, descubriendo por fin su coño- ¿Quiere visitar la cuevita de mamá? Está calentita y húmeda.
Y tiene un aroma muy rico la cuevita de mamá –agregó el entrevistador con el culotte de encaje blanco sobre la boca.
¿Te gusta? –replicó Ana, sus dedos subían y bajaban por los labios vaginales.
Me encantas –dijo de inmediato Juan Pablo.
Entonces dame un gusto, devuélveme mi calzón y quédate en tu lugar, machote –rió Ana y se detuvo. Volvió a la silla mientras cogía en el aire el culotte, que acomodó con rapidez en su lugar antes de volver a trabajar en las respuestas.
Quedan dos preguntas –dijo contrariado JP.
Y dos respuestas que corregir y rellenar a causa de tu pésima redacción –se quejó coquetamente Ana.
Para eso existen mujeres guapas e inteligentes, como tú –dijo atrevido y galante Juan Pablo-. Para agasajar a hombres como yo.
Claro, muchacho –replicó Ana-. Espera sentadito a tu secretaria. Que eres tú el que me agasajas a mí.
Eso está por verse –retó juguetón JP.
Ana había retornado a su papel mientras escribía con una sonrisa divertida. Cualquiera diría que en aquel lugar no había una entrevista. Eran un par de amigos o de amantes (por el estado de las ropas) bromeando. Ana había desabrochado o perdido el último botón de su camisa en uno de sus “bailes” y la prenda se enredaba con la falda que descansaba en su vientre, cintura y parte de la pelvis y trasero, dejando a la vista sus largas y lindas piernas. Su piel estaba perlada de sudor y no dejaba de dar pequeños sorbos (con aquella boca carnosa y apetitosa) a la botella de agua mientras escribía.
Ana finalmente terminó y cogió el dado entre sus dedos, observando las caras una a una.
Dime ¿A qué apuestas? –exigió Ana.
Coño –contesto de inmediato JP.- Quiero ver ese coño de nuevo.
Pie –apostó Ana y lanzó el dado.
Para mala suerte de los hombres el dado se detuvo efectivamente en Pie. Ana exclamó, disfrutando su triunfo. Con una sonrisa en el rostro empezó a escribir nuevamente. Cuando terminó, se puso de pie desvergonzadamente.
- Última pregunta, caballero –dijo una alegre Ana.
-Así parece, mi dama –dijo con demudada tristeza Juan Pablo.
Su apuesta, Señor –pidió la trigueña y sensual mujer.
Usted sabe mi apuesta, mi dama –anunció escuetamente el entrevistador.
Apuestas que saldrá Coño –dijo Ana, sin espanto alguno-. Mi apuesta es Pezón.
Muy bien –respondió JP, expectante.
Aquí va el dado –anunció Ana, mientras soltaba el cubo sobre la mesa.
El dado giró. El tiempo pareció correr lentamente mientras el dado se movía por la mesa. Finalmente se detuvo a punto de caer por el borde del escritorio. Los dos se quedaron un instante en silencio, pero fue Juan Pablo quien saltó triunfante esta vez.
¡Coño! –exclamó victorioso el entrevistador-. Mi plegaria fue escuchada ¡Coño!
Mierda –se lamentó Ana, que comenzaba a mover el asiento. Pero Juan Pablo la detuvo.
Termina de redactar la última pregunta –ordenó con generosidad aparente-. Así no pierdes el hilo de lo que hacías. El último espectáculo de Ana Bauman lo dejaremos para el final, como es debido. Prepara esa boquita para un buen beso.
Eres un hijo de puta con suerte –concedió Ana, mientras volvía al escritorio a escribir.
Ana estaba concentrada en el escritorio, Juan Pablo se acomodó en el escritorio, abrochándose el pantalón, pero dejando en un cajón el cinturón. Luego de unos minutos, Ana levantó la cabeza y dejó el papel junto al resto.
Estás listos, cabrón con suerte –dijo Ana maliciosamente. Sin duda, había cambiado mucho su actitud durante la entrevista. Aquello parecía salido de una película porno.
Tan listo como lo he estado siempre, nena –anunció JP.
Terminemos este juego, Señor Kohn –respondió Ana mientras empezaba a mover las caderas, en un sorpresivo baile.
Empezó entonces a moverse alrededor de la silla, girándose mientras sus manos se alzaban rítmicamente por sobre su cabeza antes de bajar suavemente, acariciando por el contorno de su bello rostro, pasando por los contornos de sus abultados senos y terminar rozando sus caderas. Luego se sentó y cruzó las piernas, sacando uno de sus zapatos empezó a masajear uno de sus pies.
¿Era aquí donde tenía que hacerme unas caricias? –preguntó juguetona y coqueta.
No, nena –respondió JP, siguiendo el juego-. Más arriba.
Ana se levanto y dio una nueva vuelta a la silla bailando y jugueteando con su cuerpo. Se arrodilló de espaldas al entrevistador y agarró su trasero de manera lujuriosa y violenta.
¿Aquí entonces? –preguntó nuevamente.
Mmmmm –se mostró dubitativo Juan Pablo mientras observaba el meneo de aquel trasero perfecto-. No, pero cerca, cerca.
Ana entonces se alejó de la silla, adelantándose hasta el escritorio, se subió sobre éste y comenzó a bailar arriba sensualmente. Luego se arrodilló, aún sobre el escritorio, acariciando su cuello coquetamente.
Aquí entonces –dijo, a un par de metros del entrevistador-. Era este el lugar.
No –respondió este, mientras observaba un mohín sensual de la trigueña, que comenzó a acariciar sus senos bajo el sujetador blanco. Ana sacó uno de sus pechos del sujetador entonces comenzó a manosearlo, intercalando caricias en la parte más “carnosa” y el pezón.
¡Aquí entonces! –exclamó con voz cachonda Ana.
No estoy seguro –respondió JP-. Muéstrame el otro pezón.
Una desvergonzada Ana así lo hizo, liberando su otro seno del sujetador y, sin detenerse en su bailecito o sus caricias, comenzó a agarrar el pezón y estirarlo frente al entrevistador.
Mmmmmm ¿Era aquí? ¿o no? –preguntó con picardía Ana, a mi parecer algo más que caliente.
No, amor mío –finalmente respondió JP-. Era más abajito.
¿Dónde era? –preguntándose Ana, como una niña mimada.
Le muestro, señorita –convino Juan Pablo.
Si, pero en su cuerpo, Señor Kohn. No tiene permiso para tocar a la niña –respondió la trigueña con voz infantil. En un juego seductor y peligroso.
Observa bien, princesita –pidió el entrevistador mientras con mesura empezó a desabrochar el pantalón, mostrando el bóxer negro a rayas. La erección era significativa –. Aquí, nena ¿lo ves?
No estoy segura, Señor –exclamó Ana, con fingida actitud infantil.
Quizás así, nena mía –anunció JP, mientras bajaba el bóxer y tomaba el pene erecto para masturbarse frente a Ana-. Lo ves, es aquí.
Aahhhhh… aquí –exclamó Ana, mientras se sentaba sobre el escritorio, echaba a un lado el calzón y mostraba con descaro su entrepierna. El coño estaba a sólo un metro de Juan Pablo, que era testigo privilegiado del desvergonzado espectáculo de la hermosa y curvilínea fémina. Uno de los dedos de Ana acarició el lugar, en movimientos circulares antes de subir y bajar.
Ahí, nena –susurró el entrevistador, masturbándose justo al frente-. Justo ahí. Muy bien, mi nena.
¿Te gusta mi coño, amor? –preguntó Ana, llevando un dedo a la boca para ensalivarlo antes de devolverlo a su coño.
Si –respondió escuetamente JP.
¿Quieres tocarlo? –preguntó entonces Ana.
Si –respondió el hombre, y estiró una mano. Pero Ana cerró las piernas. Aunque no retiró su mano que hurgaba aún en el lugar.
No puedes hacerlo –respondió Ana-. Hay que cumplir las reglas.
Vamos, nena –pidió deseoso JP-. Sólo es una regla tonta.
Pero Ana negó con movimientos de su cabeza, levantó entonces su trasero y comenzó a bajar el calzón, lentamente. Con el calzón en una mano y mientras jugueteaba con un pezón dijo:
¿Quieres tu besito? –preguntó-. Ya ha sido suficiente creo.
Sólo un poco más –suplicó el entrevistador-. Dame ese calzón un ratito.
Mmmmmmmm –murmuró Ana, mientras volvía a juguetear con una mano en su entrepierna-. Ok, sólo un poco más. Me estoy divirtiendo con un tonto como tú. Luego te daré ese besito y terminaremos esto.
-Bien, nena –aceptó Juan Pablo-. Como digas.
-Toma –dijo Ana, lanzándole el calzón antes de abrir las piernas y concentrarse en masajear su clítoris y labios vaginales.
En mi escondite trataba de masturbarme, pero el lugar era demasiado incomodo. No había forma de hacerlo y no delatarme. Era frustrante. Ana continuaba acariciando su cuerpo, del coño iba a sus senos, en caricias que arrancaban los primeros gemidos de la guapa abogada. Empezaba a respirar agitada mientras veía a JP oler el calzón y usarlo para envolver su pene. El pervertido entrevistador comenzar a masturbarse con aquella prenda. Ambos eran testigos de la lujuria del otro, pero no se tocaban. Ana se detuvo y comprendí que se iba a detener, pero Juan Pablo tenía un as bajo la manga.
- Si te detienes usaré esto –amenazó, mostrando la goma de borrar.- Y todo lo que has hecho quedará en nada.
-Hijo de puta –reclamó azorada Ana-. Eres un cabrón de mierda, hijo de puta.
Pero muy a su pesar reanudó las caricias sobre el coño. Miraba a JP con rabia y enojo que descargaba sobre sí misma.
Soy una tonta –decía, mientras frotaba cada vez más rápidamente su clítoris o agarraba violentamente sus senos, estirando los erectos pezones-. ¡Tonta! Mmmmmmm ¡Tonta! ¡Ah! ¡Ay!
¡Dame el borrador! –exigió Ana.
Esta bien –empezó a decir-, pero quiero algo a cambio.
-No quebrantaremos tus propias reglas –dijo decidida Ana, pero sospeché que sólo la rabia le impedía ir más allá.
- Yo no puedo tocarte, pero tú sí a mi –razonó el entrevistador-. Quiero que tomes tu calzón y su “contenido”. Que agasajes un poco a tu entrevistador. Dejaré la goma de borrar aquí mismo.
Juan Pablo desenvolvió un poco el calzón de Ana que estaba enrollado alrededor de su verga. Entre la tela y el pene quedó el objeto de la discordia. Oculta.
Serás un hijo de puta – chilló casi Ana. Pero su mano dejó el coño, bajó del escritorio frente a Juan Pablo y dirigió sus esbeltos dedos a la entrepierna del hombre. Con cierta bravura la fémina tocó la erecta verga de JP. De pie, frente a frente, mirándose uno al otro, Ana comenzó a masturbarlo.
Me encanta como lo haces –susurró el entrevistador casi al oído de la hembra.
¡Cállate, imbécil! –clamó Ana.
Pero si lo estás haciendo muy bien –respondió JP-. Así subirás muy rápido en la jerarquía de nuestra empresa. Sigue así y podrás lograr todos tus objetivos.
Te digo que te calles, cabrón –gruñó Ana. Pero desde mi posición podía observar como su mano desocupada ocupaba nuevamente su lugar en su coño.
Toma lo que quieres –continuó el entrevistador, retándola-. Tómalo. Rápido y ocupando cualquier medio para hacerlo. Toma lo que es tuyo.
¡Cállate! –le gritó Ana, y trató de morderlo.
Desde mi escondite, la situación me empezó a preocupar, pero la excitación era mayor.
- ¿Quieres morderme, nena? –retó nuevamente Juan Pablo, acercando una de sus manos-. Muérdeme si puedes ¡Muérdeme!
Ana lanzó unas dentelladas, una no alcanzó la mano por centímetros.
Juan Pablo continuó acercando la mano o el rostro, Ana intentaba morderlo sin éxito hasta que la siguiente mordida la dirigió al cuerpo. Los dientes se clavaron justo en el hombro, donde se mantuvieron un buen rato mientras las manos de Ana aumentaban el ritmo de las caricias en el pene y su coño.
- Dame mi beso, nena –exigió el entrevistador- ¡Quiero mi beso ahora!
Ana levantó la cabeza, sus ojos esmeraldas brillaban con furia y pasión. Miró a los ojos a Juan Pablo, ambos rostros a centímetros. Su respiración era agitada, jadeante. Desde el armario, pude ser testigo del descontrol de la muchacha cuando decidió besar lascivamente a Juan Pablo. Las lenguas bailaban de una boca a la del otro, la mano libre de Ana se colgó del cuello de JP mientras la otra seguía con su labor en el pene, incansable. Juan Pablo en tanto aprovechó la vulnerabilidad de Ana para acariciar los glúteos y llevar sus gruesos y cortos dedos a la entrepierna de Ana, que inútilmente trató de alejarlas de aquel lugar.
- No, No. La entrepierna no –decía Ana, colgada de JP mientras continuaba comiéndole la boca-. Teníamos un trato. Nada de tocar.
Pero ella continuaba masturbándole y él comenzaba a hacer lo mismo a ella.
Vamos, nena. Es hora de callar y disfrutar –dijo JP, mientras le quitaba la sudorosa camisa a Ana y desataba el sujetador-. Saquemos esto.
No, por favor –se “defendía” impotente Ana-. Soy una mujer casada. Amo a mi esposo.
El sujetador cayó al suelo y pude observar el tronco de Ana en plenitud. Los senos eran grandes y juveniles, de pezones perfectos para el tamaño. Era un tronco perfecto: de espalda esbelta, cintura estrecha y abdomen plano, todo absolutamente armonioso en relación a la cabeza y el resto del cuerpo.
- Dios, eres hermosa –dijo Juan Pablo.
Se besaron con desesperación nuevamente, incluso parecía que podían lastimarse. El coño de Ana recibía la continua caricia del entrevistador, mientras ella parecía cansada de masturbar a su amante y ahora sólo sostenía el pene, dando un par de sacudidas de vez en cuando. Juan Pablo llevó sus manos a los senos y los acarició con una suavidad que dio paso a dulces apretones y luego a fuertes agarrones.
Cuidado, me lastimas –le reclamó Ana, mientras un hilo de saliva colgaba de una boca a la otra y el entrevistador continuaba jugueteando con los pezones.
Pero te gusta ¿no? –replicó el entrevistador. Ana no contestó, limitándose a besarlo y comenzar con un masaje en los testículos de Juan Pablo.
Dios mío… pensé que eran de silicona –susurro JP, mientras apretaba un seno, continuando el movimiento hasta estirar el pezón.
Hijo de puta… todo este cuerpo es mío –reclamó Ana, golpeando el pecho de JP.
Lo sé, amor. Ahora lo sé –concedió Juan Pablo. Sus dedos habían reptado hasta la entrepierna otra vez y comenzaron un masaje suave antes de adentrarse en la profundidad. Primero un dedo y luego otro. Ana besaba el cuello de Juan Pablo, había reanudado el masaje en la entrepierna del entrevistador mientras la mano libre estaba firmemente agarrada de su cuello.
-Mmmmmmm… no lo hagas, por favor –suplicó Ana, entregada. Aunque una parte de ella tratara de evitar lo que parecía inevitable-. Ah… dios… no… mmmmmnnnnnhhh… no debo… ah ah ah… déjame, por favor.
Pero el cuerpo de Ana se movía al ritmo del entrevistador. Sus labios buscaban la boca de Juan Pablo, sus senos vibraron cuando los labios del amante la tocaron por primera vez, cuando esa boca y labios intrusos besaron y luego chuparon aquellos carnosos frutos enclavados en su pecho. La entrepierna de la fémina esperaba cada caricia con la humedad de un lago salvaje finalmente conquistado.
Dime, nena –pidió el entrevistador. Su mano hurgaba profundamente en Ana, yendo y viniendo- ¿De quién son estos labios?
Míos –respondió Ana, con los ojos cerrados, resistiéndose a aquella placentera tortura.
Dime la verdad –exigió el entrevistador-. Dime la verdad que te dice tu cuerpo, ahora.
No. No… mmmmmmm –trató de resistirse Ana que cayó lentamente sobre el escritorio con el apoyo de su amante. Una mano seguía sujeta al pene de Juan Pablo y trataba de darle placer en la medida que su cansino cuerpo le permitía-. No me hagas esto… mmmmmmmnnnnhhh… que gusto… que caliente estoy… ah… pero no puedo… amo a mi esposo… lo amo… ah… lo amo… amo como me tocas… no soy así… yo no soy así… nunca he sido infiel.
Vamos, nena –continuó acosándola el entrevistador-. No niegues más lo que tu cuerpo pide. Lo que tú y yo sabemos ¿O prefieres que me detenga?
Juan Pablo hizo el amago de retirar la mano, pero Ana lo detuvo.
¡No! ¡No! –rogó Ana-. No pares, por favor. No pares. Haré lo que pides. Diré lo que quieres. Pero no pares.
Entonces dime… -empezó a preguntar el entrevistador, mientras untaba un dedo en el coño mojado de Ana y lo llevaba a los labios femeninos y carnosos-. ¿De quién son estos labios?
Tuyos, amor. Tuyos –respondió Ana, mientras comenzaba a chupar los dedos de manera hambrienta. Ensalivándolos con la lengua. Los mismos dedos viajaron de la boca a un pezón, acariciándolo con bestialidad.
¿Y estos pezones? –preguntó, masajeando un seno y luego otro-. ¿Y estos senos? ¿De quién son?
Tuyos –respondió Ana, sus dos manos se posaron sobre las manos de Juan Pablo y le ayudaron a masajear los grandes y duros senos.
Hermosa nena. Así me gusta –celebró Juan Pablo, inclinándose para besarla salvajemente-. Colócate de lado, amor. Mírame.
Ana lo hizo. Se colocó de lado, en decúbito lateral, con el rostro levantado para observar a su lado a Juan Pablo.
Ves mi pene -Ana asintió mientras estiraba su mano para acariciar la verga con reverencia.
Quiero que chupes mi pene, hermosa –pidió el entrevistador.
No lo he hecho mucho y no se me da bien –confesó Ana-. Mi esposo me lo pide, pero no se hacerlo bien. No creo que pueda. Te puedo lastimar creo.
Inténtalo, amor. Te prometo que todo estará bien –aseguró JP. Sus dedos volvían a masajear e introducirse en el coño de Ana-. Toma el pene de tu macho.
Ana, a esa altura de la “entrevista” estaba demasiado excitada para negarse, se inclinó sobre el escritorio y con lentitud se acercó a la pelvis de Juan Pablo. Su boca y nariz tocaron la verga erecta del entrevistador, Ana pareció algo torpe, pero eso no le impidió besar de manera breve la parte dorsal del pene. Los besos continuaron sobre la superficie hasta que la lengua tímidamente empezó a probar la superficie. Ana tomó confianza, sobre el escritorio estiraba su hermoso y largo cuerpo para alcanzar de un lado a otro con su boca el pene erecto que pronto brillaba con la saliva de la sensual hembra, que introdujo el pene con movimientos tímidos y lentos.
- Así. Muy bien –empezó a guiar el entrevistador-. Cuida de no rozar los dientes. Ocupa tus labios. Sigue así, nena.
Ana continuaba mamando la verga de Juan Carlos, hasta que este se retiró.
Estuvo bien para ser una iniciada. Vuelve a tu posición –demandó Juan Pablo a Ana, acomodándola en el escritorio antes de subirse para formar un sesenta y nueve. La boca de JP se acercó al coño de Ana mientras Ana jugueteaba con su lengua en el pene del entrevistador.
Dime Ana –retomó las preguntas Juan Pablo, entretenido con un dedo en el coño de Ana -. ¿De quién es este coño mojado y juguetón?
Mmmmmmmmm –fue todo lo que exclamó Ana, su boca recibía aquel nuevo pene en profundidad. Ana empezó a chupar desesperada.
Juan Pablo dejó a la mujer, el placer que sentía lo animó a recorrer por primera vez con su lengua el coño. Ella, agradecida, se ayudaba con sus manos a dar gusto a su macho. Pero el juego morboso del entrevistador no había terminado.
- Ana, mi vida –clamó el entrevistador-. Eres una puta de lo mejor. Ahora dime ¿Qué eres? Y ¿De quién es este coño?
Ana retiró la verga de la boca, respiraba agitada por las continuas caricias de Juan Pablo y el trabajoso esfuerzo por mantener el pene de su amante en la boca.
Soy una puta infiel y caliente –empezó a decir-. Y Mi coño caliente y juguetón es tuyo. Sólo tuyo, mi macho. Mi campeón.
Bien dicho, nena –celebró Juan Pablo, girándose en el escritorio para besarla, quedando sobre ella. Una mano acariciaba un seno mientras la otra masajeaba el coño-. Dime de nuevo ¿Quién es tu campeón?
Tú, mi amor –murmuró Ana, buscando la boca de Juan Pablo para darle un nuevo y lascivo beso. Sus femeninas manos desabrocharon la camisa de JP para acariciar el tronco y abdomen desnudo, lleno de finos bellos. Ana empezó a besar con ansia los pectorales del entrevistador-. Tú eres mi campeón. Mi macho. Mi todo.
Así es, amor –exclamó Juan Pablo, ya demasiado excitado para esperar, se había sacado el pantalón y el bóxer. Su pelvis bajó justo cuando una mano de Ana alcanzaba el pene-. Bien, nena. Es hora de que tu campeón te premie y te agasaje como lo has hecho conmigo, preciosa.
Ana sólo respondió tomando el pene de Juan Pablo y jugueteando con el glande sobre su coño. El entrevistador presionó sobre el coño, haciendo gemir a Ana y conminándola a guiar el pene a la entrada de su intimidad. Juan Pablo presionó otra vez y el pene se hundió en Ana, produciendo un sonido leve y un largo gemido de ella seguido de varias exclamaciones incomprensibles de ambos amantes.
El entrevistador empezó a subir y a bajar, las piernas de Ana rodearon la cintura de Juan Pablo, sus manos cogieron los glúteos de JP buscando una mayor penetración. Los besos eran nuevamente salvajes, casi caníbales, primitivos. Sus manos exploraban sus cuerpos mutuamente, tratando a la vez de mantener el creciente ritmo de la cogida. Así estuvieron unos minutos.
Juan Pablo se bajó de la mesa, guió a Ana a la orilla del escritorio y la empezó a follar de nuevo. Ana colgaba con ambas manos del cuello gimiendo y tratando de envolverlo con sus piernas hasta que el entrevistador la hizo apoyar la espalda en el escritorio y levantó las piernas, colocándolas en lo alto, con los tobillos de la hermosa fémina alrededor del cuello. Continuó cogiéndola incansable, JP poseía un buen físico y aguante para sus cuarenta y tantos.
- ¡Oh Dios! Que gusto –exclamó Ana, manoseando sus senos y tratando después de acariciar el abdomen de Juan Pablo-. Ah ah ah aha aha ah ah ah… dios… que rico… que macho, mi campeón.
Juan Pablo bajó las piernas de los hombros y tomó a Ana de la cintura para levantarla, besándola con lujuria. Lamió y jugueteó brevemente con sus senos antes de darle una nueva indicación.
- Date vuelta –la hizo girar sobre si, dejándola de espalda a él. Hizo que ella apoyara la parte superior del cuerpo en el escritorio, boca abajo-. Abre las piernas.
Ana seguía las órdenes sin reclamos. Sus manos se apoyaron a los lados de su cuerpo mientras Juan Pablo la penetró por su coño de nuevo. Los glúteos y el ano de la mujer estaban totalmente expuestos y eran acariciados y manoseados a placer mientras se renovaba el ataque del pene a la intimidad de la mujer, cuyos gemidos, grititos y palabras soeces llenaban la habitación.
Fóllame, campeón… ay… más fuerte… -susurraba, balbuceaba y gritaba a veces-. Dale todo a tu nena… dale todo a tu puta… a esta esposa infiel… a esta abogada golfa y cachonda… ah ah ah…
¿Te gusta, hermosa? –preguntó el entrevistador incansable-. ¿Te gusta la verga de tu macho? De tu campeón.
Me encanta. Sigue así… -clamó Ana- ah ah ah… rico, amor.
Así me gusta… -vociferó JP-. Me encantas, nena. Te follaría mil veces…
Si… sigue así… estoy a punto… estoy a punto… –alcanzó a decir Ana, justo antes de lanzar un largo gemido-. Mmmmmmmmmmnnnnnnnnnnnnhhhhh… Aaaaaammmmmmm… Que rico. Que rico, mi campeón.
Juan Pablo sacó el pene de Ana y rodeó el escritorio, entonces comenzó a masturbarse apuntando sus pechos. Ana observó con el cuerpo cansino como de improviso recibía la simiente de su amante, blanca y espesa. Desde el armario pude ver derramándose el ceniciento semen sobre los hombros y pecho mientras Ana le sonreía cansina a su amante.
Hombre y mujer se detuvieron a descansar. Juan Pablo la besó, Ana aceptó el beso sin asomo de culpa en el rostro de fémina cachonda. Su rostro seguía siendo hermoso, pero ahora estaba transfigurado por la lujuria y su comportamiento era descarado, libertino. Era como si el hielo se hubiera derretido para dejar una llama pura y abrasadora. Era tan diferente a la mujer que había llegado hacía cosa de una hora que me pareció otra mujer, igual de hermosa y deseable, pero no tan inalcanzable.
- Levántate, nena –pidió Juan Pablo-. Déjame verte.
Ana se puso de pié y desfiló desnuda para él. Yo podía ver ese cuerpo perfecto al fin, entonces me corrí viendo como limpiaba el semen de Juan Pablo de uno de sus pechos. Juan Pablo había ganado la apuesta, sin duda.
Vístete –ordenó el entrevistador-. Nos vamos a divertir a otro lugar.
Pero… -dudó un momento Ana, pero JP no la dejó pensar. La besó largamente. Ella correspondió el beso, aún desnuda, pegando su pelvis a su amante.
Me tienes tan caliente –confesó Ana, mientras abrazaba a JP de la cintura y lo atraía para sentir su pene en su entrepierna.
Te daré la noche que esperas, amor –prometió Juan Pablo-. Iremos a comer y a beber algo, luego te llevaré a bailar y finalmente haremos el amor frente al mar hasta el amanecer. Ya lo verás.
Pero… Yo… no debería… -se reprochaba Ana, entre besos.
¿Es por tu esposo? –preguntó JP-. Seguro que puedes inventar algo. Al menos para llegar más tarde y poder disfrutarnos un poco más.
Mi esposo está fuera de la ciudad –reveló Ana, retirándose sólo un poco de JP-. Pero no debería hacer esto. Soy una mujer casada, católica y esto… Además, tengo que ir a cenar en casa de mis padres.
Seguro que puedes cancelar la cena –pidió JP, sus manos recorrían la piel suave de Ana-. Vamos, amor. Sólo por esta noche, permítete este pequeño desliz. Seremos prudentes y gozaremos mucho. Te lo prometo.
Dios… esto es una locura –dijó Ana y se despegó de JP. Pensé que había entrado en razón, se vestiría y se marcharía. Pero lo único que hizo fue dirigirse cerca del armario y rebuscar algo. Desde mi posición, podía ver a Ana muy cerca, a un metro. Su cuerpo estaba perlado de gotitas de sudor y se veía hermosa con sus curvas al desnudo, hubiera dado todo por recorrerlas como lo había hecho Juan Pablo durante buena parte de aquella sesión. De algún lugar sacó un teléfono y empezó a manipularlo.
¿Escondiste tu celular entre aquellos libros? –preguntó sorprendido Juan Pablo, mientras se acercaba.
Quería grabar que sucedería y chantajearte si era necesario –confesó sonriente y nerviosa. Había marcado un número y llevó el teléfono a la oreja.
¿A quién llamas? –preguntó el hombre, pero Ana le hizo un gesto para que permaneciera en silencio.
Hola, amor –comenzó a decir Ana, algo nerviosa-. Tenía varias llamadas telefónicas tuyas ¿Todo está bien?
La voz ininteligible de un hombre se escuchó al otro lado del teléfono.
- Si. Creo que bien –contestó Ana-. Fue una entrevista larga, pero me aseguré de dar mi mejor esfuerzo. Demostrar seguridad y capacidad, como me aconsejaste.
Juan Pablo se acercó y empezó a molestar a Ana, dándole besos en el hombro y acariciando sus caderas. Yo seguía los movimientos de ambos desde muy cerca, ya que seguían junto al armario.
- ¿Cómo? Quieres que te cuente todo lo que pasó en la entrevista, mi vida –reclamaba Ana, mientras se defendía de las manos de Juan Pablo cuya boca esta prendida en un seno de la muchacha, que retrocedió hasta quedar entre su amante y el armario.
El trasero recio y la delicada espalda apoyados en el armario estaban tan cerca que me pareció sentir el aroma de su sudoroso cuerpo. Ana continuó hablando, tratando de resumir la entrevista y dar entender a su esposo que todo iba bien. Juan Pablo había bajado hasta su entrepierna y ahora estaba entretenido en su clítoris. Yo al encontrarme con el rostro de JP tan cerca retrocedí incómodo, aplicando presión contra la puerta del armario para que no se abriera.
- Amor, te tengo que cortar –anunció Ana, sin poder evitar un jadeo-. ¿Qué? ¿Dónde estoy? En un restorán, bebiendo café antes de ir a casa. Si. Hay un televisor prendido en el lugar, pero no hay tanta gente.
Juan Pablo seguía en lo suyo, con sus manos sobre los glúteos o senos de Ana, que sostenía el teléfono con una mano y con la otra acariciaba el cabello gris plata de su amante, cuya lengua parecía pasearse desesperadamente por el coño de la fémina. La conversación telefónica pasó luego de unos minutos a ser liderada por el esposo de Ana, que al parecer le contaba su día. En tanto, la infiel esposa respondía en monosílabos preocupada de responder los besos de JP, que caliente con la morbosa situación obligó a Ana a arrodillarse frente a él. La sensual abogada se acomodó frente a su amante y, mientras escuchaba con una mano en el teléfono, empezó agasajar con suaves besos el vientre musculoso y a masturbar el erecto pene de su amante con la mano libre.
- ¿En serio? –decía Ana a su marido mientras lamía los abdominales y daba varios besos a la verga de Juan Pablo-. Si. Aja… entiendo. No. No, amor.
La caliente muchacha seguía la conversación de su parlanchín marido, aprovechando para meterse a la boca el pene de Juan Pablo, lamiéndolo y meneándolo antes de contestar con otro monosílabo.
JP hizo levantarse a Ana, logrando que se apoyara contra el armario. En seguida, levantó y echó a un lado una de sus largas piernas, acercó su pene hasta contactar los labios vaginales y empezó a presionar. El glande se movió de arriba a abajo antes de recalar en la depresión que serviría de entrada a la intimidad de la hermosa y sensual mujer.
Amor… Amor… -dijo Ana, mientras el pene entraba en su coño lentamente-. Te tengo que cortar. Si. Si, amor.
Yo igual te quiero –continuó la infiel fémina. El pene retrocedió entonces, para volver de improviso-. ¡Ay! –se le escapó un gritito a Ana.
Nada. No pasa nada, Tomás –mintió Ana, mientras el pene salía nuevamente y entraba con ímpetu al mojado coño de Ana, que resistió mejor el embiste de Juan Pablo esta vez-. Se me cayó la propina del mesero.
El entrevistador empezaba a marcar un ritmo definido y lento que Ana consiguió acompañar, lasciva. La puerta del armario, entre sus cuerpos y el mío, empezó a crujir, chillando con un sonido quedo de la madera vieja.
- Si. Adiós, amor –se despidió Ana al fin, con la respiración algo agitada-. Te echo de menos. Vuelve pronto ya. Sí, Yo también te amo. Adiós, amor. Si. Bye.
Ana cortó. Observó el teléfono unos segundos, asegurándose de haber terminado la llamada. Y se colgó del cuello de Juan Pablo para recibir de mejor forma la follada de su nuevo pretendiente.
- Que hijo de puta eres –le reclamó a su amante, pero ya empezaba a gemir y a acompañar cada movimiento de Juan Pablo, a buscar sus besos y a pedir que la hiciera suya.
Juan Pablo siguió cogiéndola así un minuto, en silencio. Pero luego la hizo girar. Ana quedó de espalda a su amante, apoyando las manos en el armario. Yo podía ver claramente sus senos grandes y firmes moviéndose acompasadamente, su piel cubierta de sudor, su rostro demostrando el placer que sentía mientras sus piernas muy abiertas recibían sin dificultad el enhiesto pene de Juan Pablo.
¿Tenías que llamar a alguien para cancelar una cena? – preguntó JP, acariciando la grupa de la bella hembra.
Si… ah aha –afirmó Ana, aún con el teléfono en la mano-. A mis padres.
Llámalos entonces –ordenó el entrevistador, penetrando sin descanso a la guapa veinteañera.
¡¿Ahora?! ¡Ah! aah –preguntó Ana, un tanto incrédula.
Llámalos ahora… -ordenó JP-. En este instante.
Ana empezó a marcar, tratando de respirar profundo para calmarse, sin embargo, la frecuencia en que JP la follaba empezó a aumentar rápidamente y le costaba mantenerse en su sitio. Tuvo que apoyarse en el viejo mueble de madera, quedando también su cabeza apoyada en el armario, a centímetros de mi rostro.
- Aló. Hola mamá –saludó, mientras su mano libre acariciaba los testículos de su amante-. Estoy bien. Si. Bien, mamá –contestaba a la voz al otro lado de la línea-. Bien. Si. Seguro obtendré el empleo.
Juan Pablo acariciaba los pezones de Ana y apretaba sin tapujos los fantásticos senos.
- No. No podré ir. Estoy… -dijo, pero algo hizo JP y Ana saltó en su lugar-. Nada mamá. Casi me caigo. Si. Tendré cuidado. Estoy Cansada y… ¡ay!
Ana pego otro respingo y miró hacia atrás. JP reía mientras seguía follándola.
- Nada –retomó la conversación Ana-. Estoy cansada y estoy muy torpe. Necesito dormir. Me voy a casa. Noooh. No. No iré a la cena, mamá. Noooh. No. Discúlpame con paaapá. Estoy cansaada.
JP algo estaba haciendo. Ana parecía aguantar estoicamente, se mordía el labio y respiraba profundo.
- Adiós, mamá –articuló finalmente Ana-. Tengo que cortar. Ah. No. La señal está mala. Aahhh… No. Te llamo mañana. Bye.
Ana miró el teléfono y cortó. Yo retrocedí en mi escondite temiendo que me descubrieran.
Como se te ocurre meterme un dedo en el culo, idiota –reclamó Ana, antes de acompañar los movimientos de su amante-. Me ha dolido.
Pero no te quejas ahora –repuso Juan Pablo-. Y eso que tengo la mitad de mi dedo en tu ano.
Sácalo –pidió Ana.
Sólo un poco más –pidió JP.
Ana no contestó. Sólo se acomodó contra el armario y acompañó los movimientos de su amante, abandonada al placer.
Ah Ah Ah mmmmmmnnhhh ¡ah! –gemía la mujer de curvas generosas.
Ha sido excitante ¿no? –expresó JP, acariciando con ambas manos los senos de Ana.
Si – respondió Ana entre jadeos.
Estás hecha toda una putita, gozadora e infiel –aseveró Juan Pablo, mientras le llevaba un par de dedos a la boca y Ana se los chupaba.
Si, estoy hecha una guarrilla –balbuceó Ana, mientras sus gemidos se elevaban-. ah aha ay ah ah.
Me voy a correr dentro de ti –anunció el entrevistador-. Ahora. Me voyyyyyy… ¡oooooohhh!
Has lo que quieras con tu putita, campeón –pidió Ana, entregada y a punto de correrse-. ¡Aaaaahhhh! ¡Dios mío! Me corro también! Aaaaaaaaaggghhh aaahhh ah ah.
Ambos cuerpo cayeron contra el armario, haciéndolo crujir sonoramente y haciéndome creer que partirían la madera y me descubrirían. Sin embargo, el viejo mueble resistió.
Se dejaron caer al suelo, uno junto al otro. Luego empezaron a recoger sus ropas y a vestirse. Una vez vestidos, Juan Pablo ordenó el lugar mientras Ana revisaba su maquillaje rápidamente. La muchacha con las mejillas coloradas recogió los papeles del informe repartidos en el piso y se los entregó a Juan Pablo.
Has lo que me prometiste –le dijo, antes de besarlo con delicadeza-. He hecho más de lo que querías, así que debes estar más que satisfecho con nuestro intercambio. Ahora, te toca a ti cumplir con nuestro acuerdo.
Lo haré, preciosa –respondió, meloso-. Juro que tendrás el puesto.
Momentos después, Ana Bauman y Juan Pablo Kohn salieron juntos de la sala de entrevistas, dispuestos a extender la sesión de sexo.
Salí a los pocos minutos del armario. Adolorido, confundido y caliente. Subí por el ascensor a mi oficina, pensando en mil cosas. Repitiendo las calientes escenas en mi mente. Maldiciendo la suerte de Juan Pablo y deseando hacer mía a aquella lujuriosa mujer: Ana Bauman. Si quedaba en el puesto, como era casi seguro, el tiempo tal vez me diera una oportunidad.
EPILOGO
Las voces se entremezclaban en la barra mientras el humo subía agitado por los ventiladores del lugar, los miembros de la Firma estaban repartidos en varias mesas, celebrando. No todos los días se era parte de una fusión de empresas exitosas. No todos los días a la mañana siguiente un “gran cheque” sería puesto sobre los escritorios.
- Salud, amigos –dije por enésima vez, algo contentillo con alcohol. Un coro de voces se unió al brindis, levantando las copas.
Al otro lado de la mesa se sentó Juan Pablo Kohn, mi viejo amigo y ex compañero de oficina, había sido invitado también a la celebración. Hacía casi dos semanas que no tenía noticias de él. Los petrodólares venezolanos y un mejor clima eran su excusa favorita para justificar su partida, pero había escuchado rumores de comportamiento inapropiado. JP hablaba muy bien de Chávez, pero había opiniones muy diferentes del mandatario venezolano en la mesa. Quise cambiar el tema y pregunté por las mujeres venezolanas. JP sonrió, era un tema que disfrutaba mucho más. Juan Pablo amaba hablar de mujeres, de sus conquistas y derrotas en el campo del amor. Era un tipo muy abierto, en especial ahora, que estaba fuera.
Estuvo hablando un rato del tema, pero se notaba inquieto. Miraba continuamente su reloj y su mirada se paseaba por el lugar, buscando algo o alguien. Las mesas y las sillas estaban vacías, la mayoría de la gente había salido a bailar y en la mesa sólo quedábamos Juan Pablo, Carolina y yo.
¿Y Ana Bauman? –preguntó sorpresivamente Juan Pablo.
No vendrá –afirmó Caro, algo pasada de copas-. Esa tipa se cree superior al resto de los mortales.
Juan Pablo y yo nos miramos mutuamente. Sabíamos que mujeres como Ana generaban esa clase de animadversión en la “competencia”. Sin embargo, Caro no dejaba de tener razón.
Ella hace su trabajo –dije por compromiso-, pero es verdad que Ana no participa mucho de la dinámica de la oficina...
Es fría esa yegua –me interrumpió Caro, incontenible-. Pero si trataba a JP como si no existiera ¿cierto Juan Pi? –éste hizo un gesto de resignación-. Y ni siquiera se presentó cuando te hicimos la despedida.
Dijo que estaba enferma –recordó Juan Pablo, llevando un cigarrillo recién encendido a la boca.
Enferma de indiferente y mala compañera –emprendió Caro, antes de dar termino a su trago.
La verdad es que Ana cumple la función para la que fue contratada –dije, algo malhumorado-. Ahora, todo sería más fácil si fuera más afable y asequible con sus compañeros de trabajo.
Esa yegua, no se merece que machos como ustedes hablen de ella –dijo Caro, mientras con disimulo acariciaba mi rodilla. Juan Pablo se hizo el desentendido-. Voy a buscar un trago a la barra.
Caro se retiró con dirección al baño de mujeres. Miré a Juan Pablo, seguía pensativo fumando su cigarrillo.
No entiendo por qué te afectó tanto la indiferencia de Ana Bauman –dije. Llamando la atención de JP-. Ella se arrepintió de haber tenido una aventura contigo ese día. Es compresible en una mujer casada. Además, sigue siendo igual de indiferente con todos los hombres del estudio desde que llegó, sin excepción. Pero a ti te afectó más que al resto. Al menos te la follaste y ganaste cinco mil dólares de mi bolsillo. Deberías darte con una piedra en el pecho la suerte que tuviste.
No lo entiendes –trató de zanjar el asunto JP, pero yo no iba a ceder. Había cosas que no entendía en su actitud.
Tal vez lo entendería mejor si me dijeras –le dije, presionando un poco a mi amigo-. Pero lo que sí sé es que ella no fue siempre indiferente contigo ¿Qué pasó?
No quiero hablar del tema –trató de evitar mis preguntas Juan Pablo, pero su cara mostró preocupación.
Somos amigos y algo te preocupa –pedí-. Nada puede ser tan terrible. Ella actuó por propia voluntad ¿no?
Juan Pablo me miró largamente y luego aspiró de su cigarrillo. Apuró su tequila mientras botaba el humo, que subió alocadamente por los ventiladores colgados en el techo.
Me la follé –confesó-. Y luego todo salió mal.
¿Qué mierda salió mal? –pregunté sorprendido-. Ella se veía bastante dispuesta cuando salieron de la entrevista.
Todo, compadre –dijo JP mientras servía dos copas de tequila que vació al instante-. Ella se entregó totalmente esa noche y luego supongo que se arrepintió. Le entró el pánico, la culpa de mujer casada, católica, de familia. Esas cosas que le pasan a algunas personas.
¿Eso? –pregunté, animándolo a hablar más del tema.
Dijo que era feliz con su marido –continuó JP-. Que no sabía lo que le había pasado.
En ese momento Juan Pablo calló y supe que estaba ocultando.
¿Qué más te dijo? –pregunté, mientras le pedía otro trago a JP a una mesera.
Ella hizo una acusación, Marquitos –confesó, y para mi sorpresa encontré vergüenza en la cara de JP.
Seguro que no es nada grave, compañero –traté de mostrarme comprensivo.
Pero lo peor de todo es que me “enganché” de ella. Después de esa noche sólo pensaba en ella y sentía –reveló JP-… que me estaba enamorando. Pero ella me rechazó completamente cuando la volví a ver. Ella fue muy dura, Marquitos.
Pero ¿Qué te dijo que te dejó tan mal? –pregunté, indiscreto.
Esto no sale de esta mesa ¿bien? –trató de sellar un pacto de silencio entre amigos.
Claro, amigo. Todo quedará entre nosotros –prometí.
Ana al principio sólo ignoraba mis llamadas o se alejaba cuando me acercaba a hablar –empezó a decir JP, atropelladamente-. Pero cuando logró el empleo en el estudio y firmó el contrato quiso dejar clara las cosas y me rechazó. Fue fría e hiriente, acusándome de mujeriego y aprovechado… acusándome…
Me miró, como esperando comprensión. Yo lo animé. No era bueno en aquellas cosas de la amistad, pero era un ser humano. Podía mostrar cierta empatía de vez en cuando.
Me acusó de drogarla en la entrevista de trabajo –confesó Juan Pablo.
¿En la entrevista de trabajo, huevón? –dije sorprendido-. ¿Drogarla?
Juan Pablo asintió.
Ella dijo –continuó mi ex compañero de oficina, bajando la voz- que se había tomado un examen toxicológico al día siguiente y que la prueba era concluyente.
¿Y la drogaste? –pregunté mientras trataba de recordar la entrevista. Había visto a Ana transformarse de una mujer elegante y altiva a una hembra caliente y descarada. En el momento, todo me había parecido una secuencia de hechos que habían erotizado el ambiente. Todo había sumado, desde la ambición sin límite de la mujer al pervertido juego de Juan Pablo. Pero quizás el cambio había sido demasiado radical, en especial para una entrevista de trabajo.
Juan Pablo me miró y luego encendió otro cigarrillo. No negó en ningún momento la acusación.
¿Qué mierda le diste, cabrón? –pregunté en voz baja, confundido y molesto-. Por lo que hiciste Ella puede demandarnos ¡¿En qué estabas pensando?!
No sé en que estaba pensando –confesó-. Le había dado vueltas al asunto de la apuesta y llegué un poco drogado a la entrevista. Había tomado éxtasis durante la tarde y no pensaba bien. Cuando contemplé a Ana no sólo vi a una mujer hermosa, sino también una oportunidad de ganar la apuesta y follar con una hembra excepcional antes de irme del país.
Era la última travesura antes de mi salida –continuó luego de bebes de su trago-. Y como aquel día llevaba algo de droga, se me ocurrió que la forma más fácil de ganar la apuesta era agregar éxtasis al agua de Ana durante la entrevista. Me pareció un plan perfecto en el momento, pero no pensé a largo plazo. No estaba pensado en las consecuencias.
Juan Pablo nervioso se removió en su asiento. Últimamente nuestro estudio se estaba llenando de drogadictos, usuarios de modafinilo, éxtasis y cocaína se paseaban todos los días frente a mi escritorio.
Tienes suerte, cabrón –dije al final-. Te follaste a Ana y saliste ileso.
No del todo –confesó JP, hablando tal vez de sus sentimientos. Pero no salieron más palabras de su boca y yo tampoco pregunté.
Hicimos un último brindis y nos despedimos. Juan Pablo se fue a Venezuela y yo continué en la oficina. Junto a Ana Bauman y a la dulce tentación de sus labios y sus formas. Quizás algún día, pensé.
LA ENTREVISTA Y LA APUESTA
La serie de P.V.e.I.
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